Tolstoi, pensador social

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En contra de la visión adulterada que nos ha legado el estalinismo y en general las fuerzas políticas que dicen reclamarse del marxismo y del proletariado (trotskistas, maoístas, socialdemocracia etc.), el movimiento obrero no es únicamente político y económico sino que es un movimiento cultural con una profunda dimensión moral, de interés y diálogo con la ciencia, artística… “Nada de lo humano me es ajeno”, decía Marx retomando una frase del esclavo romano Terencio. La liberación del proletariado y de la humanidad entera del yugo del capitalismo se realizará de forma unitaria y global abarcando sus múltiples dimensiones.

No se trata evidentemente de la estafa –muy vinculada al desarrollo totalitario capitalismo de Estado- de preconizar un “arte proletario”, una “literatura proletaria” o una “ciencia proletaria”. Ya sabemos en qué consistió esa patraña estalinista: el odioso y repelente “realismo socialista” o el dogmatismo castrador de la “ciencia socialista”. Se trata por el contrario de una actitud activa de interés, diálogo y curiosidad crítica a cultivar en las filas proletarias.

Tolstoi, pensador social

Hace poco más de cien años, en noviembre de 1910, desapareció un gigante de la literatura mundial, León Tolstoi[1]. Publicamos un artículo, que sepamos, inédito en español, que Rosa Luxemburg le dedicó en 1908 en el 80 aniversario del nacimiento del gran novelista.

La celebración de este aniversario fue un evento de importancia mundial, provocando numerosas manifestaciones y tomas de posición de todas las corrientes políticas en Rusia y en Europa. De hecho, Tolstoi era conocido por su mesianismo místico, sus críticas radicales del orden establecido y por promover la insubordinación no violenta al zarismo, y poco antes había apelado contra las ejecuciones masivas llevadas a cabo por el gobierno después de la revolución de 1905.

Fueron también muchos los activistas del movimiento obrero que dedicaron artículos y comentarios sobre Tolstoi tanto por el significado de su obra literaria como por su mensaje político. Lenin, que profesaba una profunda admiración por el artista Tolstoi, organizó en 1911 varias conferencias públicas en Francia y Alemania sobre « la importancia histórica de Tolstoi ». Plejánov, en cambio, no veía en él “grosso modo”, más que un gran señor que « tranquilamente había disfrutado de los bienes de la vida que le proporcionaba su situación privilegiada » [2] y que fue finalmente incapaz de escapar, a pesar de su rebelión, al ideal de una clase social superior. Y Trotski tendía unilateralmente a considerar a Tolstoi sólo un vestigio de la aristocracia, como expresión del pasado[3]; Lenin focalizó su atención más allá de los aspectos reaccionarios de Tolstoi, y a diferencia de muchos socialdemócratas que, confundiendo Tolstoi con el tolstoísmo, rechazaron en bloque su trabajo y su ideología, comprendió la obra de Tolstoi como una expresión de las contradicciones de la sociedad rusa de la época y puso de relieve la fuerza de su protesta social. Lo que más le importaba, era juzgar a Tolstoi à partir de « su protesta contra la intromisión del capitalismo, contra la ruina de las masas despojados de sus tierras, protesta que surgiría del sistema patriarcal en la campiña rusa. » Siguiendo el mismo enfoque, Rosa Luxemburg ofrece una visión de Tolstoi todavía más amplia y más audaz. Con una aguda crítica de las debilidades políticas de Tolstoi, ella descubre la verdadera naturaleza del proyecto para la humanidad que se encuentra en el corazón del gran escritor y reconoce en él, en la crítica radical del orden establecido, en su visión y sus sueños de emancipación del hombre, un enfoque similar a la de los socialistas utópicos, es decir de este socialismo del principio del movimiento obrero, que, sin entender el papel de la clase obrera o el de la revolución comunista en la emancipación de la humanidad, se coloca en esta misma perspectiva de la liberación del yugo del capital[4].

