Enviado por Revista Interna... el
De Oriente Medio a África
Cuando el caos llega al paroxismo total
La situación dramática en Oriente Medio, en el caos más total, revela el cinismo y la profunda duplicidad de la burguesía de todos los países. Cada una de ellas pretende aportar paz y justicia o democracia a poblaciones que padecen año tras año su lote diario de horrores y masacres. Sin embargo, todos esos discursos solo sirven para ocultar la defensa de sórdidos intereses imperialistas en competencia y para justificar unas intervenciones que son el factor preponderante de la agravación de los conflictos y de la acumulación de la barbarie guerrera del capitalismo. Semejantes cinismo e hipocresía acaban de verse confirmados recientemente por la ejecución precipitada de Sadam Husein, que ilustra, en otro plano, los sangrientos ajustes de cuentas entre fracciones rivales de la burguesía.
¿Por qué la ejecución precipitada de Sadam Husein?
El juicio y la ejecución de Sadam Husein han sido saludados espontáneamente por Bush como “victoria de la democracia”. Esta declaración contiene una parte de verdad: con frecuencia, la burguesía comete sus crímenes y sus ajustes de cuentas en nombre de la democracia y de su defensa presentándola como su ideal. Ya hemos dedicado un articulo de esta Revista a demostrarlo (léase la Revista internacional no 66, 3er trimestre de 1991, “Las masacres y los crímenes de las grandes democracias”). Con un cinismo sin límite, Bush ha tenido también la cara de declarar, cuando se anunció el 5 de noviembre del 2006 el veredicto de muerte de Sadam Husein y mientras estaba en campaña electoral en Nebraska, que la sentencia podía entenderse como una “justificación de los sacrificios sufridos por las fuerzas norteamericanas” desde marzo de 2003 en Irak. Así que para Bush, el pellejo de un asesino vale más que 3000 jóvenes norteamericanos muertos en Irak (o sea más que el número de víctimas de la destrucción de las Torres Gemelas), la mayoría de ellos en la flor de la edad. Y se ve que para Bush la vida de cientos de miles de iraquíes muertos desde que empezó la intervención norteamericana no cuenta para nada. Más de 600 000 muertos iraquíes, unos muertos que el gobierno del país ha decidido dejar de contar para no “quebrantar la moral” de la población.
A Estados Unidos le interesaba que la ejecución de Sadam Husein se hiciera antes de los juicios a otros mandamases del antiguo régimen de Irak. En nada deseaban que muchos episodios muy comprometedores pudiesen ser evocados. Hicieron lo necesario para que no se recuerde el apoyo total de Estados Unidos y de las grandes potencias occidentales a la política de Sadam Husein entre 1979 y 1990, empezando por la guerra entre Irán e Irak (1980-1988).
Uno de los múltiples cargos contra Sadam Husein en uno de los juicios era la matanza con armas químicas de 5000 Kurdos en Halabya en 1988. Esa masacre ocurrió a finales de la guerra entre Irán e Irak, que costó mas de 1 200 000 muertos y el doble de heridos e inválidos. En aquel entonces EE.UU y la mayor parte de las potencias occidentales apoyaban y armaban a Sadam Husein. Esa ciudad había sido tomada en un primer tiempo por los iraníes y reconquistada después por Irak. Sadam decidió una operación de represalias contra la población kurda. Esa masacre fue la más espectacular de una campaña de exterminio más amplia llamada Al Anfal (“botín de guerra”) que hizo unas 180 000 víctimas entre los Kurdos iraquíes en 1987-88.
