Correspondencia - Teoría de las crisis y decadencia (II)

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Correspondencia

Teoría de las crisis y decadencia (II)

Publicamos a continuación la segunda parte del correo publicado en el número precedente que nos ha hecho llegar uno de nuestros contactos próximos que expresa un desacuerdo con nuestra posición sobre las explicaciones económicas de la decadencia del capitalismo.

En el texto que sigue, continuamos el desarrollo de nuestra respuesta que iniciamos en el número precedente y que se concentra esencialmente sobre el método para llevar el debate. En realidad, noabordamos directamente las cuestiones y la crítica que el camarada nos dirige en esta segunda parte de su correo. Volveremos sobre ello en un próximo artículo en particular para responder a la cuestión
de la reconstrucción de posguerra en los años 50 y 60 que no puede explicarse únicamente por la desvalorización del capital constante
y el aumento de la parte de capital variable en la composición orgánica del capital a consecuencia de la guerra, por mucho que lo piensen
así el camarada y la CWO. Estamos de acuerdo que es una cuestión importante que debemos discutir y clarificar.

Igualmente, volveremos sobre la visión que el camarada nos atribuye sobre la relación entre el “interés económico” y la guerra imperialista. No pretendemos negar el peso del interés económico como factor de la guerra imperialista en el periodo de decadencia. La cuestión es: ¿cómo juega y a qué nivel? ¿A nivel inmediato de conquista de territorios y mercados o bien en términos más generales e históricos? ¿Cuál es la relación entre los factores económicos y los factores geoestratégicos? ¿Cuál es el factor determinante en la dinámica misma de estas rivalidades?. Para ser más concretos ¿por qué por ejemplo los antagonismos imperialistas no se han identificado con las principales rivalidades económicas durante el periodo del bloque imperialista americano –que reagrupaba a las principales potencias económicas del mundo- y el bloque imperialista ruso, durante el periodo 1945-89?

Más allá de su aspecto teórico, las respuestas a estas cuestiones determinan diferentes análisis de la situación concreta, diferentes posturas y sobre todo diferentes intervenciones de los revolucionarios en la situación, como hemos podido constatar una vez más con las guerras de Kosovo o de Chechenia. Tales son las razones por las cuales pensamos que se trata de debates importantes que sometemos a la lectura, la discusión y la crítica.

La baja de la tasa de ganancia, la guerra imperialista y el periodo de reconstrucción

En su ensayo “Guerra y acumulación” (Revolutionary Perspective nº 16, Antigua serie, páginas 15-17), la CWO ha mostrado de forma convincente cómo el análisis de Marx de la baja de la tasa de ganancia explica el periodo de reconstrucción (n.b.: la teoría de las crisis de la CWO combina de forma ecléctica el análisis de Marx de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia con el análisis de Grossmann-Mattick. En esta discusión, sin embargo, la CWO sigue exclusivamente el análisis de Marx).

«Durante una guerra – hablamos aquí de las guerras totales del siglo XX – la masa de capital existente se devalúa simplemente porque ella se gasta hasta el extremo y no se ve reemplazada por nuevo capital; en términos de volumen del aparato productivo es el mismo que el de antes de la guerra, pero en términos de valor no ocurre así, dado su envejecimiento y su sobreutilización. El sentido de toda producción para el esfuerzo de guerra asegura esto: la producción de las fábricas del Sector I se desvía de las máquinas herramientas hacia los armamentos, y las máquinas envejecidas, que son técnicamente obsoletas antes de que todo su valor C esté fuera de uso, son utilizadas hasta el último jugo, para economizar capital. En tiempos de paz, los capitalistas que no dejan de aumentar esta composición de su capital son obligados a hacerlo, pero no en tiempos de guerra. El control del Estado sobre la economía y el esfuerzo de guerra introducen tales limitaciones a la competencia y tal sistema de pedidos garantizados, que el capitalista no tiene estimulante y no tiene la obligación de reconstituir y mejorar su aparato productivo...

“No se trata únicamente de que la masa de capital era de un valor menor en 1949 que en 1939 (principalmente debido más a la devaluación que a la destrucción) sino también que la composición del capital había caído en los años de guerra, debido a la introducción del ejército de reserva de trabajo (parados, mujeres) en la producción, en general basándose en la introducción masiva de la jornada de trabajo en 3 equipos y en la semana de 6 días; la composición del capital cae porque el mismo C era utilizado por una fuerza de trabajo más importante, es decir, que V aumentaba...

“Sobre la base de esa tasa elevada y de esa masa de ganancia, la reconstitución gradual de las fuerzas productivas se produjo tras la Segunda Guerra mundial... En una situación donde una masa de capital devaluado existía, toda reconstitución de las fuerzas productivas (aunque sea con máquinas similares sin incrementar su valor) debía llevar a un crecimiento fenomenal de la productividad. Si esta última crece más rápido que la composición del capital, la tasa de ganancia no baja, al contrario, tiende a aumentar... Por tanto, la burguesía no tenía que preocuparse de la acumulación en los años 50; la guerra había resuelto el problema restableciendo las bases para una producción con ganancias».*

Esta explicación clara por parte de la CWO supone una demolición de la confusa crítica que hace la CCI de la tasa de ganancia como explicación de la reconstrucción capitalista.