 Tolstoi, pensador social

Desde siempre, el novelista más genial de esta época fue también un artista infatigable y un pensador social incansable. Las cuestiones fundamentales de la existencia humana, la relación entre los hombres, las relaciones sociales siempre han preocupado profundamente la sensibilidad más íntima de Tolstoi y el conjunto de su larga vida y su obra fue al mismo tiempo una perseverante reflexión sobre 'la verdad' en la existencia humana. Normalmente, se asocia igualmente la misma búsqueda incansable a otro célebre contemporáneo de Tolstoi, Ibsen. Pero, mientras que en los dramas de Ibsen la gran lucha entre las ideas se expresa de forma grotesca en un teatro de marionetas llenas de suficiencia y casi incomprensibles, donde Ibsen el artista sucumbe lastimosamente a la insuficiencia de los esfuerzos de Ibsen el pensador, el pensamiento de Tolstoi no perjudica nunca su genio artístico. En cada una de sus novelas, esta tarea de pensador incumbe a alguien que, en el bullicio de unos personajes desbordantes de vida, juega el papel, un poco patoso y un poco ridículo del individuo en busca de la verdad, del razonador perdido en sus sueños, como Pierre Bézoukhov en Guerra y Paz, Lévine en Anna Karenina o el príncipe Nekhlioudov en Resurrección. Estos personajes, que, constantemente, expresan los pensamientos, las dudas y los problemas propios de Tolstoi, en el plano artístico están, en general, descritos de forma extremadamente vaga y débil; son más observadores de la vida que actores en ella. Pero la potencia creadora de Tolstoi es tan fuerte, que es incapaz de empañar su propia obra, independientemente de que él, como creador despreocupado y tocado por los dioses, las maltrate. Y cuando, con el tiempo, el pensador Tolstoi supera al artista, esto sucede, no porque su genio artístico se agote, sino porque la profunda seriedad del pensador le pide silencio. Si, en la última década, Tolstoi, en vez de novelas sublimes, no escribió más que tratados o ensayos sobre religión, arte, moral, matrimonio, educación, o la cuestión obrera, penosos a nivel artístico, es porque al final de la reiteración de sus reflexiones, llegó a conclusiones que le hicieron considerar su creación artística personal como una inutilidad.

¿Cuáles son estas conclusiones, ¿cuáles son las ideas que el viejo poeta defiende y defenderá hasta su último aliento? En resumen, la óptica de Tolstoi se conoce como la renuncia a las condiciones existentes incluyendo la renuncia a cualquier forma de lucha social a favor del "verdadero cristianismo". A primera vista, esta orientación espiritual parece reaccionaria. Sin embargo, Tolstoi está protegido contra cualquier sospecha de que el cristianismo que predica tiene algo que ver con la fe de la Iglesia oficial, en virtud de la excomunión pública con que la iglesia del estado ortodoxo ruso lo golpeó. Pero incluso la oposición al orden establecido se tiñe de colores reaccionarios cuando se envuelve en formas místicas. Pero un misticismo cristiano, que aborrece cualquier lucha y todo recurso a la violencia y que aboga por evitar “represalias”, aparece doblemente sospechoso en un medio social y político como la Rusia absolutista. De hecho, la influencia de la doctrina tolstoiana en la joven intelectualidad rusa –por lo demás una influencia que nunca fue de gran alcance y se ejerció sólo en pequeños círculos– se produce al final de la década de los 80 y principios de los noventa, en un período de estancamiento de la lucha revolucionaria, por la difusión de la corriente ética e individualista indiferente que habría podido constituir un peligro directo para el movimiento revolucionario, si no se hubiera limitado, en el tiempo y el espacio, a una simple peripecia. Y finalmente, confrontado directamente al drama de la Revolución rusa, Tolstoi se vuelve abiertamente contra la revolución, al igual que en sus escritos ya se había definido explícita y radicalmente contra el socialismo, y tal como había combatido la doctrina marxista como una aberración y una ceguera monstruosa.

Ciertamente, Tolstoi no es y nunca ha sido un socialdemócrata; nunca ha mostrado la menor comprensión de la socialdemocracia y del movimiento obrero moderno. Pero es inútil abordar un fenómeno espiritual de la envergadura y la singularidad de Tolstoi con la ayuda del pobre y rígido método escolástico y juzgarlo según sus reglas. El rechazo del socialismo como un movimiento y un sistema teórico puede, dependiendo de las circunstancias, emanar no de la debilidad, sino de la fuerza de un intelecto; y este es precisamente el caso de Tolstoi.

Por un lado, habiendo crecido en la antigua Rusia de Nicolas I y de su servidumbre, en un momento donde, en el imperio de los zares, no había ni movimiento obrero moderno, ni su necesaria condición previa económica y social, un poderoso desarrollo capitalista, Tolstoi fue testigo en plena madurez, del fracaso inicial de los pobres comienzos de un movimiento liberal, y después del movimiento revolucionario bajo la forma de terrorismo de la “Narodnaya Volya” [5], para conocer, casi septuagenario los pujantes primeros pasos del proletariado industrial y finalmente, a edad avanzada, la revolución. Por lo tanto, no es de extrañar que, para Tolstoi, el proletariado ruso moderno con su vida espiritual y sus aspiraciones no exista y que, para él, el campesino, e incluso el viejo campesino ruso profundamente creyente y pasivamente tolerante que sólo conoce una pasión, poseer más tierra, sin duda representa el mismo tipo de personas.

