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Breve introducción
El artículo sobre Gramsci que a continuación presentamos fue publicado por la Izquierda Comunista Italiana en Bilan no 42 de julio-agosto de 1937. Esta republicación obedece a una serie de preocupaciones que expresan los contactos de la CCI en relación a la trayectoria y posiciones políticas de Gramsci. Puede consultarse nuestro libro La Izquierda Comunista Italiana. Sólo queremos llamar la atención de nuestros lectores sobre el hecho de que en este artículo se hace referencia a algunas posiciones que en ese momento reflejaban las dificultades propias del periodo histórico, nos referimos al “Estado proletario”, la cuestión sindical y al concepto de “jefe”. Sin embargo, el artículo plantea bien el método para ubicar los aportes al programa proletario a través de la historia y, sobre todo, rescata la justa dimensión de la figura de Gramsci.
CCI
Sobre Antonio Gramsci
Antonio Gramsci (Ales, Cerdeña, 22 de enero, 1891 - Roma, 27 de abril 1937), quien murió recientemente en una clínica de Roma –a donde el fascismo lo hizo admitir en un estado grave tras diez años de torturas físicas y morales en prisión– acaba de ser asesinado una segunda vez por sus apologistas. De hecho, toda la prensa centrista y el Frente Popular desde el “ Grido del Popolo “ al “ Nuovo Avanti “ y “Giustizia e Libertà”, se lanzan sobre su cadáver para especular y desnaturalizar su pensamiento y su obra con un propósito contrarrevolucionario. La prensa centrista, que durante algún tiempo dejó caer en el olvido al “jefe” del proletariado italiano, aprovecha su muerte para su campaña contra el “trotskismo” que en italiano se traduce como “bordiguismo.”
Hemos visto a Palmiro Togliatti, en la conmemoración oficial de la muerte de Gramsci, afirmar que el Partido Comunista realiza totalmente los objetivos que Gramsci le había asignado. Nosotros, quienes combatimos las deficiencias políticas de Gramsci, apreciando algunos rasgos de su carácter y su inteligencia, creemos que la conmemoración más digna, la única forma conmemorativa proletaria, no es una especie de canonización de los desaparecidos atribuyéndoles una infalibilidad profética, sino al contrario, denunciando los errores y las faltas, es decir, la parte negativa y caduca de su obra para que no pueda empañar la parte viva y duradera que se convierte en parte del patrimonio del proletariado en su ascenso a la vía revolucionaria.
Y las debilidades e incomprensiones no faltan en la obra de Gramsci, tanto a causa de su origen social como a la época en que se inserta en el movimiento obrero italiano. Intelectual, estudió teología y filosofía en Turín, sufrió la influencia cultural de la filosofía idealista de Gentile, su hermano espiritual –también víctima del fascismo– en la utopía del liberalismo renovado y “revolucionario”. El marxismo no era para Gramsci solo la negación del positivismo y del idealismo, sino una filiación de estas filosofías repudiadas por los ideólogos del capitalismo. La evolución del capitalismo italiano donde la revolución burguesa no pudo tener formas acabadas como en otros países llevó a Gramsci a postular la hipótesis de la inserción del proletariado en el cumplimiento de la “revolución liberal”. Así, en el ámbito político, tuvo la influencia, como otros intelectuales de la inmediata preguerra, del revisionismo de Salvemini, quien veía en la solución del problema meridional un medio para superar la crisis del socialismo en su degeneración hacia el reformismo parlamentario que se integraba al capitalismo. Y Gramsci, sardo de nacimiento, opta por el federalismo que buscó apoyar en el seno mismo del Partido Comunista. Perteneció a esta generación que llegó al movimiento obrero durante la guerra –incluso fue intervencionista al principio, como ha señalado Tasca, lanzando la flecha de Pharta– y buscó conectarse a la masa obrera, favorecido por el hecho de vivir en Turín, auténtica “capital proletaria” de Italia.