«El hic consiste en que jamás se ha probado que con las recuperaciones que han seguido a las guerras mundiales, la composición orgánica del capital haya sido inferior a lo que fue en la víspera. En realidad se trata de lo contrario. Si tomamos el caso de la Segunda Guerra Mundial está claro que en los países afectados por las destrucciones de la guerra, la productividad media del trabajo y, por consiguiente, la relación entre el capital constante y el capital variable, alcanzó rápidamente, desde el comienzo de los años 50, el nivel que tenía en 1939. De hecho, el potencial productivo que se reconstituyó era considerablemente más moderno que el que se había destruido... Por consiguiente, el periodo de ‘prosperidad’ que acompaña a la reconstrucción se prolonga mucho más lejos (en realidad hasta mediados de los años 60) del momento en que el potencial productivo de antes de la guerra quedó reconstruido, haciendo que la composición orgánica volviera a tener su valor precedente» (Revista internacional nº 77: “El rechazo de la noción de decadencia conduce a la desmovilización del proletariado frente a la guerra”).

 El verdadero “problema” es que la CCI, como su mentor Rosa Luxemburgo, no comprende el análisis de Marx sobre la baja de la tasa de ganancia.

Las confusiones económicas de la CCI

La CCI se encuentra en una situación embarazosa porque, por una parte, defiende la posición marxista según la cual la decadencia no significa cese total del crecimiento de las fuerzas productivas, pero, por otra parte, defiende una teoría de las crisis cuya conclusión lógica es precisamente ese resultado. (En la teoría de las crisis de Rosa Luxemburgo los mercados extracapitalistas son la condición sine qua non de la acumulación capitalista. Por tanto, cuando esos mercados están agotados, la acumulación ha alcanzado su límite económico absoluto. En efecto, la destrucción continua de los mercados extracapitalistas significa que el capital total no puede superar ese límite pero también que debe necesariamente disminuir).

La CCI, sin embargo, ignora la contradicción flagrante entre el desarrollo real del capitalismo y la conclusión lógica de su análisis económico según el cual hay un techo al crecimiento capitalista, hay un límite económico absoluto a la acumulación capitalista (Henryk Grossmann llega también a la misma conclusión lógica).

Esta contradicción obliga a la CCI a una conclusión ridícula sobre la naturaleza de la guerra imperialista: piensa que la guerra no tiene una función económica en el capitalismo decadente ([1]). El absurdo total de esa idea es desconcertante, del mismo tipo que la de los bordiguistas sobre la invariación del programa.

En otros términos, la CCI dice que la posición marxista según la cual en la decadencia el capitalismo deja de cumplir una función progresista (económica o de otro tipo) para la humanidad, es idéntica a la posición según la cual la guerra imperialista no cumple una función económica para el capitalismo. La CCI hace las cosas todavía más confusas al asimilar esta última idea con la noción falsa del BIPR según la cual toda guerra en la decadencia tiene un móvil económico inmediato ([2]).

(Esa idea de que las guerras imperialistas no tienen un papel económico para el capitalismo es coherente con la teoría luxemburguista de las crisis de los mercados precapitalistas de la CCI. Después de todo, en esta teoría, una vez que los mercados precapitalistas se han agotado, la continuación de la acumulación a nivel del capital total se hace imposible. Y si la acumulación capitalista ha alcanzado un límite absoluto entonces nada, ni siquiera la guerra imperialista, puede invertir esta situación. Por consiguiente, la guerra imperialista no puede tener ninguna función económica).

La CCI argumenta que la guerra imperialista no tiene una función económica. Pero si la guerra imperialista no tiene una función económica ¿cómo explicar los periodos de reconstrucción del capital cuya existencia es reconocida por la CCI y que reconoce incluso que el que sobrevino tras la Segunda Guerra mundial condujo a una expansión económica que ha superado notablemente el capitalismo de preguerra?

¿Por qué la CCI, cuyo programa y práctica política es la más coherente de todos los grupos de la Izquierda Comunista, que ha sabido librarse del sectarismo, el oportunismo y el centrismo que marcan al BIPR y a los bordiguistas, cae en una confusión tan profunda en el dominio de la economía?

La respuesta está en su luxemburguismo económico. Contrariamente a las ilusiones de la CCI, Rosa Luxemburgo desarrolló su teoría alternativa de las crisis porque no comprendió el método de El Capital; en particular, pensó de forma errónea que los esquemas de la reproducción del Volumen II de El Capital tenían como objetivo dar directamente una imagen de la realidad capitalista concreta. La contradicción aparente entre los esquemas y la realidad histórica la empujaron a creer que los esquemas eran falsos, sin embargo, lo que era falso era el empirismo parcial de su enfoque; pues su “descubrimiento” según el cual el capitalismo no podía acumular sin los mercados capitalista deriva de su adopción errónea del punto de vista del capitalista individual. Sus concesiones al empirismo le impidieron captar la validez del análisis de Marx sobre la tasa de ganancia y la arrastraron a una interpretación mecanicista de la crisis mortal de la acumulación capitalista.

