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Friedrich Engels
Hace cien años desaparecía un «gran forjador del socialismo»
«El 5 de Agosto de 1985 falleció en Londres Federico Engels. Después de su amigo Carlos Marx (fallecido en 1883), [...] Marx y Engels fueron los primeros en demostrar que la clase obrera con sus reivindicaciones surge necesariamente del sistema económico actual, que, con la burguesía, crea inevitablemente y organiza al proletariado. Demostraron que la humanidad se verá liberada de las calamidades que la azotan no por los esfuerzos bien intencionados de algunas que otras nobles personalidades, sino por medio de la lucha de clase del proletariado organizado. Marx y Engels fueron los primeros en dejar sentado en sus obras científicas que el socialismo no es una invención de soñadores, sino la meta final y el resultado inevitable del desarrollo de las fuerzas productivas dentro de la sociedad contemporánea».
Con estas lineas Lenin comenzaba, un mes después de la muerte del compañero de Marx, una corta biografía de uno de los mejores militantes del combate comunista.
Un combatiente ejemplar del proletariado
Engels, nacido en Barmen en 1820 en la provincia renana de Prusia, es en efecto un ejemplo de militante dedicado en vida y obra al combate de la clase obrera. Nacido en el seno de una familia de industriales podría haber vivido rica y confortablemente sin tener que preocuparse del combate político. Sin embargo, como Marx y tantos otros jóvenes estudiantes en rebelión contra la miseria del mundo en el que vivían, muy joven adquirió una madurez política excepcional en contacto con la lucha de los obreros en Inglaterra, Francia y después en Alemania. En el período en el que el proletariado se constituía en clase, y empezaba a desarrollar su combate político era inevitable que atrajera a un cierto número de intelectuales a sus filas.
Engels fue siempre modesto en cuanto a su trayectoria individual, saludando siempre la considerable aportación realizada por su amigo Marx. Sin embargo, con apenas 25 años, fue un precursor. Fue testigo en Inglaterra de la catastrófica marcha de la industrialización y de la pauperización. Percibió al mismo tiempo las potencialidades y las debilidades del movimiento obrero balbuceante (el Cartismo). Tomó conciencia de que el «enigma de la historia» residía en ese proletariado despreciado y desconocido. Asistía a los mítines obreros en Manchester donde vio a los proletarios combatir de frente al cristianismo e intentar ocuparse de su futuro.
En 1844, Engels escribió un artículo, «Contribución a la crítica de la economía política» para los Anales franco-alemanes, revista publicada en común en Paris por Arnold Ruge, un joven demócrata, y por Marx que, en aquellos momentos, se situaba aún en el terreno de la lucha por la conquista de la democracia contra el absolutismo prusiano. Fue este escrito el que abrió los ojos a Marx sobre la naturaleza profunda de la economía capitalista. Después, la obra de Engels, La Condición de la clase trabajadora en Inglaterra, publicado en 1845 se convertiría en un libro de referencia para toda una generación de revolucionarios. Como escribió Lenin, Engels fue por tanto el primero en declarar que el proletariado «no es solamente» una clase que sufre, sino que la situación económica intolerable en la que se encuentra la empuja irresistiblemente adelante, obligándola a luchar por su emancipación final. Dos años más tarde, fue también Engels el que redactó en forma de cuestionario Los Principios del comunismo que sirvieron de armazón a la redacción del mundialmente conocido Manifiesto comunista firmado por Marx y Engels.
