Editorial - La guerra en Europa: el capitalismo enseña su verdadero rostro

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La guerra en Europa: el capitalismo enseña su verdadero rostro

La guerra que acaba de estallar en Yugoslavia con los bombardeos de Serbia por la OTAN es el acontecimiento más grave ocurrido en el ámbito imperialista mundial desde el hundimiento del bloque del Este en 1989. Incluso si, por ahora, la amplitud de los medios empleados es bastante menor que en la guerra del Golfo de 1991, la dimensión del conflicto actual es, en cambio, muy diferente. La barbarie guerrera se desencadena hoy en el corazón de Europa, a una o dos horas de sus principales capitales. Ya era así a lo largo de los múltiples enfrentamientos que desde 1991 han asolado la antigua Yugoslavia y ha ido dejando miles de víctimas. Pero esta vez son las principales potencias del capitalismo, empezando por la primera de todas ellas, las protagonistas de esta guerra.

Si el hecho de que la guerra ocurra en Europa tiene tanta importancia es porque este continente, cuna del capitalismo y primera región industrial del mundo, ha sido el epicentro y lo que ha estado en juego en todos los grandes conflictos imperialistas del siglo XX, empezando por las dos guerras mundiales. Europa fue, durante la guerra fría misma que durante 40 años opuso el bloque ruso y el americano, lo esencial de lo que en esa guerra se jugaba, por mucho que el escenario de los episodios de guerra abierta fueran países de la periferia o antiguas colonias (guerras de Corea, Vietnam, Oriente Medio, etc.). El conflicto actual, además, se está desarrollando en una zona especialmente sensible del continente, los Balcanes, cuya posición geográfica (mucho más que la económica) los ha trasformado, ya desde antes de la Primera Guerra mundial, en uno de los lugares más reñidos del planeta. No hay que olvidar que la primera carnicería imperialista empezó en Sarajevo.

Otro factor está dando al conflicto toda su dimensión: la participación directa, activa, de Alemania en los enfrentamientos, y no de extra, sino con un papel importante. Es un retorno a la escena de importancia histórica, pues desde hace medio siglo, a causa de su estatuto de país vencido en la Segunda Guerra mundial, a ese país le estaba prohibido participar en toda intervención militar. El que la burguesía alemana vuelva a ocupar un sitio en los campos de batalla es significativo de la agravación general de las tensiones guerreras que el capitalismo decadente, enfrentado a una crisis económica insoluble, engendrará irremediablemente cada día más.

Los políticos y los medios de los países de la OTAN nos presentan esta guerra como una acción de “defensa de los derechos humanos” contra un régimen especialmente odioso, responsable, entre otros desmanes, de la “purificación étnica” que ha ensangrentado la antigua Yugoslavia desde 1991. En realidad, a las potencias “democráticas” les importa un comino el destino de la población de Kosovo exactamente igual que les importaba la suerte de la población kurda y de los shiíes de Irak cuando dejaron que las tropas de Sadam Husein los machacara a su gusto después de la guerra del Golfo. Los sufrimientos de las poblaciones civiles perseguidas por tal o cual dictador siempre han sido el pretexto para que las grandes “democracias” declaren la guerra en nombre de una “causa justa”. Así fue, en particular, con la Segunda Guerra mundial, en la que el exterminio de los judíos por el régimen hitleriano (exterminio contra el cual los Aliados no hicieron nada incluso cuando les fue posible) sirvió para justificar, a posteriori, todos los crímenes cometidos por las “democracias”, y, entre ellos, los 250 000 muertos de Dresde bajo los bombardeos aliados en la sola noche del 13 al 14 de febrero de 1945 o las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki el 6 y 9 de agosto de 1945.

Si hoy los medios nos están inundando desde hace varias semanas con imágenes de la tragedia de cientos de miles de refugiados albaneses de Kosovo víctimas de la barbarie de Milosevic, es para justificar la campaña guerrera de los países de la OTAN, la cual, al iniciarse, encontraba un fuerte escepticismo, cuando no hostilidad, entre la población de esos países. También es para que se adhieran a la última fase de la operación “Fuerza determinada”, en caso de que los bombardeos no dobleguen a Milosevic, o sea la ofensiva terrestre que podría provocar cantidad de muertes no sólo del lado serbio sino también del de los aliados.

En realidad, la “catástrofe humanitaria” de los refugiados de Kosovo ha sido prevista y buscada por las “democracias” para justificar sus planes de guerra; exactamente como con la matanza de los kurdos de los shiíes de Irak, pues los aliados habían animado a esas poblaciones a sublevarse contra Sadam durante la guerra.

