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La evolución de las contradicciones que se concentran hoy en Alemania constituye una clave fundamental de la evolución de la situación mundial. Publicamos aquí un informe de nuestra sección en ese país que destaca la dinámica global y las diversas hipótesis que se presentan.
El desarrollo de la economía alemana antes de la unión económica y monetaria
A finales de los años 80 y principios de los 90, cuando la economía mundial ha vuelto a encontrar problemas cada vez más fuertes, la economía alemana estaba todavía en pleno auge. Batió muchos records de producción durante varios años seguidos, especialmente en el sector del automóvil. En 1989 batió un nuevo record de excedente comercial. La tasa de utilización de las capacidades industriales alcanzó su punto culminante desde los años 1970. En los últimos meses, la falta de mano de obra calificada fue el factor principal que impidió la expansión de la producción en muchos sectores. Numerosas empresas tuvieron que rechazar pedidos por esa causa.
Ese boom no es expresión de la salud de la economía mundial, sino de la competitividad aplastante del capital de Alemania occidental, conforme a la ley según la cual sobreviven los más adaptados. Alemania se ha desarrollado a expensas de sus rivales, como lo demuestran ampliamente sus excedentes de exportación.
La posición de Alemania en la competencia se ha ido reforzando notablemente a todo lo largo de los años 1980. En lo económico, la tarea principal del gobierno Kohl-Genscher ha sido permitir un aumento enorme de los capitales de las grandes empresas, lo cual ha permitido una modernización y una automatización gigantescas de la producción. El resultado ha sido una marea de «racionalización» increíble, comparable en extensión a la que existió en la Alemania de los años 20. Los ejes principales de esa política han sido:
- más de 100 mil millones de marcos economizados gracias a reducciones de los gastos sociales y transferidos más o menos directamente a manos de los capitalistas, mediante reducciones masivas de impuestos;
- una serie de nuevas leyes que han sido adoptadas autorizando a las empresas a acumular enormes reservas totalmente libres de impuestos -por ejemplo la creación de compañías de seguros privadas en donde se acumulan fondos de inversión, producto en gran parte de especulaciones gigantescas.
El resultado es que hoy, el gran capital está «nadando en dinero». Mientras que a principios de los años 80, cerca de los dos tercios de las inversiones de las mayores empresas eran financiadas por préstamos bancarios, hoy las 40 empresas más importantes pueden financiar sus inversiones casi íntegramente con sus fondos propios, situación única en Europa.
Además de los medios financieros, el gobierno ha aumentado considerablemente el poder de los dirigentes de empresas sobre la fuerza de trabajo que emplean: flexibilidad, desregulación, jornada continua a cambio de una reducción mínima de la semana laboral.
No cabe duda de que la industria alemana está profundamente satisfecha del trabajo a ese nivel del gobierno Kohl durante los años 1980. A principios de 1990, el portavoz liberal de los industriales, Lambsdorff, anunciaba orgullosamente: «Alemania occidental es hoy el líder mundial de los países industrializados y el que menos necesita medidas proteccionistas»
Por ejemplo, mientras todos los demás países de la CEE (Comunidad Económica Europea) han adoptado medidas proteccionistas radicales contra las importaciones de automóviles japoneses, Alemania fue capaz de limitar el porcentaje japonés en el mercado alemán de automóviles a un poco menos del 20 % y, en términos de valor, exporta más automóviles a Japón que Japón a Alemania.
El plan de la burguesía alemana para los años 90 antes del derrumbe del Este
A pesar de esa fuerza relativa, se suponía que la onda de racionalización de los años 80 no era más que un comienzo. Ante una sobreproducción masiva, ante la perspectiva de la recesión, de la bancarrota del «tercer mundo» y de Europa del Este, estaba claro que los años 90 iban a ser los de la lucha por la supervivencia, y eso hasta para los países más industrializados. Y que esa supervivencia no podría hacerse más que a expensas de los demás países industrializados rivales.
Ante ese reto, Alemania occidental no está tan bien preparada como parece a primera vista.
- El sector de producción de medios de producción (maquinarias, electrónica, química) es temiblemente fuerte. En la medida en que Alemania no ha tenido nunca un mercado colonial cerrado, y en que es un productor clásico de medios de producción, creando constantemente su propia competencia, ese sector ha aprendido históricamente que la supervivencia no es posible sino a condición de estar siempre un paso delante de los demás.
- Alemania fue, inicialmente, mucho más lenta que Estados Unidos (EEUU), Gran Bretaña o Francia en desarrollar una producción masiva de bienes de consumo, y especialmente la industria del automóvil. Ésta se desarrolló esencialmente después de la segunda guerra mundial, con la apertura del mercado mundial a las exportaciones alemanas, mientras que al mismo tiempo, Alemania, al igual que Japón, estaba excluida en gran parte del sector militar, lo cual le permitió superar su atraso y convertirse en uno de los líderes mundiales del sector del automóvil Hoy, ante la sobreproducción absoluta (se estima que la industria occidental tiene, para 1990, una capacidad de producción excedentaria de ¡8 millones de automóviles!) y, con una competencia internacional cada vez más intensa en ese sector, la gran dependencia de Alemania de la industria del automóvil (cerca de 1/3 de los empleos industriales dependen directa o indirectamente de ella) anuncia hoy perspectivas realmente catastróficas para la economía alemana.
