Andreas Malm: retórica «ecológica» en defensa del Estado capitalista (2ª parte)

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Andreas Malm: retórica «ecológica» en defensa del Estado capitalista (2ª parte)

En la primera parte de este artículo, mostramos que el llamado ‘Lenin de la ecología’, Andreas Malm, defiende en realidad una concepción completamente burguesa de la cuestión y se erige en defensor y agente del capitalismo de Estado con una visión que pretende propagar a la clase obrera.

A primera vista, Malm afirma ser marxista, lo que le confiere una postura aparentemente radical, pero luego procede a distorsionar por completo la teoría marxista. El uso descarado del doble lenguaje, típico del movimiento trotskista, que dice una cosa pero en realidad defiende su contraria, así como otras falsificaciones y ocultaciones, le permiten realizar el extraordinario truco tanto de eliminar la responsabilidad del sistema capitalista en la gravedad de la crisis ecológica como de oscurecer la perspectiva que se ofrece a la humanidad como salida de esta pesadilla: el comunismo, del que es portadora la clase explotada, el proletariado, sepulturero del capitalismo.

En esta parte, mostraremos por qué y cómo el capitalismo es incapaz de aportar una solución a la crisis ecológica, por qué y cómo es la clase revolucionaria de nuestro tiempo, el proletariado, la única que tiene la llave para hacerlo, y por qué la cuestión social y la cuestión ecológica sólo pueden resolverse al mismo tiempo destruyendo las relaciones de producción capitalistas y sustituyendo el sistema capitalista por una sociedad libre de explotación, el comunismo.

I) La distorsión trotskista del marxismo

La negación de la responsabilidad del modo de producción capitalista en la crisis climática

Malm parece basarse en el marxismo. Afirma que «el capitalismo es un proceso específico que se desarrolla como una apropiación universal de los recursos biofísicos, porque el capital mismo tiene una sed única e insaciable de plusvalía derivada del trabajo humano por medio de sustratos materiales. El capital, podríamos decir, es supraecológico, un omnívoro biofísico con su propio ADN social»[1]. Del mismo modo, se refiere al propio Marx: «el Libro III de El Capital, muestra el modo en que las relaciones de propiedad capitalistas «provocan un hiato irremediable en el complejo equilibrio del metabolismo social compuesto por las leyes naturales de la vida»; la teoría de la ruptura metabólica -del hiato- permite explicar un gran número de fenómenos, desde los desequilibrios en el ciclo del nitrógeno hasta el cambio climático[2]». Pero pronto queda claro que no se trata más que de una farsa. De hecho, a medida que avanzan las páginas, se produce un cambio. Queda claro que el anticapitalismo de Malm, especialista en doble lenguaje, no se dirige contra el capitalismo en su conjunto, sino que se reduce al mero cuestionamiento de algunos de sus componentes. En particular, el sector de producción de combustibles fósiles, petróleo y gas, al que culpa del calentamiento global. Al final, nunca incrimina al sistema capitalista como tal en el desastre ecológico (que reduce al calentamiento global). Al apuntar sólo a ciertos sectores de la burguesía o a ciertos Estados (los que dominan el planeta) y al denunciar como problema central sólo la actitud de «Business as usual, seguir como siempre» de la clase dominante ante la emergencia climática, está absolviendo de hecho al capitalismo como modo de producción de la responsabilidad por la crisis climática.

Además, Malm critica el escandaloso cinismo y la falta de preocupación por el planeta y de humanidad del jefe de Exxon, Rex Tillerson, quien afirma: «Mi filosofía es ganar dinero. Si puedo perforar y ganar dinero, eso es lo que quiero hacer». Pero aquí, al centrarse únicamente en Tillerson, Malm (¡con pleno conocimiento de causa para alguien que dice ser marxista!) oculta a sabiendas el hecho de que la «filosofía» de Tillerson es, de hecho, ¡la de TODA la clase dominante! El prestidigitador Malm eclipsa la naturaleza explotadora y la búsqueda desenfrenada del máximo beneficio inherentes al capitalismo en su conjunto[3]. ¡En el colmo de la hipocresía y el disimulo, y al modo típicamente trotskista, Malm admite (¡y en última instancia defiende!) la existencia de una ‘admisible’ explotación capitalista de la naturaleza!

Además, Malm señala al unísono los «dos informes publicados con motivo de la COP21 [que] subrayan hasta qué punto las emisiones de CO2 son indisociables de dicha polaridad. El 10% más rico de la humanidad es responsable de la mitad de las emisiones actuales vinculadas al consumo, mientras que la mitad más pobre es responsable del 10% de las emisiones. La huella de carbono per cápita del 1% más rico es 175 veces superior a la del 10% más pobre: las emisiones per cápita del 1% más rico de Estados Unidos, Luxemburgo o Arabia Saudí son 2.000 veces superiores a las de los habitantes más pobres de Honduras, Mozambique o Ruanda.[4] »Malm concluye que «si existe una lógica global del modo de producción capitalista con la que se articulará el aumento de las temperaturas, es sin duda la del desarrollo desigual y combinado. El capital se desarrolla atrayendo a su órbita otras relaciones, mientras él sigue acumulando. Las personas atrapadas en relaciones externas pero integradas -pensemos en los pastores del noreste de Siria- obtendrán poco o ningún beneficio de ello, y puede que ni siquiera se acerquen al trabajo asalariado. Algunos amasan recursos mientras que otros, fuera de la máquina de extorsión pero en su órbita, luchan por tener una oportunidad de producirlos[5]».

En resumen, según Malm, el mundo se divide simplemente entre ‘ricos’ y ‘pobres’, entre ‘beneficiarios’ y ‘víctimas’ del sistema, según una distribución geográfica ‘desigual’ entre un Norte rico y un Sur pobre. En otras palabras, este es el lugar común de la ideología burguesa dominante, que se difunde desde los informes de la ONU a todos los medios de comunicación burgueses, pasando por... ¡las columnas de la prensa trotskista! La posición de Malm es incluso idéntica a la del Estado chino, para quien «la crisis climática es el resultado de un modelo de desarrollo económico muy desigual que se ha extendido a lo largo de los dos últimos siglos, permitiendo a los países ricos de hoy alcanzar los niveles de renta que tienen, en parte porque no han tenido en cuenta los daños medioambientales que ahora amenazan la vida y el estilo de vida de los demás[6]». Un planteamiento basado en la defensa por parte de China del concepto de «responsabilidad común pero diferenciada», que exige que la gobernanza climática mundial respete las necesidades de desarrollo de los países más pobres. ¡Así que ahora Malm es un apóstol del imperialismo chino!