Yo considero las explicaciones económicas específicas de Rosa Luxemburgo y Henryk Grossmann de la decadencia capitalista como teorías económicas revisionistas porque se basan en una mala comprensión del método de El Capital: «La ortodoxia en cuestiones de ­marxismo se ciñe casi exclusivamente al método. Solamente ateniéndose a la vía de sus fundadores se puede desarrollar, extender y profundizar. Esta convicción se basa en la observación de que todas las tentativas de superar o ‘mejorar’ dicho método han llevado, inevitablemente, a banalidades, a tonterías y al eclecticismo» ([3]).

Por supuesto, pese a sus teorías económicas revisionistas, existía una frontera de clase entre Rosa Luxemburgo y Henryk Grossmann: la primera fue una revolucionaria marxista por sus posiciones políticas mientras que Henryk Grossmann fue un estalinista reaccionario.

El dogmatismo de la CCI

«No puede haber dogmatismo cuando el criterio supremo y único de una doctrina está en conformidad con el proceso real de desarrollo económico y social» ([4]).

 La CCI se niega a reconocer que dado que los mercados precapitalistas son una condición sine qua non de la acumulación capitalista en las teorías de Rosa Luxemburgo, esto tendría consecuencias particulares e inevitables para el desarrollo capitalista si fuera verdad. Dicho de otra forma, su teoría de las crisis hace predicciones específicas sobre el desarrollo capitalista. Sin embargo, “el proceso real de desarrollo económico y social” ha mostrado sin equívocos la falsedad de estas predicciones y, por consiguiente, la falsedad de sus teorías económicas. La CCI continúa a pesar de todo defendiendo la validez de estas teorías económicas. A eso se le llama dogmatismo.

Además, no se puede calificar de otra manera que dogmatismo el que la CCI continúe considerando el análisis de Henryk Grossmann de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia como idéntico al de Marx en El Capital, cuando sabe desde hace mucho tiempo que la crítica de Henryk Grossmann realizada por Antón Pannehoek en La teoría del hundimiento del capitalismo ([5]) muestra claramente las diferencias fundamentales entre ambos. Además, ese artículo así como los escritos del BIPR – particularmente los de la CWO – deberían aclarar a la CCI que el BIPR combina de manera ecléctica la teoría económica de Grossmann con la de Marx.

La CCI se refiere a los numerosos artículos que ha escrito sobre las teorías económicas como un signo de su determinación para que se establezca la claridad sobre este tema ([6]). Sin embargo, en la práctica esto quiere decir que la CCI ha repetido simplemente los mismos argumentos una y otra vez, ignorando y eludiendo las críticas convincentes que le han dirigido otras corrientes comunistas. Es verdad que la CCI responde con críticas a estas corrientes que a menudo son correctas en sí mismas, pero que no son pertinentes respecto a la validez de las críticas específicas que estas corrientes plantean en un primer nivel. Por ejemplo: la CCI señala correctamente que el BIPR y especialmente los bordiguistas tienen tendencia a analizar el capitalismo desde el punto de vista de una nación tomada aisladamente.

Que la CCI defienda todavía las teorías económicas defectuosas del luxemburguismo, 25 años después de su formación hace pensar que existe un clima político interno que desanima, o al menos no estimula, a profundizar sobre las teorías económicas de la decadencia. Una cosa justa es afirmar como lo hace la CCI que las divergencias sobre las teorías económicas no deberían constituir un obstáculo a la unidad política y al agrupamiento. Pero otra cosa muy distinta es que esto ha significado para la CCI, en la práctica, evitar la claridad máxima sobre esta cuestión; esto ha significado un estancamiento teórico.

Francamente hablando, la CCI al defender sus teorías económicas luxemburguistas, exhibe la misma indiferencia por la precisión y el rigor que el BIPR y los bordiguistas tienen para justificar su política sectaria, centrista y oportunista. Es inútil añadir que las depauperadas teorías económicas de la CCI dan crédito a los ataques a su programa político que realizan el BIPR y los bordiguistas puesto que muchas de las críticas que dichas corrientes hacen a la CCI son válidas.

La devoción dogmática que la CCI profesa a las teorías económicas de Rosa Luxemburgo, que en mi opinión recuerda la actitud idólatra que los bordiguistas tienen hacia Lenin, ciega a la organización sobre el desnivel que existe entre su perspicacia política sobre el imperialismo y sus teorías económicas revisionistas ([7]).

