El desmantelamiento del estado benefactor sella la bancarrota del capitalismo

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A principios del año, cientos de miles de personas se manifestaron en Rusia contra las medidas gubernamentales que suprimen las “ventajas” que beneficiaban a pensionados, inválidos y algunos funcionarios. El estado no asegurará más la gratuidad de los medicamentos básicos, transportes colectivos, algunos servicios médicos, descuentos en el precio de las comunicaciones telefónicas o renta del servicio. En Alemania, el periodo para obtener seguro de desempleo ha sido reducido de 36 meses a 18 para mayores de 55 años y a 12 para el resto; todo esto cuando el desempleo alcanza los 5 millones.

Encima de esto, después de la sexta semana de enfermedad en un año, la seguridad social ya no pagará y se tendrá que cubrir con un seguro privado. Al mismo tiempo, las contribuciones a los costos médicos se van a reducir. En Holanda y Polonia los gobiernos están tomando medidas similares, siguiendo a los gobiernos de Francia y Austria que, en 2003, “reformaron” el sistema de pago de pensiones, agregando varios años de trabajo de los obreros. El gobierno francés continúa con sus ataques sobre la protección social, mientras el gobierno británico también intenta forzar más y más las categorías de trabajadores hasta la edad de 65 y aún 70 años. En EU, la administración Bush elabora una ley que va a transformar el sistema de pensiones actual, como ha sido declarado, es tiempo de dar vuelta definitivamente a la página del Estado benefactor. Ya se han tomado medidas: extendiendo la edad de trabajo, bajando las pensiones, desviando una parte de las cotizaciones salariales a una cuenta bloqueada que, manejada por el Estado, será invertida en bonos del tesoro o en acciones, sumas que podrían evaporarse dado el riesgo importante de los cracks bursátiles o quiebras de empresas.

Jamás el proletariado ha tenido que hacer frente a ataques de tal brutalidad, masividad y amplitud, tocando a millones de proletarios. En el conjunto de naciones industrializadas, todo el edificio del estado benefactor está a punto del colapso. Ya no es posible mantener la fuerza de trabajo. Esta es una clara expresión de la bancarrota del sistema.

La crisis económica en que se debate el capitalismo pone al desnudo todas sus contradicciones, y más aún su imposibilidad de encontrarle una solución. Se producen demasiadas mercancías, el mercado mundial está saturado. La obsesión de la burguesía de obtener ganancias para evitar la bancarrota, exacerba la rivalidad entre las grandes naciones industrializadas. Enseguida hay una guerra económica abierta donde el premio es arrancar a sus competidores partes del mercado. Esto lleva a la burguesía a la búsqueda desesperada para hacer bajar sus costos de producción. Se impone una única “solución”, producir al más bajo precio y para ello se ataca a la clase obrera. Para hacerlo, la burguesía debe por un lado aumentar la productividad, lo que implica el aumento de los ritmos de trabajo y la flexibilidad de la mano de obra a fin de no emplear más que el mínimo necesario de obreros, y por otra parte, desplegando y endureciendo un amplio programa de “reformas”, que son de hecho medidas que va a atacar el salario social de los obreros, las pensiones, las indemnizaciones de desempleo, el reembolso de gastos médicos, los días de enfermedad o las pensiones de invalidez. La burguesía no perdona ninguna fracción de la clase obrera, ya sean de la vieja o nueva generación, activos o desempleados, del sector público o privado. Las consecuencias concretas de estos ataques son una degradación general de las condiciones de vida y trabajo del conjunto de la clase obrera mundial. La explotación feroz que sufren los trabajadores se traducen en un deterioro acrecentado de su salud cuando se hace más difícil obtener servicios médicos; para otros, aspirando a un descanso después de años de salarios miserables, ven amenazada su jubilación por un aumento en la edad para la misma y una reducción de sus pensiones; para los jóvenes, sometidos a la precarización, pasando de un trabajo a otro con salarios tendiendo siempre hacia la baja, entre cortos periodos de desempleo mal indemnizados, les será más difícil encontrar vivienda conveniente y preparar una jubilación decente. Los ataques no pararán, al contrario van a redoblarse en intensidad. La clase obrera debe tomar conciencia de la quiebra de este sistema. La única solución que se impone es su destrucción para establecer las bases de una nueva sociedad.

André / abril de 2005

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