Pero, por otro lado, Tolstoi, que vivió todas las fases críticas y todo el doloroso proceso de desarrollo del pensamiento público ruso, forma parte de esos espíritus independientes y geniales a los que les hace más daño que a la inteligencia media el someterse a formas de pensamiento ajenas y a sistemas ideológicos constituidos. Por así decirlo era autodidacta –no en términos de la educación y el conocimiento formal, sino en cuanto a la reflexión– y debía llegar a cada una de sus ideas a su manera. Y si estas vías les parecían a otros globalmente incomprensibles y sus resultados extraños, este valiente solitario alcanza sin embargo una amplitud de miras impresionante.

Como en todos los genios de esta naturaleza, la fuerza de Tolstoi y el centro de gravedad de su reflexión no radican en la propaganda positiva, sino en la crítica del orden establecido. Y así llegó a una versatilidad, amplitud y audacia que recuerda los viejos clásicos del socialismo utópico, tales como Saint-Simon, Fourier y Owen. No hay instituciones sagradas del orden social establecido que no haya bombardeado sin piedad y de las que no haya demostrado la hipocresía, la perversión y la corrupción. La Iglesia y el Estado, la guerra y el militarismo, el matrimonio y la educación, la riqueza y la ociosidad, la degradación física y espiritual de los trabajadores, la explotación y la opresión de las masas, la relación entre los sexos, el arte y la ciencia en su forma actual –a todos los somete a una crítica implacable y devastadora, y ello desde el punto de vista de los intereses comunes y del progreso cultural de las masas. Si se lee por ejemplo las primeras frases de Las cuestión obrera se tiene la impresión de tener en la mano un folleto de agitación socialista popular:

“En el mundo entero, existen más de mil millones, miles de millones de trabajadores. Todo el cereal, los productos de todo el mundo, todo de lo que la gente vive y todo lo que hace su riqueza, son producto de los trabajadores. Sin embargo, no es la gente que trabaja, sino el gobierno y los ricos los que disfrutan de todo lo que se produce. Las personas que trabajan viven en la miseria perpetua, la ignorancia, la esclavitud y el desprecio de todos aquellos a los que vistió, alimentó, para los que construyó y sirvió. El pueblo fue despojado de su tierra que pasó a ser propiedad de los que no trabajan, por lo que el trabajador está obligado a hacer todo lo que el propietario le exige por vivir de sus tierras. Sin embargo, si el trabajador abandona el campo y va a un taller, cae en la esclavitud de los ricos, para quienes deberá realizar toda su vida 10, 12, 14 horas o más al día de un trabajo extraño y monótono, y a menudo perjudicial para la vida. Pero incluso si logra instalarse en el campo o emigrar para no vivir con tantas dificultades, no le dejan tranquilo, le reclaman impuestos, le exigen tres, cinco años de servicio militar, le ordenan pagar tasas adicionales para la guerra. Si quiere utilizar la tierra sin tener que pagar renta, hacer huelga o impedir que los no huelguistas le sustituyan, o rechazar los impuestos, entonces envían el ejército contra él, que le hiere, le mata o le obliga a la fuerza, como antes, a trabajar y a pagar... Y así es como la mayoría de la gente vive en el mundo, no sólo en Rusia sino también en Francia, Alemania, Inglaterra, China, India, África en todas partes.”

La agudeza de su crítica al militarismo, al patriotismo, y al matrimonio sólo es superada por la crítica socialista y se mueve en esa misma dirección. La originalidad y la profundidad del análisis social de Tolstoi se muestran por ejemplo en la comparación entre su opinión y la de Zola sobre el significado y el valor moral del trabajo. Mientras que este último, con un espíritu verdaderamente pequeño-burgués, pone el trabajo en un pedestal, por lo cual es considerado por muchos socialdemócratas franceses y otros, como un socialista de los más finos, Tolstoi, en pocas palabras, da en el clavo al señalar tranquilamente que:

“Don Zola dijo que el trabajo hace al hombre bueno, yo siempre he encontrado lo contrario: el trabajo en sí, el orgullo de la hormiga por su trabajo, vuelven no sólo a la hormiga, sino también al hombre, crueles… Pero, incluso si la diligencia en el trabajo no es un vicio declarado, de ninguna manera puede ser una virtud. El trabajo puede tener tan poco de virtud como la alimentación. El trabajo es una necesidad que, si no es satisfecha, constituye un sufrimiento y no una virtud. Hacer del trabajo una virtud es tan falso como hacer de la alimentación del hombre una dignidad o una virtud. El trabajo no ha podido adquirir el significado que se le atribuye en nuestra sociedad más que como una reacción a la ociosidad, que ha sido el carácter distintivo de la aristocracia y todavía se considera como criterio de dignidades entre clases ricas y poco educadas... El trabajo no sólo no es una virtud, sino que en nuestra sociedad mal organizada, es en gran parte un agente mortífero de la sensibilidad moral”.

