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En general, comparto la perspectiva del 24º Congreso. Las siguientes son algunas reflexiones sobre varios de los puntos tratados en sus informes y resoluciones, agrupadas en dos temas: (1) El avance de la decadencia y del período de descomposición, y (2) Descomposición y lucha de clases.
1. El avance de la decadencia y del período de descomposición
Es importante comprender la pandemia del Covid-19 dentro del marco de la descomposición, y profundizar en las consecuencias que el avance de la descomposición ha desarrollado a distintos niveles. Entre ellos, dos puntos. En primer lugar, la lógica de los fenómenos naturales, que, pese a los avances científicos, no es suficientemente conocida y comprendida, se ve influida por el caos capitalista y se vuelve ella misma cada vez más caótica.
En segundo lugar, las medidas de prevención de epidemias como las vacunaciones masivas, la higiene pública, la limpieza, etc., no tienden a abandonarse, perderse de vista, ni han quedado trasnochadas ni olvidadas. Sin embargo, tanto el caos creciente del sistema capitalista y la tendencia al “cada uno a la suya”, como otros factores asociados: emigraciones masivas, hacinamiento de la población, erosión cada vez más agresiva de una cierta estabilidad ciudad-campo, etc., tienden a hacer que estas medidas sean cada vez menos eficientes, más cortoplacistas e ilusorias. Un ejemplo son las oleadas de ilusión según las que cada país a la suya parecía enfrentar provisionalmente mejor la pandemia, luego iba a peor, luego a mejor… en múltiples oleadas pandémicas. Pese a que la dimensión mundial del capitalismo requiere de medidas mundiales para evitar la reproducción viral, en esta ocasión ni siquiera han logrado coordinarse los diferentes Estados de Europa. La medida estrella han acabado siendo las mascarillas, que es una medida cutre de último recurso, de cuando “lo demás falló y no hay vuelta atrás” (como las mascarillas en las metrópolis chinas frente a la insalvable contaminación), y de “resistencia con los dedos cruzados” de varias oleadas. Entrando en esta lógica, las demás medidas parecen tender a perder importancia en favor de las medidas más cutres, en una sociedad que es cada vez menos capaz de implementar las medidas serias, adquiridas entre otras cosas por el desarrollo de la ciencia epidemiológica, de manera coordinada.
La tendencia al totalitarismo estatal no es verdadero signo de un mayor control por la burguesía de la sociedad, sino un recurso ante el mayor caos y un gran aumento de las contradicciones del capitalismo. Es necesario profundizar en cómo la descomposición afecta a los mecanismos del capitalismo de Estado.
La pérdida de control del trabajo humano, que actúa cada vez más como una fuerza alienada, es una característica que ya está en la esencia de la economía burguesa. También es así para el cambio día a día característico de la tendencia capitalista a revolucionar continuamente los medios de producción. Sin embargo, en las circunstancias actuales de la fase de descomposición con la falta de perspectiva de futuro que la caracteriza, el descontrol y al caos se convierten en una tendencia predominante en todas las esferas de la sociedad. El resultado, la creciente tendencia a que los ‘cambios diarios’ se impregnen cada vez más de imprevisibilidad, irracionalidad y descontrol en todos los ámbitos de la sociedad burguesa.
A pesar de dos Guerras Mundiales, el capitalismo sigue operativo (aunque decadente y en descomposición), y su tendencia a la barbarie ha escalado desde hace ya tres décadas a un punto cualitativo de descomposición, más que hacia una catástrofe repentina y final, la cual tampoco es del todo descartable con la agravación de la descomposición, pero no como tendencia principal.
Existe en la clase obrera la necesidad de analizar en profundidad las evidencias históricas y construir un marco de comprensión y predicción de la sociedad burguesa como arma para su comprensión del desarrollo de las condiciones reales para su lucha, y debemos responder lo mejor posible a esta necesidad.