Togliatti, en la conmemoración ya citada, dice que “cuando la revolución rusa estalló, Gramsci fue el único en Italia inmediatamente capaz de entender el verdadero significado histórico y el primero en propagar el leninismo, la lucha contra el reformismo y el centrismo (es decir, la corriente de Serrati) para la formación del partido revolucionario del proletariado. Y después de la escisión de Livorno en la lucha contra el izquierdismo predominante dirigido por Bordiga actualmente aliado del fascismo. Gramsci derrotó políticamente a Bordiga”.
Muchas afirmaciones, otras tantas mentiras
El movimiento de “Ordine nuovo “ por los consejos de fábrica procedía de una negación radical de la teoría marxista: a la teoría comunista del partido de clase que lucha por la destrucción del Estado capitalista, oponía el comienzo del nuevo mundo obrero, de los “consejos” (embriones soviéticos) dentro de la sociedad burguesa. Gramsci y Ordine Nuovo sobrestimaron el problema del control obrero admitiendo la posibilidad de lograr una forma económica socialista antes de la toma del poder y la destrucción del aparato estatal burgués (como en el caso de las “socializaciones” en Cataluña en 1936) y con un partido que permanecería unido, de Bordiga a Turati. Y los bonzos reformistas de 1919-1920, quienes también traicionaron en el momento de la toma de fábricas, estaban también por el control obrero y se dicen así, ser partidarios de los soviets.
La primera delegación italiana enviada a Rusia, estaba formada en su mayoría de estos campeones que llegarían a pasar después con armas y equipaje al fascismo. Gramsci estaba por la unidad del partido, incluyendo a los reformistas, donde solamente los más comprometidos con la burguesía y los menos asimilables debían ser excluidos, caso tras caso, mientras el “Soviet” y la fracción comunista (abstencionista como se llamaba entonces) apoyaba la ruptura con el reformismo en bloque como ideología contrarrevolucionaria. En 1920, en Florencia, en la conferencia nacional de la fracción, a la cual Gramsci, Gennari (Secretario del Partido Socialista de esa época) y Misiano estuvieron presentes como invitados, no fue posible ningún acuerdo para un trabajo común con vistas a la creación del partido.
Fue solo después del segundo Congreso en Moscú –al cual Bordiga fue llamado a participar directamente por la IC– que se encontró la base de un acuerdo y la Conferencia de Imola, en noviembre de 1920, creó la fracción comunista del Partido Socialista Italiano que habría de preparar la fundación en Livorno, en enero de 1921, del Partido Comunista Italiano. Y si las condiciones históricas maduraron hasta 1921, las condiciones para la creación del partido de clase no pudieron proteger al proletariado italiano de la derrota. Este partido (bajo la dirección de la izquierda) que supo, arma en mano, proteger la retirada de la clase obrera italiana, al mismo tiempo que en el dominio sindical se las arregló para guiar a las masas hacia el establecimiento de una Alianza del Trabajo, basado en las luchas económicas y en los sindicatos de la CGL; éste agrupaba a una importante fuerza numérica después de los reformistas.
Es esta táctica de la izquierda que creó la sólida base proletaria que benefició después al centrismo, permaneciendo, a pesar de la dirección de centro-derecha impuesta por Moscú en 1923, desconocida por la base del partido. Aún en la conferencia de la organización en mayo de 1924 debía pronunciarse una enorme mayoría por la izquierda, y fueron aún los “izquierdistas” quienes estuvieron a la cabeza del movimiento sindical dirigiendo las huelgas de 1925, último sobresalto de clase del proletariado italiano.
Es esta misma base que, después de 1928, se sacrificó, o mejor dicho, que fue sacrificada por la burocracia centrista para justificar “in corpore vili”, sus prebendas a Moscú, cuando estaba a la cabeza del aparato ilegal del Partido un provocador, Vecchi y otros que no supo o no quiso identificar el Comité Central. Es esta misma burocracia corrupta y cobarde que estaba a la cabeza del partido, cuando Gramsci y Terracini cayeron en manos de la clase enemiga, la que hoy continúa la política de traición persiguiendo, apoyándose en el aparato estatal policial ruso, a nuestros camaradas Calligaris, Mariottini.
Una vez creado el partido en Livorno, Gramsci, como Togliatti, fueron completamente absorbidos por la fuerte personalidad de Bordiga; en Roma en 1922 –cuando fueron votadas las Tesis de Roma– no mostraron un desacuerdo y es sólo después que marcaron su oposición.
