El comunismo es la única solución a la crisis ecológica

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El comunismo es la única solución a la crisis ecológica

Porque es una sociedad sin clases ni explotación, sin naciones ni guerras, el comunismo es la única solución real a la crisis ecológica.

El comunismo es el fin de la explotación y el pillaje

El capitalismo es explotación.

El capitalismo obtiene su riqueza de dos fuentes: la explotación de la naturaleza y la explotación de la fuerza de trabajo del proletariado, ambas transformadas en mercancías. Por eso el capitalismo no tiene solución para la crisis ecológica. Solo puede explotar ambas hasta el agotamiento y la destrucción. Por eso, la cuestión social y la cuestión ecológica van de la mano y solo pueden ser resueltas al mismo tiempo y por el proletariado, la única clase que tiene interés en abolir todas las formas de explotación.

Explotación del proletariado por la burguesía, del hombre por el hombre, los trabajadores se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para vivir: ya no se pertenecen a sí mismos, sus cuerpos explotados se convierten en herramientas.

Estas relaciones sociales de producción marcan el conjunto de las relaciones humanas. El dominio del patrón sobre los trabajadores se refleja en la familia entre el marido y «su» mujer, entre el padre y «sus» hijos, en la sociedad entre blancos y negros, hombres y mujeres, válidos y discapacitados... La relación de la humanidad con la naturaleza no se salva. Los capitalistas solo ven a su alrededor recursos que explotar: «recursos humanos», «recursos naturales». El hombre, la vida, la naturaleza, el planeta e incluso el universo se reducen al estado de cosas, de bienes, de mercancías.

Pollos en serie, ganado torturado en los mataderos... la barbarie infligida al mundo animal se deriva de esta relación de explotación entre los propios hombres.

Puesto que el comunismo es el fin de la explotación del hombre por el hombre, también es el fin de estas relaciones de dominación que atraviesan todas nuestras relaciones sociales, al igual que es el fin de esta relación de depredación y pillaje de la naturaleza.

El fin del beneficio

El capitalismo es la búsqueda del beneficio.

Es el único fin de la producción bajo el capitalismo. El hombre, la vida, la naturaleza... nada tiene otro valor para el capitalismo que el valor de cambio. La propia ciencia es tratada como un simple apéndice del beneficio.

Una vez más, esta lacra indica lo que debería ser el comunismo: una sociedad en la que el objetivo del trabajo no es la búsqueda del beneficio ni la venta de mercancías. En el comunismo, por el contrario, toda la producción estará destinada al uso, a la necesidad, y no a la venta en el mercado. La actividad de los productores asociados, liberados de la esclavitud salarial, buscará satisfacer las necesidades y los deseos más profundos de la humanidad. Y sentirse vinculado a la naturaleza, responsable de su futuro, formará parte integrante de esas necesidades y deseos.

El fin de la propiedad privada

El capitalismo es la propiedad privada.

La apropiación de la gran mayoría de la riqueza social por una pequeña minoría es lo que la burguesía llama «propiedad privada». Esto es lo que la clase obrera revolucionaria quiere abolir.

Los regímenes estalinistas basaron su mentira de ser sociedades socialistas precisamente en el motivo de que habían abolido la propiedad individual, concentrando toda la riqueza en manos del Estado. En realidad, tanto si la burguesía se apropia del trabajo de la clase obrera y de toda la población de forma individual o colectiva, como empleador o como Estado, las relaciones de producción siguen siendo las mismas.

En el capitalismo, la propiedad privada no es solo el derecho a privar a otros de sus bienes, sino también el derecho a disponer de los bienes ajenos y de la naturaleza. El fin de la propiedad privada en el comunismo es, por lo tanto, también el fin del derecho a poseer la naturaleza: «En una organización económica de la sociedad superior a la nuestra, el derecho de propiedad de ciertos individuos sobre el globo terráqueo parecerá tan absurdo como el derecho de propiedad de un ser humano sobre otro. Ninguna sociedad, ningún pueblo, ni siquiera todas las sociedades de una época juntas, son propietarias de la tierra. Solo son sus poseedores, sus usufructuarios, y deberán legarla a las generaciones futuras después de haberla mejorado como boni patres familias [buenos padres de familia]» (Marx, El capital, libro III).

El fin de la competencia de todos contra todos

El capitalismo es la competencia.

Entre individuos, entre empresas, entre naciones. Nada ni nadie se libra. El ejercicio físico y el juego se han convertido en deportes comercializados y nacionalizados, en los que está en juego la gloria del club o del país, aunque ello suponga dopar y destruir a los atletas. La escuela se rige por una carrera por las notas, en la que cada niño es evaluado, comparado y clasificado. La religión, el color de la piel, las costumbres... todo es un pretexto para enfrentar a unos contra otros. Los trabajadores no escapan a esta competencia, se les exige que hagan más que la empresa concurrente, que hagan más que sus compañeros. Por extensión, la naturaleza también se convierte en un adversario al que hay que dominar. Incluso ante la crisis ecológica, se destaca esta relación con el mundo: para todos los líderes del planeta, se trata de «ganar la batalla del clima».