A menos que consideremos a la República Popular China como una expresión de la vanguardia proletaria y marxista, ¡lo que da una idea al lector de la validez de lo que Malm quiere hacer pasar por marxismo!

Esta concordancia de puntos de vista entre la ideología oficial del Estado chino y Malm no debe para nada al azar. La concepción de un mundo capitalista dividido en ‘dominados’ y ‘dominadores’, donde las lacras que asolan la sociedad son atribuibles únicamente a los grandes imperialismos que ‘victimizan’ a los pequeños, está en línea con el pensamiento trotskista. Establece constantemente una distinción entre los diferentes Estados, para la cual sólo los grandes Estados son imperialistas. Es como si hubiera una diferencia fundamental entre los grandes jefes mafiosos que dominan la escena y los gángsteres de barrio; en la práctica, ¡la única diferencia está en los medios de que disponen!

La concentración cada vez mayor del capital crea por su propia naturaleza un desequilibrio dentro del mundo capitalista, cuyo corolario y consecuencia es la existencia de periferias marginadas. Se trata de un hecho histórico permanente del capitalismo, inscrito en sus genes. Se concreta en la existencia de Estados capaces de ejercer la hegemonía mundial, mientras que los demás se ven privados de ella. El encantador Malm hipnotiza al público centrándose en la apariencia y la superficie de las cosas para crear la ilusión de que, en última instancia, existe una solución dentro de cada Estado nacional, ¡siempre que se gestione mejor y se busque una mayor ‘armonía’ entre las naciones!

De este modo, Malm consigue eliminar del campo de la reflexión los puntos clave que son la única manera de proporcionar una base sólida sobre la que plantear adecuadamente la cuestión de los efectos del modo de producción capitalista sobre la naturaleza:

- la realidad de que el capital es una relación social que trasciende las fronteras de cada Estado nacional y existe a escala mundial; cuya principal «polarización» (por utilizar su propia humeante terminología) se expresa en el antagonismo fundamental e irreductible entre las dos principales clases sociales que componen la sociedad capitalista, el proletariado y la burguesía. Como señala Marx, «la producción basada en el capital crea, por una parte, la industria universal (...) y, por otra, un sistema de explotación universal de las propiedades naturales y humanas[7]».

- Al mismo tiempo Malm pasa por alto el hecho de que «para producir, los hombres entran en relaciones y relaciones determinadas entre sí, y sólo dentro de los límites de estas relaciones sociales se establece su acción sobre la naturaleza, es decir, tiene lugar la producción[8]». En otras palabras, es a través de la intercesión de las diferentes formas de organización social que se han sucedido en la historia como se establece la relación entre la humanidad y la naturaleza. Para comprender los orígenes de la actual crisis ecológico-climática, debemos partir de la existencia del modo de producción capitalista y de sus efectos sobre la naturaleza.

Para Malm, la clase obrera ya no es el sujeto de la historia 

El otro ámbito en el que Malm niega el marxismo es el de la alternativa al sistema capitalista. Para Malm, en los países centrales del capitalismo, es el individuo quien debe actuar mediante el sabotaje para influir en la política del Estado capitalista: «En una realidad científicamente fundada, Ende Gelände[9] es el tipo de acción cuyo número y escala habría que multiplicar por mil. Dentro de los países capitalistas avanzados y en las zonas más desarrolladas del resto del mundo, no hay escasez de objetivos adecuados: todo lo que tenemos que hacer es mirar a nuestro alrededor para encontrar la central eléctrica de carbón más cercana, el oleoducto, el todoterreno, el aeropuerto y el centro comercial suburbano en expansión... Este es el terreno en el que un movimiento climático revolucionario tendría que levantarse en una ola poderosa y cada vez más acelerada[10]». En otras palabras, Malm no hace más que proponer una versión más radical de un movimiento ciudadano, que ya no se contenta con actuar por la vía legal, sino que no debe rehuir actuar contra los barones o los sectores del capitalismo señalados como responsables del calentamiento climático, atacando a sus empresas o a los productos que comercializan.

De manera más general, para luchar contra los «motores de la crisis climática», Malm multiplica las referencias a diversos movimientos sociales de la historia (apartheid, abolición de la esclavitud... ¡sin preocuparse de su naturaleza de clase! ) en un magma en el que es imposible reconocer en qué fuerza social podemos apoyarnos para encontrar una salida a la situación de pesadilla provocada por el capitalismo: «En la medida en que el capitalismo actual está totalmente saturado de combustibles fósiles, casi todos los que participan en un movimiento social bajo su reinado están luchando objetivamente contra el calentamiento global, les importe o no, sufran o no sus consecuencias. Los brasileños que protestan contra el encarecimiento de los billetes de autobús y exigen la gratuidad del transporte enarbolan de hecho la bandera de la quinta medida del programa expuesto, mientras que los ogoníes que desalojan a Shell se ocupan de la primera[11]. Del mismo modo, los trabajadores europeos del automóvil que luchan por sus puestos de trabajo, en consonancia con el tipo de conciencia sindical que siempre han poseído, tienen interés en reconvertir sus fábricas para la producción de las tecnologías necesarias para la transición energética -turbinas eólicas, autobuses- en lugar de verlas desaparecer para un destino de bajos salarios. Todas las luchas son luchas contra el capital de los combustibles fósiles: los afectados sólo tienen que ser conscientes de ello.[12] ».

La hinchada pretensión de Malm de actualizar el marxismo para hacer frente a la realidad del cambio climático, estableciendo las nuevas «polarizaciones» que pasarían a regir el mundo capitalista y que sustituyen al antagonismo fundamental entre las dos clases principales de la sociedad capitalista, la clase explotada (el proletariado) y la clase explotadora (la burguesía), sólo tiene un objetivo: negar la naturaleza revolucionaria del proletariado. Dedicado a demostrar que el comunismo no puede representar en modo alguno una alternativa realista y creíble a la catástrofe medioambiental, y que la lucha del proletariado es incapaz de desempeñar papel alguno contra la crisis climática, Malm silencia y pasa pura y simplemente por alto la existencia, el papel y la perspectiva revolucionaria de la clase obrera. Si se refiere aquí y allá al proletariado o a su historia, es sólo como clase explotada o como simple categoría sociológica de la sociedad capitalista ahogada en el conjunto indiferenciado del pueblo, para reservarle un papel de extra irrelevante o diluyéndola en movimientos interclasistas, que precisamente constituyen un peligro mortal para ella y su acción como clase autónoma con intereses distintos de los de otras categorías sociales.