En esta línea, es necesario explicar el desarrollo de la indisciplina de las potencias de segunda categoría, y el desarrollo de alianzas contingentes, inconsecuentes y desordenadas con los Estados más poderosos, por ejemplo, en las guerras localizadas en Oriente Medio. Los aliados en algunas contiendas son a la vez fuertes oponentes en otras, lo cual está acompañado de una gran inestabilidad e impredecibilidad. Los medios de destrucción están además cada vez más ampliamente distribuidos, incluso entre potencias de segunda y tercera que los usan irracionalmente como el caso de las armas químicas en Siria. Existe, por tanto, la necesidad de explicar las diferencias fundamentales en el caos y la indisciplina a nivel imperialista en contraste con la disciplina de los Bloques previa a la fase de descomposición. No podemos quedar atrapados en un “marxismo invariante del pasado”. Es cierto que la tendencia al “cada uno a la suya” es inherente a la sociedad burguesa y la competencia capitalista, como lo demuestra la defensa con uñas y dientes de cada capital nacional, manifiesta brutalmente en la decadencia. Sin embargo, la capacidad de las facciones burguesas más potentes de controlar el terreno imperialista y ejercer una cohesión internacional de bloque a través del “miedo al bloque rival”, desaparece con la descomposición del Bloque del Este. Por ejemplo, la “fidelidad” y disciplina de China con un Bloque (esta había podido cambiar de bloque durante la guerra fría hacia los EE. UU, lo cual expresaba tanto como agravaba la tendencia a la descomposición de los bloques), desaparece a principios de los 90 en favor de sus propias ambiciones. Otro ejemplo claro es la capacidad de los pequeños señores de la guerra para desafiar a las grandes potencias en Oriente Medio, hasta el punto de la retirada reciente de los EE. UU de Afganistán.
2. Descomposición y lucha de clases
La pandemia ha puesto de manifiesto frontalmente la falta de credibilidad de una burguesía cada vez más desordenada, hipócrita, aparente y confusa. La imposibilidad de renunciar a los beneficios de la acumulación en una situación de extrema necesidad sanitaria ha obligado a la burguesía a elaborar contorsiones ideológicas a un ritmo diario (por ejemplo, en la justificación del uso de mascarillas, la vacunación, los aforos, los viajes y la “movilidad”, etc.). Y ha visto la necesidad de dar diariamente argumentaciones de apariencia científica, amoldadas a conveniencia no solo a la lógica del capital sino al desorden de la descomposición y el cada uno a la suya en el seno de la propia burguesía.
La confusión e incoherencia de la burguesía no hace fuerte la toma de consciencia proletaria per se, sino que más bien azuza las tendencias a abandonar el pensamiento racional, el cual estaría supuestamente personificado en la 'institución de 'la razón’, el Estado.
Entre las condiciones para esta deriva irracional están:
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la degeneración de la ciencia en la sociedad burguesa, y su mezcla cada vez más insoluble con la ideología burguesa
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la falta de perspectiva de futuro
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el aislamiento y la atomización de los individuos y el cada uno a la suya
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el auge de las redes sociales como la vía de entrada de la ideología del relativismo y todo vale.
Estas condiciones son caldo de cultivo de:
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la irracionalidad, la religiosidad y el misticismo
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las teorías de la conspiración
Estos desarrollos, entre otras cosas, aportan un “gregarismo indignado” con las manifestaciones de la descomposición capitalista, y suelen ser aprovechadas en general por la pequeña burguesía, aunque no podemos descartar que cada vez más incluso por facciones de la burguesía que anteriormente fueron más responsables frente al interés nacional de su capital.
Es importante entender lo que significa que la burguesía se aprovecha de la descomposición. Es decir, que la burguesía use los efectos de la descomposición para desviar y canalizar las luchas obreras, o dar un sustento ideológico a nuevas variantes reformistas (por ejemplo, la “guerra de culturas y modos de vida”). Es necesario reconocer el verdadero impacto sobre la moral y la combatividad de la clase de la recanalización de la frustración de una sociedad sin perspectivas hacia alternativas burguesas (entre ellas las luchas parciales1), y también y por separado, de la indignación por los efectos de la descomposición hacia el interclasismo.
Con la descomposición, y ante la ausencia de una perspectiva general de futuro para la sociedad, el aprovechamiento de las ‘luchas parciales' parece estar ganando importancia para las facciones burguesas más importantes (por ejemplo, el PSOE español con el feminismo, o el Partido Demócrata de EEUU con el antirracismo y el ecologismo), apelando a los ciudadanos molestos con cuestiones parciales, desmembradas e inconexas, cuyo abordaje da aparentemente una especie de “perspectiva día a día” de futuro, de “pequeños granitos de arena” descontextualizados, de duro y progresivo progreso social cada vez más ilusorio.
