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Para la clase obrera, una clase cuya conciencia es el arma más preciada[1], aprender de su propia experiencia tiene una importancia fundamental. Cada vez que actúa en su propio terreno, de forma masiva, unida y solidaria y, sobre todo, con un ímpetu revolucionario, deja importantes lecciones para el futuro, lecciones que la clase debe aprehender y utilizar para sus futuras acciones.
Este fue el caso de la Comuna de París de 1871, que hizo comprender a Marx y Engels que la clase obrera, al tomar el poder, no puede utilizar el Estado burgués para transformar la sociedad hacia el comunismo. Tenía que destruirlo para construir una nueva manera de dirigir la sociedad, con funcionarios electos, revocables en cualquier momento.
Ese fue el caso también con la revolución rusa de 1905, cuyo 120 aniversario se celebra este año. En este caso, la lección fue aún más rica: vimos la aparición de la huelga de masas y la creación de los órganos de su poder: los consejos obreros (soviets en ruso), la «forma al fin encontrada de la dictadura del proletariado», como dijo Lenin.
Es a esta experiencia a la que queremos consagrar este artículo, para ver cómo puede ayudarnos a comprender la dinámica actual de la lucha de clases, que la CCI ha definido como una «ruptura» histórica en relación con las décadas anteriores.
Enero de 1905
Antes de examinar la dinámica de la Revolución Rusa de 1905, debemos recordar brevemente el contexto internacional e histórico en el que se desarrolló esta revolución. Las últimas décadas del siglo XIX se caracterizaron por un desarrollo económico especialmente pronunciado en toda Europa. Es en este contexto que la Rusia zarista, cuya economía estaba aún muy atrasada, se convirtió en el lugar ideal para la exportación de grandes capitales destinados a la creación de industrias medianas y grandes. En el espacio de unas pocas décadas, la economía experimentó una profunda transformación. En la Rusia de finales del siglo XIX, el crecimiento del capitalismo dio lugar a una gran concentración de trabajadores. El rasgo característico del proletariado en Rusia era su concentración en unas pocas grandes zonas industriales, lo que favoreció enormemente la búsqueda de solidaridad y la extensión de su lucha. Son estos rasgos estructurales de la economía los que explican la vitalidad revolucionaria de un joven proletariado ahogado en un país profundamente atrasado donde predominaba la economía campesina.
En enero de 1905, dos obreros de las fábricas Putilov de Petersburgo son despedidos. Se puso en marcha un movimiento de huelga solidaria y se redactó una petición por las libertades políticas, el derecho a la educación, la jornada de 8 horas, contra los impuestos, etc., para llevarla al zar en una manifestación masiva. «Miles de trabajadores, no socialdemócratas, sino creyentes, fieles súbditos del zar, encabezados por el Papa Gapone, marcharon desde todos los puntos de la ciudad hasta el centro de la capital, a la plaza del Palacio de Invierno, para entregar una petición al zar. Los obreros marcharon con iconos y Gapone, su líder en aquel momento, había escrito al zar para asegurarle que respondería por su seguridad personal y pedirle que compareciera ante el pueblo»[2].
Todo llegó a un punto crítico cuando, al llegar al Palacio de Invierno para presentar su petición al zar, los trabajadores fueron atacados por las tropas que «cargaron contra la multitud con espadas; dispararon contra los trabajadores desarmados que suplicaban de rodillas a los cosacos que les permitieran acercarse al zar. Según los informes policiales, ese día murieron más de mil personas y dos mil resultaron heridas. La indignación de los trabajadores era indescriptible»[3]. Fue esta profunda indignación de los obreros de Petersburgo hacia el hombre al que llamaban «Padrecito», que había respondido a su súplica con las armas, lo que desencadenó las luchas revolucionarias de enero. En este periodo se produjo un cambio muy rápido en el estado de espíritu del proletariado: «De un extremo a otro del país pasó una grandiosa avalancha de huelgas que sacudió el cuerpo de la nación [...] El movimiento involucró a cerca de un millón de almas. Sin plan definido, a menudo sin siquiera formular reivindicaciones, se interrumpía y reanudaba, guiada por el único instinto de solidaridad, la huelga reinó en el país durante cerca de dos meses»[4]. Este acto de ir a la huelga sin reivindicaciones específicas, por solidaridad, fue a la vez una expresión y un factor activo de la maduración, en el seno del proletariado ruso de la época, de la conciencia de ser una clase y de la necesidad de enfrentarse a su enemigo de clase como tal. A la huelga general de enero siguió un periodo de luchas constantes, que aparecían y desaparecían en todo el país, por reivindicaciones económicas. Este periodo fue menos espectacular pero igual de importante. Se producen sangrientos enfrentamientos en Varsovia. En Lodz se levantan barricadas. Los marineros del acorazado Potemkin en el Mar Negro se sublevan. Todo este periodo allanó el camino para el segundo gran periodo de la revolución.
