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Ya tuvimos en los 70 la campaña según la cual la crisis económica se debía a la penuria del petróleo, también tuvimos la promesa de salir de la crisis con los “Reaganomics” a principios de los 80, sin embargo hay que reconocerlo: desde que el capitalismo volvió a enfrentarse a su crisis histórica, o sea desde hace 30‑años, nunca habíamos asistido a una campaña ideológica de tal amplitud, para demostrarnos que se acabó la crisis y que se nos abre una nueva era de prosperidad. Según la propaganda ya desencadenada hace varios años, habríamos entrado en la Tercera revolución industrial. Según uno de sus más destacados propagandistas, “se trata de un fenómeno histórico tan importante como la revolución industrial del siglo XVIII (...). La era industrial se basó en la introducción y la utilización de las nuevas fuentes de energía; la era “informacional” se basa en la tecnología de producción del saber, del tratamiento de la información y de la comunicación de símbolos” ([1]). Basándose en las cifras del crecimiento del PIB de Estados Unidos estos últimos años, los media no paran de repetirnos que va a desaparecer el desempleo, que lo que llaman el “ciclo económico” que desde principios de los 70 se manifestaba por un crecimiento débil y recesiones periódicas cada vez más profundas ya pertenece al pasado y que, consecuentemente, hemos entrado en un período de crecimiento ininterrumpido que solo se puede describir usando todo tipo de superlativos, pues hemos entrado en la “nueva economía”, llevada a hombros por una innovación tecnológica sensacional: Internet.
¿Cuál es entonces el contenido de esta “revolución” que tanto fascina a la burguesía? El fundamento esencial del fenómeno estaría en el hecho de que Internet y más generalmente la constitución de redes de telecomunicaciones permitirían la circulación y el almacenamiento de la información de forma espontánea sea cual sea la distancia. Esto permitiría una toma de contacto entre cualquier comprador y cualquier vendedor a nivel planetario, sean empresas o particulares. Al no depender así de los puntos de venta y de los servicios comerciales de las empresas, habría una reducción considerable de los gastos comerciales. También se ampliarían los mercados puesto que gracias a Internet, cualquier productor tendría inmediatamente el planeta como mercado. Al ser necesario un importante conocimiento tecnológico de nuevo tipo para colocar las mercancías en Internet, eso favorecería la creación de nuevas empresas, las famosas “start up” a las que se les promete un porvenir fascinante en términos de beneficios y crecimiento. También se desarrollaría la productividad en las empresas industriales mismas puesto que tal circulación de la información permitiría mejorar a costo reducido la coordinación de los establecimientos, servicios y talleres. También permitiría disminuir el almacenado, puesto que sería instantánea la relación entre producción y venta, y por lo tanto un ahorro en construcciones e instalaciones diversas. Y por fin, también permitiría bajar los gastos en técnica de ventas (marketing) puesto que la producción de una publicidad en una página de Internet llega a todos los compradores conectados.
Otro aspecto con consecuencias políticas muy importantes, es la insistencia de los media en el nuevo estímulo de la innovación favorecido por Internet, al basarse en el conocimiento y no en una maquinaria costosa. gracias a ello, estaríamos asistiendo a una democratización de la innovación y como ésta permite que se monten starts up, la riqueza estaría al alcance de todo el mundo.
Sin embargo, al lado de la multitud de cánticos triunfalistas de los media, también se oyen una serie de desafinados que introducen dudas sobre la realidad de la magnífica apertura de un tan extraordinario período; por un lado, todos están de acuerdo en que la miseria no hace más que aumentar en el mundo, que las “desigualdades” en los países desarrollados se agravan y que las famosas start up, en lugar de dirigirse hacia los futuros deslumbrantes que les asignan los propagandistas de la “nueva economía” se desmoronan cada día en mayor número. Por consiguiente, lo que sí puede ocurrir es que algunos de esos nuevos empresarios con deudas hasta los ojos, junto con sus empleados, acaben engrosando las filas de los “nuevos pobres”. Por otra parte, las hazañas bursátiles en general y , en particular, las de las acciones de esas empresas de nuevas tecnologías están produciendo espantos a bastantes dirigentes económicos que temen que tales hazañas acaben provocando una crisis financiera gravísima que la economía mundial amortiguaría con muchas dificultades.