- El campo principal en el cual Alemania ha sufrido la derrota de la segunda guerra mundial es el sector de la alta tecnología, que fue desarrollado históricamente en relación con el sector militar del cual Alemania fue excluida. El resultado es que hoy, a pesar de su aparato productivo de lo más moderno, Alemania tiene un atraso masivo con respecto a EEUU y Japón en ese campo.
La perspectiva de los años 90 era, por consiguiente, reducir radicalmente la dependencia de la economía alemana de la industria del automóvil, no abandonando voluntariamente partes del mercado, claro está, sino desarrollando fuertemente el sector de la alta tecnología. De hecho la burguesía alemana está convencida de que en los años 90, o se impone entre las naciones líderes de la alta tecnología, al lado de EEUU y de Japón, o desaparece completamente como potencia industrial independiente de primera importancia. Esa lucha a muerte ha sido preparada durante los años 80, no solamente con la racionalización y la acumulación de inversiones enormes, sino también con la creación simbólica de la mayor empresa europea de alta tecnología, bajo la dirección de Daimler-Benz y de la Deutsche Bank. Se supone que Daimler y Siemens van a ser la punta de lanza de esa ofensiva. Esa tentativa de la industria alemana hacia la hegemonía mundial en los años 90 requiere:
- inversiones absolutamente gigantescas, dejando las de los años 80 pequeñas en comparación, e implicando una transferencia aun más masiva de ingresos de la clase obrera hacia la burguesía;
- la existencia de una estabilidad política a la vez internacionalmente (disciplina del bloque americano) y, en el interior, especialmente por parte de la clase obrera.
El derrumbe del Este: el objetivo de guerra alemán finalmente alcanzado
Después de la caída del muro de Berlín, el mundo imperialista tembló ante la idea de una Alemania unificada. No solamente en el extranjero sino en la misma Alemania, el SPD[1], los sindicatos, iglesia, la prensa, todos lanzaron advertencias contra un nuevo revanchismo alemán, peligro aparentemente presente con las ambigüedades de Kohl acerca de la frontera Oder-Neisse. La visión de una nueva Alemania que ponga en tela de juicio sus fronteras con los vecinos, siguiendo los pasos de Adolfo Hitler, no inquietan verdaderamente a la burguesía alemana. En realidad esas advertencias no hacen sino disfrazar la realidad de las cosas, a saber, que con la carrera hacia la Europa del 92 y el hundimiento del bloque del Este, la burguesía alemana ha alcanzado ya los objetivos que fueron la causa de dos guerras mundiales. Hoy, la burguesía alemana triunfante no necesita en absoluto poner en tela de juicio ninguna frontera porque es ella la potencia dominante en Europa. El establecimiento de una «Grossraumwirtschaft» (zona extensa de economía y de intercambio) dominada por Alemania, en Europa occidental, y de una reserva de mano de obra barata y de materias primas en Europa del Este, dominada también por Alemania, objetivos del imperialismo alemán, formulados desde antes de 1914, son hoy prácticamente una realidad. Es por eso que toda la bulla que se está armando en torno a la frontera Oder-Neisse no sirve en realidad más que para esconder la victoria real del imperialismo alemán en la Europa de hoy.
Pero una cosa debe estar clara: esa victoria del imperialismo alemán, cuyo mejor representante es el ministro liberal de asuntos exteriores, Genscher (y no los extremistas de derecha), no implica que Alemania pueda hoy dominar a Europa de la manera en que Hitler lo quería hacer. No existe actualmente ningún bloque europeo constituido y dirigido por Alemania, Mientras que en las primera y segunda guerras mundiales, Alemania se creía suficientemente fuerte para dominar a Europa de manera dictatorial, esa ilusión es imposible hoy. Si en aquella época, Alemania era el único país industrializado importante en el continente europeo (sin contar Gran Bretaña), hoy no es el caso (Francia, Italia...). La unificación alemana no aumentará más que de 21 a 24 % el porcentaje de Alemania en la producción de la CEE. Además, en la primera y segunda guerras mundiales, la tentativa alemana de dominación de Europa se hizo contando con el aislacionismo de EEUU; hoy el imperialismo americano está masiva e inmediatamente presente en el viejo continente y se esmerará en prevenir esas ambiciones. En fin, Alemania es hoy demasiado frágil militarmente y no posee armas de destrucción masiva. La formación de un bloque europeo no es posible, en las condiciones actuales más que si existe una potencia suficientemente fuerte como para someter a todas las demás. No es el caso hoy.
