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Frente al ataque frontal sobre las pensiones en Francia y en Austria, se han puesto en lucha sectores enteros de la clase obrera con una determinación que no se había visto desde finales de los años 80. En Francia durante varias semanas, hubo repetidas manifestaciones que reunieron cientos de miles de obreros del sector público pero también del privado: un millón y medio de proletarios estaban en las calles de las principales ciudades francesas el 13 de mayo, cerca de un millón en la manifestación parisina del 25 de mayo. El 3 de junio había todavía 750 000 personas movilizadas. El sector de la Educación nacional estuvo en la punta de lanza del movimiento social del país, entre otras cosas porque ha sido el atacado con más violencia. En Austria, ante ataques parecidos sobre las pensiones, ha habido las manifestaciones más masivas desde finales de la Segunda Guerra mundial, más de 100 000 personas el 13 de mayo, cerca de un millón (en un país con menos de 10 millones de habitantes) el 3 de junio. En Brasilia, capital administrativa de Brasil, una manifestación juntó a 30 000 empleados del servicio público el 11 de junio, movilizados contra una reforma de los impuestos, de la seguridad social, pero, sobre todo, allí también, de las pensiones, una “reforma” impuesta por el nuevo “gobierno de izquierda” de Lula. En Suecia, 9 000 empleados municipales y de servicios públicos se pusieron en huelga contra los recortes en los presupuestos sociales.
La burguesía hace pagar la crisis del capitalismo a la clase obrera
Hasta ahora, la burguesía ha logrado escalonar en el tiempo sus ataques antiobreros, por grupos, por sectores, regiones o países. Lo importante de la situación actual es que desde finales de los años 90, los ha emprendido de manera más brutal, violenta y masiva. Es un índice de la aceleración de la crisis mundial que se plasma en dos fenómenos fundamentales y concomitantes a escala internacional: el retorno de la recesión abierta y una nueva cota alcanzada por el endeudamiento.
La caída en una nueva recesión afecta hoy de lleno a los países centrales, a los países del centro del capitalismo: Japón desde hace ya años y ahora Alemania. Oficialmente, Alemania ha entrado en un nuevo período de recesión (por segunda vez en dos años). Otros Estados europeos, Holanda en particular, están en la misma situación. Esta recesión amenaza seriamente a Estados Unidos desde hace dos años. Vuelve a subir la tasa de desempleo y se incrementan los déficits de la balanza comercial y los presupuestos del Estado federal. El diario francés Le Monde del 16 de mayo de 2003 daba la alarma sobre el riesgo de deflación, que vuelve a hacer aparecer los espectros de los años 30:
“No sólo disminuye día tras día la esperanza de un relanzamiento tras la guerra contra Irak, además está creciendo el temor de ver la economía americana hundirse en una espiral de baja de tarifas (…) Un guión de film-catástrofe en el que los precios de los activos y de los bienes de consumo no paran de bajar, las ganancias se desmoronan, las empresas bajan los salarios y despiden, acarreando así nuevas bajas del consumo y de los precios. Las familias y las empresas, demasiado endeudadas, no pueden ya hacer frente a sus compromisos, los bancos anémicos restringen los créditos bajo la mirada impotente de la Reserva Federal. No se trata de hipótesis de especialistas con ganas de emociones fuertes. Eso es lo que está viviendo Japón desde hace diez años con algún que otro período de remisión de vez en cuando”.
Lo que la burguesía llama deflación no es ni más ni menos que un hundimiento duradero en la recesión en la que un “guión” como el descrito arriba se vuelve realidad, en el que la burguesía ya no logra usar el crédito como factor de relanzamiento. Eso es una denegación a quienes creían que la guerra en Irak iba a permitir una reanudación de la economía mundial, cuando en realidad es una sima para ella. La guerra y la ocupación que va a durar son ante todo una sangría importante en la economía de EE.UU (mil millones de $ semanales para el ejército de ocupación) y de Gran Bretaña. Además se están acelerando por todas partes en el mundo las carreras de armamentos, en especial con los nuevos programas militares europeos, lo cual implica una suplemento de explotación de los proletarios.
La segunda característica de la situación económica, es la huida ciega en una deuda colosal que es una auténtica bomba de relojería para el futuro, que afecta a todas las economías, desde las empresas hasta los gobiernos nacionales, pasando por las familias, cuya tasa de endeudamiento nunca había sido tan elevada (cf. artículo sobre la crisis en esta Revista).
