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La Comuna de París, primer asalto revolucionario del proletariado
Hace 140 años, con la matanza de más de 20 mil trabajadores durante la Semana Sangrienta, la burguesía ponía fin a la primera gran experiencia revolucionaria del proletariado. Con la Comuna de París, era la primera vez que la clase obrera se manifestaba con tal fuerza sobre la escena de la historia. Por primera vez mostraba su capacidad de afirmarse como la única clase revolucionaria de la sociedad. La formidable experiencia de la Comuna de París está allí para testificar que, a pesar de la falta de madurez de las condiciones históricas de la revolución mundial, el proletariado se mostraba ya en 1871 como la única fuerza capaz de poner en tela de juicio el orden capitalista.
La lucha contra el capital y no una lucha patriótica
Tras la guerra de 1870 entre Prusia y Francia, la Comuna de París se constituye siete meses después de la derrota de Luis Napoleón Bonaparte en Sedán. El 4 de septiembre de 1870, el proletariado parisino se subleva contra las condiciones de pobreza impuestas por la aventura militar de Bonaparte. La república se proclama mientras las tropas de Bismarck están a las puertas de París. La Guardia Nacional, compuesta originalmente por tropas pequeño burguesas, ahora asegurará la defensa de la capital contra el enemigo prusiano. Los trabajadores, que empiezan a sufrir hambre, se enrolan en masa y pronto constituirán el grueso de sus tropas. Pero, al contrario de las mentiras de la burguesía que quiere hacernos ver en este episodio la resistencia del “pueblo” de París contra los invasores prusianos, muy rápidamente, esta lucha por la defensa de París asediado dará lugar a la explosión de antagonismos irreconciliables entre las dos clases fundamentales de la sociedad, el proletariado y la burguesía. De hecho, después de 131 días de asedio de la capital, el Gobierno capituló y firmó un armisticio con el ejército prusiano. Al final de las hostilidades con Bismarck, Thiers, nuevo jefe del gobierno republicano, comprende que debe desarmar inmediatamente al proletariado parisino porque constituye una amenaza para la clase dominante. El 18 de marzo de 1871 Thiers intentará utilizar la astucia para lograr sus fines: con el pretexto de que las armas son propiedad del Estado, envía tropas a robar la artillería de la Guardia Nacional, conformada por más de 200 cañones, que los trabajadores habían escondido en Montmartre y Belleville ([1]). Pero esta tentativa fracasa gracias a la feroz resistencia de los trabajadores y el movimiento de fraternización entre los soldados y la población parisina. Es el fracaso de este intento de desarme de la capital lo que prende fuego a la pólvora y desencadena la guerra civil entre los trabajadores parisinos y el gobierno burgués refugiado en Versalles. El 18 de marzo, el Comité central de la Guardia Nacional, que asumía provisionalmente el poder, declara: “Los proletarios de la capital, en medio de los fracasos y traiciones de la clase gobernante, han entendido que ha llegado el momento para ellos de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos. (...) El proletariado ha entendido que era su deber ineludible y su derecho absoluto tomar en sus manos sus destinos y para asegurar el triunfo asume el poder.” El mismo día anuncia la celebración inmediata de elecciones por sufragio universal. La Comuna, elegida el 26 de marzo y compuesta por delegados de los diferentes distritos, será proclamada dos días más tarde. Varias tendencias estarán representadas en su seno: la mayoría, donde dominan los blanquistas y la minoría, cuyos miembros son sobre todo socialistas proudhonianos pertenecientes a la Asociación Internacional de Trabajadores (la Primera Internacional). Inmediatamente, el Gobierno de Versalles toma represalias para retomar París ahora en manos de la clase trabajadora, esa “vil chusma”, según términos de Thiers: el bombardeo de la capital, que denunciara la burguesía francesa cuando éstos eran obra del ejército prusiano, no cesaron durante los dos meses que durará la Comuna. Así, lejos de haber sido un movimiento por la defensa de la patria contra el enemigo exterior, realmente fue para defenderse contra el enemigo interior, contra “su” propia burguesía representada por el gobierno de Versalles, que el proletariado de París se negó a entregar las armas a sus explotadores e instaura la Comuna.