Octubre de 1905
«Esta segunda gran acción revolucionaria del proletariado tuvo un carácter muy diferente de la primera huelga de enero. La conciencia política desempeñó un papel mucho más importante. Es cierto que la ocasión que desencadenó la huelga de masas fue de nuevo incidental y aparentemente fortuita: fue el conflicto entre los ferroviarios y la administración por la Caja de Pensiones. Pero el levantamiento general del proletariado industrial que se produjo a continuación se apoyaba en un pensamiento político claro. El prólogo de la huelga de enero había sido una petición de libertad política al zar; la consigna de la huelga de octubre fue: “¡Acabemos con la comedia constitucional del zarismo!” Y gracias al éxito inmediato de la huelga general, que desembocó en el manifiesto zarista del 30 de octubre, el movimiento no retrocedió por sí mismo, como en enero, para volver al principio de la lucha económica, sino que se desbordó hacia el exterior, ejerciendo con ardor la libertad política recién conquistada. Manifestaciones, reuniones, una prensa todavía joven, discusiones públicas»[5]. En octubre se produjo un cambio cualitativo con la formación del soviet de Petersburgo, que se convertiría en un hito en la historia del movimiento obrero internacional. Tras la extensión de la huelga de tipógrafos a los ferrocarriles y telégrafos, los obreros decidieron en asamblea general formar el soviet que se convertiría en el centro neurálgico de la revolución: «El Consejo de Diputados Obreros se constituyó en respuesta a una necesidad práctica derivada de las circunstancias de la época: hacía falta una organización de autoridad incuestionable, libre de toda tradición, que reuniera de una vez a las multitudes diseminadas y desprovistas de ligazón»[6].
Diciembre de 1905
«Al sueño de la Constitución siguió un brusco despertar. Y la silenciada agitación acaba desencadenando en diciembre la tercera huelga general de masas, que se extiende por todo el Imperio. Esta vez, el curso y el resultado fueron completamente diferentes a los de las dos huelgas anteriores. La acción política no dio paso a la acción económica, como en enero, pero tampoco logró una rápida victoria, como en octubre. La camarilla zarista no renovó sus intentos de establecer una auténtica libertad política, y la acción revolucionaria se topó así por primera vez en su totalidad con ese muro inquebrantable: la fuerza material del absolutismo»[7]. La burguesía capitalista, atemorizada por el movimiento del proletariado, se alineó detrás del zar. El gobierno no aplicó las leyes liberales que acababa de conceder. Los dirigentes del soviet de Petrogrado fueron arrestados. Pero la lucha continúa en Moscú: «La revolución de 1905 culmina con la insurrección de diciembre en Moscú. Un pequeño número de insurrectos, trabajadores organizados y armados (apenas eran más de ocho mil) resistieron al gobierno del zar durante nueve días. El zar no pudo contar con la guarnición de Moscú, sino que tuvo que mantenerla encerrada, y sólo con la llegada del regimiento de Semiónovski, llamado desde Petersburgo, pudo sofocar la sublevación»[8].
¿Cuál era, pues, la dinámica de 1905? La de la huelga de masas, la de ese «océano de fenómenos» (Luxemburgo) compuesto de huelgas, manifestaciones, solidaridad, discusiones, reivindicaciones económicas y reivindicaciones políticas, en una palabra, todas las expresiones que caracterizan la lucha de la clase obrera, manifestándose al mismo tiempo como el producto de una maduración de la conciencia de los obreros, maduración que tuvo lugar durante los propios acontecimientos, pero también y sobre todo el fruto de una maduración subterránea, de una acumulación de experiencias y de una reflexión en profundidad que en un momento dado salieron a la luz. De hecho, los acontecimientos de 1905 no surgieron de la nada, sino que fueron el producto de la acumulación de sucesivas experiencias y reflexiones que habían sacudido a Rusia desde finales del siglo XIX. Como lo expone Rosa Luxemburgo, «la huelga de enero en San Petersburgo fue la consecuencia inmediata de la gigantesca huelga general que había estallado poco antes, en diciembre de 1904, en el Cáucaso, en Bakú, y que mantuvo en vilo a toda Rusia durante mucho tiempo. Los acontecimientos de diciembre en Bakú no fueron más que un eco final y poderoso de las grandes huelgas que en 1903 y 1904, como terremotos periódicos, sacudieron todo el sur de Rusia, y cuyo prólogo fue la huelga de Batum, en el Cáucaso, en marzo de 1902. En el fondo, esta primera serie de huelgas, en la cadena continua de erupciones revolucionarias actuales, está a su vez a sólo cinco o seis años de distancia de la huelga general de los obreros textiles en San Petersburgo en 1896 y 1897».
