Agravación de la guerra en la antigua Yugoslavia - Cuanto más hablan de paz las grandes potencias, más siembran la guerra

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Agravación de la guerra en la antigua Yugoslavia

Cuanto más hablan de paz las grandes potencias,
más siembran la guerra

La barbarie guerrera que desde hace cuatro años siembra muerte, destrucción y miseria en la antigua Yugoslavia, ha conocido durante al primavera de 1995 un nuevo descenso en el horror. Por primera vez los dos frentes principales de esta guerra, en Croacia y en Bosnia, tras un breve período de menor intensidad guerrera, se han vuelto a encender simultáneamente, amenazando con provocar una hoguera general sin precedentes. Detrás de los discursos «pacifistas» y «humanitarios», las grandes potencias, verdaderas responsables e instigadoras de la guerra más mortífera en Europa desde la Segunda Guerra mundial, han franqueado nuevas etapas en su compromiso. Las dos potencias más importantes, por la cantidad de soldados enviados bajo bandera de la ONU, Gran Bretaña y Francia, han emprendido un aumento considerable de su presencia, y lo que es más, formando una fuerza militar especial, la Fuerza de reacción rápida (FRR), cuya particularidad es la de ser menos dependiente de la ONU y estar bajo mando directo de sus gobiernos nacionales respectivos.

El espeso entramado de mentiras con el que se tapa la acción criminal de los principales imperialismos del planeta en esta guerra se ha desvelado un poco más, dejando entrever el carácter sórdido de sus intereses y los motivos que las animan.

Para los proletarios, especialmente en Europa, la sorda inquietud que engendra esta carnicería no debe ser causa de lamentos impotentes, sino que debe desarrollar su toma de conciencia de la responsabilidad de sus propios gobiernos nacionales, de la hipocresía de los discursos de las clases dominantes; toma de conciencia de que la clase obrera de las principales potencias industriales es la única fuerza capaz de poner fin a esta guerra y a todas las guerras.

Los niños, las mujeres, los ancianos que en Sarajevo como en otras ciudades de la ex Yugoslavia, están obligados a esconderse en los sótanos, sin electricidad, sin agua, para escapar al infierno de los bombardeos y de los snipers, los hombres que en Bosnia, como en Croacia o en Serbia son movilizados por la fuerza para arriesgar sus vidas en el frente, ¿tendrán alguna razón de esperanza cuando se enteren de la llegada masiva de nuevos «soldados de la paz» hacia su país?. Los dos mil marines americanos del portaaviones Roosevelt destinado en mayo al Adriático, los cuatro mil  soldados franceses o británicos que ya han empezado a desembarcar con toneladas de nuevas armas, ¿irán allí, como lo pretenden sus gobiernos para aliviar los sufrimientos de una población que ya ha tenido que soportar 250000 muertos y 3 millones y medio de personas «desplazadas» a causa de la guerra?.

Los cascos azules de la ONU aparecen como protectores cuando escoltan convoyes de víveres para las poblaciones de las ciudades asediadas, cuando se presentan como fuerza de interposición entre beligerantes. Aparecen como víctimas cuando, como así ha ocurrido recientemente, son hechos rehenes por uno de los ejércitos locales. Pero tras esa apariencia se oculta en realidad la acción cínica de las clases dominantes de las grandes potencias que las dirigen y para las cuales la población civil no es más que carne de cañón en la guerra que las enfrenta en el reparto de zonas de influencia en esa parte estratégicamente crucial de Europa. La nueva agravación que la guerra acaba de tener en la primavera pasada es una ilustración patente de ello. La ofensiva del ejército croata iniciada a principios de mayo, en Eslavonia occidental, la ofensiva bosnia desencadenada en el mismo momento justo al final de la «tregua» firmada en diciembre último, pero también la farsa de los cascos azules capturados como rehenes por los serbios de Bosnia, no son unos cuantos incidentes locales dependientes únicamente de la lógica de los combates locales, sino que son acciones preparadas y realizadas con la participación activa, cuando no la iniciativa, de las grandes potencias imperialistas.