Como ocurre cada vez que está enfrentado a la crisis y a sus contradicciones, el capitalismo intenta superarla con los dos únicos medios de que dispone:
– por un lado, intensifica la productividad del trabajo, sometiendo cada vez más a los obreros, o sea los productores de plusvalía, a cadencias infernales;
– por otro lado, arremete directamente contra el coste del capital variable, o sea la parte correspondiente al pago de la fuerza de trabajo, reduciéndola cada vez más. Para ello dispone de varios medios: multiplicación de planes de despidos; baja de salarios, cuya variante más utilizada es la de hacer frente a la competencia mediante la “deslocalización” o los trabajadores inmigrados con los que disfrutar de una mano de obra lo más barata posible; reducción del costo del salario social cercenando todos los subsidios sociales (pensiones, salud, subsidios de desempleo)
El capitalismo está cada día más obligado a incidir simultáneamente en todos esos planos, o sea que, por todas partes, los Estados están abocados a arremeter al mismo tiempo contra TODOS los aspectos de las condiciones de vida de la clase obrera. A la burguesía no le queda otra opción, en su lógica de la ganancia, sino la de llevar a cabo ataques masivos y de frente. Y, evidentemente, toma sus precauciones para planificar y coordinar el ritmo de esos ataques según los países para evitar una simultaneidad de conflictos sobre la misma cuestión.
Desde los años 70, con la generalización del desempleo masivo y el sacrificio de miles de empresas y sectores menos rentables de la economía, han desaparecido millones de empleos y la burguesía ha desvelado su incapacidad para integrar a las nuevas generaciones de obreros en la producción. Pero hoy se ha dado un nuevo salto: a la vez que se sigue despidiendo a mansalva, la nueva diana de la burguesía son todos los subsidios sociales. En algunos países centrales como Estados Unidos, la “protección social” ha sido prácticamente inexistente. Pero en este país, en particular, las empresas financiaban la mayoría de las veces las pensiones de sus asalariados. La base de los “escándalos financieros” de estos últimos años, cuyo ejemplo más espectacular ha sido el de Enron, es que las empresas se aprovechaban de esos fondos para colocarlos en acciones de la Bolsa; ese dinero acabó en el humo de la especulación, sin que las empresas puedan pagar la más mínima pensión, sin los medios para reembolsar a los asalariados expoliados, ahora reducidos a la más sombría de las miserias. En otros países como Gran Bretaña, ya fue ampliamente desmantelada la protección social. El ejemplo de Gran Bretaña es de lo más edificante sobre lo que le espera a la clase obrera entera: desde los “años Thatcher”, hace veinte, las jubilaciones se pagan con fondos de pensión. Pero la situación no ha cesado de degradarse desde entonces. Al transformar las jubilaciones en fondos de pensión, se hizo creer que esos fondos iban a producir muchos ingresos. Y fue lo contrario. En estos últimos años, la caída vertiginosa de la cotización de esos fondos a llevado a la miseria a cientos de miles de obreros (la pensión garantizada por el Estado es de unos 120 Euros por semana) y más del 20% viven ya por debajo del umbral de pobreza, condenando a muchos de ellos… a no jubilarse y a trabajar para poder “sobrevivir” hasta los 70 años o hasta la muerte, generalmente haciendo chapuzas muy mal pagadas. Muchos obreros se encuentran en situaciones de angustia al ser incapaces de pagarse un alojamiento o unos mínimos gastos médicos. Ya nadie toma a su cargo la hospitalización de las personas mayores que deben recurrir a tratamientos onerosos. Los hospitales o las clínicas inglesas no aceptan las diálisis para pacientes mayores que no disponen de medios para pagar, o sea que los condenan directamente a morir. Quienes no poseen ingresos suficientes para ser curados pueden reventar en una esquina. En otro plano, las reventas de casas o pisos cuyos plazos ya no pueden pagar los obreros se han multiplicado por 4 en los dos últimos años mientras que 5 millones de personas viven por debajo del umbral de pobreza (esta cifra se ha duplicado desde los años 70) y el desempleo tiene hoy el mayor incremento desde 1992. El primer país capitalista en haber instaurado el Welfare State (Estado del bienestar) tras la Segunda Guerra mundial se convirtió en el primer laboratorio para su desmantelamiento.
