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1923: El “acuerdo de Burdeos”, pacto de “colaboración de clases”
Fue ese año cuando se firmó el “acuerdo de Burdeos”, un “pacto de entendimiento” firmado por la esfera económica colonial ([1]) y Blaise Diagne, primer diputado africano de la Asamblea nacional francesa. Tras haber sacado las lecciones de la admirable huelga insurreccional de mayo de 1914 en Dakar y de sus ramificaciones en los años posteriores ([2]), la burguesía francesa se vio obligada a reorganizar son dispositivo político ante la inexorable progresión del joven proletariado de su colonia africana. Y en ese contexto, decidió jugar a fondo la carta Blaise Diagne transformándolo en “mediador/pacificador” de conflictos entre las clases, o sea un auténtico contrarrevolucionario. En efecto, tras su elección de diputado y como testigo de primer plano del movimiento insurreccional contra el poder colonial en el que él se involucró al principio, Diagne se encontró ante tres posibilidades que le permitieran desempeñar un papel histórico tras aquel acontecimiento:
1) aprovecharse del debilitamiento político de la burguesía colonial tras la huelga general, de la que salió derrotada, para desencadenar una “lucha de liberación nacional”;
2) militar por el programa comunista izando el estandarte de la lucha proletaria en la colonia, sacando provecho sobre todo del éxito de la huelga;
3) jugar su carta política personal aliándose con la burguesía francesa que le tendió la mano en ese momento.
Finalmente Blaise Diagne decidió escoger este último camino, o sea, aliarse con la potencia colonial. En realidad, detrás de ese acto llamado “acuerdo de Burdeos”, la burguesía francesa no sólo expresaba sus temores frente a la efervescencia en su colonia africana, sino su preocupación más general por el contexto revolucionario internacional.
“(…) Ante el cariz de los acontecimientos, el gobierno colonial puso en marcha un proyecto para ganarse al diputado negro a su causa y poner así su poder de persuasión y su temerario valor al servicio de los intereses de la colonización y de las casas comerciales. Y así lograría desactivar la agitación que se había apoderado de la élite africana en un tiempo en que la revolución de octubre (1917), el movimiento pan-negro y las amenazas del comunismo mundial en dirección des colonias podrían ejercer una peligrosa seducción sobre las conciencias de los colonizados”.
“(…) Ese fue el verdadero sentido del acuerdo de Burdeos firmado el 12 junio de 1923. Marcó el final del diagnismo (de Diagne) combativo y voluntarista, abriendo una nueva era de colaboración entre colonizadores y colonizados, despojándose el diputado de todo el carisma que hasta entonces había tenido y que era su principal baza política. Se había roto un gran impulso” ([3]).
El primer diputado negro de la colonia africana se mantuvo fiel al capital francés hasta su muerte
Para entender mejor el sentido de ese acuerdo entre la burguesía colonial y el joven deputado, veamos su trayectoria. El aparato capitalista francés se fijó pronto en Blaise Diagne, viendo en él una futura ventaja estratégica y para ello lo formó. Diagne ejercía en efecto una gran influencia en la juventud urbana por medio del Partido de los Jóvenes Senegaleses rendido a su causa. Y, gracias al apoyo de la juventud, sobre todo de los jóvenes instruidos y los intelectuales, se lanzó en abril de 1914 al ruedo electoral conquistando el único escaño de diputado reservado al AOF (África Occidental Francesa). Recordemos que eran las víspera de las matanzas imperialistas de masas y que fue en ese contexto en el que estalló la famosa huelga general de mayo de 1914 durante la cual, tras haber movilizado a la juventud de Dakar para desencadenar el impresionante movimiento de revuelta, Diagne, queriendo evitar que peligraran sus intereses de diputado pequeñoburgués, intentó pararlo sin éxito.
De hecho, una vez elegido, encargaron al diputado de velar por los intereses de los grandes grupos y de hacer respetar las “leyes de la República”. Ya bastante antes de la firma del acuerdo de Burdeos, Diagne se lució como buen banderín de enganche de los 72.000 “fusileros senegaleses” enviados a los frentes de la carnicería mundial de 1914-1918. Por todo ello, Georges Clemenceau presidente del gobierno de entonces, lo nombró, en enero de 1918, Comisario de la República. Ante las reticencias de los jóvenes y de sus padres para hacerse reclutar, anduvo por todos los pueblos africanos del AOF para convencer a los recalcitrantes y, a base de propaganda y de intimidación, logró enviar a la matanza a miles de africanos.
También fue un ardiente defensor de aquel abominable “trabajo forzoso” en las colonias francesas, como así consta en su discurso en la XIVa sesión de la Oficina Internacional del Trabajo en Ginebra ([4]).
En resumidas cuentas, el primer diputado negro de la colonia africana, nunca fue un verdadero defensor de la causa obrera, sino, al contrario, no fue más que un arribista contrarrevolucionario. La clase obrera no tardó en darse cuenta de ello:
“(…) como si el acuerdo de Burdeos hubiese convencido a los trabajadores de que la clase obrera parecía estar desde entonces sola para seguir la lucha izando en alto el combate contra la injusticia, por la igualdad económica, social y política. La luchas sindicales conocieron por ello, en una especie de movimiento pendular, un impulso excepcional” ([5]).
O sea que Diagne no pudo conservar durante mucho tiempo la confianza de la clase obrera, manteniéndose fiel a sus padrinos coloniales hasta su muerte en 1934.
