Decadencia del capitalismo: ¿Qué método científico se necesita para entender el orden social actual y los medios y las condiciones para superarlo? (II)

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Ascenso y declive en los modos de producción previos

«Esbozados a grandes rasgos, los modos de producción Asiático, antiguo, feudal y burgués moderno, pueden ser designados como otras tantas épocas progresivas de la formación social económica» (Prefacio a la Contribución a la Crítica de la Economía política, ver referencia en Revista internacional nº 134)

Este breve pasaje, que abarca virtualmente toda la historia escrita, podría dar lugar a varios libros que trataran de interpretarlo. Pero nuestra intención es fijarnos en dos aspectos: la cuestión general del progreso histórico y las características de la ascendencia y la decadencia en las formaciones sociales anteriores al capitalismo.

¿Puede hablarse de progreso?

Hemos señalado que uno de los efectos de las catástrofes del siglo XX ha sido un escepticismo general sobre la idea del progreso, una noción que parecía mucho más evidente en el siglo XIX. Esto ha llevado a algunos pensadores "radicales" a concluir que la visión marxista del progreso histórico es justamente una de esas ideologías del siglo XIX que sirve de apología de la explotación capitalista. Aunque habitualmente se presenten como nuevas, esas críticas sacan a menudo a relucir los tan gastados argumentos de Bakunin y los anarquistas, que proclamaban que la revolución era posible en cualquier momento histórico y acusaban a los marxistas de ser vulgares reformistas por argumentar que la época de la revolución aún no había amanecido, lo cual requería que la clase obrera se organizara a largo plazo para la defensa de sus condiciones de vida dentro del orden social existente. Los antiprogresistas suelen empezar como críticos "marxistas" de la noción de que el capitalismo es hoy decadente, insistiendo en que muy poco ha cambiado en la vida del capital desde los días en que Marx escribía sobre él -excepto quizás en el terreno puramente cuantitativo; economía más desarrollada, crisis más profundas, guerras más amplias. Pero los más consecuentes se deshacen rápidamente de una vez de toda la carga del materialismo histórico, insistiendo en que el comunismo podría haberse producido en cualquier época anterior de la historia. Realmente los más consecuentes de todos son los primitivistas, que argumentan que no ha habido en absoluto ningún progreso en la historia con la emergencia de la civilización, o más precisamente desde el descubrimiento de la agricultura que la hizo posible: esa evolución la ven como un terrible cambio de orientación equivocado, dado que la época más feliz de la vida humana sería, según ellos, el estadio de cazadores-recolectores nómadas. Esas corrientes sólo pueden lógicamente anhelar el colapso final de la civilización y el sacrificio de la humanidad, para que los pocos supervivientes puedan volver a la práctica de la caza y la recolección.

Marx fue muy firme sobre la idea de que sólo el capitalismo había allanado el camino para la superación de los antagonismos sociales y la creación de una sociedad que permitiera a la humanidad desarrollarse plenamente. Como plantea en el Prefacio: «Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso de producción social, no en el sentido de un antagonismo individual, sino en el de un antagonismo que nace de las condiciones sociales de existencia de los individuos; las fuerzas productoras que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa crean al mismo tiempo las condiciones materiales para resolver este antagonismo» (op. cit., pag. 44).

El capitalismo ha creado por primera vez las condiciones para una sociedad comunista mundial: unificando todo el globo en torno a su sistema de producción; revolucionando los instrumentos de producción hasta el punto que finalmente es posible una sociedad de abundancia; y haciendo surgir una clase cuya emancipación sólo puede hacerse mediante la emancipación del conjunto de la humanidad -el proletariado, la primera clase explotada de la historia que lleva en sí las semillas de una nueva sociedad. Para Marx era inconcebible que el género humano pudiera haber saltado esa etapa en la historia y haber instaurado una sociedad comunista duradera y global en la época del despotismo, el esclavismo o la servidumbre.

Pero el capitalismo no surgió de la nada: la sucesión de modos de producción anteriores al capitalismo había allanado a su vez el camino de éste, y en ese sentido, el desarrollo global de esos sistemas sociales antagónicos, es decir, divididos en clases, ha representado un movimiento progresivo en la historia humana, que ha desembocado, al final, en la posibilidad material de una comunidad mundial sin clases. No tendría sentido, pues, reivindicarse de la herencia de Marx y simultáneamente rechazar la noción de progreso como burguesa.

Sin embargo existe ciertamente una versión burguesa del progreso, y opuesta a ella, una marxista.

Para empezar, mientras que la burguesía tendió a ver que toda la historia llevaba inexorablemente al triunfo del capitalismo democrático en una marcha lineal ascendente, en la que todas las sociedades anteriores fueron en todos los aspectos inferiores al orden actual de las cosas, el marxismo afirmó el carácter dialéctico del movimiento histórico. De hecho la noción misma de ascendencia y declive de los modos de producción, significa que puede haber tanto regresiones como avances en el proceso histórico. En el Anti-Dühring, cuando habla de Fourier y su anticipación del materialismo histórico, Engels presta atención al vínculo entre la visión dialéctica de la historia y la noción de ascendencia y declive: «Pero lo más grande de Fourier es su concepción de la historia de la sociedad (...) Como se aprecia, Fourier maneja la dialéctica con la misma maestría que su contemporáneo Hegel. Con la misma dialéctica subraya contra la cháchara sobre la ilimitada capacidad de perfeccionamiento del hombre, que toda fase histórica tiene, junto con su rama ascendente, también una rama descendente, y aplica esta concepción también al futuro de toda la humanidad» (Obras de Marx y Engels -OME 35-, La subversión de la ciencia por el señor Eugen Dühring, Editorial crítica, Barcelona 1977, pags. 270-71)

Lo que Engels dice aquí es que no hay nada automático en el proceso de la evolución histórica. Como en el proceso de la evolución natural, el "perfeccionamiento humano" no está programado de antemano. Como veremos, puede haber de hecho vías muertas sociales, análogas a la extinción de los dinosaurios -sociedades que no sólo declinan, sino que desaparecen completamente, sin que su evolución origine nada nuevo.