El mito del incremento de la productividad
Examinando seriamente lo que significa “la nueva economía”, hay que tener en cuenta que gran parte de los expertos afirma que el incremento de la productividad del trabajo en la economía americana habría experimentado un movimiento de alza desde hace algunos años, hasta el punto de que tras haber disminuido desde finales de los años‑60, en que era de 2,9 % por año, habría alcanzado en los años 90 un 3,9 % al año([2]). Esto sería significativo de la entrada del capitalismo en un nuevo período.
Para empezar, esas cifras son discutibles; para R. Gordon, por ejemplo, de la Universidad de Northwestern de Estados Unidos, la productividad horaria del trabajo ha pasado de 1,1 % antes de 1995 a 2,2 % entre 1995 y 1999 (Financial Times, 4 de agosto de 1999). Por otra parte, esas cifras no parecen probar gran cosa para toda una serie de especialistas y eso por razones significativas:
– la rentabilidad directa del conjunto de las inversiones productivas ha progresado muy poco, lo que significa que la progresión de la productividad del trabajo sólo se ha hecho gracias al incremento de las cadencias y, por lo tanto, de la explotación de la clase obrera;
– la productividad siempre tienen tendencia a aumentar cuando se está en el punto álgido de la recuperación – como así ha ocurrido con EEUU en 1998-99 – pues es entonces cuando las capacidades de producción están mejor utilizadas y, en fin, ha sido sobre todo en el sector de producción de ordenadores donde ha aumentado mucho la productividad, lo que hace decir al Financial Times que “El ordenador es la causa del milagro de la productividad en la producción de ordenadores”(ibid).
Por consiguiente, incluso si espoleado por la competencia, el capitalismo – como lo ha hecho siempre – realiza progresos técnicos que aumentan la productividad del trabajo, las cifras no muestran en ningún caso que nos encontremos en un período excepcional que significaría una verdadera ruptura con las décadas anteriores.
Además, y esto es más importante, las comparaciones históricas entre la Revolución industrial de finales del siglo XVIII y lo que está ocurriendo hoy, son totalmente engañosas. Lo que permitió el invento de la máquina de vapor y todas las grandes innovaciones del siglo XIX fue que el obrero produjera una mucho mayor cantidad de valores de uso con idéntico tiempo de trabajo; lo cual a la burguesía le permitía, por otra parte (y era la finalidad buscada), extraer una plusvalía más elevada. Es cierto que durante el siglo XX, particularmente en los 30 últimos años, se incrementó la productividad del trabajo con la automatización de la producción. Esto sirvió, además, de argumento a la burguesía y a sus especialistas para decir que el empleado de bata blanca sujeto a una consola en una factoría metalúrgica o de otro tipo ya no sería un obrero (¡como si los robots funcionaran solos!) y que, por lo tanto, la clase obrera estaría en vías de extinción.
Con Internet, no se trata de eso en absoluto. Con ese procedimiento, el obrero sigue produciendo la misma cantidad durante un tiempo determinado. Desde el punto de vista de la producción, Internet no cambia nada de nada. De hecho, con la tabarra sobre la “nueva economía”, la burguesía parece hacer creer que el capitalismo sería un mundo de comerciantes, olvidándose de que antes de vender un bien hay que producirlo, queriendo suprimir la realidad de que la clase obrera es el corazón de la sociedad actual, la productora de riquezas, la clase que, en lo esencial, hace vivir a la sociedad.