Un viraje decisivo en la agravación de los ataques
Hoy esos ataques se generalizan, se “mundializan”, haciendo saltar por los aires el mito de las “conquistas sociales”. El carácter de estos nuevos ataques es significativo. Van contra las pensiones de jubilación, los subsidios a los desempleados y los gastos de salud. Lo que hacen aparecer por todas partes cada vez más claramente es la incapacidad creciente de la burguesía para financiar los presupuestos sociales. La plaga del desempleo y el final del llamado Estado del Bienestar son dos expresiones muy significativas de la quiebra global del capitalismo. Eso es lo que acaban de ilustrar los ataques recientes en una serie de países:
• en Francia, sobre las pensiones, no solo se ha tratado de alinear el sector público con el privado pasando de 37,5 a 40 años en la duración de cuotas para tener derecho a cobrar una pensión “plena”. El gobierno ha anunciado el aumento progresivo de esta duración a 42 años, que será más tarde incrementada en función de la tasa de empleo. Se aumentarán las cuotas para todos los asalariados para así reflotar las cajas de pensiones, sin olvidar la obligación de cotizar a fondos de pensión o pensiones complementarias. Según el discurso oficial, se trata de un factor puramente demográfico, el “envejecimiento” de la población, responsable del déficit de las cajas de pensiones, que sería un “fardo” insoportable para la economía. No habría bastantes “jóvenes” para pagar las jubilaciones de una cantidad creciente de “viejos”. En realidad, los jóvenes ingresan cada vez más tarde en la vida activa, no sólo a causa de una escolaridad alargada que los progresos técnicos de la producción han hecho necesaria, sino, sobre todo, porque con cada día más dificultades logran encontrar un empleo (la prolongación de la escolaridad es también, por cierto, una manera de enmascarar el desempleo juvenil). Es, en realidad, el incremento imparable del desempleo (que es como mínimo el 10% de la población en edad de trabajar) y de la precariedad, la causa principal del descenso de cuotas y de los déficits en los sistemas de jubilación. De hecho, muchos patronos no tienen interés en guardar en sus plantillas a trabajadores mayores, mejor pagados en general que los jóvenes aunque tengan menos fuerzas y además son menos “maleables”. Tras los discursos sobre la necesidad de trabajar menos tiempo, está la realidad de una caída masiva del nivel de las pensiones de jubilación. En cuanto se impongan las medidas previstas van a concretarse en una baja del poder adquisitivo de las pensiones entre 15 y 50%, incluidos los asalariados peor pagados. Otra “reforma”, la de la Seguridad social, con unas medidas que serán decididas en otoño, ha empezado ya con una lista de 600 medicamentos que dejarán ser reembolsables y una nueva lista de 650 más que va a publicarse e inmediatamente aplicable por decreto en julio.
• En Austria, un ataque parecido al de Francia dirigido sobre todo contra las pensiones. Aquí la duración de las cuotas iba ya hasta los 40 años y ahora va a pasar a 42 y para una mayoría de asalariados será de 45 años con una amputación de los ingresos que podrá alcanzar el 40% para algunas categorías. El canciller conservador Schüssel ha aprovechado las elecciones anticipadas de febrero para formar un nuevo gobierno homogéneo de derecha “clásica” tras la “crisis” de septiembre de 2002 que acabó con la embarazosa coalición con el partido populista de Heider, lo cual permitió a la burguesía tener las manos más libres para asestar esos nuevos ataques.
• En Alemania, el gobierno rojiverde ha impuesto un programa de austeridad llamado “agenda 2010” que arremete simultáneamente contra varias cuestiones sociales. Primero: reducción drástica de subsidios por desempleo. El plazo de la indemnización que era de 36 meses se reducirá a 18 para los mayores de 55 años y de 12 para los demás. Después, a los obreros despedidos no les quedará otro recurso que el “auxilio social” (unos 600 euros por mes). Esto equivaldrá a una división por dos del monto de las pensiones de jubilación para 1 millón y medio de trabajadores reducidos al desempleo y eso cuando Alemania está saltándose la barrera de los 5 millones de parados. En cuanto a los gastos de salud, se prevé une baja de las prestaciones del seguro de enfermedad (reducción del reembolso de las visitas médicas, restricciones en las bajas por enfermedad). Un ejemplo de muestra: a partir de la sexta semana de baja por enfermedad en un año, la Seguridad Social dejará de pagar y los asegurados deberán pagarse un seguro privado si quieren ser reembolsados. Esas restricciones en los gastos de salud vienen a añadirse a un alza en las cuotas del seguro de enfermedad instaurada a principios de 2003 para todos los asalariados. Paralelamente, el régimen de jubilaciones va a ser, al cabo, atacado también en Alemania: más edad para jubilarse (ya es de 65 años de media), aumento de las cuotas de los asalariados, supresión de la subida automática anual de las pensiones. Desde principios de año se han aplicado subidas de impuestos (retención en la hoja de paga para los salarios), medidas para favorecer el trabajo interino, incremento de la precariedad en el trabajo, contratos de tiempo parcial o de duración limitada.
• en Holanda, tras haberse quitado de encima a su ala populista, el nuevo gobierno de coalición (democristianos, liberales, reformadores) se ha apresurado a anunciar un plan de austeridad basado en restricciones presupuestarias en lo social (un plan que prevé unos ahorros de 15 mil millones de euros) con, entre otras cosas, una reforma radical de los subsidios de desempleo y de los criterios de incapacidad laboral así como una revisión general de la política salarial.
• en Polonia también se arremete contra los gastos de salud. Excepto las enfermedades muy graves reembolsadas en su totalidad, la mayoría de las enfermedades solo lo son 60 o 30%. Enfermedades “benignas”, como la gripe o unas anginas: nada. El estatuto de funcionario no protege de los despidos.
• En Brasil, ya dijimos antes que el Partido de los Trabajadores de “Lula” está en la vanguardia de…los recortes en los presupuestos sociales en Latinoamérica.
• En el marco de la ampliación de la Unión Europea, las directivas del Buró Internacional del Trabajo para los años venideros es que la financiación de las cajas de pensiones para 5 de los 10 países interesados (Polonia, Hungría, Bulgaria, Lituania y Estonia) corra únicamente a cargo de los obreros, mientras que hasta ahora corría a cargo de los empresarios, del Estado y de los asalariados.
