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Introducción CCI
Este artículo escrito por Anton Pannekoek (1873-1960), publicado en 19091, es una rotunda refutación de las acusaciones -inspiradas en las mentiras del estalinismo - de que el marxismo no se preocupa por la naturaleza y la cuestión ecológica; que -al igual que el sistema capitalista que dice combatir- está marcado por el mismo "productivismo" que es tan destructivo para la naturaleza. Es exactamente lo contrario.
En este artículo, Pannekoek desarrolla, de forma condensada y muy accesible, el mismo planteamiento que ya expuso Marx en El Capital. Reafirma que sólo el advenimiento del comunismo ofrece una alternativa realista a la destrucción de la naturaleza.
Hoy en día, las campañas ideológicas de la clase dominante hacen recaer conscientemente la responsabilidad del desastre ecológico en el "Hombre" en general, para ocultar mejor el hecho de que, como parte integrante de la naturaleza, la especie humana interactúa con ella a través de las diferentes formas de organización social que se han sucedido en la historia. Todas ellas, desde el fin de la sociedad comunista primitiva, han sido sistemas de explotación basados en la división de la sociedad en clases sociales. No es el "Hombre", sino el sistema capitalista, animado únicamente por la extracción máxima de beneficios, el que está vampirizando toda la naturaleza, y sometiéndola, al igual que la fuerza de trabajo del proletariado (siendo éstas las dos fuentes de su riqueza) a una explotación feroz, que desemboca en el agotamiento y la aniquilación. Por eso el capitalismo no tiene solución a la cuestión ecológica, y por eso resolverla realmente va de la mano de resolver la cuestión social.
En 1909 Pannekoek ya subrayaba que los estragos de la deforestación planteaban una cuestión vital para la humanidad. Después de más de un siglo de decadencia del capitalismo, la devastación de la naturaleza durante este periodo ha alcanzado tales proporciones que sus efectos (calentamiento del clima, colapso de los ecosistemas sobreexplotados, deforestación que da lugar a enfermedades zoonóticas...), combinados con los efectos de la crisis económica y las guerras imperialistas, hacen más tangible que nunca la amenaza de la destrucción de la humanidad. Esta dramática situación exige que el proletariado se eleve al nivel de su responsabilidad histórica como sepulturero del capitalismo, porque sólo la sociedad que lleva en su seno, basada en la abolición de la ley de la mercancía y de las relaciones sociales de explotación, la creación de una sociedad sin clases orientada a la satisfacción de las necesidades humanas, permitirá alcanzar un verdadero equilibrio entre la naturaleza y la especie humana.
Texto de Pannekoek
La literatura científica recoge numerosas quejas sobre la creciente destrucción de los bosques. Pero no sólo hay que tener en cuenta la alegría que todo amante de la naturaleza siente por los bosques. También hay importantes intereses materiales, de hecho los intereses vitales de la humanidad. Con la desaparición de los abundantes bosques, los países conocidos en la Antigüedad por su fertilidad, que estaban densamente poblados y eran famosos como graneros para las grandes ciudades, se han convertido en desiertos pedregosos. La lluvia rara vez cae allí, salvo en forma de diluvios devastadores que se llevan las capas de humus que la lluvia debería fertilizar. Allí donde los bosques de montaña han sido destruidos, los torrentes alimentados por las lluvias de verano hacen rodar enormes masas de piedras y arena que obstruyen los valles alpinos, arrasando los bosques y devastando los pueblos cuyos habitantes son inocentes, "debido a que el interés personal y la ignorancia han destruido el bosque y las cabeceras del alto valle".
Los autores insisten mucho en el interés personal y la ignorancia en su elocuente descripción de esta miserable situación, pero no analizan sus causas. Probablemente piensan que basta con insistir en las consecuencias para sustituir la ignorancia por una mejor comprensión y deshacer los efectos. No ven que esto es sólo una parte del fenómeno, uno de los numerosos efectos similares que el capitalismo, este modo de producción que es la etapa más alta de la caza de beneficios, tiene sobre la naturaleza.
¿Por qué Francia, un país pobre en bosques, tiene que importar cada año cientos de millones de francos de madera del extranjero y gastar mucho más para reparar mediante la reforestación las desastrosas consecuencias de la deforestación de los Alpes? Bajo el Antiguo Régimen había muchos bosques estatales. Pero la burguesía, que tomó el timón de la Revolución Francesa, sólo vio en ellos un instrumento de enriquecimiento privado. Los especuladores talaron 3 millones de hectáreas para convertir la madera en oro. No pensaron en el futuro, sólo en el beneficio inmediato.