La disminución de los gastos comerciales no será un obstáculo para la crisis
Internet, u otro invento, podrá hacer bajar los costes de la comercialización de los productos, de manera análoga – salvando las distancias – a lo que hizo el ferrocarril en el siglo XIX dividiéndose los costes de transporte por 20, permitiendo así que los precios de las mercancías disminuyeran. Lo que Internet no podrá hacer es estimular un crecimiento económico nuevo. El ferrocarril espoleó un fuerte crecimiento porque transportaba mercancías para las que existía un mercado en expansión: el capitalismo estaba entonces conquistando el planeta entero y todos sus amplios territorios le iban a servir como fuente de nuevos mercados.
Hoy, al no existir nuevos mercados([3]), la venta por Internet lo único que acarreará es que desaparezcan o se reduzcan cantidad de actividades comerciales. O sea que desaparecerán empleos que nunca serán sustituidos por nuevos empleos en Internet, precisamente porque esta técnica permite hacer ahorros ya sea en la venta al consumidor ya sea en la venta entre empresas. Y, en fin, es lo mismo en cuanto a los pretendidos progresos que permitiría Internet a nivel de la reorganización de las empresas. Hasta lo dice alguien como John Chambers, director de Cisco (una de las empresas más importantes del sector tecnológico): “Hemos suprimido miles de empleos improductivos usando la red Internet para relacionarnos con nuestros empleados, nuestros abastecedores y nuestros clientes (…) Lo mismo para los gastos en dietas. De este modo, ya solo quedan dos personas para ocuparse de comprobar las dietas de nuestros 26000 asalariados (…) Hemos suprimido 3000 empleos en el servicio posventa” (Le Monde, 28/04/00). Y más lejos añade, para que todo quede bien claro: “Dentro de diez años, cualquier empresa que no se haya metido enteramente en la red (o sea que no haya suprimido todos esos empleos) habrá muerto”. Eso implica disminución de salarios pagados por esas empresas, lo que, por sí mismo, evidentemente, no aumenta en nada la demanda solvente global necesaria para un relanzamiento de la economía. Sin nuevas salidas mercantiles exteriores (y esto es lo que ocurre globalmente en el período de decadencia del capitalismo), la innovación – incluso en lo comercial – no resuelve la crisis como tampoco es capaz de crear nuevos empleos. Es verdad que J. Chambers añade que “ha reconvertido a 3000 personas en investigación-desarrollo”, pero eso sólo es posible gracias a la marea de instalaciones de redes Internet, lo cual ha permitido a Cisco un fuerte incremento en ventas; una vez terminada esta oleada de instalaciones, es evidente que esa empresa no podrá darse el lujo de tener un servicio de investigación-desarrollo de tales proporciones.
La burbuja en torno
a Internet se desinfla
No hay nada nuevo en la evolución económica; y la burguesía busca desesperadamente las señales de una nueva ascensión de un hipotético ciclo Kondratieff, es decir un ciclo de 50 años con alternancia de depresión y recuperación([4]). Pero nada vendrá a aliviarla. La prueba la ha dado lo que no puede llamarse de otra manera que krach bursátil de los valores tecnológicos en esta primavera de 2000. Entre el 10 de marzo y el 14 de abril de este año, el índice bursátil de los valores tecnológicos en EEUU – el NASDAQ – perdió 34 % de su valor; han quebrado empresas Internet como BOO.COM, respaldada por potencias financieras de primer orden como el banco JP Morgan o el hombre de negocios francés B. Arnault. Quiebras que anuncian otras, pues en las plazas financieras ya circulan listas de empresas Internet que están en graves dificultades([5]); cabe citar, en especial, a Amazon, que quería ser una especie de gran bazar en línea y es tan célebre en Seattle, su sede, como Boeing; sus dificultades financieras crecientes están provocando nuevos sobresaltos en Wall Street. La afirmación hecha por el instituto Gartner Group según la cual el 95 % al 98 % de las empresas del sector están amenazadas (Le Monde, 13/06/00) no significa otra cosa que su impresionante auge actual no es más que apariencia y burbuja especulativa. Ni existe una “nueva economía”, ni Internet es el medio para hacer despegar de nuevo la ahora llamada “vieja economía”. Una de las razones por la que Amazon.com está al borde de la quiebra es que les hacía competencia a las grandes empresas de distribución y éstas