Se puede pues comprobar que sea cual sea el gobierno, de derecha o de izquierda, son por todas partes los mismos ataques.
Mientras tanto, los planes de despidos masivos se acumulan a mansalva: 30 000 en Deutsche Telekom, 13 000 en France Télécom, 40 000 en la Deutsche Bahn (ferrocarriles alemanes), 2000 más en la SNCF (ferrocarriles franceses). FIAT acaba de anunciar la supresión de 10 000 empleos en el continente europeo, tras los despidos de 8 100 obreros a finales de 2002 en Italia, Alsthom 5000. La compañía aérea Swissair ha previsto eliminar 3000 empleos suplementarios en un sector ya muy afectado por la crisis desde hace dos años. El banco de negocios estadounidense Merrill Lynch ha despedido 8000 asalariados desde el año pasado. 42 000 empleos se han perdido en Gran Bretaña durante el primer trimestre de 2003. No se libra ningún país, ni sector alguno. Por ejemplo, desde hoy a 2006, se calcula que cerrarán en ese país empresas a un ritmo de 400 por semana. Por todas partes lo que se está haciendo la regla es la interinidad de los empleos.
Ha sido pues ante semejante agravación cualitativa de la crisis y de los ataques contra las condiciones de vida consecuencia de ella, si la clase obrera se ha movilizado en las luchas recientes.
La relación de fuerzas entre las clases
Lo primero que hay que subrayar respecto a esas luchas es que son una refutación total de todas las campañas ideológicas con las nos han abrumado tras el desmoronamiento del bloque del Este y de los regímenes estalinistas. No, la clase obrera no ha desaparecido. No, sus luchas no pertenecen al pasado. Demuestran que la perspectiva sigue estando orientada hacia los enfrentamientos de clase, a pesar de la desorientación y del gran retroceso de la conciencia de clase provocados por los grandes cambios habidos después de 1989. Un retroceso acentuado además por todos los otros estragos de una descomposición social avanzada, que tiende a hacer perder a los proletarios sus referencias y su identidad de clase, y por las campañas de la burguesía, antifascistas, pacifistas y demás movilizaciones “ciudadanas”. Ante una situación así, los ataques de la burguesía y del Estado empuja a los proletarios a afirmarse de nuevo en su terreno de clase y a reanudar, al cabo, con las experiencias pasadas y la necesidad vital de luchar. Y ha sido así como los obreros se han visto obligados a vivir otra vez la experiencia del sabotaje de la lucha por esos órganos de encuadramiento de la burguesía que los sindicatos y los izquierdistas son. De modo más significativo, empiezan a plantearse en el seno de la clase obrera, a pesar de la amargura de la derrota inmediata, cuestiones más profundas sobre cómo funciona esta sociedad que, al cabo, acabarán poniendo en entredicho las ilusiones sembradas por la burguesía.
Para entender cuál es el alcance de esos ataques y lo que significan esos acontecimientos en la evolución de la relación de fuerzas en la lucha de clases, el método marxista nunca ha sido quedarse con la nariz pegada a las luchas mismas, sino definir cuál es el objetivo principal de la clase enemiga, qué estrategia desarrolla ésta, ante qué problemas se encuentra en un momento dado. Pues para luchar contra la clase dominante, la clase obrera debe siempre no sólo identificar a sus enemigos, sino comprender lo que están haciendo y qué maniobras preparan contra ella. En efecto, estudiar la política de la burguesía es generalmente la clave más importante para comprender la relación de fuerzas global entre las clases. Marx dedicó mucho más tiempo, páginas y energía, a examinar, disecar sus costumbres y desmontar la ideología de la burguesía para dejar en evidencia la lógica, los fallos y las contradicciones del capitalismo, que a describir y examinar, por sí solas, las luchas obreras. Por eso, ante un acontecimiento de un alcance mucho mayor, en su folleto sobre La lucha de clases en Francia en 1848, analizó sobre todo los resortes de la política burguesa. Lenin, por su parte, afirmaba en ¿Qué hacer? (1902):
“La conciencia de las masas obreras no puede ser una conciencia de clase auténtica si los obreros no aprenden, a partir de los hechos concretos y sobre todo políticos, de actualidad, a observar a la otra clase en toda su vida intelectual, moral y política. (…) Quienes concentran su atención, su observación y la conciencia de la clase obrera exclusiva e incluso principalmente en sí misma, no son socialdemócratas”,
o sea no son verdaderos revolucionarios.
Recientemente, en la Resolución sobre la situación internacional adoptada en nuestro XVº Congreso, la CCI volvía a afirmar una vez más:
“El marxismo ha insistido siempre en el hecho de que no basta con observar la lucha de clases desde el único ángulo de lo que hace el proletariado, puesto que la burguesía también lleva una lucha de clase contra el proletariado y su toma de conciencia. Un elemento clave de la actividad marxista ha sido siempre examinar la estrategia y la táctica de la clase dominante para tomarle la delantera a su enemigo mortal” (Revista internacional, nº 113).