En concreto, el feminismo y el ecologismo están ganando una importancia central, incluso en el programa de los partidos de gobierno como ideología casi-oficial (como una especie de ideal social de futuro). La pequeña burguesía, la clase sin futuro por excelencia, parece hacer a la burguesía un “préstamo político” de su ideología, a saber, la ilusión de un capitalismo sin algunas de sus “desagradables consecuencias” 2 (por ejemplo, el pequeño negocio “más responsable” con los cultivos que produce y que rechaza tanto su proletarización como su ruina ante la competencia capitalista), y se ha convertido en cierta medida en la ideología oficial de algunos Estados en una sociedad sin más futuro que ofrecer3. Además, el izquierdismo, ante el proclamado “fin de la lucha de clases” posmoderno tiende a asumir las luchas parciales como una especie de “enriquecimiento de la lucha de clases, la cual, si no, sería muy pobre”, y por supuesto con una visión totalmente aberrante de la lucha de clases. En su caso, el anarquismo, se ha prácticamente asimilado a las luchas parciales, lo cual queda manifiesto en la ideología de los centros alternativos, okupas, autogestionados de barrio, etc.4.
La “ideología del futuro” de la sociedad tiende, en este proceso, a ser cada vez más contradictoria con la realidad. La burguesía tiende a desarrollar promesas cada vez más surrealistas e incrédulas y de corta visión y amplitud, lo cual contribuye a su pérdida de credibilidad. Por ejemplo, a la vez que la condición de la mujer es cada vez más denigrante en una sociedad en la que “todo vale” y que no hace más que engordar el sentimiento de culpa, en la que las ideologías más degradantes se abren paso, las soluciones de la burguesía (principalmente a través de ilusorios parches ideológicos, impotentes y frágiles ante el futuro de la historia) en realidad suman confusión, frustración y denigración moral a las condiciones más tangibles: el desarrollo oficial del feminismo ha desarrollado una ideología contestataria y temerosa que permea a las mujeres, el aislamiento en sus “problemas de mujer”, y los traumas violentos cantados por los medios a diestro y siniestro aspiran a moldear una naturaleza femenina impulsivamente reactiva ante la provocación. Obliga a venerar el trabajo asalariado y a la condición masculina en el capitalismo, sobre todo los puestos especialistas, y a identificarse con un papel de “mujer dura y vengativa” que busca culpables y renuncia a la sensibilidad, reflexión y visión amplia que tanto podía aportar a las luchas obreras cuando los hombres se encontraban más embrutecidos, ensimismados y desensibilizados por sus condiciones particulares de vida. No solo no han mejorado las condiciones por las que se desarrolla la violencia machista, sino que han empeorado, y las mujeres se ven relegadas a una contestación pasiva, atomizada (salvo por los éxtasis gregarios de las manifestaciones feministas) y desarmada teóricamente.
Las ilusiones desmembradas que produce la ideología dominante están cada vez más alejadas de la tendencia real de la sociedad. Estas ideologías aún pueden cobrar cierto sentido cohesivo gracias a la ilusión de (a) los medios de propaganda masiva y (b) principalmente en los países centrales donde las desagradables consecuencias de, por ejemplo, la destrucción de la naturaleza o la violencia contra las mujeres se suavizan. La ilusión de que existen “cambios para bien” en estas cuestiones parciales se apoyan principalmente en la propaganda masiva (por ejemplo, las campañas de “sensibilización” estatal) y son factores de cohesión social frágiles y estériles a largo plazo ante la realidad de una sociedad en descomposición. No pueden más que aportar una cohesión social a modo de globo que se hincha hasta explotar para rellenar un espacio cada vez más grande. No prometen más que un futuro explosivo, plagado de conflictos irracionales, que es lo que podemos esperar y predecir en estas circunstancias.
A principios de los años 90 el clima ideológico era el del “mal menor de la democracia”, que con el fin de los bloques prometía acabar con la guerra, los armamentos, una situación más pacífica y estable, etc. Ahora toda esa justificación es cada vez más vacía, a la par que los discursos oficiales de la burguesía que se han de refugiar en pequeños asuntos parciales cada vez más.
Hemos de comprender también todas las implicaciones de que el proletariado solo está a la ofensiva en la revolución, pero hasta entonces es la burguesía la que está constantemente a la ofensiva. Esto no significa que el proletariado no pueda crear hasta entonces, pero solamente a nivel de consciencia y a pesar de sus momentos de retroceso. Estos últimos hacen parecer que la clase desaparece con sentimientos de falta de adquisiciones reales, desesperación e impacto en la moral y combatividad cuanto más profundo se cae en las trampas y provocaciones de la burguesía.