Si la CCI quiere tener un fundamento económico marxista coherente para su programa político, debe abandonar fatalmente la teoría de las crisis errónea de Rosa Luxemburgo y sustituirla por el análisis de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia de El Capital.

El eclecticismo en la teoría de las crisis del BIPR y de la CCI

Como ha observado la CWO sobre el punto de vista ecléctico de las teorías económicas de la CCI: «Como Luxemburgo, su referencia a la baja de la tasa de ganancia se hace simplemente para dar una explicación satisfactoria de los hechos (como, por ejemplo, por qué el capitalismo buscaba mercados lejos de las metrópolis durante la acumulación primitiva) o para explicar elementos del desarrollo del capitalismo, todo ello con una óptica puramente de los mercados, no se puede hacer (por ejemplo, por qué la concentración del capitalismo ha precedido la carrera hacia la conquista de las colonias y por qué el grueso del desarrollo comercial ha proseguido en este periodo entre las potencias capitalistas avanzadas)» ([8]).

Sin embargo, el mismo BIPR cae en una teoría ecléctica y confusa pues combina las teorías de las crisis de Henryk Grossmann y de Marx. En efecto, cree que «la contribución [de Grossmann] ha consistido en mostrar la significación del papel de la masa de plusvalía en la determinación de la naturaleza exacta de la crisis» ([9]). El BIPR no consigue darse cuenta de que esa pretendida perspicacia de Grossmann está ligada de forma inextricable a una concepción mecanicista y de sentido único de la acumulación capitalista. Al contrario que Marx, examina la baja de la tasa de ganancia solamente en términos de producción de plusvalía ignorando el papel de la circulación y la distribución de la plusvalía. De ello resulta que llega a la conclusión errónea de que el capital es exportado a las naciones extranjeras no tanto – como Marx decía – para maximizar la plusvalía sino porque hay «una falta de posibilidades de inversión a nivel nacional» ([10]) (lo que se concreta en la falsa idea según la cual el capital es exportado «porque no puede ser utilizado a nivel nacional» ([11]), cosa que Marx ha criticado en el Volumen tercero de El Capital). Todo lo cual expresa su concepción mecanicista de la crisis mortal del capitalismo.

La postura ecléctica de las dos corrientes les permite seleccionar y escoger en las diferentes teorías de la crisis como si se estuviera en autoservicio. Por plausible que parezca en realidad defienden dos perspectivas diametralmente opuestas: el punto de vista mecanicista de la burguesía y el punto de vista dialéctico del proletariado (es verdad que la CCI y el BIPR critican ciertos aspectos de las teorías de las crisis respectivamente de Rosa Luxemburgo y de Grossmann-Mattick. Pero como siguen defendiendo el núcleo de los análisis económicos de esas teorías, también siguen defendiendo las concepciones mecanicistas en que se basan).

Nuestra respuesta – II

El pretendido empirismo de Rosa Luxemburg

Bujarin, Raya Dunayeskavya y otros críticos de Rosa Luxemburg que cita el compañero, dicen que Rosa se equivoca al buscar en causas externas las razones de la crisis del capitalismo ([12]). Pero el mercado mundial y las economías precapitalistas no son nada externo al sistema sino su propio medio ambiente de desarrollo y confrontación. Si se pretende que el capitalismo puede desarrollar su acumulación dentro de sus propios límites se está diciendo que es un sistema históricamente ilimitado y que puede desarrollarse a través del simple intercambio de mercancías. Marx demostró en el primer tomo de El Capital y también en “Los resultados de la dominación británica en la India” justamente lo contrario, que la génesis del capital, su acumulación progresiva, tiene lugar mediante una batalla por separar a los productores de sus medios de vida, transformarlos en la principal mercancía productiva – la fuerza de trabajo – y, alrededor de ese eje, construir, en medio de sufrimientos incontables, el “pacífico” y “regular” intercambio de mercancías. Siguiendo ese método, Rosa Luxemburgo se plantea que lo que era válido para la acumulación primitiva sigue siéndolo en las fases ulteriores del desarrollo capitalista. Sus críticos pretenden que la acumulación primitiva es una cosa pero el desarrollo capitalista es otra donde ya no operan ni “el mercado exterior” ni la “la lucha contra la economía natural”. Pero eso es desmentido radicalmente por la evolución del capitalismo en el siglo XIX especialmente en la fase imperialista.

“En la acumulación primitiva, esto es, en los primeros comienzos históricos del capitalismo de Europa, a fines de la Edad Media y hasta entrado el siglo XIX, la liberación de campesinos constituye, en Inglaterra y en el continente, el medio más importante para transformar en capital la masa de medios de producción y de obreros. Pero en la política colonial moderna el capital realiza actualmente, la misma tarea en una escala mucho mayor... La esperanza de reducir el capitalismo exclusivamente a la competencia pacífica, es decir, al comercio regular de mercancías, que se da como la única base de la acumulación, descansa en creer ilusoriamente que la acumulación del capital puede realizarse sin las fuerzas productivas y la demanda de las más primitivas formaciones, en que puede confiar en el lento proceso interno de descomposición de la economía natural... el método violento es el resultado del choque del capitalismo con las economías naturales que ponen trabas a su acumulación. El capitalismo no puede pasarse sin sus medios de producción y sus trabajadores ni sin la demanda de su plusproducto” (Rosa Luxemburgo, La acumulación del capital, II, “La lucha contra la economía natural”).