Es más, incluso cuando hay progreso, éste tiene generalmente un carácter muy contradictorio. La destrucción de la producción artesana, en la que el productor obtiene satisfacción, tanto del proceso de producción como de su producto final, y su substitución por el sistema fabril, con sus rutinas implacablemente tediosas, es un ejemplo de esto. Pero Engels lo explica más contundentemente cuando describe la transición del comunismo primitivo a la sociedad de clases. En Los orígenes de la familia, la propiedad privada y el Estado, tras mostrar tanto las inmensas potencialidades como las limitaciones inherentes a la vida tribal, Engels llega a las siguientes conclusiones acerca de cómo deberíamos contemplar el advenimiento de la civilización:

«El poderío de esas comunidades primitivas tenía que quebrantarse, y se quebrantó. Pero se deshizo por influencias que desde un principio se nos aparecen como una degradación, como una caída desde la sencilla altura moral de la antigua sociedad de las gens. Los intereses más viles -la baja codicia, la brutal avidez por los goces, la sórdida avaricia, el robo egoísta de la propiedad común- inauguran la nueva sociedad civilizada, la sociedad de clases; los medios más vergonzosos -el robo, la violencia, la perfidia, la traición-, minan la antigua sociedad de las gens, sociedad sin clases, y la conducen a su perdición. Y la misma nueva sociedad, a través de los dos mil quinientos años de su existencia, no ha sido nunca más que el desarrollo de una ínfima minoría a expensas de una inmensa mayoría de explotados y oprimidos; y eso es hoy más que nunca» (En C. Marx y F. Engels, Obras escogidas T. III, Editorial Progreso, 1978, pag. 283)

Esta visión dialéctica también se refiere a la futura sociedad comunista, que en el hermoso pasaje de Marx, de los Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844 se describe como un «retorno del hombre para sí en cuanto hombre social, es decir, humano; retorno pleno, consciente y efectuado dentro de toda la riqueza de la evolución humana hasta el presente» (Alianza editorial, Madrid 1972, pag. 143). De igual forma, el comunismo del futuro se ve como un renacimiento, a un nivel más alto, del comunismo del pasado. Así Engels concluye su libro sobre los orígenes del Estado con una elocuente frase tomada del antropólogo Lewis Morgan, anticipando un comunismo que «Será un renacimiento de la libertad, la igualdad y la fraternidad de las antiguas gens, pero bajo una forma superior» (Op. cit. Pag. 352).

Pero con todas esas condiciones, es evidente desde el Prefacio, que la noción de progreso, de "épocas progresivas", es fundamental para el pensamiento marxista. Según la grandiosa visión del marxismo, empezando (¡por lo menos!) por el surgimiento del género humano,  y siguiendo por la aparición de la sociedad de clases, el desarrollo del capitalismo, y el gran salto al reino de la libertad que nos espera en el futuro, «el mundo no puede concebirse como un conjunto de objetos terminados, sino como un conjunto de procesos en el que las cosas que parecen estables, al igual que sus reflejos mentales en nuestras cabezas, los conceptos, pasan por una serie ininterrumpida de cambios, por un proceso de génesis y caducidad, a través de los cuales, pese a todo su aparente carácter fortuito y a todos los procesos momentáneos, se acaba imponiendo siempre una trayectoria progresiva» (Engels, "Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana", en C. Marx y F. Engels op. cit., págs. 381-2). Visto desde esta distancia, tal y como han sido las cosas, es evidente que hay un proceso real de desarrollo: en el terreno de la capacidad del ser humano para transformar la naturaleza por medio del desarrollo de herramientas más sofisticadas; en la comprensión subjetiva de sí mismo y del mundo a su alrededor; y por tanto en su capacidad para liberar sus potencialidades latentes y vivir una vida conforme a sus más profundas necesidades.

La sucesión de los modos de producción

Del comunismo primitivo a la sociedad de clases

Cuando Marx da un "esbozo a grandes rasgos" de los principales  modos de producción que se han sucedido en la historia, no pretende en absoluto ser exhaustivo. Para empezar, sólo menciona las formas sociales "antagónicas", es decir, las principales formas de la sociedad de clases, y no menciona las diferentes formas de sociedad no explotadora que las precedieron. Además, en tiempos de Marx, el estudio de las formas sociales precapitalistas estaba todavía en sus albores, de modo que, simplemente, no era posible tener una lista completa de todas las sociedades existentes hasta entonces. En realidad, incluso para el estado actual de los conocimientos históricos esa tarea es muy difícil de completar. En el largo periodo entre la disolución de las relaciones sociales comunistas primitivas, que tuvieron su expresión más clara entre los cazadores nómadas del paleolítico, y las sociedades de clase plenamente formadas, que constituyeron las civilizaciones históricas, hubo numerosas formas intermedias y de transición, y también formas que simplemente terminaron en una vía muerta histórica; y nuestro conocimiento de ellas es muy limitado[1].

Que en el Prefacio no se incluyeran las sociedades comunistas primitivas y las sociedades preclasistas no significa en absoluto que Marx no considerara importante estudiarlas; al contrario. Los fundadores del método materialista histórico reconocieron desde el principio que la historia humana no empieza con la propiedad privada, sino con la propiedad comunal: «La primera forma de la propiedad es la propiedad de la tribu. Esta forma de propiedad corresponde a la fase incipiente de la producción en que un pueblo se nutre de la caza y la pesca, de la ganadería o, a lo sumo, de la agricultura. En este último caso, la propiedad tribal presupone la existencia de una gran masa de tierras sin cultivar. En esta fase, la división del trabajo se halla todavía muy poco desarrollada y no es más que la extensión de la división natural del trabajo existente en el seno de la familia» (Marx y Engels, La ideología alemana, 1847, Barcelona, Ed. Grijalbo 1970, pag 21)

Cuando la investigación posterior confirmó esas apreciaciones -particularmente el trabajo de Lewis Henry Morgan sobre las tribus de Norteamérica- Marx se mostró extremadamente entusiasmado y dedicó mucho tiempo en sus últimos años a profundizar el problema de las relaciones sociales primitivas, específicamente sobre la cuestión que le planteaba el movimiento revolucionario en Rusia (ver el capítulo, "Comunismo del pasado y del futuro" en nuestro libro: El comunismo no es un bello ideal sino una necesidad material). Para Marx, Engels, y también para Rosa Luxemburgo, que escribió extensamente sobre esto en su Introducción a la Economía Política (1907), el descubrimiento de que las formas originarias de las relaciones humanas estaban basadas, no en el egoísmo y la competencia, sino en la solidaridad y la cooperación, y de que siglos, e incluso milenios después del advenimiento de la sociedad de clases siguiera existiendo un apego profundo y persistente hacia las formas sociales comunales, particularmente entre las clases oprimidas y explotadas, era para ellos una contundente confirmación de la visión comunista y un arma poderosa contra los engaños de la burguesía, para quien el ansia de poder y la propiedad son inherentes a la naturaleza humana.

En El origen de la familia, la propiedad Privada y el Estado, de Engels, en las Notas Etnográficas de Marx, y en la Introducción a la Economía Política de Luxemburgo, hay un profundo respeto por el valor, la moralidad y la creatividad artística de los pueblos "salvajes" y "bárbaros". Pero no hay ninguna idealización de esas sociedades. El comunismo que se practicaba en las primeras formas de sociedad humana no fue engendrado por la idea de la igualdad, sino por la necesidad. Era la única forma posible de organización social en condiciones en las que las fuerzas productivas del hombre aún no podían generar un excedente suficiente para mantener una élite privilegiada, una clase dominante.