1925: año de alta combatividad y solidaridad contra la represión policíaca
“Ya sólo en los ferrocarriles, en el año 1925, hubo tres grandes movimientos sociales, con consecuencias importantes en los tres. Por un lado, la huelga de los ferroviarios indígenas y europeos de la linea Dakar-San Luís, del 23 al 27 de enero, declarada por razones económicas y, por otro lado, la amenaza de huelga general en la línea Thiès-Kayes planteada precisamente con consignas como el derecho sindical, y poco tiempo después, la revuelta de los trabajadores bambara de las obras de construcción del ferrocarril en Ginguineo, una revuelta que los soldados allí enviados para aplastarla se negaron a hacerlo” ([6]).
Y, sin embargo, el momento no era especialmente favorable a la movilización para la lucha, pues la autoridad colonial, previendo la combatividad obrera, había tomado una serie de medidas muy represivas.
“Durante el año 1925, el Departamento de Colonias promulgó, siguiendo las recomendaciones de los Gobernadores Generales, sobre todo los del AOF, medidas severas especialmente las represivas contra la propaganda revolucionaria.
“En Senegal, la Federación (de las dos colonias francesas, AOF-AEF) decretó nuevas instrucciones para reforzar la vigilancia para todo el territorio. En cada colonia se instaló un servicio especial, en conexión con los servicios de la Seguridad General, centralizado en Dakar, encargado de examinar todo lo obtenido en los diferentes lugares de vigilancia.
“(…) En ese Departamento, en diciembre de 1925, se redactó un nuevo reglamento de emigración y de identificación de indígenas. Los extranjeros y cualquier sospechoso fueron desde entonces fichados; se estableció un severo control sobre la prensa extranjera, y el embargo de periódicos acabó siendo casi la norma. (…) El correo era sistemáticamente violado, se abrían los envíos de periódicos que a menudo se destruían” ([7]).
Así, una vez más, al poder colonial le entró pánico ante la nueva irrupción de la clase obrera. Por eso decidió instaurar un régimen policíaco y controlar implacablemente la vida civil y los movimientos sociales que se desarrollaban en la colonia, pero también, y sobre todo, evitar el menor contacto entre los obreros en lucha en las colonias con sus hermanos de clase en el mundo, de ahí las drásticas medidas contra la “propaganda revolucionaria”. Y a pesar de todo ese arsenal represivo por parte del Estado colonial, estallaron importantes y vigorosas luchas obreras.
Una huelga de ferroviarios de una naturaleza muy política
El 24 de enero de 1925, los ferroviarios europeos y africanos se lanzaron a la huelga juntos, dotándose de un comité de huelga y con las reivindicaciones siguientes:
“Los agentes del ferrocarril Dakar-San Luis han parado el tráfico el 24 de enero por unanimidad. Y no lo han hecho sin reflexión ni amargura. Desde 1921, sus salarios no han tenido la menor alza, a pesar del alza constante del coste de la vida en la colonia. Los europeos, en su mayoría, no cobran un salario mensual de 1000 francos y un indígena una paga diaria de 5 francos. Piden que se les suba el jornal para poder vivir decentemente” ([8]).
Al día siguiente todos los trabajadores de los diferentes sectores del ferrocarril abandonaron máquinas, tajos y oficinas, en resumen, se paralizó totalmente la vía férrea. Pero sobre todo, el movimiento tuvo un cariz muy político pues se produjo en plena campaña legislativa, obligando así a partidos y candidatos a tomar una postura clara respecto a las reivindicaciones de los huelguistas. De modo que los políticos y los grupos de presión del comercio interpelaron a la administración colonial central para que satisficiera lo antes posible las reivindicaciones de los asalariados. E inmediatamente, al segundo día de huelga, las reivindicaciones de los ferroviarios quedaron plenamente satisfechas. Los miembros del comité de huelga se permitieron incluso retrasar la respuesta hasta obtener los resultados de la consulta hecha a los huelguistas. Y los huelguistas quisieron que sus delegados llevaran la orden de reanudación, por escrito y en un tren especial que se paraba en todas las estaciones.
“Los trabajadores, una vez más, obtuvieron una victoria importante, en unas condiciones de lucha en la que dieron prueba de una gran madurez y firmeza con la suficiente flexibilidad y realismo. (…) El éxito es tanto más significativo porque lo fue de todos los trabajadores de la red, europeos e indígenas, los cuales, tras haberse enfrentado por cuestiones de color de piel y unas relaciones de trabajo difíciles, tuvieron la inteligencia de acallar sus divergencias en cuanto se perfiló en el horizonte el peligro de una legislación del trabajo draconiana. (…) Al propio Gobernador no le quedó otro remedio que hacer constar la madurez, la agudeza de espíritu y el saber hacer con los que se organizó la huelga. La preparación, escribió, se llevó a cabo con mucha habilidad. Ni siquiera habían avisado al alcalde de Dakar, conocido y querido por los indígenas, de la participación de éstos. Se escogió el momento idóneo para que el comercio, por sus propios intereses, apoyara las reivindicaciones. Los motivos invocados, y para algunos justificados, ponían al campo en situación difícil. En resumen, concluía aquél, todo enlazaba para dar (a la huelga) su mayor eficacia y el apoyo de la opinión publica” ([9]).
