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Sólo podemos comprender los sucesos de España si nos referimos a la realidad histórica que se traduce, por un lado, en la decadencia del sistema capitalista y, por otro, en la profunda depresión del movimiento obrero internacional.
Se han gastado muchas palabras, a propósito de España, sobre la “revolución burguesa”, “olvidando” que se trata de una noción anacrónica barrida por la evolución capitalista y que se refiere a una época totalmente superada.
Las revoluciones burguesas se suceden desde mediados del siglo XVIII, a lo largo de dos siglos, expresando la eclosión de una nueva sociedad que nació en el seno de la feudalidad.
Por el contrario, en la época de la decadencia del imperialismo, la revolución burguesa pierde su significación histórica puesto que han surgido las condiciones objetivas para la desaparición del capitalismo. Sólo se puede hablar de revolución burguesa como tarea particular del proletariado allí donde las condiciones históricas han obstaculizado el completo desarrollo de la organización de la burguesía. Este fue precisamente el caso de Rusia donde la primera fase de la revolución proletaria de Octubre de 1.917 al Otoño de 1.918, consagró el perfeccionamiento de la revolución burguesa. También puede ser este el caso de España. Mencionar aquí la revolución burguesa como tarea de la clase burguesa española es tan absurdo como afirmar que su advenimiento al poder data de la proclamación de la República el 25 de Abril de 1.931. Es una ironía de la historia que la burguesía española no haya logrado concluir nunca su obra económico-social siendo, como es, una de las burguesía más viejas de Europa: es uno de los agentes más activos de la acumulación primitiva, así como fue capaz de apoyarse desde el siglo XV, antes que otras naciones, en una forma rudimentaria de parlamento: las Cortes.
Pero precisamente su poderío prematuro ha convertido a España en el país atrasado de hoy. Todopoderoso en sus riquezas coloniales, ebrio en su vertiginoso ascenso, fue incapaz de adaptarse a las transformaciones que se operaron en la estructura económica y social de Europa en los siglos XVI y XVII, justamente en la época en que se precipitaba su decadencia. Mientras las naciones modernas, pilares del capitalismo, se construyen en Inglaterra, Francia, Holanda, bajo el empuje de centralismo estatal, España sobre la base del estancamiento económico, no conseguirá vencer la fuerza disgregante de las tendencias separatistas.
El separatismo español es un producto más bien histórico que geográfico, en vez de diluirse en la “Nación” como sucedió sobre todo en el caso de Francia, encontró un nuevo alimento en el parasitismo de las clases dominantes que gangrenaban todo organismo social, que paralizaban las actividades e iniciativas de la burguesía de las ciudades y que le hizo replegarse en sí misma. Por eso hoy el espíritu separatista domina en España, espíritu que mañana complicará las tareas de la revolución proletaria, y más cuando las corrientes que actúan en la clase obrera, lejos de señalar la necesidad de una lucha centralizada contra el capitalismo, favorecen la vitalidad de las tendencias autonomistas[1].
La sociedad española bajo su forma inacabada, semi-feudal, semi-burguesa, no dejó de convertirse por eso en un mecanismo del sistema de producción burgués, adquiriendo por ello una naturaleza y un contenido burgués. El capitalismo mundial se apoyó en una amalgama de clases parásitas formada por una minoría específicamente burguesa rodeada de señores feudales “aburguesados”, de nobles terratenientes, de congregaciones del clero, para adueñarse de forma sumaria de los recursos nacionales mediante una explotación feroz de las masas obreras y campesinas. Hasta aquí el instrumento de esta explotación consistió, a falta de un aparato de estado poderosamente centralizado al servicio de una burguesía políticamente fuerte, en una monarquía burocrático-militar que vivía en medio de una lenta descomposición de las clases dominantes salvaguardando su existencia: una relación social análoga, globalmente, a la que se daba en la Rusia zarista.
Sin embargo, en realidad, el capitalismo español sufría desde hacía mucho tiempo, en estado endémico, una profunda crisis social que lo sacudía periódicamente hasta sus cimientos y que era el amargo fruto de su composición heterogénea, de la naturaleza híbrida de su estructura política y económica. Pero esta crisis no resultaba en modo alguno del choque entre feudalismo y fuerzas nuevas de una burguesía revolucionaria; se limitaba al interior de las clases dominantes a luchas de minorías que se disputaban el poder y las prebendas en las que el proletariado no llegaba a intervenir como fuerza política independiente. El eje de la lucha se desplazó sin embargo cuando el proletariado industrial y agrario aumentó su peso específico en la economía. Sabemos que la neutralidad de España favoreció un cierto desarrollo económico al que contribuyó, igualmente, una intervención más masiva del capital extranjero en la explotación minera e industrial. Pero esta prosperidad efímera y muy relativa no hizo sino acelerar consecuentemente el proceso de la sociedad española en el momento en que la crisis económica mundial descubrió brutalmente, de nuevo, la realidad de la decadencia irrevocable del capitalismo (revelado ya por la guerra imperialista).
La burguesía española en un clima histórico que excluía una nueva expansión de las fuerzas productivas bajo su forma capitalista, no podía plantearse la consumación de la Revolución industrial que había sido incapaz de realizar anteriormente. Lejos de poder soñar con asociar “su” proletariado a una utópica prosperidad (ni lo pensaba) su tarea, por el contrario, consistía en esclavizarlo totalmente, sangrarlo incluso si quería únicamente salvaguardar su dominación. Tenía, en suma, que resolver el problema que se le presentaba a la burguesía mundial disponiendo de medios mucho más restringidos que, por ejemplo, los Estados capitalistas democráticos. Si, de 1.931 a 1.936, fracasó al jugar la baza “democrática” fue por su debilidad congénita y no porque la relación de clase le hubiese sido desfavorable, lo que contradice la realidad de las situaciones. En efecto, como veremos en el capítulo siguiente, la República democrática en vez de favorecer el desarrollo ideológico y político del proletariado, y en consecuencia la constitución de su partido de clase, contribuyó al reforzamiento de las fuerzas contrarevolucionarias que obraban en las masas socialistas, estalinistas, anarco-sindicalistas, corrompiendo los débiles núcleos comunistas supervivientes de la ruina de la IIIª Internacional.
Se asiste en España, a menor escala, a lo que ocurrió en los otros países capitalistas en la era del “resurgimiento” democrático que siguió a la guerra imperialista.
Si el criterio internacionalista significa algo, hay que afirmar que bajo el signo de la contrarrevolución a nivel mundial la orientación política en España, entre 1.931 y 1.936, no podía sino seguir una dirección paralela y el curso inverso a un desarrollo revolucionario.
Hay que tener esto bien presente si queremos extraer una lección positiva de los sucesos en España desde Julio de 1.936. Además partimos de la opinión de que una lucha proletaria nacional no puede alcanzar su pleno desarrollo hasta que alcance sus objetivos finales y cambie en consecuencia la situación internacional que, como ésta, contiene ya factores de madurez revolucionaria. Si consideramos el problema desde el otro extremo, esto significa que, en el cuadro internacional la revolución no pueda alcanzar su pleno desarrollo sino como producto de una situación revolucionaria a escala internacional. Sólo sobre esta base podemos explicar los fracasos de la Comuna de París y de la Comuna Rusa de 1.905, así como la victoria del proletariado ruso en Octubre de 1.917.