Entretanto, los contrastes entre el PCI y la IC se precisaban en la oposición a las tesis del III y IV Congreso de la IC sobre las cuestiones del Frente Único y el problema de la relación entre el partido y la masa, que contenían las disensiones sobre la naturaleza del partido viciado desde el origen por la IC y los problemas nuevos surgidos del hecho de la existencia del Estado proletario. Estos contrastes nos colocaban en oposición a la línea de Zinoviev-Bujarin, es decir, si lo quieren, de Lenin-Trotsky. Así, ya en el IV Congreso de la IC en noviembre de 1922, la izquierda sigue a la cabeza del partido solo por razones de disciplina y con una línea política impuesta, hasta que Moscú, una vez logrando crear un centro y una derecha, pudo excluir de la dirección a la izquierda –entonces en prisión– y suplantarla con el bloque de centro-derecha.
Gramsci que inicialmente había opuesto resistencia a las maniobras de Moscú –basta con recordar su desdeñoso rechazo a la propuesta hecha después de Livorno por la IC para intentar suplantar a Bordiga– terminó por prestarse finalmente a la creación de una corriente del centro que no reflejaba en nada la orientación del partido italiano salido de la escisión de Livorno.
Reivindicamos plenamente esta escisión de Livorno –escisión “muy a la izquierda”– sobre todo ahora que los nuevos amos, después de 16 años y una reacción como el fascismo, tratan de borrar esta escisión a favor de una “unidad orgánica” que nos pondría en pie de igualdad la que llevó al desastre de 1919-20 y la que se comprometió desde el principio con el primer despertar de la clase obrera de Italia.
Por supuesto, había en el partido y en la dirección que se dio brotes de oportunismo. Recuerdo mi oposición en la última reunión de la fracción abstencionista durante el Congreso de Livorno, a la lista de nombres para la dirección del nuevo partido. En esta lista estaban efectivamente Gennari, Bombacci y otros que habían obstaculizado hasta el último momento la constitución de este partido. Y no estoy hablando del grupo parlamentario del Partido Socialista que, por una ironía del destino para nuestros antiguos abstencionistas, comprendía a elementos inutilizables.
Pero fue sobre todo el enorme peso de la Revolución de Octubre que la IC (es decir, los bolcheviques rusos) intervino en Italia, como en todos los demás países, para promover un proceso de fundación del partido, no sobre las bases que presidieron su propia formación, sino en bases opuestas con un amasijo de elementos heterogéneos. Fue esta política la que hizo preferir a Serrati en vez de Bordiga y que continuó más tarde a través de acuerdos con los “Terzini” (partidarios de la Tercera Internacional en el Partido Socialista), en aras naturalmente de la defensa del Estado proletario, para llegar luego a buscar esta defensa con los Estados imperialistas y la Sociedad de Naciones exterminando al proletariado por cuenta de la burguesía.
Gramsci nunca fue “jefe” del proletariado italiano y nunca podría haberlo sido. Su voluntad y su firmeza, cualidades esenciales de un jefe, se resienten por su condición física; así, fue influenciado por Bordiga en 1921y después de 1923, por los dirigentes de la IC “después de la muerte de Lenin”.
El “jefe” proletario es el producto de un momento histórico y la expresión de una fase específica de las aspiraciones e intereses de la clase obrera en la lucha revolucionaria. Bordiga fue la cabeza del proletariado italiano durante el período de posguerra, solo porque supo ser el primero en afirmar la necesidad de dotarlo de un partido sólidamente basado en un programa comunista marxista. Pero “jefe” significa una función en una determinada fase de la lucha emancipadora del proletariado y no una dignidad adquirida de por vida especialmente cuando, en esta lucha, surgen continuamente nuevos problemas que deben saber entenderse para resolverlos. El “jefe” de la revolución italiana puede ser o no Bordiga, pero sin duda lo fue –y no Gramsci– entre 1919 y 1921.
