La situación internacional y las tareas que enfrenta nuestra tendencia internacional

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Los textos que publicamos aquí forman parte de las ponencias presentadas en la conferencia internacional. Los tres primeros son informes preparados para la conferencia, los otros fueron contribuciones escritas a la discusión. No tuvimos tiempo de presentar el “Informe sobre el período de transición”, ni de debatirlo, en la propia conferencia, pero decidimos publicar estos textos inmediatamente para continuar el debate abierto sobre este tema. Nuestra corriente no ha llegado a una homogeneidad sobre esta compleja cuestión y, en cualquier caso, a diferencia de otros grupos (incluyendo Perspectivas Revolucionarias), creemos que no corresponde a los revolucionarios crear fronteras de clase donde, la ausencia de experiencia de la clase no ha permitido que ella misma se expresara. Si bien algunos elementos revolucionarios son incapaces de asumir sus tareas en la situación actual, ya se están posicionando en términos absolutos en un tema tan complejo como el del período de transición. Creemos que sería preferible publicar estos textos para contribuir a la clarificación sin pretender resolver todos los problemas. También publicamos aquí una contribución de Perspectivas Revolucionarias sobre el período de transición -extractos elegidos por ellos de un texto más largo- que muestra sus diferencias con algunos de nuestros camaradas sobre este tema. 

La situación internacional: la crisis, la lucha de clases y las tareas de nuestra corriente internacional.

"¡Nace una nueva era! La época de la disolución del capitalismo, de su desintegración interna. La época de la revolución comunista del proletariado".  (Plataforma de la Internacional Comunista, 4 de marzo de 1919)

Casi 54 años después de haber sido pronunciadas, estas palabras resuenan de nuevo con fuerza y amenazan al capitalismo mundial. El capitalismo decadente, que suda sangre y barro por todos sus poros, vuelve a ser acusado una vez más por toda la humanidad. ¿Los acusadores? Millones de proletarios masacrados durante dos generaciones por el capital, sumados a todos los que han perecido desde el comienzo del capitalismo; todos están allí, silenciosos y severos, son la clase obrera internacional. ¿La sentencia? Se ha pronunciado desde el principio cuando el proletariado naciente se levantó contra la explotación capitalista. Se encuentra en los intentos de Babeuf, Blanqui, la Liga de los Comunistas, que preparaban al proletariado para el asalto final. Tambien constituye el trabajo de la Primera, Segunda y Tercera Internacional. Y también es el trabajo de clarificación que la Izquierda Comunista nos dejó como legado. El acusado está condenado: la sentencia de muerte, de momento, simplemente se ha aplazado; ¡la humanidad ya no puede tolerar más retrasos!

La Crisis

Los últimos años han confirmado el análisis que nuestra corriente comenzó a hacer en 1967/68, y sobre la base de la crisis histórica y del desarrollo actual de la crisis.

De manera concreta, los últimos doce meses son la prueba irrefutable de las perspectivas que nuestros camaradas estadounidenses presentaron en la conferencia de hace un año. Las perspectivas que Internacionalismo esbozó para nuestra corriente incluían tres alternativas principales para la crisis del capitalismo, y es posible que las tres se desarrollen al mismo tiempo, aunque cada una de ellas a escala diferente, más o menos grande. Fue la tentativa de culpar de la crisis a otros estados capitalistas, o a los sectores más débiles del capital (incluyendo la pequeña burguesía y el campesinado) y por supuesto al proletariado.

No entraremos aquí en los detalles específicos de las manifestaciones de la crisis (lo que requeriría una presentación sistemática, nación por nación; la excelente serie de artículos publicados en los últimos números de Revolución Internacional es un ejemplo de cómo debemos lidiar con estos problemas). Aquí queremos destacar los principales aspectos de la crisis coyuntural de la actualidad, en otras palabras, trazar las tendencias generales para colocar la crisis en una perspectiva histórica totalmente vinculada al nivel de la lucha de clases internacional.

