Editorial - El nuevo desorden mundial del capitalismo

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Editorial

El nuevo desorden mundial del capitalismo

«The new world (dis)order», así califica la prensa anglosajona al llamado «nuevo orden mundial» que Bush ha dejado en herencia a su sucesor. El panorama es aterrador. La lista de desdichas que abruman a la humanidad es larga. La prensa y la televisión lo dicen, pues resulta imposible ocultar los hechos y además si no lo contaran se desprestigiarían por completo. Además, lo que les importa precisamente es dar cuenta de unos acontecimientos trágicos que se van acumulando pero que no tendrían ninguna relación entre ellos, no tendrían, en su variedad, raíces comunes. En resumen, lo que les interesa cuando con tanta «libertad» nos hablan de todo lo que ocurre, es que no se vean las causas profundas de esos acontecimientos, o sea, el atolladero histórico en que está metido el capitalismo, su putrefacción. Eso es lo que relaciona la multiplicación de guerras imperialistas, la agravación brutal de la crisis económica mundial, los estragos que ésta provoca. Ser capaz de ver la íntima relación entre todas esas características del mundo capitalista de hoy, reconocer la influencia mutua en la agravación de cada una de ellas, significa poner al desnudo la barbarie sin límites a la que el capitalismo nos está arrastrando, el abismo sin fondo en el que hunde a la especie humana.
Reconocer el vínculo, la causa y la unidad entre esos diferentes elementos de la realidad del capital favorece además la toma de conciencia de los retos históricos que la humanidad tiene ante sí. Sólo existe una alternativa a la catástrofe irreversible. Es la de destruir la sociedad capitalista e instaurar otra radicalmente diferente. Sólo existe una fuerza social capaz de asumir esa tarea: el proletariado, el cual es a la vez clase explotada y clase revolucionaria. Sólo él podrá derrocar al capital, acabar con todas las catástrofes, hacer que surja el comunismo, una sociedad en la cual los hombre no se verán condicionados a lanzarse bestialmente a mutuo degüello y en la que podrán vivir sus contradicciones en armonía.

 

Poco peso tienen las palabras para  denunciar la barbarie y la multitud de  los mortíferos conflictos locales que salpican de sangre el planeta. Ni un sólo continente se salva. Y por mucho que se diga, esos conflictos no son el resultado de odios ancestrales que los harían fatales, inevitables, ni el resultado de una especie de ley natural según la cual el ser humano sería malo por definición, buscador ansioso de guerras y enfrentamientos. Este progresivo hundi­miento en la barbarie de las guerras impe­rialistas no se debe en absoluto a no se sabe qué sino natural. Es la plasmación del ato­lladero histórico en el que se encuentra el capitalismo. La descomposición que corroe la sociedad capitalista, la ausencia de perspectiva y de esperanza, si no es la de la supervivencia individual, en bandas armadas contra todos los demás, es la responsable de las guerras locales entre poblaciones que vivían muy a menudo en relativo buen entendimiento, poblaciones que llevaban conviviendo desde hace décadas o siglos.

La putrefacción del capitalismo es la responsable de los miles de muertos, de las viola­ciones y torturas, de las hambrunas y priva­ciones que afectan a las poblaciones, a mujeres, a hombres, jóvenes y ancianos. Es la responsable de los millones de refugiados aterrorizados, obligados a abandonar sus casas, sus aldeas y regiones y sin duda para siempre. Aquélla es responsable de la separa­ción de familias enlutadas, de los niños que enviados a otras partes suponiendo que así evitarán los horrores, las matanzas y la muerte, o el alistamiento forzado y a quienes ya nadie volverá a ver. Es responsable de la sima de sangre y venganzas que se ha abierto para largo tiempo entre pueblos, etnias, regiones, aldeas, vecinos, parientes. Es responsable de la pesadilla cotidiana en la que viven inmersos millones de seres humanos.