La victoria de Alemania: victoria pírrica
A diferencia de los años 30, la Alemania de hoy no es la «nación proletaria» (¡fórmula del KPD -Partido comunista- en los años 20!), excluida del mercado mundial e intentando trastornar las fronteras en torno suyo. Mientras no esté cortada del mercado mundial y del abastecimiento en materias primas, la burguesía alemana no tiene absolutamente ninguna ambición ni ningún interés en formar un bloque militar opuesto a EEUU. De hecho la Alemania de hoy es, en cierto modo, mas bien una potencia «conservadora» que ha «obtenido lo que deseaba» y que está más preocupada por «no perder lo que tiene». Y es verdad: Alemania es una potencia que tiene todas la de perder en el caos y la descomposición actuales. Su preocupación principal hoy es evitar que su victoria se transforme en catástrofe, una catástrofe que es muy probable.
El coste de la unificación
El coste de la unificación es tan gigantesco que pone en peligro la salud de las finanzas del Estado y la posición inmediata de Alemania en la competencia internacional. Es más que probable que los capitales que van a ser utilizados para la unificación, sean los mismos que estaban previstos para financiar la famosa imposición en el mercado de la alta tecnología, para alcanzar a EEUU y a Japón. En otras palabras, lejos de ser un refuerzo a ese nivel, la unificación podría muy bien ser, para la burguesía alemana, el factor de destrucción de sus esperanzas de seguir siendo una de las potencias industriales dominantes del mundo.
El coste de Europa del Este
Del mismo modo que tratará de erigir un nuevo «muro de Berlín» a lo largo de la línea Oder-Neisse para contener el caos del Este, es seguro que Alemania se verá obligada a invertir en los países limítrofes para crear una especie de «cordón sanitario» contra la anarquía total que se está desarrollando todavía más al Este. Claro, Alemania va a dominar y domina ya los mercados de Europa del Este. Sin embargo, es interesante notar que la burguesía alemana, lejos de saborear su triunfo, lanza gritos de alarma sobre los peligros que eso implica:
- peligro que la obligación de invertir en el Este acarree pérdidas de mercados occidentales, cuando son éstos mucho más importantes en la medida en que pagan al contado y son mucho más solventes;
- peligro de que disminuya el nivel técnico de la industria por el hecho que las mercancías que Europa del Este va a necesitar serán más simples y rudimentarias que las que exige el mercado mundial.
El coste de la desintegración del bloque USA
La desintegración del bloque occidental que pierde su razón de ser con la desaparición del bloque del Este, contiene el peligro, a largo plazo, de disgregación del mercado mundial que hasta ahora había sido mantenido y vigilado militarmente por la disciplina impuesta por EEUU. Esa eventualidad sería un desastre para Alemania occidental como nación exportadora líder y como principal potencia, junto con Japón, beneficiaria a nivel industrial del orden establecido después de la guerra.
El coste de toda fragilización del Mercado común europeo
El mercado europeo, y sobre todo el proyecto de la Europa del 92, están amenazados por la influencia creciente del «cada uno a lo suyo», por la voluntad de evitar compartir el coste de Europa del Este, las reacciones de Francia ante la pérdida del liderazgo frente a Alemania occidental que ocupaba en Europa, liderazgo que asumirá ahora Alemania sola.
Si la Europa del 92 (con lo cual entendemos el establecimiento de normas para la «liberalización» de los intercambios, de reglas para regir la batalla de todos contra todos, que favorecen siempre a los más fuertes, que no es lo mismo que los irrealizables «Estados Unidos de Europa») fracasara, y si el mercado europeo debiera desintegrarse, sería una catástrofe total para Alemania occidental, puesto que es ahí donde se encuentran sus principales mercados de exportación. Por eso es una fórmula incorrecta, a menudo utilizada por la prensa burguesa, el decir que Bonn, al conducir rápidamente la reunificación, puso en primer plano sus propios intereses en contra de los de la CEE. El interés particular de Bonn es la CEE. Fue la aceleración increíble del caos lo que la obligó a hacer la unificación inmediatamente
El desmoronamiento de la Unión Soviética
Mientras la URSS se mantenía todavía en pie, Europa del Este era, por un lado, un territorio enemigo y una amenaza militar para Alemania del Oeste, pero, por otro lado, una garantía de vecindad estable en la frontera oriental de Alemania. El caos terrible que se está desplegando hoy en la URSS es una preocupación de primer orden para EEUU, y de lo más inquietante para Francia y Gran Bretaña. Pero para la burguesía alemana, que está justo al lado, es una visión de pesadilla absoluta. En la nueva Alemania unificada, sólo Polonia la separará de la URSS. El ministerio de Asuntos Exteriores de Genscher vive con la pesadilla de guerras civiles sangrientas, de toneladas de armamentos y de centrales nucleares que explotan, de millones de refugiados de la Unión Soviética invadiendo Occidente, amenazando con destruir completamente la estabilidad política de Alemania. Para evitar ese «guión catastrófico», la burguesía alemana deberá asumir una responsabilidad importante para tratar de limitar la anarquía en la Unión Soviética, lo que representará también una carga económica enorme. Por ejemplo: el gobierno de Alemania occidental se ha comprometido a respetar y honrar todos los anteriores compromisos comerciales entre Alemania del Este y la Unión Soviética, promesa que es de inspiración política y que será respetada a regañadientes. Así como la ruptura de la CEE significaría la anulación de la victoria de los objetivos de guerra del imperialismo alemán (Grossraumwirtschaft), el desarrollo de una anarquía total en la Unión Soviética destruiría el segundo plan, el de una Europa del Este suministradora de materias primas baratas. Esto sería trágico para el capitalismo alemán, en la medida en que la Unión soviética es la única reserva disponible de materias primas no procedentes de ultramar y por lo tanto no dependientes de EEUU. Un ejemplo de los efectos de la anarquía del Este sobre las ambiciones del imperialismo alemán: uno de los proyectos preferidos de Gorbachov es la creación de una zona industrial libre de impuestos en Kaliningrado, a la que quiere convertir en el nuevo escaparate de Rusia hacia el Oeste. Tiene la intención de transferir alemanes del Volga hacia esa zona de la que fue antigua ciudad alemana con el nombre de Konigsberg, como medida estimulante suplementaria para atraer capitales alemanes. Así que se quiere hacer de Kaliningrado una ventana alemana hacia el Este, es decir, una «vía segura» para las materias primas procedentes de Siberia, evitando las repúblicas asiáticas de la Unión soviética. Hoy, el separatismo y el mini-imperialismo de las repúblicas del Báltico están sembrando desorden en esos planes. Ya Landbergis ha dejado que los lituanos reivindiquen Kaliningrado.