Para el capitalismo todos los recursos naturales no son más que oro. Cuanto más rápido los explota, más se acelera el flujo de oro. La economía privada da lugar a que cada individuo intente obtener el mayor beneficio posible sin pensar ni por un momento en el interés general, el de la humanidad. En consecuencia, todo animal salvaje que tenga un valor monetario y toda planta silvestre que dé beneficios es inmediatamente objeto de una carrera hacia el exterminio. Los elefantes de África casi han desaparecido, víctimas de la caza sistemática por su marfil. Lo mismo ocurre con los árboles de caucho, que son víctimas de una economía depredadora en la que todo el mundo se limita a destruirlos sin plantar otros nuevos. En Siberia, se ha observado que los animales de pelaje son cada vez más raros debido a la caza intensiva y que las especies más valiosas podrían desaparecer pronto. En Canadá, vastos bosques vírgenes han sido reducidos a cenizas, no sólo por los colonos que quieren cultivar la tierra, sino también por los "prospectores" que buscan yacimientos minerales y que transforman las laderas de las montañas en roca desnuda para tener una mejor visión del terreno. En Nueva Guinea se organizó una matanza de aves del paraíso para satisfacer el caro capricho de una multimillonaria estadounidense. La locura de la moda, propia de un capitalismo derrochador de plusvalía, ya ha llevado al exterminio de especies raras; las aves marinas de la costa este de América sólo deben su supervivencia a la estricta intervención del Estado. Estos ejemplos podrían multiplicarse a voluntad.
Pero, ¿no están las plantas y los animales para que el hombre los utilice para sus propios fines? Aquí dejamos completamente de lado la cuestión de la conservación de la naturaleza tal y como sería sin la intervención humana. Sabemos que los humanos son los dueños de la Tierra y que transforman completamente la naturaleza para satisfacer sus necesidades. Para vivir, dependemos completamente de las fuerzas de la naturaleza y de los recursos naturales; tenemos que utilizarlos y consumirlos. No se trata de eso, sino de la forma en que el capitalismo los utiliza.
Un orden social racional tendrá que utilizar los recursos naturales disponibles de manera que lo que se consuma se reponga al mismo tiempo, para que la sociedad no se empobrezca y pueda enriquecerse. Una economía cerrada que consume parte de su maíz de siembra se empobrece cada vez más y debe fracasar inevitablemente. Pero así es como actúa el capitalismo. Es una economía que no piensa en el futuro sino que vive sólo en el presente inmediato. En el orden económico actual, la naturaleza no está al servicio de la humanidad, sino del capital. No son el vestido, la alimentación o las necesidades culturales de la humanidad las que rigen la producción, sino el apetito del capital por el beneficio, por el oro.
Los recursos naturales se explotan como si las reservas fueran infinitas e inagotables. Las consecuencias nefastas de la deforestación para la agricultura y la destrucción de animales y plantas útiles ponen de manifiesto el carácter finito de las reservas disponibles y el fracaso de este tipo de economía. Roosevelt reconoce este fracaso cuando quiere convocar una conferencia internacional para revisar el estado de los recursos naturales aún disponibles y tomar medidas para impedir su despilfarro.
Por supuesto, el plan en sí es una patraña. El Estado podría hacer mucho para detener el despiadado exterminio de especies raras. Pero el Estado capitalista es, en definitiva, un pobre representante del bien de la humanidad. Debe detenerse ante los intereses esenciales del capital.
El capitalismo es una economía sin cabeza que no puede regular sus actos por la comprensión de sus consecuencias. Pero su carácter devastador no se deriva sólo de este hecho. A lo largo de los siglos los seres humanos también han explotado la naturaleza de forma insensata, sin pensar en el futuro de la humanidad en su conjunto. Pero su poder era limitado. La naturaleza era tan vasta y tan poderosa que con sus débiles medios técnicos los humanos sólo podían dañarla excepcionalmente. El capitalismo, por el contrario, ha sustituido las necesidades locales por las mundiales y ha creado técnicas modernas de explotación de la naturaleza. Así que ahora se trata de enormes masas de materia que se someten a medios colosales de destrucción y se trasladan con poderosos medios de transporte. La sociedad bajo el capitalismo puede ser comparada con un gigantesco cuerpo no inteligente; mientras el capitalismo desarrolla su poder sin límites, al mismo tiempo está devastando sin sentido cada vez más el medio ambiente del que vive. Sólo el socialismo, que puede dar a este cuerpo conciencia y acción razonada, sustituirá al mismo tiempo la devastación de la naturaleza por una economía racional.
1 Publicado: Zeitungskorrespondenz, nº 75. Julio de 1909. Una traducción al inglés apareció por primera vez en Socialist Standard no. 1380, agosto de 2019