Las relaciones comunistas primitivas surgieron con toda probabilidad con el desarrollo del género humano, una especie cuya capacidad para transformar su entorno en función de la satisfacción de sus necesidades materiales la distinguía de otras del reino animal; y permitieron a los seres humanos llegar a ser la especie dominante del planeta. Pero si se puede generalizar partiendo de lo que sabemos de las formas más arcaicas de comunismo primitivo, encontradas en los aborígenes de Australia, donde la forma de apropiación del producto social es completamente colectiva[2], también frenan el desarrollo de la productividad individual, con el resultado de que las fuerzas productivas permanecieron prácticamente estancadas durante milenios. En cualquier caso, los cambios en las condiciones materiales y medioambientales, como el crecimiento de la población, en algún momento hicieron insostenible el colectivismo extremo de las primeras formas de sociedad humana, que se convirtió en un obstáculo al desarrollo de técnicas de producción (como el pastoreo y la agricultura) que pudieran alimentar a una población más numerosa, o a la población que ahora vivía en unas condiciones sociales y medioambientales modificadas[3].

Como señala Marx, «La historia de la decadencia de las comunidades primitivas (sería erróneo colocarlas todas en un mismo plano; al igual que en las formaciones geológicas, en las históricas existe toda una serie de tipos primarios, secundarios, terciarios, etc.) está todavía por escribirse. Hasta ahora no hemos tenido más que unos pobres esbozos... (pero)  las causas de su decadencia se desprenden de datos económicos que les impedían superar cierto grado de desarrollo» ("Primer esbozo de carta a Vera Zasulich", 1881). La superación del comunismo primitivo y el surgimiento de las divisiones de clases no escapa a las normas generales planteadas en el Prefacio: las relaciones que los seres humanos establecieron para satisfacer sus necesidades se vuelven cada vez más incapaces de cumplir su función original, y por tanto entran en una crisis básica cuyo resultado es que, o bien las comunidades que mantienen esas relaciones desaparecen completamente, o, si no, substituyen las viejas relaciones por otras nuevas más capaces de desarrollar la productividad del trabajo humano. Ya hemos visto que Engels insistía en que, en un determinado momento histórico, «El poderío de esas comunidades primitivas tenía que quebrantarse, y se quebrantó». ¿Por qué? Porque «La tribu era la frontera del hombre, lo mismo contra los extraños que para sí mismo: la tribu, la gens, y sus instituciones eran sagradas e inviolables, constituían un poder superior dado por la naturaleza, al cual cada individuo quedaba sometido sin reserva en sus sentimientos, ideas y actos. Por más imponentes que nos parezcan los hombres de esa época, apenas si se diferenciaban unos de otros; estaban aún sujetos, como dice Marx, al cordón umbilical de la comunidad primitiva» (El Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, op. cit, pág. 282-83)

Considerando los descubrimientos de la antropología, se podría contestar sin problema la afirmación de Engels sobre la falta total de individualidad en las sociedades tribales. Pero la visión que subyace en este pasaje sigue siendo plenamente válida: que en muchos de los momentos clave y de las regiones clave, los viejos métodos y relaciones comunales se convirtieron en una traba al desarrollo, y con todo lo contradictorio que pueda parecer, el surgimiento gradual de la propiedad privada, de la explotación de clase y de una nueva fase en la autoalienación de los seres humanos, se convirtieron en "factores de desarrollo".

El modo de producción "asiático"

El término "modo asiático de producción" es controvertido. Desgraciadamente Engels omite incluir este concepto en su trabajo primordial sobre el surgimiento de la sociedad de clases, El Origen de la familia..., aunque la obra de Marx ya contenía numerosas referencias a él. Después, el error de Engels fue agravado por los estalinistas, que prácticamente excomulgaron totalmente el concepto, introduciendo una visión de la historia extremadamente mecánica y lineal, que en todas partes recorría las fases de comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo y comunismo. Este esquema tenía diferentes ventajas para la burocracia estalinista: por una parte, mucho después de que la revolución burguesa estuviera al orden del día de la historia, le permitía percibir el surgimiento de una burguesía progresista en países como India o China tras haberlos bautizado como "feudales"; y por otra parte, le permitía evitar embarazosas críticas sobre su propia forma de despotismo estatal, puesto que en el concepto de "despotismo asiático", es el Estado y no una clase de propietarios individuales, quien asegura directamente la explotación de la fuerza de trabajo: los paralelismos con el capitalismo de Estado estalinista son evidentes.

Sin embargo, investigadores serios argumentan, como Perry Anderson en un apéndice a su libro Lineages of the Absolutist State (1979), que la caracterización hecha por Marx de la India y otras sociedades contemporáneas como formas de un "modo asiático" definido de producción estaba basada en una falsa información y que, de todas formas, el concepto se ha hecho tan general, que carece de un significado preciso.

No hay duda de que el epíteto "asiático" es bastante confuso. Más o menos, todas las sociedades de clases originarias tomaron la forma analizada por Marx con ese nombre, ya fuera la sociedad sumeria, Egipto, India, China, o en regiones más remotas, como América Central y Sudamérica, África y el Pacífico. Está fundada en la comunidad rural heredada de la época anterior a la emergencia del Estado. El poder estatal, a menudo personificado por una casta sacerdotal, se basaba en el sobreproducto extraído de las comunidades rurales en forma de tributo, o, en el caso de la construcción de grandes proyectos (irrigación, templos, etc.), de jornadas de trabajo obligatorias ("corvee"[4]). Puede existir el esclavismo, pero no es la forma dominante de trabajo. Se podría argumentar que, si estas sociedades mostraban muchas diferencias significativas, tienen en común lo que es más crucial desde el punto de vista de la clasificación de los diferentes modos de producción con relaciones "antagónicas": las relaciones sociales a través de las que se extrae el plustrabajo de la clase explotada.

Cuando se examina el fenómeno de la decadencia en estas formas sociales hay, igual que en las sociedades "primitivas", ciertas características específicas para las que estas sociedades parecen mostrar una extraordinaria estabilidad, lo que se puede comprobar en que muy raramente (si es que ocurrió alguna vez) "evolucionaron" hacia un nuevo modo de producción sin ser derrotadas desde fuera. Sería sin embargo un error considerar que la sociedad asiática no tiene su propia historia. Hay una enorme diferencia entre las primeras formas despóticas que emergieron en Hawai o Sudamérica, que están más cerca de sus raíces tribales originarias, y los gigantescos imperios que se desarrollaron en India o China, que dieron lugar a formas culturales extremadamente sofisticadas.