Aquellos, dentro del movimiento revolucionario, que como el compañero, pretenden explicar la crisis histórica del capitalismo exclusivamente por la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, solo ven una parte – el intercambio dentro del mercado capitalista ya constituido – pero no ven la otra parte, la más dinámica históricamente y cuya progresiva limitación desde finales del siglo XIX, determina el caos y las convulsiones crecientes que arrastramos desde 1914.

Con ello se colocan en una posición muy incómoda frente al dogma central de la ideología económica capitalista – “la producción crea su propio mercado”, toda oferta acaba encontrando su demanda más allá de los desajustes coyunturales – que fue severamente criticado por Marx quien estigmatizó “la concepción que Ricardo ha tomado del vacuo e insustancial Say de que es imposible la sobreproducción o, por lo menos, la saturación general del mercado, se basa en el principio de que los productos siempre se cambian por productos, o, como ha dicho Mill, la demanda solo está determinada por la producción” (“Teorías de la plusvalía”, tomo II). En la misma línea, combatió las concepciones que limitan los trastornos del capitalismo a meras desproporciones entre sectores de producción.

Si excluyen los territorios precapitalistas del campo de la acumulación, si piensan que el capitalismo puede desarrollarse partiendo de sus propias relaciones sociales, ¿cómo evitar la tesis de que la producción crea su propio mercado?. La tendencia decreciente de la tasa de ganancia es una explicación insuficiente pues opera en medio de tal cúmulo de causas contrarrestantes y actúa tan a largo plazo que no puede explicar los hechos históricos que se suceden desde el último tercio del siglo XIX y se acumulan a lo largo del XX: el imperialismo, las guerras mundiales, la gran depresión, el capitalismo de Estado, la reaparición de la crisis abierta desde finales de los años 60 y el desplome cada vez más agudo de partes más importantes de la economía mundial en los últimos 30 años.

Pero precisamente porque la tendencia decreciente opera “a largo plazo” ¿no habría que evitar el empirismo y la impaciencia y no dejarse engatusar por todos esos cataclismos inmediatos?. Tal parece ser el método que propugna el compañero cuando tilda de “apariencia” el que coincidiera la “división del mundo” con la “crisis mundial” o cuando señala que la gran depresión pareció confirmar las tesis de Grossmann y Luxemburgo pero que luego habría sido desmentida por el gran ­crecimiento posterior a la Segunda Guerra mundial o por el crecimiento de los años 90.

Después volveremos sobre esto último, lo que ahora queremos poner en evidencia es que detrás de la acusación de “empirismo” contra Rosa Luxemburgo se encierra una cuestión de “método” importante que pensamos se le escapa al compañero. Los revisionistas dentro de la Socialdemocracia emprendieron una cruzada contra el “subconsumismo” de Marx, Berstein fue el primero en equiparar el análisis de la crisis de Marx nada menos que con el patético Rodbertus mientras que Tugan Baranowsky volvió tranquilamente a las tesis de Say sobre la “producción que crea su propio mercado” al explicar con razonamientos “marxistas” que las crisis vienen de desproporciones entre los dos sectores de la producción. Los críticos revisionistas de Rosa Luxemburgo – los Bauer, Eckstein, Hilferding etc. – plantearon con plena “ortodoxia marxista” que las tablas de la reproducción ampliada explican perfectamente que el capitalismo no tiene problemas de realización, Bujarin –al servicio de la estalinización de los partidos comunistas- la emprendió con la obra de Rosa para “demostrar” que el capitalismo no tiene ningún problema “externo”.

¿Por qué esta inquina de los oportunistas hacia el análisis de Rosa Luxemburgo? Sencillamente porque esta había puesto el dedo en la llaga, había demostrado la raíz global e histórica de la entrada del capitalismo en su decadencia. Cincuenta años antes, la contradicción entre el avance de la productividad del trabajo y la necesidad de maximizar el beneficio había sido la primera aproximación extremadamente fructífera. Pero ahora la cuestión de la lucha del capitalismo contra los órdenes sociales que le han precedido para formar el mercado mundial y las contradicciones que se planteaban (creciente penuria de territorios extracapitalistas) proporcionaba un marco más claro y sistemático que integraba en una síntesis superior la primera contradicción y daba cuenta del fenómeno del imperialismo, las guerras mundiales y la progresiva descomposición de la economía capitalista.