Con la saturación de los mercados que condena al capitalismo para siempre a ciclos de creciente barbarie, es de manera objetiva y material que la perspectiva de la revolución comunista se presenta como necesidad para la humanidad. Si bien es cierto que ha sido posible durante 60 años, el fracaso de los intentos comunistas pasados de derrocar al capital supone que la continuidad del capitalismo solo es posible mediante ciclos de crisis, guerras y reconstrucciones.

El mayor "boom" del capitalismo, la reconstrucción que resultó de la enorme destrucción y auto canibalización que el capitalismo realizó entre 1939/45, duró más de 20 años. Pero un "boom" en tiempos de decadencia es como hinchar a la fuerza un cuerpo vacío. Entre 1848 y 1873, la producción industrial mundial aumentó 3,5 veces. El PNB ha aumentado en un promedio del 5% (algunos países, como Japón, el doble). Sin embargo, con este crecimiento no se pudo contener el aumento de la inflación mundial, y los precios en Gran Bretaña hoy en día son aproximadamente 7,5 veces más altos que en 1945. Además, las economías de los países del Tercer Mundo no han hecho más que empeorar, y esta parte enorme del capitalismo mundial, se hunde año tras año en un abismo de deuda, desempleo, militarismo, despotismo y pobreza.

Desde los años 60, la crisis se ha manifestado en colapsos monetarios y con la reciente aparición de la inflación galopante (las dos son características de casi todos los países industriales). El sistema monetario internacional adoptado en los Acuerdos de Bretton Woods en 1944, que establecía tipos de cambio fijos frente al dólar y el precio del oro, está ahora relegado al olvido. Los grandes druidas del Fondo Monetario Internacional están dirigiendo ahora todos sus esfuerzos con el único objetivo de garantizar que no llegue una epidemia como resultado de las muertes inevitables que marcarán el futuro inmediato. ¡Una tarea desesperada! No hay red capaz de resistir el colapso del coloso capitalista. La inflación conduce inevitablemente a la recesión, a las bancarrotas, las quiebras, los despidos y el continuo recorte de sus ganancias. Estos son los aspectos inevitables del sistema capitalista de producción de hoy, y son sólo momentos del ataque permanente que el capitalismo decadente está librando contra la clase obrera mundial. La continuidad de la espiral inflacionaria sólo puede terminar con la parálisis de todo el mercado mundial y con un colapso internacional, cuyas consecuencias teme la burguesía.

Aunque el período 1972/73 parecía marcar un equilibrio relativo de la economía mundial, en realidad sólo ha sido una breve pausa para las grandes potencias imperialistas a expensas de sus rivales más débiles. La intensificación de las guerras comerciales no declaradas, las devaluaciones de precios y la lenta desintegración de las uniones aduaneras demuestran que este período fue solo un intento, de los países capitalistas más avanzados, de alcanzar un cierto grado de equilibrio antes de la llegada de un deterioro cada vez peor, a escala internacional. Antes 1914 y ahora 1975, anuncian un colapso aún más catastrófico, y sobre todo el final del período de prosperidad experimentado por algunas capitales nacionales durante los últimos dos años.

Hoy en día, la economía mundial está sumida en una profunda recesión. En 1974 el crecimiento no hizo más que reducirse y el comercio internacional desacelerarse. El PNB de EE. UU. cayó un 2% en el 73 y sigue cayendo. El de Gran Bretaña se está estancando y el de Japón ha registrado un descenso del 3%. En muchos países el pánico está creciendo por la caída de muchas pequeñas y medianas empresas. En Gran Bretaña es una enfermedad crónica que afecta incluso a grandes empresas, incluso multinacionales (empresas de transporte, navieras, automóviles, etc.). Sectores clave como la construcción, la construcción, las aerolíneas, la electrónica, la automoción, los textiles, las máquinas herramienta y el acero en la actualidad se enfrentan a dificultades cada vez mayores. El aumento de los precios del petróleo se sumó a los problemas insolubles de la recesión del capitalismo, agregando un déficit general de 60 mil millones de dólares a la balanza de pagos, en un solo año. A través de los vacilantes mecanismos del FMI, los "druidas" del capital están tratando de "reciclar" algunas de las ganancias provenientes de los países productores de petróleo, como si tales medidas "deflacionarias" pudieran servir para otra cosa diferente que la de llevar el petróleo a una espiral inflacionaria. Las deudas de las empresas industriales se han duplicado desde 1965 y, desde 1970, las tasas de crecimiento de los países capitalistas han disminuido constantemente o han mostrado claramente su naturaleza de creación artificial de demanda que se convierte en déficit. Las previsiones para 1975 no van más allá de una escasa tasa de crecimiento anual del 1,9% para los países de la OCDE (incluidos los Estados Unidos).

