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¿Van a iniciar una era más pacífica los enormes cambios provocados por el hundimiento del bloque del Este y la dislocación de la URSS? Frente al caos, ¿va a atenuarse la brutalidad en las relaciones entre potencias imperialistas? ¿Cabe la posibilidad de que se formen nuevos bloques imperialistas? ¿Qué nuevas contradicciones hace surgir la descomposición capitalista a nivel del imperialismo mundial?
Las rivalidades entre potencias no desaparecen, sino que se extremizan
El mundo se ha modificado profundamente desde el desmoronamiento del bloque del Este. En cambio, sí que permanecen las leyes salvajes que rigen la supervivencia de este sistema moribundo. Y, conforme el capitalismo se hunde en la descomposición, se va reforzando su carácter destructor, poniendo en peligro la existencia misma de la humanidad. La plaga de la guerra, ese hijo monstruoso pero natural del imperialismo, está y estará cada día más presente, y la lepra del caos, tras haber sumido a las poblaciones del Tercer mundo en una pesadilla sin nombre, está ahora haciendo sus estragos en todo el Este de Europa.
Tras las proclamas pacifistas de las grandes potencias imperialistas del antiguo bloque occidental, tras las respetables caretas de buen entendimiento con que se disfrazan, las relaciones entre los Estados del ya inexistente bloque occidental, están en realidad regidas por la ley del hampa. Entre bastidores, como cualquier gánster, lo que les importa es saber si podrán robarle su parte de acera al otro, con quién entenderse para deshacerse de un competidor de uñas demasiado afiladas, cómo hacer para quitarse de encima a un “padrino” muy poderoso. Ésas son los verdaderos temas de los “debates” entre las burguesías de los “grandes países civilizados y democráticos”.
“La política imperialista no es propia de un país o de un grupo de países. Es el producto de la evolución mundial del capitalismo... Es un fenómeno internacional por naturaleza... al cual ningún Estado podría sustraerse” [1].Desde que se inició la decadencia del capitalismo, el imperialismo domina el planeta entero, “se ha convertido en el medio de subsistir de todas las naciones, grandes o pequeñas” [2]. No se trata de una política “escogida” por la burguesía, o de una u otra de sus fracciones, sino de una necesidad absoluta que se le impone.
Por eso, la desaparición del bloque imperialista del Este y, por consiguiente, la del bloque del Oeste, no significa ni mucho menos el final del “reino del imperialismo”. El que se haya terminado el reparto del mundo entre “bloques”, tal como había surgido de la Segunda Guerra mundial, está, al contrario, abriendo de par en par las puertas al desencadenamiento de nuevas tensiones imperialistas, a la multiplicación de guerras locales, a la agudización de las rivalidades entre las grandes potencias que antes estaban más o menos controladas por el bloque occidental.
Las rivalidades dentro del mismo bloque han existido siempre, declarándose incluso abiertamente en algunas ocasiones como entre Turquía y Grecia, miembros ambos de la OTAN, a causa de la situación en Chipre en 1974. Sin embargo, esos antagonismos permanecían sólidamente contenidos dentro del férreo armazón del bloque tutelar. Una vez desaparecido ese armazón, las tensiones, hasta ahora reprimidas, van a dispararse sin remedio.
El capital estadounidense frente a los nuevos apetitos de sus vasallos
La sumisión de Europa y Japón a Estados Unidos ha sido, durante décadas, el precio a pagar por su protección frente a la amenaza soviética. Esta amenaza ha desaparecido hoy y Europa y Japón no tienen ya el mismo interés en obedecer a las órdenes norteamericanas. Hoy se está desarrollando plenamente la tendencia a que cada cual tire por su cuenta.
Eso ya se manifestó claramente durante todo el otoño de 1990, con Alemania, Japón y Francia intentando impedir que se declarara una guerra cuyo resultado no podía ser otro que el de reforzar más todavía la superioridad estadounidense[3]. Estados Unidos, al imponer la solución bélica, al obligar a Alemania y Japón a pagar por la guerra, al forzar a Francia a participar en ella, alcanzó una clara victoria, pues dejaron bien patente la debilidad de aquéllos que pretendiesen poner en entredicho su dominación. Estados Unidos lució su enorme superpotencia militar para así demostrar que ningún otro Estado, sea cual fuere su potencia económica, podría rivalizar con él en el terreno militar.
