Enviado por Accion Proletaria el
El descontento no es igual a la combatividad
El fondo de los acontecimientos es una degradación continua y profunda de las condiciones laborales en el sector del calzado en toda esta región de Elche y Elda. Desde hace tiempo, el trabajo precario está ampliamente generalizado en la mayoría de las empresas, y muchos obreros trabajan clandestinamente, en pequeños talleres, o a domicilio, sin cotizar a la seguridad social, y sin ningún derecho a cobrar nada en caso de despido, ni a subsidio de desempleo. Según los datos oficiales, más del 60% del sector funciona así, y precisamente esta penuria de las condiciones de los trabajadores ha sido hasta ahora la clave de la competitividad de las empresas de la región.
Pero con la agudización de la crisis económica y por consiguiente de la lucha por el mercado, el desembarco de las empresas asiáticas ha puesto muy alto el listón. “Los chinos”, no solamente trabajan clandestinamente, sino que muchos son inmigrantes ilegales, y se ven obligados a trabajar jornadas de más de 12 horas cobrando salarios ridículos comparados con los de los obreros españoles; por no hablar del coste de los zapatos que se importan de China, y que se producen allí con precios de mano de obra mucho más bajos todavía.
Evidentemente las fábricas de calzado de Elche no pueden competir con los precios “chinos”, a menos que consigan imponer a sus trabajadores peores condiciones laborales aún, condiciones casi “tercermundistas”. Y no pueden hacer eso sin despidos masivos, cierres de talleres y ataques brutales a los salarios, es decir empeorando cualitativamente y significativamente las condiciones de vida obreras. Por eso las grandes empresas plantean la perspectiva de “deslocalizar”, y los pequeños talleres la de la quiebra y el cierre, y ambos chantajean con esto a sus trabajadores para que acepten reducciones de salario y más precariedad, para «salvar las empresas».
Toda esta situación genera una inquietud y un creciente descontento en los trabajadores, que ven perfilarse la perspectiva del desempleo, sin cobrar subsidio, sin jubilaciones, y con pocas perspectivas de encontrar otro trabajo. Pero ese malestar aún no ha generado una combatividad, una voluntad de luchar como clase, un sentimiento de que en esa lucha el enemigo es el propio patrón, y no la competencia de otros trabajadores. Este sector de la clase obrera, está muy marcado por la dispersión en pequeñas empresas de muy pocos trabajadores, a veces familiares, y una tremenda inseguridad de las condiciones laborales, y aún no ha encontrado la seguridad en sí mismo y la fuerza para lanzarse a un combate en el que se juega mucho.
No han sido los obreros, sino los pequeños empresarios desesperados e impotentes para defenderse de la competencia de “los chinos”, los que han desencadenado los disturbios el día 16 de septiembre. Las grandes empresas pueden cerrar y marcharse incluso a China; pero los pequeños empresarios no pueden hacer otra cosa que pedir al gobierno regional y central que les apoye, que «salve sus empresas», y desencadenar su rabia contra los almacenes chinos. Bien es cierto que la combinación de malestar, inquietud y falta de confianza en las propias fuerzas, ha permitido que los trabajadores se dejen arrastrar a este terreno, pero está claro que esta no es nuestra lucha, ni son nuestras reivindicaciones. «salvar el calzado de Elche», «salvar la región», o «salvar el tejido industrial de la Comunidad» sólo puede significar empeorar nuestras condiciones de vida, bajar los salarios y trabajar más horas y más precario.
Luego del día 16, se genera un movimiento ciudadano interclasista, manipulado por diferentes fuerzas políticas, que contribuyen notablemente a impulsarlo. No estamos en presencia de una lucha obrera, sino de una tensión social, a partir de la cual, se estructura ese «movimiento para salvar el tejido industrial de Elche», que se plantea directamente en el terreno de la burguesía, de la «defensa de la competencia de las empresas regionales y nacionales», de la «lucha contra la competencia desleal» y «contra la falta de protección del Estado a las empresas regionales», por mucho que algunos de sus organizadores quieran presentarlo como una lucha obrera autónoma.
En el momento en que los empresarios se retiran del primer plano, emitiendo un comunicado de condena de los sucesos del 16 y dejando a los obreros a su suerte, bajo las acusaciones de “racismo”, aparece el MUP, que reconduce el malestar de los trabajadores arrastrados fuera de su terreno de clase, desde la “xenofobia” directamente al asamblearismo radical y “autónomo”, pero guardándose bien de conservar las consignas de «defensa de la industria regional» y de la «competitividad».