Sin embargo subsisten unas características de base -la centralidad de la comunidad rural- que dan la clave de la naturaleza "invariable" de estas sociedades.

«Esas antiquísimas y pequeñas entidades comunitarias indias, por ejemplo, que en parte todavía perduran, se fundan en la posesión comunal del suelo, en la asociación directa entre la agricultura y el artesanado y en una división fija del trabajo, que sirve de plan y de esquema predeterminados cuando se establecen nuevas entidades comunitarias. Constituyen conjuntos de producción autosuficientes, con una superficie productiva que oscila entre cien acres y algunos miles. La masa principal de los productos se produce con destino al autoconsumo directo de la comunidad, no como mercancía y por tanto la producción misma es independiente de la división del trabajo establecida en el conjunto de la sociedad india, división que está mediada por el intercambio de mercancías. Sólo el excedente de los productos se transforma en mercancía, e incluso en el caso de una parte del mismo esa transformación no ocurre sino cuando llega a manos del Estado, al que desde tiempos inmemoriales afluye, bajo la forma de renta en especies, determinada cantidad de tales productos... El sencillo organismo productivo de estas entidades comunitarias autosuficientes que se reproducen siempre en la misma forma y que cuando son ocasionalmente destruidas se reconstruyen en el mismo lugar, con el mismo nombre, proporciona la clave que explica el misterio de la inmutabilidad de las sociedades asiáticas, tan sorprendentemente contrastada por la constante disolución y formación de estados asiáticos y el cambio incesante de las dinastías. Las tempestades en la región política de las nubes dejan indemne la estructura de los elementos fundamentales económicos de la sociedad» (Karl Marx, El Capital, Libro Iº, volumen 2, cap XII, pag 434-36, Ed. Siglo XXI, Madrid 1975)

En este modo de producción, las barreras al desarrollo de la producción de mercancías eran mucho más fuertes que en el imperio romano o el feudalismo, y esa es seguramente la razón por la que, en las regiones donde dominaba, el capitalismo aparece, no como fruto del viejo sistema, sino como invasor extranjero. Hay que destacar también que la única sociedad "oriental" que hasta cierto punto desarrolló su propio capitalismo independiente fue Japón, donde ya se había asentado un sistema feudal.

Así, en esta forma social, el conflicto entre las relaciones de producción y la evolución de las fuerzas productivas aparece como estancamiento más que como decadencia, puesto que, mientras las dinastías se suceden, consumiéndose en incesantes conflictos internos y aplastando la sociedad bajo el peso de enormes proyectos de Estado "faraónicos", la estructura social fundamental permanece inmutable; y si no emergieron nuevas relaciones de producción, entonces, estrictamente hablando, los periodos de decadencia de este modo de producción no constituyen realmente épocas de revolución social. Esto es bastante consistente con el método global de Marx, que no propone una vía de evolución unilateral o predeterminada para todas las formas de sociedad, sino que contempla la posibilidad de que algunas sociedades lleguen a un punto muerto a partir el cual no es posible ninguna evolución ulterior. También deberíamos recordar que algunas de las expresiones más aisladas de ese modo de producción se colapsaron completamente, a menudo debido a que alcanzaron los límites de crecimiento en un medio ambiente ecológico particular. Este parece haber sido el caso de la cultura Maya, que destruyó su propia base agrícola por una excesiva deforestación. En este caso hubo incluso una deliberada "regresión" impulsada por una gran parte de la población, que abandonó las ciudades y volvió a la caza y la recolección, aunque se preservaran asiduamente los viejos calendarios y tradiciones mayas. Otras culturas, como la de la isla de Pascua, parece que desaparecieron completamente, muy probablemente debido a  conflictos de clase irresolubles, la violencia y el hambre.

Esclavismo y feudalismo

Marx y Engels nunca negaron que su conocimiento de las formaciones sociales primitiva y asiática era muy limitado, debido al estado de los conocimientos contemporáneos. Se sentían con más confianza cuando escribían sobre la sociedad "antigua" (es decir, las sociedades esclavistas de Grecia y Roma) y el feudalismo europeo. Ciertamente el estudio de esas sociedades desempeñó un papel significativo en la elaboración de su teoría de la historia, puesto que suministraron ejemplos muy claros del proceso dinámico por el que un modo de producción sucedía a otro. Esto es evidente en los primeros escritos de Marx (La ideología alemana) donde ubica el surgimiento del feudalismo en las condiciones en las que desembocó la decadencia de Roma.

«La tercera forma es la de la propiedad feudal o por estamentos. Así como la Antigüedad partía de la ciudad y de su pequeña demarcación, la Edad Media tenía como punto de partida el campo. Este punto de arranque distinto hallábase condicionado por la población con que se encontró la Edad Media: una población escasa, diseminada en grandes áreas y a la que los conquistadores no aportaron gran incremento. De aquí que, al contrario de lo que había ocurrido en Grecia y en Roma, el desarrollo feudal se iniciara en un terreno mucho más extenso, preparado por las conquistas romanas y por la difusión de la agricultura, al comienzo relacionado con ellas. Los últimos siglos del Imperio Romano decadente y la conquista por los propios bárbaros destruyeron una gran cantidad de fuerzas productivas; la agricultura veíase postrada, la industria languideció por la falta de mercados, el comercio cayó en el sopor o se vio violentamente interrumpido y la población rural y urbana decreció. Estos factores preexistentes y el modo de organización de la conquista por ellos condicionado hicieron que se desarrollara, bajo la influencia de la estructura del ejército germánico, la propiedad feudal. También ésta se basa, como la propiedad de la tribu y la comunal, en una comunidad, pero a ésta no se enfrentan ahora, en cuanto clase directamente productora, los esclavos, como ocurría en la sociedad antigua, sino los pequeños campesinos siervos de la gleba» (La ideología alemana, op. cit, pág. 23-24)

El término mismo de decadencia suele evocar imágenes de los últimos tiempos del Imperio romano -de orgías y emperadores romanos ebrios de poder, de combates de gladiadores presenciados por grandes multitudes sedientas de sangre. Esas escenas tienden a focalizarse en los elementos "supraestructurales" de la sociedad romana, pero reflejan una realidad que se producía en los fundamentos mismos del sistema esclavista; y por eso revolucionarios como Engels y Rosa Luxemburg se tomaron la licencia de señalar la decadencia de Roma como una especie de presagio de lo que esperaba a la humanidad si el proletariado no conseguía derrocar el capitalismo: «el derrumbe de toda la civilización como en la antigua Roma, la despoblación, la desolación, la degeneración -un gran cementerio» (Folleto de Junius)