Cuando Sadam Husein empezó esa guerra atacando a Irán, lo hizo con el apoyo total de todas las potencias occidentales. Frente a la república islamista chií instalada en 1979 en Irán en donde el ayatolá Jomeini se permitía el lujo de desafiar a la potencia norteamericana calificándola de “Gran Satán”, ante la incapacidad del entonces Presidente demócrata Carter para acabar con aquél, Sadam Husein asumió el papel de gendarme de la región por cuenta de EE.UU. y del campo occidental declarando la guerra a Irán y haciéndola durar 8 años para debilitarlo. La contraofensiva de Irán le habría dado la victoria a ese país si Irak no se hubiera beneficiado del apoyo militar norteamericano directo. En 1987, bajo la dirección de EE.UU., el bloque occidental movilizó una formidable armada en el golfo Pérsico, con 250 buques de guerra procedentes de la mayoría de los grandes países occidentales, con 35 000 hombres y equipados con los aviones de guerra más sofisticados en aquel entonces. Presentada como una “fuerza de interposición humanitaria”, esa armada destruyó en particular una plataforma petrolera y varios de los buques más perfeccionados de la flota iraní. Gracias a ese apoyo, Sadam Husein pudo firmar una paz que restablecía ni más ni menos las mismas fronteras que cuando había estallado el conflicto.
Sadam Husein ya había llegado al poder con el apoyo de la CIA, haciendo asesinar a sus rivales chiíes y kurdos pero también a los demás jefes suníes del partido Baaz, acusándolos de fomentar conjuras contra él. Sus compinches de los grandes países lo cortejaron y honraron durante años como “gran hombre de Estado” (fue “gran amigo” de Francia y en particular de Chirac y Chevènement). El haberse distinguido a lo largo de su vida política por ejecuciones sanguinarias y expeditivas de todo tipo (ahorcamientos, decapitaciones, torturas a sus oponentes, gaseo con armas químicas, fosas llenas de cadáveres chiíes o kurdos) nunca molestó en manera alguna a los “grandes demócratas” hasta que éstos “descubrieron”, en vísperas de la guerra del Golfo de 1991, que no era más que un tirano sanguinario ([1]), al que desde entonces ya no se le llamó de otra manera que “Carnicero de Bagdad”, apodo que nunca se le había dado antes, cuando precisamente era el ejecutante de la política occidental. También se ha de recordar que Sadam Husein cayó en la trampa cuando se creyó que tenía el apoyo de Washington para invadir Kuwait en verano de 1990, dando a EE.UU. el pretexto para iniciar la operación militar más descomunal desde la Segunda Guerra mundial. Estados Unidos pudo así organizar la primera guerra del Golfo, en enero del 91, designando a Sadam Husein como enemigo público numero uno. La operación bautizada “Tempestad del desierto”, que quiso la propaganda presentar como una guerra “limpia” como si fuera un videojuego, costó la vida a unos 500 000 hombres en 42 días, con unos 106 000 ataques aéreos que lanzaron 100 000 toneladas de bombas y una experimentación de toda la gama de las armas más mortíferas (Napalm, bombas de fragmentación, de depresión…). Su objetivo esencial era hacer una demostración de la aplastante supremacía militar norteamericana en el mundo y forzar a sus antiguos aliados del bloque occidental, que mientras tanto se habían vuelto sus rivales imperialistas potenciales más peligrosos, a participar en la guerra junto con EEUU. Se trataba así de poner freno a la tendencia de esas potencias a quitarse de encima la tutela norteamericana tras la disolución del bloque occidental y de las alianzas que lo mantenían.
Con ese mismo maquiavelismo, Estados Unidos y sus aliados urdieron otra maquinación. Tras haber animado a los kurdos del Norte y a los chiíes del Sur a sublevarse contra el régimen de Sadam Husein, dejaron durante un tiempo intactas las tropas de elite del dictador para que éste pudiera aplastar esas rebeliones; y al no tener el menor interés en que la unidad del país fuera cuestionada, dejaron a la población kurda una vez más a la merced de terribles masacres.
Muchos medios europeos que suelen bailar al ritmo que les marca la clase dominante e incluso individuos como el muy pronorteamericano Sarkozy en Francia, pueden hoy denunciar hipócritamente “la mala opción”, “el error”, “la torpeza” de la ejecución prematura del dictador. La burguesía de los países europeos, como la norteamericana, tiene interés en que no se recuerde la parte que les incumbe en todos aquellos crímenes, ni siquiera a través el prisma deformante de un “juicio”. Cierto es que las circunstancias de la ejecución son las de una exacerbación de odio entre comunidades: se aplicó cuando apenas había empezado Aid al Adha, la fiesta del sacrificio, segunda fiesta en importancia del Islam, lo cual podía satisfacer a la parte mas fanatizada de la comunidad chií que profesa un odio mortal a la comunidad suní a la que pertenecía Sadam, pero que iba a soliviantar la indignación de los suníes y disgustar a la mayor parte de la población de religión musulmana. Además, ahora, algunos podrán presentar a Sadam Husein como un mártir a las generaciones que no conocieron su tiranía.