La «ruptura», producto de la maduración subterránea
Este concepto de maduración subterránea de la conciencia es difícil de aceptar por una buena parte de los grupos del medio político proletario, pero también por un cierto número de nuestros contactos o simpatizantes. Sin embargo, tiene sus raíces en los escritos de Marx[9], mientras que Luxemburgo retoma la idea del «viejo topo», y Lenin hace lo mismo[10], Trotsky, aunque no utiliza exactamente el mismo vocabulario que la CCI para describir el fenómeno de la «maduración subterránea» de la conciencia en el seno del proletariado, lo menciona muy claramente en su Historia de la Revolución Rusa. El siguiente pasaje lo confirma perfectamente: «Las causas inmediatas de los acontecimientos de una revolución son las modificaciones en la conciencia de las clases en lucha. [...] Los cambios en la conciencia colectiva tienen un carácter semi oculto; en cuanto alcanzan cierta tensión, los nuevos estados de ánimo e ideas irrumpen en el mundo exterior en forma de acciones de masas».
Pero, sobre todo, la realidad de los procesos de maduración subterránea se confirma en cada momento importante de la lucha del proletariado: lo hemos visto en 1905, y lo volvimos a ver en 1917 en Rusia, donde la Revolución de Octubre fue precedida por huelgas contra la guerra en los años precedentes. Y lo hemos visto también en momentos históricos más cercanos a nosotros. Lo vimos en 1980 en Polonia con el movimiento huelguístico que hizo reaparecer «en la superficie» la huelga en el escenario de la historia: los obreros polacos ya habían generado importantes momentos de lucha en 1970 y 1976, luchas que habían sufrido una dura y sangrienta represión a manos del régimen estalinista. Armados con estas experiencias, que habían sido llevados a «digerir» a través de una verdadera maduración subterránea de su conciencia, los trabajadores fueron capaces de lanzarse en 1980 a una lucha intensa y repentina, con una organización que tuvo ramificaciones en todo el país, con grupos de coordinación que fueron capaces a su vez de organizar una huelga de masas ante la cual las autoridades, paralizadas, se vieron obligadas a negociar y a hacer concesiones antes de responder con la represión cuando la lucha amainó[11].
Es en la tradición de todas estas experiencias del movimiento obrero que interpretamos las huelgas en Gran Bretaña en 2022 como el resultado de una nueva maduración de la conciencia de clase, no como un destello fortuito, sino como el producto de una reflexión profunda que continúa, con el retorno de la lucha de la clase obrera tras décadas de apatía y atonía. Hemos calificado a estos movimientos de «ruptura», a fin de subrayar que se trataba de un fenómeno de importancia histórica e internacional. Las luchas importantes que siguieron a esta primera manifestación y resurgimiento de la combatividad obrera, en Francia, Estados Unidos, en otras partes del mundo y más recientemente en Bélgica, confirman que las huelgas en Gran Bretaña no eran un fenómeno local y pasajero, sino el resultado de esta maduración subterránea que por fin salía a la superficie. Diferentes características de los movimientos que han tenido lugar en los últimos tres años dan fundamento a nuestro análisis:
- La consigna generalizada de «basta ya» expresaba el sentimiento largamente arraigado de que todas las promesas hechas tras la «crisis financiera» de 2008 habían resultado ser mentiras, y que ya era hora de que los trabajadores empezaran a hacer valer sus propias reivindicaciones;
- Las consignas «todos estamos en el mismo barco» y «la clase obrera ha vuelto» expresaban una tendencia por parte de la clase obrera (aún embrionaria pero real) a redescubrir el sentimiento de ser una clase con existencia colectiva propia e intereses diferenciados, a pesar de décadas de atomización impuesta por la descomposición general de la sociedad capitalista, a la que contribuyó el desmantelamiento deliberado de muchos centros industriales tradicionales con una clase obrera experimentada (minas, siderurgia, etc.).
- En el movimiento francés, la consigna masiva «Si tú nos das 64, nosotros te damos mayo 68» expresaba la reactivación de una memoria colectiva, el recuerdo de la importancia de las huelgas de masas de 1968.