Posteriormente, tras las huellas de aquellos revisionistas pero en un terreno directamente burgués, toda una camarilla de “marxólogos” universitarios se han dedicado a elucubrar sobre el “método abstracto” de Marx. Separan hábilmente sus reflexiones sobre la reproducción ampliada, la tasa de ganancia, etc., de las que afectan a la cuestión del mercado y la realización de la plusvalía, y con esta fragmentación – en realidad adulteración – del pensamiento de Marx elaboran el fantasma de su “método abstracto” convirtiéndolo en un “modelo” de explicación del funcio­namiento contractual de la economía capitalista: el intercambio regular de mercancías de que hablaba Rosa Luxemburgo. Cualquier tentativa de confrontar este “modelo” con las realidades del capitalismo sería “empirismo” y no entender que se trata de un “modelo abstracto”, etc.

Esta empresa destinada a convertir a Marx en un “icono inofensivo” – como diría Lenin – tiene como objetivo eliminar el filo revolucionario de su obra y hacerle decir todo lo que nunca dijo. Los economistas burgueses más descarados que no recurren al disfraz “marxista” tienen también su “visión a largo plazo”. ¿No nos dicen a todas horas que no hay que ser empiristas ni inmediatistas, que más allá de los despidos, de los cataclismos bursátiles, lo que debe verse es la “tendencia general” y que esta reposa sobre unos buenos fundamentos?. Partes de El Capital convenientemente seleccionadas y sacadas fuera de contexto sirven a los marxólogos para acometer el mismo objetivo.

El compañero, que tiene unas posiciones claramente revolucionarias y no comparte ni de cerca ni de lejos esa empresa de confusión, al tomar prestados muchos “argumentos” de Bujarin así como de diversos académicos en lugar de emprender, él mismo, el examen de las posiciones de Rosa Luxemburgo ([13]), se cierra los ojos a considerar los aspectos de la cuestión que hemos intentado exponerle.

Los límites de la acumulación capitalista

Dice el compañero que Rosa Luxemburgo plantea un “límite absoluto” al desarrollo del capitalismo. Veamos en primer lugar qué dice exactamente: “Cuanto más violentamente lleve a cabo el militarismo, tanto al exterior como al interior, el exterminio de capas no capitalistas, y cuanto más empeoren las condiciones de vida de las capas trabajadoras, la historia diaria de la acumulación de capital en el escenario del mundo se irá transformando más y más en una cadena continuada de catástrofes y convulsiones políticas y sociales que, junto con las catástrofes económicas periódicas en forma de crisis, harán necesaria la rebelión de la clase obrera internacional contra la dominación capitalista, aún antes de que haya tropezado económicamente con la barrera natural que se ha puesto ella misma” (op.cit., capítulo XXXII).

Si el compañero se refiere a “tropezar con la barrera natural que se ha puesto a sí misma la propia dominación capitalista” es evidente que, interpretada literalmente, da la idea de un límite absoluto. Pero la misma conclusión podría sacarse de esta afirmación de Marx: “con la baja de la tasa de ganancia, el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo permite el nacimiento de una ley, que, en cierto momento, entra en contradicción absoluta con el propio desarrollo de esta productividad” (op. cit.). Esta formulación contrasta con otras – que hemos evocado anteriormente – donde señala que esa ley es solamente una tendencia.

Si es evidente que debemos tener cuidado en no caer en expresiones que se presten a la ambigüedad, tampoco se trata de tomar una frase aisladamente fuera de su contexto. Lo que importa ver es la dinámica y la orientación global de un análisis. En ese aspecto el de Rosa – como el de Marx – es muy claro: lo más importante es su afirmación de que la acumulación de capital “se irá transformando en una cadena continuada de catástrofes y convulsiones políticas y sociales”. Esto no expresa un límite absoluto sino una tendencia general que se va agravando con el pudrimiento de la situación.

Marx dice en El 18 de Brumario de Luis Bonaparte que “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente y les han sido legadas por el pasado”. El método de los revolucionarios consiste, de acuerdo con esta aseveración, en comprender y enunciar las tendencias de fondo que marcan “las circunstancias que encuentran los hombres”. Lo que afirmaba Rosa Luxemburgo, justamente un año antes del estallido de la guerra del 14, era una tendencia histórica que iba a marcar – ¡ y de qué modo ! – la “acción de los hombres”.

La conclusión de la primera edición de su libro despeja, a nuestro juicio,  las dudas sobre si estaba formulando una tendencia “absoluta”: “El capitalismo es la primera forma económica con capacidad de desarrollo mundial. Una forma que tiende a extenderse por todo el ámbito de la Tierra y a eliminar todas las otras formas económicas; que no tolera la coexistencia de ninguna otra. Pero es también la primera que no puede existir sola, sin otras formas económicas de que alimentarse, y que al mismo tiempo que tiene la tendencia a convertirse en forma única, fracasa por la incapacidad interna de su desarrollo. Es una contradicción histórica viva en si misma. Su movimiento de acumulación es la expresión, la solución constante y, al propio tiempo, la graduación de la contradicción. A una cierta altura de su evolución, esta contradicción solo podrá resolverse por la aplicación de los principios del socialismo: de aquella forma económica que es, al propio tiempo, por naturaleza, una forma mundial y un sistema armónico, porque no se encaminará a la acumulación sino a la satisfacción de las necesidades vitales de la humanidad trabajadora misma y a la expansión de todas las fuerzas productivas del planeta”.