La antigua sociedad esclavista era una formación social mucho más dinámica que el modo asiático, aunque éste hiciera su propia contribución al surgimiento de la antigua cultura griega, y así al modo esclavista de producción en general (en particular a Egipto se le consideraba como un venerable depositario de la sabia inteligencia). Este dinamismo fluía en gran medida del hecho, como decía el chascarrillo de la época, de que «todo está a la venta en Roma»: la forma mercantil había avanzado hasta el punto de que las viejas comunidades agrarias eran cada vez más un bonito recuerdo de una edad de oro perdida, y una masa de seres humanos se habían convertido ellos mismos en mercancías que se podían comprar y vender en los mercados de esclavos. La producción a cargo de grandes ejércitos de esclavos, aunque quedaban grandes áreas de la economía donde el trabajo productivo se llevaba a cabo por pequeños campesinos o artesanos, asumía cada vez más un papal clave en los puntos centrales de la economía antigua -las grandes haciendas, las obras públicas y las minas. Ese gran "invento" del mundo antiguo fue, durante un considerable periodo de tiempo, una formidable "forma de desarrollo" que permitió a los ciudadanos libres organizarse en poderosos ejércitos que, conquistando nuevas tierras para el Imperio, suministraban nuevas reservas de trabajo esclavo. Pero por esas mismas razones, llegó claramente un punto en que el esclavismo se transformó en un firme obstáculo al desarrollo ulterior. Su naturaleza inherentemente improductiva yacía en el hecho de que no proporcionaba absolutamente ningún incentivo para que el productor entregara lo mejor de sus capacidades productivas, ni daba tampoco al propietario de esclavos ningún incentivo para que invirtiera en desarrollar mejores técnicas de producción, puesto que la obtención de nuevos esclavos era siempre la opción más barata. De ahí el desfase extraordinario entre los avances filosófico/científicos de los pensadores, cuyo tiempo libre estaba sostenido por el trabajo de los esclavos, y la aplicación práctica extremadamente limitada de los avances teóricos o técnicos. Este fue el caso, por ejemplo, con el molino de agua, que desempeñó un papel tan crucial en el desarrollo de la agricultura feudal. Realmente fue inventado en Palestina a comienzos del primer siglo d.c., pero su uso no se generalizó nunca en el Imperio romano. En un determinado punto por tanto, la incapacidad del modo esclavista de producción de aumentar radicalmente la productividad del trabajo hizo cada vez más imposible mantener los enormes ejércitos que se requerían para mantenerlo. Roma se vio desbordada, atrapada en una contradicción insoluble que se plasmaba en todos los aspectos conocidos de su decadencia.

En Passages from Antiquity to Feudalis (1974), el historiador Perry Anderson enumera algunas de las expresiones económicas, políticas y militares de ese estancamiento de las fuerzas productivas de la sociedad romana, un estancamiento causado por la relación esclavista, a principios del siglo III: «A mitad de siglo hubo un colapso completo de la acuñación en plata; mientras que a finales de siglo, los precios del grano se habían disparado a niveles 200 veces mayores que a comienzos del Principado[5]. La estabilidad política degeneró al mismo tiempo que la estabilidad monetaria. En los caóticos 50 años de 235 a 284, hubo no menos de 20 emperadores, 18 de los cuales murieron violentamente, uno fue hecho prisionero en el extranjero y otro víctima de una plaga - destinos todos ellos expresión de los tiempos que corrían. Las guerras civiles y las usurpaciones de poder se sucedieron prácticamente sin interrupción, desde Maximino el Tracio a Diocleciano. Y se vieron agravadas por una devastadora secuencia de invasiones bárbaras y ataques a lo largo de las fronteras, por las que penetraban ampliamente...Los disturbios políticos internos y las invasiones bárbaras provocarían pronto una serie de epidemias que debilitaron y mermaron la población del Imperio, ya afectada por la destrucción de la guerra. Las tierras quedaron desiertas y empezaron a faltar los suministros agrarios. El sistema tributario se desintegró con la depreciación de la moneda, y las tasas fiscales volvieron a pagarse mediante entregas en especie. La construcción en las ciudades se detuvo abruptamente como puede comprobarse arqueológicamente en todo el Imperio; en algunas regiones, los centros urbanos decayeron y se menguaron» (pag 83-84, traducido por nosotros).

Anderson continua mostrando cómo, en respuesta a esta profunda crisis, el poder del Estado romano, basado fundamentalmente en un ejército reorganizado y ampliado, creció enormemente y consiguió una cierta estabilidad que duró unos cien años. Pero puesto que «el crecimiento del Estado iba acompañado de una contracción de la economía...» (pág. 92), esta renovación simplemente allanó el camino a lo que él llama «la crisis final de la Antigüedad», imponiendo la necesidad de abandonar progresivamente la relación esclavista. Un factor igualmente clave en la desaparición del modo de producción esclavista fue la generalización de las revueltas de esclavos y de otras clases explotadas y oprimidas en todo el Imperio en el siglo quinto DC (como las de los llamados Bagaudas[6]), que se produjeron a una escala mucho más amplia que la rebelión de Espartaco en el siglo I -aunque esta última se recuerda muy justamente por su increíble audacia y profundo anhelo por un mundo mejor.

La decadencia de Roma, pues, correspondía precisamente a la fórmula de Marx, y tomó un carácter claramente catastrófico. A pesar de los esfuerzos recientes de los historiadores burgueses para presentarla como un proceso gradual e imperceptible, se manifestó como una crisis devastadora de subproducción en la que la sociedad era cada vez menos capaz de producir las necesidades básicas de la vida -una verdadera regresión de las fuerzas productivas, en la que numerosas áreas del saber y de la técnica fueron enterradas y perdidas durante siglos. Esto no tomó la forma  de una pendiente de una sola dirección (como ya hemos señalado, a la gran crisis del tercer siglo le siguió un relativo resurgimiento que no terminó hasta la oleada final de invasiones bárbaras) pero era inexorable.

