Enviado por CCI el
Para comenzar esta presentación, primero nos gustaría volver a las causas de esta guerra, que ya hemos desarrollado en nuestras reuniones públicas anteriores y en nuestra prensa:
– Estados Unidos quiere mantener y relanzar su papel como primera potencia mundial;
– por eso empujaron a Rusia a invadir a Ucrania diciendo que no intervendrían en el caso de invasión;
– después de la invasión, lanzaron una campaña en apoyo de Ucrania obligando a los países europeos a alinearse detrás;
– el objetivo inmediato es debilitar considerablemente a Rusia, tanto en el plano militar como económico, y para ello cuentan con una larga guerra que agotará a Rusia en estos dos planos;
– de esta manera se debilita también China al debilitar su aliado más importante, y lanza una advertencia a China sobre lo que puede esperar en caso de invasión a Taiwán (Estados Unidos ha declarado que defenderá la independencia de Taiwán);
– Finalmente, obligó a los países europeos a alinearse detrás de EEUU, lo que no es exactamente la ambición de estos países (en particular Francia y Alemania).
Hoy, después de seis meses de guerra, parece que nada de esto ha sido puesto en duda: la guerra continúa, y es muy probable que continúe durante muchos meses, sino años. De hecho, Rusia no puede ponerle fin sin firmar su sentencia de muerte como actor importante en la escena internacional. E incluso si lograra tomar el control total del Donbass, tendría que mantener una fuerte presencia militar allí para enfrentar la guerra “partisana” que Ucrania, con la ayuda de Estados Unidos, libraría contra ella. Estados Unidos, por su parte, tiene interés en que la guerra continúe para llegar lo más lejos posible en su objetivo de desangrar a Rusia. Tanto en el lado ruso como en el lado norteamericano, el costo, los daños materiales, las muertes y la devastación no importan: la guerra debe continuar hasta el final.
La reciente cumbre de la OTAN (que anunció la voluntad de intervenir en todo el mundo), la provocación a China mediante el viaje de Nancy Pelosi a Taiwán, el asesinato del líder de Al Qaeda, Ayman al-Zawahiri, en Kabul, el viaje de Biden a Arabia Saudita; todo esto confirma el deseo de Estados Unidos de erigirse como única potencia mundial, cueste lo que cueste.
Por lo tanto, esta guerra confirma plenamente el marco de análisis que el movimiento obrero desarrolló sobre la guerra en la decadencia, y que la CCI en continuidad ha desarrollado sobre la guerra en la última fase de la decadencia, la fase de descomposición:
– ya no hay racionalidad económica en la guerra, por el contrario. En la época del ascenso del capitalismo, si pudieron haber guerras sin un objetivo económico dominante (es decir, con objetivos esencialmente políticos), la mayoría de ellas estaban dirigidas a ampliar el control de la riqueza y los mercados. En la decadencia, la guerra misma cada vez más se convierte en una aberración económica.
Porque más allá de los terribles efectos directos de las operaciones militares, esta guerra tiene importantes repercusiones en la economía mundial: aceleración de la recesión, aumento de la inflación, y crecientes dificultades para mantener la globalización que había permitido un cierto nivel de crecimiento económico. Tiene consecuencias en el plano social, con hambrunas que provoca por la falta de cereales en el mercado, con la ola de refugiados que huyen directamente de la guerra o sus consecuencias económicas, consecuencias ambientales, con la destrucción ecológica en Ucrania (sin mencionar el peligro de accidentes nucleares con el bombardeo de áreas que contienen centrales nucleares). Finalmente, porque esta guerra implica una carrera para aumentar gasto militar (Alemania añade 100 mil millones a su presupuesto militar, Francia, Italia y Japón aumentan sus presupuestos), y por lo tanto un desarrollo de la economía de guerra, es decir, la tendencia a someter la economía a las exigencias de la guerra.
– La guerra en la decadencia y en la descomposición está, por tanto, marcada por una irracionalidad total: ninguna parte participante en la guerra ni ninguna potencia involucrada obtendrá beneficio alguno sino lo contrario. Sólo quedará de Ucrania un páramo inhóspito y los enormes gastos incurridos serán irrecuperables. Incluso si hubiera mercados a recuperar, gas de esquisto que vender, ¿cuántos años, décadas, incluso siglos, se necesitarían para que los beneficios compensen los gastos incurridos en la guerra? La ayuda occidental a Ucrania se calcula hoy en más de 75 mil millones dólares, ¡y aún no ha terminado!
– Finalmente, la característica fundamental de las relaciones imperialistas en la fase de descomposición se verifica también aquí: el desarrollo de cada uno para sí. Más allá del éxito inmediato obtenido por Estados Unidos, su voluntad de seguir siendo el único líder del mundo es y será impugnada no sólo por China y Rusia, sino también por sus actuales “aliados” que no quieren renunciar a defender sus propios intereses imperialistas. Turquía lo hace ya abiertamente, pero el aumento del gasto militar de Alemania, Francia, y de Japón, es una señal clara de que estos países no renuncian a sus propias ambiciones, lo que significa una exacerbación de las tensiones imperialistas. Hoy la alineación de las grandes potencias europeas detrás de Estados Unidos es una alianza forzada y coyuntural, que no quita para nada la voluntad de cada uno de estos países para ocupar su lugar en el escenario imperialista.