no han tardado en reaccionar: el número 1 mundial del sector, Wal Mart también se ha puesto a vender por Internet. Frente a la competencia de las nuevas empresas, que amenazan con “canibalizarlas”, las “antiguas” grandes empresas contestan usando los mismos medios, como lo explica un alto ejecutivo de una gran empresa francesa de distribución: “En Promodès, nos hemos dicho que de todas maneras si no éramos nosotros, otro acabaría “canibalizando” nuestra actividad” (Le Monde, 25/04/00). Como lo dice implícitamente ese ejecutivo cuando habla de “canibalizar”, las empresas que adoptan la fórmula de ventas por Internet (y ya lo hemos visto en el caso de Cisco) no crean empleos sino que los suprimen. En ese mismo número de Le Monde, se anuncia que‑la ubicación en Internet es responsable,‑como mínimo, de la supresión de 3000‑empleos en el banco británico Lloyd’s TSB, de 1500 en la aseguradora Prudential y que la cadena americana de venta de material informático, Egghead Software ha cerrado 77 almacenes de 156. Esos son los efectos reales de la pretendida “nueva economía” en la vida del capitalismo. Las medidas tomadas por las empresas respecto a Internet son, en realidad, otros tantos momentos de la competencia a muerte que han entablado entre ellos los capitalistas en un mercado ya saturado desde hace mucho tiempo.
Esa guerra comercial también resulta evidente con la oleada de fusiones-adquisiciones que apareció hace una década y que no ha hecho más que ampliarse, pues echar mano del aparato productivo y del mercado del competidor es hoy el mejor medio para imponerse en el mercado mundial. “En 1999, ese mercado ha dado un salto de 123‑% hasta alcanzar 1 billón 870 mil millones de francos franceses (…) Se ha emprendido una carrera a escala planetaria” (Le Monde, 11/04/00). En la decadencia del capitalismo, a través de esos ataques de fiebre en la competencia, existe como mínimo una medida común a todos los sectores de la burguesía para hacer frente a esa competencia, o sea, la de agravar las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera. Ya sabemos, por ejemplo, que esas fusiones gigantescas acaban casi siempre en supresión de empleos.
La fiebre bursátil de las empresas de nueva tecnología, que ha enfebrecido a todas las bolsas de valores de los países desarrollados, lejos de ser el signo precursor de un nuevo gran período de crecimiento económico, es solo el resultado de los medios por lo cuales, desde hace décadas, los Estados burgueses intentan hacer frente a la crisis en la que la economía capitalista no para de hundirse, o sea, el endeudamiento: según el director general de Alta Vista France, bastaba con “reunir 200 000 francos con unos cuantos amiguetes para sacarle 4 millones a una financiera de capital-riesgo, para así gastar la mitad en publicidad antes de alzarse con 20 millones en la Bolsa” (L’Expansion, 27 de abril del 2000); lo cual es, desde el punto de vista de la acumulación del capital, un absurdo total. Claro, al no haber posibilidad alguna de invertir de manera realmente productiva, el dinero solo puede irse a colocar en actividades improductivas como la publicidad, vinculadas a la competencia, para acabar incrustándose en la especulación, sea ésta bursátil, monetaria o petrolera([6]). Solo de esa manera puede explicarse que la cotización de las acciones de la nueva tecnología, antes de que acaben hundiéndose, se hayan incrementado 100 % en un año, mientras que las empresas correspondientes no han cosechado más que pérdidas. A ese nivel, tampoco hay nada nuevo, pues la burguesía desarrolla esas actividades improductivas para enfrentar la crisis desde que comprendió que la crisis de 1929 no desembocaría en recuperación espontánea, lo que sí ocurría con las crisis del siglo XIX. Algunos periódicos de la clase dominante se ven obligados a constatarlo: “La Net economy [la vinculada a Internet y a las redes] restablece quizás la tendencia a la productividad a largo plazo… pero la Debt economy [economía de la deuda] es el resorte de la actividad (…) La fase ascendente se ha alargado gracias al crédito mucho más que gracias al auge de las nuevas tecnologías, que no son más que una excusa de la especulación” (L’Expansion, 13-27/04/00). Y, efectivamente, esa especulación desembocará obligatoriamente, como así ha ocurrido desde hace 20 años, en convulsiones financieras como la que ya tenemos ante nosotros.