La frase de El Capital “La vida comienza cuando el proletariado deja de trabajar” constituye un sobrio complemento. La comparación entre los dos juicios de Zola y de Tolstoi sobre el trabajo, revela precisamente la relación entre ellos en el ámbito del pensamiento y en el de la creación artística: la de un honesto y talentoso artesano contra un genio creativo.

Tolstoi critica todo lo establecido, declara que todo está condenado a desaparecer y predice la abolición de la explotación, el reclutamiento laboral, la igualdad económica, la abolición de la coacción tanto en la organización del estado como en las relaciones entre los sexos, la plena igualdad de los hombres, los sexos, las naciones y la fraternidad entre las naciones. Pero, ¿qué camino nos puede llevar a este cambio radical en la organización social? El regreso de los hombres al único y simple principio del cristianismo: amar al prójimo como a uno mismo. Constatamos que Tolstoi es aquí un idealista puro. Él quiere que el renacimiento moral de los hombres transforme sus relaciones sociales y que se consiga este renacimiento por la predicación y el ejemplo. Y no se cansaba de repetir la necesidad y la utilidad de esta "resurrección moral" con una tenacidad, una cierta pobreza de medios y un arte de la persuasión mitad ingenuo y mitad astuto y que recuerdan mucho las formulas imperecederas de Fourier referidas al interés personal del hombre que buscaba bajo las formas más variadas movilizar para sus planes sociales.

El ideal social de Tolstoi no es otra cosa que el socialismo. Para entender de forma atractiva el núcleo social y la profundidad de sus ideas, no hay que dirigirse a sus tratados sobre temas económicos y políticos, sino a sus escritos sobre arte que, por otra parte, están entre sus trabajos menos conocidos en Rusia. El razonamiento que Tolstoi desarrolla brillantemente es: el Arte –contrariamente a la opinión de todas las escuelas filosóficas y estéticas– no es un lujo destinado a provocar en hermosas almas sentimientos de belleza, alegría y otras cosas similares, sino más bien es una forma histórica importante de comunicación social entre los hombres, como el lenguaje. Después de extraer este criterio verdaderamente materialista histórico tras haber desmenuzado todas las definiciones de arte desde Winckelmann a Kant pasando por Taine, Tolstoi, con su ayuda, aborda el arte contemporáneo y constata, visto que no se ajusta a la realidad en ningún ámbito ni punto de vista, que el conjunto del arte existente –salvo pequeñas excepciones– es incomprensible para la gran masa de la sociedad, a saber, los trabajadores. En lugar de concluir siguiendo la opinión común de la barbarie espiritual de la gran masa y la necesidad de su “elevación” para comprender el arte actual, Tolstoi dibuja la conclusión inversa. Declara todo el arte existente como “falso arte”. Y la pregunta, cómo es que tenemos desde hace siglos un “falso arte” en lugar de un arte “verdadero”, es decir, popular, le lleva a otro audaz punto de vista: ha existido un arte verdadero en tiempos remotos mientras toda la gente tenía una visión común del mundo – que Tolstoi denomina “religión” –de donde surgen obras tales como las epopeyas de Homero o los Evangelios. Desde que la sociedad se dividió entre una gran masa explotada y una pequeña minoría dominante, el arte no sirve más que para expresar los sentimientos de la minoría rica y ociosa, pero como hoy se ha perdido toda visión del mundo, por ello tenemos esta degeneración y la decadencia que caracteriza el arte moderno. Según Tolstoi, el “arte verdadero” no podrá resurgir si, de un medio de expresión de la clase dominante, no se convierte en un arte popular, es decir una expresión de la visión del mundo común de la sociedad trabajadora. Y, con un fuerte revés, envía a los infiernos al “mal falso arte”, tanto obras menores como mayores de las más conocidas estrellas de la música, de la pintura, de la poesía y, para acabar, el conjunto admirable de sus obras personales. “¡El mundo feliz (…) está en ruinas! ¡Un semi-dios lo ha derrocado!” [6] Desde entonces no escribió más que una última novela –Resurrección– ya que él sólo consideraba respetable escribir cuentos populares cortos y sencillos o ensayos “comprensibles para todos”.

