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Europa ha entrado en la guerra. No es la primera vez desde la segunda carnicería mundial de 1939-45. A principios de los años 90, la guerra asoló la antigua Yugoslavia, causando 140.000 muertos con masacres de civiles, en nombre de la "limpieza étnica", como en Srebrenica, en julio de 1995, donde 8.000 hombres y adolescentes fueron asesinados a sangre fría. La guerra que acaba de estallar con la ofensiva de los ejércitos rusos contra Ucrania no es tan mortífera por el momento, pero nadie sabe aún cuántas víctimas se cobrará finalmente. Sin embargo, su envergadura es mucho mayor que la de la guerra en la ex Yugoslavia. Hoy, no son las milicias ni los pequeños estados los que luchan entre sí. La guerra actual enfrenta a los dos Estados más grandes de Europa, con una población de 150 y 45 millones de habitantes respectivamente, y con enormes ejércitos: 700.000 soldados en Rusia y más de 250.000 en Ucrania.
Además, si las grandes potencias intervinieron en los enfrentamientos de la antigua Yugoslavia, fue de forma indirecta o participando en "fuerzas de interposición", bajo la égida de las Naciones Unidas. Hoy, no es sólo Ucrania la que se enfrenta a Rusia, sino todos los países occidentales agrupados en la OTAN que, aunque no están directamente implicados en los combates, han adoptado importantes sanciones económicas contra este país al mismo tiempo que han comenzado a enviar armas a Ucrania.
Así pues, la guerra que acaba de empezar es un acontecimiento dramático de la máxima importancia, en primer lugar, para Europa, pero también para el mundo entero. Ya se ha cobrado miles de vidas entre los soldados de ambos bandos y entre los civiles. Ha arrojado a cientos de miles de refugiados a las carreteras. Provocará nuevas subidas del precio de la energía y de los cereales, sinónimo de frío y de hambre, mientras que, en la mayoría de los países del mundo, los explotados, los más pobres, ya han visto cómo se hunden sus condiciones de vida a causa de la inflación. Como siempre, es la clase que produce la mayor parte de la riqueza social, la clase trabajadora, la que pagará el precio más alto por las acciones bélicas de los amos del mundo.
Esta tragedia bélica no puede separarse del conjunto de la situación mundial de los dos últimos años: la pandemia, el agravamiento de la crisis económica, la multiplicación de las catástrofes ecológicas. Es una clara manifestación del hundimiento del mundo en la barbarie.
Las mentiras de la propaganda guerrera
Todas las guerras van acompañadas de campañas masivas de mentiras. Es necesario lavar el cerebro de la población, y en particular los explotados, para que acepten los terribles sacrificios que se les piden, el sacrificio de sus vidas por los enviados al frente, el luto de sus madres, de sus compañeros, de sus hijos, el terror de la población civil, las privaciones y el agravamiento de la explotación.
Las mentiras de Putin son burdas, y reflejan las del régimen soviético en el que comenzó su carrera como oficial del KGB. Afirma que está llevando a cabo una "operación militar especial" para ayudar a la población de Donbass que es víctima de un "genocidio" y prohíbe a los medios de comunicación, bajo pena de sanciones, utilizar la palabra "guerra". Según él, quiere liberar a Ucrania del "régimen nazi" que la gobierna. Es cierto que las poblaciones ruso-parlantes del Este son perseguidas por las milicias nacionalistas ucranianas, a menudo nostálgicas del régimen nazi, pero no hay genocidio.
Las mentiras de los gobiernos y medios de comunicación occidentales suelen ser más sutiles. Aunque no siempre: Estados Unidos y sus aliados, entre ellos el muy "democrático" Reino Unido, España, Italia y... Ucrania (¡!) nos vendieron la intervención en Irak en 2003 en nombre de la amenaza -totalmente inventada- de las "armas de destrucción masiva" en manos de Saddam Hussein. Una intervención que provocó varios cientos de miles de muertos y dos millones de refugiados entre la población iraquí, y varias decenas de miles de muertos entre los soldados de la coalición.
Hoy, los dirigentes democráticos y los medios de comunicación occidentales nos cuentan la fábula de la lucha entre el "ogro malvado" Putin y el "niño bueno" Zelensky. Hace tiempo que sabemos que Putin es un criminal cínico. Además, tiene un aspecto que lo acompaña. Zelensky se beneficia de no tener tantos antecedentes penales como Putin y de haber sido, antes de entrar en política, un popular actor cómico (con una gran fortuna en paraísos fiscales como resultado). Pero sus dotes de comediante le han permitido ahora entrar con brío en su nuevo papel de caudillo, del que prohíbe a los hombres de entre 18 y 60 años acompañar a sus familias que quieran refugiarse en el extranjero, del que llama a matar por "la Patria", es decir, por los intereses de la burguesía y los oligarcas ucranianos. Porque sea cual sea el color de los partidos gobernantes, sea cual sea el tono de sus discursos, todos los estados nacionales son ante todo defensores de los intereses de la clase explotadora, de la burguesía nacional, frente a los explotados y frente a la competencia de otras burguesías nacionales.