Es indiscutible que la evolución específica del capitalismo español favoreció el desarrollo de poderosos factores objetivos para la revolución: en primer lugar, una burguesía privada de un poder central sólidamente constituido, débilmente organizada y cuyo campo de maniobras estaba estrechamente limitado; en segundo lugar, una maduración muy agudizada de los contrastes sociales que expresaban la pobreza económica de España; y en tercer lugar, la capacidad combativa de los proletarios y campesinos templados en el fuego de luchas esporádicas que jalonan su existencia miserable.
No es menos cierto que el proletariado español fue lanzado a esa trágica situación que, aún oponiéndose a un “eslabón débil” del capitalismo mundial, lucha en peores condiciones porque está privado de los instrumentos de su emancipación: el partido de clase y el programa revolucionario. Si quedaba aún la más mínima duda sobre el papel fundamental de partido en la revolución, la experiencia española desde Julio de 1.936 hubiera bastado para borrarla definitivamente. Incluso si asimilamos el ataque de Franco a la aventura de Kornilov en Agosto de 1.917 (lo que es falso histórica y políticamente) el contraste entre las dos revoluciones continúa siendo impresionante. La una, en España, determina la progresiva colaboración de las clases hacia la unión sagrada de todas las fuerzas políticas; la otra, en Rusia, se dirige hacia la elevación de la lucha de clases que acaba en la insurrección victoriosa bajo el control vigilante de Partido Bolchevique, templado mediante 15 años de lucha mediante la critica y la lucha armada.
Hacía falta un milagro para que el proletariado español pudiera abrirse “el mismo” su camino de clase. Pero sabemos que los milagros sociales no se concilian con la dialéctica materialista.
El origen de los sucesos de Julio.
La República democrática de 1.931, en virtud de las condiciones que la hicieron surgir, no significó en absoluto el advenimiento de una burguesía revolucionaria que hiciese tabla rasa de los últimos vestigios feudales. Ya hemos dicho porqué no se trataba de llevar a cabo un programa integral de la revolución burguesa. En realidad la “Revolución” de Abril de 1.931, que nace por empuje de una sucesión de huelgas que se habían desarrollado tras la caída de Primo de Rivera, un año antes, se limitó a sustituir la forma republicana de dominación capitalista por otra forma de dominación capitalista que llegó a manifestarse imposible: la monarquía podrida de Alfonso XIII. Pero dejó intacto el aparato represivo del Estado burgués: la burocracia, la policía, el militarismo. Sólo cambió el personal político teñido de radicalismo y de socialismo. El Gobierno Provisional, verdadero disfraz de Arlequín, reveló sin embargo su homogeneidad al estar compuesto únicamente de enemigos irreductibles del proletariado, desde los republicanos de derechas de Alcalá Zamora, monárquicos arrepentidos, hasta la izquierda socialista de Largo Caballero (exconsejero de Primo de Rivera), Prieto, De los Ríos, pasando por el centro radical desde Lerroux hasta Azaña. La “República de los trabajadores” ofreció, por oportunismo, a los obreros y campesinos un programa de mejoras económicas y la reforma agraria, cuyo objeto era desviarlos de su lucha directa contra el capitalismo, pero que en absoluto estaba destinado a convertirse en una realidad concreta.
La burguesía “republicana”, como antes cuando era monárquica, no podía pensar en resolver los complejos problemas económicos con los que se encontró, en desarrollar su equipo industrial, en sanear su economía agraria abasteciéndola de agua y de utillaje moderno, en proporcionar pan a las masas de proletarios y campesinos. En suma, no se trataba de fundar las bases de una inmensa acumulación de beneficios y medios de producción en un clima histórico que ahogaba toda posibilidad de expansión, sino que había de hacer frente a una crisis económica que agravaba más los contrastes sociales, que provocaba un mar de fondo que el capitalismo español esperaba calmar poniéndolo en el tablero de la “democracia”.
Es fácil imaginar hasta que punto la depresión mundial que había sacudido los Estados capitalistas más poderosos debió ensanchar las numerosas grietas de la retrasada economía española. Su centro vital, el sector agrario, había sido especialmente herido por la caída en volumen y precios de las exportaciones, que constituían anteriormente los dos tercios de las exportaciones totales. La gravedad de este desastre puede medirse en relación con las particularidades estructurales de la economía española que desde el punto de vista social establece, en efecto, la suerte del 70% de la población total –de 5 millones de trabajadores españoles- (sin contar sus familias), es decir 3 millones de proletarios (aproximadamente la cifra correspondiente al proletariado industrial) están en paro forzoso la mitad del año, y sus ingresos anuales no superan apenas el millón de francos belgas. En realidad el 85% del total de los trabajadores no disponen más que del 13% de la superficie de tierra cultivable; el 14% de los campesinos acomodados posee el 35%, y el 1% formado por los grandes propietarios y las congregaciones religiosas detenta más de la mitad de la tierra. Además las ¾ partes de las explotaciones agrícolas tienen menos de 1 hectárea. El paro endémico, los abrumadores impuestos a pesar de la escasez del rendimiento, el diezmo eclesiástico que no ha desaparecido, la carestía de los productos, hace que las 4/5 partes de la población viva en una situación de hambre permanente y de indescriptible miseria.
Desde el punto de vista económico hay dos características esenciales: una equipamiento técnico mediocre y la escasez de agua, que en algunas regiones es tan grande que existe la propiedad privada del agua.
Semejantes condiciones económico sociales explican tanto la penetración de la ideología pequeño burguesa de los anarquistas, obsesionados con la posesión de la tierra, como la combatividad ardiente del campesinado. Lo que no significa que el problema agrario se plantease ante el proletariado español desde el mismo ángulo que en Rusia. Creemos que las condiciones geográficas (menor extensión y problemas de riego) unidas a la existencia de un proletariado agrícola muy numeroso, harán que la producción colectiva gana la vez a la consigna burguesa del reparto de la tierra sobre la base de la nacionalización integra del suelo como culminación de la revolución burguesa.
El sector industrial ocupa un lugar secundario respecto a la economía agraria; pero, por analogía con la estructura de la Rusia zarista, el proletariado – fuertemente concentrado en algunas regiones – ocupa en la producción una posición tal que necesariamente lo convierte, desde el punto de vista histórico, en la única clase revolucionaria. Por consiguiente, su dinamismo, su unidad con el campesinado, hace muy compleja la tarea de la República democrática que tiene como principal objetivo contener los contrastes de clase y destruir toda posibilidad de desarrollo de la conciencia proletaria. A este respecto los propósitos capitalistas han triunfado totalmente. No es que las masas hayan permanecido inactivas, al contrario. Con el advenimiento de la República aumentó la acción obrera. Los cinco años de idilio democrático están jalonados de huelgas, locales y generales, de motines, de “revueltas” campesinas que coronaron el movimiento insurreccional de Octubre de 1.934.
Pero las masas permanecieron en todo momento bajo el dominio del programa democrático burgués y de las fuerzas políticas que se convertirían en sus defensores, porque en el ardor de sus luchas no llegaron a oponer el programa de la Revolución proletaria ni los órganos capaces de realizarla. La República no sólo incorporó los partidos socialistas y estalinista, y la UGT, sino que se benefició, mucho más aún que antes, del confusionismo anarcosindicalista de la CNT. Aún más, logró impedir toda clarificación en el seno de los débiles núcleos comunistas que sobrevivían a duras penas y, en consecuencia, aplastó toda posibilidad de creación de las bases para la fundación del partido de clase. Cada vez que las masas recurrían a la acción directa y amenazaban los privilegios capitalistas, la República les lanzaba plomo.