Desdeñar el estudio del enemigo de clase siempre ha sido algo típico de las tendencias obreristas, economicistas y consejistas en el movimiento obrero. Esta visión se olvida de un dato elemental que debe servir de brújula en el análisis de una situación determinada, y es que, en una situación ya claramente prerrevolucionaria, no es nunca el proletariado el que está a la ofensiva. En los demás casos es siempre la burguesía, como clase dominante que es, la que ataca y obliga al proletariado a responder, la que, de modo permanente y organizado, se adapta no sólo a lo que hacen los obreros, sino que procura anticipar las reacciones de éstos, pues la clase explotadora nunca cesa de vigilar a su adversario irreductible. Para ello dispone además de instrumentos específicos que le sirven permanentemente de espías para medir la temperatura social, o sea, los sindicatos.
Así ante la situación actual, lo primero que hay que preguntarse es por qué la burguesía lleva a cabo sus ataques de esta u otra manera.
La estrategia de la burguesía para hacer tragar sus ataques económicos
Los medios de comunicación han comparado ampliamente el movimiento habido en Francia con las huelgas de noviembre-diciembre de 1995 en el sector público contra el gobierno de Juppé, que entonces también produjeron concentraciones comparables con las de ahora. En 1995, el objetivo esencial del gobierno fue sacar provecho de la campaña ideológica que montó toda la burguesía sobre la pretendida “quiebra del marxismo y el comunismo” tras el desmoronamiento de los regímenes estalinistas, explotando el retroceso en la conciencia de clase para reforzar y prestigiar el aparato de encuadramiento sindical, borrando toda la experiencia acumulada por las luchas obreras entre 1968 y los años 80, especialmente sobre la cuestión sindical. Incluso si una parte económica del plan Juppé (para la “reforma” de la financiación de la seguridad social y la instauración de un nuevo impuesto aplicado a todos los ingresos) acabó pasando bajo el gobierno de Jospin, la parte dedicada a las pensiones de jubilación (supresión de los regímenes especiales más “favorables” del sector público) no pudo realizarse e incluso fue deliberadamente sacrificada por la burguesía para con ello hacer creer que todo fue una “victoria de los sindicatos”. La burguesía quiso así mostrar aquella huelga como una “victoria obrera” gracias a los sindicatos que “hicieron echarse atrás al gobierno”, como una lucha ejemplar asegurándole una publicidad mediática fenomenal a escala internacional. Se invitaba así a la clase obrera de los demás países a hacer su “diciembre 95 francés”, referencia inevitable de todos los combates futuros, y sobre todo, a ver en los sindicatos, tan “combativos”, tan “unitarios”, tan “determinados” durante los acontecimientos, sus mejores aliados para defenderse contra los ataques del capital. Ese movimiento fue por cierto, la referencia de las luchas sindicales en Bélgica justo después y en Alemania seis meses más tarde, todo para volver a darle brillo a una combatividad sindical tan empañada en el pasado. Hoy el grado alcanzado por la crisis económica no es el mismo. La gravedad de la crisis capitalista obliga a la burguesía nacional a acometer el problema de frente. Atacar el régimen de pensiones no es más que una de las primeras medidas de una larga serie de nuevos ataques masivos y frontales en preparación.
La burguesía nunca se enfrenta a la clase obrera de manera improvisada. Procura siempre debilitarla al máximo. Para ello ha adoptado a menudo la táctica de tomar la delantera, haciendo que salten movimientos sociales antes de que las amplias masas obreras estén en condiciones de asumirlos, provocando a ciertos sectores más dispuestos a ponerse ya en movimiento. El ejemplo histórico más significativo fue el aplastamiento, en enero de 1919, de los obreros berlineses que se habían revelado tras una provocación del gobierno socialdemócrata, pero que se quedaron aislados del resto de su clase, que todavía no estaba lista para lanzarse a un enfrentamiento general con la burguesía. El ataque actual contra las pensiones en Francia también ha estado acompañado de toda una estrategia para limitar las reacciones obreras que, iba a provocar tarde o temprano dicho ataque. Al no poder evitar la lucha, la burguesía tenía que hacer las cosas de tal manera que la lucha desembocara en una derrota obrera punzante, para que el proletariado vuelva a dudar de su capacidad para reaccionar como clase ante los ataques. Y así aquélla optó por hacer estallar la cólera antes de tiempo, provocando a un sector, el de la Educación nacional mediante unos ataques añadidos y particularmente fuertes, para que entrara en lucha el primero, que se agotara al máximo y sufriera la derrota más punzante. No es la primera vez que la burguesía francesa, como sus colegas europeas, provocan a un sector en una maniobra contra la clase obrera. Antes de la Educación nacional hoy, ya lo hizo, por ejemplo en 1995, con los ferroviarios de la SNCF.
