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“¡Basta ya!” - Reino Unido. “Ni un año más, ni un euro menos” - Francia. “La indignación viene de lejos” - España. “Por todos nosotros” - Alemania. Todas estas consignas, coreadas durante las huelgas de los últimos meses en todo el mundo, revelan hasta qué punto las luchas obreras actuales expresan el rechazo al deterioro general de nuestras condiciones de vida y de trabajo. En Dinamarca, Portugal, Países Bajos, Estados Unidos, Canadá, México, China... las mismas huelgas contra la misma explotación cada vez más insoportable. "La verdadera penuria: ¡no poder calentarse, comer, sanar, conducir!
Pero nuestras luchas son también mucho más que eso. En las manifestaciones, empezamos a leer en algunas pancartas el rechazo a la guerra en Ucrania, el rechazo a producir cada vez más armas y bombas, a tener que apretarnos el cinturón en nombre del desarrollo de esta economía de guerra: "¡Ningún dinero para la guerra, ningún dinero para las armas! ¡El dinero para los salarios, el dinero para las pensiones!" pudimos oír durante las manifestaciones en Francia. También expresan el rechazo a ver el planeta destruido en nombre de la ganancia.
Nuestras luchas son el único baluarte contra esta dinámica autodestructiva, el único baluarte contra la muerte que el capitalismo promete a toda la humanidad. Porque, dejado a su propia lógica, este sistema decadente arrastrará a partes cada vez mayores de la humanidad a la guerra y la miseria, destruirá el planeta con gases de efecto invernadero, bosques arrasados y bombas.
¡El capitalismo lleva a la humanidad al desastre!
La clase que gobierna la sociedad mundial, la burguesía, es en parte consciente de esta realidad, del futuro bárbaro que nos promete su sistema moribundo. Basta leer los estudios y trabajos de sus propios expertos para darse cuenta de ello. Según el "Informe sobre los Riesgos Mundiales" presentado en el Foro Económico Mundial de Davos de enero de 2023: "Los primeros años de esta década han anunciado un período particularmente turbulento en la historia humana. La vuelta a una 'nueva normalidad' tras la pandemia de Covid-19 se vio rápidamente afectada por el estallido de la guerra en Ucrania, inaugurando una nueva serie de crisis alimentarias y energéticas [...]. Al entrar en 2023, el mundo se enfrenta a una serie de riesgos [...]: inflación, crisis del coste de la vida, guerras comerciales [...], enfrentamientos geopolíticos y el espectro de la guerra nuclear [...], niveles insostenibles de deuda [...], declive del desarrollo humano [...], creciente presión de los impactos y ambiciones del cambio climático [...]. Todos estos elementos convergen para dar forma a una década única, incierta y problemática”.
En realidad, la próxima década no es tan “incierta” como dice el mismo Informe: “La próxima década se caracterizará por crisis medioambientales y sociales [...], la “crisis del coste de la vida” [...], la pérdida de biodiversidad y el colapso de los ecosistemas [...], la confrontación geoeconómica [...], la migración involuntaria a gran escala [...], la fragmentación de la economía mundial, las tensiones geopolíticas [...]. La guerra económica se está convirtiendo en la norma, con un creciente enfrentamiento entre las potencias mundiales [...]. El reciente aumento del gasto militar [...] podría desembocar en una carrera armamentística mundial [...], con el despliegue selectivo de armas de nueva tecnología a una escala potencialmente más destructiva de lo que se ha visto en las últimas décadas”.
Ante esta perspectiva abrumadora, la burguesía sólo puede mostrarse impotente. Ella y su sistema no son la solución, son la causa del problema. Si bien en los grandes medios de información, intenta hacernos creer que hace todo lo posible para luchar contra el calentamiento climático, que un capitalismo “verde” y “sostenible” es posible, ella sabe muy bien que está mintiendo. Porque, como señala el “Informe sobre los riesgos mundiales”: “los niveles atmosféricos de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso han alcanzado su punto máximo. Las trayectorias de las emisiones hacen muy improbable que se cumplan las ambiciones mundiales de limitar el calentamiento a 1,5°C. Los recientes acontecimientos han puesto de manifiesto una divergencia entre lo que es científicamente necesario y lo que es políticamente conveniente”.
En realidad, esta “divergencia” no se limita a la cuestión climática. Expresa la contradicción fundamental de un sistema económico basado no en la satisfacción de las necesidades humanas sino en la ganancia y la competencia, en la depredación de los recursos naturales y la explotación feroz de la clase que produce la mayor parte de la riqueza social: el proletariado, los trabajadores asalariados de todos los países.
