Enviado por CCI Online el
Esta primavera, cientos de miles de trabajadores inmigrantes, la mayoría de ellos “ilegales”, como les llama la burguesía, predominantemente de países latinoamericanos, han tomado las calles de las ciudades más importantes de Estados Unidos, de Los Angeles a Dallas, Chicago, Washington DC, o Nueva Cork, en protesta contra la amenaza de medidas legales enérgicas en su contra propuestas por el ala derecha del partido Republicano. Pareció como si el movimiento estallara de la noche a la mañana, surgiendo de ninguna parte ¿Qué significan estos acontecimientos y cual es la naturaleza de clase de este movimiento?
La legislación anti-inmigración que consiguió el visto bueno de la Cámara de Representantes y que provocó las manifestaciones, criminalizaría la inmigración ilegal, convirtiéndola por primera vez en un delito. Actualmente ser un emigrante ilegal supone una violación del derecho civil, pero no un delito criminal. Los inmigrantes ilegales serían, según esta ley, arrestados, juzgados, condenados y deportados, y perderían cualquier posibilidad de volver legalmente a Estados Unidos en el futuro. De hecho se anularían las leyes estatales que prohíben a las entidades estatales locales, comisarías de policía, colegios o servicios sociales, denunciar extranjeros ilegales a los oficiales de inmigración, y se sancionaría con multas a los empresarios que los contrataran. Con esta ley, más de 12 millones de inmigrantes se verían confrontados a la deportación. Esta extrema ley no cuenta con el apoyo de la fracción dominante de la burguesía, puesto que no se corresponde con los intereses globales del capitalismo de Estado americano, que claramente necesita trabajadores inmigrantes para cubrir empleos mal pagados, para servir como ejército de reserva de obreros desempleados y subempleados que presione a la baja los salarios de toda la clase obrera. Se oponen a esas medidas enérgicas la administración Bush, los dirigentes Republicanos del Senado, los Demócratas, los alcaldes de las grandes ciudades, los gobernadores, los empresarios de las grandes empresas que necesitan explotar un abundante suministro de trabajadores inmigrantes (en los restaurantes, las empresas de venta al pormenor, las de envasado de cárnicos, las de servicios del hogar, la agricultura, y la construcción), y los sindicatos, que sueñan con sacar cuotas de esos obreros indigentes. Esta variopinta tropeé de burgueses “defensores” de los obreros inmigrantes, está a favor de una legislación más moderada, que estreche la frontera, y reduzca drásticamente el número de nuevos inmigrantes; pero permita que los emigrantes ilegales que llevan en el país un cierto número de años puedan legalizar su situación, obligando al mismo tiempo a los que lleven menos de dos años a abandonar Estados Unidos, pero con la posibilidad de volver legalmente en el futuro. Se pondría en marcha una especie de programa para obreros “huéspedes”, que permitiera a los obreros de fuera encontrar trabajo temporal legal en USA y mantener así un suministro de mano de obra barata.
En este contexto político y social han estallado las manifestaciones de los obreros inmigrantes. Pisando los talones de las revueltas de los jóvenes inmigrantes desempleados del otoño pasado en Francia, y de la lucha contra el CPE esta primavera, o la huelga del transporte de NYC en Diciembre, las manifestaciones de los emigrantes han sido saludadas por los izquierdistas de todo pelaje, y también por muchos grupos anarquistas y libertarios. Es totalmente cierto que los emigrantes amenazados por esta ley son un sector de la clase obrera confrontado a una explotación dura y brutal, que padece unas horribles condiciones de vida, sin acceso a los servicios sociales ni sanitarios, y que su situación demanda la solidaridad y el apoyo de toda la clase obrera. Esta solidaridad es aún más necesaria puesto que tradicionalmente la burguesía utiliza el debate sobre el status legal de los inmigrantes para suscitar el racismo y el odio, para dividir al proletariado enfrentando a unos obreros con otros; mientras al mismo tiempo se beneficia de la explotación de los obreros inmigrantes. Podría haber sido una lucha en un terreno proletario, pero hay una gran diferencia entre lo que pudiera ser y lo que realmente sucede.
No hay que hacerse ilusiones que nos impidan ver la verdadera naturaleza de clase de las manifestaciones recientes; en gran medida han sido una manipulación burguesa. Sí, los obreros han salido a la calle, pero totalmente en el terreno de la burguesía, que ha tramado una provocación, que ha manipulado y controlado el movimiento y lo ha dirigido a las claras. Es cierto que han habido algunos ejemplos, como los paros espontáneos de los estudiantes mexicanos inmigrantes de los institutos en California –los hijos de la clase obrera- que implican ciertas similitudes con la situación en Francia, pero este movimiento no se ha organizado en un terreno proletario ni ha sido controlado por los propios obreros inmigrantes. Las manifestaciones, que movilizaron cientos de miles de personas, fueron convocadas por los media hispano parlantes, es decir, por la burguesía “latina”, con el apoyo de grandes empresas y políticos del “establishment”.
El nacionalismo ha envenenado el movimiento; nacionalismo latino que estalló en las manifestaciones, o el enfermizo aluvión de reafirmación americanista que siguió después, y aún nacionalismo racista en oposición a los inmigrantes, fomentado por los programas de radio y por el ala derecha de los republicanos. Cuando hubo quejas en los media de que muchos manifestantes inmigrantes en California llevaban banderas mexicanas y de que esto mostraría que serían más leales a su patria de origen que a la de adopción, los organizadores del movimiento suministraron miles de banderas americanas para hacerlas ondear en las manifestaciones que siguieron en otras ciudades, y reafirmar así la lealtad patria y el americanismo de las protestas. A finales de Abril, la radio emitió una versión del himno nacional grabada por estrellas hispanas del pop. Por supuesto los nacionalistas de derecha anti-inmigrantes se lanzaron contra esta versión en español del himno USA como una afrenta a la dignidad nacional. La solicitud de la ciudadanía, que es un rollo legal totalmente burgués, es otro ejemplo de un terreno no proletario de lucha. Esta ideología nacionalista putrefacta está diseñada para cortocircuitar completamente la posibilidad de que los obreros emigrantes y los nacidos en USA puedan reconocer su unidad de clase esencial.
Pero en ningún otro sitio se hizo tan evidente como en las manifestaciones masivas en NYC la naturaleza capitalista del movimiento; en Abril se concentraron 300000 inmigrantes ante el Ayuntamiento, donde recibieron el apoyo del alcalde, el Republicano Michael Bloomberg, y de los senadores Demócratas Charles Schumer y Hilary Clinton, que se dirigieron a la multitud y alabaron su lucha como ejemplo de americanismo y patriotismo.
Hace ya casi 20 años desde el último gran esfuerzo para reformar la inmigración, emprendido entonces por la administración de Reagan, que garantizaba la amnistía para los inmigrantes ilegales. Pero esa amnistía no sirvió para nada para contener la marea de inmigrantes ilegales, que ha continuado sin cesar las ultimas dos décadas, porque el capitalismo USA necesita un suministro constante de mano de obra barata y porque los efectos de la descomposición social del capitalismo en los países subdesarrollados han degradado tanto las condiciones de vida como para empujar a cada vez más trabajadores a buscar refugio en las metrópolis capitalistas relativamente más prósperas y estables.
Para la burguesía es hora de estabilizar la situación de nuevo, ya que cada vez se hace más difícil absorber el flujo de inmigrantes y tolerar una situación en la que millones de obreros no están integrados oficialmente en la economía o la sociedad, no pagan impuestos, y no están documentados, después de casi 20 años de status ilegal. Por una parte, esto ha llevado a la administración Bush a recurrir a toscas medidas para restringir la inmigración en l a frontera, por ejemplo militarizando la frontera con Mexico, construyendo literalmente un muro de Berlín que haga más difícil que los inmigrantes puedan cruzar la frontera. Por otra parte, la administración también ha favorecido la legalización de los trabajadores que llevan más de dos años en el país. Puesto que la economía USA, en una proporción importante, necesita un flujo constante de mano de obra barata, es muy poco probable que los millones de trabajadores que han estado menos de dos años en el país a los que se “pida” que se vayan lo hagan realmente. Seguramente se quedarán ilegalmente y serán la base para la futura mano de obra ilegal que la economía capitalista va a continuar precisando, como fuerza de trabajo barata y para presionas a la baja los salarios del resto de trabajadores.
La obstinación de la derecha en no aceptar esta realidad refleja la creciente irracionalidad generada por la descomposición social, que previamente se manifestó en la dificultad de la clase dominante en USA para conseguir los resultados deseados en las elecciones presidenciales. Cuesta de creer que la extrema derecha no se de cuenta de la imposibilidad de deportaciones de masas de 12 millones de personas y de la necesidad de estabilizar la situación. Es sólo una cuestión de tiempo que la fracción dominante de la burguesía acabe imponiendo su solución al problema y cedan las manifestaciones de masas, al tiempo que la burguesía va integrando a la población recientemente legalizada en el proceso político dominante.
Internationalism, Abril 2006