El “Escudo” y después la “Tempestad del desierto” de siniestra memoria, guerra impuesta y llevada de cabo a rabo por Bush y su equipo, ha hecho acallar las pretensiones de los países centrales. En última instancia, el objetivo principal de la guerra del Golfo ha sido prevenir, frenar la eventual formación de un bloque rival y mantener para Estados Unidos su estatuto de única superpotencia.
“Sin embargo, el éxito inmediato de la política norteamericana no será un factor de estabilización duradera de la situación mundial, pues no afecta en nada a las causas mismas del caos en que se hunde la sociedad. Si bien las demás potencias tendrán que reprimir por algún tiempo sus ambiciones, no por ello han desaparecido sus antagonismos de fondo con los Estados Unidos. Es esto lo que expresa la hostilidad larvada de países como Francia o Alemania respecto a los proyectos norteamericanos de utilizar las estructuras de la OTAN para una “fuerza de intervención rápida”, que estaría al mando, y no es casualidad, del único aliado de confianza de Estados Unidos, o sea, Gran Bretaña” [4].
Desde entonces, la evolución de la situación ha confirmado plenamente ese análisis. Las relaciones entre los Estados de la CEE, y en especial entre algunos de ellos como Francia y Alemania, y Estados Unidos, ya sea a propósito del futuro de la OTAN y de la “defensa europea”, ya sea sobre la crisis yugoslava, ponen bien de relieve los límites del frenazo que la guerra del Golfo ha sido contra la tendencia de las principales potencias a ir cada una por su cuenta.
Quien hoy ponga en entredicho el reparto imperialista actual, reparto siempre impuesto por la fuerza, está atacando directamente a la primera potencia mundial, los Estados Unidos, al ser este país el primer beneficiario de dicho reparto. Y como a la ex URSS ya no le queda la más mínima posibilidad de participar en primera fila en la arrebatiña imperialista, las más fuertes tensiones imperialistas van a producirse entre los propios “vencedores de la guerra fría”, o sea, entre los Estados centrales del extinto bloque del Oeste [5]
Y en esa pugna de golpes bajos que es el imperialismo, la desaparición del sistema de bloques va obligatoriamente a engendrar una tendencia a la formación de nuevos bloques, pues cada estado necesita aliados para llevar a cabo una lucha, por definición, mundial. Los bloques son, en efecto, “la estructura clásica que adoptan los principales Estados en el período de decadencia para “organizar” sus enfrentamientos armados” [6].
¿Hacia nuevos bloques?
El aumento actual de las tensiones imperialistas lleva consigo la tendencia hacia la formación de nuevos bloques, uno de los cuales estaría obligatoriamente dirigido contra Estados Unidos. Sin embargo, el interés por esa formación es muy variable según qué países.
¿Quién?
Gran Bretaña no tiene ningún interés en formar un nuevo bloque pues defiende mejor los suyos en una indefectible alianza con la política estadounidense [7].
Toda una serie de países, como Holanda o Dinamarca, tienen la aprehensión de que quedarían prácticamente absorbidos en caso de que se convirtieran en aliados de una posible superpotencia alemana en Europa, alianza favorecida por los lazos económicos ya existentes y la proximidad geográfica y lingüística. Según el viejo principio de estrategia militar que recomienda no aliarse con un vecino demasiado poderoso, ese tipo de países tienen poco interés en poner en entredicho la prepotencia norteamericana.
Para una potencia más importante, pero mediana, como lo es Francia, cuestionar el liderazgo americano y participar en un nuevo bloque tampoco es algo evidente, pues, para ello, estaría obligada a seguirle los pasos a la política alemana, cuando Alemania es para el imperialismo francés el rival más inmediato y más peligroso. Cogida entre el martillo americano y el yunque alemán, lo único que puede hacer la política imperialista de Francia es oscilar entre ambos. El imperialismo no es, sin embargo, un fenómeno racional como tampoco lo es el modo de producción del que es expresión. Francia, por mucho que acabe perdiendo en el asunto, por muy dudosos que sean los beneficios, está, por ahora, jugando la baza alemana, tendiendo a oponerse a la tutela norteamericana; esto se ha visto en su actitud respecto a la OTAN y con la creación de una brigada franco-alemana. Pero no por eso quedan excluidos otros posibles cambios de rumbo.