Con la pandemia, por ejemplo, la burguesía también presenta sus ataques como posibles "beneficios para la sociedad", por ejemplo, echando mano del ecologismo en relación al 'trabajo desde casa', o incluso de “la vuelta a los entornos rurales despoblados gracias al trabajo online”, que no es en realidad más que expresión de la tendencia al aislamiento y la descomposición de la sociedad. No será en ningún caso un “retorno a la vida en el campo”, ni los trabajadores experimentarán un mayor vínculo con la naturaleza.
Es decir, la burguesía está al ataque permanente contra el proletariado. Otro ejemplo es la anulación a toda costa de la identidad de clase en los momentos de la pandemia donde la realidad productiva de la sociedad era más evidente: todas las necesidades básicas de la sociedad cubiertas íntegramente por las mentes y cuerpos asociados de la clase obrera. La burguesía procuró destruir ideológicamente la dura recuperación de la identidad de clase con la ideología de “dar gracias” y “a los mejores ciudadanos”, añadiendo a la policía e incluso al ejército a la lista.
El inmediatismo, junto a una falsa visión de la lucha de clases y del marxismo (una visión empirista según la cual el proletariado reacciona como clase inconsciente ante convulsiones económicas), sumado a una falta de comprensión profunda del desarrollo de la sociedad burguesa y su clase dominante, lleva a una tendencia a proclamar de manera voluntarista el fin del capitalismo, o a ver el colapso inminente de este. Esto supone tanto (a) una subestimación del capitalismo, como (b) una idealización de las capacidades del proletariado.
Es necesario reconocer que los efectos de la descomposición no son un punto de partida para el desarrollo de la consciencia de clase. El proletariado, desposeído de ningún medio, no puede 'reconducir los efectos de la descomposición’ como punto de partida de su lucha ya que:
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estos tienden a afectar a todas las capas de la sociedad en general y, por tanto, la indignación a su respecto tiende a expresarse en un terreno interclasista.
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si la ideología dominante está en descomposición, domina sobre la sociedad entera también el efecto de la descomposición ideológica. El proletariado no tiene en este ambiente “más hueco” para expresarse, sino al contrario, más problemas para aportar una perspectiva racional.
El eje de desarrollo de su consciencia y unidad deberá ser principalmente, sin embargo, a partir de sus luchas defensivas (y frente a la crisis económica), es decir, la extensión de sus luchas defensivas por sus condiciones de vida. Tenemos, por tanto, la necesidad absoluta de defender las luchas defensivas del proletariado como la base principal sobre la que se podrá desarrollar la lucha de la clase. Es una necesidad fundamental la claridad a este respecto. Por supuesto, estas no son un campo de flores para la clase sino más bien un campo minado en el que la burguesía se anticipa constantemente a través de los sindicatos y la ideología sindical, entre otros métodos.
En relación con varios de los puntos anteriores surgen preguntas esenciales: ¿puede el proletariado solidarizarse con movimientos de otras capas no explotadoras o colocarse a la cabeza de movimientos de descontento social imponiendo su propio terreno de clase? ¿Cómo intervenir en las luchas interclasistas? ¿Puede el proletariado reaccionar al inicio de estas, antes de verse empantanado y desarmado, y canalizar positivamente la indignación a través de su cultura del debate, las asambleas masivas, etc.? Aun no siendo el terreno más favorable para el proletariado, hemos visto que sí es posible, como ocurrió en el movimiento de “Indignados 2011”, aunque dada la debilidad y falta de identidad con la que emprendió la lucha, se vio más bien arrastrado en muchos casos por los planteamientos de la pequeña burguesía. Sin embargo, esta posibilidad no implica que las luchas de tendencia interclasista hayan de “ser toleradas” por la organización, o contemplarlas como un factor positivo de maduración de una ‘indignación general’. Al contrario, solo rechazando de entrada y de raíz la dimensión interclasista de las luchas podrá el proletariado madurar y expresar su consciencia. Si el proletariado pierde su terreno de clase en una ‘indignación en general’ por las condiciones de vida contempladas como un asunto ciudadano, nacional, del “pueblo pobre”, corporativista o particular (en cuestiones como, por ejemplo, el aumento del precio de los combustibles, el precio del billete del metro, o las carencias y ataques en las condiciones de vivienda), entonces se desarma política y moralmente en una tendencia a la impotencia y frustración.