Como así lo hemos puesto de relieve en todos los artículos de esta Revista dedicados desde hace cuatro años a la guerra de los Balcanes, las cinco potencias que forman el llamado «grupo de contacto» (Estados Unidos, Rusia, Alemania, Francia y Gran Bretaña), entidad que serviría supuestamente para poner fin al conflicto, han apoyado y siguen apoyando activamente a cada uno de los campos enfrentados localmente. Y la actual agravación de la guerra tampoco podrá entenderse fuera de la lógica de las acciones de los gángsteres que rigen esas grandes potencias. Fue Alemania, animando a Eslovenia y a Croacia a proclamarse independientes de la antigua Confederación yugoslava, la que provocó el estallido del país, desempeñando un papel primordial en el inicio de la guerra en 1991. Frente al empuje del imperialismo alemán, fueron las otras cuatro grandes potencias las que apoyaron y animaron al gobierno de Belgrado a llevar a cabo una contraofensiva. Fue la primera fase de la guerra, particularmente mortífera y que acabaría en 1992 con la pérdida por Croacia de una tercera parte de su territorio controlado por los ejércitos y las milicias serbias. Francia y Gran Bretaña, con la tapadera de la ONU, enviaron entonces los contingentes más importantes de cascos azules, los cuales, con el pretexto de impedir los enfrentamientos, lo único que han hecho es dedicarse sistemáticamente a mantener el statu quo a favor del ejército serbio. En 1992, el gobierno de Estados Unidos se pronunció a favor de la independencia de Bosnia-Herzegovina, apoyando a la parte musulmana de esta región en una guerra contra el ejército croata (también apoyado por Alemania) y el serbio (apoyado por Gran Bretaña, Francia y Rusia). En 1994, la administración de Clinton logró imponer un acuerdo de constitución de una federación entre Bosnia y Croacia contra Serbia y, al final de año, bajo la dirección del ex presidente Carter, obtuvo la firma de una tregua entre Bosnia y Serbia. A principios del 95, los principales frentes en Croacia y en Bosnia parecían tranquilos. Washington no se priva de presentar esa situación como el triunfo de la acción pacificadora de las potencias, especialmente de la suya. Se trata, en realidad de una tregua parcial que ha favorecido el rearme de Bosnia, esencialmente por EEUU para preparar una contraofensiva contra las tropas serbias. En efecto, después de cuatro años de guerra, éstas, gracias al apoyo de las potencias británica, francesa y rusa, siguen controlando el 70 % del territorio de Bosnia y más de la cuarta parte del de Croacia. El propio gobierno de Belgrado reconoce que su campo, que incluye las «repúblicas serbias» de Bosnia y de Croacia (Krajina), recientemente «reunificadas» deberá retroceder. Sin embargo, a pesar de todas las negociaciones en las que aparece la pugna entre las grandes potencias, no se alcanza el menor acuerdo ([1]). Lo que no podrá ser obtenido con la negociación, lo será por la fuerza militar. Así, a lo que estamos asistiendo es a la continuación lógica, premeditada, previsible, de una guerra en la que las grandes potencias no han cesado de desempeñar, bajo mano, un papel preponderante.

Contrariamente a lo hipócritamente afirmado por los gobiernos de las grandes potencias, los cuales presentan el reforzamiento actual de su presencia en el conflicto como una acción para limitar la violencia de los nuevos enfrentamientos actuales, éstos son, en realidad, el resultado directo de su propia acción guerrera.

La invasión de una parte de la Eslovenia occidental por Croacia, a principios del mes de mayo, así como la reanudación de los combates en diferentes puntos del frente de 1200 kilómetros que opone el gobierno de Zagreb a los serbios de Krajina; el inicio, en el mismo momento, de una ofensiva del ejército bosnio desplegándose al norte de Bosnia en el enclave de Bihac, en la región del «pasillo» serbio de Brcko y sobre todo en torno a Sarajevo para forzar al ejército serbio a aflojar la presión sobre la ciudad; todo eso se ha hecho por voluntad de las potencias y ni mucho menos por una pretendida voluntad pacificadora de éstas. Está claro que estas acciones han sido emprendidas con el acuerdo y a iniciativa de los gobiernos americano y alemán ([2]).