Una lucha por la destrucción del Estado burgués y no a favor de las libertades republicanas
La burguesía siempre ha tenido necesidad, tergiversando la historia, de apoyarse en apariencias para destilar las peores mentiras. Por lo tanto, basándose en el hecho de que la Comuna se reclamaba realmente de los principios de la revolución burguesa de 1789 siempre ha tratado de degradar esta experiencia revolucionaria del proletariado al nivel de una vulgar lucha por libertades republicanas, por la democracia burguesa, contra las tropas monárquicas detrás de las cuales estaba alineada la burguesía francesa. Pero no fue en la vestimenta con la que se había cubierto la joven clase trabajadora de 1871 donde estaba el verdadero espíritu de la Comuna. Es lo que ya portaba como perspectiva para el futuro lo que hace de este movimiento un paso de gran importancia en la lucha del proletariado mundial por su emancipación. Fue la primera vez en la historia que, en una capital, el poder oficial de la burguesía había sido derribado. Y esta lucha gigantesca fue obra del proletariado, de un proletariado sin duda todavía muy poco desarrollado, apenas recién salido del artesanado, cargando todavía con el peso de la pequeña burguesía y con múltiples ilusiones emanadas de la revolución burguesa de 1789. Pero fue esta clase, y no otra, la que había sido el motor y el elemento dinámico de la Comuna. Así, mientras que la revolución proletaria mundial todavía no estaba al orden del día (debido tanto a la inmadurez de la clase obrera como a una situación donde el capitalismo aún no había agotado todas sus capacidades para desarrollar las fuerzas productivas en el mundo), la Comuna anunciaba ya con nitidez la dirección en la cual debían comprometerse los futuros combates proletarios.
Y si la Comuna ha podido retomar por su propia cuenta los principios de la revolución burguesa de 1789 no es, sin duda, para darle el mismo contenido. Para la burguesía, “libertad” significa libertad de comercio y de explotar el trabajo asalariado; “la igualdad” no es otra cosa sino la igualdad jurídica entre capitalista y contra los privilegios de la nobleza; la “fraternidad” es interpretada como la armonía entre el capital y el trabajo, es decir, la sumisión de los explotados a sus explotadores. Para los trabajadores de la Comuna, “Libertad, igualdad, fraternidad” significaba la abolición de la esclavitud asalariada, de la explotación del hombre por el hombre, de la sociedad dividida en clases. Así, dos días después de su proclamación, la Comuna afirma su poder arremetiendo inmediatamente el aparato de Estado a través de la adopción de una serie de medidas políticas: eliminación de la policía, del ejército permanente y del servicio militar obligatorio (la única fuerza armada reconocida era la Guardia Nacional), la eliminación de todas las administraciones del Estado, confiscación de bienes del clero, declarados propiedad pública, destrucción de la guillotina, escuela gratuita y obligatoria, etc., sin contar las diferentes medidas simbólicas tales como la demolición de la columna de Vendôme, emblema de chauvinismo de la clase dominante erigida por Napoleón. El mismo día, la Comuna afirma su carácter proletario declarando que “la bandera de la Comuna ([2]) es la de la República Universal”. Este principio del internacionalismo proletario se muestra claramente por el hecho de que los extranjeros elegidos a la Comuna (tales como el polaco Dombrowski, responsable de la defensa y el húngaro Frankel, encargado del trabajo) serán confirmados en sus funciones.
Y entre todas estas medidas políticas, hay una que viene particularmente a desmentir la idea según la cual el proletariado parisino se habría sublevado para la defensa de la República de democrática: la revocabilidad permanente de los miembros de la Comuna, responsables ante la asambleas que los habían elegido. Así, antes de surgir con la revolución rusa de 1905, los consejos de los trabajadores, esa “forma que finalmente encontró la dictadura del proletariado”, como dijo Lenin, este principio de la revocabilidad de los cargos que se dio el proletariado para la asunción del poder confirma una vez más la naturaleza proletaria de la Comuna. En efecto, mientras que la dictadura burguesa, cuyo gobierno “democrático” es la variante más perniciosa, concentra todo el poder del Estado de la clase explotadora en manos de una minoría para oprimir y explotar a la inmensa mayoría de los productores, el principio de la revocabilidad permanente es la condición para que ninguna instancia de poder se imponga por encima de la sociedad. Y precisamente porque las medidas políticas adoptadas por la Comuna reflejaban claramente el carácter proletario de este movimiento que las medidas económicas, aunque limitadas, podrían ir en el sentido de la defensa de los intereses de la clase obrera: alquiler gratuito, abolición del trabajo nocturno para ciertas empresas como la de panaderos, abolición de las multas patronales y reducciones a los salarios, reapertura y gestión por parte de los propios trabajadores de los talleres cerrados, remuneración a los miembros de la Comuna equivalente al salario del obrero, etc..