El verdadero responsable de esta guerra no hay que buscarlo en Belgrado, ni siquiera en Washington. Es el capitalismo como un todo el responsable de la guerra; y la barbarie guerrera, con su cortejo de matanzas, genocidios, atrocidades, sólo podrá acabarse mediante el derrocamiento de ese sistema por la clase obrera mundial. Si no, el capitalismo, agonizante, podría acabar arrastrando en su muerte al conjunto de la sociedad.

Frente a la guerra imperialista y todas sus abominaciones, los comunistas tienen el deber de solidaridad. Pero esa solidaridad no se dirige a ésta a aquella nación o etnia, en las cuales están mezclados explotadores y explotados, víctimas y verdugos, tengan éstos la cara de Milosevic o la de la camarilla nacionalista del UCK, que está alistando a hombres útiles sacándolos a la fuerza de los grupos de refugiados. La solidaridad de los comunistas es una solidaridad de clase que se dirige a los obreros y los explotados serbios o albaneses, a los obreros en uniforme de todos los países que se hacen matar o a los que se transforma en asesinos en nombre de la “patria” o de la “democracia”. Esta solidaridad de clase, a los primeros que les incumbe manifestarla es a los batallones más importantes del proletariado mundial, o sea, a los obreros de Europa y de América del Norte, no alineándose tras las pancartas del pacifismo, sino desarrollando sus luchas contra el capitalismo, contra quienes los explotan en su propio país.

El deber de los comunistas es denunciar con tanta energía a los pacifistas como a los predicadores de la guerra. El pacifismo es uno de los peores enemigos del proletariado. Se dedica a cultivar la ilusión de que la “buena voluntad” o las “negociaciones internacionales” podrían acabar con las guerras. Lo que así hacen es cultivar la patraña de que podría existir un “buen capitalismo” respetuoso de la paz y de los “derechos humanos” desviando así a los proletarios de la lucha de clase contra el capitalismo como un todo. Peor todavía, son o acaban siendo ojeadores de los militaristas, trovadores de las cruzadas guerreras, de esos que dicen: “Puesto que las guerras son provocadas por los “malos capitalistas”, “nacionalistas” y demás “sanguinarios” sólo liquidándolos obtendremos la paz, mediante…la guerra si es necesario”. Eso es lo que acabamos de ver en Alemania, en donde el líder de los movimientos pacifistas de los años 80, Joschka Fischer es hoy quien asume la responsabilidad principal en la política imperialista de su país. Y se felicita por ello declarando: “por vez primera desde hace mucho tiempo, Alemania hace la guerra por una buena causa”.

Desde los primeros días de la guerra, los internacionalistas han hecho oír, con sus medios todavía modestos, su voz contra la barbarie imperialista. El 25 de marzo, la CCI publicó una hoja repartida hasta hoy a los obreros de 13 países y cuyo contenido podrán conocer los lectores en nuestras publicaciones territoriales. Nuestra organización no ha sido, sin embargo, la única en actuar para defender la postura internacionalista. Ha reaccionado el conjunto de los grupos que se reivindican de la Izquierda comunista, al mismo tiempo y planteando los mismos principios fundamentales ([1]). En el próximo número de la Revista trataremos más en detalle las posiciones y análisis desarrollados por esos diferentes grupos. Pero ya hoy queremos señalar todo lo que nos acerca (defensa de las posiciones internacionalistas, como las que se expresaron en las conferencias de Zimmerwald y Kienthal durante la Ia Guerra mundial o en los primeros congresos de la Internacional comunista) y todo lo que nos opone al conjunto de organizaciones (estalinistas o trotskistas) que, por mucho que se reivindiquen de la clase obrera, lo único que hacen es inocular en su seno la ponzoña del nacionalismo y del pacifismo.

Evidentemente, el papel de los comunistas no se limita a defender los principios por muy importante y básica que sea esa tarea. También consiste en hacer un análisis que permita a la clase obrera comprender lo que está en juego, los principales elementos de la situación internacional. El análisis de la guerra en Yugoslavia, que acababa justo de empezar, ha sido uno de los ejes de los trabajos del XIIIº congreso de la CCI que acaba de verificarse a primeros de abril. En el próximo número de esta Revista volveremos a escribir sobre este congreso, pero ya ahora publicamos la «Resolución sobre la Situación internacional» que en dicho congreso fue adoptada y de la que una parte importante está dedicada a la guerra actual.

10 de abril de 1999.

 

[1] Las otras organizaciones son: Buró internacional por el Partido revolucionario (BIPR), Partito comunista internazionale-Il Programma comunista, Partito Comunista internazionale-Il Comunista, Partito comunista internazionale-Il Partito comunista.

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