Estas conclusiones pueden extraerse de un breve análisis del período comprendido entre Agosto de 1.931 y Julio de 1.936. Tras la proclamación de la República, las huelgas tomaron tales proporciones que la UGT y el partido socialista tuvieron que “exhortar” a los obreros a la vuelta al trabajo asegurando al Gobierno su voluntad de defender la República. Tras las elecciones a Cortes Constituyentes en Junio que aseguraron una mayoría republicano-socialista, las huelgas se reavivaron y en Sevilla (donde la CNT había desencadenado la huelga general) tienen lugar fusilamientos de proletarios. La ola de huelgas se prolonga hasta Octubre; en este momento el Gobierno se “radicaliza”. Alcalá Zamora cede su puesto a Azaña que excluye a la derecha, conservando con todo al aventurero Lerroux, radical-centrista.
Azaña se apresura a hacer votar la ley de la defensa de la República que pretende, prácticamente, impedir las huelgas imponiendo el aviso previo, instaurando el arbitraje obligatorio y las comisiones paritarias. Además declara fuera de la ley a los sindicatos, que por otro lado se ven sometidos a la obligación del previo aviso.
En Diciembre, nuevo giro hacia la izquierda con el gabinete Azaña-Caballero y la exclusión de Lerroux que se limita a una radicalización verbal del programa inicial sobre todo en lo referente a la cuestión agraria. Poco después, pasa a la represión de la tentativa de los anarquistas de instaurar comunas libertarias en la región de Barcelona. En compensación se proyecta la expropiación de las tierras “mal cultivadas”.
En Agosto de 1.932 la derecha realiza un sondeo desencadenando un ataque militar a Madrid y Sevilla (Sanjurjo) que fracasa. En Septiembre las Cortes votan la “reforma” agraria que consistía en la venta de las peores tierras a los campesinos mediante la retroventa.
Al iniciarse el año 1.933 nueva oleada de las huelgas ilustradas por la masacre de Casas Viejas (Cádiz) de los obreros desarmados y prisioneros, y por la feroz represión de las “ocupaciones” de tierras.
En otoño de 1.933 se da una conversión política hacia la derecha, con la eliminación de Azaña por Martínez Barrios, y la creación del partido popular católico de Gil Robles. Las elecciones a las Cortes, en las que se recurrió al voto femenino, confirmaban la nueva orientación, con el triunfo de los agrarios y los radicales de Lerroux.
Una reacción obrera general de inspiración anarco-sindicalista provoca el sabotaje de la UGT y de los socialistas, perros fieles a la República, y la represión violenta de Martínez Barrios.
Después se suceden los Gabinetes Lerroux que se deslizan cada vez más a la derecha hasta recibir abiertamente el apoyo de Gil Robles, mientras que en el partido socialista se hace “izquierdismo” bajo la inspiración de Largo Caballero, con el fin de poder ahogar mejor las luchas obreras en perspectiva.
Sobrevienen los sucesos de Octubre de 1.934 en los que en Asturias, socialistas y estalinistas logran dirigir la insurrección hacia la masacre, mientras que en Cataluña, la huelga general, que estalla espontaneamente a despecho del absentismo preconizado por los anarquistas, es rápidamente sofocada por la propia CNT que, además de esto, había impedido su desencadenamiento en Andalucía, Extremadura, Valencia y Aragón.
Los sucesos que siguen muestran que la situación política evoluciona hacia un callejón sin salida.
En efecto, los gabinetes de centro-derecha, en los que finalmente participa Gil Robles en persona, no llegan a afrontar los complejos problemas que se plantean y, en Diciembre de 1.935, tiene lugar la crisis y la disolución de las Cortes seguida del triunfo electoral del Frente Popular.
La propia composición de este Frente Popular revela ya hasta que punto había progresado la descomposición del movimiento obrero desde Abril de 1.931. En efecto, ese Frente va desde los republicanos “tibios” de Barrios al POUM, la “vanguardia proletaria”, pasando por la izquierda catalana, la de Azaña, los socialistas, estalinistas y sindicalistas independientes de Pestaña. Incluso el anarco-sindicalismo contribuyó a su victoria. Por otro lado, todas esas formas revelaron brutalmente su función capitalista tras los sucesos de Julio. En realidad, la breve gestión del Frente Popular no hizo sino preparar los elementos del ataque que iba a cebar la nueva política de violencia del capitalismo. Por un lado los mismos que iban a desencadenar el “complot” (los Franco, Mola, Caballero, Sanjurjo) recibieron la investidura de la República del Frente Popular; Por otro, el sabotaje de las luchas obreras fue el único fin perseguido por la UGT y los estalinistas, denunciando a los “provocadores” anarquistas y las huelgas “indisciplinadas”.
Además, la aún mayor incapacidad de la burguesía para realizar reformas “democráticas”, unida a la agudización de los contrastes sociales y puesta de manifiesto por la “victoria” del Frente Popular, precipitó los acontecimientos.
En vísperas de Julio, los obreros, abandonados a sí mismos, se aprestaron a librar nuevas batallas sin resultado. Una huelga general de la construcción se había entablado en Madrid desde Junio siendo declarada ilegal por el Gobierno de Casares Quiroga.
¿Guerra antifascista o guerra de clases?
El camarada Hennaut considera, al final de su informe, que una política proletaria debe basarse en lo que es, por ejemplo en el hecho de que los obreros españoles, en Julio de 1.936, dejasen escapar el poder que, al parecer, tenían en sus manos. Pero un análisis marxista no puede, evidentemente, contentarse con un registro de los hechos. Debe extraer de ellos su naturaleza real y sus causas, si quiere llegar a conclusiones positivas de las experiencias de la lucha de clases. No se trata de subestimar la capacidad combativa desplegada por el proletariado español sino de buscar por qué, a pesar de su heroísmo y de su poderoso instinto de clase, no alcanzó la conciencia revolucionaria que le hubiese permitido rematar su victoria inicial sobre Franco, barriendo al conjunto de la clase capitalista, así como denunciar las fuerzas y la política que le han obstaculizado el camino al poder.
Es necesario construir una política proletaria sobre la realidad de los hechos, pero no es válida en el caso de que estos hechos se desnaturalicen, es decir, si no son evaluados exactamente en función de la relación de las clases que expresan, relación que ha de medirse tanto a escala internacional como nacional. Además, esta política, para no caer en el empirismo vulgar, debe inspirarse totalmente en los principios ya elaborados con anterioridad a la luz de las experiencias históricas tales como los criterios de Partido y Estado.
Respecto a los acontecimientos que tienen lugar en las primeras semanas que siguen al 19 de Julio, se les podría atribuir, por su aspecto externo, la significación de una revolución proletaria en marcha mientras que las premisas políticas realmente establecidas contradicen semejante hipótesis. Es cierto que la gente del POUM ha dicho al respecto que: “Los obreros han derrotado al fascismo y luchan por el socialismo” (Nin 06-09-36). O bien que “hay que hacer la revolución proletaria”, “En Cataluña la dictadura del proletariado ya existe” (Nin); o incluso: “Asistimos en España a una profunda revolución social; nuestra revolución es más profunda que la que Rusia emprendió en 1.917”. Respecto a la noción de Partido añadían: “La dictadura del proletariado no puede ser ejecutada por un solo sector del proletariado, sino por todos los sectores sin ninguna excepción. Ningún partido obrero, ninguna central sindical tiene el derecho de ejercer ninguna dictadura” (¡!).