Una vez más, Malm hace aquí su contribución a las campañas burguesas para prolongar las dificultades del proletariado para reconocerse como la fuerza que está detrás de la transformación de la sociedad, como la clase revolucionaria de nuestro tiempo, a la que el advenimiento del capitalismo ha hecho emerger históricamente como su sepulturero.

II) El modo de producción capitalista y la naturaleza

Las falsificaciones burguesas de Malm sobre la naturaleza del capitalismo y su responsabilidad en la destrucción del medio ambiente nos obligan a restablecer algunas adquisiciones fundamentales del marxismo que Malm niega, oculta o abandona (según las diferentes necesidades dictadas por el papel ideológico que desempeña en beneficio del Estado burgués) y con las que Malm está en flagrante contradicción. Ante todo, el propio Manifiesto Comunista.

El carácter global del modo de producción capitalista

Malm ve el capitalismo sólo como la suma de sus diferentes componentes y niega, más allá de la realidad del mundo capitalista por definición marcado por la competencia y la división entre naciones, la unidad del sistema capitalista como modo de producción, así como el terreno universal de su existencia y dominación.

«Impulsada por la necesidad de salidas cada vez más amplias para sus productos, la burguesía conquista el mundo entero. Tiene que anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear relaciones en todas partes. Al explotar el mercado mundial, la burguesía ha hecho cosmopolitas la producción y el consumo de todos los países. (...) Ha eliminado la base nacional de la industria. Las antiguas industrias nacionales han desaparecido y siguen desapareciendo cada día. Estas industrias ya no utilizan materias primas locales, sino materias primas procedentes de las regiones más lejanas, y sus productos acabados ya no se consumen únicamente en el propio país, sino en todas las partes del mundo a la vez. Las antiguas necesidades, que se satisfacían con productos nacionales, están dando paso a nuevas necesidades, que requieren productos de los países y climas más lejanos para satisfacerlas. La autosuficiencia y el aislamiento regional y nacional del pasado han dado paso a una circulación general, a una interdependencia general de las naciones[13]».

Como señala Rosa Luxemburgo, esto ha significado que «desde su creación, el capital ha recurrido a todos los recursos productivos del globo. En su afán por apropiarse de las fuerzas productivas para su explotación, el capital recorre el mundo entero, se procura medios de producción en todos los rincones del planeta, adquiriéndolos si es necesario por la fuerza, en todas las formas de sociedad, en todos los niveles de civilización». Para satisfacer su insaciable necesidad de beneficios, «es necesario (...) que el capital pueda disponer progresivamente de toda la tierra para asegurarse una elección ilimitada de medios de producción en cantidad y calidad. Así como la producción capitalista no puede contentarse con las fuerzas activas y los recursos naturales de la zona templada, sino que necesita todos los países y todos los climas para su desarrollo, tampoco puede limitarse a la explotación de la fuerza de trabajo de la raza blanca. Para cultivar las regiones donde la raza blanca es incapaz de trabajar, el capital debe recurrir a las demás razas. En cualquier caso, necesita poder movilizar sin restricciones todas las fuerzas de trabajo del globo para explotar, con su ayuda, todas las fuerzas productivas del suelo (...)[14]».

Contrariamente a lo que afirma Malm, éste es el punto de partida de cualquier reflexión que pretenda establecer la responsabilidad del Capital en la crisis ecológica: no el marco local y estrecho de la nación y su Estado, sino el nivel internacional y global.

Los efectos destructivos del Capital sobre la naturaleza y la fuerza de trabajo

En la fase histórica de ascenso de su sistema, «la burguesía, en el curso de su dominación de clase que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más numerosas y más colosales que todas las generaciones pasadas juntas»[15] y, en consecuencia, ha desempeñado un papel históricamente progresivo. Pero este desarrollo de las fuerzas productivas entre el barro y la sangre por el sistema capitalista de producción se basa, tanto social como ambientalmente, en una devastación de consecuencias aterradoras.

Para la clase explotada, «las primeras décadas de la gran industria tuvieron efectos tan devastadores sobre la salud y las condiciones de vida de los trabajadores, provocaron una mortalidad y una morbilidad tan espantosas, tales deformidades físicas, tal abandono moral, epidemias, ineptitud para el servicio militar, que la existencia misma de la sociedad parecía profundamente amenazada[16]».

Como con la naturaleza. En América, por ejemplo, «...el cultivo del tabaco agotó la tierra tan rápidamente (tras sólo tres o cuatro cosechas) que durante el siglo XVIII su producción tuvo que trasladarse de Maryland a los Apalaches. La transformación del Caribe en un monocultivo de azúcar provocó la deforestación, la erosión y el agotamiento del suelo. Las plantaciones de caña de azúcar introdujeron la malaria en los trópicos americanos. (...) En cuanto a las fabulosas minas de plata de México y Perú, se agotaron en pocas décadas, dejando entornos intensamente contaminados. (...) También podríamos mencionar la práctica desaparición del castor, del bisonte americano y de la ballena de Groenlandia a finales del siglo XIX, en relación con la industrialización, ya que las pieles de bisonte constituían excelentes correas de transmisión y el aceite de ballena un excelente lubricante para la maquinaria de la revolución industrial»[17] En otras partes del mundo, las mismas causas tuvieron los mismos efectos: «El árbol de la gutapercha desapareció de Singapur en 1856, y después de muchas islas de Malasia. A finales del siglo XIX, la fiebre del caucho se apoderó del Amazonas, provocando masacres de indios y deforestación. A principios del siglo XX, los árboles de caucho se trasladaron de Brasil a Malasia, Sri Lanka, Sumatra y luego a Liberia, donde empresas británicas y estadounidenses (Hoppum, Goodyear, Firestone, etc.) establecieron enormes plantaciones. Estas plantaciones destruyeron varios millones de hectáreas de bosque, agotaron el suelo e introdujeron la malaria[18]».

