Revueltas sociales en el Magreb y Oriente Medio, catástrofe nuclear en Japón, guerra en Libia - Sólo la revolución proletaria...

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Revueltas sociales en el Magreb y Oriente Medio, Catástrofe nuclear en Japón, guerra en Libia

Sólo la revolución proletaria podrá salvar a la humanidad del desastre capitalista

Los últimos meses han sido abundantes en acontecimientos históricos. Las revueltas del Magreb no tienen ninguna relación con el tsunami que ha destrozado una parte importante de Japón ni con la crisis nuclear consecutiva, pero lo que sí hacen resaltar todos esos hechos es la alternativa ante la que se encuentra la humanidad: socialismo o barbarie. Mientras en numerosos países sigue resonando el eco de las insurrecciones, la sociedad capitalista se pudre lamentablemente junto a sus ascuas nucleares. Y a la inversa, el heroísmo de los obreros japoneses que están sacrificando sus vidas en torno a la central de Fukushima contrasta con la asquerosa hipocresía de las potencias imperialistas en Libia.

La movilización de las masas hace caer los gobiernos

Desde hace varios meses, movimientos de protesta inéditos por su amplitud geográfica ([1]) están sacudiendo varios países. Las primeras revueltas del Magreb produjeron rápidamente una emulación, pues en unas cuantas semanas se vieron afectados por manifestaciones Jordania, Yemen, Bahrein, Irán, países del África subsahariana, etc. No puede establecerse una identidad entre todos esos movimientos, ni en contenido de clase ni en cómo ha replicado la burguesía, pero lo que sí es común es la crisis económica que hunde a la población en una miseria cada vez más insoportable desde 2008, lo que hace tanto o más insoportables esos regímenes corruptos y represivos de la región.

La clase obrera nunca ha aparecido como fuerza autónoma capaz de asumir la dirección de estas luchas que suelen tener la forma de revueltas del conjunto de las clases no explotadoras, desde el campesinado arruinado hasta las capas medias en vías de proletarización. Sin embargo, la influencia obrera en las conciencias era sensible tanto en las consignas como en las formas de organización de los movimientos. Ha emergido una tendencia a la autoorganización concretándose, por ejemplo, en unos comités de protección de los barrios, que surgieron en Egipto y Túnez, para hacer frente a la represión policiaca y a las bandas de matones oportunamente liberados de las cárceles para sembrar el caos. Y, sobre todo, muchas de esas revueltas intentaron abiertamente extender el movimiento mediante manifestaciones de masas, asambleas e intentos por coordinar y centralizar las tomas de decisión. La clase obrera, por otra parte, ha desempeñado a menudo un papel decisivo en el curso de los acontecimientos. Ha sido en Egipto, con la clase obrera más concentrada y más experimentada de la región, donde las huelgas han sido más masivas. La rápida extensión y el rechazo del encuadramiento sindical contribuyeron ampliamente a inducir al mando militar a que, bajo la presión de Estados Unidos, se echara a Hosni Mubarak del poder.

Las movilizaciones siguen siendo todavía numerosas, siguen soplando vientos de revuelta en otros países, y la burguesía parece tener grandes dificultades para apagar el incendio. En Egipto y en Túnez sobre todo, donde según dicen, la "primavera de los pueblos" ya habría triunfado, continúan las huelgas y los enfrentamientos contra "el Estado democrático". Todas esas revueltas, en su conjunto, son una experiencia formidable en el camino que conduce a la conciencia revolucionaria. No obstante, aunque esta oleada de revueltas, por primera vez desde hace mucho tiempo, ha conectado los problemas económicos con los políticos, la respuesta está todavía plagada de unas ilusiones que pesan en la clase obrera, especialmente los espejismos democrático y nacionalista. Esas debilidades han permitido a unas pseudo-oposiciones democráticas presentarse como alternativa a las camarillas corruptas gobernantes. En realidad, esos "nuevos" gobiernos están sobre todo formados por gente perteneciente al viejo régimen, hasta el punto de que la situación parece, a veces, una bufonada. En Túnez, la población ha tenido incluso que obligar a una parte del gobierno a dimitir dado a su enorme parecido con el régimen de Ben Alí. En Egipto, el ejército, apoyo histórico de Mubarak, controla todas las palancas del Estado y no para de maniobrar para que perdure su posición. En Libia, el "Consejo Nacional de Transición" está dirigido por... Abd al-Fattah Yunis, ¡el ex ministro del interior de Gadafi!, y una cuadrilla de ex altos cargos que, después de haber organizado la represión y haberse beneficiado de la generosidad pecuniaria de su dueño y señor, les ha entrado una repentina y apasionada comezón por los derechos humanos y la democracia.