Las cosas son mucho más claras para potencias de primer plano como Alemania y Japón. Para éstas, volver a ocupar el rango imperialista equiparable a su fuerza económica, implicará obligatoriamente cuestionar la dominación mundial ejercida por los USA. Además, únicamente esos dos Estados poseen los medios para pretender desempeñar un papel mundial.
Pero las posibilidades de Alemania y Japón, en la carrera por el liderazgo de un futuro bloque enemigo de EEUU no son las mismas.
No deben subestimarse la fuerza y las ambiciones del imperialismo japonés. También él está intentando entrar en la arrebatiña imperialista. De ello son testimonio el proyecto de modificar la constitución para que quede autorizado el envío de tropas japonesas al extranjero, el reforzamiento importante de su armada, su voluntad afirmada con mayor fuerza de recuperar las islas Kuriles a expensas de la URSS, cuando no se trata de declaraciones sin rodeos de dirigentes japoneses de que “ya va siendo hora de que el Japón se deshaga de los lazos que lo unen a los Estados Unidos“[8]Sin embargo, Japón, a causa de su posición geográfica descentrada respecto a la mayor concentración industrial del mundo, o sea Europa, que sigue siendo el principal campo en las rivalidades imperialistas, no puede competir realmente en esa carrera con Alemania. El imperialismo japonés está intentando extender su influencia y tener las manos más libres, procurando por ahora no enfrentarse demasiado abiertamente al gran “padrino” norteamericano. Alemania, en cambio, por el lugar central que ocupa en Europa, por su potencia económica, se ve cada día más obligada a enfrentarse a la política estadounidense, encontrándose a menudo en el centro de las tensiones imperialistas, como lo expresan sus reticencias frente a los proyectos norteamericanos para la OTAN, su voluntad de construir un embrión de “defensa europea“, y, sobre todo, su actitud en Yugoslavia.
El capital alemán, en el papel de “inductor de violencia” en Yugoslavia
El imperialismo alemán ha desempeñado en Yugoslavia el papel de auténtico “instigador de crímenes”, azuzando y apoyando las veleidades secesionistas eslovenas y sobre todo croatas, como demuestra la voluntad reiterada de Alemania de reconocer unilateralmente la independencia de Croacia. Históricamente, el Estado yugoslavo fue un montaje hecho de retales para atajar el expansionismo alemán, cerrándole la salida al Mediterráneo [9]. Así que en cuanto se manifestó la voluntad de independencia de Croacia, la burguesía alemana entrevió la oportunidad y ha intentado sacar el mejor partido de la situación. Gracias a sus estrechos lazos con los dirigentes de Zagreb, capital croata, Alemania esperaba, en caso de independencia, utilizar los valiosos puertos del Adriático. Y ha sido así cómo Alemania, con la ayuda de Austria [10] no ha cesado de echar leña al fuego apoyando abiertamente o entre bastidores el secesionismo croata, lo cual no ha hecho sino acelerar la dislocación de Yugoslavia.[11]
EEUU para los pies a Alemania
La burguesía norteamericana, consciente de la gravedad de lo que está en juego y tras una aparente discreción, lo ha hecho todo por frenar y quebrar, con la ayuda de Inglaterra y de Holanda, ese intento de penetración del imperialismo alemán. Su caballo de Troya en la CEE, Gran Bretaña, se ha opuesto sistemáticamente a todo envío de tropas europeas de intervención. El aparato militar-estaliniano serbio, tras firmar y violar sistemáticamente todos los alto el fuego organizados por la impotente y lloricona CEE, ha podido llevar a cabo una auténtica guerra de reconquista, gracias al silencio complaciente de Estados Unidos.
El fracaso alemán en Yugoslavia ya es patente, como lo son la división e impotencia completa de la CEE. Este fracaso pone de relieve toda la fuerza, todas las ventajas que posee la primera potencia mundial en su lucha por mantener su hegemonía, pone de relieve las enormes dificultades que tendrá el imperialismo alemán para alcanzar la capacidad de cuestionar realmente a Estados Unidos en su dominación mundial.
