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La masacre perpetrada contra los estudiantes normalistas de Ayotzinapa en el estado de Guerrero es una expresión rotunda de la barbarie que el capitalismo mundial ha venido profundizado desde los años sesenta contra el proletariado a escala planetaria, es decir, contra la humanidad toda. Porque la masacre expresa no un hecho aislado, sino histórico. Y esto es así, sobre todo, si consideramos la barbarie inaudita que con las dos guerras mundiales, pasando por la guerra civil española, puso en práctica el poder del dinero en la primera mitad del siglo XX.
En la imagen del joven normalista desollado, Julio Cesar Mondragón, se expresa de manera cruda el rostro del capitalismo y la auténtica moral burguesa: para que las leyes de la acumulación del capital, que tienen como objetivo la extracción de la ganancia se mantengan como dominantes, es preciso destruir física, intelectual y moralmente a la clase que se opone a dichas leyes, al enemigo de clase, esto es, al proletariado. Los personeros del capital y sus aparatos de dominación, haciendo uso del monopolio de la violencia que les confieren sus propias leyes, actúan sobre el Cuerpo que resiste a dichas leyes, al Cuerpo que siente, piensa, protesta y toma consciencia, aunque sea de manera incipiente, de la explotación burguesa. Contra el Cuerpo donde está depositado el futuro de la humanidad se enfilan todas las armas barbáricas del sistema.
La explotación en el proceso de trabajo, como lo plantea Marx, significa el desgaste de músculo, sangre, sudor, nervio, cerebro y piel del obrero colectivo, del sujeto universal por excelencia. Esa explotación sobre la fuerza de trabajo es la esencia del capital que se encuentra oculta, velada, por la apariencia al nivel de las relaciones de intercambio. Y esa explotación significa el deterioro gradual, sistemático, y definitivo del Cuerpo del obrero como sujeto social. Cuando este sujeto se opone, se resiste y actúa contra esas leyes, cuando va más allá de dichas leyes (que se conservan de tiempo en tiempo con la imposición de las llamadas reformas estructurales a escala mundial), entonces el capital pone en práctica otros mecanismos de dominación.
Estos mecanismos se expresan al nivel del derecho constitucional con la imposición de leyes draconianas destinadas a disminuir los costos de la fuerza de trabajo (reformas laborales y seguridad social, a través del aparato “democrático” del Estado); con leyes en el ámbito del sistema educativo con el objetivo de reproducir las ideas de la clase dominante de acuerdo al momento histórico (reformas educativas); a nivel político ideológico con la imposición de ideas, valores y cultura (sistema de partidos, sindicatos, medios de comunicación, iglesia e instituciones oficiales de cultura). Todos estos mecanismos respaldados por el arma histórica fundamental del capitalismo: la guerra armada contra el mundo de los trabajadores. Es aquí donde entran en escena las armas de represión física y psicológica representadas por el sistema de inteligencia y policiaco en el sentido amplio. Con el desollamiento y la masacre (y con todas las masacres históricas), el Estado capitalista pretende dar un mensaje al proletariado: a cualquier cuerpo extraño que cometa actos en contra de las leyes del sistema capitalista se le aplica la muerte en sus diversas modalidades, como la tortura, el asesinato, el desollamiento, la desaparición, la masacre, las guerras de exterminio e imperialistas. Frente a esta lógica de la historia, podemos decir que si la burguesía de la época de la Revolución Francesa entró en pánico ante la política de Terror de la Convención republicana, entonces Maximilien Robespierre y los jacobinos se horrorizarían ante el espectáculo dantesco, terrorífico, ofrecido por la época actual de la barbarie capitalista.
La hipocresía burguesa trata de esconder su responsabilidad
Ahora bien, el rasgo que caracteriza la moral burguesa, en cada uno de los Estados nacionales y en todas las instituciones mundiales del capital, es la hipocresía. Frente a los hechos consumados y materializados en la masacre de Ayotzinapa, las diferentes instituciones de poder de la burguesía mundial se aprestaron a condenar tan “abominables” eventos. Por un lado, la ONU, la OEA y el gobierno de Washington exigieron castigo a los culpables mediante una investigación transparente y llevar ante la justicia a los responsables; por el otro y al otro lado del océano, el Parlamento Europeo se planteó la posibilidad de suspender el proceso de modernización del Acuerdo Global entre México y la Unión Europea, vigente desde el año 2000, hasta “reconstruir la confianza” con las autoridades mexicanas en materia de derechos humanos. Solo faltaría que el Banco Mundial izara la bandera con su lema que reza: “Working for a world free of poverty”, y prometiera recursos para sacar de la pobreza a todas las normales rurales en México como muestra de su alma “filantrópica” y “humanitaria”.
Los Estados capitalistas más poderosos del planeta, como expresión fehaciente del capital internacional y en alianza con los estados capitalistas del mundo subdesarrollado, han encabezado las más atroces masacres contra el proletariado internacional y han sembrado de cadáveres y de fosas comunes al planeta entero a lo largo de la historia.
