Frente a la barbarie del Estado burgués, la violencia ciega es un callejón sin salida

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La trágica muerte del joven Nahel en el barrio parisino de Nanterre, asesinado por un policía, desató una tormenta de protestas. Inmediatamente estallaron disturbios en pueblos y ciudades de toda Francia contra este repugnante crimen.

El terror del Estado burgués y su policía

Como puede verse en el vídeo que circuló inmediatamente por las redes sociales, Nahel recibió un disparo a sangre fría a quemarropa por un simple negarse obedecer a la policía. Este asesinato se suma a una larga lista de personas asesinadas y heridas por la policía, en su mayoría impunemente.

La proliferación de controles aleatorios, la discriminación descarada y el acoso sistemático a los jóvenes cuyo color de piel es un poco demasiado "oscuro" son legión. Toda una parte de la población, a menudo pobre y a veces marginada, ya no tolera el racismo constante del que es víctima, el comportamiento arrogante y humillante de muchos policías, ni los discursos de odio que escucha mañana y noche en la televisión y en Internet. El despreciable comunicado de prensa del sindicato Alliance, que se declara "en guerra" contra las "pestes" y las "hordas salvajes", ilustra esta insoportable realidad.

Pero el repulsivo trasfondo xenófobo de muchos policías también permite a todos los defensores de la "democracia" y el "Estado de derecho" enmascarar de forma barata el terror y la violencia cada vez más evidentes que el Estado burgués y su policía ejercen sobre la sociedad. El asesinato de Nahel atestigua el poder creciente de la violencia de Estado, una voluntad apenas velada de aterrorizar y reprimir ante la inexorable crisis del capitalismo, de frente a las inevitables reacciones de la clase obrera y los riesgos de explosión social (disturbios, saqueos, etc.) que seguirán multiplicándose en el futuro.

Si esta violencia se encarna de forma ordinaria en el sometimiento de los explotados en sus lugares de trabajo, en la humillación constante y en la violencia social infligida a los desempleados y a todas las víctimas del capitalismo, también se expresa en el comportamiento cada vez más violento de una parte importante de la policía, de la justicia y de todo el arsenal represivo del Estado, ya sea a diario en los "barrios" o contra los movimientos sociales.

Desde la ley de 2017, que flexibilizó las condiciones en las que la policía podía disparar, el número de asesinatos se ha quintuplicado. Desde que esta ley fue adoptada por un gobierno de izquierdas, el de Hollande, ¡la policía se ha vuelto de gatillo fácil! Al mismo tiempo, la represión de los movimientos sociales no ha dejado de aumentar en los últimos años, como lo demuestra el movimiento de los chalecos amarillos, con multitud de personas apuñaladas, mutiladas o heridas. Más recientemente, la lucha contra la reforma de las pensiones conoció un terrible arrebato policial simbolizado por las numerosas agresiones del BRAV-M. Los opositores a las mega- piscinas de Sainte-Soline y los inmigrantes ilegales expulsados de Mayotte también han sido objeto de una represión ultraviolenta. La ONU llegó a condenar "la falta de moderación en el uso de la fuerza", pero también la "retórica criminalizadora" del Estado francés. Y con razón. Francia dispone de uno de los arsenales policiales más amplios y peligrosos de Europa. El uso creciente de granadas propulsadas por cohetes, granadas lacrimógenas, tanquetas antidisturbios, etc., tiende a transformar los movimientos sociales en auténticos escenarios de guerra, contra personas a las que las autoridades ya no dudan en calificar descaradamente de "delincuentes" o "terroristas".

Los recientes disturbios fueron una vez más una oportunidad para que la burguesía ejerciera una feroz represión, enviando 45.000 agentes de policía, unidades de élite BRI y RAID, coches blindados de la gendarmería, drones de vigilancia, tanques antidisturbios, cañones de agua, helicópteros... En 2005, los disturbios en los suburbios duraron tres semanas porque la burguesía intentó calmar los ánimos evitando otra muerte. Hoy, la burguesía debe imponerse inmediatamente por la fuerza y evitar que la situación se le vaya de las manos. Enfrentada a disturbios mucho más violentos y extendidos que en 2005, está golpeando con una fuerza diez veces mayor.

