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En este fin de 1999 reina una especie de euforia sobre el «crecimiento económico». En 1998, el hundimiento de los «tigres» y «dragones» del sudeste asiático, el de Brasil, de Venezuela y de Rusia provocaron el temor a una recesión, incluso a una «depresión», temor «injustificado» según lo que dicen hoy los grandes «media» de la burguesía. El milenio parece acabarse con una nota de optimismo que viene a alimentar la propaganda destinada a las grandes masas obreras: el elogio del capitalismo, «único sistema económico posible», siempre capaz de encarar sus crisis. Este es el mensaje: «el capitalismo está en buena salud y va seguir así».
Mientras que a primeros del 99, ciertas previsiones mostraban la perspectiva de una «recesión» en los países desarrollados, los resultados de hoy hacen ostentación de «tasas de crecimiento» importantes acompañadas del «retroceso del desempleo», según cifras oficiales, claro está. Nosotros escribíamos: «El hundimiento en una recesión abierta todavía más profunda que las anteriores – algunos hablan incluso de “depresión” – está haciendo callar los discursos sobre un crecimiento económico duradero prometido por los “expertos”» (Revista internacional nº 96) y también: «Aunque los países centrales del capitalismo han escapado a esta suerte hasta el presente, se encuentran en vías de enfrentar su peor recesión desde la guerra, comenzando por Japón» («Resolución sobre la situación internacional», Revista internacional nº 97).
¿Nos habríamos arriesgado demasiado con previsiones que no se han realizado?. ¿Dónde está la situación económica actual?.
Sobre la economía mundial, la burguesía nos está haciendo juegos de magia y contando mentiras. Según ciertas cifras oficiales, asistiríamos efectivamente a un frenazo de la economía mundial mucho menos fuerte que lo previsto, en particular en Estados Unidos, fenómeno falsamente calificado de «boom» por los plumíferos a la orden. La duración del crecimiento sin recesión desde hace siete u ocho años, aunque sea muy débil, es efectivamente la manifestación de cierta «prosperidad». Pero las cifras saben mentir.
Primero porque la burguesía dispone de artificios que le permiten esconder la disminución del crecimiento de la producción real, mediante manipulaciones financieras y monetarias. Y si es de buen tono proclamar «la prosecución del crecimiento ininterrumpido» en los mensajes que se dirigen al pueblo y en particular a la clase obrera, los discursos son ya mucho más matizados en aquellos círculos más restringidos de la burguesía que necesitan un conocimiento concreto y no mistificado del estado de la economía. Merece la pena citar algunos ejemplos: «En las proyecciones más optimistas, el crecimiento previsto en el mundo se reduce un 50 % con respecto a las perspectivas de hace un año, pero se mantiene sin embargo más o menos en un 2 % en 1999 como en 1998. En sus variantes más pesimistas, desaparece prácticamente. La amenaza de una recesión global parece entonces real en el año 2000. (...) El «boom» norteamericano frente a la depresión de los antiguos dragones: ¡increíble inversión!. Pero hemos de seguir siendo lúcidos: ha sido la hinchazón de la burbuja de Wall Street lo que ha permitido mantener la expansión en Estados Unidos, y, por consiguiente en el mundo. La “burbuja Greenspan”, dirán los historiadores. Para unos, el presidente de la Reserva federal es un mago. Para los demás, es un aprendiz de brujo, puesto que la rectificación será a la medida de los excesos cometidos. Esa rectificación está en primera fila de de los guiones «pesimistas» de los expertos: 13 % de caída en Wall Street según el FMI, 30 % según la OCDE. ¿Por qué? pues porque la subida de la Bolsa no tiene la menor justificación en las tendencias de la economía real, la cual está en declive» (L’Expansion, octubre del 99). Otro ejemplo: «Parece ser que las medidas de estímulo de la Reserva federal este pasado otoño habrían alejado una catástrofe inmediata. Economistas y políticos temen que el alivio de la política monetaria haya incrementado significativamente el enorme desequilibrio que está dominando la economía americana (...). Para los pesimistas ya es imposible impedir que el desequilibrio desemboque en desastre total. (...) Va a volver la inflación de forma acelerada y la Bolsa va a hundirse. Esto provocará una nueva fase de inestabilidad financiera global, perjudicará significativamente le demanda interna estadounidense, y también quizás precipitará la recesión mundial contra la cual tanto intervino el año pasado el G7 para evitarla» (Financial Times, octubre de 1999).