Pero ninguna burguesía, al compartir el mismo interés que la administración de Bush, tenía otra solución que la ejecución precipitada que permitiera ocultar y hacer olvidar su propia responsabilidad y su complicidad en las atrocidades que por otro lado siguen fomentando hoy. El paroxismo de barbarie y de hipocresía alcanzadas en Oriente Medio son un concentrado revelador del estado del mundo, símbolo del callejón sin salida total del sistema capitalista que se puede observar en el mundo entero ([2]).
La huida guerrera hacia delante en Oriente Medio
Los recientes acontecimientos del conflicto entre Israel y las diversas fracciones palestinas, así como la intensificación de los enfrentamientos entre éstas, están alcanzando cimas en lo absurdo. Es sorprendente ver cómo las diversas burguesías implicadas, arrastradas por la dinámica de la situación y la fuerza de las contradicciones, se ven obligadas a tomar decisiones totalmente contradictorias e irracionales incluso desde el punto de vista de sus intereses estratégicos a corto plazo.
Cuando Ehud Olmert tiende la mano al presidente de la Autoridad palestina Mahmud Abás, con alguna que otra concesión a los palestinos sobre todo suprimiendo algunos controles o prometiendo desbloquear 100 millones de dólares en nombre de la “ayuda humanitaria”, los medios de comunicación se ponen a hablar inmediatamente de reanudación del proceso de paz en Oriente Medio y Mahmud Abás se apresura a valorar el gesto ante su rival Hamás, pues esas seudo concesiones serían la prueba de la validez de su política de cooperación con Israel que permitiría obtener ciertas “ventajas”.
Y es ese mismo Ehud Olmert el que sabotea esas pretendidas ventajas que compartía con el presidente de la Autoridad palestina cuando al día siguiente se ve obligado, bajo la presión de las fracciones ultraconservadoras de su gobierno, a reanudar la política de implantaciones de colonias israelíes en los territorios ocupados y acelerar la destrucción de las viviendas palestinas en Jerusalén.
Los acuerdos entre Al Fatah e Israel hicieron que este país autorizara a Egipto la entrega de armas a Al Fatah para favorecer su lucha contra Hamás. Pero la enésima cumbre de Sharm el Shej entre Israel y Egipto fue totalmente interferida por una operación militar del ejército israelí en Ramala, en Cisjordania, y por la reanudación de los ataques aéreos en la Franja de Gaza en repuesta a esporádicos disparos de misiles. Así es como los mensajes de apaciguamiento o las proclamaciones de voluntad de reanudar el dialogo son de lo más confuso y las intenciones de Israel totalmente contradictorias.
Otra paradoja es precisamente cuando se reúnen Olmert y Abás, justo antes de la cumbre entre Israel y Egipto, cuando Israel se proclama potencia nuclear y amenaza directamente con utilizar la bomba atómica. Aunque esa amenaza esté dirigida esencialmente contra Irán, que también aspira a ser potencia nuclear, también sirve indirectamente para todos sus vecinos. ¿Cómo entablar discusiones con un interlocutor tan peligroso y belicoso?
Además, esa declaración no puede sino animar a Irán a proseguir por esa vía y legitimar sus ambiciones de ser escudo y gendarme de la región, con esa misma lógica de poseer una “fuerza de disuasión” como las demás grandes potencias.
El Estado israelí no es el único en tal situación. Todo ocurre como si cada protagonista fuera incapaz de tomar una orientación en defensa de sus intereses.
