Enviado por Accion Proletaria el
Desde hace tres años, asistimos a una simultaneidad y a una agravación de las diferentes crisis y catástrofes que aceleran la ruina de la sociedad capitalista: guerra, crisis económica, crisis ecológica, pandemia... Esto, hasta el punto de visualizar seriamente y de manera más concreta que nunca, la amenaza de la aniquilación de la especie humana.
Una brutal aceleración de la descomposición
La pandemia de Covid-19, cuya octava oleada está actualmente en curso, constituía, ya en 2020, como lo habíamos señalado, una nueva etapa en el hundimiento de la sociedad en la fase final de su decadencia, la de su descomposición. Cristaliza, de hecho, toda una serie de factores de caos que hasta entonces parecían no tener relación entre sí [1]. La negligencia de la clase dominante se reveló en todas partes más claramente con el colapso de los sistemas sanitarios (falta de mascarillas, camas y asistentes), siendo crucialmente responsable de la cantidad de víctimas mortales a nivel mundial, cuyas cifras varían entre 15 y 20 millones de muertos hasta la fecha. La pandemia tuvo incluso un impacto duradero en las cadenas de producción mundiales, acentuando la escasez y la inflación. También reveló las crecientes dificultades de la burguesía para organizar una respuesta coordinada tanto a la pandemia como a la crisis.
La guerra en Ucrania ya está supurando como un cáncer a las puertas de Europa y constituye un paso más en el hundimiento acelerado de la sociedad capitalista en la descomposición, en particular mediante la exacerbación del militarismo a escala planetaria. El gran desorden e inestabilidad en los países de la ex-URSS, los ataques que amenazan con dañar la central nuclear de Zaporizhia, las repetidas amenazas del uso de armas nucleares [2], las catastróficas fugas de los gasoductos Nord Stream en el Báltico, como resultado de probables actos de guerra, la aventurera movilización “parcial” de Putin convertida en un fiasco, los aterradores riesgos de escalada por parte de un régimen ruso desesperado, todo ello apunta a un futuro capitalista apocalíptico en todo el planeta. Ahora, el pozo sin fondo del gasto militar que precedió y acompaña a la guerra de Ucrania y a las tensiones en el Pacífico, así como el abismal endeudamiento de los Estados que se desmoronan bajo el peso de la economía de guerra, se traduce en un acelerado hundimiento en la crisis económica.
La crisis, combinada con el catastrófico calentamiento global, ya está sumiendo a millones de personas en la desnutrición, no sólo en Ucrania sino en muchas partes del mundo; la escasez se multiplica y la inflación condena a la pobreza a gran parte de la clase trabajadora. Los "sacrificios" exigidos por la burguesía ya presagian males mucho peores. El militarismo, que crece salvajemente ante nuestros ojos, encarna, por tanto, toda la irracionalidad de un capitalismo que sólo puede conducir a la ruina y al caos sangriento. Empezando por la lógica de Estados Unidos, cuyo deseo de preservar su rango de primera potencia mundial exige el refuerzo continuo de una superpotencia militar que actúa en esta guerra, como en todas partes, a costa de un caos y una desestabilización cada vez mayores.
Miríadas de catástrofes de todo tipo, cada vez más frecuentes, interactúan y se alimentan mutuamente con mayor intensidad, formando una verdadera espiral destructiva. Los últimos meses han reforzado considerablemente esta trayectoria apocalíptica, tanto por la intensificación de la guerra y sus estragos como por la espectacular evolución de las manifestaciones del cambio climático [3]. Además de la destrucción, la política de tierra quemada y las masacres, los éxodos forzados, la producción agrícola que se restringe a escala mundial, el acceso al agua se dificulta, la escasez y las hambrunas se multiplican, y grandes partes del mundo, ensuciadas por múltiples formas de contaminación, se hacen inhabitables. Los recursos que se agotan tienden a transformarse casi exclusivamente y sin escrúpulos en armas estratégicas, como el gas o el trigo, y se entregan a un verdadero saqueo y a un regateo desenfrenado, cuyo resultado sigue siendo la confrontación militar y el sufrimiento humano.
Esta tragedia no es el fruto de la casualidad. Es el producto de la quiebra irremediable del modo de producción capitalista y de la acción ciega de una burguesía sin brújula. Un modo de producción que lleva más de cien años minado por sus contradicciones y sus límites históricos, y que se hunde desde hace más de treinta años en su última fase de descomposición. El mundo se hunde ahora aún más rápidamente en un proceso de fragmentación, de destrucción acelerada a más grande escala, en un inmenso caos. La burguesía se ve impotente para ofrecer una perspectiva viable, cada vez más dividida, incapaz de cooperar a un nivel mínimo como lo hacía incluso hace una década en sus cumbres mundiales contra la crisis. Permanece sin inspiración, atrapada en sus cegueras y su codicia, minada por las fuerzas centrífugas de un creciente ‘sálvese quien pueda’. La victoria en Italia del partido de extrema derecha "posfascista" de Giorgia Meloni es un ejemplo más de la tendencia a que la burguesía pierda el control de su aparato político. Cada vez más, la clase dirigente se encuentra guiada en su gobierno por camarillas más peligrosas e irresponsables que nunca.