Las medidas de la burguesía alemana contra el caos y la descomposición
Ante la tremenda aceleración de la crisis, de las guerras económicas, de la descomposición, del hundimiento del Este, existe un peligro real:
- que el combate de la burguesía alemana para abrirse un camino en la lucha por la hegemonía en el mercado mundial contra EEUU y Japón, se de en condiciones mucho menos favorables;
- que Alemania pierda completamente su puesto privilegiado de «surfista» por encima de la ola de la crisis a expensas de sus rivales. Por el contrario, existe realmente el peligro de que la posición de Alemania se fragilice particularmente, como en los años 30, pero esta vez ante una clase obrera no derrotada;
- que la descomposición y el caos mundiales arruinen la famosa estabilidad política alemana.
La tendencia a la ruina económica total y al caos completo es históricamente irreversible. No obstante, toda tendencia tiene sus contratendencias, que en este caso no van a detener pero sí pueden frenar, o por lo menos influenciar momentáneamente el curso de ese movimiento, haciendo que no se desarrolle de la misma manera en todos los países. Es necesario examinar especialmente las medidas que la burguesía alemana está tomando para protegerse, La burguesía alemana- no es sólo la más poderosa de Europa en lo económico y una de las más ricas en experiencias amargas, sino que tiene también las estructuras políticas y estatales más modernas (por ejemplo, la modernidad política del Estado alemán comparado con el británico es tan marcada como su diferencia en lo económico). La burguesía alemana ha sido capaz de combinar sus «cualidades tradicionales» y todo lo que aprendió de su mentor americano a finales de los años 1940 (Alemania occidental es sin duda alguna, en muchos respectos, el país europeo más «americanizado»).
Unificar al mejor precio
A través de la unión monetaria, Bonn tiene la intención de dar a los alemanes del Este dinero del Oeste, pero tan poquito como sea posible, y así tener la justificación política para detener su venida hacia el Oeste. El objetivo es que la RDA asuma ella misma, lo más posible, la carga de la unificación, así como la CEE y, sobre todo (como veremos más adelante), la clase obrera del Este y del Oeste. Por lo demás, la burguesía alemana occidental trata de conservar exclusivamente para ella los aspectos más benéficos de esa unificación, es decir, fuentes de fuerza de trabajo increíblemente barata con las cuales podrá también ejercer presiones en los salarios del Oeste, o el acceso a las materias primas soviéticas y a la tecnología espacial gracias a los lazos históricos que la unen con las empresas de Alemania del Este.
Evitar la disgregación de la CEE
Si existe una tendencia hacia la disgregación de la CEE, también existen importantes contra-tendencias. Entre ellas:
- el interés imperioso de Alemania por evitarlo;
- el interés de los demás países europeos que viven con la obsesión de que les gane Japón. Aunque es cierto que hoy la tendencia es hacia el «cada uno por su cuenta», los gangsters tienden, a pesar de todo, a reagruparse para enfrentar a otros gangsters.
La Europa del 92 no es un nuevo bloque contra Estadas Unidos. Y seguramente no tiene ninguna posibilidad de serlo si los norteamericanos deciden sabotearla. Bonn está tratando actualmente de convencer a Washington de que Europa del 92 está esencialmente dirigida contra Japón, y no contra EEUU. La burguesía de Alemania occidental está convencida de que una de las bases principales de la gran competitividad japonesa en el mercado mundial es la cerrazón total del mercado interior japonés, y que los altos precios en el mercado interior japonés financian su dumping en el mercado mundial. Bonn proclama que si Japón se ve obligado, con medidas proteccionistas, a construir fábricas en Europa, no serán éstas más competitivas que las europeas, o al menos que las alemanas. El mensaje es claro: si Europa 92 puede servir para obligar a Japón a abrir su mercado interior, es posible vencer al gigante asiático. Además, Bonn subraya sin cesar que el mercado europeo, que será entonces el mercado unificado mayor del mundo, es el único medio que pueda permitir a EEUU colmar su gigantesco déficit comercial, es decir que Bonn propone un reparto germano-norteamericano del mercado europeo.