Por su parte, Abás ha corrido el riesgo de retar a las milicias de Hamás, haciendo estallar el conflicto con el anuncio, en Gaza, de convocar elecciones anticipadas, lo cual no podía ser sino una provocación para un Hamás “democráticamente elegido”. Sin embargo, ese reto, cuya consecuencia han sido unos combates callejeros sangrientos, era el único medio para la Autoridad Palestina de acabar tanto con el bloqueo israelí como con el embargo de la ayuda internacional desde la subida al poder de Hamás. Ese bloqueo ya es catastrófico para una población imposibilitada de ir a trabajar fuera de unos territorios cercados por la policía y el ejército israelí, pero que además ha provocado la huelga de 170 000 funcionarios palestinos cuyos sueldos ya no se pagan desde hace meses ni en la Franja de Gaza ni en Cisjordania (en particular en sectores tan vitales como educación y salud). La cólera de los funcionarios, que ha afectado incluso a la policía y el ejército, es explotada tanto por Hamás como por Al Fatah para reclutar en sus respectivas milicias, según a quien unos u otros hagan responsable de la situación, mientras sigue habiendo niños entre 10 y 15 años alistados masivamente para servir de carne de cañón en las matanzas.
Por su lado, Hamás intenta explotar esa situación de caos para intentar negociar directamente con Israel un intercambio de prisioneros entre el cabo israelí raptado en enero del 2006 y los activistas de Hamás.
El caos sangriento surgido hace más de un año de cohabitación explosiva entre el gobierno elegido de Hamás y el presidente de la Autoridad Palestina sigue siendo la única perspectiva. En esa dinámica que solo puede debilitar considerablemente a ambos campos, no puede hacer ilusión la tregua decidida a finales de año entre las milicias de Al Fatah y las de Hamás. No cesan de producirse enfrentamientos mortales: atentados con coches bomba, peleas callejeras, raptos a repetición siembran el terror y la muerte entre una población de la Franja de Gaza hundida ya en la miseria más negra. Y para colmo los ataques israelíes en Cisjordania o las despiadadas intervenciones de la policía israelí en sus controles son otros tantos “errores” suplementarios: se mata regularmente a niños, a colegiales en múltiples ajustes de cuentas. El proletariado israelí ya sangrado por el esfuerzo de guerra se encuentra también expuesto a las operaciones de represalias de Hamás o de Hizbolá.
Y, al mismo tiempo, la situación es tan insegura en el sur de Líbano donde están desplegadas las fuerzas de la ONU. Desde el asesinato del líder cristiano Pierre Gemayel en noviembre del 2006 reina la inestabilidad. Mientras que Hizbolá y las milicias chiíes (o las cristianas del general Aun aliadas provisionalmente a Siria) se libraban a una demostración de fuerza sitiando durante varios días el palacio presidencial en Beirut, grupos armados suníes amenazaban el parlamento libanés y su presidente chií Nabil Berri. La tensión entre fracciones rivales está en su punto álgido. Y, por otra parte, nadie puede tomarse en serio la misión de la ONU que consiste en desarmar a Hizbolá.
En Afganistán, el despliegue de 32 000 soldados de las fuerzas internacionales de la OTAN y de 8500 soldados norteamericanos sigue siendo tan ineficaz. Los combates contra Al Qaeda y los talibanes con un centenar de ataques en el sur del país son irremediablemente palos al agua. El balance para 2006 de esa guerrilla alcanza los 4000 muertos. Pakistán, aliado supuesto de Estados Unidos, no para al mismo tiempo de servir de base de refugio a los talibanes y a Al Qaeda. Cada Estado, cada fracción se ven empujados hacia adelante en la aventura bélica a pesar de los reveses sufridos.