De hecho, lo esencial de la inmensa contribución que Engels ha aportado al movimiento obrero es el fruto de una estrecha colaboración con Marx, y viceversa. Marx y Engels se conocieron realmente en Paris durante el verano de 1844. Se inició entonces un trabajo en común de toda una vida, una rara confianza recíproca, que no se basaba simplemente en una amistad fuera de lo común, sino que se cimentaba en una comunión de ideas, una convicción compartida del papel histórico del proletariado y un combate constante por el espíritu de partido, por ganar a cada vez más elementos al combate revolucionario. Juntos, desde su encuentro, Marx y Engels superaron rápidamente sus visiones filosóficas del mundo para dedicarse a ese acontecimiento sin precedente en la historia, el desarrollo de una clase, el proletariado, a la vez explotada y revolucionaria. Una clase que a diferencia de todas las demás tiene la capacidad de adquirir una clara «conciencia de clase» para deshacerse de los prejuicios y automistificaciones que pesaban sobre las clases revolucionarias del pasado tales como la burguesía. De esta reflexión común surgieron dos libros: La Sagrada familia publicado en 1844 y La Ideología alemana escrito entre 1844 y 1846 y publicado ya en el siglo XX. En estos libros Marx y Engels saldaron cuentas con las concepciones filosóficas de los «jóvenes hegelianos», sus primeros compañeros de combate, aquellos que no pudieron superar una visión burguesa o pequeño burguesa del mundo. Al mismo tiempo desarrollaron una visión materialista del mundo que rompía con el idealismo (que consideraba que «son las ideas las que gobiernan el mundo») y también con el materialismo vulgar que no reconocía ningún papel a la conciencia. Por su parte Marx y Engels consideraban que «cuando la teoría se adueña de las masas, se convierte en una fuerza material». Tanto es así que los dos amigos, totalmente convencidos de esta unidad entre el ser y la conciencia, no van a separar nunca el combate teórico del proletariado de su combate práctico, ni su propia participación en esas dos formas de lucha.
En efecto, contrariamente a la imagen que la burguesía ha dado a menudo de ellos, Marx y Engels nunca fueron «sabios de escritorio», fuera de las realidades y de los combates prácticos. En 1847, el Manifiesto que redactaron juntos se llamaba en realidad Manifiesto del Partido comunista y sirvió de programa a la Liga de los comunistas, organización que se preparaba a tomar parte en los combates de clase que se anunciaban. En 1848, cuando estalla toda una serie de revoluciones burguesas en el continente europeo, Marx y Engels participan activamente, contribuyendo en la eclosión de las condiciones que permitieran el desarrollo económico y político del proletariado. Una vez en Alemania, publican un diario, La Nueva gaceta renana que se convierte en un instrumento de combate. Más concretamente aún, Engels se alista en las tropas revolucionarias que luchan en el país de Bade.
Tras el fracaso y la derrota de esta oleada revolucionaria europea, su participación en la misma supondrá para Engels, y también para Marx, el ser perseguidos por todas las policías del continente, hecho que les obligará a exiliarse en Inglaterra. Marx se instala definitivamente en Londres, mientras que Engels va a trabajar hasta 1870 en la fábrica de su familia en Manchester. El exilio no paralizó en modo alguno la participación de ambos en los combates de clase. Su actividad prosiguió en el seno de la Liga de los comunistas hasta 1852, fecha en la que, para evitar que ésta degenerara tras el reflujo de las luchas, ambos se pronunciaron por su disolución.
En 1864, cuando se constituye, al calor de una reanudación internacional de los combates obreros, la Asociación internacional de los trabajadores (AIT), ambos participaron activamente en ella. Marx es miembro del Consejo general de la AIT y Engels se asocia en 1870 en cuanto puede liberarse de su trabajo en Manchester. Es un momento crucial en la vida de la Internacional y codo con codo ambos militantes participan activamente en los combates de aquélla: la Comuna de Paris en 1871, la solidaridad con los refugiados después de la derrota de ésta (en el seno del Consejo general es Engels el que organiza la ayuda material a los comuneros emigrados a Londres) y sobre todo la defensa de la AIT contra las intrigas de la Alianza de la democracia socialista animada por Bakunin. Marx y Engels estuvieron presentes, en septiembre de 1872, en el Congreso de la Haya que hizo frente a las intrigas de la Alianza, y será Engels quien redacte la mayor parte del Informe encargado por el Congreso al Consejo general sobre las intrigas bakuninistas.