Fue ésa una brillante ilustración del alto nivel de combatividad y conciencia de clase por parte de la clase obrera de la colonia francesa, apoderándose de la organización de su lucha victoriosa los trabajadores africanos y europeos unidos. Tenemos ahí una buena lección de solidaridad de clase plasmándose en ella todas las experiencias anteriores de enfrentamientos con la burguesía. Aparece así evidente la naturaleza internacionalista de las luchas obreras de aquel tiempo por mucho esfuerzo que hiciera la burguesía de “dividir para vencer”.
En febrero de 1925, la huelga de los empleados del telégrafo doblega a las autoridades al cabo de 24 horas
El movimiento de los ferroviarios acababa justo de terminarse cuando los telegrafistas se lanzaron a la huelga, formulando, también ellos, cantidad de reivindicaciones, entre las cuales un fuerte aumento de salario y una mejora de sus estatutos. Y el movimiento se paró a las 24 horas de haber empezado por la sencilla razón de que:
“gracias a la cooperación combinada de los poderes locales y metropolitanos, gracias a la oportuna intervención de los miembros de las estamentos electos, todo volvió a sus cauces en 24 horas, pues se satisfizo en parte a los telegrafistas, otorgándoles el subsidio de espera a todo el personal” ([10]).
Y, animados por ese primer éxito, los telegrafistas (europeos e indígenas juntos) pusieron en el tapete el resto de sus reivindicaciones, amenazando con volver inmediatamente a la huelga. Se aprovechaban así del lugar estratégico que ocupaban en el dispositivo administrativo y económico como agentes altamente cualificados, o sea con una capacidad de bloquear el funcionamiento de las redes de comunicación en el territorio.
Los representantes de la burguesía, por su parte, ante las reivindicaciones de los agentes de telégrafos acompañadas de una nueva amenaza de huelga, decidieron replicar lanzando una campaña de intimidación y culpabilización contra los huelguistas con el tema:
“¿Cómo no se da cuenta el puñado de funcionarios que se agita para exigir aumentos de sueldo que lo único que hace es cavar su propia sepultura? ([11])
El poder político y el del gran comercio movilizaron otros importantes medios de presión sobre los huelguistas llegando incluso a acusarlos de querer “destruir deliberadamente la economía del país” a la vez que lo hacían todo por quebrar la unidad entre ellos. Frente a una presión cada vez más fuerte, los huelguistas decidieron volver al trabajo sobre la base de las reivindicaciones satisfechas tras la huelga anterior.
Ese episodio fue también un momento muy importante de una unidad entre obreros europeos y africanos que se realizó plenamente en la lucha.
Rebelión en las obras del ferrocarril Thiès-Kayes el 11 de diciembre de1925
En esa línea estalló la revuelta: una brigada de unos cien trabajadores decidió enfrentarse a su jefe, capitán del ejército colonial, personaje cínico y autoritario que solía hacerse obedecer a la voz de mando y hacer sufrir castigos corporales a los obreros que le parecían “holgazanes”.
“A pesar de que la investigación fue realizada por el Administrador Aujas, comandante de “círculo” ([12]) de Kaolack, en ella se apuntaba que una rebelión había estallado el 11 de diciembre a causa de los “malos tratos” infligidos a los obreros. El comandante de círculo añadía que el capitán Heurtematte, aún sin admitir totalmente esas alegaciones, reconoció que no descartaba que a veces diera algunos latigazos a un peón perezoso y recalcitrante. (La situación) se agrió cuando dicho capitán mandó atar a un palo a tres bambaras (grupo étnico del África occidental), a los que acusó de agitadores” ([13]).
Y las cosas se pusieron peor para ese capitán cuando éste se puso a azotarlos, pues los compañeros de tajo decidieron acabar de una vez con su torturador, el cual acabó salvándose in extremis gracias a unos fusileros llamados en su auxilio.
“Dichos fusileros eran súbditos franceses originarios del Senegal oriental y de Thiès; una vez llegados al lugar y tras enterarse de lo allí ocurrido, se negaron por unanimidad a obedecer a la orden de disparar sobre los trabajadores negros, orden que el pobre capitán, asediado por todas partes por una horda amenazante y feroz, les había mandado ejecutar, temiendo, decía él, por su vida” ([14]).
Estamos aquí ante algo singular, pues hasta entonces lo que solía ocurrir era que los fusileros aceptaran sin rechistar, por ejemplo, el papel de “esquiroles” cuando no de “matadores” de huelguistas. Ese gesto de confraternización nos recuerda otros episodios históricos en los que los soldados se negaron a romper huelgas o aplastar revoluciones. El ejemplo más conocido sigue siendo, evidentemente, el de Rusia cuando gran número de militares se negaron a disparar sobre sus hermanos revolucionarios desobedeciendo a las órdenes de la jerarquía a pesar de los riesgos.
La actitud de los “fusileros” frente a su capitán fue tanto más apreciable porque el ambiente estaba muy enrarecido a causa de la fuerte tendencia a la militarización de la vida social y económica de la colonia. El asunto acabó tomando un cariz muy político pues la administración civil y militar se encontró en una situación embarazosa al no saber qué escoger, si sancionar la insumisión de los soldados, a riesgo de fortalecer su solidaridad con los trabajadores, o sofocar el incidente. La autoridad colonial acabó por optar por esta solución.
“Como el caso había llenado las páginas de los periódicos y amenazaba con complicar las relaciones interraciales ya muy preocupantes en un servicio como el ferrocarril, las autoridades federales y locales concluyeron que era necesario ahogar el incidente y minimizarlo, ahora que se habían dado cuenta de las consecuencias desastrosas que la política llamada “colaboración de razas” iniciada por Diagne desde la firma del pacto de Burdeos estaba costándoles caro” ([15]).