Aunque la situación es crítica para el capitalismo mundial, diferentes mecanismos de intervención del Estado han ayudado a disminuir la crisis al generalizar inmediatamente estas medidas, ante las peores consecuencias (como los despidos masivos). Esto se ha logrado a través de subsidios -en ocasiones de forma masiva- y la financiación de déficits a través del endeudamiento en el sistema bancario. Estos mecanismos son absolutamente incapaces de permitir realizar toda la plusvalía general que el capital necesita acumular. La única fuente que puede ofrecer tales ingresos son los ataques a la clase mediante programas de austeridad (como congelaciones salariales, recortes en los servicios sociales, impuestos, etc.). Todos estos procesos, que son sólo medidas destinadas a poner parches de urgencia, intensifican la crisis, ya sea trasladándola al terreno político (es decir, que se exprese en la lucha de clases) o acelerando el torbellino inflacionario, que ahora es imparable. Todos los mecanismos habituales puestos en marcha por el capitalismo para "detener" la crisis constituyen la continuación lógica de la lucha desesperada que el capitalismo decadente ha estado librando contra su propia descomposición desde principios de siglo. Sobre esta cuestión ya hemos escrito anteriormente:

"Las causas profundas de la crisis actual se encuentran en el estancamiento histórico en el que se  encuentra el modo de producción capitalista desde la Primera Guerra Mundial: las grandes potencias capitalistas han dividido el mundo por completo y ya no hay mercados suficientes para permitir la expansión del capital; de ahora en adelante, en ausencia de una revolución proletaria victoriosa, única alternativa real a la crisis, el sistema sobrevive gracias al ciclo recurrente de crisis-guerra reconstrucción, nueva crisis, otra guerra, etc." (Sobreproducción e inflación, RI n°6).

Cuando el actual ministro de agricultura de los Estados Unidos informó recientemente sobre la crisis en la agricultura americana, admitió: "La única manera que tenemos para mantener la producción agrícola total de este país, es tener un mercado de exportación poderoso. No podemos consumir dentro del país toda la producción de nuestra agricultura". Este fiel perro guardián ladró, por una vez, honestamente, al igual que todos sus colegas alemanes, japoneses, ingleses, rusos o franceses. Todos los capitales nacionales de cualquier parte del mundo están tratando de introducirse en los mercados de las demás. Como sucedía con el rey Midas, están llenos de oro, ¡pero no pueden comer ni siquiera un trozo de pan! La necesidad de realización de la plusvalía no es posible satisfacerla. Al mismo tiempo, los dirigentes rusos han buscado los tratados nacionales que les resultan más favorables[1]  para penetrar en los mercados estadounidenses y adquirir lo que les falta (tecnología, créditos, etc.) con el fin de aumentar su propia capacidad productiva y competitividad en el mercado mundial. Del mismo modo, los sectores del capital estadounidense que comprenden el lamentable estado de su capital nacional están buscando desesperadamente penetrar en los mercados rusos. Estos intentos acaban siempre y en todas partes, como la insaciabilidad de Midas; este pobre hombre era solo un dueño de esclavos, ¡estos capitalistas, por su parte, son verdaderos vampiros! Habiendo sangrado a sus víctimas hasta la última gota, corren hacia otras víctimas, ¡solo para darse cuenta de que otros habían llegado a la escena antes que ellos!

La coyuntural crisis actual contiene un factor importante, inherente al capitalismo decadente: la tendencia hacia el capitalismo de Estado. El colapso y la crisis de 1929 fue un colapso catastrófico que tuvo lugar después de años de estancamiento y de vanos intentos de recuperación de los países capitalistas avanzados, a pesar de un significativo crecimiento en los años anteriores al 14. La tendencia hacia el capitalismo de Estado ya presente en el 29 no estaba todavía lo suficientemente desarrollada como para servir de amortiguador de las crisis globales.