El aplastamiento de la Comuna fue un terrible hachazo para el proletariado europeo y la AIT, la «vieja Internacional» como la llamaron desde entonces Marx y Engels, se extinguirá en 1876. Los dos compañeros no abandonaron, tampoco entonces, el combate político. Siguieron de muy cerca la actividad de todos los partidos socialistas que se constituyeron y desarrollaron en la mayor parte de los países de Europa, actividad que Engels prosiguió de forma enérgica tras la muerte de Marx en 1883. Prestaron una atención particular al movimiento que se desarrollaba en Alemania y que se había convertido en el faro mundial del proletariado. En tal sentido, intervinieron para combatir todas las confusiones que pesaban sobre el Partido socialdemócrata, como lo demuestra la Crítica del programa de Ghota (escrito por Marx en 1875) y la Crítica del programa de Erfurt (Engels, 1891).
Engels, al igual que Marx, fue ante todo un militante del proletariado, parte activa de los diferentes combates por él librados. Hacia el final de su vida, Engels confesaba que no había nada más apasionante que el combate de propaganda militante, evocando en particular su alegría por colaborar en la prensa cotidiana en la ilegalidad, con la Nueva gaceta renana en 1848, y después con el Sozialdemocrat en los años 1880, cuando el partido sufría la dura ley de Bismark contra los socialistas.
La colaboración de Engels y Marx fue particularmente fecunda: incluso alejados el uno del otro, o cuando sus organizaciones se habían disuelto, ellos siempre continuaron luchando, rodeados de compañeros fieles y desarrollando un trabajo de fracción indispensable en los períodos de reflujo, manteniendo esa actividad de minoría gracias a una enorme correspondencia.
Gracias a esta colaboración se deben las obras teóricas mayores redactadas tanto por Engels como por Marx. Los escritos por Engels son resultado, en gran medida, del intercambio permanente de ideas y de reflexiones que mantenía con Marx. Tal es el caso, en particular, del Anti-Düring (publicado en 1878 y que se hizo instrumento esencial para la formación de muchos militantes socialistas en Alemania) y del Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884) que expone de manera muy precisa la concepción comunista del Estado sobre la que se basaron posteriormente los revolucionarios (en especial Lenin en su obra El Estado y la revolución. Incluso Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana publicado tras la muerte de Marx, sólo pudo ser escrito como consecuencia de la reflexión que desde su juventud habían puesto en común los dos amigos.
Recíprocamente, sin la contribución de Engels, la gran obra de Marx, el Capital, jamás habría visto la luz. Como hemos visto más arriba, fue Engels quien, en 1844 hizo comprender a Marx, la necesidad de desarrollar una crítica de la economía política. Después, todos los avances, todas las hipótesis contenidas en El Capital serían objeto de largas correspondencias; Engels, por ejemplo, al estar directamente implicado en el funcionamiento de una empresa capitalista, pudo aportar elementos de primera mano sobre ese funcionamiento. En el mismo sentido, el apoyo y los consejos permanentes de Engels contribuyeron decisivamente a que el primer libro de la obra apareciera en 1867. En fin, cuando Marx dejó tras su muerte una masa considerables de notas y trabajos, fue Engels quien les dio forma para hacer de ellos los libros II y III de El Capital (publicados en 1885 y 1894).
Engels y la IIª Internacional
Así, Engels, cuya única pretensión era la de ser un «segundo violín», ha dejado sin embargo al proletariado una obra a la vez profunda y de gran legibilidad. Pero sobre todo hizo posible también, tras la muerte de Marx, que permaneciera el legado del «espíritu de Partido», una experiencia y unos principios organizativos que tienen un valor de continuidad y que se transmitieron hasta la IIIª Internacional.