Ya durante el gobierno Jospin, por medio del ministro Allègre, la burguesía había anunciado su intención de “quitarle grasa al mamut” de la Educación nacional, que representaba, y con mucho, el mayor contingente de funcionarios. Como la mayoría de éstos (excepto Defensa, Interior y Justicia, o sea los de los cuerpos encargados de la represión estatal), el de Educación ha sido sometido a recortes presupuestarios en los que no se sustituirán 3 puestos de cada 4, exceptuando al personal docente. Además, a finales de 2002 se anunció, iniciándose el proceso, la supresión de miles de “auxiliares educativos”, empleos ocupados por jóvenes en las enseñanzas primaria y secundaria. Esas supresiones de plazas, además de dejar sin trabajo a muchos jóvenes, hace más insoportable la labor de los docentes, más aislados todavía en primera línea, ante unos alumnos cada vez más problemáticos a causa del peso creciente de la descomposición social (drogas, violencia, delincuencia, problemas sociales y familiares de todo tipo...).
Ese sector, afectado ya, no sólo iba a soportar el ataque general a las pensiones, sino que además le asestaron otro suplementario, específico, el del proyecto de descentralización del personal no docente. Para este personal, eso significa verse colocado bajo otra autoridad administrativa, ya no nacional sino regional, con un contrato de trabajo menos ventajoso y, a la larga, más precario. Fue una verdadera provocación para que el conflicto se focalizase en ese sector. La burguesía también escogió el momento del ataque que le permitiera aprovecharse de dos límites: el período de exámenes para los profesores y el de vacaciones de verano para la clase obrera en su conjunto. De igual modo, para “romper” la combatividad, dividir y desmoralizar el movimiento, especialmente en la Educación, el gobierno ya tenía previsto de antemano aflojar un poco la cuerda, sin que ello le costara mucho, sobre el proyecto de “descentralización”. Retiró, para dejar lo esencial, un trocito de ese ataque específico, la descentralización para el personal más cercano al profesorado (psicólogos, consejeros de orientación, asistentes sociales). Favoreciendo a una minoría del personal afectado (unos 10 000 asalariados), en detrimento de técnicos y obreros de servicios (100 000 asalariados), sabía que así podía dividir la unidad del movimiento y desactiva la cólera del personal docente. Para rematar la derrota, el gobierno echó el resto, negándose a negociar la paga de los días de huelga tras las “consignas de rigor” (retención íntegra y distribución de ésta limitada a dos meses) impuestas por el primer ministro Raffarin: “La ley prevé retenciones de salario para los huelguistas. El gobierno aplica la ley”. La burguesía sabía que podía contar con una colaboración sin fisuras de los sindicatos y los izquierdistas para repartirse la labor, dividir y desorientar el movimiento, frenando aquí convenciendo a unos de no entrar en la lucha, animando al contrario a otros a entrar con decisión en ella, exhortando después a aquellos a ser “responsables”, “razonables” y a éstos a “aguantar” y a “extender” la lucha en una actitud suicida de “hasta el final” con llamamientos a la “huelga general” en pleno reflujo para extender… la derrota, sobre todo entre los maestros.
Se ha vuelto hoy a un esquema mucho más clásico en la historia de la lucha de clases: el gobierno aporrea, los sindicatos se oponen llamando en un primer tiempo a la unidad sindical para embarcar masivamente a los obreros tras ellos y bajo su control. Luego el gobierno abre negociaciones y los sindicatos se desunen para así introducir mejor la división y la desorientación en las filas obreras. Este método, que juega con la división sindical frente al alza de la lucha de la clase es el que mejor garantiza a la burguesía el mantenimiento del encuadramiento sindical, concentrando en lo posible el desprestigio en uno u otro aparato ya designado de antemano. Eso significa que los sindicatos están nuevamente sometidos a la prueba de fuego: el desarrollo inevitable de las luchas en el futuro va a volver a plantearle a la clase obrera el problema de enfrentarse a sus enemigos para poder afirmar sus intereses de clase y las necesidades del combate.
Cada burguesía nacional se adapta al nivel de combatividad obrera para imponer sus medidas. Por mucho que por todas partes presenten las 35 horas como una conquista social, fueron, en realidad, un ataque en regla contra el proletariado en Alemania y Francia cuyas leyes sobre las 35 horas han servido de modelo en otros Estados, pues han permitido a la burguesía generalizar la “flexibilidad” de los asalariados, adaptada en función de las necesidades de la empresa (intensificación de la productividad, disminución de los descansos, trabajo en el fin de semana, horas extras no pagadas, etc.). Los obreros que trabajan en los Länder de la ex Alemania del Este acaban de “obtener” la promesa de pasar a 35 horas en 2009 como los del Oeste, cuando esto les era negado hasta ahora so pretexto de nivel inferior de su productividad. El sindicato metalúrgico IG-Metall no ha parado de alejar a los obreros de sus reivindicaciones (por subidas de sueldos, en especial), organizando toda una serie de huelgas y de manifestaciones por las 35 horas. Esa perspectiva, considerada como demasiado lejana por los sindicatos, sigue hoy sirviendo a IG-Metall para animar a los obreros del Este a exigir las 35 horas ya, o, dicho de otra manera, a animarlos a que se les explote más y lo antes posible…En cambio, contra las medidas de austeridad de la “agenda 2010”, excepto alguna manifestación como la de Stuttgart del 21 de mayo, ese sindicato se ha limitado a hacer circular peticiones. Mientras tanto, el sindicato de Servicios organizaba una manifestación nacional en Berlín, el 17 de mayo, reservada a los obreros de ese sector.