El atolladero más significativo es el de la primera potencia del mundo. La política de la burguesía norteamericana es la que más trabada está por esas contradicciones. El informe Baker, antiguo consejero de Bush padre, informe encargado por el gobierno federal, reconoce el fracaso de la guerra en Irak y preconiza un cambio de orientación, proponiendo tanto una apertura diplomática hacia Siria e Irán como la retirada escalonada de los 144 000 soldados norteamericanos empantanados en Irak, y resulta que el Bush Jr., obligado a modificar su gobierno, sustituyendo, en particular, a Rumsfeld por Robert Gates en la Secretaría de Estado de Defensa, se contenta con cambiar a unos cuantos de sus hombres haciéndolos responsables del descalabro de la guerra en Irak (el ejemplo más reciente es el del despido de dos de los principales jefes de estado mayor de las fuerzas de ocupación en Irak, que se han opuesto, porque no lo consideraban eficaz, al despliegue de nuevas fuerzas americanas en Irak). Y a Bush jr. no se le ocurre mejor cosa que reforzar las fuerzas norteamericanas en Irak con otros 21 500 soldados que serán enviados al frente iraquí con la misión de “controlar la seguridad” de Bagdad, y eso cuando ya se está movilizando a los reservistas. El que haya una nueva mayoría demócrata en el Congreso y el Senado estadounidenses no cambia nada en la situación: cualquier paso atrás u oposición al desbloqueo de nuevos créditos militares para la guerra en Irak sería entendido como una declaración de debilidad de EE.UU., de la nación norteamericana, y el campo demócrata no está dispuesto a asumir esa responsabilidad. Toda la burguesía norteamericana, como cada camarilla burguesa o cada Estado, está cada día más atascada en un engranaje guerrero en el que cada decisión, cada movimiento les hace acelerar la huida ciega e irracional para defender sus intereses imperialistas frente a sus rivales.
El continente africano: otra edificante ilustración de la barbarie capitalista
Hace muchos años que cotidianamente se producen atrocidades guerreras en el continente africano. Tras décadas de masacres en Zaire y Ruanda, tras los enfrentamientos de clanes en Costa de Marfil instigados por las rivalidades entre las grandes potencias, hoy otras nuevas regiones han entrado en la siniestra zarabanda de sangre y fuego.
En Sudán, la “rebelión” contra el gobierno pro islamista de Jartum se ha dividido en múltiples fracciones que se combaten mutuamente, instrumentalizadas por tal o cual gran potencia en un juego de alianzas cada día más precario. En tres años, ha habido en la región de Darfur, en el oeste de Sudán, 400 000 muertos y más de un millón y medio de refugiados, han sido destruidos cientos de aldeas y pueblos, cuyas poblaciones viven hoy hacinadas en campos inmensos en pleno desierto, donde el futuro es morirse de hambre, de sed, de epidemias o de los peores atropellos por parte de las diferentes bandas armadas, incluidas las fuerzas gubernamentales sudanesas. El éxodo de los rebeldes ha llevado el conflicto más allá de Darfur, a Chad y República Centroafricana. Esto ha hecho que Francia se implique militarmente cada día más en la región para así preservar los últimos “cotos de caza” que le quedan en África, participando activamente, entre otras cosas, en los combates desde el aire a partir del territorio chadiano.
Desde el derrocamiento del antiguo dictador presidente Siad Barre en 1990, acompañando en su caída a su protectora, la URSS, Somalia es un país sometido al caos, minado por una guerra continua entre innumerables clanes, que no son sino gangs mafiosos y bandas armadas de saqueadores, matones a sueldo de quien ofrezca más, que hacen reinar el terror, siembran la miseria y la angustia por todo el territorio. Las potencias occidentales que se lanzaron a echar mano del país entre 1992 y 1995 tuvieron que irse no por haber sido “vencidas”, sino por el grado tan avanzado de caos y descomposición que allí reina; el propio desembarco holliwoodiano de los marines estadounidenses acabó en lamentable descalabro en 1994, dejando el sitio a un desorden sin fronteras. Las matanzas entre esas sanguinarias camarillas rivales han hecho 500 000 muertos desde 1991.