Engels había participado en la fundación de la Liga de los comunistas en 1847 y, después, en de la AIT en 1864. Tras la disolución de la Iª Internacional, Engels desempeñó un importante papel en el mantenimiento de los principios para la reconstrucción de la IIª Internacional, a la que jamás negó su contribución y consejos. Aunque estimó prematura la fundación de esta nueva Internacional, no por ello dejó de combatir la reaparición de intrigantes como Lassalle o la reemergencia del oportunismo anarquizante, y por ello puso todo su peso para vencer al oportunismo en el Congreso internacional de fundación celebrado en Paris en 1889. De hecho, hasta su muerte, Engels se implicó decididamente en la lucha contra el oportunismo emergente sobre todo en la socialdemocracia alemana, contra la la influencia pusilánime de la pequeña burguesía, contra el elemento anarquista destructor de toda vida organizativa y contra el ala reformista seducida cada vez más por los cantos de sirena de la ideología burguesa.
A finales del siglo pasado la burguesía toleró el desarrollo del sufragio universal. El número de diputados elegidos, en particular en Alemania, dio una impresión de fuerza en el marco de la legalidad a los elementos oportunistas y reformistas del Partido. La historiografía burguesa y los enemigos del marxismo intentan utilizar los escritos de Engels, en particular el prefacio escrito en 1895 como introducción a los escritos de Marx sobre La Lucha de clases en Francia, para hacernos creer que el viejo militante se habría convertido en un pacifista reformista que consideraba caduco el tiempo de las revoluciones ([1]). Es cierto que esta introducción contenía fórmulas falsas ([2]), pero no es menos cierto que el texto publicado como introducción no tenía nada que ver con el original escrito por Engels. De hecho, esta famosa introducción fue retocada por Kautsky para evitar persecuciones judiciales; después, volvió a retocarse, siendo esta vez expurgada a fondo por Wilheim Liebknecht. Engels escribió a Kautsky para expresarle enérgicamente su indignación al encontrar en el Vorwärts (órgano de prensa de la Socialdemocracia) una introducción que le hacía «aparecer como un partidario a toda costa de la legalidad» (carta del 1º de abril de 1895). Dos días después, se quejaba también a Paul Lafargue diciéndole: «Liebknecht acaba de hacerme una buena jugarreta. Ha recogido, desde mi introducción hasta los artículos de Marx sobre la Francia de 1848-1850, todo lo que le sirve para apoyar la táctica a toda costa pacífica y no violenta que tanto le gusta predicar desde hace algún tiempo».
A pesar de las múltiples advertencias, la sumisión al oportunismo de los Berstein, Kaustky y compañía iba a desembocar en la explosión de IIª Internacional en 1914 ante la oleada socialpatriota. Pero esa Internacional fue verdaderamente un lugar del combate revolucionario contrariamente a lo que afirman los modernos narradores de la historia a la manera del GCI ([3]). Sus adquisiciones políticas, en particular el internacionalismo que había afirmado en sus Congresos (en particular en los de 1907 en Stuttgart y en 1912 en Bâle), y sus principios programáticos en materia de organización (defensa de la centralización, combate contra los arrivistas e intrigantes de todo tipo...) no se perdieron para el ala Izquierda de lo que quedó de la Internacional de Engels, ya que Lenin, Luxemburg, Pannekoek y Bordiga, entre otros, recogieron enérgicamente el estandarte que tan apasionadamente había defendido el viejo militante hasta el final de sus días.
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La hija de Marx, Eleanor, en un artículo que le había pedido una revista socialista alemana en el 70 cumpleaños de Engels, rindió merecido homenaje al hombre y al militante, destacando uno de los rasgos políticos que hicieron de Engels un destacado luchador, un verdadero militante de Partido:
«Hay una sola cosa que Engels no perdona jamás, la falsedad. Un hombre que no es sincero consigo mismo, más aún, que no es fiel a su Partido no encontrará ninguna piedad en Engels. Para él esto es una falta imperdonable... Engels, que es el hombre más exacto del mundo, tiene como nadie un sentimiento muy estricto del deber y sobre todo de la disciplina hacia el Partido, lo que en modo alguno tiene que ver con el puritanismo. Nadie como él es capaz de comprenderlo todo y por lo tanto, nadie como él es capaz de disculpar fácilmente nuestras pequeñas debilidades».