La descomposición del capitalismo es responsable también de la expulsión fuera de la producción capitalista, de toda producción, de cientos de miles de personas, mujeres y hom­bres, que por el ancho mundo se ven redu­cidos a hacinarse en los inmensos suburbios de las villasmiseria que rodean las megaló­polis. Quienes tienen más «suerte» logran a veces encontrar un trabajo sobreexplotado con el que intentar subalimentarse; los demás empujados por el hambre, obligados a pedir limosna, a robar, a dedicarse a tráficos de todo tipo, a buscar qué comer en los basureros, inexorablemente arrastrados a la delincuencia, a la droga y al alcohol, abandonan a sus hijos cuando no los venden todavía críos para trabajar como esclavos en las minas, en los incontables talleres, cuando no es para prosti­tuirlos desde la más tierna edad. ¿Con qué palabras decir esa multiplicación de raptos de niños a quienes se les extraen órganos, a aquél un riñón, al otro un ojo, a aquel los dos para la venta? ¿Cómo extrañarse después que semejante decrepitud moral y material, que afecta a millones de seres humanos, haya abastecido y siga abasteciendo cantidades de hombres, adolescentes, críos de 10 años listos para toda clase de horrores y bajezas, «libres» de todo tipo de moral, desprovistos de los valores más elementales, sin el menor respeto, para quienes la vida ajena vale menos que nada pues la suya propia no tiene el menor valor desde que nacieron, dispuestos a conver­tirse en mercenarios de cualquier ejército, guerrilla o banda armada, dirigida por cualquier jefezuelo, capo mafioso, general, sargento o caid, dispuestos a torturar a quien haga falta, a matar al primero que se ponga por delante, a violar, al servicio de la primera «limpieza étnica» que se presente y demás horrores.

Causa y responsable de tal creciente desbarajuste: el callejón sin salida histórico en que está metido el capitalismo.

La descomposición del capitalismo:
abono de guerras y conflictos locales

La descomposición del capitalismo es responsable de las aterradoras guerras que se pro­pagan como la pólvora por los territorios de la ex-URSS, en Tayikistán, en Armenia, en Georgia... Es responsable de la continuación interminable de los enfrentamientos entre milicias, ayer aliadas, en Afganistán, las cuales disparan a ciegas sus misiles, hoy una y mañana la otra, sobre Kabul. Es responsable de la continuación de la guerra en Camboya. Es responsable de la propagación dramática de las guerras y enfrentamientos interétnicos en todo el continente africano. Es responsable del resurgir de las «pequeñas» guerras entre ejércitos, guerrillas y mafias en Perú, Colombia, Centroamérica. Y si a la población le falta de todo, las bandas armadas, sean estatales o no, poseen existencias conside­rables de armas gracias a menudo al dinero del narcotráfico, en plena expansión mundial, que ellas controlan.

La descomposición del capitalismo es, en fin, responsable del estallido de Yugoslavia y del caos que en ella se ha instalado. Obreros que trabajaban en las mismas fábricas, que luchaban y hacían huelga juntos, contra el Estado capitalista yugoslavo, campesinos que cultivaban tierras vecinas, niños que iban a la misma escuela, muchas familas, fruto de matrimonios «mixtos», se ven hoy separados por un abismo de sangre, de matanzas, de torturas, de violaciones, de odio.

«Los combates entre serbios y croatas acarrearon unos 10 000 muertos. Los combates en Bosnia Herzegovina, varias decenas de miles (el presidente bosnio habla de 200 000), de los cuales 8000 en Sarajevo. (...) En el territorio de la ex Yugoslavia, se calcula en 2 millones la cantidad de refu­giados y de víctimas de la “limpieza étnica”»([1]).

Millones de mujeres, de hombres, de fami­lias, han visto sus vidas y sus esperanzas arruinadas, sin posible retorno. Sin ninguna otra perspectiva si no es la desesperanza o peor todavía, la venganza ciega.

Los antagonismos imperialistas agudizan los conflictos locales

Hay que denunciar con la mayor de las ener­gías las mentiras de la burguesía de que el período actual de caos sería pasajero. Sería el precio a pagar por la muerte del estalinismo en los países del Este. Nosotros, comunistas, afirmamos que el caos y las guerras van a seguir desarrollándose y multiplicándose. La fase de descomposición del capitalismo no va a ofrecer ni paz ni prosperidad. Muy al contra­rio, va a agudizar todavía más que en el pasado los apetitos imperialistas de todos los Estados capitalistas sean poderosos o más débiles. «Cada uno a por la suya» y «todos contra todos», esa es la ley que se impone a todos, pequeños o grandes. No hay ni un solo conflicto donde los intereses imperialistas estén ausentes. Al igual que la naturaleza, que como suele decirse no soporta el vacío, lo mismo le ocurre al imperialismo. Ningún Esta­do, sean cuales sean sus fuerzas, puede dejar abandonada a una región o a un país «a su alcance» so pena de ver cómo se apodera de ellos un rival. La lógica infernal del capi­talismo empuja inevitablemente a la inter­vención de los diferentes imperialismos.