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Antes de las primera y segunda guerras mundiales, los marxistas alertaron a la clase obrera acerca de las matanzas por venir, y expresaron qué actitud debía adoptar el proletariado al respecto. Hoy nuestra tarea es alertar a los obreros contra la guerra mundial comercial que se ha desatado a una escala sin precedentes en la historia, y armarlos contra el peligro mortal del nacionalismo económico, es decir el tomar partido por su propia burguesía. El coste de esa guerra para la clase obrera será, sin lugar a dudas, terrible.
La unificación alemana y la posibilidad de una recesión brutal
Hemos mostrado hasta ahora las enormes implicaciones del caos y de la descomposición actuales para el capital alemán en la perspectiva de los años 90. Pero existe también una perspectiva inmediata, la de los efectos de la unión económica y monetaria especialmente. Esos efectos van a ser catastróficos para la clase obrera, y para la de Alemania del Este en especial.
Es difícil predecir las consecuencias inmediatas de la situación porque se trata de una situación inédita en la historia. Pero existe una posibilidad de que pueda permitir frenar temporalmente la tendencia de la economía mundial hacia la recesión, arruinando las finanzas del Estado alemán y agudizando aun más las contradicciones globales. La otra posibilidad que no se debe excluir, en vista de la gran fragilidad de la coyuntura económica mundial actual, es que los desórdenes monetarios y de las tasas de interés, el pánico de las inversiones y de las bolsas de valores que podrían suceder sean la gota de agua que haga derramar el vaso, hundiendo la economía mundial en una recesión declarada.
Lo que se puede decir con certeza es que la llegada del marco alemán a Alemania del Este va a provocar la pérdida de millones de empleos y la explosión de una pauperización masiva que, por su rapidez y su brutalidad, serán quizás sin precedentes en la historia del capitalismo para un país industrializado, fuera de un período de guerra. También es cierto que el coste incalculable de esas medidas drásticas no se puede conseguir sin presionar a los obreros de Alemania occidental... Los sistemas de subvención a los desempleados y de seguro social del Oeste, por ejemplo, se van a encontrar al borde de la insolvencia al tener que financiar al Este. Además, no existe absolutamente ninguna garantía de que se obtenga el principal objetivo político inmediato de la unión monetaria -evitar la venida de Alemanes del Este al Oeste-. Ante un mundo capitalista que se hunde, el dilema de la burguesía alemana occidental salta a la vista cuando se ve que la no realización inmediata de la unificación tendría seguramente efectos aun más desastrosos que la unificación. Lambsdorff no bromeaba cuando declaraba recientemente que si no se organizaban elecciones rápidamente en toda Alemania, se iría a la bancarrota, no solamente Alemania del Este sino también la del Oeste (se refería a la supervivencia de la burguesía estalinista de Alemania del Este que sueña con continuar sus cuarenta años de mala administración, pero financiada ahora directamente por el Oeste).
El desconcierto de la burguesía tras la caída del muro
Cuando cayó el muro, la burguesía se encontró desconcertada, sorprendida y dividida. Hubo una serie de crisis políticas:
- Genscher apoyaba -posición original- la pertenencia rápida pero separada de la RDA a la CEE, con lazos solamente federativos con Alemania occidental;
- Brandt tuvo que pelear entre bastidores para convencer al SPD sobre la posición a favor de la reunificación; una coalición regional y local SPD-CDU[2] fue necesaria para obligar a Kohl a poner fin a las leyes que incitaban a la emigración del Este, leyes útiles durante la guerra fría, pero que hoy conducen al desastre;
- Bonn tuvo que apoyar a la vez a los gobiernos de Krenz y de Modrow, en espera de colmar el vacío político;
- Bonn tuvo que cambiar su política inicial de ayuda económica vacilante, por la de unión
- la lucha del aparato de Estado estalinista de RDA por un puesto en la nueva Alemania causó una serie de crisis, desde la agravación de la inmigración hacia el Oeste, hasta los chantajes que hizo la Stasi («Staatssicheiheit», policía de Estado) a líderes políticos (no sólo del Este);
- las maniobras de Kohl en torno a la frontera Oder-Neisse causaron crisis internas y escándalos internacionales.
Ofensiva de estabilización hacia la unidad nacional
El primer eje de la ofensiva de estabilización fue el restablecimiento de la unidad de las corrientes burguesas dominantes. A pesar de todos los conflictos y del caos, se desarrolló muy rápidamente el sentimiento de que ese tipo de crisis histórica necesitaba cierto tipo de unidad nacional. Hoy existe un acuerdo real entre la CDU, el FDP y el SPD sobre los problemas fundamentales planteados por la apertura del muro: unificación rápida, unión monetaria inmediata (apoyada políticamente hasta por la Bundesbank, aunque la considere como suicida económicamente), política anti-inmigración con respecto al Este, permanencia en la OTAN (que integrará por etapas a la RDA), reconocimiento de la frontera Oder-Neisse.