¿Es posible otro futuro?
Así, el capitalismo y la burguesía forman uno de los dos polos de la sociedad, el que conduce a la humanidad hacia la miseria y la guerra, hacia la barbarie y la destrucción. El otro polo es el proletariado y su lucha. Desde hace un año, en los movimientos sociales que se desarrollan en Francia, el Reino Unido, España… trabajadores, pensionados, desempleados, estudiantes se mantienen unidos. Esta solidaridad activa, esta combatividad colectiva, son los testigos de lo que es la naturaleza profunda de la lucha obrera: una lucha por un mundo radicalmente distinto, un mundo sin explotación ni clases sociales, sin competencia, sin fronteras ni naciones. “Los trabajadores permanecen unidos”, gritan los huelguistas en Reino Unido. “¡O luchamos juntos, o acabaremos durmiendo en la calle!”, confirman los manifestantes en Francia. La pancarta “Por todos nosotros” bajo la que se celebró la huelga contra la pauperización en Alemania, el 27 de marzo es especialmente significativa de este sentimiento general que crece en la clase obrera: todos estamos en el mismo barco y luchamos unos por otros. Las huelgas de Alemania, Reino Unido y Francia se inspiran mutuamente. En Francia, los trabajadores se declararon explícitamente en huelga en solidaridad con sus hermanos de clase que luchan en Inglaterra: “Somos solidarios con los trabajadores ingleses, que llevan semanas en huelga por salarios más altos”. Este reflejo de solidaridad internacional es exactamente lo contrario del mundo capitalista dividido en naciones competidoras, lo que culmina en la barbarie guerrera. Recuerda el grito de guerra de nuestra clase desde 1848: “¡Los proletarios no tienen patria! Proletarios de todos los países, ¡uníos!”.
1968
Así, en todo el mundo, la atmósfera social está cambiando. Después de décadas de pasividad y de agachar la cabeza, la clase obrera empieza a reencontrar el camino de su lucha y de su dignidad. Así lo demostraron el “Verano de la Ira” y el retorno de las huelgas en el Reino Unido, casi cuarenta años después de la derrota de los mineros a manos de Thatcher en 1985.
Pero todos resentimos las dificultades y los límites actuales de nuestras luchas. Frente a la apisonadora de la crisis económica, la inflación y los ataques gubernamentales que llaman “reformas”, aún no somos capaces de establecer una relación de fuerzas a nuestro favor. A menudo aislados en huelgas separadas las unas de las otras, o frustrados por reducir nuestras manifestaciones a marchas-procesiones multitudinarias, sin reuniones ni debates, sin asambleas generales ni organizaciones colectivas, todos aspiramos a un movimiento más amplio, más fuerte, más solidario y unitario. En las marchas de Francia, el llamamiento a un nuevo Mayo del 68 no cesa de repetirse. Frente a la “reforma” que retrasa la edad de jubilación a los 64 años, la consigna más popular en las pancartas es: “Vosotros nos ponéis en 64, nosotros os pondremos en Mayo del 68”.
En 1968, el proletariado francés se unió tomando sus luchas en sus manos. Tras las grandes manifestaciones del 13 de mayo para protestar contra la represión policial sufrida por los estudiantes, los paros y las asambleas generales se propagaron como línea de pólvora en las fábricas y en todos los centros de trabajo para desembocar, con sus 9 millones de huelguistas, en la mayor huelga de la historia del movimiento obrero internacional. Ante esta dinámica de extensión y unidad de la lucha obrera, el gobierno y los sindicatos se apresuraron a firmar un acuerdo de aumento general de los salarios para frenar el movimiento. Al mismo tiempo que se producía este despertar de la lucha obrera, se produjo un fuerte retorno a la idea de la revolución, discutida por muchos trabajadores en lucha.
Un acontecimiento de esta magnitud era el signo de un cambio fundamental en la vida de la sociedad: era el fin de la terrible contrarrevolución que había caído sobre la clase obrera desde finales de los años 20 con el fracaso de la revolución mundial tras su primera victoria en octubre de 1917 en Rusia. Una contrarrevolución que había adoptado el rostro espantoso del estalinismo y el fascismo, que había abierto la puerta a la Segunda Guerra Mundial con sus 60 millones de muertos y que había continuado durante dos décadas después. Y esto fue rápidamente confirmado en todas partes del mundo por una serie de luchas de una magnitud desconocida durante décadas:
- El Otoño Caliente italiano de 1969, también conocido como el “Mayo rampante”, que vio luchas masivas en los principales centros industriales y un desafío explícito al encuadramiento sindical.