Ningún Estado, sea cual sea, grande o pequeño, poderoso o débil, puede evitar la lógica implacable de las rivalidades y enfren­tamientos imperialistas. Lo que sencillamente ocurre es que los países más débiles, al pro­curar defender sus intereses particulares lo mejor que pueden, acaban alineándose, de grado o por la fuerza, en función de cómo evolu­cionan los grandes antagonismos mun­diales. Y así participan todos en la extensión devastadora de las guerras locales.

El actual período de caos no es pasajero. La evolución de los frentes imperialistas globales en torno a las principales potencias imperialistas del planeta, los Estados Unidos, claro está, pero también Alemania, Japón y, en menor medida, Francia, Gran Bretaña, Rusia([2]) y China, es la de seguir echando leña al fuego de las guerras locales. De hecho, es el corazón mismo del capitalismo mundial, especialmente las viejas potencias imperia­listas occidentales, el que está alimentando la hoguera de los enfrentamientos y de las guerras locales. Así ocurre en Afganistán, en las repúblicas asiáticas de la ex URSS, en Oriente Medio, en Africa (Angola, por ejemplo), en Rwanda, en Somalia, y, claro está, en ex Yugoslavia.

Yugoslavia o las dificultades crecientes del imperialismo americano
para imponer su liderazgo sobre las demás potencias

La ex Yugoslavia se ha convertido en punto central de las rivalidades imperialistas globales, el lugar en el cual, con la espantosa guerra que allí está desarrollándose, se cristalizan los principales choques imperialistas del período actual. El atolladero histórico en que se encuentra el capitalismo decadente, su fase de descomposición, es responsable del estallido de Yugoslavia (al igual que el de la URSS) y de la agravación de las tensiones entre los pueblos que formaban parte de ella. Pero son los intereses imperialistas de las grandes potencias los responsables del estallido y de la dramática agravación de la guerra. El reconocimiento de Eslovenia y de Croacia por Alemania provocó la guerra, como lo dice y repite, no sin segundas intenciones, la prensa anglosajona. Los Estados Unidos, pero tam­bién Francia y Gran Bretaña, animaron firmemente a Serbia, la cual no se hizo de rogar, a dar una corrección militar a Croacia. A partir de entonces, los intereses imperia­listas divergentes de las grandes potencias han sido determinantes en el incremento de la barbarie guerrera.

Las atrocidades perpetradas por unos y otros, especialmente la abominable «limpieza étnica» de la que son culpables las milicias serbias en Bosnia, son cínicamente utilizadas por la propaganda mediática de las potencias occidentales para justificar sus intervenciones políticas, diplomáticas y militares y ocultar sus intereses imperialistas divergentes. De hecho, tras los discursos humanitarios, las grandes potencias se enfrentan y mantienen encendida la hoguera mientras siguen haciendo de bomberos.

Desde que terminó la llamada guerra fría y desaparecieron los bloques imperialistas, la sumisión al imperialismo americano por parte de potencias como Alemania, Francia y Japón, por sólo citar a las más intrépidas, ha desapa­recido. Desde el final de la guerra del Golfo, esas potencias han venido defendiendo cada vez más sus propios intereses, poniendo en entredicho el liderazgo de EE.UU.

El estallido de Yugoslavia y la influencia creciente de Alemania en aquella zona, especialmente en Croacia, y por lo tanto en el Mediterráneo, significa un revés para la burguesía estadounidense en términos estraté­gicos([3]) y un mal ejemplo sobre sus capa­cidades de intervención política, diplomática y militar. Todo lo contrario de la lección que dio cuando la guerra del Golfo.

«Hemos fracasado» ha afirmado Eagel­burger, ex secretario de Estado de Bush. «Desde el principio hasta ahora, les digo que no conozco medio alguno para parar (la guerra) si no es el uso masivo de la fuerza militar»([4]). ¿Cómo es posible que el imperialismo americano, tan rápido para usar una impresionante armada contra Irak hace dos años, no haya recurrido hasta ahora al uso masivo de la fuerza militar?.