Quizás nos hayamos equivocado el año pasado al alinearnos con los pronósticos de «recesión» de la economía, pero esto no impide que mantengamos con firmeza lo dicho en cuanto a la agravación considerable de la crisis. Hasta los expertos de la burguesía se ven obligados de constatarlos a su manera: no existe la menor perspectiva duradera de mejoramiento de la situación económica. Al contrario, todo conduce a nuevas sacudidas cuyos efectos, una vez más, serán sufridos por la clase obrera.
La recesión no es sino una manifestación particular de la crisis capitalista, no es la única ni mucho menos. Ya hemos evidenciado el error que se comete al no tomar en cuenta más que a los indicadores de «crecimiento» suministrados por la burguesía, que se basan en «el crecimiento de las cifras brutas de la producción sin preocuparse de qué está hecha ni de quién va pagar» (Revista internacional, no 59, 1989). También señalamos en aquel entonces todos aquellos elementos significativos que permiten medir la gravedad de la crisis: «el crecimiento vertiginoso del endeudamiento de los países subdesarrollados (...), la aceleración de los procesos de desertificación industrial (...), la enorme agravación del paro (...), una agravación de las calamidades que aplastan a los países subdesarrollados» (Idem). No solo están presentes hoy todos estos elementos, sino que además se han agravado. Y factores como el endeudamiento (como, por cierto, las «calamidades» en lo que a seguridad o salud se refiere), no solo afectan a los países periféricos, sino también los que se sitúan en el mismo centro del capitalismo industrializado.
El déficit comercial de Estados Unidos, estimado oficialmente a 240 mil millones de dólares, está batiendo todos los récords, el «déficit de la balanza de pagos alcanza este año más de 300 mil millones de dólares, 3 % del producto interior bruto» (Financial Times, op. cit.). El consumo interno que se ha desarrollado y ha sido el factor más «espectacular» del «crecimiento» no está basado en un aumento de los sueldos, puesto que a pesar de los bonitos discursos la tendencia general estos años pasados ha sido su baja ([1]). Está sobre todo vinculada a los ingresos por acciones bursátiles, cuya distribución se ha «democratizado» (aunque sean, sobre todo, los ejecutivos de las empresas quienes se reparten los «stock options»). Estos ingresos han sido importantes porque están ligados a los «récords» permanentes de la Bolsa de Wall Street. Ese crecimiento del consumo es necesariamente muy inestable, puesto que se transformará en catástrofe para muchos trabajadores cuyos ingresos o pensiones están en acciones, en cuanto dé la vuelta la tendencia de la Bolsa. La «tasa de crecimiento» oculta esta fragilidad, como también oculta otra aberración histórica desde el punto de vista económico: que, hoy, los ahorros se han vuelto negativos en Estados Unidos, o sea ¡que las familias norteamericanas tienen globalmente más deudas que ahorros! Lo que constatan los especialistas: «... la industria norteamericana está en el filo de la recesión. Esto es incompatible con el nivel de los cotas de las acciones de Wall Street, cuya valoración está en una cumbre desde 1926; los beneficios anticipados son los más importantes desde la guerra. Esto es insostenible, aunque es esencial para el mantenimiento de la confianza de las familias y la difusión del efecto de riqueza que las incita a consumir siempre más a crédito. Su tasa de ahorros se ha vuelto negativa, fenómeno que no se había visto desde la Gran Depresión. ¿Como va a poder hacerse con cautela el aterrizaje inevitable?» (L’Expansion, op. cit.).
El indicador oficial de la manifestación abierta de la crisis, el estancamiento de la producción has sido una vez más ocultado, y la recesión ha vuelto a ser aplazada con los mismos paliativos: endeudamiento, huida ciega en el crédito y la especulación (compra de acciones en este caso) Y otro de los símbolos de la huida ciega que ya no tiene nada que ver con una producción real de riqueza es que los valores en bolsa que más han progresado en los últimos meses han sido los de las sociedades que ofrecen el acceso a Internet, o sea, grosso modo, los vendedores de aire. Por lo tanto, la situación de la economía mundial es cada día más frágil y portadora de las próximas «purgas» que volverán a dejar en la calle a otra buena cantidad de proletarios.
En fin, al ser la «recesión», o sea la tasa de crecimiento negativa, para la burguesía el símbolo mismo de sus crisis, es un factor de desestabilización e incluso de pánico en las esferas capitalistas, lo cual contribuye a ampliar más todavía el fenómeno. Es una de las razones que explican que la burguesía lo haga todo por evitar una situación así.