Tras la Segunda Guerra Mundial, la tendencia hacia el capitalismo de Estado fue adoptada consciente y deliberadamente por muchos gobiernos capitalistas, si bien en realidad al ser una tendencia implícita del capitalismo decadente, de una u otra manera se hizo patente en todos los países. La economía del despilfarro mediante la producción de medios inútiles para la producción o el consumo (armamentos, etc.) y financiada en gran medida por el gasto inflacionario, osea por la deuda, se consideraba una solución a muchos problemas de estancamiento y sobreproducción. La producción estructural de este tipo de mercancías, o más precisamente el consumo improductivo y dilapidación de plusvalía, se convirtió en una característica económica innegable después de 1945, siendo uno de los instrumentos fundamentales que estaba en la base de la llamada "prosperidad" del período de posguerra. Los países destruidos por la guerra que tuvieron recuperaciones "milagrosas" (Alemania, Italia, Japón), fue posible porque permitió a los vencedores, reconstruir y reorganizar un mercado mundial destruido y despedazado por la guerra. El mercado mundial volvía a dar un impulso a la vida por medio de la destrucción y de 55 millones de víctimas. Otro efecto del periodo (quizás de menor importancia) fue el que muchos autoproclamados "Apóstoles" abandonaron definitivamente el terreno marxista para creer en este "milagro" de la recuperación y proclamar el "fin" de las crisis económicas. De hecho, este "prejuicio" fue una bendición para la sociología burguesa, todo está bien cuando bien termina. Pero muy pocos milagros parecen sobrevivir a los primeros ataques de las crisis crecientes. El ritmo y la intensidad de la crisis actual parecen confirmar los análisis que nuestra tendencia hizo hace 9 años. El "boom" de los años de posguerra ha terminado, dijimos, y el sistema capitalista mundial está entrando en un largo período de crisis que se desarrollará aún más. Los puntos de referencia (en estrecha relación entre sí) que nos habían servido para evaluar el ritmo de la crisis aparecen de forma simultánea y mucho más intensa:

1° - La caída masiva del comercio internacional

2° - Guerras comerciales ("dumping", etc.) entre capitales nacionales

3° - Medidas proteccionistas y colapso de las uniones aduaneras

4° - La vuelta a la autarquía

5° - La disminución de la producción

6° - El considerable aumento del desempleo

7° - Los ataques a los salarios reales de los trabajadores y a su nivel de vida

En ocasiones, la convergencia de varios de estos puntos puede provocar una depresión importante en algunos países, como Inglaterra, Italia, Portugal o España. Es una posibilidad que no negamos. Sin embargo, aunque tal desastre sacude irreparablemente la economía mundial (la inversión británica y las actividades comerciales en el extranjero solo representan 20 mil millones de dólares), el sistema capitalista mundial aún puede mantenerse, siempre y cuando se garantice un mínimo de producción en algunos países avanzados como los Estados Unidos, Alemania, Japón o los países del Este. Estas cuestiones obviamente tienden a afectar a todo el sistema capitalista, y las crisis de hoy son inevitablemente crisis globales. Pero por las razones que hemos esbozado anteriormente, tenemos razones para creer que la crisis se extenderá, con convulsiones, en dientes de sierra, pero su movimiento se parecerá más al movimiento de rebote de una pelota que a una caída repentina e inesperada. Incluso el colapso de una economía nacional no significaría necesariamente que todos los capitalistas en bancarrota se suicidarían, como dijo Rosa Luxemburgo en un contexto ligeramente diferente. Para que tal cosa suceda, la personificación del capital nacional, el Estado, tendría que ser destruido: y sólo podrá ser destruido por el proletariado revolucionario.