Así, Turín, centro objetivamente más favorable y donde la mayoría de la sección del partido estaba con nosotros –los abstencionistas– no facilitó a Gramsci –aunque lo diga Togliatti– ni la comprensión inmediata de la revolución rusa (llegó a afirmar que había sido posible sólo porque Lenin no había basado su política en el marxismo) ni la necesidad de la constitución del partido de la clase, mientras que en Nápoles, el centro más desfavorable, Bordiga argumentó esta necesidad desde principios de 1919. Y su contacto con el proletariado llevó a Gramsci a la tesis proudhoniana de la posibilidad de la constitución y el desarrollo de los órganos del Estado proletario en un Estado capitalista y a concebir los consejos de fábrica como embriones de los soviets.
Y una vez más en 1924, cuando Gramsci entró al Parlamento convirtiéndose en el líder político del partido, orientó a las masas, con el estallido del caso Matteoti, hacia la salida parlamentaria, hacia la oposición legal al gobierno fascista, para crear un vacío alrededor de un Parlamento que, amputado por la secesión de Aventin, no reflejaba ya la voluntad del pueblo. Y los secesionistas burgueses de Aventin, naturalmente lo posponían y la propuesta de huelga general y el rechazo de los campesinos a pagar impuestos por la razón de que “el antifascismo” democrático, escribía Togliatti, no estaba a favor de una lucha decisiva contra Mussolini…!
Lo que hoy es el Frente Popular, surgido de la Unión del “antifascismo de clase” centrista y del antifascismo burgués y que expresa un frente único, preludio de la unión sagrada, ¿puede luchar “seriamente” contra el régimen fascista, es decir, por la destrucción del régimen capitalista? Pero de esta política, Gramsci ya no es responsable. Detenido en octubre de 1926, escapó así de la pesada responsabilidad de una política de la cual fue uno de los artesanos. Y Togliatti, “que no se decidía como de costumbre” como lo caracterizaba el mismo Gramsci, “decidió” ser el jefe –título que esta vez no contestaremos– de la política de traición cuando los Gramsci, los Terracini y los Scocimarro fueron enterrados en las prisiones fascistas. Y esto no debe sorprendernos. El subjefe de la banda de piratas centristas, Grieco, escribió recientemente en “Stato Operaio” “la aversión de Togliatti hacia Bordiga y el “bordiguismo” siempre ha sido profunda, casi diría física”. Por primera vez, estamos de acuerdo con Grieco; esta aversión es el la de los agentes de la burguesía contra la única corriente que seguía siendo fiel a la lucha por el comunismo. Y no dudamos en afirmar que Gramsci, reconociendo plenamente sus errores del pasado, única forma de rehabilitación proletaria (como Serrati supo redimir sus fuertes faltas de 1919 y 1920) tal vez se hubiera unido al proletariado revolucionario. En una carta que data de enero de 1924, reconoció el error cometido en 1919-1920 por su grupo Ordine Nuovo, posponiendo la propuesta de los abstencionistas para la constitución inmediata a nivel nacional del partido de la clase del proletariado italiano; y en otra carta (en vísperas de su detención) en octubre de 1926 dirigida al Ejecutivo de la IC criticando la campaña “antitroskista” (1) que acababa de ser desencadenada, las únicas críticas que seguramente hicieron los centristas litalianos, los Gramsci, Terracini y Scocimaro, mientras que tocaba a los epígonos, los Togliatti, Grieco y Di Vittorio el prostituirse ante Stalin el “gran conductor” de las derrotas proletarias y el verdugo del proletariado ruso.
Gatto Mammone
1) Tasca escribió recientemente en el “ Nuovo Avanti “ que las diferencias fueron evidentes entre Gramsci y el líder del partido en el extranjero y ha desafiado a Togliatti y Grieco a dar publicidad a esta documentación. Ninguna respuesta se dio por quienes, para honrar a Gramsci, quieren utilizar su cadáver para validar su política de destrucción del proletariado revolucionario. No hace falta hacer hincapié en el papel de Tasca en este caso. Se convirtió en asesor residente del capitalismo francés, Tasca pretende sacar provecho de la disidencia entre Gramsci y Togliatti, para introducir mejor su veneno social demócrata entre los trabajadores.