«Y es que el pasado jueves 23 (de septiembre –NdR) los militantes y simpatizantes del MUP fueron los únicos, de entre la izquierda organizada, que acudieron a la protesta convocada, de manera informal y confusa, por desconocidos» (del periódico Revolución edición digital). Muy bien. ¿Y qué dice el MUP en su primera aparición en escena? Distribuye un comunicado en la misma manifestación, donde se puede leer: «Aunque sabemos que, en esta lucha, los trabajadores podemos coincidir con los pequeños empresarios en la defensa de la industria ilicitana, y de hecho llamamos a la movilización unitaria para defenderla, tenemos bien presente que los trabajadores tenemos unos intereses concretos y diferenciados por los que debemos luchar».
No podemos pasar por alto que, desde el mismo día 23, el MUP llama a una movilización interclasista, conjuntamente con los empresarios, eso sí, «los pequeños»; pero bueno, también dicen que los trabajadores tenemos unos intereses «concretos y diferenciados»; así que veamos cuales son. Tras la manifestación del 23, el MUP distribuye una convocatoria para una nueva manifestación el día 30, donde podemos informarnos de que «la manifestación del día 30 se convoca “en defensa del tejido industrial de Elche”»...¡Más de los mismo!
Fuera de su terreno de clase, los obreros son llevados de Herodes a Pilatos, del “asalto a los chinos” a las “protestas contra los sindicatos mayoritarios”, pero siempre sin salirse del guión de la «lucha contra la competencia desleal», y la «defensa de la economía nacional» (¡Vaya!, esto ya no son los pequeños empresarios). Y es que, francamente, las consignas del MUP, como por ej, la de «No a la constitución europea que condena nuestra independencia económica», no tienen mucho que envidiar al nacionalismo de la extrema derecha.
La alternativa no es: lucha radical y asamblearia, o cauces democráticos, para «salvar la industria regional»; sino solidaridad obrera contra competencia capitalista
¿Qué lecciones tenemos que sacar de los acontecimientos de Elche?
Los sindicatos mayoritarios, que no tienen prácticamente representatividad en el sector de precarios, parados y jóvenes, han tratado con el desprecio más absoluto la gravedad de la situación vital que se plantea a los obreros del calzado en estas empresas, considerándolos como «insolidarios» y «egoístas», que nunca han acudido antes a las convocatorias en contra de la ilegalidad de las condiciones de trabajo en este sector (fundamentalmente para no poner en juego sus medios de vida), y que ahora pedirían su mediación sindical.
Con el mayor cinismo, CCOO y UGT, culpan a los obreros de sus penurias, despreciándolos, y por eso apoyan la versión de que esos «miserables» serían capaces de venderse por cualquier cosa, y de participar en actos xenófobos.
Desde el terreno sindical pues, hay un ataque a la unidad de la clase obrera, oponiendo a los fijos y los subempleados y desempleados; hay un ataque igualmente a la confianza de los trabajadores en sus propias fuerzas, y a la identidad de la clase obrera. La participación de estos sindicatos en la convocatoria de las manifestaciones más numerosas no es para lavar su imagen, sino para amplificar esos ataques.
Ante esa actitud de los grandes sindicatos, y la pasividad del gobierno, las instituciones regionales y los partidos parlamentarios, el MUP propugna una lucha radical, que se aferra a las formas asamblearias, pero con un contenido interclasista, donde «los intereses de los trabajadores» sólo aparecen como un latiguillo en las proclamas, para tratar de dar un contenido “obrero” a la defensa de los intereses burgueses y la economía nacional. Esta vía, no sólo lleva a que se impongan la precariedad y la “tercermundialización” de las condiciones obreras que exige la defensa de la competencia; sino que es también un ataque a la confianza del proletariado en sus fuerzas, sembrando la desmoralización, puesto que se implica a los obreros en una lucha en contra de sus propios intereses; y más aún, un ataque a sus tradiciones de lucha, a las asambleas y los delegados, que son verdaderas armas de la lucha obrera.
Por eso, la respuesta obrera al terreno que plantea el MUP no puede ser una sobrepuja de radicalismo formal, reivindicando “más autonomía” o “más autoorganización”, sino la toma a cargo de la lucha por el proletariado, planteando sus verdaderas reivindicaciones y buscando la solidaridad con el conjunto de la clase obrera.
La aparente confrontación entre el MUP y los sindicatos y partidos mayoritarios, que finalmente se ha saldado con la unidad en las manifestaciones más masivas, podría dejar desprender que la lección de los acontecimientos de Elche es la necesidad de que los trabajadores elijamos entre “los cauces democráticos” o el “asamblearismo y la lucha autónoma” para «defender el tejido industrial de Elche»; pero la verdadera cuestión para la clase obrera no es esa, sino romper con el terreno de la «defensa de la competencia», de la «defensa de las necesidades de la economía», para plantear la defensa de nuestras necesidades, la defensa de la solidaridad.