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Todo eso no significa, ni mucho menos, ni la vuelta a cierta estabilidad en Yugoslavia, pues la dinámica que en ese país se ha desatado lo condena a hundirse más y más en una situación “a la libanesa“, ni que Alemania vaya ahora a renunciar y doblegarse dócilmente ante las órdenes del “Tío Sam”. El imperialismo alemán ha perdido una batalla, pero no puede renunciar a sus intentos de quitarse de encima la tutela americana, de lo cual es testimonio su decisión, junto con Francia, de formar un cuerpo de ejército, dejando así clara su voluntad de ganar una mayor autonomía respecto a la OTAN y, por lo tanto, de los Estados Unidos.
El caos entorpece la formación de nuevos bloques
Aunque hay que reconocer que hay, desde ya, una tendencia a la reconstitución de nuevos bloques imperialistas, proceso en el cual Alemania ocupa, y ocupará cada día más, un lugar central, nada permite afirmar que esta tendencia podría realizarse de verdad, pues se enfrenta, a causa de la descomposición social reinante, a toda una serie de obstáculos y contradicciones muy importantes y, en gran parte, desconocidos hasta hoy.
Para empezar, Alemania no posee por ahora, y es una diferencia fundamental con la situación previa a la Primera y a la Segunda Guerras mundiales, los medios militares para sus ambiciones imperialistas. Alemania está muy desprotegida frente a la impresionante superpotencia norteamericana.[12] Para reunir los medios en conformidad con sus ambiciones, Alemania necesitaría tiempo, entre 10 y 15 años como mínimo, mientras que EEUU lo hacen todo por impedir que tales medios puedan desplegarse. Pero lo que es más, para instaurar la economía de guerra necesaria a tal esfuerzo de armamento, la burguesía debería antes imponer al proletariado en Alemania una auténtica militarización en el trabajo. Y esto sólo podría obtenerlo infligiendo una derrota total a la clase obrera; ahora bien, por el momento, las condiciones para una derrota así no están reunidas, ni mucho menos. Sólo con esto, los obstáculos que Alemania debe franquear son ya enormes.
Pero, además, hay otro factor, tan importante como los mencionados, que se opone a la tendencia hacia la formación de un bloque liderado por Alemania: el caos que está invadiendo a cada día más países. La disciplina necesaria para instaurar un bloque de alianzas imperialistas se hace mucho más difícil en medio de ese caos, un caos cuyo avance ya está preocupando seriamente a la burguesía alemana, como a la del resto de los países más desarrollados, pero sobre todo a ella a causa de su posición geográfica. Es este temor, al que hay que añadir evidentemente las presiones estadounidenses, lo que hizo que Alemania, a pesar de todas sus reticencias, acabara apoyando a Bush, al igual que Japón y Francia, en su guerra del Golfo. Por muy deseosa que esté de sacudirse la tutela americana, la burguesía alemana sabe muy bien que, hoy por hoy, únicamente EEUU tiene los medios para poner freno, por poco que sea, al caos.
A ninguna gran potencia imperialista le interesa que el caos se extienda, con sus secuelas: llegada masiva de inmigrantes, a quienes resulta imposible integrar en la producción en un momento en que se está produciendo despidos a mansalva, diseminación incontrolada de armamento, incluidas las enormes cantidades de armas atómicas almacenadas, riesgos de catástrofes industriales de primer orden, y especialmente nucleares, etc. Lo único a lo que lleva tal situación es a desestabilizar a los estados más expuestos a ella, lo cual hace todavía más difícil la gestión de su capital nacional. La putrefacción del sistema es, en las condiciones actuales, muy negativa para el conjunto de la clase obrera, pero también es una amenaza para la burguesía y el funcionamiento de su sistema de explotación. Al estar en primera línea frente a las consecuencias más peligrosas del hundimiento del bloque del Este, frente a la implosión de la ex URSS, Alemania está obligada a acatar, al menos en parte, las órdenes del único país capaz hoy de desempeñar el papel de “gendarme” a nivel internacional, los Estados Unidos.