¿Cuál es nuestra concepción de la decadencia del capitalismo? ¿Hemos hablado alguna vez tanto de un bloqueo absoluto del desarrollo de las fuerzas productivas como de un límite absoluto a la producción capitalista, una especie de crisis definitiva y mortal?

El propio compañero reconoce que rechazamos la concepción formulada por Trotski que habla de un bloqueo absoluto de las fuerzas productivas, pero del mismo modo nuestra concepción es ajena a ciertas concepciones que se surgieron en los años 20 en tendencias del KAPD que hablaban de la “crisis mortal del capitalismo” entendiendo por ella una detención absoluta de la producción y el crecimiento capitalistas.

Polemizando contra la posición de Trotski, nuestro folleto sobre la decadencia responde: “todo cambio social es resultado de una agravación real y prolongada del choque entre las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas. Sí nos situamos en la hipótesis del bloqueo definitivo y permanente, únicamente un estrechamiento ‘absoluto’ de ese envoltorio que son las relaciones de producción existentes, podría explicar una agravación neta de la contradicción. Al contrario, se puede comprobar que lo que se produce generalmente durante las diferentes decadencias de la historia (incluida la del capitalismo) es más bien una tendencia hacia la ampliación de ese envoltorio hacia sus últimos límites y no hacia un estrechamiento. Controlado por el Estado y sometido a la presión de las urgencias económicas y sociales, ese envoltorio se va estirando, despojándose de todo lo que parece superfluo a las relaciones de producción por no ser estrictamente necesario a la supervivencia del sistema. El sistema se refuerza pero en sus límites extremos” (op. cit.).

Forma parte plenamente del análisis marxista de la decadencia de los modos de producción, el comprender por qué el capitalismo trata de “gestionar la crisis” practicando una política de supervivencia frente a ella que consigue aminorar sus efectos en los países centrales. ¿No hizo lo mismo el Imperio romano replegándose a Bizancio y abandonando vastos territorios ante el empuje de las invasiones bárbaras? ¿No respondió de igual manera el despotismo ilustrado de los reyes feudales ante el avance de las relaciones de producción capitalistas?

“La emancipación de los esclavos en el Bajo Imperio romano; la de los siervos a finales de la Edad Media; las libertades parciales que la monarquía declinante tiene que otorgar a las nuevas ciudades burguesas, el fortalecimiento del poder central de la corona, la eliminación de la nobleza de espada en beneficio de la nobleza togada sometida directamente al rey; y en el capitalismo, fenómenos como los intentos de planificación, los esfuerzos por aliviar las trabas que imponen las fronteras nacionales, la tendencia a sustituir los burgueses parásitos por ejecutivos eficientes asalariados del capital, las políticas del tipo New Deal, las constantes manipulaciones de algunos mecanismos de la ley del valor, son todos ellos testimonios de esa tendencia a la ampliación del envoltorio jurídico mediante purgas y limpiezas constantes en las relaciones de producción. El movimiento dialéctico no se detiene tras el auge de una sociedad. El movimiento se transforma cualitativamente pero no cesa. Se siguen intensificando necesariamente las contradicciones inherentes a la antigua sociedad y por ello tienen que seguir desarrollándose las aprisionadas fuerzas, aunque sólo sea lentamente” (ídem).

En el periodo de decadencia del capitalismo asistimos a una agravación de sus contradicciones en todos los planos. Hay desarrollo de las fuerzas productivas, hay también fases de crecimiento económico pero esto se hace dentro de un marco global cada vez más contradictorio, más convulsivo, más destructivo. La tendencia hacia la barbarie no se manifiesta clara y rotundamente a través de una línea recta de catástrofes y hundimientos sin fin, sino enmascarada por fases de crecimiento, por el aumento de la productividad del trabajo, por fases de crecimiento más o menos prolongadas. El capitalismo de Estado – especialmente en los países centrales – hace todo lo que está en su mano para controlar una situación potencialmente explosiva, atenuar o aplazar las contradicciones más graves y, con todo ello, mantener una apariencia de “buen funcionamiento” e incluso de “progreso”. El sistema “estira su envoltorio hasta sus últimos límites”.

En el sistema esclavista, los siglos I a III después de Cristo se caracterizaron por esa contradicción cada vez más grave: Roma o Bizancio se poblaban con los mejores monumentos de la historia del imperio, las tecnologías más avanzadas de la época florecieron en aquel periodo hasta el extremo de que en siglo II se descubría el principio de la energía eléctrica. Pero esos desarrollos deslumbrantes tenían lugar en un marco cada vez más degradado, de exacerbación de las luchas sociales, de abandono de territorios al empuje de los bárbaros, de deterioro brutal de las infraestructuras de transporte ([14]).