La farsa de los rehenes

La reacción del campo adverso no es menos significativa del grado de compromiso de las demás potencias, Gran Bretaña, Francia y Rusia, en apoyo de Serbia. Pero aquí, las cosas han sido menos aparentes. Entre las potencias aliadas del lado serbio, únicamente Rusia proclama abiertamente su compromiso. Francia y Gran Bretaña han mantenido hasta ahora un discurso de «neutralidad» en el conflicto. En muchas ocasiones, incluso, sus gobiernos han hecho grandes declaraciones de hostilidad hacia los serbios. Pero esto no les ha impedido nunca ayudarles firmemente tanto en lo militar como en lo diplomático.

Los hechos, ya se conocen: tras la ofensiva croato-bosnia, el ejército de los serbios de Bosnia contesta con una intensificación de los bombardeos en Bosnia y especialmente en Sarajevo. La OTAN, o sea el gobierno de Clinton esencialmente, efectúa dos bombardeos aéreos de represalia sobre un polvorín cerca de Pale, capital de los serbios de Bosnia. El gobierno de Pale responde capturando como rehenes a 343 cascos azules, franceses y británicos en su mayoría. Una parte de éstos es colocada como «escudos humanos», encadenados a objetivos militares que podrían ser bombardeados.

Los gobiernos francés y británico denuncian «la odiosa acción terrorista» contra las fuerzas de la ONU, y en primer lugar contra los países que proporcionan la mayor cantidad de soldados entre los cascos azules, Francia y Gran Bretaña. El gobierno serbio de Milosevic, en Belgrado, declara su desacuerdo con la acción de los serbios de Bosnia, denunciando a la vez los bombardeos de la OTAN. Pero, rápidamente, lo que al principio podía aparecer como un debilitamiento de la alianza franco-británica con la parte serbia, como una comprobación en la práctica del papel «humanitario», neutral, no proserbio, de las fuerzas de la ONU, va a desvelar su realidad: una farsa, una más, que les sirve tanto a los gobiernos serbios como a sus aliados de la UNPROFOR.

Para los gobiernos de esas dos potencias, la toma de rehenes de sus soldados les ha aportado dos grandes ventajas para su acción en esta guerra. Primero, y de entrada, ello ha obligado a la OTAN, a Estados Unidos, a parar todo bombardeo suplementario sobre sus aliados serbios. Al principio de la crisis, el gobierno francés se vio obligado a aceptar el primer bombardeo, pero expresó abiertamente una fuerte desaprobación del segundo. El uso por el gobierno serbio de los rehenes como escudos, permitió zanjar el problema de manera inmediata. Segundo, y sobre todo, la toma de rehenes, presentada como «insoportable humillación» ha sido un excelente pretexto para justificar el envío inmediato por parte de Francia y Gran Bretaña de miles de nuevos soldados a la antigua Yugoslavia. Ya sólo Gran Bretaña ha anunciado la multiplicación por tres del número de soldados en misión.

Ha sido un golpe muy bien montado. Por un lado, los gobiernos británico y francés, para exigir la posibilidad de enviar nuevos refuerzos al terreno para «salvar el honor y la dignidad de nuestros soldados humillados por los serbios de Bosnia»; por otro, Karadzic, el jefe de gobierno de Pale, para justificar su actitud de proteger sus tropas contra los bombardeos de la OTAN; en medio, Milosevic, jefe del gobierno de Belgrado, haciendo el papelón de «mediador». El resultado ha sido espectacular. Mientras que desde hacía semanas, los gobiernos británico y francés «amenazaban» con retirar sus tropas de la ex Yugoslavia si la ONU no les otorgaba una mayor independencia de movimientos y de acción (en particular, la posibilidad de agruparse «para defenderse mejor»), ahora deciden aumentar masivamente sus tropas en el terreno gracias a aquella justificación ([3]).