Al volver a publicar este texto, la prensa socialista de la época (número de agosto de 1885 del Devenir social) saludaba la memoria del gran combatiente recién fallecido:
«Ha muerto un hombre que se ha mantenido voluntariamente en un segundo plano, pudiendo estar en el primero. La idea, su idea, se ha levantado, viva, más viva que nunca, desafiando todos los ataques, gracias a las armas que él, junto con Marx, han contribuido a forjar. No oiremos nunca más el ruido del martillo de este valeroso forjador sobre el yunque; el buen obrero ha caído; el martillo escapa de sus potentes manos al suelo y ahí quedará quizás durante tiempo; pero las armas que ha forjado están ahí, sólidas y relucientes. Aunque ya no podrá forjar nuevas armas, lo que al menos, podemos y debemos hacer es no dejar que se oxiden las que nos ha dejado; y, con esta condición, esas armas nos harán obtener la victoria para las que han sido fabricadas».
F. Médéric
[1] La historiografía burguesa no es la única que intenta hacernos creer que existió una degradación política de Engels hacia el final de su vida. Nuestros «marxistólogos» modernos al estilo de Maximilien Rubel tratan a Engels a la vez de deformador e idólatra de Marx. Todas estas difamaciones tienen por objeto silenciar la voz de Engels, por lo que representa real y profundamente: la fidelidad al combate revolucionario.
[2] Rosa Luxemburg, en el momento de la fundación del Partido comunista de Alemania el 31 de diciembre de 1918, criticó con razón estas fórmulas de Engels señalando concretamente en qué medida habían sido «pan bendito» para los reformistas y su labor de degradación del marxismo. Pero al mismo tiempo precisaba lo siguiente: «Engels no vivió el tiempo suficiente para poder ver los resultados, las consecuencias prácticas de la utilización que hicieron de su prefacio... Pero estoy completamente segura de lo siguiente: cuando se conocen las obras de Marx y Engels, cuando se conoce el espíritu revolucionario vivo, auténtico, inalterable que se desprende de sus escritos, de todas sus lecciones, podemos estar seguros de que Engels habría sido el primero en protestar contra los excesos del parlamentarismo puro y simple... Engels e incluso Marx, si hubiera vivido, habrían sido los primeros en rebelarse violentamente contra esos excesos, en detener, en frenar brutalmente el vehículo para impedir que se empantanara en el barrizal» (Rosa Luxemburgo, «Discurso sobre el Programa»). En aquellos momentos, Rosa no sabía que Engels sí había protestado enérgicamente a propósito de su Prefacio. Por otra parte, para todos aquellos que se complacen en oponer a Engels contra Marx, debemos señalarles que el mismo Marx emitió opiniones que fueron ampliamente utilizadas por los reformistas. Por ejemplo, menos de dos años después de la Comuna, Marx declaraba: «(...) nosotros no negamos que existen países como Norteamérica, Inglaterra, y si yo conociera bien sus instituciones, podría añadir Holanda, en los que los trabajadores pueden llegar a su objetivo por medios pacíficos» (Discurso en el mitin de clausura del Congreso de la Haya. Todos los revolucionarios, incluso los más grandes han podido cometer errores. Si bien es normal que los falsificadores socialdemócratas, estalinistas y trotskistas eleven a dogma esos errores de forma interesada, incumbe a los comunistas saber reconocerlos inspirándose en la globalidad de la obra de sus predecesores.
[3] Sobre la defensa del carácter proletario de la IIª Internacional ver nuestro artículo «La continuidad de las organizaciones políticas del proletariado: la naturaleza de clase de la social-democracia», en Revista internacional, nº 50.