Ese movimiento de lucha, como los anteriores, demostró en efecto con creces los límites del “pacto de Burdeos” con el cual el diputado Blaise Diagne pensaba haber garantizado la “colaboración” entre explotadores y explotados. Por desgracia para la burguesía colonial, la conciencia de clase se cruzó por medio.
La vigorosa huelga de los marineros en 1926
Igual que el año 1925, el 26 estuvo marcado por un episodio de lucha muy enérgico y valioso en combatividad y solidaridad de clase, más todavía porque el movimiento se desató en el mismo contexto de represión de luchas sociales. Desde 1925, muchas obras, tajos y otros sectores estaban permanentemente custodiados por la policía y la gendarmería, so pretexto de “dar seguridad” a la esfera económica.
“En un momento en que los atentados en las vías férreas proseguían sin cesar ([16]) y la agitación alcanzaba ámbitos tan apegados, sin embargo, al orden y la disciplina como los excombatientes, los trabajadores de Mensajerías Africanas de San Luis de Senegal se declararon en huelga, una huelga que iba a alcanzar el récord de duración de todos los movimientos sociales hasta entonces en dicha población.
“Todo empezó el 29 de septiembre cuando un telegrama del Vicegobernador informó al Jefe de la Federación que los marineros de la Compañía de Mensajerías Africanas en San Luis se habían puesto en huelga para obtener mejoras salariales. Con el mejor sentimiento de solidaridad casi espontáneo, sus colegas de la Maison Peyrissac, empleados en el vapor Cadenel tras haber echado anclas en San Luis, y aunque no estuvieran concernidos por la reivindicación avanzada, cesaron también ellos el trabajo a partir del primero de octubre” ([17]).
Con la insoportable alza del coste de vida, muchos sectores exigieron reivindicaciones salariales amenazando con entablar combate. Por ello muchas empresas acordaron subidas de sueldo a sus empleados. No había sido así con los trabajadores de las Mensajerías, y por eso estalló el movimiento y el apoyo recibido de sus camaradas del Vapor Cadenel. Los patronos, sin embargo, con la esperanza de que el movimiento se agotara, se negaron a negociar con los huelguistas hasta el quinto día de huelga.
“Pero el movimiento mantuvo su cohesión y solidaridad de los primeros días. El 6 de octubre, la dirección de Mensajerías acosada por todas las casas comerciales y presionada discretamente por la Administración a que fuera más flexible, en vista de la precaria coyuntura, arrió banderas inesperadamente. E hizo las propuestas siguientes a los equipajes: “aumento mensual de 50 francos (sin distinción de categoría) y de la ración alimenticia (unos 41 francos por mes)”. (…) Pero los trabajadores concernidos quisieron compensar a los trabajadores de Maison Peyrissac por su solidaridad activa y pidieron y obtuvieron que se les acordaran las mismas ventajas. La dirección de esa empresa aceptó. El 6 de octubre se terminó la huelga. El movimiento había durado ocho días sin que la unidad de los trabajadores se resquebrara en ningún momento. Fue aquél un acontecimiento de la mayor importancia” ([18]).
Fue ése otro gran movimiento, ejemplar y rico en enseñanzas sobre la vitalidad de las luchas de aquel entonces. Porque en ese episodio de lucha se expresó de verdad la “solidaridad activa” (como dice el autor citado) entre obreros de diferentes empresas. ¡Qué mejor ejemplo de solidaridad que ver a un equipaje exigir y obtener que se acordaran las mismas ventajas obtenidas gracias a la lucha a sus camaradas de otra empresa en “agradecimiento” por el apoyo recibido de ellos!
¡Y qué decir de la combatividad y cohesión de los obreros de las mensajerías al imponer una relación de fuerza sin fisuras al capital!
La huelga larga y dura de los marineros de San Luis en julio-agosto de 1928
El anuncio de esta huelga preocupó enormemente a las autoridades coloniales, pues parecía ser el eco de las reivindicaciones de los marineros en Francia, que se disponían a lanzarse a la lucha en el mismo momento que sus camaradas africanos.
En el congreso de la Federación Sindical Internacional (FSI, a sueldo de Stalin) celebrado en París en agosto de 1927 se lanzó un llamamiento en defensa de los proletarios de las colonias como lo relata Thiam ([19]):
“Un delegado inglés al Congreso de la Federación internacional (FSI) en París llamado Purcell, aprovechando la oportunidad, insistió en la existencia en las colonias de millones de hombres sometidos a explotación sin límites, convertidos en proletarios en el sentido pleno de la palabra, que debían organizarse ya y entablar acciones reivindicativas de tipo sindical, recurriendo en particular al arma de la manifestación y de la huelga. En el mismo sentido, Koyaté (sindicalista africano) añadió “el derecho sindical debe arrebatarse mediante huelgas de masas, en la ilegalidad”. En Francia, desde junio de 1928, se extendió la agitación entre los obreros marineros que exigían aumentos de sueldo, y se esperaba una huelga para el 14 de julio. Y ocurrió que, en la fecha prevista, fueron los marineros indígenas de las compañías marítimas de San Luis los que se pusieron masivamente en huelga por las mismas reivindicaciones que sus camaradas metropolitanos. La reacción de las autoridades coloniales fue inmediata: se pusieron a denunciar un “complot internacional” acusando a dos líderes sindicalistas de ser los “agitadores” del movimiento. Y para acabar con la huelga, la Administración de la colonia formó un frente con la patronal combinando maniobras políticas y medidas represivas.