Esta era la concepción “revolucionaria” de los que se preciaban de ser la vanguardia del proletariado español.
Ya conocemos la tesis opuesta del campo socialista y estalinista, de los defensores del “orden republicano en lo referente a la propiedad”, de la “España democrática y libre” que considera que no se trata del choque de dos clases fundamentales de la sociedad capitalista, burguesía y proletariado, sino de la lucha entre fascismo y democracia.
Es cierto que la evolución de los acontecimientos ha demostrado después que la diferenciación de concepciones de estas diversas corrientes era puramente verbal puesto que se fundaba en realidad en la Unión Sagrada contra el fascismo.
Se plantea aquí una segunda cuestión: ¿cómo fue posible esta Unión Sagrada?, ¿Hay que explicarla solamente por la actividad de las corrientes actuantes en el seno del proletariado que dirigieron la lucha antifascista por una vía contra-revolucionaria; o bien hay que buscar sus raíces en la fase inicial de la transformación de la lucha proletaria en su propia lucha anti-fascista?. Una tercera cuestión va ligada a la precedente: la guerra antifascista unilateral ¿es la expresión de la voluntad de los obreros o el producto de una maniobra política de la burguesía democrática?.
En principio hay que señalar esto: por un lado, el ataque de Franco no representa un golpe militar, un pronunciamiento que venga a sumarse a la serie de pronunciamientos anteriores, sino que se trata indiscutiblemente de una ofensiva del capitalismo español en su conjunto, como se desprende del análisis precedente, mientras que por lo demás el “complot” se organiza con la complicidad tácita de la República del Frente Popular.
Por otro lado la respuesta obrera es absolutamente espontánea e irresistible, hasta el punto de que llega a barrer la pasividad de las corrientes “obreras” y la hostilidad sorda de la burguesía “republicana” sobre la que Alcalá Zamora, más tarde, podrá decir que de ninguna manera hubiera pensado en resistir a Franco sino hubiese sido impulsada por las masas.
La adaptación capitalista a una situación dominada por la iniciativa y el ímpetu de los obreros es flagrante. La historia abunda en ejemplos que ilustran la flexibilidad de la burguesía y su capacidad para corregir una situación comprometida, siempre que sus fundamentos queden salvaguardados, sí bien no sus formas, su Estado, condición de su poder político y económico. Pues el problema esta aquí y volveremos a él en el capitulo siguiente. En este caso lo que debe retener nuestra atención no son los aspectos contingentes de esta lucha, sino la alteración de su contenido, cuando el proletariado engañado sobre el valor político de los republicanos burgueses de Madrid y Barcelona se abstiene de dirigir sus golpes contra ellos, como contra Franco, y se deja así engañar sobre el significado de su éxito inmediato.
Los hechos hablan claramente al respecto. Precisamente después del 19 de Julio, el proletariado (nos referimos sobre todo al de Barcelona) combinando su lucha con la huelga general (condicionada la primera por la segunda) llegará a avanzar lo más lejos posible en el camino revolucionario, a conseguir la máxima conciencia política compatible con su inmadurez ideológica, a llevar la lucha social a su más alta expresión.
Aquí el camarada Hennaut entra en contradicción evidente con la realidad cuando afirma que “la huelga general económica es imposible bajo la amenaza del fusilamiento” puesto que por el contrario contribuyó a la derrota de Franco y continuó aún durante más de una semana y no fueron los obreros los que pusieron fin “conscientemente” sino las organizaciones que los dominaban: CNT, UGT, POUM. Para un marxista no puede tratarse siempre en abstracto de oponer huelga general a insurrección, como lo hace el camarada H., sino de unir la primera a la segunda, fundir las dos luchas en la última batalla contra el capitalismo. Es lo que ocurrió en España, de golpe, y sobre todo en Cataluña. La huelga general ascendió inmediatamente al plano político e insurreccional mientras que los obreros plantearon sus reivindicaciones materiales: la semana de 36 horas, el aumento de los salarios; prepararon la expropiación de las empresas, pero sin conseguir- en ausencia de un partido de clase – llegar a percibir la necesidad fundamental de destruir el Estado capitalista. Pero esta visión podría adquirirla luego, en el curso del proceso de formación del Partido, a condición de mantenerse sobre la base de la lucha por sus intereses de clase, sus condiciones materiales, la única que podía enfrentarles directamente al conjunto de la clase capitalista.
Por las condiciones históricas en que se encuentra el proletariado español, sucedió lo contrario, por la contradicción insoluble en que se hallaba sumido, por tener que resolver el problema del poder careciendo del programa de la revolución. En efecto, muy pronto, la huelga de clase inicial se transformó en una guerra que enfrentaba a unos obreros contra otros, a unos campesinos contra otros, pero bajo el control exclusivo de la burguesía, de Franco y Azaña, cuyo poder había sido quebrantado, pero no destruido[2].
Como este poder quedaba en pie, la Generalitat de Cataluña, sobre todo, podía legalizar tranquilamente las acciones de los obreros en el terreno económico, formar corro con las corrientes “obreras” que indistintamente, todas, engañaban a los obreros con expropiaciones, el control obrero, el reparto de la tierra, la depuración del Ejército y de la policía, etc., pero que guardaban un silencio criminal respecto a la realidad terriblemente efectiva, tan poco aparente, de la existencia del Estado capitalista.
Por consiguiente hay que destacar la significación real de los acontecimientos del principio, que tienen una importancia fundamental, porque consideramos que su contenido político fue el factor determinante de la evolución ulterior de la situación.
Las milicias proletarias, nacidas espontáneamente de la fermentación social quedaron muy pronto sometidas al control del Comité Central de Milicias, amalgama política con predominancia capitalista, ya que los partidos burgueses socialistas y estalinistas contaban con una mayoría de delegados en aquél.
Pero el factor decisivo, a nuestro parecer, y volveremos sobre ello, que cambió completamente la situación de fondo fue el desplazamiento del eje de la lucha proletaria. El objetivo de clase se sustituyó por el objetivo antifascista. La orientación de los acontecimientos da un giro de 180 grados.
El camarada H., negará que la guerra en el frente apagará la lucha de clases, la prueba la encuentra en la posesión y administración de las empresas por los obreros de Barcelona; en este punto, creemos que el camarada H., se deja llevar demasiado por el aspecto externo de las gestas obreras, sin detenerse en la significación política y sin conectarlas con la relación real de las clases, el único criterio marxista, en definitiva, que hay que considerar. El camarada H., tampoco ha tenido en cuenta una serie de manifestaciones estrechamente solidarias que nos proporcionaban la prueba de que la lucha militar con Franco no podía nacer de la “voluntad” obrera, aunque se realice con su “consentimiento” (pero ¿de qué sirve este consentimiento en ausencia de un partido de clase?), sino de la maniobra capitalista de estrangulamiento de la revolución proletaria.