Al principio de esta farsa, en el momento de la toma de rehenes, la prensa dio a entender que quizás algunos rehenes habían sido torturados. Unos días más tarde, cuando los primeros rehenes franceses fueron liberados, algunos de ellos dieron su testimonio: «Nos hemos dedicado a la musculación y al ping-pong... Hemos visitado toda Bosnia, nos hemos paseado... (los serbios) no nos consideraban enemigos» (Libération, 7.06.95). Tan patente ha sido la actitud conciliadora del mando francés de las fuerzas de la ONU, sólo unos cuantos días después de que el gobierno francés hubiera gritado a más no poder que había dado «consignas de firmeza» contra los serbios: «Aplicaremos estrictamente los principios de mantenimiento de la paz hasta nueva orden... Podemos intentar establecer contactos con los serbios de Bosnia, podemos intentar conducir la ayuda alimenticia, podemos intentar abastecer a nuestras tropas» (Le Monde, 14.06.95). Este diario francés se escandalizaba de la situación: «Tranquilamente, mientras que 144 soldados de la ONU seguían siendo rehenes de los serbios, la Unprofor reivindicaba solemnemente su parálisis». Y citaba a un oficial de la Unprofor: «Desde hace algunos días notábamos una tendencia al relajamiento. La emoción provocada por las imágenes de los escudos humanos se está diluyendo, y tememos que nuestros gobiernos prefieran hacer borrón y cuenta nueva, y evitar el enfrentamiento».

Si los serbios de Bosnia no consideran «enemigos» a los «rehenes» franceses, si ese oficial de la Unprofor tiene la impresión de que los gobiernos francés y británico preferían «evitar el enfrentamiento», es sencillamente porque, por muchos incidentes que se produzcan entre las tropas serbias y las de la ONU en el terreno, sus gobiernos son aliados en esta guerra y porque el «asunto de los rehenes» ha sido un capítulo más del folletín de mentiras y de manipulaciones con las que las clases dominantes intentan tapar sus acciones mortíferas y su barbarie.

El significado de la formación de la Fuerza de reacción rápida

El resultado final del montaje de los rehenes ha sido la formación de la FRR. La definición de la función de ese nuevo cuerpo militar franco-británico, que supuestamente sería la de ayudar a las fuerzas de la ONU en la ex Yugoslavia, ha variado a lo largo de las semanas durante las que los gobiernos de las dos potencias patrocinadoras se han dedicado a hacer aceptar, con dificultad, su existencia y su financiación por las potencias «amigas» en el seno del Consejo de seguridad de la ONU([4]). Pero, sean cuales sean los meandros de las fórmulas diplomáticas empleadas en esos debates entre hipócritas redomados, lo que importa es el significado profundo de esa iniciativa. Su alcance debe ser entendido en dos planos: la voluntad de las grandes potencias de reforzar su compromiso militar en el conflicto, por un lado, y, por otro, la necesidad para esas potencias de quitarse de encima el molesto y engorroso disfraz «humanitario onusiano», o al menos en determinadas circunstancias.

Las burguesías francesa y británica saben que su pretensión de seguir desempeñando un papel como potencia imperialista en el planeta, depende, en gran medida, de su capacidad para afirmar su presencia en esa zona, estratégicamente crucial. Los Balcanes, al igual que Oriente medio, son una baza de primera importancia en la pugna que opone a nivel mundial a todas las grandes potencias. Estar ausente de allí, significa renunciar al estatuto de gran potencia. La reacción del gobierno alemán frente a la constitución de la FFR es muy significativa de esa preocupación común a todas las potencias europeas: «Alemania ya no podrá seguir pidiendo que sus aliados francés y británico hagan el trabajo sucio, mientras que ella guarda para sí las plazas de espectadora en el Adriático a la vez que reivindica un papel político mundial. Deberá asumir también su parte de riesgo» (Libération, 12.06.95). Ésta, que es una declaración de los medios gubernamentales de Bonn, es especialmente hipócrita: como ya hemos visto, el capital alemán ya ha hecho mucho de ese «trabajo sucio» de las grandes potencias. Sin embargo, también es una ilustración muy clara del espíritu que anima a los pretendidos «pacificadores humanitarios» cuando organizan una FRR para «ir en ayuda» de la población civil en los Balcanes.