¿No estamos asistiendo hoy a la misma evolución pero con una gravedad mucho mayor por las características específicas de la decadencia del capitalismo? ([15]).

El compañero afirma que el crecimiento posterior a la Segunda Guerra mundial y el crecimiento que ha tenido lugar durante los años 90 desmiente nuestra teoría. No podemos desarrollar aquí una argumentación detallada ([16]) pero respecto al crecimiento experimentado entre 1945 y 1967, más allá de su volumen estadístico hay que tener en cuenta:

  • la fuerte proporción que en él tiene el armamento y la economía de guerra, como reconoce el propio compañero;
  • la importancia que tuvo un endeudamiento que en su momento – Plan Marshall – fue el más gigantesco jamás alcanzado entonces;
  • las consecuencias que ha tenido (y que parece que el compañero también reconoce): una parte sustancial de ese crecimiento se ha evaporado en un dramático proceso de desmantelamiento – que en los países occidentales afectó especialmente a la industria pesada – o de implosión – el caso del ex bloque ruso.

En lo concerniente al crecimiento de los años 90 se ha tratado de un crecimiento minúsculo ([17]), basado en un endeudamiento sin parangón en la historia y en una especulación jamás vista y, además, se ha limitado a Estados Unidos – y algunos países más – en medio de un proceso de descalabro jamás visto antes de numerosos países de África, Asia y América Latina ([18]). Por otro lado, el desplome actual de la “Nueva economía” y las tormentas bursátiles a que estamos asistiendo dan buena cuenta de ese crecimiento.

Un elemento de reflexión que el compañero debe considerar cuando se habla de “cifras de crecimiento” es su naturaleza y su composición ([19]). No es lo mismo un crecimiento que expresa la expansión del sistema que un crecimiento que expresa una política de supervivencia y acompañamiento de la crisis. De manera general, para un marxista, no se puede identificar crecimiento de la producción con desarrollo de la producción capitalista. Son dos conceptos distintos. La práctica vigente en la Rusia estalinista consistente en batir récord tras récord en las estadísticas de acero, algodón y cemento que luego se demostraba que encubría una producción defectuosa o inexistente, es la ilustración extrema y grotesca, de una tendencia general del capitalismo decadente, estimulada por el capitalismo

C.A. n


[1] Ver “La función de la guerra imperialista” en la Revista internacional nº 82

[2] Ibid

[3] George Lukacs [sic], Historia y conciencia de clase, citado por Paul Mattick en “La inevitabilidad del comunismo: Una crítica a la interpretación de Sydney Hook de Marx”, aparecido en Polemic Publishers, Nueva York 1935, página 35

[4] Lenin, Obras escogidas, Tomo I (página 298 de la versión inglesa

[5] Antón Pannehoek en Capital y clase, Londres 1977 Spring

[6] Para obtener una lista detallada, ver la Revista internacional nº 83

[7] La CCI supone que la comprensión por Rosa Luxemburgo de las consecuencias políticas de la decadencia capitalista (la naturaleza global del imperialismo destruye las bases materiales para la autodeterminación nacional) garantiza la validez de su explicación económica específica de la decadencia

[8] “Imperialismo, la etapa decadente del capitalismo” en Revolutionnary Perspectives nº 17 Antigua Serie

[9] Correspondencia de la CWO con el autor

[10] Citado en Grossmann versus Marx de Antón Pannehoek, op cit.

[11] Ídem

[12] Ver en la Revista internacional números 29 y 30 una crítica a estas imputaciones de Bujarin y Duyaneskaya a Rosa Luxemburgo

[13] Apenas cita directamente a Rosa Luxemburgo, las críticas que menciona las toma literalmente del Bujarin de la “bolchevización” (estalinización en realidad) y de toda una serie de “académicos” que pueden decir tal o cual cosa interesante pero que globalmente tienen una postura ajena al marxismo. Cuestión diferente son las citas de Mattick o de Pannekoek con las cuales no estamos de acuerdo pero que necesitarían otro tipo de precisiones

[14] Sobre un análisis de la decadencia de modos de producción anteriores al capitalismo ver en Revista internacional nº 55 el artículo que forma parte de la serie “Comprender la Decadencia del Capitalismo”.

[15] Ver “La descomposición del capitalismo”, Revista internacional número 62

[16] Remitimos al lector al folleto sobre La Decadencia del capitalismo, a los artículos aparecidos en la Revista internacional números 54 y 56 dentro de la serie “Comprender la Decadencia del Capitalismo” y a los artículos de la Revista internacional de polémica con el BIPR en los números 79 y 83

[17] La media de crecimiento en la década de los 90 en USA ha sido la menor de las 5 últimas décadas.

[18] Ver la serie “30 años de crisis capitalista” en Revista internacional números 96 a 98

[19] Ver en la Revista internacional nº 59, “Presentación del VIII Congreso”, unas reflexiones sobre ello

 

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