El colapso del sistema del Imperio romano fue la precondición para el surgimiento de nuevas relaciones de producción en las que una capa importante de propietarios de tierras dio el paso revolucionario de eliminar el trabajo esclavista substituyéndolo por el sistema de colonos -precursor de la servidumbre feudal y en el que el productor, aunque estaba obligado a trabajar para la clase de los terratenientes, recibía también su propia parcela de tierra para cultivar. El segundo ingrediente del feudalismo, mencionado por Marx en el pasaje que hemos citado de La Ideología alemana, fue el elemento bárbaro "germánico", que combinaba la jerarquía emergente de una aristocracia guerrera con los restos de la propiedad comunal, que fue obstinadamente mantenida por el campesinado. Siguió un largo periodo de transición, en el que las relaciones esclavistas no habían desaparecido completamente y el sistema feudal se afirmaba gradualmente, llegando a su verdadera implantación sólo a partir de los primeros siglos del nuevo milenio. Y aunque, como ya hemos señalado, en muchos aspectos (urbanización, relativa independencia de la religión del pensamiento artístico y filosófico, medicina, etc.) la ascendencia de la sociedad feudal significó una notable regresión respecto a los logros de la Antigüedad, las nuevas relaciones sociales, en cambio, suscitaron, tanto en el señor como en el siervo, un interés directo en el aumento del rendimiento de su parte de tierra, y permitieron la generalización de una serie importante de adelantos técnicos en la agricultura: el arado de hierro y el arnés de hierro, que permitió que fuera tirado por el caballo, el molino de agua, la rotación de cultivos (barbecho, sistema de tripartición del terreno), etc. El nuevo modo de producción permitió así el renacimiento de las ciudades y un nuevo florecimiento de la cultura cuya máxima expresión gráfica fueron las grandes catedrales y las universidades que surgieron en los siglos XII y XIII.

Pero como antes el sistema esclavista, el feudalismo también empezó a alcanzar sus límites "externos".

«Los cien años siguientes (del siglo XIII), una crisis general masiva golpeó todo el continente... El determinante más profundo de esta crisis general probablemente se encuentra... en una "convulsión" de los mecanismos de reproducción del sistema al llegar a un punto límite de sus capacidades. En particular parece claro que el motor básico de la recuperación rural, que había impulsado toda la economía feudal durante tres siglos, sobrepasó en un momento determinado los límites objetivos, tanto de la tierra como de la estructura social. La población continuaba creciendo mientras el rendimiento caía en las tierras marginales todavía disponibles para ser transformadas mediante los niveles técnicos existentes, y el suelo se deterioraba por el apresuramiento o el mal uso. Las últimas reservas de nueva tierra recuperada eran generalmente de mala calidad, de suelo húmedo o de poca profundidad, más difícil de labrar y en el que se sembraban cultivos de calidad inferior, como la cebada. Por otra parte, las tierras más antiguas, de arado, tendían a envejecer y al desgaste, por la misma antigüedad de su cultivo...» (Anderson, Passages from Antiquity..., op cit, pag 197, traducción nuestra)

A medida que la expansión de la economía feudal agraria tropezó contra esas barreras, se produjeron consecuencias desastrosas en la vida de la sociedad: falta de cultivos, hambrunas, hundimiento de los precios del grano combinado con aumentos galopantes de los precios de las mercancías producidas en los centros urbanos:

«Este proceso contradictorio afectó drásticamente a la nobleza, puesto que su modo de vida se había hecho cada vez más dependiente de las mercancías de lujo producidas en las ciudades... mientras que el cultivo de sus heredades y las tasas de servidumbre de sus feudos producían cada vez menos ingresos. El resultado fue una disminución de los recursos señoriales, que a su vez desencadenó una oleada sin precedentes de guerras, puesto que los caballeros en todas partes trataban de recuperar sus fortunas mediante el saqueo. En Alemania y en Italia, esta búsqueda de botines en tiempos de escasez, produjo el fenómeno de un bandidaje desorganizado y anárquico por parte de los señores feudales... En Francia sobre todo, la guerra de los Cien Años -una combinación asesina de guerra civil entre las casas de los Capetos y los de Borgoña, y un contencioso internacional entre Inglaterra y Francia, que también implicaba las potencias de Flandes y de España- hundió el país más rico de Europa en una miseria y desorden sin parangón. En Inglaterra, el epílogo de la derrota final continental en Francia fue el gangsterismo señorial de la Guerra de las Rosas...Para completar este panorama de desolación, a esa crisis estructural se añadió una catástrofe coyuntural: la invasión de la Peste Negra desde Asia en 1348» (Id.)

La peste negra, que aniquiló un tercio de la población europea, aceleró la desaparición final de la servidumbre. Produjo una escasez crónica de mano de obra en el campo, obligando a la nobleza a cambiar de la tradicional renta de trabajo feudal al pago de salarios; pero al mismo tiempo, los nobles trataron de volver atrás el reloj, imponiendo restricciones draconianas a los salarios y al movimiento de los trabajadores (una tendencia que se desarrolló en toda Europa y cuya codificación clásica es el Estatuto de los Trabajadores -1351-, decretado en Inglaterra inmediatamente después de la peste negra).Uno de los resultados ulteriores de esta reacción de la nobleza fue provocar una lucha de clases generalizada, una de cuyas más famosas expresiones se produjo igualmente en Inglaterra, con las grandes revueltas campesinas de 1381. Pero hubo alzamientos comparables por toda Europa en este periodo (Las "jaqueries" francesas, las revueltas de los pañeros en Flandes, la revuelta de los Ciompi en Florencia, etc.).

Como en la decadencia de la antigua Roma, las crecientes contradicciones del sistema feudal en el plano económico, tuvieron así sus repercusiones en el plano político (guerras, revueltas sociales) y en la relación entre los seres humanos y la naturaleza; y a su vez, todos estos elementos aceleraron y profundizaron la crisis general. Como en Roma, la decadencia general del feudalismo fue resultado de una crisis de subproducción, de la incapacidad de las viejas relaciones sociales para impulsar la producción de las necesidades básicas de la vida diaria. Es importante destacar que, aunque la lenta emergencia de las relaciones mercantiles en las ciudades actuó como un factor de disolución de los lazos feudales y fue acelerada por los efectos de la crisis general (guerras, hambrunas, la peste), las nuevas relaciones sociales no pudieron despegar realmente hasta que el viejo sistema hubo entrado en una estado de contradicción interna, que dio lugar a un grave declive de las fuerzas productivas:

«Una de las conclusiones más importantes que ofrece un examen del gran colapso del feudalismo europeo es que -contrariamente a la creencia ampliamente popular entre los marxistas-, el "modelo" característico de la crisis de un modo de producción no es el de unas fuerzas productivas (económicas) vigorosas que surgen triunfalmente en el seno de unas retrógradas relaciones (sociales) de producción, y que de inmediato establecen una mayor productividad y una sociedad superior sobre sus ruinas. Al contrario, las fuerzas productivas tienden a estancarse y retroceder en el seno de las relaciones de producción existentes; primero éstas tienen que ser radicalmente cambiadas y reordenadas antes de que unas nuevas fuerzas de producción puedan crearse y combinarse en un modo de producción globalmente nuevo. En otras palabras, las relaciones de producción generalmente cambian antes que las fuerzas productivas en una época de transición y no a la inversa» (id. pág 204). Como en la decadencia de Roma, un periodo de regresión del viejo sistema fue la precondición para el florecimiento de un nuevo modo de producción.