En El Capital, Marx denuncia que el «progreso capitalista», que no significa otra cosa que el saqueo generalizado del trabajador y del suelo, conduce a la ruina de los recursos naturales, de la tierra y de la clase obrera. Basándose en los trabajos científicos de su época, desarrolla que los efectos de la explotación y de la acumulación capitalistas son igualmente destructivos sobre el planeta y sobre la fuerza de trabajo del proletariado: «En la agricultura moderna, como en la industria urbana, el aumento de la productividad y el mayor rendimiento del trabajo se compran al precio de la destrucción y del agotamiento de la fuerza de trabajo. Además, cada avance en la agricultura capitalista es un avance no sólo en el arte de explotar al trabajador, sino también en el arte de despojar el suelo; cada avance en el arte de aumentar su fertilidad por un tiempo es un avance en la ruina de sus fuentes duraderas de fertilidad. Cuanto más se desarrolla un país, los Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo, sobre la base de la gran industria, más rápidamente se realiza este proceso de destrucción. Por consiguiente, la producción capitalista sólo desarrolla la técnica y la combinación del proceso de producción social agotando al mismo tiempo las dos fuentes de las que brota toda riqueza: la tierra y el trabajador»[19]. Desde el principio, el capitalismo se ha afirmado como destructor TANTO de la naturaleza, COMO de la fuerza de trabajo del proletariado.

La destrucción de la naturaleza en su apogeo en la decadencia del capitalismo

La principal manifestación de la entrada del sistema capitalista en la decadencia, una vez ‘unificado’ el mercado mundial, la guerra y el estado de guerra permanente del capitalismo tienen consecuencias profundamente ecocidas. Si bien «las dos guerras mundiales y los enfrentamientos de la Guerra Fría y de la descolonización provocaron destrucciones ecológicas a escala planetaria, (...) la preparación de los conflictos, y en particular el desarrollo, el ensayo y la producción de armamento, produjeron efectos no menos masivos. (...) Pero estos impactos directos están lejos de resumir la importancia del fenómeno bélico en la relación entre las comunidades humanas y sus entornos[20]».

«Las guerras del siglo XX también fueron decisivas en la configuración de las lógicas políticas, técnicas, económicas y culturales que rigieron la explotación y la conservación de los recursos, no sólo a escala nacional, sino también del conjunto del planeta. (...) Los efectos de las dos guerras mundiales sobre las economías y los ecosistemas (...) fueron decisivos para globalizar e intensificar (...) las extracciones a escala planetaria y para catalizar un mayor control de los poderes estatales (en el Norte) y de las empresas occidentales (en el Sur) sobre esos recursos. (...) La Segunda Guerra Mundial supuso una ruptura decisiva con el pasado (...) Catalizó la aparición de modelos de extracción excesiva, cristalizados durante el conflicto y perpetuados (...) después de la guerra (...) [La] reconfiguración a gran escala de las economías de explotación, transporte y uso afecta a «una amplia gama de materiales elevados al rango de ‘recursos estratégicos', desde la madera hasta el caucho, pasando por los combustibles fósiles. (...) El imperativo de abastecimiento de una economía de guerra conduce a la duplicación de las infraestructuras productivas y, en última instancia, al exceso de capacidad industrial.[21] »

Como ha señalado la CCI, en este período «la destrucción despiadada del medio ambiente por el capital [ha adquirido] otra dimensión y otra calidad (...); ésta es la época en que todas las naciones capitalistas se ven obligadas a competir en un mercado mundial sobresaturado; una época, por lo tanto, de una economía de guerra permanente, con un crecimiento desproporcionado de la industria pesada; una época caracterizada por la irracionalidad, la duplicación sin sentido de complejos industriales en cada unidad nacional, (...) el surgimiento de megaciudades, (...) el desarrollo de tipos de agricultura que no han sido menos perjudiciales ecológicamente que la mayoría de los diferentes tipos de industria[22]»

La «gran aceleración» de la crisis ecológica en las últimas décadas es una de las manifestaciones de la crisis histórica del modo de producción capitalista en su periodo de decadencia, llevada a su paroxismo en su fase final, la de su descomposición. Su gravedad representa ahora una amenaza directa para la supervivencia de la sociedad humana. Sobre todo, las consecuencias ecológicas del capitalismo en descomposición se entretejen y combinan con todos los demás fenómenos de la dislocación de la sociedad capitalista, la crisis económica y la guerra imperialista, interactuando y multiplicando sus efectos en una espiral devastadora cuyas repercusiones combinadas son mucho mayores que la suma de cada uno de ellos tomados aisladamente.

La incompatibilidad irremediable del capitalismo con la naturaleza

Ya a mediados del siglo XIX, Marx destacaba el hecho de que el capital, impulsado por la necesidad de acumular cada vez más, estaba afectando a la propia base natural de la producción y desequilibrando peligrosamente la interacción entre la humanidad y la naturaleza al provocar una ruptura irreparable de su metabolismo. La producción capitalista, al agrupar la población en grandes centros y provocar una preponderancia cada vez mayor de la población urbana, concentra, por una parte, la fuerza motriz histórica de la sociedad; por otra, perturba la circulación de la materia entre el ser humano y el suelo, es decir, impide el retorno al suelo de sus elementos consumidos por el ser humano en forma de alimento y vestimenta; viola, pues, las condiciones necesarias para la fertilidad duradera del suelo.[23] «La gran propiedad agraria reduce la población agrícola al mínimo, a una cifra que no deja de disminuir en comparación con una población industrial hacinada en las grandes ciudades, y que no deja de aumentar; crea así condiciones que provocan una ruptura irreparable de la coherencia de los intercambios sociales prescrita por las leyes naturales de la vida. Como resultado, la vitalidad de la tierra se despilfarra, y esta prodigalidad es llevada por el comercio mucho más allá de las fronteras de un Estado concreto. La industria a gran escala y la agricultura explotada industrialmente a gran escala actúan en la misma dirección[24]». Marx ya podía ver que el capitalismo estaba comprometiendo el futuro de las generaciones posteriores y, potencialmente, poniendo en peligro el futuro de la humanidad. Como hemos visto, estas predicciones se han confirmado ampliamente tras más de un siglo de decadencia del capitalismo.

¿Por qué es así?

El capitalismo no inauguró el saqueo de la naturaleza. Pero a diferencia de los modos de producción anteriores, que eran geográficamente más pequeños y más locales, con un impacto más limitado sobre el medio ambiente, con el capitalismo este expolio cambia de escala. Adquiere una dimensión global y un carácter de depredación cualitativamente nuevo en la historia de la humanidad. «Es sólo con el capitalismo que la naturaleza se convierte en un puro objeto para el hombre, en una pura materia de utilidad; que deja de ser reconocida como un poder en sí misma; e incluso el conocimiento teórico de sus leyes autónomas sólo aparece como una artimaña destinada a someterla a las necesidades humanas, ya sea como objeto de consumo o como medio de producción»[25].