Como lo señala Lenin, glosando La guerra civil en Francia de Carlos Marx, “[En el siglo XIX se desarrolló, procedente de la Edad Media] el poder estatal centralizado con sus órganos omnipresentes: el ejército permanente, la policía, la burocracia, el clero y la magistratura. [Al desarrollarse el antagonismo de clase entre el capital y el trabajo], el poder del Estado fue adquiriendo cada vez más el carácter de poder público para oprimir el trabajo, de máquina del despotismo de clase. Después de cada revolución, que marca un paso adelante en la lucha de clases, se acusa con rasgos cada vez más destacados el carácter puramente represivo del poder del Estado. [Después de la revolución de 1848-1849, el poder del Estado se convierte en una] máquina nacional de guerra del capital contra el trabajo. El Segundo Imperio lo consolida”.
Y agregaríamos que la Comuna de París y la Revolución Rusa son otros momentos de aceleración de la centralización del poder estatal del capital y de reforzamiento de su carácter represivo. Justamente, la fase de decadencia del capitalismo mundial se abrió con la primera guerra mundial, para continuar con la guerra civil española hasta culminar con la carnicería de carácter verdaderamente planetaria que significó la segunda guerra mundial. Los Roosevelt, Churchill, De Gaulle, Hitler y Stalin como herederos del poder político de los monarcas, emperadores, zares y republicanos-liberales completaron la obra de sus antecesores para repartirse los espacios de acumulación de capital y para descargar la artillería pesada, incluyendo la bomba atómica, sobre el proletariado. Una maquinaria estatal que se perfecciona permanentemente para enfrentar a su enemigo de clase: el proletariado internacional. En el siglo XX desarrolla aún más su carácter guerrero, como herencia del siglo XIX.
Si bien no existe una diferencia esencial entre esos Estados de principios de siglo xx y los actuales “Estados democráticos”, el ingreso del capitalismo en una fase de descomposición acentúa sus expresiones bestiales al momento de contener la indignación que genera. El carácter imperialista de todos los Estados, la amenaza de guerra mundial, la absorción de la sociedad civil por el monstruo estatal, la crisis permanente de la economía capitalista, características de su etapa decadente se mantienen durante la fase de descomposición, y además, aparece como la última consecuencia, la síntesis rematada de todos esos elementos. El pudrimiento de raíz de la sociedad se produce debido a que las contradicciones del capitalismo no cesan de empeorar, y por un lado la burguesía es incapaz de dar la menor perspectiva al conjunto de la sociedad y por otro el proletariado no está de momento en condiciones para afirmar la suya.
En las sociedades de clases, los individuos actúan y trabajan sin controlar real y conscientemente su propia vida. Pero esto no significa, sin embargo, que la sociedad pueda funcionar de forma totalmente ciega, sin orientación ni perspectiva. Efectivamente, “ningún modo de producción puede seguir viviendo, desarrollarse, afianzarse en bases firmes, mantener la cohesión social, si no es capaz de dar una perspectiva al conjunto de la sociedad en la que impera. Y esto es tanto más cierto para el capitalismo, al haber sido el modo de producción más dinámico de la historia” ([1]).
La democracia asumió solamente otros rostros en las dictaduras militares de América Latina, África y Asia que sirvieron para imponer la lógica del capital mediante las reformas estructurales y para destruir todo movimiento social, del signo que fuera. Y las potencias industrializadas, apoyados por organismos internacionales como el BM, el FMI, la ONU, la OCDE, han continuado imponiendo su “democracia” en diferentes espacios como el Medio Oriente, los Balcanes, el Norte de África, en Asia y en los antiguos espacios del llamado bloque socialista. Todas estas guerras del capital han sido libradas entre las distintas fracciones burguesas para repartirse el botín, auténticas guerras interimperialistas.
Entonces, ¿por qué se horrorizan con las recientes masacres en México como la perpetrada contra los estudiantes normalistas de Ayotzinapa? En realidad no se encuentran horrorizados, simplemente y sencillamente es la forma hipócrita como la burguesía mundial festeja su triunfo sobre los trabajadores. Y eso es tan claro como el agua no contaminada porque presentan el conflicto como un acto de barbarie del gobierno y la policía municipal de Iguala, Guerrero, que se ha coludido con el narcotráfico para llevar a cabo la masacre. Eso es lo que afirman y han difundido los medios de comunicación ligados a los grandes capitales en el mundo como The New York Times, Libération, The Guadian o Le Monde. Este último, por ejemplo, publicó el miércoles 8 de octubre que los hechos “revelan la barbarie de la policía municipal y sus vínculos con el crimen organizado” y aunque señaló que se cometió un “crimen de Estado”, solo lo señala para el caso del estado de Guerrero.