Las perspectivas para el porvenir de la lucha de clase
Durante años, frente a la agravación de la crisis cuyas primeras consecuencias para la clase obrera fueron la subida inexorable del desempleo, las carretadas de despidos, que han acarreado un empobrecimiento considerable en la clase obrera, la burguesía está llevando a cabo ahora una política para ocultar prioritariamente la amplitud del fenómeno del desempleo. Para ello, manipula constantemente las estadísticas oficiales, suprime a desempleados de las oficinas de empleo, recurre al tiempo parcial, a los contratos basura, anima a las mujeres a “volver al hogar”, monta cursillos y empleos juveniles mal o nada remunerados. Además, no ha cesado de animar, favorecer, multiplicar las prejubilaciones para los asalariados mayores, los ceses progresivos de actividad, con el señuelo de la reducción del tiempo de trabajo a la vez que insistía en el aumento de la esperanza de vida de la población (“mejora” en la que los obreros se llevan, por cierto, la peor parte). Paralelamente, para los obreros en actividad, esa propaganda servía para que aceptaran una violenta deterioración de sus condiciones de vida y de trabajo causada por la supresión de empleos en nombre de la necesaria modernización de la gestión para enfrentar la competencia. Se les ha impuesto que se sometan a la jerarquía, a los imperativos de la productividad para salvar los empleos. Para contener un descontento social en alza causado por esa deterioración acelerada de sus condiciones de existencia, la baja de la edad de jubilación le sirvió a la burguesía de válvula de escape hasta legalizar esa baja en algunos países. En Francia, en particular, la promulgación de la jubilación a los 60 años, adoptada por la izquierda en los años 80, pudo aparecer como algo muy social cuando, en realidad, no servía sino para hacer oficial que ya era un hecho.
Hoy, la agravación de la crisis ya no permite a la burguesía seguir pagando a los obreros jubilados ni reembolsar los gastos médicos como antes. Con el incremento paralelo del desempleo, para una cantidad cada vez mayor de obreros será difícil justificar el número de años exigido para “disfrutar” de una pensión decente. En cuanto los proletarios dejan de producir plusvalía se convierten en un fardo para el capitalismo. En fin de cuentas, para este sistema, la mejor solución hacia la que cínicamente se está orientando es que, en cuanto dejan de ser productivos, se mueran lo antes posible.
Por eso es por lo que la arremetida brutal y directa contra las pensiones se ha traducido en una viva inquietud que ha desembocado en un despertar de la combatividad y también en el inicio de una reflexión en profundidad sobre el porvenir que el capitalismo ofrece a la sociedad.
En 1968, uno de los factores principales del resurgir de la clase obrera y de sus luchas en el ruedo histórico a escala internacional fue que se acabaron brutalmente las ilusiones del período de reconstrucción que había creado, durante una generación, una situación de euforia de pleno empleo, época durante la cual las condiciones de vida de la clase obrera mejoraron sustancialmente, tras el desempleo masivo de los años 30, el racionamiento y las penurias de la guerra y de la posguerra. La burguesía misma se creyó que aquel período de prosperidad no acabaría nunca, que había resuelto las crisis económicas, que el espectro de los años 30 había desaparecido para siempre. En cuanto aparecieron las primeras expresiones de la crisis abierta, la clase obrera empezó a sentir no sólo que se atacaba a sus condiciones de vida, sino que el porvenir se ensombrecía, un nuevo período de estancamiento económico y social se instalaba a causa de la crisis mundial. La amplitud de las luchas obreras a partir de mayo de 1968, el resurgir de la perspectiva revolucionaria dejaron malparadas las patrañas pequeñoburguesas de aquel entonces, como aquello de “la sociedad de consumo” o “el aburguesamiento del proletariado”. Guardando la necesaria distancia, los ataques actuales tienen mucho parecido con los de aquella época. No se trata de hacer comparaciones abusivas de ambos períodos. 1968 fue un acontecimiento histórico de primera importancia, fue el hito que marcó la salida de más de cuatro décadas de contrarrevolución. Para el proletariado internacional, aquellos hechos tuvieron un alcance y un significado con los que difícilmente podría compararse la situación actual.