Para el capitalismo, que consagra el reino de la mercancía y se presenta como un sistema de producción mercantil universal impulsado únicamente por la búsqueda frenética del máximo beneficio, TODO se convierte en mercancía, TODO está en venta. Así, desde la era moderna, con la construcción del mercado global, «la industrialización ha implicado la transferencia del control sobre la naturaleza a manos de un puñado de grandes capitalistas»[26]; «un número creciente de objetos naturales se han transformado en mercancías, lo que significa sobre todo que se han apropiado de ellos, perturbando tanto los entornos como las relaciones económicas y sociales. (...) La apropiación de las entidades naturales, la privatización de los seres vivos, tiene importantes consecuencias medioambientales, económicas y sociales. Todos los tipos de seres naturales se están convirtiendo en propiedades y mercancías. (...) Los objetos de la naturaleza no son espontáneamente mercancías: las mercancías son el resultado de una construcción, de una apropiación (a veces violenta) unida a una transformación que permite hacer que el objeto se ajuste a los intercambios del mercado»[27].

El capitalismo sólo ve la Tierra y la naturaleza como un «don gratuito» (Marx), una reserva de recursos puesta «providencialmente» a su disposición, de la que puede extraer sin límite, para convertirla en una de las fuentes de sus beneficios. «En el orden económico actual, la naturaleza no está al servicio de la humanidad, sino del capital; no es la necesidad de la humanidad de vestirse, alimentarse y cultivarse la que domina la producción, sino la necesidad del capital de obtener beneficios, de obtener oro. Los recursos naturales se explotan como si las reservas fueran infinitas e inagotables. Con las consecuencias nefastas de la deforestación para la agricultura y el exterminio de animales y plantas útiles, el carácter finito de las reservas disponibles revela la bancarrota de este tipo de economía»[28].

Por tanto, el capitalismo no sólo obtiene su riqueza de la explotación de la principal mercancía, la fuerza de trabajo del proletariado, sino también de la explotación de la naturaleza. «El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza es tanto la fuente de los valores de uso (¡que son, después de todo, la verdadera riqueza!) como del trabajo, que a su vez es sólo la expresión de una fuerza natural, la fuerza de trabajo humana. [...] Y sólo en la medida en que el hombre, desde el principio, actúa como propietario en relación con la naturaleza, esta fuente primaria de todos los medios y materiales de trabajo, sólo si la trata como un objeto que le pertenece, su trabajo se convierte en fuente de valores de uso y, por tanto, de riqueza[29]».

La causa de la crisis climática no reside en las ‘actividades humanas’ en general o en determinados sectores de la actividad económica del capitalismo, sino en la existencia del propio modo de producción capitalista. Dado que el capitalismo obtiene su riqueza de dos fuentes: la explotación de la naturaleza y la explotación de la fuerza de trabajo del proletariado, ambas transformadas en mercancías, no tiene solución para la crisis ecológica. Sólo puede explotar ambas hasta el agotamiento y la destrucción. Por eso la cuestión social y la cuestión ecológica van de la mano y sólo pueden ser resueltas al mismo tiempo y por el proletariado, única clase que tiene interés en abolir todas las formas de explotación.

III) El comunismo, única perspectiva para la humanidad

Esto es precisamente lo que Malm niega, como de costumbre, de manera perentoria, sin verdadera argumentación, cuando decreta que: «En un mundo capitalista más caliente, la máquina de extorsión no puede hacer otra cosa que extraer la misma cantidad de plusvalía exprimiendo a los trabajadores hasta la última gota de sudor. Pero más allá de un punto de inflexión determinado localmente, esto puede simplemente dejar de ser posible. ¿Está al acecho una revolución obrera victoriosa? Probablemente no (...) La extracción de plusvalía sigue siendo probablemente la máquina central de extorsión, pero los efectos explosivos del cambio climático no se transmiten directamente a lo largo de este eje.[30] ». Para él, la crisis climática y la cuestión social pertenecen a esferas completamente separadas, sin ninguna conexión o relación entre ellas. Y como la lucha del proletariado no se desarrolla específicamente contra los efectos de la crisis ecológica, sino en el terreno de las condiciones que le impone el capitalismo, Malm concluye que la naturaleza y la ecología no entran en el campo de su lucha a escala histórica por la emancipación, que no es capaz de integrar la cuestión ecológica, de la relación entre el ser humano y la naturaleza, en su perspectiva revolucionaria.

Los científicos y los especialistas en medio ambiente identifican generalmente la producción basada en el intercambio de mercancías, la «mercantilización» y la sobreexplotación de la naturaleza, y el sistema de propiedad privada como los factores centrales responsables de la crisis ecológica, y subrayan la necesidad de una solución a escala universal. Los diagnósticos que presentan condenan indudablemente el modo de producción capitalista y apuntan indiscutiblemente en la dirección del proyecto de sociedad comunista llevado adelante por el proletariado. Sin embargo, ¿qué hacen en la práctica? Ciegamente, o como cómplices más o menos voluntarios de la clase dominante, no hacen más que proponer callejones sin salida o aberraciones sin perspectivas de solución: pedir al Estado que mejore las leyes y reglamentos, que regule mejor, inspirarse en la relación (¡idealizada!) con la naturaleza de las sociedades primitivas, volver a la agricultura a pequeña escala, individual y parcelaria, producir localmente, etc. En cualquier caso, todos convergen en buscar soluciones dentro y bajo las condiciones de la sociedad actual, al tiempo que ignoran y ocultan la perspectiva del comunismo, precisamente el ÚNICO proyecto social que propone librar al mundo del intercambio de mercancías y de la explotación, que todos consideran la causa fundamental de la crisis climática. Una vez más, Malm no es una excepción,[31] sumándose al coro de las campañas burguesas dándoles su respaldo trotskista.

Sólo el proletariado puede abolir la explotación y el reino de la mercancía

Al mismo tiempo, el capitalismo ha creado las premisas de la abundancia material (que se revelan en la existencia de crisis de sobreproducción que apuntan a la posibilidad de superar la explotación) y también las formas sociales necesarias para la transformación económica de la sociedad, el proletariado, la clase destinada a convertirse en su sepulturero.

La generalización de la mercancía por el modo de producción capitalista afectó en primer lugar a la fuerza de trabajo utilizada por los seres humanos en su actividad productiva. El proletariado, clase productora de todas las mercancías, privado de los medios de producción, no tiene, para sobrevivir, otra mercancía que vender en el mercado que su fuerza de trabajo a aquellos quienes detentan esos medios de producción, la clase capitalista. Sólo quien está sometido a la explotación, a la venta de su fuerza de trabajo, puede tener interés en rebelarse contra las relaciones capitalistas basadas en la mercancía. Puesto que la abolición de la explotación es esencialmente sinónimo de la abolición del trabajo asalariado, sólo la clase que sufre esta forma específica de explotación, producto del desarrollo de estas relaciones de producción, es capaz de dotarse de una perspectiva para superarlas.