En suma, para la burguesía mundial no es el Estado capitalista en México el responsable de tales actos de barbarie, sino que la responsabilidad cae sobre las espaldas de “malos” funcionarios que se ligaron al crimen organizado, es decir, como siempre ocurre el capital inventa a sus “chivos expiatorios” provincianos para lavarle la cara al Estado político de la burguesía en México y, de paso, embellecer el rostro de la democracia burguesa en el mundo exigiendo “justicia”. Los administradores pueden cambiar, el Estado es el mismo para el capitalismo, solo es necesario perfeccionarlo.
El control violento y sanguinario de regiones enteras por el narco es parte del Estado
Entonces, además del reforzamiento histórico del carácter represivo del Estado que hemos señalado, ahora se ha sumado un nuevo ingrediente que convierte al Estado capitalista mundial en un órgano de dominación aún más sanguinario: el narcotráfico y el crimen organizado (por el Estado, claro). Los trabajadores tenemos claro que los argumentos de la burguesía para explicar las causas de la Masacre de Ayotzinapa es una mentira monumental. Existen infinidad de documentos que demuestran que los cárteles de la droga y el crimen organizado son parte de la estructura del Estado en México y en el mundo. El que todas las estructuras del Estado están corrompidas y podridas hasta la médula y fusionadas con el narcotráfico, incluyendo a la iglesia, los empresarios, los partidos políticos, el ejército, la marina, la policía y la burocracia estatal no es un defecto que habría que corregir, sino que es el modus vivendi del capitalismo. Por lo tanto, resulta inverosímil el argumento del gobierno mexicano que presenta los hechos como un acto en el que el gobierno municipal de Iguala y un grupo de policías tomaron la decisión de cometer los crímenes contra los normalistas. En el marco del Operativo Guerrero Seguro existe una jerarquía clara y precisa para la toma de decisiones, y en ese Operativo participan todas las estructuras de la “seguridad” nacional: Ejército, Marina, Policía Federal, Procuraduría General de la República, y como órgano máximo de coordinación la Secretaría de Gobernación y el Presidente de la República como jefe de las fuerzas armadas. Todo crimen, toda masacre contra el proletariado, es una acto represivo del Estado burgués como aparato de represión institucionalizada. El rasgo que hoy agrega el acto barbárico de Iguala a diferencia de uno acontecido en Morelia en 2009, donde la población en plena celebración patriotera del 15 de septiembre fue atacada por el crimen organizado (por y desde el poder político usando las bandas del narco), es que el objetivo es un contingente del proletariado que se ha caracterizado por su combatividad, su condición de acentuada pobreza y un vinculo arraigado con los sectores más depauperados. Ahora no solo se trata de infringir terror y temor en las clases oprimidas, ahora atacan lo que según los cálculos de la burguesía considera como embriones de rebeliones futuras. En este sentido los reclamos de los familiares de los jóvenes masacrados y de los desaparecidos avanzan alguna claridad al rechazar que se imponga la versión impulsada desde el gobierno de todos los niveles de que la autoría intelectual y material recae en solo un grupo de vulgares matarifes municipales aliado con tal o cual cartel del narcotráfico y tienden a identificar al Estado burgués como responsable de esta bestialidad.
La solidaridad proletaria se expresa de nuevo
Y a pesar del terror sembrado por la burguesía, el proletariado más joven no ha doblado la espina dorsal frente a la Masacre. Por el contrario, ha levantado la cabeza para manifestar su indignación ante los hechos. Este es el aspecto más relevante que tenemos que destacar: la manifestación más genuina de la solidaridad de clase, propia de la moral proletaria, que se despertó como producto de esa masacre en la que se conjunta la historia de represiones, y que se expresó sobre todo en los jóvenes estudiantes que son un sector importante del proletariado y que culminaron en la masiva manifestación de protesta e indignación en la Ciudad de México, y en una veintena de ciudades del país, el día 22 de octubre; además de las diversas manifestaciones de solidaridad en todas partes del mundo.
El proletariado tiene la responsabilidad histórica de recuperar la memoria, la historia de las luchas de clases y comprender la naturaleza del Estado capitalista mundial, para desarrollar su conciencia de clase acerca de la alternativa histórica ante esta barbarie, acerca de la necesidad de su lucha por la abolición de este sistema que está ya gangrenado desde sus cimientos; debe comprender radicalmente que si no logra destruirlo, la barbarie capitalista como se conoce hasta ahora, degenerará aún más de manera dramática y brutal. Efectivamente, la verdadera amenaza al orden burgués proviene de la lucha de la clase obrera y sobre todo de la posibilidad de su toma de conciencia de la relación que existe entre la penuria diaria de su existencia y la barbarie de este tipo que son en realidad una unidad dentro del capitalismo, de la posibilidad muy concreta de que pueda tomar conciencia de la necesidad de cuestionar al mismo sistema capitalista y plantearse seriamente la necesidad de su destrucción revolucionaria.
Plexus, octubre de 2014
[1] es.internationalism.org/book/export/html/2123.