Hay muchos fenómenos del capitalismo que afectan a todas las capas de la sociedad, incluidos los burgueses tomados como individuos. Un movimiento interclasista puede responder a ataques que afectan al proletariado como clase, pero plantea un terreno de lucha y reivindicación que niega y desvía el terreno proletario. Por ejemplo, en Ecuador el aumento del precio de los combustibles afectaba al proletariado, pero el planteamiento dominante fue las reivindicaciones de las empresas de transporte para obtener ventajas fiscales, etc. En Chile, el detonante fue la subida del precio del billete de metro en Santiago, pero la respuesta no fue del proletariado como clase, sino la revuelta interclasista. En los Chalecos Amarillos dominaba un planteamiento popular, nacional, que puede “absorber” reivindicaciones de sectores atrasados del proletariado. Hemos de rechazar la idea de que detrás de estas luchas estaría el proletariado, aunque no se le viera, agitando en la sombra contra la represión, luchando por expresarse, etc. Si fuera así en verdad, lo último que necesita la clase es que la organización ceda ante el interclasismo considerándolo “positivo de fondo”. Al contrario, se debe condenar desde su surgimiento el peligro de la revuelta interclasista, para que el proletariado pueda reaccionar poniéndole fin en favor de su propia perspectiva, conquistando quizás a otras capas de la sociedad hacia sus métodos y fines, imponiendo la tendencia a la huelga de masas como un hecho radicalmente opuesto a la revuelta popular interclasista.
Es verdad que la burguesía siempre está al ataque y se anticipa con ideologías que pretenden diluir al proletariado entre una masa de ciudadanos. La organización debe estar permanentemente atenta y armarse teóricamente para analizar y distinguir el origen y desarrollo de cada movimiento para comprender si existen reivindicaciones y perspectivas obreras en él, y averiguar si el proletariado se tiende a fortalecer con la capacidad de imponer su perspectiva o, por el contrario, se ve arrastrado desde el principio fuera de su terreno de clase. Las resoluciones de este último 24º Congreso se empeñan acertadamente, además, en la necesidad de mayor precisión para diferenciar el terreno interclasista del terreno burgués y del terreno proletario. Con el avance de la descomposición esta capacidad de distinguir será cada vez más fundamental.
Opero, 9.11.2021
1 La Plataforma de la CCI considera “luchas parciales” aquellas centradas “sobre problemas específicos tales como el racismo, la condición femenina, la ecología, la sexualidad u otros aspectos de la vida cotidiana”. Ver punto XII https://es.internationalism.org/cci/200509/145/plataforma-politica-de-la-corriente-comunista-internacional
2 ¿Cuándo exactamente comienza a “ceder” la pequeña-burguesía su ideología como arma sistematizada por la burguesía contra el proletariado? Es probable que este hecho comenzara a ocurrir en el desarrollo de la decadencia con el auge del totalitarismo estatal, que absorbe para sí cada vez más todas las herramientas ideológicas para dominar al proletariado. Actualmente, ante la ausencia de otra perspectiva, la burguesía en su lucha contra el proletariado parece comenzar a apoyarse políticamente cada vez más en aquellas ideologías que menos expresan su verdadera naturaleza, sino más bien la de la pequeña burguesía rebelde, las minorías que buscan su hueco en el capitalismo, etc. Por ejemplo, actualmente toda la ideología ecologista del “consumo responsable” no es solo expresión de los negocios desaventajados en el mercado mundial, o facciones burguesas que encuentran así un hueco en el mercado…en todo caso estas necesitarían de la amplia propaganda de la burguesía sobre el consumo responsable, el reciclaje, los productos ecológicos (etiqueta que cada vez más mercancías ostentan y cada vez más hipócritamente).
3 En cuanto a la relación entre las luchas parciales y la pequeña burguesía: En concreto, el feminismo fue un arma de la burguesía para alistar a las mujeres a la I Guerra Mundial. Sin embargo, fue más bien como un arma ideológica por un interés político de atar a todas las capas de la sociedad a la guerra (sobre todo al proletariado), y no tanto fruto de un interés de una facción de la burguesía aspirando a que la mujer tuviera las mismas condiciones que los hombres en el seno de la clase dominante. Existe una diferencia entre el feminismo burgués y el pequeño burgués en la que sería necesario profundizar.
4 La relación entre el anarquismo y la pequeña burguesía radicalizada es clara, pero posiblemente sea necesario aclarar mejor su relación con las luchas parciales.