La única respuesta es la lucha de clases
La burguesía sigue empeñada en acentuar la explotación, en hacer pagar al proletariado su crisis insoluble y su guerra. Sin embargo, a partir de ahora, deberá tener más en cuenta la lucha de clases. Si bien la aceleración de la descomposición con la pandemia había sido un freno al desarrollo de la combatividad que se expresó, por ejemplo, en Francia en el invierno de 2019-2020, y aunque las luchas se redujeron bruscamente tras la invasión de Ucrania, nunca desaparecieron del todo. El pasado invierno estallaron huelgas en España y Estados Unidos. Este mismo verano, Alemania también experimentó paros. Pero sobre todo, ante la crisis, el desempleo y el retorno de la inflación, la magnitud de la movilización obrera en el Reino Unido es una verdadera ruptura con la situación social anterior en Gran Bretaña y una expresión de combatividad a nivel internacional. Este sector de la clase trabajadora inició un verdadero cambio de espíritu. Estas huelgas constituyen un nuevo acontecimiento de proporciones históricas. En efecto, tras casi cuarenta años de virtual estancamiento en Gran Bretaña, a partir de junio se multiplicaron allí huelgas altamente simbólicas, poniendo en marcha nuevas generaciones de trabajadores dispuestos a levantar la cabeza y luchar por su dignidad, sirviendo de relevo y estímulo para otros movimientos futuros. A pesar de la campaña ideológica internacional que acompañó al funeral de la reina, los estibadores de Liverpool, que habían sido derrotados en los años 90, anunciaron nuevas movilizaciones. Los sindicatos ya están tomando la delantera y se están radicalizando, desempeñando su papel de saboteadores y divisores de estas luchas. Aunque este movimiento experimente necesariamente un retroceso, ya es una victoria por su carácter ejemplar. Pero el camino de la lucha internacional del proletariado es todavía largo antes de que pueda recuperar su identidad de clase y defender su propia perspectiva revolucionaria de forma decidida. Su camino está sembrado de escollos. Los riesgos de desviarse de su propio terreno de clase diluyéndose en luchas interclasistas con una pequeña burguesía contra las cuerdas, o en movimientos pequeñoburgueses o burgueses como aquellos en torno al feminismo o el antirracismo, son riesgos que están presentes y son de gran peligro, especialmente en los países de la periferia. Así, en Irán, el inmenso estallido de ira contra el régimen de los Mulás, tras el asesinato de Mahsa Amini, fue empujado al terreno burgués de las reivindicaciones democráticas, donde la clase obrera se diluye en el "pueblo iraní" en lugar de luchar por sus propias reivindicaciones de clase. En Rusia, a pesar de la multiplicación de las manifestaciones al grito de "¡No a la guerra!", y de las expresiones de cólera de los reclutas enviados al frente sin armas ni alimentos, la situación sigue siendo confusa, y la oposición a la movilización militar toma una forma más individual que colectiva. Esto es una prueba en negativo de que sólo la clase obrera puede ofrecer una perspectiva a todos los oprimidos, y que, en ausencia de una respuesta de clase, la burguesía podrá ocupar el terreno social.
Pero de manera más global, las condiciones para un desarrollo de las luchas internacionales de clase frente a los ataques que se avecinan, especialmente por el desarrollo de la inflación, el desempleo y la extrema precariedad, abren la posibilidad de crear las condiciones necesarias para la afirmación de la perspectiva comunista, en particular en los países centrales del capitalismo, donde el proletariado es el más experimentado y se las ha visto desde hace largo tiempo con las trampas más sofisticadas de la burguesía.
La nueva década en curso deja abierta por el momento la posibilidad de esa afirmación histórica del proletariado, aunque el tiempo ya no esté de su lado en vista de la devastación generada por el capitalismo. Esta década, que comenzó tanto con las luchas obreras como con la aceleración de la barbarie y el caos crecientes, muy probablemente permitirá a la clase obrera desarrollar más profundamente la conciencia de la única alternativa histórica que queda: ¡la revolución comunista mundial o la destrucción de la humanidad!
WH, 28 de septiembre de 2022
1 "Informe sobre la pandemia de Covid-19 y el periodo de descomposición capitalista (julio de 2020)", Revista Internacional núm. 165 https://es.internationalism.org/content/4630/informe-sobre-la-pandemia-de-covid-19-y-el-periodo-de-descomposicion-capitalista
2 El uso de armas nucleares no se resume a la voluntad de un "dictador loco", como afirma la burguesía para asustar mejor a la población para que haga los "sacrificios necesarios". Requiere un cierto consenso dentro de la burguesía nacional. Pero, aunque tal uso equivaldría a un suicidio voluntario de la burguesía rusa, el nivel de irracionalidad e imprevisibilidad en el que se sumerge el capitalismo no hace completamente imposible su uso. Por otra parte, las envejecidas centrales ucranianas, verdadero sumidero financiero, siguen siendo, varias décadas después de la catástrofe de Chernóbil, temibles bombas de relojería.
3 Incendios de una magnitud sin precedentes azotaron el planeta durante el verano, sequías y picos de calor récord que alcanzan los 50°C (como en la India) junto con terribles inundaciones, como la que casi ahoga las zonas cultivadas de Pakistán.