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Acabamos de presenciar el enésimo espectáculo democrático electoral en Venezuela el 7 de octubre donde, como en México el pasado 1 de julio, la burguesía en su conjunto se ha colgado otra medalla al conseguir en ambos países una participación récord e histórica en las urnas de votación para la elección de puestos públicos diversos y, principalmente, de presidente del país. Por todo el mundo el mismo rito democrático burgués se repite con una precisión de relojería que resulta difícil encontrar otro mecanismo (como no sea el de la extracción de plusvalía del trabajo asalariado, claro está) en la sociedad que, como éste, se cumpla al pie de la letra.
Acabamos de presenciar el enésimo espectáculo democrático electoral en Venezuela el 7 de octubre donde, como en México el pasado 1 de julio, la burguesía en su conjunto se ha colgado otra medalla al conseguir en ambos países una participación récord e histórica en las urnas de votación para la elección de puestos públicos diversos y, principalmente, de presidente del país. Por todo el mundo el mismo rito democrático burgués se repite con una precisión de relojería que resulta difícil encontrar otro mecanismo (como no sea el de la extracción de plusvalía del trabajo asalariado, claro está) en la sociedad que, como éste, se cumpla al pie de la letra. Pronto, el próximo 6 de noviembre los congéneres estadounidenses de la burguesía venezolana y mexicana realizarán su propio circo electoral en esta maquinaria sin fin que renueva periódicamente las esperanzas de cambio y de mejoría en la mayoría de la población y, principalmente, de los trabajadores.
Efectivamente, pasan los años, las décadas y la sociedad sigue registrando periódica y religiosamente un hecho: las elecciones democráticas, directas o indirectas, secretas o no, están hasta en la sopa y se implementan cada vez más para los asuntos más inverosímiles. Las encontramos, por ejemplo, además de los diferentes niveles territoriales de gobierno del Estado capitalista (nacional, estatal, municipal), en la elección de representantes de colonia, de barrio, del centro de trabajo, de la escuela; se usan para votar hasta lo inimaginable como la herramienta estrella de la decisión ciudadana y, evidentemente, como el recurso infalible de la democracia que, presuntamente según la lógica de la visión burguesa, demostraría el triunfo del capitalismo y la de mostración de su perennidad.
La trampa infinita de la democracia electoral y de la alternancia en el gobierno
Sin embargo, precisamente es esta democracia electoral el mecanismo político central sobre el que descansa la dominación y la gobernabilidad de la burguesía sobre el proletariado y el resto de las capas no explotadoras de la sociedad. Una trampa tan sutil como asquerosa: alimentar la ilusión de que votando, en la más completa soledad e impotencia de una urna electoral, por tal o cual personaje de los partidos políticos (de cualquier tamaño, color o lenguaje) que se crean desde el mismo Estado, los explotados y oprimidos de esta sociedad tendrían la posibilidad real de mejorar su situación laboral y las condiciones y calidad de vida de sus familias. Es este el principal engaño y sobre todo porque descansa en la idea de que “todos los ciudadanos son iguales”, burgueses y proletarios y que, por tanto, todos tienen la misma oportunidad de “decidir” en “igualdad” de circunstancias a qué personaje se elige. Una mascarada vil que esconde el hecho básico de que se trata solo de un juego donde los diferentes sectores de la clase dominante organizan, mediante el Estado, una cierta competencia entre sus partidos políticos y sus personajes más vistosos que se emplean a fondo para convencer a la gran masa de votantes de sus “virtudes” y de la cual sale ganador el que logra los mejores artilugios para sumar más votos. Partidos y personajes políticos todos al servicio de la clase burguesa y de su Estado.
Pero además, hay otro cuento chino de este “ejercicio democrático ejemplar”: la alternancia en el gobierno, que sería una prueba del “poder ciudadano” al quitar y poner a sus representantes y, sobre todo, de la efectividad del voto electoral y, en suma, de la democracia. Nada más falso e hipócrita. Justamente esta alternancia política es lo que mejor da brillo a su juego democrático pues los recambios en el gobierno refuerzan la ilusión de que verdaderamente los electores deciden cuando en realidad estos cambios y recambios en nada afectan a la dominación de la burguesía en su conjunto y, al contrario, le beneficia sobremanera al renovar de manera periódica sus mecanismos de control gubernamental sobre todo de su clase enemiga y mortal, el proletariado. Que los diversos partidos políticos y sus personeros se presenten con ropajes, colores y discursos diferentes solo demuestra que el estado burgués se preocupa por tener copado todo el llamado espectro de la geometría política necesario para encuadrar las preocupaciones políticas, sociales y económicas de los trabajadores, todo un reparto de tareas que necesita el capital para perpetuar su dominación y explotación del trabajo asalariado.