“(…) Empezaron entonces unos ásperos y largos tira y afloja. Mientras que los marineros sólo aceptaban reducir sus demandas a 25 francos a todo lo más, la patronal declaró que le era imposible pagar más de 100 francos por mes a los huelguistas. Les trabajadores (que exigían 250) lo consideraron insuficiente y el movimiento de huelga prosiguió con más fuerza” ([20]),
pues los huelguistas de la región de San Luis se beneficiaron del apoyo espontáneo y activo de otros obreros marineros:
“(Archivos del Estado) El jefe del servicio de Inscripción nos informa, en efecto, que el día 19 de julio por la tarde, el “Cayor”, remolcador procedente Dakar, arribó con la chalana “Forez”. En cuanto atracó el navío, la tripulación hizo causa común con los huelguistas, excepto un viejo maestre mercante y otro marinero. Pero dicho jefe nos ha contado que al día siguiente por la mañana, los huelguistas irrumpieron a bordo del “Cayor” y se llevaron por la fuerza a tierra a los dos marineros que habían permanecido en sus puestos. Una corta manifestación ante la alcaldía fue dispersada por la policía” ([21]).
La huelga se prolongó durante un mes hasta que fue quebrada por la fuerza militar enviada por el Gobernador colonial quien mandó que se desalojara por la fuerza a las tripulaciones indígenas y se las sustituyera por la tropa. Agotados por largas semanas de lucha, sin recursos para mantener a sus familias, en resumen, para no morirse de hambre, los marineros tuvieron que volver al trabajo, lo cual llenó de indecente júbilo al representante del poder colonial como se puede apreciar en su propia narración de lo ocurrido:
“(Al final de la huelga) los marineros pidieron volver a embarcar en los navíos de la Sociedad de Mensajerías Africanas. Reanudaron su labor según las condiciones anteriores, de modo que el resultado de la huelga ha sido, para los marineros, la pérdida de un mes de sueldo, mientras que si hubieran escuchado las propuestas del Jefe del servicio de la Inscripción marítima, se habrían beneficiado de una subida de salarios entre 50 y 100 F por mes” ([22]).
La burguesía consideró ese repliegue de los huelguistas, realista al fin y al cabo, como una “victoria” para ella, en un tiempo en que se barruntaba la crisis de 1929, cuyos efectos se empezaban a notar localmente. De modo que el poder colonial no tardó en aprovecharse de su “victoria” sobre los marineros huelguistas y de la coyuntura para reforzar más todavía su arsenal represivo.
“Ante tal situación, el Gobernador colonial, sacando las lecciones de las tensiones políticas, de las declaraciones de Ameth Sow Telemaquem ([23]) hablando de la revolución pendiente en Senegal, de la sucesión de movimientos sociales, de la degradación de la situación presupuestaria, y del descontento de la población, tomó dos medidas de mantenimiento del orden.
“Con la primera de ellas aceleró el proceso iniciado en 1927, para establecer la dirección de los servicios de seguridad de Senegal en Dakar desde donde debía, según él, acentuarse la vigilancia de la colonia. (…) La segunda medida fue la aplicación acelerada también de la instrucción para el servicio de la gendarmería encargado de la policía de la línea férrea Thiès-Niger” ([24]).
O sea, la presencia de gendarmes con la misión de vigilar los trenes, “acompañando” a los ferroviarios con brigadas de intervención en todas las líneas, medidas contra individuos o grupos que serían detenidos y encarcelados si no obedecían las órdenes de la policía. Los autores de “revueltas sociales” (huelgas y manifestaciones) serían severamente castigados. Todos esos medios de represión intensificaron la militarización del trabajo apuntando especialmente a los dos sectores básicos de la economía colonial, o sea el marítimo y el ferroviario.
Pero a pesar de toda esa estrecha vigilancia militar, la clase obrera siguió siendo una amenaza para las autoridades coloniales.
“Sin embargo, cuando la agitación social se reanudó en las secciones del ferrocarril en Thiès, donde surgieron amenazas de huelga a causa del impago de atrasos debidos al personal, de reivindicaciones no atendidas por aumentos de sueldo y para denunciar la incuria de una administración que abandonaba a los empleados a su suerte, el Gobernador se tomó muy en serio dichas amenazas, organizando, durante el año 1929, una nueva policía privada, compuesta de ex militares, la mayoría de ellos de graduación, la cual, bajo el mando de un Comisario de la policía especial, debía velar permanentemente por la tranquilidad del depósito de Thiès” ([25]).
Así pues, en aquella época de fuertes y amenazantes tensiones sociales en medio de una crisis económica mundial terrible, el régimen colonial no encontró otro medio que echar mano, más que nunca, de sus fuerzas armadas para acabar con la combatividad obrera.