De ahí el hecho de que «de todas las clases que hoy se enfrentan a la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las otras clases decaen y desaparecen con la gran industria, mientras que el proletariado es su propio producto. Las clases medias, el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino, todos luchan contra la burguesía para preservar de la extinción su existencia de clase media. No son revolucionarias, sino conservadoras. Es más, son reaccionarias porque pretenden dar la vuelta a la rueda de la historia[32]». «Lo que distingue a nuestra época (...) es que ha simplificado la oposición de clases. La sociedad en su conjunto está cada vez más dividida en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado[33]». Es del lugar específico que ocupa el proletariado en el seno de las relaciones de producción capitalistas de donde deriva la capacidad de afirmarse como fuerza social capaz de desarrollar una conciencia y una práctica capaces de «revolucionar el mundo existente», de «transformar prácticamente el estado de cosas existente»[34]. La lucha del proletariado contra los efectos de la explotación y las condiciones que le impone el capitalismo sólo puede triunfar realmente si se fija como objetivo la abolición de la propia explotación y la instauración del comunismo. Por eso «el comunismo no es (...) ni un estado de las cosas que deba crearse, ni un ideal según el cual deba regularse la realidad (...) [Es] el movimiento real que suprime el presente estado de las cosas. Las condiciones de este movimiento resultan de las premisas hoy en existencia[35]».

Los fundamentos materiales del comunismo para la solución de la cuestión ecológica

La compraventa de la riqueza producida sólo puede desaparecer si la riqueza de la sociedad es apropiada por ella colectivamente. «La apropiación [por el proletariado de todos los medios de producción] (... ) sólo puede lograrse mediante una unión que es a su vez necesariamente universal, debido al carácter del proletariado mismo, y mediante una revolución que, por una parte, derrocará el poder del anterior modo de producción e intercambio, así como el poder de la anterior estructura social, y que, por otra parte, desarrollará el carácter universal del proletariado y la energía que le es necesaria para llevar a cabo esta apropiación, una revolución en la que el proletariado se despojará también de todo lo que queda de su anterior posición social[36]». Con la toma de posesión de los medios de producción por la sociedad, la apropiación colectiva por la sociedad de la riqueza que produce, se elimina la producción de mercancías y, con ella, se suprime la explotación en todas sus formas.

La abolición del intercambio de mercancías presupone la abolición de su base misma: la propiedad privada, lo que significa el fin del derecho a poseer y apropiarse de la naturaleza: «...la tierra, verdadera materia prima de todo trabajo humano y fundamento de toda existencia humana, pertenece a la sociedad. En la fase más avanzada de su desarrollo, la sociedad recupera lo que ya poseía en sus orígenes. Todos los pueblos que han alcanzado un cierto nivel de civilización han poseído la tierra colectivamente. La propiedad colectiva es la base de toda sociedad primitiva en formación, y la sociedad no es posible sin ella. Sólo con la aparición y el desarrollo de la propiedad privada y de las formas de dominación asociadas a ella (...) la propiedad común fue sustituida, al cabo de muchos años, por la propiedad privada. La expoliación del suelo y su transformación en propiedad privada fueron la causa primera de la servidumbre que, desde la antigua esclavitud hasta el asalariado «libre» del siglo XXI, pasó por todas las etapas posibles, hasta que finalmente, tras milenios de evolución, los esclavizados devuelven el suelo a la propiedad común».[37] El fin de la propiedad privada significa el fin del monopolio ejercido por unos pocos capitalistas «sobre determinadas partes de la superficie terrestre[38] [y del] privilegio de disponer de ella a voluntad con exclusión de [todos] los demás[39]».

«Con la toma de posesión de los medios de producción por parte de la sociedad, se elimina la producción de mercancías (...). La anarquía en el seno de la producción social es sustituida por una organización consciente y planificada. La lucha por la existencia individual cesa. De este modo, por primera vez, el hombre se separa, en cierto sentido, definitivamente del reino animal, pasa de unas condiciones de existencia animales a unas condiciones verdaderamente humanas. El círculo de condiciones de vida que rodea al hombre, que hasta entonces dominaba al hombre, pasa ahora a estar bajo el dominio y control de los hombres que, por primera vez, se convierten en verdaderos y conscientes dueños de la naturaleza, porque se ha convertido en maestro de su propia organización social (...) Sólo a partir de este momento los hombres harán su propia historia con plena conciencia; sólo a partir de este momento las causas sociales puestas en marcha por ellos tendrán también de manera preponderante, y en medida cada vez mayor, los efectos deseados por ellos[40]».

El modo de producción comunista revoluciona la relación de la humanidad con la naturaleza

Esta nueva etapa de la historia de la humanidad, verdadero salto del reino de la necesidad a la libertad, del gobierno de los hombres a la administración de las cosas, inaugura una nueva era: el comunismo tendrá que abordar en primer lugar la prioridad de alimentar, vestir y cuidar a toda la humanidad, así como empezar a reparar los daños causados por los estragos de la producción capitalista en el medio ambiente. La generalización de la condición de productor a todos los miembros de la sociedad, y la liberación de las fuerzas productivas de las limitaciones y restricciones de la producción capitalista y la obtención de beneficios, dará lugar a una explosión de creatividad y productividad a una escala inimaginable en las condiciones sociales actuales. Al instituir una relación nueva y más elevada entre el ser humano y la naturaleza, será el comienzo de una humanidad mundial unificada, consciente de sí misma y en armonía con la naturaleza: «la libertad en esta esfera sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente su metabolismo con la naturaleza, lo pongan bajo su control común, (...); lo realicen con el menor gasto posible de energía y en las condiciones más dignas y más acordes con su naturaleza humana[41]».

El desarrollo del modo de producción comunista introducirá un tipo totalmente diferente de equipamiento del suelo y del subsuelo; tendrá como objetivo una mejor distribución de los seres humanos por todo el globo y la eliminación de la oposición entre la ciudad y el campo.

Con vistas a «instituir sistemáticamente [el metabolismo entre el hombre y la tierra] como ley reguladora de la producción social»[42], el comunismo no tendrá más remedio que reapropiarse e integrar críticamente las mejores aportaciones de las sociedades del pasado, partiendo de una mejor comprensión de la relación más armoniosa entre el ser humano y la naturaleza que prevaleció durante el largo periodo del comunismo primitivo, al tiempo que integra y transforma todos los avances científicos y tecnológicos desarrollados por el capitalismo[43].