En este período de descomposición, cada burguesía nacional de los países más desarrollados se encuentra, por lo tanto, ante una nueva contradicción:
- asumir la defensa de sus propios intereses imperialistas, enfrentando a sus competidores de igual rango, a riesgo de acelerar la situación de caos;
- defenderse contra la inestabilidad y las manifestaciones peligrosas de la descomposición, preservando el “orden” mundial gracias al cual ha podido conservar su rango de potencia imperialista, en detrimento de sus propios intereses imperialistas frente a sus grandes rivales.
Es posible que la tendencia a la formación de nuevos bloques imperialistas, inscrita en la tendencia general del imperialismo hacia el enfrentamiento entre las potencias mayores, ante tal contradicción no pueda realizarse plenamente nunca.
Ni siquiera el “gendarme del mundo”, Estados Unidos, país para el cual la lucha contra el caos se identifica más plena e inmediatamente con la lucha por el mantenimiento del statu quo reinante, que a él le beneficia por su posición hegemónica, puede evitar el dilema. Al desencadenar la guerra del Golfo, Estados Unidos quería dar un ejemplo de su capacidad para “mantener el orden”, obligando a ponerse firmes a quienes pretendieran cuestionar su liderazgo mundial. El resultado ha sido una mayor inestabilidad en toda la región, de Turquía a Siria, con la continuación, entre otras cosas, de la matanza de las poblaciones de Kurdistán y no sólo por la soldadesca iraquí, sino también por el ejército turco. En Yugoslavia, el apoyo implícito de Estados Unidos al bloque serbio le ha permitido cerrar el camino a las intentonas de Alemania de conseguir un acceso al Mediterráneo, pero a su vez, eso ha sido como echar leña al fuego, contribuyendo en la extensión de la barbarie a todo el territorio yugoslavo, propagando la inestabilidad a toda la región de los Balcanes. El único medio, en última instancia, del que dispone el “gendarme mundial”, o sea el militarismo y la guerra, acentúa todavía más la barbarie llevándola a sus extremos.
La dislocación de la URSS agudiza la contradicción entre la tendencia a ir cada cual por su cuenta y la necesidad de atajar el caos
La dislocación de la URSS, por sus dimensiones, su profundidad (la amenaza de desintegración está afectando ahora a Rusia) es un factor de agravación considerable del caos a escala mundial: riesgo de los mayores éxodos de población de la historia, riesgos nucleares gravísimos[13]. Ante semejante cataclismo, la contradicción ante la que se encuentran las grandes potencias va a agudizarse al extremo. Por un lado, un mínimo de unidad es necesario para encarar la situación, por otro lado, el desmoronamiento del ex imperio soviético está excitando las ansias imperialistas.
En esto también, Alemania está en situación delicada. El Este de Europa, incluida Rusia, es para el imperialismo alemán una zona de influencia y de expansión privilegiada. Las alianzas y los enfrentamientos con Rusia han sido siempre algo central en la historia del capitalismo alemán. Tanto la historia como la geografía empujan al capital alemán a extender su influencia hacia el Este, y deberá sacar tajada del desmoronamiento del bloque del Este y de su cabeza. Desde la caída del muro de Berlín, es, evidentemente, el capital alemán el que está más presente, en lo económico como en lo diplomático, en Checoslovaquia, Hungría y, en general, en todos los países del Este, excepto quizás en Polonia, la cual, a pesar de los lazos económicos con Alemania, intenta resistir ante ella, por razones históricas.
Sin embargo, ante la dislocación completa de la URSS, las cosas se están volviendo mucho más difíciles y complejas para la primera potencia económica europea. Alemania podrá intentar aprovecharse de la situación para defender sus intereses, en especial el de construir una auténtica “Mittel Europa”, una Europa Central bajo su influencia, pero el desmoronamiento soviético, con el hundimiento de todos los países del Este, es también una amenaza directa, mucho más peligrosa para Alemania que para cualquier otro país del corazón del sistema capitalista internacional.
“La unificación “, la integración de la ex RDA, ya de por sí es un pesado fardo que está entorpeciendo y seguirá entorpeciendo más y más la competitividad del capital alemán. La llegada masiva de emigrantes para quienes Alemania es como la “tierra prometida”, conjugada con los riesgos nucleares mencionados arriba, están provocando gran inquietud en la clase dominante de Alemania.