En Libia, la guerra imperialista está causando estragos sobre las ruinas de la revuelta popular

Sobre la base de esas debilidades la situación en Libia ha evolucionado de una manera especial, pues lo que con toda justicia surgió al principio como un levantamiento de la población contra el régimen de Gadafi se transformó en guerra entre fracciones burguesas diversas, a la que han venido a injertarse las grandes potencias imperialistas en medio de una cacofonía desatinada y sangrienta. El desplazamiento del terreno de la lucha hacia los intereses burgueses, el control del Estado libio por una u otra de las facciones presentes, fue tanto más fácil porque la clase obrera en Libia es muy débil. La industria local es muy atrasada, reducida casi exclusivamente a la producción petrolera, directamente dirigida por la pandilla de Gadafi, la cual ni siquiera puede imaginarse el poner alguna vez, de paso, el "interés nacional" por encima de sus intereses particulares. La clase obrera en Libia suele estar compuesta por mano de obra extranjera, la cual, tras haber cesado el trabajo al iniciarse los acontecimientos, ha acabado por huir de las matanzas, sobre todo a causa de la dificultad de reconocerse en una "revolución" de cariz nacionalista. Lo que está ocurriendo en Libia ilustra trágicamente, por contrario, la necesidad de que la clase obrera ocupe un lugar central en las revueltas populares; su ausencia explica en gran parte la evolución de la situación.

Desde el 19 de marzo, tras varias semanas de masacres, so pretexto de intervención humanitaria para "salvar al pueblo libio martirizado", una coalición un tanto confusa, formada por Canadá, Estados Unidos, Italia, Francia, Reino Unido, etc., ha puesto en marcha sus fuerzas armadas para dar apoyo al Consejo Nacional de Transición. Cada día se lanzan misiles y despegan aviones para soltar bombas sobre todas las zonas donde haya fuerzas armadas fieles al régimen de Gadafi. Hablando claro: es la guerra. Lo que de entrada llama la atención es la increíble hipocresía de las grandes potencias imperialistas que, por un lado, agitan el apolillado estandarte del humanitarismo y, al mismo tiempo, permiten aceptar la matanza de las masas que se rebelan en Bahrein, Yemen, Siria, etc. ¿Dónde estaba esa misma coalición cuando Gadafi mandó asesinar a 1000 presos de la cárcel Abu Salim de Trípoli en 1996? En realidad, ese régimen encarcela, tortura, aterroriza, hace desaparecer y ejecuta con la mayor impunidad desde siempre. ¿Dónde estaba esa misma coalición cuando Ben Alí en Túnez, Mubarak en Egipto o Buteflika en Argelia mandaban disparar contra la muchedumbre durante los levantamientos de enero y febrero? Tras esa retórica infame, los muertos siguen amontonándose en los depósitos. Y ya la OTAN está previendo prolongar las operaciones durante varias semanas para así asegurarse del triunfo de "la paz y la democracia".

En realidad, cada potencia interviene en Libia por sus intereses particulares. La cacofonía de la coalición, ni siquiera capaz de establecer una cadena de mando, ilustra hasta qué punto esos países se han lanzado a esta aventura bélica en orden disperso para reforzar su propio espacio en la región, igual que buitres encima de un cadáver. Para Estados Unidos, Libia no representa un gran interés estratégico pues ya dispone de aliados de peso en la región, Egipto y Arabia Saudí sobre todo. Esto es lo que explica su indecisión inicial durante las negociaciones en la ONU. Estados Unidos es, sin embargo, el apoyo histórico de Israel, y por ello tiene una imagen catastrófica en el mundo árabe, una imagen aún más deteriorada con las invasiones de Irak y Afganistán. Ahora bien, las revueltas están haciendo emerger gobiernos más sensibles a la opinión antiamericana y si EEUU quiere asegurarse un porvenir en la región, le es obligatorio granjearse simpatías ante los nuevos dirigentes. El gobierno norteamericano no podrá dejar, en particular, las manos libres al Reino Unido y a Francia sobre el terreno. Estos dos países también tienen, de una u otra manera, una imagen que mejorar, sobre todo Gran Bretaña tras sus intervenciones en Irak y Afganistán. El gobierno francés, a pesar de sus múltiples torpezas, dispone todavía de algo de popularidad en los países árabes desde la época de De Gaulle, reforzada por su negativa a participar en la guerra de Irak en 2003. Una intervención contra un Gadafi demasiado incontrolable e imprevisible a gusto de sus vecinos, será apreciada por éstos, permitiendo reforzar la influencia de Francia. Detrás de los bellos discursos y de las sonrisas de fachada, cada fracción de la clase dominante interviene por sus propios intereses, participando, junto con Gadafi, en esta danza macabra de la muerte.