El comunismo pone fin a la relación de depredación y saqueo de la naturaleza de las sociedades de clase para sustituirla por «el trato conscientemente racional de la tierra como propiedad común eterna, y como condición inalienable de la existencia y reproducción de la cadena de sucesivas generaciones humanas»[44].

Para concluir, contra todos los falsificadores burgueses como Malm[45], reafirmamos, con Marx, que al situar la satisfacción de las necesidades humanas en el centro de su modo de producción, al invertir las relaciones entre los seres humanos así como las de todo el género humano con la naturaleza, «el comunismo» representa la única y «verdadera solución del antagonismo entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el hombre»[46] que se ofrece a la humanidad para abrirle las puertas del futuro.

Ante la urgencia del cambio climático, la urgencia de la revolución comunista

El comunismo está a la orden del día desde que el modo de producción capitalista entró en su periodo de decadencia a principios del siglo XX, cuando las relaciones de producción burguesas, que se habían vuelto demasiado estrechas, chocaron definitivamente con el desarrollo de fuerzas productivas que ya no podían contener.

A diferencia de las clases revolucionarias del pasado, todas las cuales crearon nuevos sistemas de explotación y pudieron desarrollar sus nuevas relaciones de producción en el seno de las viejas relaciones de producción, que habían quedado obsoletas, antes de aniquilarlas definitivamente, el proletariado, primera clase de la historia a la vez explotada y revolucionaria, sin ningún apoyo material en el seno de las relaciones de producción capitalistas, debe romper primero el poder político de la clase dominante para establecerse como clase dominante. Con sólo su conciencia y su capacidad organizativa como armas de combate, sólo una vez lograda la destrucción del Estado burgués -de todos los Estados- y asegurada la toma del poder revolucionario a escala mundial, podrá avanzar en su proyecto de nueva sociedad, inaugurar la transformación comunista de la sociedad.

En la actual situación histórica de descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo, y frente a la espiral de destrucción que está poniendo en marcha y que amenaza el futuro de la civilización, e incluso la supervivencia de la humanidad, el tiempo ya no está de su parte, pero sólo ella, como clase revolucionaria de nuestro tiempo, tiene la llave para salir de esta situación de pesadilla. Conserva todo su potencial para llevar a buen puerto su proyecto histórico. La única alternativa válida para quienes buscan una salida a las calamidades capitalistas es, sin dejarse llevar por el pánico ante la situación inmediata, trabajar con determinación para crear las condiciones necesarias para el surgimiento del comunismo, para acelerar el proceso que conduzca a este acto de liberación mundial, uniéndose a la lucha de la clase oprimida en su esfuerzo por desarrollar la conciencia de su acción y su movimiento hacia el cumplimiento de su misión histórica.

Scott

 

 

[1] Andreas Malm, L'anthropocène contre l'histoire, Editions La Fabrique, 2017, p.137

[2] Andreas Malm, Avis de Tempête, Nature et culture dans un monde qui se réchauffe, Editions La Fabrique, 2023, p.155 (Edición en inglés: Andreas Malm, The Progress of This Storm, Verso, 2017.

[3] «El capital aborrece la ausencia de beneficio o el beneficio mínimo, como antes se decía que la naturaleza aborrece el vacío. Que el beneficio sea adecuado, y el capital se vuelve valiente: un 10% asegurado, y puede emplearse en cualquier parte; con un 20% se calienta; con un 50%, es locamente temerario; al 100% pisotea todas las leyes humanas; 300%, y no hay crimen que no se atreva a cometer, aun a riesgo de la horca. »Th. J. Dunning, citado por Marx en el Libro I de El Capital Ediciones Sociales, 1950, tomo 3, p.202)

[4] Andreas Malm, Avis de Tempête, Nature et culture dans un monde qui se réchauffe, Editions La Fabrique, 2023, p.164-65

[5] Andreas Malm, L'anthropocène contre l'histoire, Editions La Fabrique, 2017, p.190-91

 

[6] Sha Zukang, «Foreword”, en Promoting Development and Saving the Planet, p. VII citado por C. Bonneuil, J.B. Fressoz, L'événement Anthropocène - La Terre, l'histoire et nous, Seuil, 2013, p.252; Este enfoque fue defendido por el ministro chino de Asuntos Exteriores, Wang Yi, en la Cumbre de Acción por el Clima de 2019 y por el primer ministro chino, Li Kequiang, en la Comisión Mundial sobre Adaptación de 2019.

[7] Marx, New York Daily Tribune, 1853.

[8] Marx, Trabajo asalariado y capital, 1847, Editions sociales, 1969, p.29.

[9] «(En español: ‘hasta aquí y no más allá’) es un movimiento social alemán de desobediencia civil destinado a alertar sobre las acciones que promueven el cambio climático, en particular la minería del carbón.» (Wikipedia)

[10] Andreas Malm, L'anthropocène contre l'histoire, Editions La Fabrique, 2017, p.210

 

[11] Véanse los puntos del «programa de transición verde» de Malm, en la primera parte de nuestro artículo, párrafo: «Un método y un enfoque burgueses hasta la médula.”

[12] Andreas Malm, L'anthropocène contre l'histoire, Editions La Fabrique, 2017, p.206

[13] Marx-Engels, Manifiesto del Partido Comunista, 1847, Ed. Le Livre de Poche, 1973, pp.9-10

[14] Rosa Luxemburgo, La acumulación del capital, III: Las condiciones históricas de la acumulación, 26: La reproducción del capital y su entorno.

[15] El Manifiesto Comunista, 1847, I) Burgueses y Proletarios.

[16] R. Luxembourg, Introduction à l'économie politique,1907, https://www.marxists.org/francais/luxembur/intro_ecopo/intro_ecopo_51.htm

[17] C. Bonneuil, J.B. Fressoz, L'événement Anthropocène - La Terre, l'histoire et nous, Seuil, 2013, p.260.

[18] Idem, p. 267.

[19] Karl Marx, El Capital - Libro Primero - El desarrollo de la producción capitalista, Cuarta Sección: La producción de plusvalía relativa, Capítulo XV: El maquinismo y la gran industria.

[20] J.B. Fressoz, F. Graber, F. Locher, G. Quenet, Introduction à l'histoire environnementale, Ed. La Découverte, 2014, p.92-93.

[21] Ídem, p. 96-97.