Hacia el 24 de Julio la UGT y la CNT (permaneciendo el POUM a la expectativa) podían intervenir para reprimir la lucha reivindicativa con mucha más facilidad, desde el momento que la Generalitat de Companys, del mismo modo que había legalizado las Milicias y su Comité Central, había cogido el toro por los cuernos y decretado la semana de 40 horas, un alza del 15% de los salarios, asegurado el salario integro a los obreros en lucha y restablecido, en consecuencia un cierto equilibrio social que se traducía por la vuelta al “orden” en la calle. La CNT, organismo mayoritario en Barcelona pudo entonces preconizar la vuelta al trabajo en las empresas alimentarias, en los servicios públicos y en aquellas industrias que podían “apoyar” la lucha antifascista. Dos días más tarde, el POUM hace lo mismo, ¡con el fin, dirá, de asegurar la fabricación de bombas, blindajes, etc.!. No es casualidad que al mismo tiempo los objetivos proletarios queden confundidos y que los obreros sean alejados de los centros vitales del capitalismo, Barcelona, Valencia y Madrid, y diseminados por el campo español de Huesca, Teruel, Zaragoza, Guadarrama, con el fin de destruir las “últimas guardias fascistas”, fijados luego en los centros militares, y arrojados, a fin de cuentas, en la atmósfera asfixiante de la guerra que disipa las últimas migajas de conciencia que podían subsistir. Con la extinción total de la huelga hacia el 28 de Julio, el peligro proletario estaba completamente descartado, la dominación burguesa salvaguardada y precisamente por esto, los obreros podían perfectamente abandonarse a sus ilusiones de poder económico, puesto que éste no podía ejercerse más que para las necesidades de la guerra antifascista, y no para servir de apoyo a la conquista del poder político.
Según nuestra opinión, las tesis del camarada H., están viciadas desde su base, porque no contienen la crítica fundamental de la guerra imperialista en sí. Para nosotros consiste en que, por su naturaleza capitalista lleva en su seno la derrota proletaria. Para el camarada H., la guerra conduce a la derrota porque está llevada por “conciliadores”. He aquí la divergencia esencial. Se impone la mayor claridad posible sobre este punto.
El camarada H., comienza rechazando la tesis de la lucha unilateral contra el fascismo: “una lucha real contra el fascismo no puede ser llevada más que por el proletariado en lucha por el socialismo”. Pero plantear la cuestión del socialismo supone plantear la cuestión de la conquista del poder y la destrucción del Estado capitalista, y en ese caso ya no se trata de disociar el fascismo del capitalismo. La lucha de clases se identifica totalmente con la lucha revolucionaria con miras a derribar el capitalismo. Se desarrolla evidentemente contra el conjunto de la clase burguesa, tanto contra Franco como contra Azaña y Companys. Pero no puede darse en dos planos divergentes, no puede llevarse al mismo tiempo en un frente militar y en un frente de lucha de clases, porque el primero fusiona las clases (y nunca es de otra manera) mientras que el segundo las enfrenta de forma irreductible. Para el camarada H., la “lucha contra los conciliadores no se opone a la lucha contra el fascismo; forma una sola. El frente de los conciliadores es un frente que unió por el momento, con el consentimiento de la clase obrera – esto es muy importante a varias clases”.
Así, el camarada H., si bien admite que la lucha antifascista se ha seguido bajo el régimen de la colaboración de clase y de la defensa de los intereses capitalistas, se niega sin embargo a admitir su contenido imperialista y continúa afirmando que “la lucha militar contra Franco era una condición de vida o muerte para el proletariado español”. Lo que equivale, lo quiera o no, a una posición de “defensa nacional” comparable a la que los socialistas belgas y franceses adoptaron al defender las “libertades democráticas” contra el “militarismo prusiano”. Prudentemente había dicho que el haber puesto en primer plano la defensa militar “ha retardado la diferenciación social en el campo antifascista” y que esto ha tenido como consecuencia el “condenar de nuevo al proletariado español a la defensa del sistema capitalista, gracias al gobierno de la Unión Sagrada”. Pero, por otro lado es falso afirmar que los reveses militares hayan frenado la lucha revolucionaria, porque al contrario, los hechos demuestran que la guerra de clases fue ahogada por la guerra antifascista, Incluso “victoriosa” la lucha antifascista tenía que significar una derrota proletaria, del mismo modo que la victoria sobre el militarismo alemán en el 18 reforzó la dominación de las burguesías “democráticas”.
En todo caso puede considerarse que la Guerra de España, en sus manifestaciones, no es absolutamente comparable a la guerra imperialista porque ésta opone directamente a clanes burgueses antagónicos, mientras que la primera enfrenta a la burguesía y al proletariado, no en el sentido de la democracia contra el fascismo, sino en el de una lucha en la que el proletariado no juega ningún papel independiente, lucha, en la que se hace masacrar en provecho de la misma burguesía, que juega en los dos planos: el frente fascista y el frente antifascista, en suma, bajo el aspecto de una “guerra de clases”en la que el proletariado está ausente, como clase consciente de sus intereses y de sus objetivos, lo que de todos modos nos conduce a las características fundamentales de la guerra imperialista. ¿No se ve además cómo España se manifiesta, cada vez más, como un poderoso caldo de cultivo de los contrastes imperialistas que el capitalismo mundial todavía consigue circunscribir pero que, mañana, puede encender el conflicto general?.
Hoy, que, ante la evidencia de los hechos, el camarada H., parece orientarse hacia el “derrotismo” respecto a la lucha militar en España, le pedimos que admita también que el antisfasismo tenía que desembocar en el impasse actual.
Estado capitalista o Estado proletario
El aspecto externo de los acontecimientos que se han sucedido a partir del 19 de Julio (sobre todo en Cataluña) ha dado lugar a que las dos concepciones centrales del marxismo – las que se refieren al Estado y al Partido- hayan quedado singularmente relegadas al último plano, mientras que la Revolución de Octubre de 1.917 las puso totalmente en evidencia destruyendo el Estado capitalista y sustituyendo el poder de la burguesía por el del proletariado que se expresaba a través del Partido.
En lo que respecta a España, se ha evocado muy a menudo la Revolución proletaria en “marcha”, se ha hablado de la dualidad de poderes, del poder “efectivo” de los obreros, la gestión “socialista”, la “colectivización” de las fábricas y la tierra, pero en ningún momento se han planteado sobre bases marxistas ni el problema del Estado, ni del Partido... Al contrario, el equívoco ha triunfado en toda la línea como expresión de la confusión ideológica que impregna a los que se decían guías de la revolución: la CNT y el POUM.
Es cierto que los factores revolucionarios objetivos, de los que hemos hablado al principio: debilidad política de la burguesía, dinamismo de las masas apoyados en poderosos contrastes sociales conjugados activamente en una situación extrema, han podido falsear por un momento las apreciaciones de la realidad; pero estos mismos factores, por el contrario, han revelado su lado negativo en ausencia del factor subjetivo: el partido, el único capaz, apoyado por las masas, de asociar los factores objetivos a la realización del programa de la revolución de plantear concretamente el problema de la destrucción total del aparato de Estado burgués, condición de la revolución social. Este problema fundamental se ha sustituido por el de la destrucción de las “bandas fascistas” y el Estado burgués ha quedado en pie adoptando una apariencia “proletaria”. Pero se ha permitido que domine el equívoco criminal de su destrucción parcial, y se ha yuxtapuesto a la existencia de un “poder obrero real” el “poder de fachada” de la burguesía que se concretará en Cataluña en dos organismos “proletarios”: el Comité de las Milicias antifascistas y el Consejo de economía. Al mismo tiempo que se reconocía un solo poder efectivo, el de los obreros, se hablaba de dualidad de poderes, dualidad que ha de fundirse inevitablemente en la unidad de poder, en provecho exclusivo de la burguesía o en provecho exclusivo del proletariado.