Queda finalmente una cuestión por dilucidar. A diferencia del naval, donde las diferentes fuerzas políticas de la burguesía aplicaban una estrategia para hacer colar los despidos y el cierre de empresas frente a la resistencia obrera, en Elche no había, ni un ataque concreto que llevar a cabo (más bien un deterioro general), ni una resistencia obrera claramente planteada en un terreno de clase que hubiera que vencer. ¿Para qué hacer jugar pues toda esta estrategia política del MUP y los sindicatos y grupos políticos mayoritarios?
Como hemos demostrado, en ambos casos hay un ataque político a la clase obrera, utilizando un sector debilitado. Y tenemos que reflexionar más sobre el sentido de ese ataque.
La dimensión que se da a los acontecimientos, una maniobra contra la clase obrera
La progresiva amplificación del movimiento, de manifestaciones de 500 personas, a más de 6000 (sin que sepamos aún de la asistencia a la macromanifestación prevista en Valencia), la cada vez mayor implicación de los sindicatos, partidos e instituciones burguesas, hasta el extremo de que la Generalitat misma respalde las convocatorias, es evidente que no expresa ninguna búsqueda de la solidaridad del movimiento obrero, ni tampoco la tentativa de apagar un incendio social. Si el MUP, y con su apoyo, CCOO, UGT, el Ayuntamiento de Elche, etc no hubiera tomado a cargo este episodio de tensión social, probablemente se habría agotado con el estallido mismo del día 16, como los petardos de las fiestas valencianas. ¿Qué interés puede tener la burguesía en organizar este movimiento y elevarlo a la primera plana de la actualidad?
Fundamentalmente plantear un “modelo” de respuesta social ante el deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores y la población. Frente al ejemplo de lucha obrera (aún incipiente y con todas las dificultades) del naval, la burguesía opone «la movilización ciudadana» de Elche. En sí mismo esto ya es un ataque a la reflexión (a partir de la lucha de Izar), en muchos elementos de la clase, sobre los problemas que plantea desarrollar una lucha obrera, como hemos demostrado; pero sobre todo es una estrategia con vistas a la perspectiva de vacas flacas y degradación económica que barrunta la burguesía en España para la economía nacional.
Efectivamente, el problema que se ha planteado a los empresarios del calzado en Elche, es el mismo, a escala muy reducida, que se plantea al conjunto del capital nacional. Por mucho discurso europeista que nos vendan, debido a la agravación de la crisis y la desindustrialización, el capital español es incapaz de competir con las grandes potencias, y desde el otro lado, las mercancías de las economías del llamado “tercer mundo”, que han conseguido atraer capitales por los precios ridículos de la fuerza de trabajo y la sobreexplotación están ganándole terreno. La verdadera competencia para los productos españoles no viene de Francia, Alemania, o USA, sino de China, Corea, etc.
Y eso le plantea que, para sobrevivir en el mercado mundial, la economía nacional tiene que llevar a cabo ataques de envergadura a las condiciones de vida obrera, y de la población en general. Ataques que van a suponer una verdadera degradación de su situación. Salvando las distancias, porque la burguesía en España no puede plantearse instaurar de golpe condiciones similares a las de los países de la periferia del capitalismo, ya denunciamos como en Argentina 2001, o Bolivia, frente a ataques masivos y un deterioro evidente de las condiciones de vida del conjunto de la población, el proletariado no ha sido capaz de ponerse a la cabeza de un movimiento de luchas, y ha sido arrastrado a movilizaciones interclasistas, que a pesar de la radicalidad, no han planteado una alternativa de clase al gobierno de la burguesía. Frente a la necesidad de desencadenar ataques masivos del capital español, a la burguesía le interesa sobremanera fomentar ese falso terreno de respuesta y embaucar en él al proletariado.
En los años 80, la desindustrialización del naval, la siderurgia, y la minería, se hizo bajo la cobertura de la “modernización” del capital español, y las ilusiones democráticas en “el gobierno socialista”. Hoy en día no quedan ilusiones ni mejoras económicas que vender; la dura confrontación es inevitable; pero la burguesía intenta preparar un terreno ideológico entrampado, en el que la clase obrera se vea arrastrada al interclasismo del «movimiento ciudadano», como en Elche.
Hic Rhodas, 13.11.2004
1 “Moviment per l’Unitat del Poble”, escisión de Izquierda Unida sobre rencillas cortesanas de política municipal