El otro aspecto de la formación de la FFR es la voluntad de las potencias de darse los medios para asegurar más libremente la defensa de sus propios intereses imperialistas específicos. Así, a finales de mayo, un portavoz del ministerio de Defensa británico, preguntado sobre la cuestión de saber si la FRR estaría bajo mando de la ONU, respondía que los «refuerzos estarían bajo mando de la ONU», para añadir a renglón seguido: «pero dispondrán de su propio mando» (Libération, 31.05.95). Al mismo tiempo, oficiales franceses afirmaban que esas fuerzas tendrían «sus propias “pinturas de guerra” y sus insignias», ya no actuarían con casco azul y su material ya no estaría obligatoriamente pintado de blanco. En el momento en que escribimos este artículo, sigue siendo una incógnita el color de las «pinturas de guerra» de la FRR. Pero el significado de la constitución de esa nueva fuerza militar es de lo más patente: las potencias imperialistas afirman más claramente que antes la autonomía de su acción imperialista.

La población de la ex Yugoslavia, que soporta desde hace ya cuatro años los horro­ res de la guerra, nada positivo podrá esperar de la llegada de esas nuevas «fuerzas de paz». Estas no van allí más que para continuar e intensificar la acción sanguinaria que las grandes potencias han estado llevando a cabo desde el principio del conflicto.

Hacia una agudización de la barbarie guerrera

Todos los gobiernos de la antigua Yugoslavia se han metido ya en una nueva llamarada guerrera. Izetbegovic, jefe del gobierno bosnio, ha anunciado claramente la amplitud de la ofensiva que su ejército ha desatado: Sarajevo no deberá pasar otro invierno asediada por los ejércitos serbios. Expertos de la ONU han calculado que la ruptura del cerco habría de costar más de 15 000 muertos a las fuerzas bosnias. Tan claramente se ha expresado el gobierno croata diciendo que la ofensiva en Eslavonia occidental no era sino el punto de partida de una operación que deberá extenderse a todo el frente que lo opone a los serbios de Krajina, especialmente en la costa dálmata. En cuanto al gobierno de los serbios de Bosnia, éste ha declarado el estado de guerra en la zona de Sarajevo, movilizando a toda la población. A mediados de junio, mientras que diplomáticos americanos se empeñaban en negociar un reconocimiento de Bosnia por los gobiernos serbios, Slavisa Rakovic, uno de los consejeros del gobierno de Pale, declaraba cínicamente que él era «pesimista a corto plazo» y que cree «más en un recrudecimiento de la guerra que en una posibilidad de concluir negociaciones, pues el verano es una estación ideal para batirse» (Le Monde, 14.06.95)

Evidentemente, los serbios de Bosnia ni se baten ni se batirán solos. Las «repúblicas serbias» de Bosnia y de Krajina acaban de proclamar su unificación. Se sabe perfectamente, en lo que respecta al gobierno de Belgrado, el cual supuestamente debe aplicar un embargo sobre las armas hacia los serbios de Bosnia, que nunca lo ha hecho, y, a pesar de las divergencias más o menos ciertas que haya entre las diferentes partes serbias en el poder, su cooperación militar frente a los ejércitos croata y bosnio será total ([5]).Sin embargo, los antagonismos entre los diferentes nacionalismos de la ex Yugoslavia no serían ni mucho menos suficientes para mantener y desarrollar la guerra si las grandes potencias mundiales no los alimentaran y los agudizaran, si los discursos «pacifistas» de éstas no fueran otra cosa sino la tapadera ideológica de su propio imperialismo. El peor enemigo de la paz en la antigua Yugoslavia no es otro que la guerra sin cuartel que se están haciendo las grandes potencias. Todas ellas tienen, a diferentes grados, interés en que se mantenga la guerra en los Balcanes. Más allá de las posiciones geoestratégicas que cada una de ellas defiende o intenta conquistar, en esta guerra lo que ven primero y ante todo es un medio para impedir o destruir las alianzas de las demás potencias competidoras. «En una situación así de inestabilidad, es más fácil para cada potencia perturbar al adversario, sabotear las alianzas que le indisponen, que desarrollar por su parte alianzas sólidas y asegurar una estabilidad en sus tierras» («Resolución sobre la situación internacional», XIº Congreso de la CCI).