Segunda fase de inestabilidad: la «digestión» de la RDA
El otro eje de la «estabilización» no hace sino desplazar el caos de un nivel a otro. La unificación precipitada no es posible sin cierto grado de caos. Provoca conflictos con las grandes potencias y amenaza con desestabilizar aun más a la URSS. Y la unión monetaria es una de las políticas más aventureras de la historia humana, quizás comparable a la ofensiva «Barbarroja» de Hitler contra Rusia. El destrozo económico de la industria de la RDA va a ser tan sangriento, el desempleo masivo tan elevado (algunos hablan de 4 millones de desempleados), que a lo mejor incluso va a fracasar el objetivo inmediato que tiene: detener la inmigración masiva hacia el Oeste. El remedio contra el caos conducirá probablemente... al caos.
A pesar de la oposición directa, especialmente de las «grandes potencias» europeas, a la perspectiva de unificación inmediata de Alemania después de la apertura del muro de Berlín, el proceso de unificación se ha ido acelerando, con el apoyo especial de EEUU (cuya fórmula de pertenencia de una Alemania unida a la OTAN sirve sobre todo para mantener la presencia americana en Alemania y en Europa, a expensas no sólo de Alemania, sino también de Gran Bretaña, de Francia y de la URSS), y eso a pesar del riesgo de una desestabilización aún mayor del régimen de Gorbachov y de la URSS. Por dos razones:
- todas las potencias principales están asustadas por el vacío creado en Europa central, vacío que sólo Alemania puede colmar;
- es el hundimiento de la URSS, que convierte automáticamente a Alemania en la potencia dirigente de Europa, lo que hace que desaparezca la obligación de Bonn de compartir la dirección de Europa occidental con Paris, etc. Por el contrario, es poco probable, y no ha sido comprobado, que la actual unificación alemana conduzca al fortalecimiento de Alemania como potencia principal. Económicamente, la unificación representa sin duda un debilitamiento, y todas las ventajas estratégico-militares serán probablemente más que contrarrestadas por los .efectos del caos del Este. Cuando comprendieron que la unificación no significaba ni mucho menos un fortalecimiento automático de Alemania, sus «aliados» lo aceptaron mejor.
Cronológicamente hablando:
- Después de la apertura del muro, hubo una explosión nacionalista en la burguesía alemana, desde Kohl a Brandt: «nosotros, alemanes, somos los mejores» etc., a pesar de las advertencias inmediatas de los más moderados (por ejemplo Lafontaine). El pánico, el terror y la envidia de los aliados fueron simbolizados por la oposición declarada a la unificación y la visita relámpago de Mitterrand a Berlín-Este y a Budapest, para asegurarse de que Francia obtendría una parte del botín.
- La burguesía está de vuelta en sus ilusiones estúpidas. Cuanto más se va dando cuenta Bonn de que «la manzana está envenenada», tanto más está obligada la burguesía alemana a comérsela cuanto antes, para evitar que crezca y se multiplique el caos. Ahora es Bonn quien tiene pánico y quien está furioso ante la nueva actitud de los aliados, que dejan a Alemania del Oeste sola con sus problemas y sobre todo con el coste de ese embrollo.
- Bonn logró convencer a los demás de que no puede encargarse solo del problema y que si no participan activamente, el resultado podría ser la desestabilización de toda Europa occidental.
Las elecciones venideras:
una tendencia a instaurar estructuras estabilizadoras
En Noviembre de 1989 habíamos notado que en la nueva situación la presencia del SPD en la oposición para controlar mejor a la clase obrera, ha dejado de ser una obligación para la burguesía, por el retroceso de la conciencia de clase provocado por los acontecimientos del Este, y que la continuación del gobierno Kohl-Genscher depende de la superación de sus divergencias. Ahora parece que esas divergencias no van a ser el centro de las elecciones (menos la extensión de la estabilidad, es decir la aplicación de las estructuras políticas de Alemania del Oeste a la RDA). La CDU sigue teniendo un poco más de fuerza que el SPD en una Alemania unida, el FDP sigue siendo el «factor de coalición», los Republicanos siguen fuera del Parlamento. No hay razón para pensar que un gobierno dirigido por Lafontaine sería fundamentalmente diferente del actual.
Un problema que se plantea es el de las tensiones y de las confusiones dentro del aparato político:
- rivalidades entre CDU y CSU en torno a su respectiva influencia en RDA;
- rivalidades entre el SPD y los estalinistas por el control de los sindicatos en RDA;
- divergencias fuertes en el partido de los Verdes sobre la unificación;
- desorientación en los izquierdistas, cuya mayoría se aferra al Estado de la RDA y al PDS (ex-SED, partido comunista) que ya nadie quiere ni en el Este (aparte de los principales funcionarios estalinistas), ni en el Oeste.
Por importantes que sean las tentativas de estabilización, nuevas oleadas de anarquía están ya a la vista:
- el hundimiento definitivo de la URSS ;
- la crisis económica mundial (después de la URSS, EEUU es probablemente el próximo gran barco que va a naufragar);
- las tensiones dentro de la OTAN.