Esta guerra se inscribe en una serie de fenómenos: tensiones bélicas en todo el mundo, pandemia, cambio climático, incendios incontrolables y fuerte amenaza nuclear contenida en esta guerra... estos fenómenos no son aislados ni coyunturales, expresan el hecho de que el capitalismo se encuentra en un período específico de su decadencia, una etapa suplementaria marcada por la descomposición general de la sociedad que lleva consigo la amenaza de la aniquilación de la humanidad. El único futuro que el capitalismo promete a la humanidad es uno de caos, miseria, hambruna y desesperación. Y, en definitiva, la extinción.
Esto es lo que está en juego en la actual situación histórica, y los revolucionarios tienen el deber de hacérselo entender al proletariado. Intentamos hacerlo con nuestra prensa web e impresa en papel, con un folleto internacional distribuido en todos los países donde fue posible, con reuniones públicas físicas y en línea y con el llamamiento al medio político proletario que dio origen a la Declaración Conjunta de tres grupos de la comunidad internacionalista, disponible en nuestra prensa.
Las respuesta de la clase obrera
Pero sería ilusorio pensar que el proletariado puede hoy escuchar plenamente nuestros llamados y responder a la guerra en su propio terreno de clase (lo que implicaría desarrollar la revolución).
En primer lugar, porque la guerra no es un terreno propicio para la clase obrera. Esto lo vemos con el proletariado ucraniano, que sufre las peores consecuencias de la guerra, porque sufrió una gran derrota política, al ser arrastrado detrás de la burguesía en la “defensa de la patria”. También es una clara confirmación de que el proletariado de los países periféricos no está mejor equipado para resistir el peso de la ideología nacionalista, democrática y guerrera de la burguesía.
Igualmente el proletariado ruso tampoco se ha opuesto a la guerra: incluso si no se ha alineado completamente detrás de su propia burguesía, no tiene suficiente fuerza para demostrar activamente su hostilidad hacia la guerra.
Finalmente, si bien el proletariado de los países occidentales es el que tiene mayor potencial para oponerse a la guerra, también ha tenido un momento de parálisis, además del impacto de la pandemia, que interrumpió la tendencia a revivir la combatividad demostrada por la lucha contra reforma de las pensiones en Francia y huelgas en distintos países (Estados Unidos, Italia, Irán, España).
Incluso hoy, la situación muestra que el principal aliado de la clase obrera en su lucha histórica es la crisis. Y la guerra en Ucrania, que siguió a la pandemia de Covid, está produciendo efectos devastadores a este nivel: inflación, una economía orientada a la guerra que requiere aumentos de productividad, una deuda cada vez mayor, etc. La burguesía no tendrá más remedio que atacar a la clase obrera y ya se está preparando para ello. La clase obrera de estos países, que ya se encuentra bajo una enorme presión para pagar la factura de la pandemia, y que ya se ve afectada directamente por la inflación, sufrirá nuevos ataques masivos.
Pero el proletariado de los países occidentales no está derrotado, no está dispuesto a aceptar los sacrificios que le impone la crisis económica del capital (y obviamente menos los sacrificios que implicaría una guerra que involucrara directamente a estos países). Lo había demostrado antes de la pandemia, lo había demostrado a finales de 2021, está empezando a mostrarlo nuevamente a través de una serie de huelgas y manifestaciones que se están desarrollando en varios países. algunas de ellas de una magnitud sin precedentes desde hace varios años, y que demuestran que la ira acumulada está empezando a transformarse en voluntad de luchar.
Estas huelgas y manifestaciones se han desarrollado en varios países: en Estados Unidos, en España, el pasado otoño e invierno, en Francia, en Alemania, en Bélgica este verano, y en otros se esperan: Francia, Italia. Un otoño cálido se avecina por todas partes.
Pero es ante todo la clase obrera en Gran Bretaña la que nos dice que está empezando a reaccionar con determinación ante las consecuencias de la crisis. Este movimiento masivo llamado “El verano de la ira”, en referencia al “Invierno de la ira” de 1979, afecta a diario a los trabajadores de sectores cada vez más numerosos: los trenes, luego el metro de Londres, British Telecom, el Correo, los estibadores de Felixstowe (un puerto vital en Gran Bretaña), basureros y conductores de autobuses en diferentes partes del país, Amazon, etc. Hoy trabajadores del transporte, mañana trabajadores de la salud-sanitarios y docentes.
Todos los periodistas y comentaristas señalan que esta es la mayor movilización de la clase obrera en este país en décadas; Tenemos que remontarnos a las grandes huelgas de 1979 para encontrar un movimiento más importante y masivo. Una movilización de esta magnitud en un país tan importante como el Reino Unido no es un acontecimiento “local”, como decíamos en nuestro folleto publicado a finales de agosto, es un acontecimiento de alcance internacional, un mensaje a los explotados de todos los países.