Contrariamente a la situación en Yugoslavia, situación que, a pesar de ser muy grave, afecta a una país de 22 millones de personas, la de la ex URSS inspira mayor prudencia a la burguesía germana. Por ello, a la vez que procura ampliar su influencia, también hace todos sus esfuerzos por estabilizar un mínimo la situación, evitando cuidadosamente no echar leña al fuego[14]. Por eso, la burguesía alemana ha sido el más firme apoyo a Gorbachov y el principal sostén económico del ex imperio. Y está siguiendo globalmente la política llevada por EEUU respecto a la ex URSS. No le ha quedado más remedio que apoyar la reciente iniciativa sobre “desarme” nuclear táctico, en la medida en que con esa iniciativa se intenta ayudar y obligar a lo que queda de poder central en la ex URSS para que destruya sus armas, pues su diseminación es como una verdadera espada de Damocles nuclear sobre la URSS, pero también sobre gran parte de Europa[15].
La amplitud de los peligros de caos obliga a los estados más desarrollados a cierta unidad para hacerles frente, y ninguno de ellos se dedica por ahora a echar leña al fuego en la ex URSS. Esta unidad es, sin embargo, muy puntual y limitada. El caos y sus consecuencias nunca podrán acallar sus rivalidades imperialistas. O sea que el capitalismo alemán no puede renunciar, ni renunciará, a sus naturales impulsos imperialistas; y lo mismo les ocurre a las demás potencias centrales.
Incluso enfrentada a los gravísimos peligros que entraña la desintegración del bloque del Este y de la URSS, cada imperialismo va a intentar preservar del mejor modo posible sus propios intereses. Así, en el encuentro de Bangkok sobre la ayuda económica que aportar al ex país líder del ex bloque del Este, todos los gobiernos presentes eran conscientes de la necesidad de reforzar las ayudas para así frenar la posible explosión de catástrofes en un futuro cercano. Pero cada cual procuró que la cosa le costara lo menos posible y que fueran los demás, rivales y competidores, quienes soportaran la pesada carga. Estados Unidos hizo la “generosísima” propuesta de que se anulara una parte de la deuda soviética, propuesta rechazada firmemente por Alemania por la sencilla razón de que sólo a ella le corresponde casi el 40 % de esa deuda.
Esa contradicción entre la necesidad para las grandes potencias de poner freno al caos, limitar al máximo su extensión, y la necesidad, tan vital como aquélla, de defender sus propios intereses imperialistas, ha ido alcanzando su paroxismo a medida que lo que queda de lo que fue Unión Soviética se muere y se desintegra.
El caos está ganando la partida
La descomposición del capitalismo, al agudizar las taras de su decadencia, y en especial las del imperialismo, trastorna de manera cualitativa la situación mundial, en especial, las relaciones interimperalistas.
En un contexto de barbarie cada día más sanguinaria, barbarie de horrores tan monstruosos como absurdos, absurdos como lo es un modo de producción, el capitalismo, que se ha vuelto totalmente caduco desde un punto de vista histórico, la clase explotadora no puede ofrecer otro porvenir a la humanidad que el mayor caos de toda la historia.
Las rivalidades imperialistas entre los Estados más desarrollados del difunto bloque occidental se están desencadenando en el contexto de putrefacción de raíz del sistema capitalista. Las tensiones entre las “grandes democracias” van a avivarse, en especial entre Estados Unidos y la potencia dominante del continente europeo, Alemania. Este enfrentamiento se ha desarrollado hasta ahora de manera solapada, pero no por eso deja de ser muy real.
Aunque las fracciones nacionales más poderosas de la burguesía mundial tienen un interés común frente al caos, tal comunidad de intereses sólo puede ser circunstancial y limitada. No puede anular la tendencia natural y orgánica del imperialismo al desencadenamiento de la competencia, de la rivalidad y de las tensiones bélicas.
La pugna en la que ya están metidas y en la que se meterán cada día más las grandes potencias imperialistas, sólo puede acabar en mayor caos en el corazón mismo de Europa, como lo está ilustrando trágicamente la barbarie guerrera en Yugoslavia.