Por lo tanto, es evidente que este modo de organización de la vida social no iba en la dirección de la “democratización” del Estado burgués, sino de su destrucción. Es esta enseñanza fundamental la que legó la experiencia de la Comuna para todo el movimiento obrero del futuro. Esta es la lección que el proletariado en Rusia, bajo el liderazgo de Lenin y los bolcheviques, iba a implementar de una forma mucho más clara en octubre de 1917. Como Marx señaló ya en 1852 en El 18 Brumario de Luis Bonaparte: “todas las revoluciones políticas hasta el momento no han hecho otra cosa que perfeccionar la máquina del Estado en lugar de romperla.” Aunque todavía las condiciones para el derrocamiento del capitalismo no se hayan reunido, esta última revolución del siglo XIX que fue la Comuna de París, ya anunciaba los movimientos revolucionarios del siglo XX: mostró en la práctica que “la clase obrera no puede simplemente contentarse con tomar tal cual la máquina del Estado y de hacerla funcionar por su propia cuenta. Porque el instrumento político de su sometimiento no puede servir como un instrumento político para su emancipación” (Marx, La guerra civil en Francia).
Con la amenaza proletaria, la burguesía desató su furia sanguinaria
La clase dominante no puede aceptar que el proletariado se haya atrevido a desafiar su orden. Es por esto que retomando París por medio de las armas, la burguesía se dio como objetivo no sólo el restablecer su poder en la capital, sino especialmente el de infligir un durísimo e inolvidable castigo dentro de las filas obreras para dar una lección final al proletariado. Y la furia que desató en la represión de la Comuna estaba a la altura del miedo que le inspiraba la clase obrera. Desde los primeros días de abril se organiza, para aplastar a la Comuna, la santa alianza entre Thiers y Bismarck, cuyas tropas ocuparon los fuertes del Norte y del este de París. Así, ya en ese momento, la burguesía mostró su habilidad para relegar a segundo plano sus antagonismos nacionales para hacer frente a su enemigo de clase. Esta estrecha colaboración entre el ejército francés y prusiano permitió de entrada el establecimiento de un doble cordón sanitario alrededor de la capital. El 7 de abril, los Versalleses habían capturado los fuertes en el oeste de París. Ante una feroz resistencia de la Guardia Nacional, Thiers obtiene de Bismarck la liberación de 60 mil soldados franceses que había hecho prisioneros en Sedán, lo que dará al Gobierno de Versalles una superioridad decisiva desde principios de mayo. En la primera quincena de mayo el frente sur capituló. El 21, los Versalleses, dirigidos por el General Galliffet, entran en París por el norte y es gracias a una brecha abierta por el ejército prusiano. Es entonces que se va a desatar toda la furia sangrienta de la burguesía. Durante ocho días, los combates hacen estragos en los barrios de la clase obrera; los últimos combatientes de la Comuna caerán como moscas en las colinas de Belleville y Ménilmontant. Pero la represión sangrienta de los comuneros no podía parar allí. Faltaba todavía que la clase dominante pudiera disfrutar de su triunfo desatando su odio vengativo contra un proletariado desarmado y vencido, contra esta “vil chusma” que había tenido la audacia de rebelarse contra su dominación de clase: mientras que las tropas de Bismarck recibieron la orden de no dejar pasar ningún fugitivo, hordas de Galliffet perpetraban masacres masivas de hombres, mujeres y niños indefensos: cientos fueron fríamente asesinados bajo metralla incluso sin previo aviso.
Así terminó la semana sangrienta en una atroz carnicería que sumó más de 20 mil muertos. Luego vinieron las detenciones en masa, las ejecuciones de prisioneros “como escarmiento”, deportaciones a las prisiones en las colonias y varios cientos de niños fueron enviados a las correccionales.
Con el aplastamiento de la Comuna, que condujo a la desaparición de la Primera Internacional después de 1872, la burguesía ha logrado infligir una derrota a los trabajadores del mundo. Y esta derrota fue aplastante especialmente para la clase obrera en Francia, ya que dejó de ser, después de esta tragedia, la vanguardia de la lucha del proletariado mundial, como había sido el caso desde 1830. Esta posición de vanguardia, el proletariado de Francia la reencontrará en ocasión de la masiva huelga de mayo de 1968, que abrirá una nueva perspectiva al afirmar la reanudación histórica de la lucha de clase después de cuarenta años de contrarrevolución.
Avril, 15/5/91
[1]) De hecho, estos cañones habían sido comprados con el dinero de los miembros de la Guardia Nacional.
[2]) El hecho que desde su proclamación la Comuna ondeó sobre París la bandera roja en detrimento de la tricolor, símbolo de la ideología nacionalista de la burguesía, revela el carácter proletario y no patriótico de ese movimiento. Habría que esperar hasta la década de 1930 para que, con la traición de los partidos comunistas, los estalinistas (e incluyendo el PCF) envilecieran la bandera del internacionalismo proletario al asimilarlo con la bandera nacional de la burguesía.