Cuanto más se deteriora la situación, más se ve obligado el Estado, en Francia como en todas partes del mundo, a reaccionar con la fuerza y una profusión de medios represivos. Pero el recurso a la violencia física y jurídica1 acentúa paradójicamente el desorden y la barbarie que la burguesía intenta contener. Al soltar durante años a sus perros rabiosos contra los sectores más desfavorecidos de la población y al multiplicar la retórica de odio y racismo en las altas esferas del gobierno y en los medios de comunicación, la burguesía ha creado las condiciones para una enorme explosión de ira y violencia ciega. En el futuro, es seguro que la brutal represión de los disturbios que han sacudido Francia en los últimos días también conducirá a más violencia y más caos. El gobierno de Macron no ha hecho más que tapar un fuego que seguirá ardiendo.

Una revuelta sin perspectiva

El asesinato de Nahel fue la gota que colmó el vaso. Una enorme ola de ira estalló simultáneamente en toda Francia y en países tan lejanos como Bélgica y Suiza. Por todas partes estallaron violentos enfrentamientos con la policía, especialmente en los grandes centros urbanos de París, Lyon y Marsella. Por todas partes, edificios públicos, tiendas, mobiliario urbano, autobuses, tranvías y muchos vehículos fueron destruidos por alborotadores incontrolables, algunos de tan sólo 13 o 14 años. Los incendios arrasaron centros comerciales, ayuntamientos y comisarías, así como escuelas, gimnasios y bibliotecas. Rápidamente aumentaron los saqueos en tiendas y supermercados, unas veces de ropa, otras de comida.

Estos disturbios expresan un auténtico odio hacia el comportamiento de los policías, su violencia constante, sus humillaciones, la sensación que crea su conducta odiosa de injusticia y su impunidad. Pero ¿cómo explicar la magnitud de la violencia y la extensión del caos, cuando el gobierno, en un primer momento, exageró la indignación tras el asesinato de Nahel y prometió penas ejemplares?

La trágica muerte de un adolescente fue el detonante de estos disturbios, una chispa, pero fue la profundización de la crisis del capitalismo y todas sus consecuencias para las poblaciones más precarias y rechazadas la verdadera causa y el combustible de la revuelta, la fuente de un profundo malestar que acabó estallando. Contrariamente a las declaraciones propias de tertulianos de Macron y su camarilla, que culpan a los "videojuegos que han intoxicado" a los jóvenes, o a los padres que deberían dar a sus hijos "dos bofetadas en la cara", los jóvenes de los suburbios, víctimas ya de una discriminación crónica, se han visto duramente golpeados por la crisis, por una marginación creciente, por un empobrecimiento extremo, ahogados en una picaresca de ganarse la vida con pequeños tráficos de todo tipo. En resumen, están sumidos en una situación de abandono y falta de perspectivas.

Pero lejos de ser el resultado de una violencia organizada e intencionada, los disturbios fueron una explosión de la rabia ciega de jóvenes sin brújula, actuando por desesperación y sin perspectiva. Los primeros disturbios suburbanos aparecieron en Francia en torno al inicio de la fase de descomposición del capitalismo2: desde los disturbios de 1979 en Vaux-en-velin, cerca de Lyon, hasta los actuales. Como hemos señalado en el pasado, lo que todos los motines tienen en común es que son una "expresión de la desesperación y del no-futuro que engendra, manifestada en su más absoluto absurdo". Tal fue el caso de los disturbios en los suburbios franceses en noviembre de 2005 [...]. El hecho de que fueran sus propias familias, vecinos o amigos cercanos las principales víctimas de las depredaciones revela la naturaleza totalmente ciega, desesperada y suicida de este tipo de disturbios. De hecho, fueron los coches de los trabajadores que vivían en esos barrios los que fueron incendiados, escuelas o gimnasios utilizados por sus hermanos, hermanas o hijos de vecinos los que fueron destruidos. Y fue precisamente por lo absurdo de estos disturbios por lo que la burguesía pudo utilizarlos y volverlos contra la clase obrera"3.

A diferencia de 2005, cuando los disturbios se limitaron relativamente a los suburbios, como Clichy-sous-bois, los disturbios de principios del verano de 2023 afectan ahora a los centros urbanos, a los cascos urbanos antes protegidos e incluso a pequeñas ciudades de provincias que antes se libraban, como Amboise, Pithivier y Bourges, que han sido objeto de actos vandálicos. La exacerbación de las tensiones y la profunda desesperación de los implicados no han hecho sino aumentar y amplificar este fenómeno.