Desde el verano pasado, cada vez que los americanos estaban a punto de intervenir militarmente en Yugoslavia, cuando querían bombardear las posiciones y los aeropuertos serbios, sus rivales imperialistas europeos les ponían una oportuna zancadilla que frenaba la máquina de guerra norteamericana. En junio del año pasado el viaje de Mitterrand a Sarajevo hecho en nombre de la «ingerencia humanitaria», permitió a los serbios liberar el aeropuerto a la vez que salvaban la cara ante las amenazas de intervención de EEUU; el envío de fuerzas francesas y británicas entre los soldados de la ONU y su posterior reforza­miento, las negociaciones, después, del Plan Owen-Vance entre todas las partes en con­flicto, han ido desmontando las justificaciones y, sobre todo, han debilitado considerable­mente las posibilidades de éxito de una intervención militar estadounidense. Lo que sí han incrementado, en cambio, son los combates y las matanzas. Como así se ha visto cuando las negociaciones de Ginebra del Plan Owen-Vance, que aprovecharon los croatas para reanudar la guerra contra Serbia en Krajina.

Las vacilaciones de la nueva adminis­tración Clinton en el apoyo del Plan Owen-Vance, hecho en nombre de la CEE y de la ONU, ponen de relieve las dificultades ame­ricanas. Lee Hamilton, presidente demócrata del Comité de Asuntos exteriores de la Cámara de representantes, resume bien el problema al que está enfrentada la política imperialista de EEUU: «El hecho sobre­saliente aquí es que ningún líder está dispuesto a intervenir masivamente en la ex Yugoslavia con el tipo de medios que hemos utilizado en el Golfo para rechazar la agresión, y si no están dispuestos a intervenir de esta manera, tendrán ustedes entonces que arreglárselas con medios más débiles y trabajar en ese marco»([5]).

Siguiendo los consejos realistas de Hamilton, el gobierno de Clinton ha entrado en razón y ha acabado apoyando el Plan Owen-Vance. Igual que en una partida de póker, decidió acto seguido reanudar los convoyes humanitarios y mandar a su aviación a lanzar víveres en paracaídas a las poblaciones ham­brientas de Bosnia([6]). En el momento en que escribimos este artículo, los contenedores de alimentos lanzados «al paisaje» no han sido todavía encontrados...Por lo visto, los lanza­mientos «humanitarios» tienen tanta precisión como las bomas de la guerra «quirúrgica» en Irak. Lo que si han dado como resultado, en cambio, es que se haya reanudado la guerra en torno a las ciudades asediadas. El número de víctimas aumenta dramáticamente, los desmanes se multiplican, cada vez más ancianos, niños, mujeres y hombres se ven obligados a huir desesperadamente entre la nieve y el frío, bajo los bombardeos, los disparos de los «snipers» aislados. Lo que le importa a la burguesía americana es empezar a imponer su presencia en el terreno. Sus rivales no se engañan. «Ante el recrude­cimiento de los combates y a título humani­tario», claro está, las burguesías alemana y rusa ya hablan abiertamente de ­intervenir a su vez participando en el lanza­miento de víveres e incluso el envío de tropas al campo de batalla. La población podrá inquietarse aún más: sus penas distan mucho de haberse terminado.

El imperialismo lleva a los enfrentamientos militares

Todas las declaraciones de los dirigentes americanos lo confirman: Estados Unidos está obligado a hacer cada vez más uso de la fuerza militar. O lo que es lo mismo, a añadir leña al fuego de los conflictos y las guerras. Las cam­pañas humanitarias han sido la justificación de las demostraciones de fuerza que los EEUU han llevado a cabo en Somalia e Irak última­mente. Esas demostraciones «humanitarias» tenían como objetivo el reafirmar la potencia militar estadounidense ante el mundo entero y, por contraste, la impotencia europea en Yugoslavia. También tenían la finalidad de preparar la intervención militar en Yugoslavia respecto los demás imperialismos rivales (como ante la población norteamericana). Como ya hemos dicho, hasta ahora el resul­tado no ha estado ni mucho menos a la altura de las esperanzas de EEUU. En cambio, sí que continúan el hambre y los enfrentamientos militares entre fracciones rivales en Somalia. En cambio, sí que se están agudizando las tensiones imperialistas regionales en Oriente Medio y los kurdos y los shiíes siguen sopor­tando el terror de los Estados de la zona.