Lucha de clases: la combatividad de la clase sigue intacta
Evidentemente, Alemania no es una excepción en el reflujo, particularmente de la conciencia, en la clase obrera. Al contrario:
- el reflujo comenzó en Alemania antes que en otras partes, desde 1988-89, y ya esencialmente por la situación en el Este;
- las propuestas de reducción de armamentos por Moscú provocaron ilusiones reformistas en torno a la idea de un capitalismo más pacífico
- la afluencia de cerca de un millón de personas por año procedentes del Este;
- la enorme campaña sobre la «derrota del comunismo», desde la matanza de Pekín;
- un impacto más profundo, por la proximidad del Este, de las ilusiones democráticas reformistas, pacifistas e interclasistas que pesan más que en cualquier otra parte. Las cuestiones de la unificación de las luchas y del cuestionamiento de los sindicatos, aunque hayan sido planteadas ya por las luchas de Krupp en Diciembre de 1987, fueron planteadas de manera menos fuerte que en otras partes y están pues hoy todavía más debilitadas.
Por otro lado, la combatividad, después de haber sufrido una parálisis momentánea bajo el impacto de la inmigración del Este, en vez de seguir retrocediendo después de la apertura del muro, como se hubiera podido suponer, ha vuelto a empezar a expresarse (como lo mostraron recientemente paros simbólicos durante las negociaciones sindicales). La ausencia de todo signo, por el momento, que indique que los obreros de Alemania occidental están dispuestos a aceptar sacrificios materiales por la unificación es el problema central de la burguesía. Parece más bien que sólo la idea ya hace desaparecer los últimos vestigios de patriotismo de las mentes de muchos obreros.
Crisis y unificación: balance de los años 80
La crisis juega un papel esencial para la unificación aun cuando la burguesía logra evitar que se concrete esta última en las luchas. La aparición, a principios de los años 80, del desempleo masivo, de «la nueva pobreza», a mediados de esos años, todo eso ha incrementado mucho el potencial de unificación. Pero su desarrollo es contradictorio y no lineal.
La ofensiva de modernización de los años 1980, el ataque más fuerte en Alemania desde los años 1920, ha transformado parcialmente el mundo del trabajo. El obrero industrial moderno tiene a menudo que controlar varias máquinas a la vez, tiene que responder a agotadoras exigencias de energía, de concentración, de calificación y recalificación permanente, etc., de tal modo que una parte creciente de la población se ve automáticamente excluida del proceso de producción (por edad avanzada, enfermedad, falta de fuerza mental para aguantar la presión, falta de calificación, etc.).
Eso explica en gran parte la paradoja de que exista por un lado, un desempleo masivo y, simultáneamente, millares de empleos vacantes en los sectores especializados. La anarquía es total. Millones de obreros están desempleados, no solamente porque no hay empleos, sino también porque no pueden responder a las increíbles exigencias actuales. Esa masa en constante aumento ya no es útil al capital como medio de presión sobre los salarios y sobre los trabajadores con empleo, así que no hay ninguna razón económica para mantenerlos en vida. Es así que se han aplicado medidas de lo mas radical en ese sector; por eso es por lo que en los años 80, Bonn decidió parar la construcción de viviendas sociales.
Los efectos inmediatos de la ofensiva de racionalización-modernización del capital alemán no sólo produjeron efectos positivos en la unificación de las luchas. También produjeron ciertas tendencias a la división entre obreros:
- entre quienes pueden todavía responder a los imperativos actuales de producción y que, a pesar del control de los salarios, tienen mas ingresos hoy que hace cinco años por la cantidad de horas extras que tienen que hacer (esto es válido seguramente para la mayoría de los obreros). Estos piensan que, por la falta actual de mano de obra calificada, el capital los necesita y eso favorece las ilusiones individualistas y corporativistas («nos podemos defender solos»);
- y quienes no pueden responder a esos imperativos, que se ven marginados y excluidos de la producción, que caen en una pobreza creciente y son a menudo las primeras victimas de la descomposición social (desesperación, droga, explosiones de violencia ciega -como el ejemplo de Kreuzberg en Berlín-), y que se sienten aislados del resto de su clase. En relación con eso (sin ser idéntico), se debe ver el fracaso de las luchas de los desempleados y su falta de conexión con los obreros activos.
La crisis y la unificación de las luchas en perspectiva
Entre los efectos más inmediatos del cambio histórico, cabe señalar:
- las ilusiones en un boom económico duradero como consecuencia de:
- la apertura de Europa del Este,
- la perspectiva de Europa del 92,
- una esperanza de paz, como consecuencia de la reducción radical de los gastos militares;
- el miedo a un nuevo empobrecimiento, por causa de la unificación de Alemania, lo que no acarrea solamente una radicalización sino también tendencias a la división de la clase obrera (Oeste contra Este);
- la unión monetaria duplicará al fin y al cabo la cantidad de desempleados en Alemania;
- un verdadera escabechina de empleos parece inevitable en los sectores en donde la el coste de los años 1990, los enormes programas de inversión, la anulación de las deudas impagables de los países de la periferia, etc., todo eso exigirá que el capital reduzca aún, más los ingresos de los proletarios;
- si la «racionalización» sigue al ritmo actual, a mediados de los años 90, millones de obreros se encontrarán en un estado de agotamiento total y de desgaste físico completo antes de los 40 años: es una amenaza que se cierne sobre fuerzas esenciales de la clase.