- El desarrollo internacional de minorías que tienden hacia posiciones internacionalistas y comunistas; la mayoría de estos elementos y sus esfuerzos por unirse son el producto menos de la lucha de clases inmediata que de un cuestionamiento de la problemática de la guerra, lo que demuestra que los movimientos de clase actuales expresan algo más que preocupaciones inmediatas por el deterioro del nivel de vida. Expresan, la mayoría de las veces de forma aún confusa, la preocupación por el futuro que nos ofrece este sistema de producción: el capitalismo.
- Por último, otro signo del proceso de maduración puede verse en los esfuerzos del aparato político de la burguesía por reforzar las fuerzas de encuadramiento y mistificación contra los trabajadores, como son los sindicatos y las organizaciones izquierdistas. El objetivo es radicalizar los mensajes dirigidos a la clase obrera para sabotear la reflexión y de esta manera mantenerla bajo su control.
Estamos sólo al principio de esta reanudación de la combatividad, de la reanudación de las luchas de la clase en su propio terreno, de una acumulación de nuevas experiencias que podrían llevar a la clase a radicalizar sus luchas, hasta darles un carácter más político, que podrían cuestionar el sistema como tal, y no sólo la constatación de sus ataques y sus efectos inmediatos.
Será un proceso largo, difícil y lleno de obstáculos, porque ya no estamos en la misma situación que en 1905 en Rusia, cuando en el espacio de un año la clase podía pasar de una simple súplica al zar a una fase abiertamente insurreccional. La situación actual es la de la descomposición del capitalismo, la última fase histórica del capitalismo que se manifiesta no sólo en la putrefacción de toda la vida política de la burguesía, sino que pesa también sobre la clase obrera a través de fenómenos cuyos efectos, explotados ideológicamente por la clase dominante, obstaculizan fuerte e insidiosamente la toma de conciencia de los trabajadores:
«- la acción colectiva, la solidaridad, se enfrentan a la atomización, al “cada uno para sí”, al “cada uno se las arregla de forma individual”;
- la necesidad de organización se enfrenta a la descomposición social, a la desestructuración de las relaciones que constituyen la base de toda la vida en sociedad;
- la confianza en el futuro y en las propias fuerzas se ve constantemente minada por la desesperación general que invade la sociedad, por el nihilismo, por el “no futuro”;
- la conciencia, la lucidez, la coherencia y la unidad de pensamiento, el gusto por la teoría, deben encontrar un camino difícil en medio de la huida hacia las quimeras, las drogas, las sectas, el misticismo, el rechazo de la reflexión, la destrucción del pensamiento que caracteriza a nuestra época»[12].
Así pues, no debemos impacientarnos, esperando a cada momento la confirmación de este proceso. El papel de los revolucionarios es intervenir con claridad en la clase, tener una visión a largo plazo de la lucha y, sobre todo, ayudar a las minorías a comprender las implicaciones últimas de lo que está en juego, la amenaza de destrucción de la humanidad y, al mismo tiempo, la posibilidad para la clase obrera de abrir otra perspectiva, la de una sociedad sin clases, sin explotación, sin guerra, sin destrucción del planeta, en resumen, la de una sociedad verdaderamente comunista.
Helis, 22 de junio de 2025
[1] La clase obrera es la primera clase en la historia capaz de desarrollar una conciencia revolucionaria de su propio ser, a diferencia de la burguesía revolucionaria cuya conciencia estaba limitada por su posición como nueva clase explotadora.
[2] Lenin, Informe sobre la revolución de 1905 (1917).
[3] Ibid.
[4] Trotsky, 1905 (1909)
[5] Luxemburgo, Huelga de masas, partido y sindicatos (1906).
[6] Trotski, 1905 (1909).
[7] Luxemburgo, Huelga de masas, partido y sindicatos (1906).
[8] Lenin, Informe sobre la revolución de 1905 (1917).
[9] Para Marx, la revolución es un viejo topo «que sabe trabajar tan bien en la clandestinidad como aparecer de repente».
[10] Cf. su polémica contra el economismo en ¿Qué hacer?
[11] La historia recordará la escena de esta negociación entre huelguistas y ministros, en la que las conversaciones entre los delegados de los trabajadores y los ministros se retransmitieron en directo por altavoces a los trabajadores concentrados frente al palacio del gobierno. Para comprender mejor este movimiento, véase nuestro folleto: Polonia 1980.
[12] «Tesis sobre la descomposición», Revista Internacional nº 107 (2001).