El incremento del uso de la fuerza militar por parte del imperialismo USA tiene la conse­cuencia de que sus rivales se ven arrastrados a desarrollar su fuerza militar. Así ocurre con Alemania y Japón, países que quieren cambiar sus constituciones respectivas, herencia de su derrota en 1945, que pone límites a sus capa­ci­dades de intervención militar. También tiene la consecuencia de la agudización de la riva­lidad entre EEUU y Europa. La formación del cuerpo de ejército franco-alemán ha sido ya una plasmación de esa agudización. En Yugoslavia, una verdadera controversia política se ha iniciado para saber si «la ingerencia humanitaria» debe realizarse bajo mado de la ONU o de la OTAN. De manera más general, «una situación crítica se está desarrollando entre el gobierno de Bonn y la OTAN»([7]), cosa que afirma también el antiguo presidente francés Giscard d'Estaing: «la defensa es el punto de bloqueo de las relaciones euro-norteamericanas»([8]).

La repugnante hipocresía de la burguesía no tiene límites. Todas las intervenciones militares norteamericanas o con tapadera onu­siana, en Somalia, Irak, Camboya, Yugos­lavia, se han hecho en nombre de la ayuda e ingerencia humanitarias. Y lo único que han acarreado es que se han incrementado el horror, las guerras, las matanzas, ha aumen­tado el número de refugiados que huyen de los combates, ha multiplicado la miseria y el hambre. Además han puesto de manifiesto agudizándolas todavía más, las rivalidades imperialistas entre pequeñas, medianas y sobre todo grandes potencias. Todas se ven acuciadas a desarrollar sus gastos de arma­mento, a reorganizar sus fuerzas militares en función de los nuevos antagonismos. Ese es el significado real del «deber de ingerencia humanitaria» que se otorga la burguesía, ésos son los resultados de las campañas sobre el humanitarismo y la defensa de los derechos del hombre.

La descomposición y las rivalidades imperialistas crecientes
son el resultado del atolladero económico del capitalismo

La razón básica del callejón sin salida en que está metido el capitalismo y que provoca la multiplicación y la horrible agravación de las matanzas imperialistas, es su incapacidad para superar y resolver las contradicciones de su economía. La burguesía es incapaz de resolver la crisis económica. Así presenta un economista burgués esa contradicción, expresando su preocupación por el futuro de los habitantes de Bangladesh:

«Incluso si, por no se sabe qué milagro de la ciencia [sic], pudieran producirse bas­tantes alimentos para que pudieran comer, ¿cómo encontrarían el empleo remunerado necesario para comprar esos alimentos?»([9]).

Para empezar, hay que tener más cara que espalda para afirmar semejantes cosas. Decir que hoy es imposible (sin un milagro, dice ese tipo) alimentar a la población de Bangladesh es indignante. Al mundo entero podría alimen­tarse hoy. Y de eso es el propio capital quien da la prueba, cuando incita y paga a los cam­pesinos de los países industriales para que autolimiten su producción y dejen en barbecho más y más tierras. No es desde luego una sobreproducción de bienes, especial­mente los nutritivos, respecto a las necesi­dades, sino, como el ilustre profesor de universidad citado (un inútil al no poder resolver la contradicción y un hipócrita pues hace como si no hubiera tal contradicción, como si no existieran hoy unas inmensas capacidades de producción) lo subraya, es una sobreproducción porque la mayoría de la población mundial no tiene la menor posi­bilidad de comprarla. Porque los mercados están saturados.

Hoy en día, el capitalismo mundial son millones de seres humanos que se mueren porque ni posibilidad tienen de procurarse alimentos, miles de millones están malnu­tridos mientras las principales potencias industriales, las mismas que gastan miles de millones de dólares en sus intervenciones militares imperialistas, a sus campesinos les imponen disminuir la producción. Ya no sólo es que el capitalismo sea un sistema brutal y asesino, es que además se ha vuelto totalmente absurdo e irracional. Por un lado, sobrepro­ducción que obliga a cerrar fábricas, a dejar baldías tierras de cultivo, a millones de obreros sin trabajo, por otro lado, millones de personas sin recursos y atenazados por el hambre.

El capitalismo no puede superar esa contradicción como lo hacía en el siglo pasado mediante la conquista de nuevos mercados. Ya no quedan mercados en el planeta. Tampoco puede el capitalismo, por ahora, meterse en la única perspectiva que pueda él «ofrecer» a la humanidad: una tercera guerra mundial, como así pudo hacerlo en dos ocasiones ya desde 1914, dos guerras mundiales con sus riadas de millones de muertos. Y no puede, primero porque han dejado de existir dos bloques constituidos, necesarios para semejante holocausto, desde que desaparecieron la URSS y el Pacto de Varsovia; por otro lado, la población, y muy especialmente el proletariado, de las principales potencias imperialistas de Occidente, no está dispuesta para tal sacrificio. Y así, el capitalismo se está hundiendo en una situa­ción sin salida pudriéndose en sus propias raíces.

En estas condiciones de atolladero histó­rico, las rivalidades económicas se agudizan tanto como las rivalidades imperialistas. La guerra comercial se agrava al igual que se agravan las guerras imperialistas. Y la descomposición de la URSS, etapa importante en el desarrollo dramático del caos general en el plano imperialista, también ha sido un acelerador importante de la compe­tencia entre las naciones capitalistas y muy especialmente entre las grandes potencias: «Con la desaparición de la amenaza soviética, las desigualdades y los conflictos económicos entre los países ricos son más difíciles de controlar»([10]). Por eso resulta impo­si­ble, hasta ahora, cerrar las negocia­ciones del GATT, por eso no cesan las querellas y las amenazas de proteccionismo entre EEUU, Europa y Japón.

El capitalismo está en bancarrota y la guerra comercial se ha desatado. La recesión hace estragos hasta en las economías más fuertes, Estados Unidos, Alemania, Japón, todos los Estados europeos. Ningún país está protegido contra ella. A cada uno la recesión obliga a defender con uñas y dientes sus intereses. Es un factor suplementario de tensiones entre las grandes potencias.

A partir de la descomposición del capi­talismo, del caos que le acompaña y, sobre todo, a partir de la explosión de la URSS, las guerras imperialistas se han vuelto más salvajes, más bestiales y al mismo tiempo más numerosas. Ningún continente se libra de ellas. Asimismo, hoy, la crisis económica toma un carácter más profundo, más irreversible que nunca, más dramático, y afecta a todos los países del globo. Uno y otro vienen a agravar dramá­ticamente la catástrofe generalizada que representa la supervivencia del capitalismo.

Cada día que pasa es una tragedia ­suple­mentaria para millones de seres humanos. Cada día que pasa es también un paso más hacia la caída irreversible del capitalismo en la destrucción de la humanidad. La alternativa es terrible: o caída definitiva en la barbarie, sin posible retorno, o revolución proletaria y apertura de una perspectiva de un mundo en el que los hombres vivirán en una auténtica comunidad. ¡Obreros de todos los países, listos para el combate contra el capitalismo!

RL
4/03/93

 

[1] Le Monde des débats, febrero de 1993.

[2] Después de haber visto el final de la URSS, ¿vamos a presenciar el de la Federación rusa?. En todo caso, la situación se está deteriorando rápidamente tanto en lo económico como en lo político. El caos despliega sus alas, la anarquía, las mafias, la violencia imperan, la recesión se instala, la miseria y la desesperación se hacen cotidianas. Yeltsin parece no gobernar nada, con un poder debilitado y puesto en constante entredicho. La agravación de la situación en Rusia tendrá inevitables consecuencias a nivel internacional.

[3] El interés directamente económico, el apoderarse de un mercado particular, es algo cada día más secundario en el desarrollo de las rivalidades imperialistas. El control de Oriente Medio, y por lo tanto del petróleo, por Estados Unidos, corresponde más a un interés estratégico respecto a otras potencias rivales, Alemania y Japón especialmente, las cuales dependen de esa región para su abastecimiento, que a los beneficios financieros que pudieran sacar de ese control.

[4] International Herald Tribune, 9/02/93.

[5] International Herald Tribune, 5/02/93.

[6] En el momento en que redactamos este artículo, el atentado del World Trade Center de Nueva York no ha sido todavía elucidado. Es muy probable que sea el resultado de agudización de las rivalidades imperialistas. Puede que sea obra de un Estado que intenta presionar en la clase dominante americana (como así ocurrió con los atentados terroristas de septiembre de 1976 en París), puede que sea una provocación. En cualquier caso, el crimen es utilizado por la burguesía americana para crear un sentimiento de miedo en la población, para que ésta cierre filas en torno al Estado y para justificar intervenciones militares en el futuro.

[7] Die Welt, 8 de febrero de 1993.

[8] Le Monde, 13 de febrero de 1993.

[9] M.F. Perutz, de la Universidad de Cambridge citado por el International Herald Tribune, 20/02/93.

[10] Washington Post, citado por International Herald Tribune, 15 febrero de 1993.