La lucha de clases

A nivel político, las consecuencias de la crisis son explosivas y van muy lejos. A medida que la crisis se profundice, la clase capitalista mundial avivará las llamas de la guerra. Las "pequeñas" guerras interminables de los últimos 25 años continuarán (Vietnam, Camboya, Chipre, India, Medio Oriente, etc.). Sin embargo, a medida que la descomposición crónica del Tercer Mundo se extiende a los centros del capitalismo en tiempos de crisis, la llamada a la guerra se fusiona con estos otros dos gritos de guerra de la burguesía: ¡AUSTERIDAD y EXPORTACIÓN, EXPORTACIÓN! Este ataque a la clase obrera significa que la burguesía está tratando de hacer que el proletariado pague el solo toda la crisis, con su sudor y sus lágrimas. En tales condiciones, el nivel de vida de la clase trabajadora, ya brutalmente disminuido por la inflación, se reducirá aún más por la austeridad y el esfuerzo para que sean posibles las exportaciones. La desmoralización psicológica provocada por la perspectiva de la guerra contribuye a fragmentar diferentes sectores del proletariado y los prepara para aceptar una economía de guerra, con todas las consecuencias que implica para la futura revolución proletaria. La burguesía sabe que la única solución a sus crisis es tener un proletariado derrotado, un proletariado incapaz de resistir los ciclos infernales del capitalismo decadente. Que sea incapaz de resistir la intensificación sistemática de la tasa de explotación, el aumento considerable del desempleo, como es el caso de Inglaterra, Alemania, los Estados Unidos, etc. También estamos tratando de aplicar otras medidas draconianas, como los recortes salariales "voluntarios", la semana de tres días, semanas enteras de desempleo técnico, la expulsión de trabajadores "extranjeros", el aumento de la velocidad de la cadencia de los ciclos, los frenos a los servicios sociales. No es necesario decir que estas medidas son glorificadas diariamente en los "medios" burgueses (prensa, televisión, periódicos, etc.).

Pero, a pesar de su severidad, estas medidas no son nada comparadas con lo que la burguesía todavía tiene pendientes para nosotros. No hay crimen, ni monstruosidad, ni mentira, ni engaño que haga retroceder a la clase capitalista en su campaña contra su enemigo mortal: el proletariado. Si la burguesía, en esta etapa, no se atreve a masacrar al proletariado, es porque duda y tiene miedo. El proletariado, este gigante que despierta, sale del período de reconstrucción sin ser derrotado, y proyecta la imagen de una clase que no tiene nada que perder y un mundo que ganar. La lucha será larga y a escala mundial antes de que la burguesía pueda imponer su solución capitalista definitiva: una nueva guerra mundial.

Esto explica la vacilación mostrada por ciertos sectores de la burguesía en sus relaciones con el proletariado. Algunos, asustados por los peligros del desempleo masivo provocado por una recesión creciente, están tratando de aumentar la demanda de los consumidores recortando los impuestos individuales (Ford ha propuesto eliminar 16 millones de dólares en impuestos) o restaurando las armas de vieja producción. Pero todas estas medidas "antiinflacionarias" terminan agravando el peso de la inflación y, en última instancia, solo aceleran la tendencia a la baja. Ante la disminución de la producción que acompaña a la inflación galopante, e incapaz de reducir la caída de su tasa de ganancia, dada la ausencia de un mercado, la burguesía finalmente se verá obligada a enfrentarse al proletariado en una lucha a muerte.

Pero la burguesía también aumentó la confianza en sí misma tras el "boom" de la posguerra. Los tópicos autosatisfechos de Daniel Bells, Bookchins y Cardan sobre un capitalismo "moderno" libre de crisis, tienen sus raíces en el estiércol del período de crecimiento y reconstrucción. Aferrada al Estado, este aparato que supervisó directamente el período de reconstrucción, y cuyas técnicas de intervención se han perfeccionado en 60 años de decadencia, la burguesía puede perder la confianza que tenía durante el período de reconstrucción, incluso puede entrar en pánico y desesperarse, pero aun así no sería derrotada. Mientras pueda contar con las mistificaciones de la "unidad nacional", la confianza en sí misma puede permanecer intacta. Pero las relaciones de clase tienden a endurecerse en tiempos de crisis y a adquirir un carácter irreconciliable.