Sabemos que la realidad fue radicalmente distinta, y que no expresó ni el poder único de los obreros, ni tampoco la dualidad de poderes que en ningún momento se vio oponer a la burguesía el programa de la revolución proletaria, y porque la esencia política del poder siguió siendo totalmente burguesa. Y éste es precisamente el fondo de la cuestión. Una dualidad de poder enfrenta, cara a cara, a dos organismos gubernamentales opuestos por base, el programa y la política de clase. La primera y la única experiencia de dualidad de poder hasta ese momento la aportó la revolución rusa de Febrero a Octubre de 1.917. Incluso Lenin no dejó de subrayar que durante ese período el poder proletario, aunque apoyado en los Soviets, poderosa organización de las masas, no era más que un poder embrionario, que no podía existir de forma efectiva más que en la medida en que los Soviets ejercieran el poder; lo que para él significa en la medida en que el partido de clase extendía su influencia en el seno de los Soviets, en la medida en que los comunistas, armados con el programa de la revolución, liberaban a los proletarios de la ideología burguesa y dirigían la iniciativa de las masas. Y Lenín añadía que el poder burgués subsistía de una forma más efectiva en la medida en que se “apoyaba en un acuerdo directo e indirecto, formal y real con los Soviets, debido a la falta de conciencia de los proletarios”. Pero la creciente lucha de clases y el reforzamiento del partido bolchevique transformaron completamente esta relación de fuerzas y engendraron Octubre de 1.917.
En España, después de Julio de 1.936, no se halla en ningún lugar vestigios de una organización de masas que pudiera parecerse a los Soviets, ni de oposición de dos políticas de clase de donde pudiera surgir un “Octubre” español. No hubo poder proletario embrionario, porque ni siquiera tuvo tiempo de nacer de la efervescencia inicial.
¿ Y las Milicias Antifascistas?, se dirá, ¿ Y el Consejo de Economía?. Si bien las Milicias parecen haber sido una creación espontanea de las masas como respuesta a Franco, estas masas, desgraciadamente no tuvieron la posibilidad de convertirlas en organizaciones de masas que pudieran convertirse en el embrión del poder proletario a la vez que en un instrumento poderoso de la guerra civil. Estas masas y sus milicias inmediatamente quedaron atrapadas por los partidos “obreros” y puestas bajo la dirección de aquel famoso Comité de Milicias, que al imprimirles un carácter paritario les arrebata toda posibilidad de convertirse en organismo unitario, y por consiguiente cavaba la fosa de la revolución proletaria. Según la propia declaración del POUM, la composición del Comité excluía toda preponderancia proletaria. Pero además de la misma forma, quedaba excluido cualquier trabajo de penetración comunista en el seno de las milicias por la dispersión exterior de los frentes, y por la tensión interior de las energías obreras hacia la amenaza antifascista. La amenaza que había pesado durante algunos días sobre el poder burgués desapareció rápidamente y éste sólo tuvo que adaptarse temporalmente a una situación de hecho que solo podía evolucionar favorablemente para él, puesto que mediante la creación del Comité Central de las Milicias, y del Consejo de Economía – organizaciones insertadas en el estado capitalista- quedaban fijadas las bases de la Unión Sagrada que iba a presidir la masacre de los proletarios.
Los resortes esenciales del Estado permanecieron intactos:
· El Ejército (no era muy importante) tomó otras formas – al convertirse en milicia – pero conservó su contenido burgués al defender los intereses capitalistas en la guerra antifascista.
· La policía, formada por los guardias de asalto y los guardias civiles, no se deshizo sino que se ocultó un tiempo (en los cuarteles) para reaparecer en el momento oportuno.
· La burocracia del poder central siguió funcionando y extendió sus ramificaciones en el interior de las Milicias y del Consejo de Economía, del que no llegó a ser en absoluto el agente ejecutivo, sino que les inspiró por el contrario directrices acordes a los intereses capitalistas.
Sobre la política económica desarrollada por estos organismos unidos al Gobierno de la Generalitat, “L´Information” de París puede decir, desde el principio de Agosto 1936, que no salía del marco capitalista. Los decretos acerca de la colectivización – que salieron a finales de Octubre – a pesar de su formulación radical, difícilmente pueden significar un progreso “socialista”, mientras que la situación de las clases evoluciona, no hacia la revolución proletaria, sino hacia el fortalecimiento de la dominación burguesa. La significación social de las medidas de colectivización queda claramente despejada por el contenido del pacto concertado el 22 de Octubre (los decretos son del 24) entre anarquistas y social-estalinistas (con la exclusión del POUM) en el que el objeto de la colectivización es todo lo relativo a las necesidades de la guerra.
Por lo demás, la experiencia histórica nos muestra que no se puede hablar seriamente de colectivización, control obrero, revolución socialista, antes de la abolición del poder político de la burguesía. El camarada H., en su informe, ha actuado a la inversa, y hay que dejar constancia de que el método adoptado falsea el análisis.
Empieza afirmando la amplitud de la “revolución socialista”, sobre la base de los decretos referentes a la colectivización, de los que acabamos de hablar, y que, según él, señalan una profunda transformación de las relaciones de clase y del régimen de la propiedad privada. Pero, en el capítulo siguiente, cuando aborda el aspecto político del problema tiene que admitir entonces que, puesto que la conquista del poder no ha sido planteada seriamente por ningún partido obrero, no existe actualmente por ello en España ninguna revolución socialista. Para H, además, los órganos del poder proletario, los organismos unitarios en los que las masas hubieran podido desarrollar su conciencia política no se han creado, ni siquiera en un estado embrionario. Es más, para nosotros no existió un poder obrero ni un solo día (no es este el parecer del camarada H.) porque estaban ausentes las dos cosas que debe comportar: los órganos y la conciencia proletaria que los anima, que no puede surgir espontáneamente sino a través de un proceso de clarificación política.
En lo que respecta a las medidas de colectivización, el camarada H., después de haberlas valorado en exceso, pensamos, llega a la conclusión de corresponden a una maniobra política de la burguesía, adaptándose a una necesidad de hecho, que por tanto carecen en sí de valor: “qué le importa al proletariado que los Gobiernos de Largo Caballero y de Companys ratifiquen todas las expropiaciones realizadas por el proletariado, si conducen la revolución proletaria a la perdición, si llevan a una guerra de tales características que ha de conducir a la victoria al fascismo”. Esta es nuestra opinión, pero con esta diferencia, que la guerra antifascista, situada inevitablemente bajo el signo de los intereses capitalistas, se halla en el origen de la próxima derrota proletaria.
La Unión Sagrada
Como ya hemos señalado, inmediatamente después del 19 de Julio, para los obreros españoles desaparece el camino de la revolución. La efervescencia de carácter insurreccional es canalizada hacia la lucha antifascista. A la agitación obrera se le imprimió una nueva orientación capitalista y esto se prueba por la imposibilidad en que se ven los proletarios de crear organizaciones de masas de las que pudiera surgir el partido revolucionario. Lo que el camarada H., advierte perfectamente, pero sin extraer las conclusiones políticas, o sobre todo, sin llegar a la conclusión de un cambio en las relaciones de clase. Según él la lucha antifascista no da la espalda a la revolución, sino que constituye una fase necesaria de ella, integrándose en el conjunto de la lucha revolucionaria. Nosotros vemos una incompatibilidad entre las dos luchas. La guerra antifascistas es el producto del mantenimiento de la dominación capitalista por un lado, y de la ausencia de un partido revolucionario por otro. Su desencadenamiento constituye ya una derrota para el proletariado. En el terreno de las clases, tiene la misma significación que la guerra imperialista y engendra además, naturalmente, la Unión Sagrada que el camarada H., se limita a constatar sin explicarla. La guerra antifascista en España no puede ser al mismo tiempo capitalista y proletaria. No podría cambiar de naturaleza más que bajo la dirección del proletariado erigido en clase dominante, como prolongación de la guerra civil, como sucedió en Rusia, tras Octubre de 1.917. Adscirbirse a ella antes de tomar el poder significa colocarse en una posición de defensa nacional que Lenín denunció al rechazar el bloque con los socialistas revolucionarios para combatir contra Kornilov, en Agosto de 1.917. En España, el proletariado debía negarse a combatir a Franco bajo la bandera capitalista del antifascismo y concentrarse en el frente de la lucha contra la burguesía española de Companys, Giralt, y Franco. El camino de la insurrección proletaria no podía pasar por la guerra militar, sino por la guerra civil.