El capitalismo es el reino de la competencia y la dominación, el comunismo será el reino de la ayuda mutua y el compartir. Esta relación entre los hombres también modifica la relación con la naturaleza: «los hechos nos recuerdan a cada paso que no reinamos sobre la naturaleza como un conquistador reina sobre un pueblo extranjero, como alguien que estaría fuera de la naturaleza, sino que le pertenecemos con nuestra carne, nuestra sangre, nuestro cerebro, que estamos en su seno, [...] los hombres [...] sabrán de nuevo que son uno con la naturaleza y se hará imposible esa idea absurda y antinatural de una oposición entre [...] el hombre y la naturaleza» (Engels, El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre).

El fin de los Estados-nación...

Como siempre han afirmado los comunistas auténticos, la sociedad comunista no puede existir en un solo país, y mucho menos en municipios aislados, sino solo a escala mundial. La crisis ecológica es un producto directo de la insaciable voluntad del capitalismo de conquistar la Tierra bajo la bandera del beneficio, de transformar toda la naturaleza en mercancía. Ya reconocida en el Manifiesto Comunista de 1848, esta voluntad ha envenenado, en las últimas etapas de la decadencia histórica del capitalismo, todo el planeta, lo que, junto con la amenaza de la guerra, constituye una amenaza directa para la supervivencia de la humanidad y de innumerables otras especies. Por lo tanto, la solución a esta crisis solo puede contemplarse a escala planetaria, mediante el desmantelamiento de todos los Estados-nación y la eliminación de las fronteras nacionales.

 …y de sus devastadoras guerras

El capitalismo es la guerra.

La competencia de todos contra todos que subyace a este sistema conduce al enfrentamiento entre naciones, a la guerra y al genocidio. Desde principios del siglo XX, todas las guerras son guerras imperialistas, basadas en la lucha entre Estados-nación por ampliar su esfera de influencia y control en detrimento de sus rivales. La feroz competencia militar se ha vuelto permanente y cada vez más destructiva, amenazando directamente a la humanidad y al propio planeta (véase Los estragos de la guerra, página 1).

Al igual que con la crisis ecológica, la única salida a este callejón sin salida mortal es la abolición de las economías nacionales y de los Estados que las defienden, y la creación de una red mundial de producción y distribución, controlada por los propios productores.

 

El comienzo de una humanidad mundial unificada en armonía con la naturaleza

El comunismo será mundial.

El capitalismo ha permitido crear un tejido económico mundial extremadamente denso, con rutas comerciales y complejas conexiones entre fábricas y centros de investigación, de un país a otro, para producir. La fragmentación del sistema actual en naciones competidoras se ha vuelto totalmente obsoleta: esta división es un obstáculo para la plena realización del potencial alcanzado por la humanidad. Durante la pandemia de Covid-19, la feroz carrera por ser la primera nación en encontrar una vacuna, que impidió a los laboratorios compartir sus avances, ralentizó considerablemente la investigación. En el caso del sida, los científicos estiman que la guerra entre investigadores franceses y estadounidenses, que se mentían, se espiaban y competían entre sí, ¡hizo perder más de una década en el descubrimiento de la triterapia1 Esta fragmentación de la sociedad tiene los mismos efectos devastadores en la investigación para combatir la crisis ecológica.

La sociedad futura, el comunismo, deberá y podrá superar esta división y unir a toda la humanidad. El comunismo será, por tanto, exactamente lo contrario de lo que proclamaba el estalinismo: «el socialismo en un solo país». Esta sociedad futura, una organización social y consciente a escala planetaria, supone un paso de gigante. Toda la relación de los seres humanos entre sí y con la naturaleza se verá transformada. Se abolirá la separación entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, y dejará de existir la oposición entre la ciudad y el campo.

El comunismo será, por lo tanto, todo menos un retorno al pasado. Se basará en «toda la riqueza del desarrollo anterior» (Marx, Manuscritos de 1844) reapropiándose críticamente de todos los mejores logros de las sociedades humanas del pasado, comenzando por una nueva comprensión de la relación más armoniosa entre los seres humanos y la naturaleza que prevaleció durante la larga época del comunismo primitivo. En particular, podrá integrar, desarrollar y, al mismo tiempo, transformar radicalmente todos los avances científicos y tecnológicos que el capitalismo ha hecho posibles.

La revolución por el comunismo se enfrentará a tareas gigantescas: no solo revertir las consecuencias ecológicas del modo de producción capitalista, sino también alimentar, vestir y alojar a todo el mundo, y liberar a todos los seres humanos de un trabajo paralizante y deshumanizante. Pero el objetivo último del comunismo no es simplemente la negación del capitalismo, sino una relación nueva y más elevada entre la humanidad y la naturaleza, que se vuelve consciente de sí misma. Este objetivo no es un ideal lejano, sino un principio rector para todo el proceso revolucionario. El comunismo y la naturaleza significarán «un cultivo consciente y racional de la tierra, propiedad común y eterna, condición inalienable de la existencia y la reproducción de las generaciones humanas que se suceden» (Marx, El capital, Libro 3).

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Manifiesto Crisis Ecologica