En tales condiciones, el Estado debe aparecer como "imparcial", para poder mistificar en mejores condiciones a la clase obrera. Las intervenciones estatales en esos momentos deben mitigar los insolubles callejones sin salida tanto políticos como sociales que la burguesía tiene que enfrentar; el Estado debe dar la impresión de que actúa en nombre de "todos", patrones, pequeñoburgueses y trabajadores. Debe dar la apariencia de poseer los nobles atributos de un "árbitro" y así obtener la legitimidad necesaria para aplastar a la clase obrera y mantener las relaciones de producción existentes.

Las fracciones de izquierda del capital (estalinistas, socialdemócratas, los sindicatos y sus partidarios "críticos" trotskistas, maoístas o anarquistas) se preparan para asumir esta tarea, para asumir el papel de guardianes del Estado. Son los únicos que pueden hacerse pasar por representantes de la clase obrera, de los "débiles", de los "pobres". Esto es debido a que la clase obrera no está derrotada por lo que debe ser persuadida para aceptar recortes salariales y otras medidas, que sólo la izquierda puede constituir un medio real de introducir una mayor centralización estatal, nacionalizaciones y despotismo, como lo demuestran los ejemplos del Chile de Allende o Portugal.

En un capitalismo decadente, la tendencia es hacia las crisis y la guerra, y no hay fuerza en la sociedad que pueda poner fin al ciclo asesino de la barbarie, excepto el proletariado. A primera vista, parece que, en el futuro inmediato, la guerra es el único camino que puede salvar a la burguesía. El hecho de que el proletariado no tenga una organización permanente de masas podría ser una señal de que está indefenso contra la tormenta del chovinismo que precede a una nueva guerra mundial. Pero la burguesía sabe que esto no es cierto. Sabe a través de sus sindicatos que el proletariado sigue siendo una clase revolucionaria a pesar de la ausencia de una organización proletaria de masas. Los sindicatos conocen este hecho básico desde hace mucho tiempo, y su papel es cortar de raíz cualquier movimiento obrero autónomo. En cualquier movilización autónoma del proletariado, creen ver que apunta a la hidra de la revolución. ¡Y este es el principal obstáculo para los designios criminales de la burguesía! Antes de que la burguesía pueda movilizarse con éxito para la guerra, la clase obrera debe ser derrotada. Hasta entonces, hay que tener mucho cuidado. De hecho, a la burguesía le resulta difícil movilizar al proletariado detrás de consignas de "austeridad" y "vayamos todos juntos". Políticamente, los fascistas y los antifascistas no han tenido más éxito que la policía del capital. Las nuevas ideologías que crea el capitalismo parecen encontrar una resonancia estable en las filas de la pequeña burguesía, pero no en la clase obrera. No es casualidad que ideologías reaccionarias como el crecimiento cero, la xenofobia, la liberación sexual y sus contrapartes (como el fortalecimiento del matrimonio y "menos sexo"), así como otras, parezcan estar concentradas la mayor parte del tiempo entre las capas pequeñoburguesas. Hoy está claro que ya no hay una sola manera de justificar racionalmente ante el proletariado la continuación de las relaciones sociales capitalistas.

El hecho de que la clase obrera no tenga hoy una organización de masas permanente tiene varias consecuencias. La clase obrera no está encuadrada mediante las enormes organizaciones reformistas de su pasado como fue el caso en 14-23. Por lo tanto, las lecciones del período actual pueden ser asimiladas más rápidamente de lo que fue posible durante y después de la Primera Guerra Mundial. La conciencia de que sólo las soluciones comunistas pueden dar sentido a las luchas salariales y a las luchas por las condiciones de vida pueden aparecer de manera más aguda y clara, dado que cualquier "victoria" económica es inmediatamente asimilada por la crisis, dejando a los trabajadores en la misma situación, previa a la “victoria”, o incluso peor. Como dijo Marx, la humanidad sólo plantea los problemas que puede resolver. Si el proletariado se enfrenta a la crisis sin una organización reformista de masas de carácter permanente, que condiciona su autonomía, este hecho tiene necesariamente aspectos positivos.