Los disturbios, un peligro para el proletariado

Contrariamente a todo lo que puedan pretender los partidos a la izquierda del capital, encabezados por los trotskistas del NPA y los anarquistas, los motines no son un terreno favorable para la lucha de clases, ni una expresión de esta, sino todo lo contrario, un verdadero peligro. La burguesía puede explotar tanto más fácilmente la imagen de caos que transmiten los disturbios cuanto que siempre hacen de los proletarios las víctimas colaterales:

- por los daños y destrozos causados, que afectan a los propios jóvenes y a sus vecinos;

- por la estigmatización de las gentes de los suburbios como "salvajes" responsables de todos los males de la sociedad;

- por la represión que encuentra aquí un motivo de oro para reforzarse contra todos los movimientos sociales, y por tanto particularmente contra las luchas obreras.

Por tanto, los disturbios permitieron a la burguesía desencadenar toda una gama de propaganda para alienar aún más a la clase obrera de los jóvenes suburbiales en revuelta. Como en 2005, "la excesiva cobertura mediática permitió a la clase dominante animar al mayor número posible de obreros a ver a los jóvenes alborotadores no como víctimas del capitalismo en crisis, sino como 'matones’. Sólo podían socavar cualquier reacción de solidaridad de la clase obrera hacia estos jóvenes". (ver nota 3)

Es fácil para la burguesía y los medios de comunicación explotar los acontecimientos confundiendo los disturbios con la lucha obrera; poner en el mismo saco, la lucha de clases consciente y organizada de la clase obrera con la violencia indiscriminada y gratuita y los enfrentamientos estériles con la policía. Criminalizando la segunda, puede desatar más violencia (y justificarla) contra la primera. No es casualidad que, durante el movimiento contra la reforma de las pensiones, las imágenes reproducidas una y otra vez en los canales de televisión de todo el mundo fueran escenas de enfrentamientos con la policía, violencia e incendios de contenedores de basura. Se trataba de trazar un lazo de unión entre estas dos expresiones de la lucha social, de naturaleza radicalmente diferente, en un intento de dar una imagen de continuidad y de peligroso desorden4. El objetivo era borrar e impedir que los trabajadores aprendieran las lecciones de sus propias luchas y sabotear el proceso de reflexión sobre la cuestión de la identidad de clase. Los disturbios de Francia fueron la ocasión perfecta para reforzar esta amalgama peligrosa.

La clase obrera tiene sus propios métodos de lucha que se oponen radicalmente a los motines y a las simples revueltas urbanas. La lucha de clases no tiene nada que ver con la destrucción y la violencia indiscriminadas, los incendios provocados, las venganzas y los saqueos que no ofrecen perspectivas ni un mañana.

Aunque se coordinen a través de las redes sociales, sus disturbios son inmediatos y puramente individuales, sin otro objetivo que la venganza y la destrucción. La lucha de la clase obrera es la antítesis de estas prácticas. Por el contrario, es una clase cuyas luchas inmediatas se inscriben en una tradición, en un proyecto consciente y organizado de derrocamiento de la sociedad capitalista a escala mundial. En este sentido, la clase obrera debe cuidarse de no dejarse arrastrar al terreno podrido de los disturbios, en la pendiente de la violencia ciega y gratuita, y menos aún a enfrentamientos estériles con las fuerzas del orden, que sólo sirven para justificar la represión.

A diferencia de los motines, que refuerzan el brazo armado del Estado, las luchas obreras, cuando están unidas y son ascendentes, permiten hacer retroceder la represión. En mayo de 1968, por ejemplo, frente a la represión estudiantil, los movimientos masivos y la unidad de los trabajadores permitieron limitar y hacer retroceder la violencia de la policía. Del mismo modo, cuando en 1980 los trabajadores polacos se movilizaron por todo el país en menos de 48 horas, su unidad y su autoorganización les protegieron de la brutalidad extrema del Estado "socialista". Sólo cuando volvieron a poner su lucha en manos del sindicato Solidarnosc, cuando éste tomó el control de la lucha, cuando los trabajadores se vieron así divididos y privados de la dirección de la lucha, la represión golpeó salvajemente.

La clase obrera debe permanecer cautelosa y sorda al peligro que representa la violencia indiscriminada, para oponerse a su propia violencia de clase, la única que puede conducir al futuro.

WH, 3 de julio de 2023

1 Tras la represión policial, los miles de jóvenes detenidos fueron condenados a penas muy severas en juicios sumarios.

2 Para comprender esta fase terminal de la barbarie capitalista ver nuestras TESIS SOBRE LA DESCOMPOSICION: La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)

3 Quelle différence entre les émeutes de la faim et les émeutes des banlieues ? », Révolution internationale n° 394 (octobre 2008)

4 Ver la denuncia de esta trampa repugnante en En Francia como en todas partes... ¡Una misma lucha! ¡Un mismo combate de clase! | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)

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Disturbios tras el asesinato de Nahuel en Francia