- El levantamiento de los obreros de Córdoba (Argentina) ese mismo año.
- Las huelgas masivas de los trabajadores bálticos en Polonia en el invierno de 1970-71.
- Otras numerosas luchas en los años siguientes en prácticamente todos los países europeos, en particular en el Reino Unido.
- En 1980, en Polonia, ante la subida de los precios de los alimentos, los huelguistas llevaron aún más lejos esta oleada internacional tomando sus luchas en sus propias manos, reuniéndose en enormes asambleas generales, decidiendo por sí mismos qué reivindicaciones hacer y qué acciones emprender y, sobre todo, esforzándose constantemente por extender la lucha. Ante esta fuerza, no sólo tembló la burguesía polaca, sino la de todos los países.
En dos décadas, de 1968 a 1989, toda una generación de trabajadores adquirió experiencia en la lucha. Sus numerosas derrotas, y a veces victorias, permitieron a esta generación enfrentarse a las numerosas trampas tendidas por la burguesía para sabotear, dividir y desmoralizar. Sus luchas deben permitirnos sacar lecciones vitales para nuestras luchas actuales y futuras: sólo la reunión en asambleas generales (AGs) abiertas y masivas, autónomas, que decidan realmente sobre la conducción del movimiento, al margen e incluso en contra del control sindical, puede constituir la base de una lucha unida y que se extienda, llevada por la solidaridad entre todos los sectores, todas las generaciones. AGs en las que nos sintamos unidos y confiados en nuestra fuerza colectiva. AGs en las que podamos adoptar juntos reivindicaciones cada vez más unificadoras. AGs en las que nos reunamos y de las que podamos salir en delegaciones masivas al encuentro de nuestros hermanos de clase, los trabajadores de la fábrica, del hospital, de la escuela, del centro comercial, de la administración... los más cercanos.
La nueva generación de trabajadores, que ahora toma la antorcha, debe reunirse, debatir, reapropiarse de las grandes lecciones de las luchas pasadas. La generación de más edad debe contar sus luchas a la generación más joven, para que la experiencia acumulada se transmita y se convierta en un arma en las luchas venideras.
¿Y mañana?
Pero también debemos ir más allá. La oleada de lucha internacional que comenzó en mayo de 1968 fue una reacción a la ralentización del crecimiento económico y a la reaparición del desempleo masivo. Hoy, la situación es mucho más grave. El estado catastrófico del capitalismo pone en juego la supervivencia misma de la humanidad. Si no conseguimos derrocarlo, la barbarie se generalizará progresivamente.
El impulso de Mayo del 68 se vio truncado por una doble mentira de la burguesía: cuando los regímenes estalinistas se derrumbaron en 1989-91, afirmaron que el colapso del estalinismo significaba la muerte del comunismo y que se abría una nueva era de paz y prosperidad. Tres décadas después, sabemos por experiencia que, en lugar de paz y prosperidad, obtuvimos guerra y miseria. Todavía tenemos que comprender que el estalinismo es la antítesis del comunismo, que es una forma particularmente brutal de capitalismo de Estado surgida de la contrarrevolución de los años veinte. Falsificando la historia, haciendo pasar el estalinismo por comunismo (¡como la URSS de ayer y la China, Cuba, Venezuela o Corea del Norte de hoy!), la burguesía consiguió hacer creer a la clase obrera que su proyecto revolucionario de emancipación sólo podía conducir a la ruina. Hasta que la propia palabra “revolución” se volvió sospechosa y vergonzosa.
Pero en la lucha, desarrollaremos poco a poco nuestra fuerza colectiva, nuestra confianza en nosotros mismos, nuestra solidaridad, nuestra unidad, nuestra autoorganización. En la lucha, nos iremos dando cuenta de que nosotros, la clase trabajadora, somos capaces de ofrecer otra perspectiva que la muerte prometida por un sistema capitalista en decadencia: la revolución comunista. La perspectiva de la revolución proletaria hará su retorno en nuestras cabezas y en nuestras luchas.
¡El futuro pertenece a la lucha de clases!
Corriente Comunista Internacional, 22 de abril de 2023.
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