De nuevo, como en el periodo de la decadencia de Roma, la clase dominante trató de preservar su tambaleante sistema por medios cada vez más artificiales. La aprobación de leyes brutales para controlar la movilidad de la mano de obra y la tendencia de los trabajadores rurales de huir hacia las ciudades, la tentativa de gobernar las tendencias centrífugas de la aristocracia por medio de la centralización del poder monárquico, el uso de la inquisición para imponer un rígido control ideológico sobre todas las expresiones del pensamiento "heréticas" y disidentes, la corrupción y las trampas con las monedas para "solucionar" el problema del endeudamiento de la realeza... todas esas tendencias fueron intentos de un sistema moribundo de posponer su extinción final, pero no podían evitarla. A decir verdad, en gran medida los mismos medios usados para preservar el viejo sistema se transformaron en cabezas de puente del nuevo sistema: así fue, por ejemplo, con la monarquía centralista de los Tudor en Inglaterra, que en gran parte creó las condiciones necesarias para el surgimiento del estado-nación moderno.

Mucho más claramente que en la decadencia de Roma, la época de declive feudal fue también una época de revolución social, en el sentido de que de sus entrañas surgió una clase genuinamente nueva y revolucionaria, una clase con una visión del mundo que desafiaba las viejas instituciones e ideologías, y un modo de economía que veía en la relación feudal un obstáculo intolerable a su expansión. La revolución burguesa hizo su entrada triunfante en la historia en Inglaterra en 1640, aunque tuviera que esperar un siglo y medio antes de su victoria aún más espectacular en Francia en la década de1790. Este amplio marco temporal para la revolución burguesa fue posible porque se trata del punto culminante político de un largo proceso de desarrollo económico y social dentro del cascarón del viejo sistema, y también porque siguió ritmos diferentes en las diferentes naciones.

La transformación de las formas ideológicas

«Al considerar tales trastornos importa siempre distinguir entre el trastorno material de las condiciones económicas de producción -que se debe comprobar fielmente con ayuda de las ciencias físicas y naturales- y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas; en una palabra, las formas ideológicas, bajo las cuales los hombres adquieren conciencia de este conflicto y lo resuelven» (Marx, Prefacio a la Contribución a la Economía Política, Ed. Comunicación, Madrid, 1978, pág. 43).

Todas las sociedades de clase se mantienen por una combinación de represión sin tapujos y control ideológico, que la clase dominante ejerce por medio de sus numerosas instituciones: familia, religión educación, etc. La ideología no es nunca un puro reflejo pasivo de la base económica, sino que contiene su propia dinámica, que en ciertos momentos puede impactar activamente en las relaciones sociales subyacentes. En su afirmación de la concepción materialista de la historia, Marx se vio obligado a distinguir entre "el trastorno material de las condiciones económicas", y "las formas ideológicas, bajo las cuales los hombres adquieren conciencia de este conflicto", porque hasta la fecha, la forma dominante de estudiar la historia había puesto el énfasis en las últimas a expensas del primero.

Cuando se analizan las transformaciones ideológicas que se producen en una época de revolución social, es importante recordar que si en última instancia están determinadas por las condiciones económicas de producción, no es de una forma rígida y mecánica, y menos aún porque tales periodos no son nunca exclusivamente de puro declive o degradación, sino que están marcados por una creciente confrontación entre fuerzas sociales contradictorias. Lo característico de esas épocas es que la vieja ideología dominante, que corresponde cada vez menos a la realidad social cambiante, tiende a descomponerse y dar lugar a nuevas visiones del mundo que pueden servir para inspirar y movilizar activamente a las clases sociales opuestas al viejo orden. En el proceso de descomposición, las viejas ideologías -religiosa, filosófica, artística- ceden frecuentemente al pesimismo, el nihilismo y la obsesión por la muerte; mientras las ideologías de las clases ascendentes o rebeldes son más a menudo optimistas, vitalistas y anticipan el albor de un mundo radicalmente transformado.

Para poner un ejemplo: en el periodo dinámico del sistema esclavista, la filosofía tendía a expresar, dentro de los límites del periodo, los esfuerzos del género humano por "conocerse a sí mismo", según la frase que hizo inmortal Sócrates -para comprender la dinámica real de la naturaleza y la sociedad por medio del pensamiento racional, sin la intermediación de lo divino. En su periodo de decadencia, la filosofía tendía a retirarse a la justificación de la desesperación o de la irracionalidad, como en el neoplatonismo y sus vinculaciones a los numerosos cultos esotéricos que florecieron en las últimas décadas del Imperio.

Esta tendencia no puede comprenderse sin embargo, de forma unilateral: en los periodos de decadencia, las viejas religiones y filosofías también se enfrentaron al ascenso de nuevas clases revolucionarias, o la rebelión de los explotados, y éstas, generalmente, también tomaron una forma religiosa. Así, en la antigua Roma, la religión cristiana, aunque estaba ciertamente influenciada por cultos esotéricos orientales, empezó como un movimiento de protesta de los desposeídos contra el orden dominante, y más tarde, como un poder establecido por derecho propio, fue un marco para la preservación de muchas de las adquisiciones culturales del mundo antiguo. Esta dialéctica entre el viejo y el nuevo orden fue también una característica de las transformaciones ideológicas durante la decadencia del feudalismo. Por una parte:

«El periodo de estancamiento conoció el auge del misticismo en todas sus formas. La forma intelectual, con el "Tratado del arte de morir" -Ars moriendi S.XV-XVI-, y sobre todo, "La imitación de Cristo" (XIV-XV). La forma emocional, con las grandes expresiones de piedad popular, exacerbadas por la influencia de los elementos incontrolados del clero mendicante: los "flagelantes" deambulaban por las zonas rurales, lacerando sus cuerpos con látigos en las plazas de los pueblos para apelar a la sensibilidad humana y llamar a los cristianos a arrepentirse. Estas manifestaciones dieron lugar a una imaginería de dudoso gusto, como las fuentes de sangre, que simbolizaban al redentor. Muy rápidamente el movimiento osciló hacia la histeria, y la jerarquía eclesiástica tuvo que intervenir contra los elementos turbulentos, para impedir que sus prédicas hicieran aumentar el número de vagabundos... Se desarrolló el arte macabro... El texto sagrado preferido por las mentes más ilustradas era el Apocalipsis.» (J. Favier, De Marco Polo à Christophe Colomb, traducido del francés por nosotros).