Esta guerra ha sido para el capital alemán o francés una poderosa herramienta para quebrar la alianza entre Estados Unidos y Gran Bretaña, como también para sabotear la estructura de la OTAN, instrumento de dominación del capital americano sobre los antiguos miembros del bloque occidental. Recientemente, un alto funcionario del departamento de Estado norteamericano lo reconocía explícitamente: «La guerra en Bosnia ha provocado las peores tensiones en la OTAN desde la crisis de Suez» (International Herald Tribune, 13.06.95). Paralelamente, para Washington, esta guerra ha sido un medio para entorpecer la consolidación de la Unión europea en torno a Alemania. El nuevo presidente de la comisión de la U.E., Santer, se quejaba amargamente de ello, a principios de junio, en unos comentarios sobre la evolución de la situación en los Balcanes.

La agravación actual de la barbarie guerrera en Yugoslavia es la plasmación del avance de la descomposición capitalista, agudizando todos los antagonismos entre fracciones del capital, imponiendo el reino de «cada uno para sí» y «todos contra todos».

La guerra como factor de toma de conciencia del proletariado

La guerra en Yugoslavia es el conflicto más mortífero en Europa desde la última guerra mundial. Desde hacía medio siglo, Europa se había librado de las múltiples guerras habidas entre potencias imperialistas. Los enfrentamientos ensangrentaban las zonas del «Tercer mundo», a través de las luchas de «liberación nacional». Europa había permanecido como «un remanso de paz». La guerra de la ex Yugoslavia, al poner fin a esa situación, cobra un carácter histórico de la mayor importancia. Para el proletariado europeo, la guerra es cada vez menos una realidad exótica que se desarrolla a miles de kilómetros y de la que se siguen las peripecias en los televisores a la hora de comer.

Hasta ahora, esta guerra ha sido un factor muy limitado de preocupación en las mentes de los proletarios de los países industrializados. Las burguesías europeas han sabido presentar el conflicto como otra guerra «lejana», en la que las potencias «democráticas» deben cumplir una misión «humanitaria», «civilizadora», para pacificar a unas «etnias» que se matan sin razón. Aunque cuatro años de imágenes mediáticas manipuladas no hayan podido ocultar la sórdida y bestial realidad de la guerra, aunque en las mentes proletarias esta guerra se sienta como uno de los mayores horrores que hoy se ciernen sobre el planeta, el sentimiento general predominante entre los explotados ha sido el de una relativa indiferencia resignada. Sin entusiasmo, se han esforzado en creer en la realidad de los discursos oficiales sobre las «misiones humanitarias» de los soldados de la ONU y de la OTAN.

La actual evolución del conflicto, el cambio de actitud a que se ven obligados los gobiernos de las principales potencias implicadas están cambiando las cosas. El que los gobiernos de Francia y de Gran Bretaña hayan decidido enviar a miles de nuevos soldados allá, el que éstos sean enviados no ya sólo como representantes de una organización internacional como la ONU, sino como soldados con uniforme y bajo las banderas de su patria, todo ello está dando una nueva dimensión a la manera de percibir esta guerra. La participación activa de las potencias en el conflicto está enseñando su verdadero rostro. El velo «humanitario» con el que las potencias tapan su acción se está desgarrando cada día más, dejando aparecer la siniestra realidad de sus motivaciones imperialistas.

La agravación actual de la guerra en la antigua Yugoslavia se produce en el momento en que las perspectivas económicas mundiales conocen una nueva degradación importante, que anuncia nuevos ataques sobre las condiciones de existencia de la clase obrera, especialmente en los países más industrializados. Guerra y crisis económica, barbarie y miseria, caos y empobrecimiento, más que nunca la quiebra del capitalismo, el desastre que arrastra la supervivencia de ese sistema en descomposición, ponen a la clase obrera mundial ante sus responsabilidades históricas. La agravación cualitativa de la guerra en la antigua Yugoslavia debe ser, en ese contexto, un factor suplementario de toma de conciencia de esa responsabilidad. Y les incumbe a los revolucionarios contribuir con toda su energía en ese proceso del cual ellos son un factor indispensable.