La entrada en la Gran Depresión y la militarización del trabajo resquebrajan la combatividad de la clase obrera
Como hemos visto antes, el poder colonial no esperó la llegada de la crisis de 1929 para militarizar el mundo del trabajo, pues empezó a recurrir al ejército desde 1925 para enfrentar la pugnacidad de la clase obrera. Pero la combinación de la crisis económica mundial con la militarización del trabajo pesó grandemente sobre la clase obrera de la colonia: entre 1930 y 1935 hubo escasas luchas. El único movimiento de clase conocido importante fue el de los obreros del puerto de Kaolack:
“(…) Una huelga corta pero violenta el 1º de Mayo de 1930: 1500 a 2000 obreros del cacahuete y del puerto han cesado el trabajo durante la carga de los barcos. Exigen que se les duplique su salario, que es de 7,50 francos. Interviene la gendarmería; un huelguista resulta ligeramente herido. El trabajo se reanuda a las 14 horas: los obreros han obtenido un salario diario de 10 francos” ([26]).
Esa huelga corta y, sin embargo, vigorosa, clausuró la serie de luchas intensas iniciada en 1914. Fueron 15 años de enfrentamientos de clase durante los cuales el proletariado de la colonia del AOF supo encarar a su enemigo y construir su identidad de clase autónoma.
Y la burguesía, por su parte, durante ese mismo período mostró cuál es su verdadera naturaleza de clase implacable, utilizadora de todos los medios de que dispone, incluidos los más brutales, para atajar la combatividad obrera. Pero, en fin de cuentas, tuvo que retroceder frente a los asaltos de la clase obrera cediendo a menudo a la totalidad de las reivindicaciones de los huelguistas.
1936-1938: luchas obreras importantes bajo el gobierno del Frente Popular
Tras la llegada del gobierno del Frente popular de Léon Blum, volvió a arrancar la combatividad obrera en numerosas huelgas. Hubo como mínimo 42 “huelgas salvajes” en Senegal entre 1936 y 1938, entre ellas la de septiembre de 1938 que veremos después. Ese hecho es tanto más significativo porque los sindicatos acababan de ser legalizados con “nuevos derechos” por el gobierno del Frente popular, beneficiándose pues de una legitimidad.
Esos movimientos de lucha fueron a menudo victoriosos. Por ejemplo el de 1937 cuando unos marineros de origen europeo de un buque francés en escala en Costa de Marfil, sensibilizados por las miserables condiciones de vida de los marineros indígenas (de la etnia Kru), animaron a éstos a que formularan reivindicaciones por la mejora de sus condiciones de trabajo. El administrador colonial expulsó a los obreros indígenas por la fuerza de las armas, lo cual hizo que le tripulación francesa se pusiera inmediatamente en huelga en apoyo de sus camaradas africanos, obligando así a las autoridades a satisfacer plenamente las reivindicaciones de los huelguistas. He ahí un ejemplo más de solidaridad obrera que se añade a los múltiples episodios citados antes en los que la unidad y la solidaridad entre europeos y africanos fue la base de luchas victoriosas, a pesar de sus “diferencias raciales”.
1938: la huelga de los ferroviarios suscita el odio de toda la burguesía contra los obreros
Otro movimiento con alto significado en enfrentamiento de clases fue la huelga de los ferroviarios en 1938, realizada por obreros con contrato precario cuyos sindicatos “desdeñaban” sus reivindicaciones. Eran peones o auxiliares, los más numerosos y desprotegidos entre los ferroviarios, pagados a la jornada, que trabajaban domingos y festivos, sin bajas por enfermedad, 54 horas por semana sin ninguna de las ventajas otorgadas a los fijos, todo ello, pues, en un empleo revocable cada día.
Fueron pues esos ferroviarios quienes desencadenaron la famosa huelga de 1938 ([27]):
“(…) El movimiento estalló espontáneamente y fuera de la organización sindical. El 27 de septiembre, los ferroviarios auxiliares (no fijos) del Dakar-Níger se pusieron en huelga en Thiès y en Dakar para protestar contra el desplazamiento arbitrario de uno de sus compañeros.
“Al día siguiente, en el depósito de Thiès, los huelguistas montan una barrera para impedir que entren los “esquiroles” al trabajo. La policía del Dakar-Níger intenta intervenir, pero pronto se ve desbordada; la dirección del ferrocarril avisa al administrador, el cual envía a la tropa: los huelguistas se defienden a pedradas; el ejército dispara. Hubo seis muertos y treinta heridos. Al día siguiente (el 29) la huelga es general en toda la red. El jueves 30, se firma un acuerdo entre los delegados obreros y el gobierno general con las siguientes bases:
“1) Ninguna sanción; 2) Ninguna traba al derecho de asociación; 3) Indemnización de las familias de victimas indigentes; 4) Examen de las reivindicaciones.
“El 1o octubre, le sindicato dio la orden de reanudación del trabajo”.
Vemos ahí también otro ejemplo de lucha espectacular y heroica llevada a cabo por los ferroviarios, fuera de las consignas sindicales, que doblegaron a la potencia colonial, y eso a pesar de que ésta recurrió a su brazo carnicero, el ejército esta vez, y a pesar de los muertos y heridos, sin contar los obreros encarcelados. El carácter brutal de la represión queda ilustrado en el testimonio de un obrero pintor, uno de los que salieron ilesos de la represión ([28]):
“En cuanto nos enteramos de que habían destinado a Gossas al jeque Diack, un violento descontento se expandió entre los trabajadores, sobre todo entre los auxiliares de los que era portavoz. Decidimos oponernos con una huelga que estalló al día siguiente de que nuestro dirigente se trasladara a ocupar su puesto. Cuando me desperté aquel día, un martes –lo recordaré siempre- oí disparos. Vivía yo cerca de la Cité Ballabey. Unos instantes después vi a mi hermano Domingo marcharse a toda prisa hacia el Depósito. Me lancé en pos de él, consciente del peligro que corría. Lo vi cruzar las vías del ferrocarril y caerse unos metros más allá. Cuando me acerqué corriendo a él, creí que se había caído mareado, pues no veía ninguna herida, pero cuando lo incorporé, lanzó un gemido ronco. La sangre se le derramaba de una herida cerca del hombro izquierdo. Expiró unos instantes después en mis brazos. Loco de rabia, me lancé sobre el soldado que estaba frente a mí. Disparó. Yo seguía avanzando sin darme cuenta de que iba herido. Creo que era la cólera que rugía en mí lo que me dio la fuerza de alcanzarlo y arrancarle el fusil, el cinto, la gorra después de haberlo golpeado y dejado inconsciente y antes de caerme yo desvanecido”.