Mientras la crisis no se haya profundizado hasta el punto de enfrentarse inevitablemente al derrocamiento revolucionario del capitalismo, mientras todo el proletariado no plantee la revolución como su objetivo inmediato, todas las instituciones temporales que surgen de la lucha de clases (comités de huelga, asambleas generales) son inevitablemente integradas o recuperadas por el capital, cuando intentan convertirse en organizaciones permanentes. Este es un proceso objetivo inevitable, una de las características de la decadencia del capitalismo. La clase obrera tarde o temprano se enfrentará al hecho de que cualquier comité de huelga, cualquier "comisión obrera", en la actualidad tiende a convertirse en un órgano de capital. Los trabajadores de Barcelona y del norte de España parecen conscientes de este hecho. En Inglaterra, miles de trabajadores sospechan casi instintivamente de los comités de huelga dominados por delegados sindicales. En los Estados Unidos, los trabajadores toleran a los líderes sindicales de izquierda o radicales, pero solo los tontos podrían ver en esta tolerancia una lealtad permanente al sindicalismo, o una consecuencia de las luchas salariales.

Los trabajadores luchan cada día, y más aún en los momentos de crisis, porque el proletariado como clase no sea integrado en el capitalismo. Esto es así porque el proletariado es una clase explotada y es la única clase productiva en la sociedad capitalista. En consecuencia, el proletariado sólo puede luchar para afirmarse contra las condiciones intolerables que el capitalismo le obliga a soportar. No importa lo que el proletariado piensa de sí mismo en lo inmediato. lo importante es lo que es, su condición de clase histórica revolucionaria. Y es la objetividad de esta realidad la que hará posible la toma de conciencia comunista de la clase obrera. No importa que los modernistas se rían de esto. Por su parte, el proletariado no tiene otro camino que tomar, ni otro camino de aprendizaje que el trazado por el “Calvario” de la sociedad burguesa.

El proletariado necesita el tiempo que le ofrece los períodos de crisis para poder luchar y comprender su posición en la sociedad mundial. Este entendimiento no puede llegar de repente a toda la clase. La clase tendrá que desarrollar combates, en muchas ocasiones durante el próximo período, y muchas veces tendrá que retirarse y retroceder, aparentemente derrotada. Pero al final, ningún muro puede resistir los continuos asaltos de la ola proletaria, y mucho menos cuando el muro se desintegra por sí solo. Pero mientras el proletariado combate dado el carácter permanente de la crisis, la burguesía usará todas sus cartas para hundirlo en la confusión para desbaratar y derrotar los esfuerzos de la clase obrera. El destino de la humanidad depende del resultado final de esta confrontación. Mientras tanto la burguesía tendrá que hacer, obligatoriamente, todo lo posible para debilitar las tendencias proletarias dirigidas hacia su reagrupamiento mundial. El proletariado fortalecerá la capacidad de establecer una continuidad directa en su lucha, a pesar de todas las divisiones y mistificaciones de los sindicatos, la izquierda, los gobiernos, etc. No hay organización capitalista que pueda resistir una ola casi continua de huelgas y autoactividad del proletariado sin inmutarse y darse cuenta del peligro que la lucha del proletariado supone para ella. Así, la clase en su conjunto comenzará a reapropiarse de la lucha comunista y profundizará su conciencia global en las confrontaciones reales. El tiempo de las acciones masivas de la clase continuará, y tendrá en su haber más y más lecciones aprendidas. Esto no debe descuidarse, ya que las únicas armas del arsenal proletario son su conciencia y su capacidad de organizarse de forma autónoma.

Los comunistas sólo pueden aprovechar para el proletariado las cuestiones que se presentan debido a la profundización de la crisis. La posibilidad de la revolución comunista aparece una vez más a nivel coyuntural como expresión de la decadencia histórica de la sociedad burguesa. Nuestras tareas serán necesariamente más amplias y complejas y el proceso hacia la formación del partido se acelerará directamente como resultado de nuestra actividad actual. El desarrollo gradual de la crisis en este período también nos permitirá reagruparnos mejor, galvanizar nuestras fuerzas a nivel internacional. La tendencia indiscutible de los grupos comunistas de hoy es ante todo buscar un reagrupamiento internacional de fuerzas. Los agrupamientos a nivel internacional no son etapas formales previas a una verdadera constitución internacional. Formalizar el curso del reagrupamiento de esta manera en un esquema estéril y localista significaría volver a las concepciones socialdemócratas de las "secciones nacionales" y otros gradualismos de izquierda. Sólo a nivel mundial podemos llevar a cabo nuestro trabajo preparatorio, profundizar nuestra comprensión teórica y defender nuestra plataforma en las luchas de la clase obrera.