Las principales dificultades
para la unificación política de la clase obrera
El reforzamiento de la socialdemocracia, de los sindicatos, de la ideología reformista, del pacifismo, del interclasismo, nada de eso podrá ser superado ni fácil ni rápida ni automáticamente. Se necesitan:
- luchas repetidas;
- movilizaciones y discusiones colectivas;
- la intervención comunista.
Las lecciones de los últimos veinte años de crisis y de luchas no han desaparecido, pero se han vuelto menos accesibles, sumidas en una montaña de confusión. No es hora de complacencia; hay que sacar el tesoro a la superficie o, si no, la clase fracasará en su misión histórica.
El atraso del proletariado de RDA
Aunque la RDA haya formado parte de Alemania hasta en 1945, los efectos del estalinismo han sido profundamente catastróficos para la clase obrera. Existe un atraso fundamental que va aun más lejos que la falta de experiencia sobre la democracia, los sindicatos «libres», el odio violento al «comunismo». El aislamiento detrás del muro produjo en los obreros una verdadera «provincialización». La «economía de escasez» los llevó a considerar a los extranjeros como enemigos que «compran todo y nos dejan sin nada». El «internacionalismo» soviético y el aislamiento del mercado mundial estimularon un nacionalismo fuerte. Si en Alemania occidental, quizás un obrero de cada diez es racista, en RDA uno de cada diez no es racista. La economía burocrática acarreó una pérdida de dinamismo y de iniciativa, apatía y pasividad, siempre en la eterna «espera de órdenes», cierto servilismo (ni siquiera atenuada por un mercado negro floreciente como en Polonia). Y atraso técnico: la mayoría de los obreros ni siquiera están acostumbrados a usar teléfono. El estalinismo ha dejado a la clase profundamente dividida por el nacionalismo, los problemas étnicos, los conflictos religiosos, la delación (probablemente un obrero de cada cinco daba regularmente informaciones a la Stasi sobre sus colegas).
Es de alegrarse de que, cuando Alemania fue dividida después de la guerra, 63 millones de personas se encontraran en el Oeste y solamente 17 millones en el Este, y no el contrario.
El papel crucial de los obreros del Oeste;
la alternativa histórica sigue abierta
La inmensa ola nacionalista reaccionaria venida del Este se ha quebrado, hasta el momento, en la roca del proletariado de Alemania occidental. Con eso no queremos decir que la contrarrevolución haya obtenido, en el Este, una victoria irreversible. Pero si es todavía posible que participen en movimientos revolucionarios en el futuro, es porque los obreros del Oeste no se han dejado arrastrar al mismo terreno burgués que en el Este, que es tan eficaz como lo fue en España durante la guerra civil. La clase obrera de Alemania occidental ha mostrado que no tiene, por el momento, la misma afición nacionalista.
El obrero alemán occidental típico asocia hoy el nacionalismo con las derrotas de las guerras mundiales y con la pobreza más tremenda, y asimila por el contrario cierta prosperidad a la CEE, al mercado mundial, etc. Un empleo industrial de dos en Alemania depende del mercado mundial. Y hasta la inmigración masiva procedente del Este tuvo efectos notables de división solamente en los sectores débiles y no en los «batallones» principales de la clase. El proletariado sigue siendo una fuerza decisiva de la situación mundial. Por ejemplo, si la burguesía alemana, a pesar del coste increíble de la unificación, de la lucha en el mercado mundial, etc. debiera emprender una carrera hacia el rearmamento para convertirse en una superpotencia militar, el precio sería tan elevado que acarrearía probablemente una guerra civil. La clase obrera en los países industriales del Oeste sigue invicta, sigue siendo una fuerza que la burguesía debe tener en cuenta en permanencia.
No sabemos con certeza si la clase obrera podrá superar las dificultades actuales y restablecer su propia perspectiva de clase. Ni siquiera podemos consolarnos con la ilusión determinista según la cual «el comunismo es inevitable». Pero sí sabemos que el proletariado hoy no sólo tiene que perder cadenas; es su propia vida la que está amenazada. En cambio sigue teniendo un mundo que ganar y para eso, no es todavía demasiado tarde.
Weltrevolution - 8/5/90
[1] La CDU es el partido de derechas del actual canciller Kohl al que hay que añadir la CSU bávara. El FDP es el partido de centro-derecha (liberales) que sirve para hacer coaliciones con la derecha o la Izquierda según las necesidades. Hoy gobierna con la CDU-CSU; es el partido de Genscher. El SPD es el partido socialista, en la oposición. Su candidato para las próximas elecciones es O. Lafontaine. Los Republicanos son la extrema derecha (NDT).
[2] La economía no constituye automática e inmediatamente un incentivo favorable a la tendencia hacia la unificación de las luchas. Pero, a largo plazo, la recesión es una fuerza poderosa en favor de esa unificación, aunque la situación del capital mundial ya sea desastrosa incluso sin recesión declarada.