Ya hemos señalado antes que, en Cataluña, la Unión Sagrada encontró su expresión orgánica en la constitución del Comité Central de Milicias y del Consejo de Economía, puesto que se presentaron como órganos del poder proletario, como expresión de la dictadura del proletariado (POUM). En Madrid, el instrumento de la colaboración bélica fue el Frente Popular. Bajo la dirección simultánea de las fuerzas capitalistas asistiremos pues a una evolución de la guerra antifascista, capitalista por naturaleza, que adquirió progresivamente la forma de la guerra moderna, paralelamente a la aparición cada vez mayor de la colaboración entre las clases.
¿Y no se trata precisamente de fenómenos que ya nos ha revelado la primera guerra imperialistas?.
Al principio, la verborrea revolucionaria oculta el fondo, sobre todo en Cataluña donde dominan el POUM y la CNT. Pero el mito de la guerra antifascista ahogó rápidamente toda preocupación de clase bajo el empuje de estas mismas corrientes. En Madrid, a fe de Giralt, los estalinistas se convierten en personas de orden. En Barcelona, Companys dirá de la CNT “que asume el papel abandonado por el ejército rebelde de controlar y proteger la sociedad y que se ha convertido en un instrumento en las manos del Gobierno democrático”. Las “expropiaciones” de los obreros quedan integradas en el marco de un capitalismo de estado que permanece bajo el control de la burguesía, debido a “las necesidades de la guerra” con la cooperación de las organizaciones sindicales y los autodenominados “órganos del poder proletario”. Paralelamente se llevó a cabo el desarme progresivo de los obreros de la retaguardia y la militarización de toda la vida social. A finales de Agosto “L’Information” de París podrá constatar con satisfacción que en Madrid y en Barcelona, “las autoridades competentes hacen esfuerzos ‘diplomáticos’ para conseguir el desarme de las masas obreras no enroladas en las Milicias Antifascistas, y su militarización”. El Comité Central de las Milicias cooperó en estos esfuerzos. Y los fracasos militares que siguieron sirvieron para estimular y acelerar el desarme social y para armar ideológica y materialmente para la guerra.
La masacre de Badajoz, seguida de la rendición de Irún y de la marcha sobre Toledo y Madrid, determinaron un cambio hacia la “izquierda” con la formación del Gobierno de Largo Caballero, calificado de “progresista” por los anarquistas y los del POUM. Su programa se limitó a la organización de las milicias, el refuerzo de la disciplina civil y militar dentro del “respeto” a la ley republicana. Para apoyarlo, la CNT propondrá la formación de un Consejo Nacional de Defensa al que enviará delegados “técnicos”, así como la creación de milicias de guerra con una sola dirección militar bajo el control de una Comisaría de Guerra. En Cataluña, la Generalitat se anexionará el famoso Comité de Milicias como Ministerio de Defensa, por el deseo de mantener una apariencia de autoridad frente a la “opinión internacional”.
El POUM dirá que el Gobierno de “fachada” de Companys no hará sino proteger así mejor el poder real de los obreros. He aquí una forma, que no puede ser más criminal, de violar la realidad histórica; pero las “vanguardias” no tendrán suficiente con esto. Algunos días más tarde se realizará abiertamente la Unión Sagrada gubernamental que se denominará “Consejo” de la Generalitat para no herir la susceptibilidad de los anarquistas, CNT, POUM, UGT, estalinistas, socialistas y burguesía catalana unieron sus esfuerzos por la causa del antifascismo. Los anarquistas que ya se habían convertido al “centralismo” se convirtieron en “autoritarios” convencidos porque, justificaron: “la revolución tiene sus exigencias... La dualidad de poderes no podía persistir... teníamos que ocupar el lugar correspondiente a nuestra fuerza”. Lo que no les impidió tener tres delegados sobre doce, cuando pretendían representar a la mayoría del proletariado catalán. El POUM dirá que se trataba de una “etapa de transición” cuando antes había hablado de dictadura del proletariado bajo la égida de todos los partidos “obreros”.
El programa gubernamental estará dominado por los problemas planteados por la guerra. Se tratará de establecer “el orden revolucionario” y de seguir las huellas del Gobierno de Largo Caballero: disciplina, mando único, milicias obligatorias (el POUM hablará del Ejército Rojo), proclamación de los derechos de los pueblos a la autonomía. Inmediatamente el Comité de Milicias “único poder real”, desaparecerá definitivamente. Los municipios tomaron el papel de los Comités Antifascistas que se habían comparado con los Soviets. La atmósfera se obscurecerá y la organización de la masacre de los obreros avanza. En Madrid, luego en Barcelona, se dictan decretos de movilización general que transforman las milicias en ejército regular. Al mismo tiempo, la CNT lanza sus “consignas sindicales” al proletariado catalán (no comentadas por el POUM): “trabajar, producir y vender. Nada de reivindicaciones salariales o de otro tipo. Todo ha de quedar subordinado a la producción de guerra”. En resumen, todo por el frente antifascista: tregua de la lucha de clases; lenguaje de guerra de los social-patriotas de 1.914-1.918 retomado por los “libertarios” de 1.936. El “pacto de unificación revolucionaria” entre todos los partidos y sindicatos de Cataluña (a excepción del POUM) sellará este “contrato social” de Unión Sagrada. El primer punto incluirá el compromiso formal de “ejecutar las decisiones y decretos del Consejo de la Generalitat poniendo al servicio de su aplicación toda nuestra influencia y nuestro aparato orgánico”. Tras la toma de Toledo y el avance sobre Madrid, la Unión Sagrada se concluirá en Madrid con la entrada de los anarquistas, en el Gobierno de Largo Caballero que se denominará Consejo de Defensa de la República. El capitalismo español e internacional quedará bien servido.
La guerra de España y el proletariado internacional.