[22] «Ecologie : c'est le capitalisme qui pollue la Terre [3]”, Revue internationale n°63 (4º trimestre 1990).

[23] Karl Marx, El Capital, Libro I.

[24] Karl Marx, El Capital, Libro III.

[25] Marx, Manuscritos de 1857-1858 conocidos como los «Grundrisse”, Éditions sociales, París, 2011, p.371.

[26] B. Fressoz, F. Graber, F. Locher, G. Quenet, Introduction à l'histoire environnementale, Ed. La Découverte, 2014, p.61

[27] Ídem, p. 56-57.

[28] Anton Pannekoek, Zeitungskorrespondenz Nr.75, 10 de julio de 1909.

[29] Marx, Engels, Programas socialistas, crítica de los proyectos de Gotha y Erfurt.

[30] Andreas Malm, L'anthropocène contre l'histoire, Editions La Fabrique, 2017, p.190-91.

[31] Elucidaciones similares se pueden encontrar en la obra de otro «pensador brillante» de la «ecología crítica”, Fabian Scheidler, que también es ampliamente elogiado: «No se diseña una nueva sociedad en un tablero de dibujo de la misma manera que se diseña un nuevo recinto interior, una máquina o una fábrica. Las nuevas formas de organización social son el resultado de conflictos persistentes y procesos de convergencia entre distintos grupos. Lo que surge al final nunca puede ser, en principio, el resultado de un único plan, sino la consecuencia de muchos planes, contradictorios o convergentes. (...) Los grandes cambios de sistema no son el resultado de una transición lenta y gradual de un modo de organización a otro, ni de una ruptura deliberada con el pasado según el modelo de la Revolución de Octubre en Rusia. (...) Lo que no hay efectivamente es un plan maestro para construir un nuevo sistema que sustituya al anterior. No sólo no existe tal plan, sino que no quedan muchas personas que piensen que debería haberlo». (F. Scheidler, La Fin de la mégamachine. Sur les traces d'une civilisation en voie d'effondrement, capítulo 11 Possibilités, sortir de la mégamachine, Ed. Seuil, 2020, P.445-50).

[32] Marx-Engels, Manifiesto del Partido Comunista, 1847, Ed. Le Livre de Poche, 1973, p.19 ; «Los campesinos, aunque son explotados de muchas maneras y pueden librar luchas a veces muy violentas para limitar su explotación, nunca pueden fijarse como objetivo de estas luchas la abolición de la propiedad privada, puesto que ellos mismos son pequeños propietarios o, viviendo junto a ellos, aspiran a llegar a serlo. E incluso cuando los campesinos crean estructuras colectivas para aumentar sus ingresos mejorando su productividad o la comercialización de sus productos, es generalmente en forma de cooperativas, que no cuestionan ni la propiedad privada ni el intercambio mercantil. En resumen, las clases y capas sociales que aparecen como vestigios del pasado (campesinos, artesanos, profesiones liberales, etc.), que sólo existen porque el capitalismo, aunque domine totalmente la economía mundial, es incapaz de transformar a todos los productores en asalariados, no pueden ser portadoras de un proyecto revolucionario. Al contrario, la única perspectiva con la que pueden soñar es la del retorno a una mítica «edad de oro» del pasado: la dinámica de sus luchas específicas sólo puede ser reaccionaria». (Revista Internacional n°73, “¿Quién puede cambiar el mundo? El proletariado es la clase revolucionaria”

[33] Marx-Engels, Manifiesto del Partido Comunista, 1847, Ed. Le Livre de Poche, 1973, p.6

[34] Marx, La ideología alemana (1846).

[35] Marx-Engels, La ideología alemana, Éd. Sociales, París, 1968, p. 64

[36] Marx-Engels, La ideología alemana, Éd. Sociales, París, 1968, p. 103-104.

[37] August Bebel, «Die Frau und der Sozialismus”, Kapitel 22, Sozialismus und Landwirtschaft, 1. Aufhebung des Privateigentums an Grund und Boden, (traducción nuestra).

[38] «Cuando la sociedad haya alcanzado un grado superior de organización económica, el derecho de propiedad de unos cuantos individuos sobre las tierras que componen el globo parecerá tan absurdo como loco parece el derecho de propiedad de un hombre sobre otro. Ninguna sociedad, ninguna nación, ni siquiera todas las naciones son propietarias de la tierra: son simplemente sus poseedores, sus usufructuarios, obligados como ‘boni patres familias’ (como buenos padres) a transmitirla en forma mejorada a las generaciones futuras”. Karl Marx, El Capital - Libro III, El proceso general de la producción capitalista, §6: La transformación de una parte de la ganancia en renta de la tierra, Capítulo XLVI: La renta de la tierra edificada. Rentas mineras. El precio de la tierra.

[39] Karl Marx, El Capital - Libro III, El proceso general de la producción capitalista, §6: La transformación de una parte de la ganancia en renta de la tierra, Capítulo XXXVII: Introducción.

[40] F. Engels, Anti-Dühring, Editions sociales, París, 1977, p. 319, traducción de Émile Bottigelli.

[41] Karl Marx, El Capital - Libro III, El proceso general de la producción capitalista, §7: La renta y su fuente, Capítulo XLVIII: La fórmula tripartita.

[42] Karl Marx, El Capital - Libro I, El desarrollo de la producción capitalista, Sección IV: La producción de plusvalía relativa, Capítulo XV: El maquinismo y la gran industria -§X. - La gran industria y la agricultura (en Ed. La Pléiade, Œuvres : Economie-I, p.998)

[43] «Desde los enormes progresos realizados en las ciencias naturales durante este siglo, estamos cada vez más en condiciones de conocer las consecuencias naturales lejanas, al menos de nuestras acciones más corrientes en el campo de la producción, y, en consecuencia, de aprender a controlarlas. Pero cuanto más ocurra esto, tanto más los hombres no sólo sentirán, sino que volverán a saber que son uno con la naturaleza.» (Engels, La dialéctica de la naturaleza, Éditions Sociales, París, 1977, pp. 180-181, traducción de Émile Bottigelli).

[44] K. Marx, El Capital - Libro III, El proceso general de la producción capitalista, § 6: La transformación de una parte de la ganancia en renta de la tierra, Capítulo XLVII: La génesis de la renta capitalista de la tierra, 5: La aparcería y la propiedad parcelaria.

[45] O à la Scheidler.

[46] Karl Marx, Manuscritos de 1844.

 

Cuestiones teóricas: 

Rubric: 

Capitalismo es destrucción ecológica.