Otra razón, quizás más importante incluso, es la necesidad de ocultar la quiebra de su sistema anta la clase obrera; como lo dicen los especialistas: «es esencial para el mantenimiento de la confianza de las familias y la difusión del efecto de riqueza que las incita a consumir a crédito siempre más». Si se hunde la «tasa de crecimiento» es toda la propaganda sobre la validez del sistema capitalista la que se ve afectada; y es también una incitación a la lucha de la clase y, sobre todo, a la reflexión, y, por lo tanto, a la puesta en entredicho del sistema. Y eso es lo que la burguesía más teme.
Por lo demás, para los proletarios tirados definitivamente a la calle por millones, en los países que llaman «emergentes» (como los del Sureste asiático, que no volverán a recuperarse nunca del acelerón de la crisis de 1997-98) o para las inmensas masas empobrecidas de los países a los que pretenden en «vías de desarrollo» de la periferia del capitalismo (en Africa, Asia o Latinoamérica), sino también para los relegados del «crecimiento», cada vez más numerosos en los países industrializados, no se necesitan grandes demostraciones teóricas. Ya están sufriendo día tras día la quiebra de un sistema cada vez menos capaz de darles los medios más elementales de subsistencia.
Algunos verán una especie de fatalidad «natural», una ley según la cual únicamente los fuertes deben sobrevivir y arreglárselas, siendo así la miseria, y en fin de cuentas la muerte para los más «débiles», la consecuencia «normal» de esa pretendida ley. Es evidente que todo eso no son más que patrañas. Hoy, y eso desde la Primera Guerra mundial, el sistema capitalista se asfixia en una crisis de sobreproducción. La sociedad dispone hoy potencialmente, y eso desde principios del siglo XX, de todos los medios industriales y técnicos para que la humanidad entera pueda vivir holgadamente. Lo que sume en el desempleo y unas condiciones de vida degradadas a millones de trabajadores de los países industrializados, y en la miseria y la barbarie a causa de la multiplicación de guerras «locales» a millones de seres humanos en los países de la periferia del capitalismo, es que este sistema, basado en la acumulación de capital y de la ganancia, perdure.
El desarrollo del capitalismo, aunque ya se realizaba «en la sangre y el barro», todavía en el siglo XIX, venía a corresponder globalmente a un crecimiento de la satisfacción de las necesidades humanas. Entrado, con la Primera Guerra mundial, en su fase de decadencia, de declive histórico, ha arrastrado desde entonces al mundo a una espiral que se define así: crisis/guerra/reconstrucción/ nueva crisis más profunda/nueva guerra más mortífera/nueva crisis económica; esta última manifestación de la crisis dura ya desde hace más de 30 años ([2]) y la amenaza de destrucción del planeta es muy real, aunque no sea con una 3ª contienda mundial desde la desaparición de los dos grandes bloques imperialistas hace casi diez años.
El declive irreversible del sistema capitalista no significa, sin embargo, que la clase dominante que lo gobierna vaya a declararse en quiebra y dejarla llave en la puerta como puede ocurrir con una simple empresa capitalista. Toda la historia del siglo XX lo ha demostrado, especialmente con la «salida» que el capitalismo mundial dio a la gran crisis de 1929 hace 70 años, o sea, la guerra mundial. Los capitalistas están dispuestos a ir a mutuo degüello y a arrastrar a la humanidad entera en la destrucción con su lucha a muerte por el reparto del «pastel» del mercado mundial. Y si desde hace treinta años de crisis económica abierta no han podido arrastrar a las grandes masas proletarias en la guerra, no han cesado de hacer trampas con las propias leyes del desarrollo capitalista para mantenerlo en vida y no han cesado de hacer pagar a los trabajadores, activos o desempleados, el precio de la agonía de un sistema económico moribundo.
Contra los ataques cada día más duros a las condiciones de existencia, comprender la crisis económica, su carácter irreversible, su dinámica en el sentido de una agravación constante, es un factor esencial de la toma de conciencia de la imperiosa necesidad de la lucha de clase, no sólo para defenderse contra el capitalismo sino también para abrir la única verdadera perspectiva que le queda a la humanidad: la de la revolución comunista, la de verdad y no la de ese rostro repulsivo del capitalismo de Estado estalinista con el que la burguesía ha querido identificar el comunismo.
MG