Los hechos hablan hoy brutalmente. Ya no se trata de Revolución sino de guerra capitalista. La lucha en España opone efectivamente, a la burguesía y el proletariado pero en una situación en la que éste consiente en su propia destrucción en provecho del capitalismo, al igual que durante la guerra mundial de 1.914-1.918, se prestaba a morir por el “futuro del socialismo” al que había que defender de la “barbarie pangermanista”. Nadie niega ya actualmente que España se ha convertido en el campo de las competiciones imperialistas. Ya en Septiembre, en Ginebra, el ministro socialista (de izquierda) de asuntos exteriores de España, Alvarez de Vayo, podía declarar con bastante exactitud que “ante nuestros propios ojos, los campos ensangrentados de España ya se han convertido en el campo de batalla de la guerra mundial. Esta lucha una vez iniciada se ha transformado inmediatamente en una cuestión internacional”. Evidentemente para Alvarez de Vayo como para sus colegas socialistas y estalinistas, la guerra cercana tomará el aspecto de un conflicto entre dos ideologías “opuestas”: democracia-fascismo. Sin embargo sabemos que hasta el momento la solidaridad tácita, aunque terriblemente efectiva, de los estados democráticos y fascistas no ha dejado de actuar contra el proletariado español con el apoyo inconsciente del proletariado internacional. Al amparo de la farsa de la no-intervención debida a la iniciativa del Gobierno del Frente Popular de Blum, esta solidaridad se llevó a cabo de la forma más eficaz posible al inmovilizar a los proletarios de Francia, Inglaterra, Bélgica conteniendo y frenando el desarrollo de los contrastes imperialistas. Porque Blum tenía razón cuando invocaba la perspectiva de la guerra mundial como continuación de una intervención más brutal de los Estados democráticos en los sucesos Españoles. Lo que por otro lado no les impedía favorecer tácitamente el reclutamiento de voluntarios para la masacre bajo el signo del Frente Popular de España. Por otro lado, los Estados fascistas podían intervenir abiertamente con material y hombres protegidos por la actitud de “neutralidad” de las democracias que correspondía a la “voluntad” de aquéllas de frenar la evolución hacía la guerra imperialista generalizada: Y, Delbos, Ministro francés de Asuntos Exteriores, declaraba en octubre que había que evitar a toda costa una crisis internacional aguda que podría evolucionar, según su expresión, hacía una “guerra de secesión” en Europa. Pero para el proletariado internacional, el problema de clase podía presentarse tanto desde la perspectiva de la intervención como de la no-intervención, ambas de naturaleza capitalista. El informe de camarada H. es equivoco en este punto. Rechaza la argumentación por la que Blum justifica la no-intervención. Sin embargo cuando considera falso “que una política de apoyo a la revolución llevará a una guerra mundial”, ¿qué entiende por “política de apoyo”?. Porque en este caso se impone la claridad. ¿Acaso cree que el apoyo abierto al Frente Popular español bajo el control de capitalismo estaba encaminado a favorecer el desarrollo de la revolución proletaria en España?. En otros términos ¿el proletariado internacional al luchar por el “levantamiento del bloqueo” para forzar a Blum, Eden, Stalin, a adoptar el internacionalismo, ayudaba al proletariado español?.
En primer lugar, si los Estados democráticos no respondieron a las maniobras de Hitler y Musolini con otra intervención abierta, ¿no fue por el temor de que una ayuda material masiva pudiese contribuir a reforzar las posiciones de clase de los obreros españoles, aumentando su conciencia revolucionaria y poniendo trabas al proceso de Unión Sagrada?. Tal hipótesis está por demostrar. Por un lado, la guerra antifascista, con el apoyo directo de los estados fascistas y el apoyo indirecto de los estados democráticos, se manifestaba como el instrumento perfecto de servidumbre del proletariado español a los interese capitalistas. Pero, por otro lado, también es cierto que en el caso de que una poderosa efervescencia obrera desbordara el marco de la Unión Sagrada y amenazase a la burguesía española asistiríamos a una unión inmediata de las fuerzas “democráticas” de España, Francia, Inglaterra, Bélgica y Rusia para aplastar a los obreros y campesinos de España.
Pero en ausencia de tal perspectiva, hemos asistido ya al apoyo abierto de la URSS al campo antifascista, dando lugar a una situación en la que, como señala el camarada H., “el proletariado español se encuentra de nuevo empeñado en la defensa del sistema capitalista”. Es evidente que la URSS trataba así, no de sostener al proletariado español, sino de defender su particular posición en el concierto imperialista mundial.
El camarada H. considera sin embargo que el apoyo del proletariado en hombres y armas es fundamental. Pero puesto que el mismo admite que este apoyo no se realiza más que con objetivos capitalistas, siguiendo el ejemplo de la URSS, ¿cómo concibe él que el proletariado español pueda escapar al proyecto burgués situándose en el terreno del intervencionismo armado?. El intento del camarada H. de establecer una distinción en este terreno entre la ayuda proletaria y la ayuda capitalista es totalmente abstracto puesto que no tienen en cuenta las posiciones de las clases en lucha. El camarada H., por otra parte, se da cuenta perfectamente de ello cuando dice “el envío de hombres y municiones a España es el medio más aparatoso, aunque no el más eficaz, de sostener la revolución... y que la presencia aquí de los trabajadores socialistas y comunistas enviados a España sería mil veces más preciosa que su presencia allí en España”.
Pero el camarada H. ha de saber que si esta forma de apoyo es reivindicada por los traidores socialistas y estalinistas (a los que han añadido los anarquistas, el POUM, y los trotskistas) es precisamente porque presenta unas características contrarrevolucionarias y no por que pueda contribuir al desarrollo de la revolución española. Además, ¿ no insiste él mismo en que el apoyo armado “tan solo alcanzó una amplitud real con el retroceso del proletariado español en el revolución, retroceso señalado por la entrada de los anarquistas y del POUM en la unión sagrada”?. Y acaso su conclusión, no es la de que cada proletario debe demostrar ante todo su solidaridad con el proletariado español combatiendo a su propia burguesía “republicana” de España enviándole proletarios al holocausto?. La posición del camarada H. vuelve a responder afirmativamente, puesto que, si bien es cierto que en teoría se pronuncia por la ayuda al proletariado español y no por la ayuda al capitalismo español, de hecho, su incorporación a la guerra antifascista desarma ideológicamente a los obreros de España y de los demás países.
En España, hoy, no se trata de revolución sino de guerra. Una guerra que está bajo la influencia de la dominación capitalista, es una guerra capitalista. Este es un axioma marxista. El proletariado puede manifestarse impotente para oponerse a ella, lo que no puede es aceptarla. No puede olvidar la lección de 1.914 que fue definitiva. A la guerra, tienen que oponer su propia guerra civil para la abolición del Estado capitalista, cuales quiera que sean las repercusiones militares que puedan derivarse de ellos.
Los obreros y los campesinos de España al dejarse masacrar bajo la bandera del antifascismo no luchan por el socialismo, sino por el triunfo del capitalismo. La guerra antifascista no está dirigida contra el capitalismo sino contra el proletariado. O el proletariado español consigue desgajarse de los frentes militares, para forjar sus propios órganos de lucha y su Partido, para instaurar su propia dominación, o será aplastado, incluso si vence a Franco.
El proletariado internacional solo puede respaldar a los obreros españoles mediante acciones de clase dirigidas contra el aparato económico y político del capitalismo.
La acción internacional de cada proletario no puede consistir más que en una lucha de clases decisiva en cada país. Por eso la ayuda efectiva a la España revolucionaria únicamente reside en el cambio radical a nivel mundial de la relación de las clases.
Jehan. Texto publicado en 1.937.
[1] El POUM (“Revolución Española” del 21-10-36) comentando el estatuto de autonomía del país vasco, votado por las Cortes fantasmas del 1º de Octubre considera que se trata “de un complemento básico en la lucha contra el fascismo y por una sociedad nueva”.
[2] Citaremos, a título indicativo una “fantasía” de la Unión Comunista de París, que considera que la guerra antifascista es una guerra de clase que enfrente a dos ejércitos de clase (!), constituido uno entorno a Franco, por oficiales, falangistas, requetés y otros carlistas, elementos todos ellos burgueses y pequeño burgueses, y por mercenarios marroquíes; e integrado el otro, al lado de los “republicanos” por las milicias obreras de contenido proletario.