Deben, especialmente, poner en evidencia que la comprensión del papel desempeñado por las grandes potencias en esta guerra permite combatir el sentimiento de impotencia que la clase dominante inocula desde el principio de aquella. Los gobiernos de las grandes potencias industriales y militares sólo pueden hacer la guerra si la clase obrera de sus países se lo permite, si los proletarios no logran unificar conscientemente sus fuerzas contra el capital. El proletariado de esas potencias, por su experiencia histórica, por el hecho de que la burguesía no ha conseguido encuadrarlo ideológicamente para enviarlo a una nueva guerra internacional, es el único capaz de poner fin a la barbarie guerrera mundial, a la barbarie capitalista en general. Eso es lo que la agravación de la guerra en la antigua Yugoslavia debe recordar a los proletarios.

RV
19 de junio de 1995

 

[1] Es muy significativo que las negociaciones con los diferentes gobiernos serbios sobre el reconocimiento de Bosnia, sean llevadas no por representantes bosnios, sino por diplomáticos de Washington. Tan significativo del compromiso de las potencias junto a tal o cual beligerante, son las posiciones defendidas por cada una de ellas a propósito de esa negociación. Una de las propuestas hechas al gobierno de Milosevic es que reconozca a Bosnia a cambio de un cese de las sanciones económicas internacionales que siguen castigando a Serbia. Pero cuando se trata de definir el levantamiento de sanciones, aparecen las divisiones entre las potencias: para Estados Unidos, ese levantamiento debe ser totalmente condicional y poder ser suspendido en todo momento en función de cada acción del gobierno serbio; para Francia y Gran Bretaña, en cambio, el cese de las sanciones debe estar garantizado durante un período de al menos seis meses; para Rusia, debe ser incondicional y sin límites de tiempo.

[2] El 6 de marzo de este año, un acuerdo militar ha sido firmado entre el gobierno de Croacia y el de los musulmanes de Bosnia para «defenderse del enemigo común». Sin embargo, este acuerdo entre Croacia y Bosnia, y paralelamente entre Estados Unidos y Alemania, para llevar a cabo una contraofensiva contra los ejércitos serbios no puede ser más que provisional y circunstancial. En la parte de Bosnia controlada por Croacia, ambos ejércitos están frente a frente y en cualquier momento pueden reanudarse los enfrentamientos como así fue durante los primeros años de la guerra. La situación en la ciudad de Mostar, la más importante de la región, que fue objeto de enfrentamientos extremadamente mortíferos entre croatas y musulmanes, es muy elocuente. Aunque supuestamente se vive en Mostar bajo un gobierno común croata-bosnio, con una presencia activa de representantes de la Unión Europea, la ciudad sigue estando dividida en dos partes bien diferenciadas, y los hombres musulmanes en edad de combatir, tienen estrictamente prohibido entrar en la parte croata. Pero además, y sobre todo, el antagonismo que opone el capital estadounidense al capital alemán en la ex Yugoslavia, como en el resto del mundo, es la principal línea de enfrentamiento en las tensiones imperialistas desde el hundimiento del bloque del Este (ver «Todos contra todos» en Revista internacional nº 80, 1995).

[3] La exigencia de Francia y de Gran Bretaña de que las fuerzas de la ONU en el terreno sean agrupadas para «defenderse mejor de los serbios» es, también, una maniobra hipócrita. No expresa ni mucho menos una voluntad de acción contra los ejércitos serbios, sino que implicaría, al contrario, abandonar la presencia de cascos azules en casi todos los enclaves cercados por aquéllos en Bosnia (excepto los tres principales). Eso implicaría dejarles toda la posibilidad de apoderarse de ellos definitivamente, aún permitiendo concentrar la «ayuda» de los cascos azules en las zonas más importantes.

[4] La discusión habida al respecto entre el presidente francés Chirac, durante su viaje a la cumbre del G-7 en junio, y el speaker de la Cámara de representantes de EEUU, Newt Gingrich, fue calificada de «directa» y «dura». El gobierno ruso sólo ha aceptado el principio tras haber marcado claramente su oposición y su desconfianza.

[5] El gobierno de Belgrado había obtenido una rebaja del embargo económico internacional a cambio del compromiso de no seguir abasteciendo en armas al gobierno de Pale. Pero los salarios de los oficiales serbios de Bosnia son y siempre han sido pagados por Belgrado. Belgrado no ha dejado nunca de entregar en secreto armas a los «hermanos de Bosnia» y, por ejemplo, el sistema de defensa radar antiaéreo de ambas repúblicas sigue unificado.

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