Pero hoy estamos asistiendo al desmoronamiento de lo que aparecía en cierto modo como un consuelo tras años y años de presidio asalariado, algo que ha sido uno de los pilares que han permitido que el sistema haya aguantado durante 20 años: la jubilación a los 60 años, con la posibilidad, a partir de esta edad, de disfrutar de una vida tranquila, desembarazada de apuros materiales. Hoy, los proletarios se ven obligados a abandonar esa ilusión de poder librarse durante los últimos años de su vida de lo que se vive cada día más como un calvario: la degradación constante de las condiciones de trabajo, en un entorno en el que hay que soportar la falta de efectivos, el aumento constante de la presión laboral, la aceleración de los ritmos. O tendrán que trabajar durante más años, lo cual significa amputar ese tiempo en el que podían por fin librarse de la esclavitud asalariada, o, al no haber contribuido el tiempo suficiente, quedarán reducidos a una miseria en la que las privaciones serán digno sustituto de los ritmos infernales. Esta nueva situación plantea a todos los obreros el problema del futuro.
Además, el ataque contra las pensiones afecta a todos los obreros, echa puentes sobre el barranco que se había ido abriendo entre las generaciones obreras, pues el peso del desempleo caía sobre todo sobre los hombros de las jóvenes generaciones con la tendencia a aislarlas en un “pasotismo” sin futuro. Por eso se han sentido implicadas todas las generaciones obreras incluidas las más jóvenes, alertadas por esa arremetida contra las pensiones, cuya naturaleza puede crear un sentimiento de unidad en la clase, de tal modo que en ella pueda germinar una reflexión profunda sobre el porvenir que nos prepara la sociedad capitalista.
Con esta nueva etapa en la agravación de la crisis, están apareciendo y madurando las ideas que pondrán en entredicho algunas de las barreras edificadas por la burguesía a lo largo de los años anteriores, como: la clase obrera ya no existe, es posible mejorar las condiciones de vida y mejorar el sistema aunque solo sea para disfrutar de una apacible vejez…, en fin, todo lo que empujaba a los obreros a resignarse a su sino. Todo lleva a una maduración de las condiciones para que la clase obrera vuelva a encontrar la conciencia de su perspectiva revolucionaria. Los ataques unifican las condiciones para la réplica obrera a escala más y más amplia, más allá de las fronteras nacionales. Están tejiendo el mismo telón de fondo para luchas más masivas, más unitarias, más radicales.
Esos ataques son el abono de un lento madurar de las condiciones para que surjan luchas masivas necesarias para reconquistar la identidad de clase proletaria y hacer que vayan cayendo las ilusiones, y en especial, la de creer que puede reformarse este sistema. Serán las acciones de masas mismas las que habrán de permitir que vuelva a emerger la conciencia de ser una clase explotada portadora de una perspectiva histórica para la sociedad. Por todo ello, la crisis es la aliada del proletariado. El camino que deberá abrirse la clase obrera para consolidar su propia perspectiva no es, sin embargo, una autovía, sino un camino largo, retorcido, difícil, lleno de baches y trampas que el enemigo de clase va a tender contra ella.
Ha sido una derrota lo que acaban de sufrir los proletarios en sus luchas contra los ataques del Estado contra sus pensiones de jubilación, en Francia y en Austria particularmente. Esta lucha ha sido, no obstante, una experiencia positiva para la clase obrera, porque, en primer lugar, ha podido volver a afirmar su existencia y movilizarse en su terreno de clase.
Frente a otros ataques que la burguesía está preparando contra ella, a la clase obrera no le queda otro remedio que desarrollar su combate. Vivirá inevitablemente otros fracasos antes de lograr afirmar su perspectiva revolucionaria. Como lo subrayó con tanta fuerza Rosa Luxemburg en “El orden reina en Berlín”, su último artículo redactado la víspera de asesinato por la soldadesca a las órdenes del gobierno socialdemócrata:
“Las luchas parciales de la revolución acaban todas ellas en “derrota”. La revolución es la única forma de “guerra” –es incluso una de las leyes de su desarrollo– en la que la victoria final sólo podrá prepararse con una serie de ‘derrotas’” (Die Röte Fahne, 14 de enero de 1919).
Y así es, y para que sus “derrotas” sirvan a la victoria final, el proletariado tiene que sacar de ellas todas las enseñanzas. Deberá comprender, en particular, que los sindicatos son, por todas partes, órganos de defensa de los intereses del Estado contra los suyos propios. Y, más generalmente, deberá tomar conciencia que debe enfrentarse a su adversario, la burguesía, la cual sabe maniobrar para defender sus intereses de clase y cuenta con una colección de instrumentos para conservar su dominación, desde sus policías y sus cárceles hasta sus partidos de izquierda e incluso sus “revolucionarios” con precinto (los grupos izquierdistas, en particular los trotskistas) y que dispone, sobre todo, de todos los medios (incluidos sus “catedráticos”) para sacar sus propias lecciones de los enfrentamientos pasados. Como también Rosa Luxemburg lo decía:
“La revolución no actúa a su aire, no opera en campo abierto según un plan puesto a punto por hábiles “estrategas”. También sus adversarios saben dar pruebas de iniciativa, incluso en general, mejor que la revolución” (Ibid.).
En su combate titánico contra su enemigo capitalista, el proletariado sólo podrá contar con sus propias fuerzas, con su autoorganización y, sobre todo, con su conciencia.
Wim22 de junio 2003