Lo narrado ilustra la ferocidad de los fusileros senegaleses hacia los obreros “indígenas”, olvidando así el ejemplo de sus colegas que se habían negado a disparar contra los obreros durante la revuelta en las obras de Thiès en 1925. Solo nos queda saludar desde la distancia la combatividad y el arrojo de que dieron prueba los obreros huelguistas en la defensa de sus intereses y de su dignidad de clase explotada.
Hay que señalar el hecho de que antes de lanzarse a la huelga, los obreros se vieron acosados por todas las fuerzas de la burguesía, partidos y mandamases de todo pelaje, patronal y sindicatos. Todos esos representantes del orden del capital vomitaron injurias e intimidaciones sobre los obreros que se habían atrevido a ir a la huelga sin la “bendición” de nadie salvo la de ellos mismos. Con ello, entre otras cosas, sacaron de quicio y pusieron histéricos a los jefes religiosos musulmanes los cuales lanzaron anatemas contra los huelguistas, y eso a petición del Gobernador, como le recuerda Nicole Bernard-Duquenet (Ídem):
“(El gobernador) convocó a los jefes religiosos y tradicionales; Seydou Nourou Tall, que solía desempeñar una función de emisario del gobernador general, habló en Thiès (ante los obreros huelguistas); el jeque Amadou Moustapha Mbacke recorrió la red explicando que un buen musulmán no debe hacer huelga pues es una forma de rebelión”.
Excepcionalmente, estamos en eso plenamente de acuerdo con ese cínico morabito santurrón cuando decía que hacer huelga es, sin lugar a dudas, un acto de rebelión, no sólo contra la explotación y la opresión, sino también contra el oscurantismo religioso.
En cuanto a los sindicatos, que no habían tenido ni arte ni parte en el inicio de la lucha de los ferroviarios, tuvieron sin embargo que subir al “tren en marcha” para no perder totalmente el control del movimiento. Y así describe su estado de ánimo el delegado de los huelguistas ([29]).
“(…) Nosotros pedíamos un aumento de 1,50 francos por día para los nuevos y hasta los de 5 años de antigüedad, 2,50 francos de 5 a 10 años, y 3,50 francos para los de más de 10 años y además dietas por desplazamiento para jefes de tren, interventores, maquinistas etc. (…) Por increíble que parezca, esas reivindicaciones, aceptadas favorablemente por la Dirección del la red, fueron, al contrario, rechazadas por el Sindicato de Trabajadores Indígenas del Dakar-Níger que agrupaba a los agentes de encuadramiento. Ese sindicato parecía no poder resignarse a que ganáramos esa primera partida. Sus dirigentes cultivaban e intentaban monopolizar el derecho exclusivo de la reivindicación ante las autoridades de la red. La coyuntura sindical de aquel momento con sus rivalidades, oscuras luchas intestinas, y de puja por saber cuál era más fiel a la patronal, explica esa toma de posición. El resultado fue que a mí me trasladaron a Dakar. Se ve que en las altas esferas se creyeron que tal traslado iba a apagar el movimiento reivindicativo que acababa de nacer entre “los de abajo””.
He ahí una patente demostración suplementaria del papel de agente traidor a la causa obrera y de “negociador de paz social” que desempeña el sindicalismo en beneficio del capital y del Estado burgués. Como muy bien lo dice Nicole Bernard-Duquenet ([30]):
“Es pues de lo más seguro que los secretarios de los sindicatos lo hicieron todo por atajar las amenazas de huelga que habrían podido importunar a las autoridades.
“Pero además de las fuerzas policíaco-militares, sindicales, patronales y religiosas, fue sobre todo su portavoz, o sea la prensa a sus órdenes (de derechas y de izquierdas), la que se ensañó como un insaciable carroñero contra los huelguistas:
“El Courrier colonial (de la patronal):
“En la metrópoli, ya hemos sufrido durante largo tiempo las consecuencias desastrosas de huelgas que se producían por todas partes, bajo las consignas de agitadores la más de las veces extranjeros o a sueldo del extranjero, para que los gobiernos coloniales no se apresuraran a atajar con energía la menor veleidad de transformar nuestras colonias en campo de cultivo de huelgas”;
“L’Action française (derechas):
“Así, aun cuando las responsabilidades marxistas de la revuelta han sido claramente identificadas, el ministro de Colonias quiere emprender sanciones contra los fusileros senegaleses (y no contra los huelguistas). Y todo ello para dar satisfacción a los socialistas y salvar a su hechura, o sea el Gobernador general De Coppet, de quien acabaremos viendo cuán escandalosa es su carrera”.
Eso nos da una idea de la actitud de los buitres mediáticos de la derecha. Sin embargo, en ese terreno, la prensa de izquierdas no se quedó a la zaga:
“Los periódicos próximos al Frente popular son amargos. El A.O.F. imputa la huelga a agentes provocadores, una “huelga absurda” (…).
“Le Périscope africain habla de una huelga que “roza la rebelión” pues ningún huelguista formaba parte del sindicato indígena. El Boletín de la Federación de funcionarios, que censura el uso de las balas para dispersar a los huelguistas, interpreta la huelga como una revuelta, pues los auxiliares no eran ni de la CGT, ni comunistas. Ni siquiera están sindicados. “La responsabilidad es de los fascistas”.
“Le Populaire (socialista) acusa de los incidentes a un “partido local de derecha violentamente hostil a la CGT, (acusando también) a las maniobras fascistas de ciertos sindicalistas (alusión al portavoz de los huelguistas)”” ([31]).
Y para caracterizar a todas esas rastreras reacciones antiobreras, veamos las conclusiones del historiador Iba Der Thiam ([32]) cuando dice:
“Como puede verse, tanto en la derecha como en la izquierda, lo único que vieron en los acontecimientos de Thiès, era una prolongación de la política interior francesa, o sea, una lucha en la que se enfrentaban demócratas y fascistas, en ausencia de toda otra motivación social concreta y plausible.
“Fue ese error de apreciación lo que explica en gran medida por qué la huelga de los ferroviarios de Thiès nunca ha sido correctamente entendida por los sindicatos franceses ni siquiera los más avanzados.
“(…) Las recriminaciones del AOF y del Périscope Africain, contra los huelguistas, se parecen en muchos puntos a las de los artículos de le Populaire y de l’Humanité”.
O sea, la prensa de derechas y la de izquierdas tuvieron una actitud similar ante el movimiento de los ferroviarios. Todo queda dicho en ese último párrafo de la cita; ahí se ve la unanimidad de las fuerzas de la burguesía, nacionales y coloniales, contra la clase obrera que luchaba contra la miseria y por su dignidad. Esas reacciones de odio de la prensa de izquierdas hacia los obreros huelguistas confirmaban sobre todo el lazo definitivo del Partido “Comunista” con el capital francés, sabiendo que ya era ese el caso del Partido “Socialista” desde 1914. Hay que recordar también que ese comportamiento antiobrero se inscribía en el contexto de entonces, el de los preparativos militares para una segunda carnicería mundial, durante la cual la izquierda francesa desempeñó un papel activo de alistamiento del proletariado en la Francia metropolitana y en las colonias africanas.
Lassou (continuará)
[1]) Se trata del gran comercio dominado por negociantes bordeleses como Maurel & Prom, Peyrissac, Chavanel, Vézia, Devès, etc., grupo cuyo poder monopolístico del crédito se ejercía sobre el Banco de África Occidental, único en esas colonias.
[2]) Huelga general y revuelta de 5 días se extendieron por toda la región de Dakar, paralizando totalmente la vida económica y política y obligando a la burguesía colonial a ceder a las reivindicaciones de los huelguistas (ver Revista Internacional n° 146).
[3]) Iba Der Thiam, Histoire du mouvement syndical africain, 1790-1929, Ediciones L’Harmattan, 1991.
[4]) Ver Afrique noire, l’Ère coloniale 1900-1945, Jean Suret-Canale, Éditions Sociales, Paris 1961.
[5]) Thiam, op. cit. Recordemos aquí lo que escribíamos en la primera parte de este artículo (Revista Internacional no 145): “Por otra parte, aunque sí reconocemos la seriedad de los investigadores que transmiten las referencias, sin embargo, no compartimos ciertas interpretaciones de los acontecimientos históricos. Lo mismo ocurre con algunas nociones como cuando hablan de “conciencia sindical” en lugar de “conciencia de clase” (obrera), o, también, de “movimiento sindical” (por movimiento obrero). Lo cual no quita que, por ahora, confiamos en su rigor científico mientras sus tesis no choquen contra los acontecimientos históricos o impidan otras interpretaciones”.
[6]) Ídem.
[7]) Thiam, op. cit.
[8]) Ídem.
[9]) Ídem.
[10]) Ídem.
[11]) Ídem.
[12]) Cercle, división territorial en las colonias francesas, NdT.
[13]) Thiam, op. cit.
[14]) Ídem.
[15]) Ídem.
[16]) Las informaciones de que disponemos no dan ninguna indicación sobre los autores de esos atentados.
[17]) Thiam, op. cit.
[18]) Ídem.
[19]) Ídem.
[20]) Ídem.
[21]) Ídem.
[22]) Ídem.
[23]) Sindicalista africano, miembro de la Federación sindical internacional, de tendencia socialdemócrata.
[24]) Thiam, op. cit.
[25]) Ídem.
[26]) Nicole Bernard-Duquenet, Le Sénégal et le Front populaire, L’Harmattan, 1985
[27]) Jean Suret-Canale, op. cit.
[28]) Antoine Mendy, citado por la publicación Sénégal d’Aujourd’hui, n° 6, marzo de 1964.
[29]) Jeque Diack, citado en la misma publicación Sénégal d’Aujourd’hui.
[30]) Nicole Bernard-Duquenet, op. cit.
[31]) ídem.
[32]) Iba Der Thiam, La grève des cheminots du Sénégal de septembre 1938 (La huelga de los ferroviarios de Senegal de septiembre de 1938), Memoria de Licenciatura, Dakar 1972.