Hacia una nueva tormenta financiera

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Hacia una nueva tormenta financiera

El enorme esfuerzo de endeudamiento realizado por los Estados de las principales potencias para luchar contra la recesión está haciendo temblar el monstruoso e inestable sistema financiero internacional. La anémica “reactivación” anunciada, que tenía que venir a aliviar la agravación de las condiciones de existencia de los proletarios, se ve, una vez más, comprometida.

La recesión en que se hunde el capitalismo mundial desde principios de los años 90 ha hecho conocer a la clase obrera la peor degradación de sus condiciones de existencia desde la Segunda Guerra mundial. Los gobiernos anuncian sin embargo “el fin de la recesión”. Predicen, como siempre, nuevos sacrificios para los explotados, pero anuncian también un cambio de tendencia general en sentido positivo: el retorno del crecimiento económico, de los empleos, la prosperidad.

¿Que realidad hay en esto?

Es real que los gobiernos han hecho esfuerzos por limitar el desastre, frenar la hemorragia de empleos, reactivar algunos sectores. Los resultados son anémicos ahí donde mayor eficacia han tenido (Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña) y apenas perceptibles en Europa y Japón.

Pero los remedios utilizados por los gobiernos para tratar de tonificar un poco sus economías enfermas, en particular la medicina que consiste en  aumentar la deuda pública, se están transformando en un peligroso veneno para el sistema financiero.

Desde hace cuatro años, para financiar la lucha contra la recesión, para aliviar la falta de mercados solventes que paraliza el crecimiento, los gobiernos de las principales potencias han recurrido a aumentos masivos de la deuda pública (véanse los gráficos).

Pero este fenómeno ha tomado tales proporciones que se ha transformado en uno de los principales factores de desestabilización del aparato financiero.

Las autoridades monetarias multiplican las advertencias a los Estados y organizaciones gubernamentales... “que absorben cada vez más fondos y en cantidades cada vez más elevadas. Se corre el riesgo de que los demás candidatos a pedir préstamos se vean expulsados del mercado. Los gobiernos podrían terminar por ocupar casi todo el terreno y por ello prohibir prácticamente el acceso al mercado internacional a la mayoría de las empresas industriales y comerciales”[1].

La demanda de créditos a largo plazo se ve así fuertemente aumentada lo que acarrea un alza del coste de esos créditos, es decir de los tipos de interés a largo plazo.

A principios de junio 1994, el diario Le Monde constataba: “Desde finales de 1993 los tipos de interés a largo plazo alemanes se han incrementado fuertemente (de 5,54 a cerca de 7 %). El alza ha sido aún más fuerte en Francia (de 5,63 a 7,30 %) y aún peor en el Reino Unido (de 6,18 a 8,30 %)”[2]. En Estados Unidos los bonos del Tesoro a 30 años ha pasado de 6,4 % a principios de año a 7,3 % a mediados de junio.

La prensa se pone a hablar de pánico financiero. ¿Por qué? En el primer nivel, el de la especulación bursátil, porque el alza de los tipos de interés implica mecánicamente une correspondiente devaluación de una gran parte de las inversiones financieras: las obligaciones. Esta devaluación se repercute inevitablemente, tarde o temprano, en el valor de las acciones mismas, sólo fue por que los poseedores de obligaciones se ven obligados a vender acciones para cubrir sus pérdidas[3]. De manera general, la especulación se hace a crédito y toda alza de las tasas de interés, del coste del dinero para especular, sacude las bolsas.

Pero es a nivel de la economía real donde las consecuencias  del alza de los tipos de interés a largo plazo son más destructivas. Esos tipos son determinantes para las inversiones a largo plazo, es decir para las inversiones de las cuales depende fundamentalmente une reactivación económica: inversión en equipo industrial, construcción de alojamientos, etc. Mientras que lo gobiernos se esfuerzan en tratar de estimular ese tipo de inversiones para asegurar una reactivación de la economía, el alza de las tasas de interés se opone frontalmente a esa posibilidad. El efecto de freno viene ampliado por el hecho de que la inflación es relativamente baja y que por lo tanto el alza de las tasas en términos reales es tanto más importante.

La inquietud creciente de los medios financieros y gubernamentales no es de fachada. Es elocuente la reciente proposición formulada por Jacques Delors de constituir un Consejo de Seguridad económico, para enfrentar crisis financieras mundiales, del mismo modo que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se encarga de las crisis militares internacionales.

El mundo financiero no es más que la superficie de la realidad económica. Pero es en esta superficie donde el capital aparece en su forma más abstracta. Es ahí donde encuentra toda su especificidad histórica. Es ahí donde el capital se orienta, se invierte y se arruina.

Las dificultades financieras del capitalismo mundial son tan sólo manifestaciones de las contradicciones profundas que desgarran al capitalismo mismo. El capitalismo sobrevive desde hace un cuarto de siglo haciendo trampa con sus propias leyes, en particular en el plano financiero. Desde el derrumbe del bloque del Este, esa tendencia no ha hecho sino desarrollarse[4]. La especulación ha alcanzado dimensiones sin precedentes históricos y ha transformado una parte de la máquina financiera en un inextricable casino electrónico que ya nadie parece poder controlar verdaderamente. La deuda de los Estados, la deuda de los agentes supuestos mantenedores del “orden” se ha transformado en une de los principales factores de desorden.

No. El “cambio de tendencia general” que prometen los gobiernos a los explotados para justificar los sacrificios impuestos, no tendrá lugar. La tendencia fundamental de la economía capitalista mundial hacia el marasmo y la miseria sólo puede ir confirmándose y anunciando nuevas convulsiones a todos los niveles.

RV

 

[1] Le Monde, 29 de mayo de 1994.

[2] Le Monde, 12 de junio de 1994.

[3] La bolsa de Paris, que ha vivido un verdadero krach lento en los últimos meses, ha sido víctima de ese mecanismo.

[4] Aunque el juego financiero se concentra en las grandes potencias occidentales, la situación financiera tampoco es sana en el resto del mundo. La evolución de la situación en Rusia constituye por si sola una verdadera bomba de relojería: “... en el conjunto de Rusia, los préstamos a menos de tres meses representan 96 % del total de créditos otorgados. Los tipos de interés son astronómicos: 25 % por mes, mínimo. Y los equilibrios de balances alcanzan la locura: 513 mil millones de rublos de capitales propios, para el conjunto de bancos comerciales... contra 16 billones de créditos distribuidos. O sea una relación de 1 a 31. En el conjunto de Rusia los impagados han aumentado en 559 % entre enero y septiembre; hoy representan 21 % de la masa de crédito otorgada. Así se preparan las catástrofes financieras.” Libération, 9 de diciembre de 1993.

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