En toda propaganda de guerra, cada estado se presenta como el "agredido" que debe defenderse del "agresor". Pero como todos los estados son en realidad bandoleros, no tiene sentido preguntar qué bandolero disparó primero en un ajuste de cuentas. Hoy, Putin y Rusia han disparado primero, pero en el pasado, la OTAN, bajo la tutela de Estados Unidos, ha integrado en sus filas a muchos países que, antes del colapso del bloque oriental y de la Unión Soviética, estaban dominados por Rusia. Al iniciar la guerra, el bandido Putin pretende recuperar parte del poder de su país en el pasado, sobre todo impidiendo que Ucrania entre en la OTAN.
En realidad, desde principios del siglo XX, la guerra permanente, con todos los terribles sufrimientos que engendra, se ha convertido en algo inseparable del sistema capitalista, un sistema basado en la competencia entre empresas y entre Estados, en el que la guerra comercial conduce a la guerra imperialista, en el que el agravamiento de sus contradicciones económicas, de su crisis, suscita conflictos cada vez más bélicos. Un sistema basado en el beneficio y en la explotación feroz de los obreros, en el que éstos se ven obligados a pagar con su sangre lo que primero han pagado con su trabajo.
Desde 2015, el gasto militar mundial se ha disparado. Esta guerra está acelerando brutalmente este proceso. Como símbolo de esta espiral mortal, Alemania ha comenzado a entregar armas a Ucrania, una primicia histórica desde la Segunda Guerra Mundial; por primera vez, la Unión Europea también está financiando la compra y entrega de armas a Ucrania; y el presidente ruso Vladimir Putin ha amenazado con utilizar armas nucleares para demostrar su determinación y capacidad destructiva.
¿Cómo acabar con la guerra?
Nadie puede predecir con exactitud cómo se desarrollará la guerra actual, aunque Rusia tiene un ejército mucho más fuerte que el de Ucrania. En la actualidad, hay muchas manifestaciones en todo el mundo, y en la propia Rusia, contra la intervención rusa. Pero no son estas manifestaciones las que pondrán fin a las hostilidades. La historia ha demostrado que la única fuerza que puede poner fin a la guerra capitalista es la clase explotada, el proletariado, enemigo directo de la clase burguesa. Este fue el caso cuando los trabajadores de Rusia derrocaron al Estado burgués en octubre de 1917 y los trabajadores y soldados de Alemania se rebelaron en noviembre de 1918 obligando a su gobierno a firmar el armisticio. Si Putin fue capaz de enviar cientos de miles de soldados a matar contra Ucrania, si muchos ucranianos están hoy dispuestos a dar su vida por la "defensa de la Patria", es en gran parte porque en esta parte del mundo la clase obrera es particularmente débil. El derrumbe en 1989 de los regímenes que se proclamaban "socialistas" o "obreros" ha supuesto un golpe muy brutal para la clase obrera mundial. Este golpe afectó a los trabajadores que habían luchado duramente desde 1968 y durante los años 70 en países como Francia, Italia y el Reino Unido, pero aún más a los de los países llamados "socialistas", como los de Polonia, que lucharon masivamente y con gran determinación en agosto de 1980, obligando al gobierno a abandonar la represión y a satisfacer sus demandas.
No es manifestándose "por la paz", no es optando por apoyar a un país contra otro como se puede aportar una verdadera solidaridad a las víctimas de la guerra, a las poblaciones civiles y a los soldados de ambos bandos, proletarios de uniforme transformados en carne de cañón. La única solidaridad consiste en denunciar a TODOS los estados capitalistas, a TODOS los partidos que llaman a agruparse detrás de tal o cual bandera nacional, a TODOS los que nos engañan con la ilusión de la paz y las "buenas relaciones" entre los pueblos. La única solidaridad que puede tener un impacto real es el desarrollo de luchas obreras masivas y conscientes en todo el mundo. Y en particular, conscientes de que constituyen una preparación para el derrocamiento del sistema responsable de las guerras y de toda la barbarie que amenaza cada vez más a la humanidad, el sistema capitalista.
Hoy, las viejas consignas del movimiento obrero, formuladas por el Manifiesto Comunista de 1848, están más que nunca a la orden del día: ¡Los proletarios no tienen patria! ¡Proletarios de todos los países, ¡uníos!
¡Por el desarrollo de la lucha de clases del proletariado internacional!
CORRIENTE COMUNISTA INTERNACIONAL 27-2-2022
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