Las campañas electorales machacan hasta la nausea a cada segundo que el derecho de voto "iguala jurídicamente" a todos los “ciudadanos”, burgueses y trabajadores, los cuales formarían una comunidad, un colectivo, una nación, “unida por los mismos intereses”. ¡¡¡Nada más falso!!! Tal comunidad es una utopía ya que explotados y explotadores jamás podrán construir una comunidad de intereses comunes, por tanto la noción de nación o de “interés nacional” beneficia solo a la burguesía que es la que detenta el poder estatal y se da los equipos de gobierno adecuados a sus intereses generales como clase. ¡Los obreros no tienen patria!
Votaciones en los EU: innovaciones ejemplares para la burguesía mundial en contra del proletariado
Lo que hemos dicho anteriormente es el marco general del funcionamiento de la democracia electoral; sin embargo, no hay que perder de vista que este mecanismo se renueva y se refuerza de manera constante por la burguesía conciente de que debe perfeccionar permanentemente su principal instrumento político, al lado del encuadramiento sindical oficial e “independiente”, para sostener su dominación de clase. Un ejemplo claro, lo tenemos en el proceso electoral de la primera potencia capitalista del mundo, los EU.
En efecto, en ese país los votantes de muchos estados no solo serán convocados a las urnas para “decidir” a su presidente o a sus representantes legislativos sino también enganchados por cientos de “iniciativas” estatales que van desde el matrimonia gay hasta la pena de muerte, pasando por la legalización de la mariguana, la segregación racial, leyes anti o pro abortos, enmiendas sobre libertades religiosas, leyes sobre negociaciones sindicales colectivas, iniciativas sobre impuestos para financiar la educación y, un larguísimo etcétera.
Es muy claro que esas iniciativas “ingeniosas e innovadoras” tienen el objetivo de alentar a los votantes reticentes y desilusionados por las experiencias pasadas para ir a las urnas y así incrementar los votos, una medida que, junto a otras, se están implementando para convencer a los votantes más reacios a los que las oficinas del Estado está identificando como la franja de la población que requiere más atención y persuasión para lograr arrastrarlos a las urnas de votación (incluso en EU, aunque esta medida ya tiene tiempo, se suspende un día laborable para intentar garantizar la mayor votación posible).
El capital los crea y… los junta
Estos tres casos que nos ocupan nos demuestran, por si hiciera falta, que la clase burguesa es la misma en todos los países no importando su nacionalidad, su color, su ropaje, su ideología, su verborrea… Todas estas variantes tienen un denominador común: ser los garantes de la opresión y la explotación de la clase trabajadora en todos los países.
Mucho se nos dice, para alimentar la confrontación entre la clase obrera, que las diferentes alternativas electorales representan verdaderas y diferentes opciones a las cuales hay que votar si queremos mejorar nuestro destino. Pero eso se nos ha dicho por décadas a nuestros abuelos, a nuestros padres, a nosotros ahora. Y resulta que se trata del mismo juego aunque perfeccionado. Al fin de cuentas son los profesionales de la política al servicio de la burguesía los que acaban engañándonos y enganchándonos al carrusel eterno de la democracia electoral.
Seguramente también la burguesía estadounidense se anotará otro triunfo más en sus elecciones de principios de noviembre pues ha logrado, hasta ahora, alimentar de manera creciente las expectativas alrededor de la disputa entre Obama y Romney: todo el aparato estatal y principalmente sus medios de comunicación volcados en generar el mayor interés posible en las filas de los trabajadores.
Efectivamente, la sociedad burguesa vive permanente en medio de votaciones democráticas y eso no tiene nada de extraño, se debe a que, al mismo tiempo, el capital experimenta crisis económicas crecientes y cada vez más profundas que los capitalistas solo pueden sortear descargando los mayores sacrificios sobre las espaldas de los trabajadores. La renovación democrática eterna de la ilusión para encontrar en algún momento a un partido o personaje político que llegue al poder y que solucione sus penurias, es la apuesta central del Estado burgués.
Los trabajadores contamos ya con una amplia experiencia en este terreno. Los abuelos, nuestros padres, fueron controlados por esta artimaña universal y a nosotros ahora nos toca experimentar la misma patraña.
¿Qué podemos hacer?
Precisamente aquí es donde muchos trabajadores se están planteando la clarificación. Si no podemos ya confiar, por enésima ocasión, en la democracia burguesa, ¿entonces, qué podemos hacer? Hay que buscar los medios para convocarnos a reuniones donde podamos discutir estas cuestiones. Nuestra clase cuenta con un enorme cúmulo de adquisiciones teóricas e históricas que podemos y debemos utilizar para, no solo clarificarnos, sino encontrar las mejores respuestas que nos permitan responder a los desafíos que nos impone la ofensiva actual de la burguesía que está determinada a arruinar la vida de las familias proletarias en aras de la salud de la economía nacional que significa, en el fondo, la salvaguarda de la ganancia de la clase burguesa.
Pero esta clarificación debe dar lugar a una lucha donde los trabajadores puedan encontrarse y discutir sobre los medios propios de lucha, para plantearse cómo hacer para no ir detrás de los partidos por nuevos que éstos sean como el que está creando Andrés Manuel López Obrador (Morena), ni detrás de los sindicatos, tenemos que separarnos de nuestros enemigos.
RR, octubre-2012