La política oscilante e incoherente de los Estados más fuertes del mundo capitalista se traduce en una inestabilidad creciente de las alianzas. Estas serán cada vez más circunstanciales y estarán sometidas a múltiples cambios. Francia, por ejemplo, tras haberse acercado a Alemania, puede muy bien apostar mañana por Estados Unidos, para acabar después yendo en otra dirección. Alemania, que hasta hoy apoyaba al “centro” en la ex URSS, puede muy bien escoger las repúblicas secesionistas. El carácter contradictorio e incoherente de la política imperialista de las grandes potencias expresa en última instancia la tendencia de la clase dominante a perder el control de un sistema devastado por su decadencia avanzada, por la descomposición.
Putrefacción, dislocación creciente del conjunto de la sociedad, ésa es la “radiante” perspectiva que ofrece a la humanidad este sistema agonizante, lo cual pone de relieve la importancia y la gravedad de lo que está en juego en el período actual. También pone de relieve la gran responsabilidad de la única clase portadora de verdadero porvenir: el proletariado.
RN, 18/11/1991
[1] Rosa Luxemburg, La crisis de la Socialdemocracia (Folleto de Junius).
[2] Plataforma de la Corriente Comunista Internacional.
[3] Sobre la falsa unidad de los países industrializados durante la guerra del Golfo, véase el artículo editorial de la Revista Internacional nº 64, 1er trimestre de 1991
[4] “Resolución sobre la situación internacional“, punto 5, ídem.
[5] “La URSS en trizas“, “Ex URSS: No es el comunismo lo que se hunde...”, artículos de la Revista Internacional nº 67 y 68 (3º y 4º trimestre de 1991).
[6] “Resolución sobre la situación internacional“, punto 4, julio de 1991. IXº Congreso de la CCI, Revista Internacional nº 67.
[7] Sobre la actitud de Gran Bretaña y Francia para con EEUU, véase el “Informe sobre la situación internacional, extractos”, nota 1, Revista Internacional nº 67.
[8] T. Kunugi, ex secretario adjunto de la ONU, en el diario francés Liberation, 27/9/91.
[9] Véase “Balance de 70 años de “liberación nacional”, en este número.
[10] Francia e Italia, con sus interminables oscilaciones, también han contribuido en esa empresa de desestabilización asesina.
[11] Alemania, como ningún otro Estado capitalista, no podría evitar las leyes del imperialismo que rigen toda la vida del capitalismo en su decadencia. El problema frente a los avances del imperialismo alemán no es en sí el deseo o la voluntad de la burguesía alemana. Nadie duda de que esta burguesía, o al menos algunas de sus fracciones, estén inquietas frente a la actual fiebre de arrebatiña imperialista. Pero, sean cuales fueran sus inquietudes, está obligada, aunque sólo sea por impedir que un competidor le coja el sitio, a afirmar cada día más sus intenciones imperialistas. Como en el caso de la burguesía japonesa en 1940, cuando muchas de sus fracciones eran reticentes para entrar en guerra, lo que cuenta no es la voluntad, sino lo que la burguesía está obligada a hacer.
[12] Alemania está todavía ocupada militarmente por EE.UU. y, en lo esencial, el control sobre el conjunto de las municiones del ejército alemán, lo sigue ejerciendo el estado mayor norteamericano. Las tropas alemanas no tienen una autonomía de más de unos cuantos días. La brigada franco-alemana tiene el objetivo, entre otros, de darle mayor autonomía al ejército alemán.
[13] Recientemente, los nacionalistas chechenos amenazaban con atentados a centrales nucleares; trenes blindados con armas nucleares tácticas circulan por las fronteras de la ex URSS fuera de todo control.
[14] Véase por un lado la actitud de Alemania respecto a los países bálticos y sus pretensiones para que se cree una “República alemana de Volga” y, por otro lado, su apoyo, hasta el final, de lo poco que quedaba de “centro” en la URSS.
[15] Y eso por no hablar de la mentira del “desarme”, que no suprime sino las armas caducas y que de todos modos iban a acabar en chatarra y ser sustituidas por armas más modernas y sofisticadas.