Estas huelgas son una respuesta a décadas de ataques y de apatía por parte de la clase obrera británica, que pagó no sólo con la consternación que azotó a la clase obrera en todo el mundo con el colapso del bloque del Este y las campañas en curso sobre la “muerte del comunismo” que le siguió, sino también con la dura derrota de los mineros a mediados de los años 1980. Las luchas actuales son en particular una respuesta a la pérdida de poder adquisitivo provocada por la inflación y el estancamiento salarial. Y son esenciales no sólo para defendernos de los ataques sino también para redescubrir nuestra identidad de clase a escala mundial, para prepararnos para el derrocamiento de este sistema sinónimo de miseria y desastres de todo tipo.
En todo el mundo, la clase obrera está experimentando una situación en la que la inflación erosiona su poder adquisitivo, donde sufre inundaciones y sequías causadas por el cambio climático, precariedad laboral, etc. Hoy, a los proletarios de los países occidentales se les pide por parte de sus gobiernos, nuevos sacrificios para enfrentar la inflación y la crisis energética causada por la guerra en Ucrania, mientras que aumentan el gasto militar para sus ambiciones imperialistas. Las huelgas proletarias en el Reino Unido también llevan los gérmenes de la lucha contra esto; aunque los trabajadores no siempre sean plenamente conscientes de ello: el rechazo a sacrificarse cada vez más por los intereses de la clase dominante, el rechazo a hacer sacrificios por la economía nacional y para el esfuerzo bélico, el rechazo a aceptar la lógica de este sistema que lleva a la humanidad a la catástrofe y, en última instancia, a su destrucción.
Si las luchas actuales en el Reino Unido anuncian esta combatividad renovada y todo el potencial que contiene, no debemos olvidar todos los obstáculos y trampas que enfrenta la clase y que la burguesía pone para impedir el desarrollo de este potencial.
En el plano ideológico, con:
– la matraca ideológica nacionalista para apoyar a un campo contra otro, bajo la bandera de “defensa de la democracia” contra “autocracias”;
– la ideología pacifista frente a la destrucción y la muerte;
Al nivel de las luchas mismas:
– el peligro de las luchas interclasistas (las crisis que afecta también a las capas pequeñoburguesas);
– la acción de sabotaje de los partidos de izquierda y especialmente de los sindicatos. La gran mayoría de las huelgas actuales han sido convocadas por sindicatos, que se presentan así como indispensables para organizar la lucha y defender a los explotados. Los sindicatos son indispensables, sí, pero para defender el orden burgués y organizar la derrota de la clase obrera. Sabemos que los sindicatos se movilizan para impedir que la clase luche de forma autónoma, siendo su tarea precisamente controlar y sabotear la combatividad de los trabajadores. Al tomar la iniciativa, estos servidores del Estado burgués quieren evitar ser abrumados por la ira de los trabajadores.
Hoy debemos evitar el peligro de dejarnos llevar y caer en el activismo. Debemos tener claro que la clase obrera no tiene la capacidad inmediata de poner fin a la guerra. Es un proceso lento y sinuoso que implicará enfrentar el sabotaje sindical, con la imposibilidad para la burguesía de hacer concesiones significativas sobre las condiciones de vida de los proletarios, y también la represión del Estado burgués. Es a través de este proceso que el proletariado podrá progresar en su conciencia. Y, cada vez más, ante las diversas manifestaciones del fracaso del sistema (y por tanto también ante la cuestión de guerra), el proletariado se verá obligado a reflexionar sobre la necesidad de un enfrentamiento frontal con el capitalismo.
Los revolucionarios tienen un papel esencial que desempeñar en este proceso, denunciando la guerra, enfatizando la responsabilidad central del capitalismo en la situación y sus consecuencias, señalando la necesidad para la clase obrera de oponerse a los sacrificios impuestos por la clase dirigente.
Lo que el movimiento obrero declaró en 1907 en el Congreso de la Segunda Internacional en Stuttgart sigue siendo plenamente válido hoy: “los revolucionarios tienen el deber de utilizar con todas sus fuerzas la crisis económica y política creada por la guerra para levantar a las clases populares más vulnerables. Las más profundas y acelerar la caída del régimen capitalista”, el internacionalismo proletario es un principio que debe defenderse sin concesiones: “Ningún apoyo a uno u otro campo, los proletarios no tienen patria”.
Esta consigna debe impregnar nuestra intervención desde ahora, sin hacernos ilusiones sobre su impacto inmediato dentro de un proletariado profundamente desorientado, pero sin la más mínima duda sobre el hecho de que la alternativa hoy sigue siendo “socialismo o la destrucción de la ‘humanidad” y que no hay otra fuerza que la clase obrera capaz de detener la caída del capitalismo en el caos y la barbarie.
CCI, septiembre 2022