En Japón como en todas partes, la naturaleza origina fenómenos, el capitalismo catástrofes

A miles de kilómetros de Libia, en territorios de la tercera potencia económica mundial, el capitalismo siembra también la muerte y demuestra que en ningún lugar, incluso en el corazón mismo de los países industrializados, la humanidad no está al resguardo de la irresponsabilidad y la incuria de la burguesía. Los medios de comunicación han vuelto a presentar, como siempre, el terremoto y el tsunami que han devastado una gran parte de Japón como una fatalidad de la naturaleza contra la que nada se puede hacer. Cierto que es imposible impedir que la naturaleza se desate, pero instalar a poblaciones en regiones con grandes riesgos en casas de madera, no es una "fatalidad", como tampoco lo es que haya centrales nucleares envejecidas en medio de lugares así.

La burguesía es en efecto directamente responsable de la amplitud mortífera de la catástrofe. Por las necesidades de la producción, el capitalismo ha concentrado a la población y las industrias de una manera disparatada. Japón es una caricatura de ese fenómeno histórico: decenas de millones de personas están amontonadas en costas que son poco más que franjas donde el riesgo de sismos y, por lo tanto de tsunamis, es muy elevado. Las estructuras de resistencia antisísmica se han construido, evidentemente, en edificios para los más pudientes o para oficinas y despachos; con una simple construcción de hormigón podría haber bastado, en algunos casos, para evitar la oleada, pero los trabajadores tuvieron que contentarse con jaulas de madera en unas comarcas cuyos grandes peligros son conocidos de todos. Lógicamente, la población podría haberse instalado más tierra adentro, pero Japón es un país exportador y para maximizar las ganancias, mejor es construir las fábricas cerca de los puertos. Y, por cierto, han habido fábricas que las aguas se llevaron por delante, añadiéndose así una catástrofe industrial de consecuencias inimaginables a la catástrofe nuclear. En tal contexto, una crisis humanitaria amenaza a uno de los centros del capitalismo mundial. Cantidad de equipamientos e infraestructuras están destruidos y decenas de miles de personas están abandonadas a su suerte, sin alimentos ni agua.

Se comprueba así que la burguesía es incapaz de limitar su irresponsabilidad y su sentimiento de impunidad; construyó 17 centrales nucleares en lugares peligrosos, unas centrales cuyo mantenimiento aparece, además, de lo más precario. La situación en torno a la central de Fukushima, victima de averías, es de lo más preocupante y la confusa comunicación de las autoridades deja presagiar lo peor. Parece evidente que se está produciendo una catástrofe nuclear comparable, como mínimo a la de Chernóbil, ante un gobierno impotente, reducido a hacer remiendos y chapuzas en sus instalaciones, sacrificando a muchos obreros. Ni la fatalidad ni la naturaleza tienen nada que ver aquí con la catástrofe. La construcción de centrales en costas sensibles no parece haber sido la idea más brillante, sobre todo cuando, además, llevan varias décadas en funcionamiento con un mantenimiento reducido a lo mínimo. Una ilustración de esto que deja pasmado es que en 10 años, en la central de Fukushima ha habido varios centenares de incidentes debidos a un mantenimiento caótico que acabó indignando y haciendo dimitir a algunos técnicos.

La naturaleza no tiene nada que ver en esas catástrofes; las leyes, que se han vuelto absurdas, de la sociedad capitalista son responsables de ellas, en los países más pobres como en los más ricos. La situación en Libia y lo ocurrido en Japón ilustran, cada suceso a su manera, hasta qué punto el único porvenir que nos ofrece la burguesía es un caos permanente y en constante aumento. Y ante esa situación, las revueltas en los países árabes, a pesar de todas sus debilidades, nos muestran el camino, el camino de la lucha de los explotados contra el Estado capitalista, la única que podrá atajar la catástrofe general que amenaza a la humanidad.

V. (27-03-2011)



[1]) De hecho, nunca desde 1848 o 1917-19, habíamos visto una marea de revueltas simultáneas tan extensa. Véase el artículo siguiente en esta Revista.