Por otra parte, el hundimiento del feudalismo también conoció el ascenso de la burguesía y su visión del mundo, que se expresó en el magnífico florecimiento del arte y la ciencia en el periodo del Renacimiento. E incluso movimientos místicos y milenarios, como los anabaptistas estuvieron a menudo, como señaló Engels, íntimamente ligados a las aspiraciones comunistas de las clases explotadas. Esos movimientos aún no podían plantear una alternativa históricamente viable al viejo sistema de explotación y sus sueños milenarios se orientaban más hacia en un pasado primitivo que hacia un futuro más avanzado, pero, a pesar de todo, desempeñaron un papel clave en el camino que llevó a la destrucción de la jerarquía medieval decadente.

En una época decadente, el declive cultural general nunca es absoluto: en el plano artístico por ejemplo, el estancamiento de las viejas escuelas, también puede ser contrarrestado por nuevas formas que expresan sobre todo una protesta humana contra un orden cada vez más inhumano. Y lo mismo puede decirse del plano de la moral. Si la moral es en último extremo una expresión de la naturaleza social del ser humano, y si los periodos de decadencia son expresión de la quiebra de las relaciones sociales, entonces tenderán a caracterizarse por una quiebra concomitante de la moralidad, una tendencia al colapso de los lazos humanos básicos y al triunfo de los impulsos antisociales. La perversión y la prostitución del deseo sexual, el florecimiento del robo, el fraude y el asesinato gratuitos, y sobre todo la supresión del orden moral en la guerra, se ponen al orden del día. Pero ni siquiera esto tampoco debería verse de forma rígida y mecánica, y concluir que los periodos de ascendencia están marcados por un comportamiento humano superior, y los periodos de decadencia por una repentina pendiente de infamia y depravación. La socavación y el derrumbe de las viejas certezas morales pueden expresar igualmente el auge de un nuevo sistema de explotación, en comparación con el cual, el viejo orden puede parecer comparativamente benigno, como señala el Manifiesto Comunista respecto al ascenso del capitalismo:

«Dondequiera que se instauró, echó por los suelos todas las instituciones feudales, patriarcales e idílicas. Desgarró implacablemente los abigarrados lazos feudales que unían al hombre con sus superiores naturales y no dejó en pie más vínculo que el del interés escueto, el del dinero contante y sonante, que no tiene entrañas.  Echó por encima del santo temor de Dios, de la devoción mística y piadosa, del ardor caballeresco y la tímida melancolía del buen burgués, el jarro de agua helada de sus cálculos egoístas.  Enterró la dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar.»

Y a pesar de eso, la comprensión de Marx y Engels de lo que Hegel llamaba "la astucia de la razón" era de tal envergadura, que fueron capaces de reconocer que este declive "moral", esta mercantilización del mundo, era de hecho una fuerza de progreso que colaboraba en erradicar el estático orden feudal tras ella y ante ella allanaba el camino para el orden moral genuinamente humano que se perfilaba en el horizonte.

Gerrard

 


 

[1] Por ejemplo, las sociedades sedentarias de cazadores, ya bastante jerarquizadas, que fueron capaces de almacenar amplias reservas de alimentos, las diferentes formas semi-comunistas de producción agraria, los "imperios tributarios" formados por pastores semi-bárbaros como los Hunos y los Mongoles.

[2] Entre las tribus australianas, cuando el modo de vida tradicional era todavía vigente, el cazador que traía la pieza no guardaba nada para sí, sino que inmediatamente entregaba el producto a la comunidad siguiendo la tradición que marcaban ciertas estructuras complejas de parentesco. Según el trabajo del antropólogo Alain Testart, Le Communisme Primitif, 1985, el término de comunismo primitivo sólo debería aplicarse a los australianos, a quienes él ve como la última reminiscencia de una relación social que probablemente fue la norma durante el periodo paleolítico. Esto es materia de debate. Ciertamente, incluso entre los pueblos nómadas de cazadores-recolectores hay amplias diferencias respecto a la forma como se distribuye el producto social, pero todos ellos dan prioridad al mantenimiento de la comunidad, y como señala Chris Knight en su trabajo Blood Relations, Menstruation and the origins of culture, 1991, lo que él llama "own-kill rule" (es decir, límites prescritos sobre lo que el cazador puede consumir de las piezas que ha matado) está ampliamente extendido entre los pueblos cazadores.

[3] Debe tenerse en cuenta que la disolución de las relaciones sociales primitivas no fue un acontecimiento que se produjo de una vez por todas a partir de un determinado momento, sino que siguió diferentes ritmos en diferentes partes del mundo; es un proceso que se desarrolla durante milenios y que sólo ahora está llegando a sus trágicos últimos capítulos en las regiones más remotas del planeta, como el Amazonas o la selva de Borneo.

[4] "Corvée" es trabajo, a menudo pero no siempre impagado, que las personas en el poder podían obligar a sus súbditos a realizar; a menos que lo conmutaran de alguna manera, como un pago al contado. Se diferencia del esclavismo en que el trabajador no es propiedad de nadie -siendo libre en diferentes aspectos aparte de la prestación de ese trabajo- y el trabajo obligatorio es habitualmente intermitente, requiriéndose típicamente sólo un cierto número de días "o meses" al año. Es una forma de trabajo obligatorio, no libre, en el que el trabajador no es compensado.

[5] El gobierno del Principatus o Principado es instaurado al ascender Octavio Augusto al poder (27 a. C.). Este sistema de gobierno se mantendrá durante todo el Alto Imperio Romano. Este tipo de gobierno es el resultado de la evolución de las instituciones republicanas, adaptándolas a las necesidades de un verdadero imperio. El gobierno es dividido, con el Príncipe, sus provincias imperiales y su propio tesoro (Fiscus), y los antiguos organismos con las provincias senatoriales y el Aerarium o tesoro público. Pero en la práctica el gobierno es un protectorado, donde el Principe ostenta todos los poderes (Auctoritas, Maiestas y Potestas) y vigila a las autoridades clásicas. El Principado se produce en el tercer período de Roma que abarca desde el año 27 a.C. con la llegada de Augusto al gobierno, hasta la llegada de Diocleciano en el 284 d.C. El Principado fue una monarquía colegiada, al cual luego le va a proceder el Dominado (cuarto período) que se va a caracterizar por ser una monarquía absoluta, sin asociados al gobierno; a diferencia del principado, que es una democracia autoritaria. (Wikipedia)

[6] El término bagauda, (bagaudae en latín; en bretón bagad. En galo significaba «tropa»), se utiliza para designar a los integrantes de numerosas bandas que participaron en una larga serie de rebeliones, conocidas como las revueltas bagaudas, que se dieron en Galia e Hispania durante el Bajo Imperio, y que continuaron desarrollándose hasta el siglo V. Sus integrantes eran principalmente campesinos o colonos evadidos de sus obligaciones fiscales, esclavos huidos o indigentes (Wikipedia)

Cuestiones teóricas: