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Viernes 22 de julio, los policías han abatido con 5 balas de revólver, disparadas a bocajarro, a Jean Charles de Menezes, un electricista brasileño de 27 años. El “crimen” de este joven obrero consiste en que estuvo en un lugar inoportuno en un momento inoportuno y, quizá –pues hay razones para dudar de la versión oficial- el haberse dado a la fuga ante un grupo de policías que lo habían tomado por un “peligroso terrorista”. Todo esto no ocurre en una favela de Río de Janeiro y los pistoleros no pertenecen a un Escuadrón de la Muerte, que, en Brasil y en otros países del Tercer Mundo, gozan de carta blanca de las autoridades para “limpiar” los “asociales” (pequeños delincuentes u opositores políticos). Esto ocurre en Londres, la capital del país “más democrático del mundo”, cuyos policías son los famosos “bobbis”, reputados por su bonhomía, funcionarios de la policía más prestigiosa del mundo, Scotland Yard.
Evidentemente, este crimen ha provocado una cierta emoción entre los portavoces de la clase burguesa: el Financial Times habla de «un viraje potencialmente peligroso tomado por las fuerzas de seguridad»; desde luego, el jefe de la policía londinense, Sir Ian Blair, ha lamentado esta “torpeza” y ha presentado sus condolencias a la familia de la víctima. En fin, una encuesta ha sido abierta para “establecer la verdad”, incluso es posible que uno o dos policías sean sancionados por no saber distinguir entre un brasileño católico y un pakistaní musulmán. Sin embargo, los verdaderos responsables del crimen no son los pistoleros que han apretado el gatillo. Si han podido asesinar al joven Jean Charles es porque habían recibido la orden de “tirar a matar”.
Las explicaciones no faltarán, marcadas por la sutil hipocresía que caracteriza a la clase dominante británica. Según Sir Ian Blair, «no hay nada gratuito, no ha habido la menor ligereza. No hay una política de “tirar a matar”, lo que hay es “una política de tirar a matar para proteger”»[1]. Su predecesor, John Stevens, que no tiene ninguna necesidad de utilizar eufemismos, había dado la pauta hace unos meses: «no hay más que un medio seguro para detener a un kamikaze decidido a cumplir su misión: hay que quemarle la cabeza directamente y de forma total. Esto significa apuntar a la cabeza con una potencia devastadora, matarlo en el acto»[2]. Pero este discurso no es privativo de los policías, tenemos al “ultra-izquierdista” alcalde de Londres, Ken Livingstone, que justifica el asesinato en estos términos: «Si tenemos delante un kamikaze potencial que puede activar una carga de explosivos, la política que se aplica es la de tirar a matar»[3]
El argumento del “kamikaze decidido a cumplir su misión” es un pretexto falaz. Cuando las tropas británicas disparaban a irlandeses inocentes que habían tomado por terroristas, no era porque los verdaderos terroristas del IRA fueran kamikazes (la religión católica reprueba el suicidio). En realidad, para el Estado capitalista, en Gran Bretaña y en todos los países llamados “democráticos”, los actos terroristas, como los del 7 y 21 de julio, sirven siempre para reforzar las medidas de represión, para avanzar en la puesta en marcha de métodos que son propios de regímenes “totalitarios” y sobre todo para habituar a la población a tales métodos. Es lo que ha pasado en Estados Unidos después del 11-S del 2001. Y también en Francia en 1995 tras los atentados atribuidos a los “Grupos Islámicos Armados” procedentes de Argelia. Para la propaganda oficial de la clase dominante es preciso elegir: bien aceptar una presencia cada vez más agobiante de la policía en todos los momentos y en todos los lugares de nuestra vida, bien “hacerle el juego al terrorismo”.
Hoy, en Gran Bretaña, esta omnipotencia de la policía alcanza una de sus cotas más extremas: los agentes no solamente tienen el derecho sino la orden de matar a cualquiera que les parezca sospechoso a poco que no obedezca inmediatamente sus requerimientos. Y esto sucede en el país que ha inventado desde 1679 el “habeas corpus”, es decir, la prohibición de toda detención arbitraria.
Tradicionalmente, en Gran Bretaña, de la misma manera que en los países “democráticos”, no se podía meter en prisión a una persona sin antes haberla presentado ante un juez. Hoy, en este país, hay personas detenidas en la cárcel de Berlmash –cerca de Londres- y que han sido encarceladas sin proceso. Hoy, las personas pueden ser asesinadas directamente en la calle sin proceso alguno[4]
Por el momento, el blanco oficial de estas medidas son los “terroristas kamikazes”. Pero sería un terrible error creer que la burguesía, la clase que dirige la sociedad, se va a limitar a ellos. La historia ha demostrado repetidas veces que esta clase social cuando se siente amenazada no vacila en saltarse a la torera sus grandes principios “democráticos”. En el pasado, estos principios fueron el instrumento de su combate contra la arbitrariedad de la clase aristocrática. Después, cuando dominó la sociedad completamente sin verse amenazada, supo conservarlos como ornamentos para engañar a las masas explotadas y hacerles aceptar la explotación. Así, en el siglo XIX, la burguesía inglesa pudo pagarse el lujo de dejar entrar en Gran Bretaña a los refugiados de las revoluciones vencidas en el continente, como ocurrió con los obreros franceses víctimas del aplastamiento de la Comuna de París en 1871.
Hoy, no son los terroristas islámicos los que representan una amenaza para la burguesía. Las principales víctimas de este terrorismo criminal son los obreros y los empleados que toman el metro para dirigirse a sus trabajos o los que trabajaban en las oficinas de las Torres Gemelas. Además, el terrorismo, gracias al horror legítimo que inspira en la población, ha constituido un excelente pretexto para toda una serie de Estados para justificar aventuras imperialistas en Afganistán o Irak.
La única fuerza de la sociedad que puede amenazar a la burguesía es la clase obrera. Por el momento, los combates obreros están muy lejos de amenazar el orden burgués. Pero la clase dominante sabe que la crisis sin solución de su sistema y los cada vez más violentos ataques que esta última le obligará a adoptar contra los proletarios empujará a estos a llevar combates de cada vez mayor amplitud hasta el extremo de amenazar su dominación. Entonces no serán los “terroristas” los que serán tiroteados como conejos sino los obreros más combativos y los elementos revolucionarios, los comunistas (que serán tratados de “terroristas”) [5]. ¡Y todo esto se hará sin Habeas Corpus!
No estamos haciendo especulaciones o predicciones sacadas de una bola de cristal. Es la respuesta que siempre ha empleado la burguesía cada vez que ha sentido que sus intereses vitales estaban amenazados. El tratamiento que habitualmente reserva la burguesía de TODOS LOS PAISES “DEMOCRATICOS” a las poblaciones de las colonias o del llamado Tercer Mundo es aplicado también a los proletarios de esos países “privilegiados” cada vez que se levantan contra la explotación. Así, en Alemania 1919, en un país gobernado por el Partido Socialdemócrata, es decir, el partido de Gerhard Schröeder, primo hermano del de Tony Blair, fueron masacrados miles de obreros, que siguiendo la estela de la revolución de 1917 en Rusia, se habían levantado contra el orden burgués. Y los revolucionarios como Rosa Luxemburgo o Kart Liebchneck fueron asesinados por militares que los habían arrestado con el pretexto de que pretendían huir.
No podemos limitarnos a denunciar el repugnante asesinato del 22 de julio en Stockwell. Esto pueden hacerlo igualmente las numerosas plañideras que gimotean lamentando “los atentados a los derechos democráticos”. Deben servir a los proletarios de Gran Bretaña y de todos los países para comprender la verdadera naturaleza y los verdaderos métodos, de su enemigo de clase, la burguesía. Desde hoy, la burguesía prepara en todas partes auténticos escuadrones de la muerte que los proletarios deberán enfrentar mañana.
Corriente Comunista Internacional 24 de julio 2005
[1] Guardian.co.uk 24 de julio
[2] News of the World, domingo 6 de marzo, página 13, artículo titulado “Olvidar los derechos humanos, acabar con los fanáticos”.
[3] News24.com 22 de julio
[4] Esto está autorizado por las “leyes especiales” como las que se aplicaron en Irlanda del Norte durante años.
[5] En Francia, en el momento de las grandes huelgas de otoño 1995, el ministro del interior Pasqua comenzó a comparar a los obreros en huelga con los “terroristas” que habían hecho estallar una bomba en el metro unos meses antes.