El punto débil de Tolstoi –la idea de cualquier sociedad de clases como una "aberración", más que como una necesidad histórica que reúne los dos extremos de su perspectiva histórica, el comunismo primitivo y el futuro socialista– es evidente. Al igual que todos los idealistas, él también creía en la omnipotencia de la fuerza y ​​explica toda la organización en clases de la sociedad como un mero producto de una larga cadena de actos de violencia pura. Pero hay una grandeza verdaderamente clásica en la reflexión de Tolstoi sobre el futuro del arte que ve a la vez como la unión de arte, en tanto que medio de expresión, con los sentimientos sociales de la humanidad trabajadora y la práctica de la misma, es decir, la fusión de la carrera del artista con la vida normal de todo miembro trabajador de la sociedad. Las frases con las que Tolstoi critica la anormalidad del estilo de vida del artista actual que no hace más que “vivir su arte” posee un fuerza lapidaria, y hay realmente un radicalismo revolucionario cuando rompe las esperanzas de que una reducción del tiempo de trabajo y el aumento de la educación de las masas les darían una comprensión del arte tal y como existe hoy en día:

“Eso es todo lo que dicen apasionadamente los defensores de arte contemporáneo, pero yo estoy convencido de que ni ellos mismos creen en lo que dicen. Ellos saben bien que el arte, tal como lo comprenden, tiene como condición necesaria la opresión de las masas y que ni siquiera puede mantenerse sin esta opresión. Es imperativo que las masas de trabajadores se agoten trabajando para que nuestros artistas, escritores, cantantes y pintores lleguen a este nivel de perfección que les permite darnos placer... Aun suponiendo que esto sea posible y que se encuentre una manera de hacer el arte accesible a las personas, tal como se comprende, es necesario demostrar que no puede ser un arte universal, que es totalmente incomprensible para el pueblo, anteriormente los poetas escribían en latín, y sin embargo las producciones de nuestros poetas hoy son apenas comprensibles para la gente como si estuvieran escritas en sánscrito (…) Se responderá que es por culpa de la falta de cultura y del desarrollo de las personas, y que nuestro arte podrá ser entendido por todos, cuando reciban una educación satisfactoria. Esto es de nuevo una respuesta absurda, porque nos encontramos con que el arte de las clases altas nunca ha sido para ellos más que un simple pasatiempo, sin que el resto de la humanidad comprenda lo que es. Las clases más bajas pueden civilizarse una y otra vez, pero el arte, que desde el principio no se ha creado para ellos, quedará constantemente inalcanzable... Para el hombre sincero y reflexivo, es un hecho indiscutible que el arte de las clases altas nunca llegará a ser el arte de toda la nación”.

El autor de estas palabras es en su interior más socialista y materialista histórico que estos miembros del partido, que, mezclándose con la última extravagancia artística, quieren –con un celo desconsiderado– "educar" a los trabajadores social-demócratas para que comprendan el decadente pintarrajeo de un Slevogt o un Hodler.

Es así como Tolstoi, tanto por su fuerza como por sus debilidades, por la profunda y aguda mirada de su crítica, el audaz radicalismo de sus perspectivas, así como por su fe idealista en el poder de la conciencia subjetiva, debe colocarse entre los grandes utópicos del socialismo. Esto no es culpa suya, sino que su mala suerte histórica por haber vivido desde el umbral del siglo XIX, cuando Saint-Simon, Fourier y Owen se consideraban precursores del proletariado moderno, hasta principios del siglo XX donde, se encuentra solitario, sin comprender, cara a cara con el joven gigante proletario. Pero por su parte, la clase obrera revolucionaria madura puede, con una sonrisa de conveniencia, estrechar la mano, honestamente del gran artista y del audaz revolucionario y socialista a pesar de sí mismo, autor de estas buenas palabras: “Cada uno accede a la verdad según su propio camino, es necesario, sin embargo, decir esto: lo que escribo no son sólo palabras, yo lo vivo, es mi felicidad, y con ella moriré.”

Artículo publicado en la Leipziger Volkszeitung, no 209, del 9 septiembre 1908.


[1] Para más detalles biográficos sobre Tolstoi, ver : https://fr.wikipedia.org/wiki/Léon_Tolstoï

[2] Plejánov, L’art et la vie sociale, Editions sociales, p. 313

[4] Para una comprensión de lo que es el socialismo utópico se puede ver Del socialismo utópico al socialismo científico de Engels, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/dsusc/index.htm

[5] Voluntad del Pueblo (nota del traductor)

[6] Goethe, Faust, 1808, (NdT)

 

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Literatura