Nuestra corriente se encontrará cada vez más confrontada de manera sistemática con una inmensa cantidad de trabajo de carácter organizativo, para contribuir a la formación y fortalecimiento de futuros grupos comunistas. En estrecha colaboración con ellos, nuestra corriente tendrá que ser capaz de intervenir con más cohesión y de forma internacional en todos los acontecimientos que se vayan a presentar en el próximo periodo. Pero nuestra función específica ya no es "organizar técnicamente" huelgas u otras acciones de clase, sino enfatizar paciente y enérgicamente, lo más claramente posible, las implicaciones de la lucha autónoma del proletariado y la necesidad de la revolución comunista. Estamos aquí para defender las conquistas programáticas de todo el movimiento obrero y esta tarea sólo puede ser profundizada por el trabajo militante y unido dondequiera que la clase manifieste una movilización por sus propios intereses y cuando estos intereses se vean directamente amenazados por los ataques del capital.

Las perspectivas que “Révolution Internationale” había presentado para nuestra corriente en enero de 1974 no tenían en cuenta de este aspecto primordial, el autor no veía claramente nuestras necesidades organizativas y minimizaba así su importancia. Esto se puede atribuir a la relativa inmadurez de nuestra corriente, con respecto a las implicaciones concretas de nuestra actividad, tanto con respecto la clase como respecto a nosotros mismos. Hoy podemos examinar la cuestión del reagrupamiento y el partido sobre una base más sólida. Para nosotros, un acuerdo programático debe ir acompañado de un acuerdo organizativo, de una perspectiva de “actividad” al interior de un marco de reagrupamiento mundial. Debemos evitar y distanciarnos a los "activistas" que quieren “intervenir" sin tener una comprensión clara de lo que es un trabajo de reagrupamiento mundial. La construcción de una corriente comunista internacional es un calvario amargo para tales activistas. El acuerdo sobre este punto debe demostrarse con hechos y actitudes, no sólo con palabras. Nuestra corriente ya se ha encontrado con muchas sectas que, como los centristas de ayer, son "en principio" una agrupación comunista (un sentimiento encomiable como lo es un acuerdo "de principio" sobre la fraternidad entre los hombres o la justicia eterna), pero solo lo son de manera formal. En la práctica, estas sectas sabotean la agrupación o cualquier movimiento significativo en esa dirección, invocando puntos secundarios o trivialidades que las diferencian de nosotros.

Así como a nuestra corriente no se interesa por los modernistas que anuncian a la clase obrera su integración en el capital, tampoco necesitamos confusionistas que, en la práctica, solo promueven la desmoralización y la dispersión localista. Es producto de nuestra evolución si nuestra Conferencia no invita a tales elementos. El proceso de reagrupamiento comenzó en el 70, pero nuestra corriente ya ha servido de polarización para muchos grupos o tendencias que después, en su mayoría, se han desmoronado organizativa y teóricamente. En estos se incluyen grupos surgidos en ruptura con S o B, diletantes del género Barrot, y de similares “iluminados” del modernismo. Hoy, nuestra corriente ya ha recorrido un largo camino, y podemos estar seguros de que, en muchos aspectos, el camino por delante será cada vez más difícil. Pero con respecto al período pasado de aclaración de las cuestiones teóricas esenciales y básicas, podemos concluir que este período está llegando a su fin. El espectáculo de las sectas "ultraizquierdistas" de hoy, hundiéndose en el modernismo y el olvido de las adquisiones, es una confirmación trágica pero inevitable de este pronóstico.

REVOLUCIÓN INTERNACIONAL

Enero de 1975

 

[1]Es decir: acuerdos preferenciales para la exportación a los Estados Unidos

Noticias y actualidad: 

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: