La burguesía mexicana en la historia del imperialismo

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La burguesía mexicana en la historia del imperialismo

Diferentes factores, como formar de hecho una reserva de materias primas (materiales, petróleo) y especialmente su situación geográfica -una larga frontera con Estados Unidos- le confieren a México una importancia particular dentro de las relaciones imperialistas: constituye una “prioridad” para la seguridad de la primera potencia mundial. En un artículo sobre el Tratado de Libre Comercio[1], ya señalábamos que el Tratado tiene como objetivo fundamental preservar la estabilidad de México (y más allá la estabilidad de toda América latina vía la “iniciativa de las Américas”), pues toda situación de conflictos sociales, caos o guerras, repercutiría sobre Estados Unidos. Al mismo tiempo se trata, para EE.UU., de evitar que alguna burguesía latinoamericana coquetee con alguna otra potencia, como Alemania o Japón. Pero aún más centralmente, garantizar un gobierno estable, sin demasiados desórdenes, un gobierno que sea además aliado incondicional, al sur de sus fronteras (y también al norte, con Canadá) es una prioridad para la burguesía de Estados Unidos. Es evidente que la clase capitalista de México se halla alineada con la de Estados Unidos. Sin embargo, a la vista de la situación en otros países, incluso de América Latina, donde los gobiernos cuestionan, en mayor o menos grado, su fidelidad hacia Estados Unidos, donde las burguesías se inclinan más hacia Alemania (o hacia Japón), o donde se desgarran internamente, provocando crisis políticas que cimbran la unidad del Estado capitalista, deberíamos preguntarnos: ¿podríamos en México llegar a presenciar una situación de desestabilización o aún de cuestionamiento al dominio estadudinense similar al que ocurre en otros países o, por el contrario, México es, para los Estados Unidos, un terreno cien por cien “asegurado”?.

El ascenso de los Estados Unidos, en las últimas décadas del siglo pasado, significó ir obteniendo sobre los países de América Latina un dominio económico y político completo. Pero este dominio no ha estado exento de disputas y dificultades. De hecho, la aplicación de la llamada “doctrina Monroe” según la cual “América es para los americanos” (esto es: América Latina es para la burguesía de Estados Unidos) significó, primero la liquidación, a principios de siglo, de la influencia de las viejas potencias que a lo largo del siglo XIX había sido predominante en América Latina, de Inglaterra en primer lugar. Posteriormente, en la primera mitad del siglo XX, la lucha contra quienes intentaban apoderarse de un pedazo del pastel americano, principalmente Alemania. Finalmente, después de la Segunda Guerra mundial, Estados Unidos tuvo que lidiar con los intentos desestabilizadores de la URSS. A lo largo del siglo, las crisis políticas que han sacudido a los países de América Latina: cambios violentos de gobiernos, asesinatos de gobernantes, golpes de Estado y guerras, han tenido como telón de fondo –cuando no como causa fundamental– esas rebatingas. La actitud de las burguesías de América Latina no puede calificarse en sentido alguno como pasiva, sino que, buscando sacar el mejor provecho, han tomado partido y en más de una ocasión, respaldadas por las demás grandes potencias, han cuestionado más o menos seriamente la supremacía estadounidense, aunque por supuesto sin alcanzar a sacudírsela nunca. México es una ilustración patente de esto que decimos.

La llamada “Revolución mexicana” o de dónde proviene la “fidelidad” de la burguesía mexicana

Uno de los resultados más importantes –por no decir el más importante– de la guerra de 1910-1920, la llamada “Revolución mexicana”, fue el debilitamiento definitivo de la burguesía nacional que había crecido a la sombra de las viejas potencias, y su sustitución por una “nueva burguesía” aliada incondicional y sumisa a los Estados Unidos. En efecto, durante la segunda mitad del siglo XIX, y especialmente durante la era de 30 años de Porfirio Díaz, se había desarrollado un agresivo y pujante capital nacional (en la minería, ferrocarriles, petróleo, textiles, etc., así como el comercio y las finanzas) bajo la influencia de países como Francia e Inglaterra. La burguesía mexicana de ese tiempo veía con preocupación el avance y las pretensiones de los Estados Unidos hacia América latina y México en particular, y trataba de contrarrestarlo abriendo las puertas a otras potencias, con la vana esperanza de que, al multiplicar las inversiones y las influencias políticas provenientes de Europa ninguna potencia pudiera predominar.

Sin embargo, a la vuelta del siglo, la feroz dictadura de Díaz empezaba a agrietarse. La forma de dictadura militar del Estado capitalista quedaba ya estrecha para el desarrollo económico alcanzado, y algunos factores empujaban hacia una modificación de ésta, lo que se expresaba en el fraccionamiento de la clase capitalista en una lucha por la sucesión del gobierno del ya viejo Díaz; en especial, una pujante fracción de capitalistas-terratenientes del norte aspiraba a ocupar un papel predominante, de acuerdo con su poder económico, en el gobierno. A la vez se agudizaba un profundo descontento entre las clases trabajadoras del campo (peones de hacienda por todo el país, rancheros del norte, comuneros del sur...) y entre el joven proletariado industrial, que no soportaban ya la despiadada explotación. Estos factores produjeron una conmoción social que llevó a 10 años de guerra interna, aunque, al contrario de lo que dice la historia oficial, ésta no constituyó una verdadera revolución social.

La guerra en México de 1910-20 no fue, en primer lugar, una revolución proletaria. El proletariado industrial, joven y disperso, no constituyó una clase decisiva durante ella. De hecho sus intentos de rebelión más importantes, la ola de huelgas de principio de siglo, había sido completamente aplastada en la víspera. En la medida en que algunos sectores proletarios participaron en la guerra, lo hicieron como furgón de cola de alguna fracción burguesa. En cuanto al proletariado agrícola, sin la guía de su hermano industrial y aún muy atado a la tierra, quedó integrado en la guerra campesina.

A su vez, la guerra campesina tampoco constituía una revolución. La guerra en México volvió a demostrar por enésima ocasión que el movimiento campesino se caracteriza por carecer de un proyecto histórico propio, y sólo puede terminar liquidado o ser integrado en el movimiento de las clases históricas (la burguesía o el proletariado). En México, fue en el sur donde el movimiento campesino adquirió su forma más “clásica”, donde las huestes campesinas, que aún conservaban sus antiguas tradiciones comunitarias, se lanzaron a la destrucción de las haciendas porfiristas, pero una vez que recuperaban la tierra abandonaban lar armas, y nunca lograron constituir un ejército regular ni un gobierno capaz de controlar por algún tiempo las ciudades que tomaban. Estas huestes fueron combatidas tanto por el viejo como por el nuevo régimen “revolucionario” que surgió de la guerra, y finalmente fueron cruelmente derrotadas. Destino parecido tuvo la guerra de rancheros del norte, cuya táctica de toma de ciudades mediante asaltos de caballería, propia del siglo anterior, fue efectiva contra el ejército federal porfirista, pero fracasó estrepitosamente frente a la moderna guerra de trincheras, alambre de púas y ametralladoras del ejército del nuevo régimen. La derrota de los campesinos (comuneros del sur y rancheros del norte) se saldó con la recuperación de las tierras por los antiguos hacendados y la formación de nuevos latifundios en los primeros años del nuevo régimen.

Finalmente, esa guerra no podría considerarse siquiera como una revolución burguesa. No dio lugar a la formación del Estado capitalista pues éste ya existía, y solamente sustituyó una forma de este Estado por otra. Su único mérito fue el haber sentado las bases para una adecuación de las relaciones capitalistas en el campo, con la eliminación del sistema de “tiendas de raya”, qua ataban a los peones a las haciendas e impedían, por tanto, el libre movimiento de la fuerza de trabajo (si bien, en general, las relaciones de producción capitalistas existían ya plenamente, se desarrollaban aceleradamente y eran predominantes desde antes de la guerra).

La mano de las grandes potencias en la Guerra de México

Pero la así llamada “revolución mexicana” no agota su contenido en el conflicto social interno. Queda inscrita también, de lleno, en los conflictos imperialistas que sacudieron al mundo a principios de siglo, que llevaron a la Primera Guerra mundial (1914-18), y a un cambio en la hegemonía de las grandes potencias, que llevó al frente de las potencias imperialistas a Estados Unidos. De hecho, la sucesión de gobernantes, que va desde la caída de Díaz, el gobierno y asesinato de Madero, el gobierno y expulsión de Huerta, y el gobierno y asesinato de Carranza, que son “explicados” por la historia oficial como una sucesión desventurada de hombres “malos” y “buenos”, “traidores” y “patriotas”, puede explicarse mucho más lógicamente por la lucha entre las grandes potencias por el predominio económico y político en México vía el control del gobierno, y por el partido que tomaron los diferentes gobernantes y sus virajes, a veces de vuelta entera respecto a esas pugnas. Más concretamente, detrás de esos trastrocamientos, encontramos a los Estados Unidos esforzándose por el establecimiento en México de un gobierno partidario y supeditado a sus intereses[2].

Así, el agrietamiento y la caída del gobierno de Díaz fue impulsada activamente por Estados Unidos, que apoyaba a las fracciones de capitalistas-hacendados norteños (encabezada por Madero), con miras a lograr concesiones económicas y políticas, y a debilitar la influencia de las potencias europeas. Sin embargo, Madero no buscaba, ni violentar en favor de los EE.UU. el “equilibrio” de fuerzas entre las diferentes potencias que Díaz siempre había buscado, ni mejorar realmente la situación de las clases explotadas... así que Madero, a la vez que prendió la chispa para el estallamiento de las rebeliones campesinas, se volvió un obstáculo a los ojos de EE.UU., que entonces respaldaron la conspiración de Huerta para asesinarlo y hacerse del poder.

Luego, Huerta trató, inútilmente, utilizar para su provecho las pugnas entre las grandes potencias, y terminó abandonado de la gracia de todas. Paralelamente, el movimiento campesino alcanzó su apogeo y Huerta también fue derrocado. Simultáneamente estalla, en Europa, la Primera Guerra mundial, y a partir de aquí empieza a influir en la situación en México el interés de otra potencia: Alemania.

Alemania disputa a las otras potencias un lugar en la arena imperialista por el reparto del mundo, a la que ella había llegado tarde. Respecto a México, tenía algunos intereses económicos, pero no era lo principal. Alemania entendió la importancia estratégica de México y trató de aprovechar al país como medio de obstaculizar a los Estados Unidos. Primero con Huerta y, posteriormente, con mayor decisión aún, con Carranza, los servicios diplomáticos y secretos alemanes actuaron tratando de provocar un conflicto armado entre Estados Unidos y México. Con ello Alemania intentaba desviar los esfuerzos guerreros de Estados Unidos que ya suministraba armas a las potencias “aliadas” y se preparaba para entrar en la guerra. En el extremo, la burguesía alemana llegó a soñar con una alianza Japón-México-Alemania, que pudiera enfrentar a Estados Unidos en América... pero en ese tiempo Japón se hallaba más preocupado en apoderarse de China, y no se sentía lo suficientemente fuerte para retar a los Estados Unidos. Finalmente, los “aliados” logran desbaratar las conjuras de Alemania. Posteriormente, al comprender la cercanía de su derrota, Alemania dio un viraje en su política y, mediante convenios económicos, intentó mantener una cierta influencia en México, a la espera de mejores tiempos.

Los principios de los años 20, terminada la Primera Guerra mundial y apagada la guerra interna, encontraron a México con una nueva burguesía en el poder, cuyos capitales “originarios” provenían de los botines de guerra. Con el dominio ascendente de los Estados Unidos por todo el continente y la influencia de las viejas potencias, Inglaterra y Francia, en franco retroceso, si bien no liquidada del todo. Por ejemplo, Inglaterra aún disputó por dos décadas más el control del petróleo a los EE.UU. Y los gobiernos “emanados de la revolución” posteriores al de Carranza (que, por cierto, también terminó asesinado) ya no volvieron a cuestionar la supremacía del vecino del norte.

Sin embargo, la vieja burguesía de la época porfirista, aunque profundamente debilitada, no fue destruida del todo. Y antes de aceptar que tenía que adaptarse a la nueva situación y que no tenía más remedio que convivir y aún fusionarse con la “nueva”, algunos de sus sectores aún tuvieron fuerzas para cuestionar el nuevo gobierno.

La Guerra de los “Cristeros”

El ajuste de cuentas no liquidado del todo entre las dos partes de la burguesía nacional que quedaron al final de la guerra de 1910-1920, significó una nueva y sangrienta guerra entre éstas, entre 1926 y 1929 que abarcó los Estados del Centro-Occidente de la república (Zacatecas, Guanajuato, Jalisco, Michoacán), en la que, nuevamente, los campesinos fueron la carne de cañón. Para el tema de la influencia que las grandes potencias han ejercido sobre México, es de lo más interesante constatar que la fracción “vieja” recibió nuevamente un apoyo, más o menos velado por parte de algunos sectores del capital europeo (de España, Francia y Alemania) vía... la Iglesia católica romana. De hecho, esta fracción tenía como consigna la “libertad religiosa” que supuestamente conculcaba el “régimen revolucionario” (en realidad lo que hacía éste era seguir arrebatando cotos de poder económico a la fracción “vieja”, dentro de la que se incluía la iglesia católica). Y detrás de esa consigna se hallaba la ideología del sinarquismo. Detrás del grito de “Viva Cristo Rey” (de allí proviene el mote despectivo de “cristeros”) del ejército irregular de la vieja fracción burguesa, se hallaba toda la concepción de la búsqueda de un nuevo “reino mundial” encabezado por las viejas potencias (Francia, Alemania, Italia, España...), antecedente ideológico, como se podrá ver del... fascismo europeo de los años 30. Así nuevamente encontramos detrás de un conflicto interno un intento de desestabilizar el país por parte de capitales (o al menos sectores de éstos) europeos que, años más tarde, volverían a enfrentar en el terreno militar a los EE.UU. Los cristeros fueron derrotados, y la fracción “vieja” del capital no tuvo más remedio que mimetizarse, fundirse con la otra, y enterrar sus aspiraciones “proeuropeas”. Los gobiernos de los años 30-40 sirvieron la mesa a los Estados Unidos, haciendo de México un proveedor de materias primas durante la Segunda Guerra mundial. Tal fue el sentido no sólo del gobierno de Avila Camacho quien llegó a “declarar la guerra” contra las Potencias del Eje, sino también del gobierno de su antecesor y elector (en México, el presidente es decisivo en la elección de su sucesor) : Lázaro Cárdenas, general destacado en la guerra contra los cristeros, cuya mítica “expropiación del petróleo” en 1938 condujo, fundamentalmente, a la expulsión definitiva de las compañías petroleras inglesas y a que México se convirtiera en una reserva del energético exclusiva de los Estados Unidos.

El paréntesis del bloque imperialista estalinista

El final de la Segunda Guerra mundial (1945) abrió lo que podríamos llamar un “paréntesis” histórico en la disputa del mundo que han sostenido Estados Unidos y Alemania a lo largo del siglo. Durante más de 40 años, el imperialismo ruso disputó la supremacía mundial al imperialismo estadounidense[3]. La formación de un nuevo juego de bloques encontró a los viejos enemigos del mismo lado, a Alemania del mismo lado que los Estados Unidos.

Respecto a América Latina, Estados Unidos reforzó su dominación económica y política, a pesar de los intentos de intervención de la URSS en la región (vía algunas guerrillas y el coqueteo con gobiernos “socialistas”), los cuales, sin embargo, dada la debilidad relativa de la URSS no fueron, excepción hecha de Cuba[4], más allá de intentos de desestabilizar la región, muy semejantes, por lo demás, a los intentados en otras épocas por Alemania.

Sin embargo, este paréntesis se cerró, a la vuelta de la presente década, con el derrumbe del bloque imperialista del Este, la disolución del bloque occidental y el despedazamiento de la URSS. Y, al contrario de lo que dice la propaganda de los medios de difusión, este acontecimiento no marcó el fin de las pugnas entre las grandes potencias, el “fin de la historia”, o algo parecido.

Las relaciones imperialistas constituyen hoy una maraña de desestabilización, caos y guerras que cubre absolutamente todo el mundo. Ningún país, por grande o pequeño que sea, escapa al siniestro juego de las pugnas imperialistas, y especialmente a la que gira en torno a las dos grandes potencias, rivales de todo el siglo : Estados Unidos y Alemania. En medio del “nuevo desorden mundial”, despuntan las tendencias a la formación de un nuevo par de bloques imperialistas, teniendo como eje a esas dos potencias, alrededor de las cuales se polarizan todos los demás países, en la que los aliados de ayer vuelven a ser hoy enemigos, en un torbellino sin freno donde el caos no hace sino alimentar dichas tendencias, mientras éstas multiplican a su vez el caos. Y México no escapa, en modo alguno, a esta dinámica de las relaciones capitalistas mundiales.

México ¿“Siempre fiel”?

Tratemos de responder ahora la pregunta que nos hacíamos al principio de este artículo respecto a “fidelidad” que ofrece la clase capitalista mexicana a la estadounidense. La burguesía de Estados Unidos se ha asegurado de la fidelidad de la burguesía mexicana a lo largo de siete décadas, y seguramente lo seguirá haciendo, en términos generales.

Subsiste, no obstante, no digamos una “fracción” (lo que implicaría ya una grieta profunda en el capital, lo que no es el caso), pero sí algunos sectores del capital mexicano que tradicionalmente nunca se conformaron con el dominio casi exclusivo de Estados Unidos. Estos sectores, si bien relativamente minoritarios, fueron aún capaces de llevar a uno de sus hombres a la silla presidencial, como fue el caso, en los años 60, del presidente Díaz Ordaz. Claro que esto fue posible sólo en una época en que las rivalidades entre “proeuropeos” y “proamericanos” se hallaban en un plano secundario ante el “enemigo principal” que constituía el imperialismo ruso, y existía una alianza entre Europa Occidental y Estados Unidos.

En adelante, ya no ocurrirá algo semejante. Estados Unidos buscará la garantía de una fidelidad absoluta por parte del ejecutivo mexicano, de evitar cualquier “error” que pudiera llevar al poder a un representante de los sectores más inclinados hacia las potencias del Viejo Continente.

A pesar de ello, podemos esperar que esos sectores minoritarios, ilusionados con el empuje de Alemania, empiecen a asomar la cabeza, a agitarse, “protestar” y “exigir”, creándole algunos problemas adicionales al gobierno proamericano. Y asimismo, podemos esperar que los rivales de Estados Unidos aprovechen a esos sectores no para disputarle México, pero sí para crearle inestabilidad social en su “patio trasero”, bajo el principio que de todo lo que obstaculice y obligue a desviar recursos (económicos, políticos, militares) a los Estados Unidos, es un paso que le pueden sacar de ventaja.

Signos de lo que decimos podemos ya observarlos, por ejemplo:
– en la reanimación en los últimos meses de los herederos del sinarquismo (el Partido Demócrata Mexicano, y otras agrupaciones afines);
– en la escisión del Partido Acción Nacional –nada menos que la segunda fuerza electoral del país–, une parte de la cual decidió aliarse al gobierno de Salinas, mientras la otra, en la que por cierto quedaron sus “líderes históricos”, decidió formar otro partido, que se acerca ideológicamente a los sinarquiítas;
– es significativa también, la pugna en el interior de la Iglesia Católica, entre una parte que busca conciliar con el gobierno y otra que le ataca constantemente desde los púlpitos;
– y, en fin, como remate, no es casual el resurgimiento, impulsado desde el Vaticano (el cual, según los indicios, se acerca a Alemania), de los actos de reivindicación a “Cristo Rey” y los “cristeros” : manifestación religiosa en Guanajuato en el cerro que simboliza el movimiento cristero, presidida por el gobernador (miembro del PAN) ; manifestación en la Ciudad de México para celebrar la beatificación reciente por el Papa de una treintena de mártires de la guerra de los cristeros...

Remarquemos: Los sectores minoritarios del capital partidarios de una actitud “antinorteamericana” y por ello “proeuropa” no pueden cuestionar la supremacía de Estados Unidos en México, pero seguramente sí podrán crear problemas, de menor o mayor gravedad. Con el tiempo lo veremos.

¿Debe el proletariado tomar partido por una u otra parte de la burguesía?

Para la clase obrera es vital comprender que sus intereses nada tienen que ver con las pugnas imperialistas. Que no tiene nada que ganar apoyando a una fracción burguesa contra otra y sí todo que perder. Dos guerras mundiales por el reparto del mundo entre los diferentes bandidos imperialistas no han dejado para la clase obrera más que decenas de millones de muertos. En México, también, la guerras burguesas de 1910-1920 y de 1926-1929, sólo han dejado para los clases trabajadores un saldo de millones de muertos y un reforzamiento de las cadenas de opresión.

El proletariado debe estar conciente de que, tras los llamados a defender la “patria” o la “religión”, se oculta la intención de arrastrar a los trabajadores a defender intereses que no son los suyos, incluso a matarse entre sí, en aras de los intereses de sus propios explotadores.

Estos llamados seguramente irán aumentando de tono, hasta volverse aturdidores, a medida que la burguesía se vea cada vez más urgida de carne de cañón para sus pugnas y guerras.

El proletariado debe rechazar esos llamados, y por el contrario, debe oponerse a la continuación de las pugnas imperialistas, levantando su lucha de clase, única vía para llegar a terminar definitivamente con el sistema capitalista, el cual no ofrece ya más que caos y guerras a la humanidad.

Leonardo
Julio 1993


 

[1] Revolución mundial, no 12 : «TLC: el gendarme del mundo asegura su traspatio».

[2] El libro de F. Katz, La guerra secreta en México, es un estudio muy completo y revelador del grado de injerencia de las grandes potencias en la “revolución mexicana”. De éste tomamos gran parte de la información que presentamos.

[3] No podemos aquí volver sobre nuestra concepción acerca del estalinismo. Al respecto, recomendamos la lectura de nuestro Manifiesto del Noveno Congreso de la CCI y nuestra Revista internacional.

[4] Respecto a Cuba puede leerse Revolución mundial, nos 9 y 10.

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