La Unión de tribunales islámicos, que era una de esas bandas pintada con el barniz de la Sharia y del Islam “radical”, acabó apoderándose de la capital, Mogadiscio, con algunos miles de hombres armados, en mayo de 2006. El gobierno de transición refugiado en Baidoa llamó entonces a su poderoso vecino, Etiopía, en su ayuda ([3]). El ejército etíope, con el apoyo directo de Estados Unidos, bombardeó la capital e hizo huir en unas cuantas horas a las tropas islamistas, yendo gran parte de ellas al Sur del país. Mogadiscio es un montón de ruinas en el que vive una población harapienta que sobrevive como puede. Se ha instalado un nuevo gobierno provisional apuntalado por el ejército etíope, pero sin la menor autoridad política como lo demuestra el fracaso de su exigencia de que la población entregue las armas. Tras la victoria relámpago de Etiopía, la tregua será sin duda provisional y precaria, pues los “rebeldes” islamistas están rearmándose a través de la frontera permeable del Sur con Kenya. Y podrán obtener otros apoyos, en Sudán, en Eritrea –enemigo tradicional de Etiopía– o en Yemen. Esta situación incierta preocupa necesariamente a Estados Unidos, pues el Cuerno de África, con la base de Yibuti y el puente que ofrece Somalia hacia Asia y Oriente Medio, es una zona entre las más estratégicas del mundo. Esto incitó a EEUU a intervenir directamente el 8 de enero bombardeando el Sur del país donde se han refugiado los “rebeldes” de los que la Casa Blanca afirma que están directamente manipulados y vinculados a Al Qaeda.
Estados Unidos, Francia o cualquier otra gran potencia, cada una por su lado, no lograrán nunca hacer un papel estabilizador ni ser un freno al desencadenamiento de la barbarie guerrera, sea cual sea el gobierno instalado, donde sea, en África o en cualquier otra parte del mundo. Muy al contrario, sus intereses imperialistas empujan a esas potencias a generalizar cada vez más las masacres.
El hundimiento de una parte cada vez más amplia de la humanidad en tal caos y tal barbarie, los peores de toda la historia, es el único porvenir que el capitalismo nos promete. La guerra imperialista moviliza hoy toda la riqueza de la ciencia, de la tecnología, del trabajo humano, no para proporcionar el bienestar a la humanidad, sino, al contrario, para destruir sus riquezas, amontonar ruinas y cadáveres. La guerra imperialista dilapida un patrimonio edificado siglo tras siglo de historia, amenazando en última instancia con sumergir y destruir a la humanidad entera. La guerra imperialista es una de las expresiones de la aberración sin límites de este sistema.
Más que nunca la única esperanza posible es el derrocamiento del capitalismo, la instauración de relaciones sociales liberadas de las contradicciones que atenazan la sociedad, por la única clase portadora de un porvenir para la humanidad, la clase obrera.
Wim (10 enero)
[1]) En cambio, otro tirano de la región, el sirio Hafez el Asad, eterno rival de Sadam, sí siguió siendo hasta en la tumba un “gran hombre de Estado”, por su adhesión al campo occidental, a pesar de tener una carrera tan sanguinaria como la de Sadam y haber utilizado métodos equivalentes.
[2]) Incluso algunos plumíferos de la burguesía son capaces de constatar la náusea provocada por la acumulación insoportable de barbarie en el mundo actual: “La barbarie que castiga a la barbarie para engendrar más barbarie. Una video circula por la red, ultima contribución en el festival de imágenes de lo inmundo, desde las decapitaciones orquestadas por Zarkaui hasta el amontonamiento de carnes humilladas en Abú Graib por los GI (…) A los terribles servicios secretos del ex tirano sucedieron los escuadrones de la muerte del ministro del Interior dominados por las brigadas Al Badr proiraníes. (…) Que se reivindiquen del terror binladista, de la lucha antinorteamericana o sean partidarios del poder (chií), los asesinos que raptan civiles iraquíes comparten una misma tendencia a actuar sometidos a la ley de las pulsiones individuales. Sobre los escombros de Irak planean buitres de toda calaña, de todos los clanes. La mentira es la norma, la policía rapta y roba, el hombre de Dios decapita y destripa, el chií aplica al suní lo que él ha sufrido” (Marianne, semanario francés, 6 de enero). Pero esos plumíferos no son capaces de ir más allá de la “explicación” de esa barbarie por las “pulsiones individuales”, y ya puestos a ello, por la “naturaleza humana”. No pueden entender ni por lo tanto reconocer que esa barbarie es un producto eminentemente histórico, una consecuencia del sistema capitalista decadente, y que existe históricamente una clase social capaz de acabar con ella: el proletariado.
[3]) Etiopía, también antiguo bastión de la URSS, se ha convertido, tras la huida de de Mengistu en 1991, en fortaleza de Estados Unidos en la región llamada « Cuerno de África ».