La “nueva economía”, tapadera de los ataques económicos contra la clase obrera
La propaganda de los media sobre la transformación de la sociedad por Internet afirma que vamos a trabajar todos en red, participaríamos todos en las innovaciones, y, ya puestos a ello, nos haríamos todos accionistas de las empresas a las que no cesaríamos de hacer progresar. La realidad de la “nueva economía” permite comprender cómo todo eso no es más que es un bulo monumental. Los accionistas fundadores de start up en quiebra tienen cantidad de posibilidades de encontrarse en la miseria total. Y todos aquellos que se han creído la publicidad para comprar acciones de Internet que iba a permitirles incrementar sensiblemente sus ingresos con el adelanto de sólo el 20 % del valor de las acciones, estarán obligados, tras el krach, a recortar sus sueldos durante mucho tiempo para poder rembolsar lo que les hayan prestado los bancos (Le Monde, 9-10/04/00).
Pagar salarios en stock options, hacerles comprar Fondos Comunes de Inversión u otra fórmula por el estilo no lleva a transformar a los obreros en accionistas, sino a amputar por doble sus salarios. Primero, la parte de los ingresos que el asalariado acepta dejar a la empresa no significa, ni más ni menos que un aumento de la plusvalía y una disminución del salario en lo inmediato; además, a pesar de las propuestas a cada cual más tentadora para que asalariado se convierta en accionista de la empresa, todo eso significa que el capital hace depender los ingresos de los futuros resultados de la empresa: si las cotizaciones bajan, el salario bajará también. El capitalismo popular, que hoy se ha vuelto a poner de moda con la forma de “República de accionistas” es un mito, pues la burguesía, esté en el aparato de Estado o en la dirección de las empresas, es la poseedora de los medios de producción que funcionan como capital y sólo puede valorar el capital mediante la explotación de la clase obrera. El obrero no puede obtener ni todo ni parte de esa valorización, precisamente porque para que el capital se valore, para que obtenga ganancias, el obrero sólo debe ser pagado según el valor de su fuerza de trabajo([7]). Si la burguesía ha creado los fondos de pensión o el accionariado obrero, es porque la crisis del capitalismo es tan profunda, que intenta por todos los medios disminuir el valor de la fuerza de trabajo hoy y más tarde, haciéndola depender de las cotizaciones en bolsa. El desmoronamiento de los valores tecnológicos es un buen ejemplo de los riesgos que corren los ingresos futuros de los obreros que de una manera o de otra dependan de un accionariado asalariado.
Los esfuerzos de la burguesía por promover el accionariado obrero no sirven ni mucho menos para otorgar una parte de la ganancia a los obreros. Son lo contrario; son un ataque suplementario contra sus condiciones de vida y de trabajo. De igual modo que la burguesía, mediante la precariedad del empleo se da los medios, si va en interés del capital, de expulsar al obrero de la producción del día a la mañana, para el accionariado obrero se da los medios de bajar los ingresos de los obreros en activo o las pensiones de retiro, si se degrada la situación de la empresa o del capital como un todo.
Otro ataque se oculta detrás de la campaña actual. Y también es ese ataque económico el que está detrás de la tabarra ensordecedora sobre la “nueva economía”. La conexión de la empresa a la red quiere, primero, decir que al estar inmediatamente disponibles las informaciones, se elimina todo intervalo entre dos trabajos: una vez terminado cualquier trabajo, hay que pasar al siguiente cuyo encargo se ha hecho mediante la red, todo trabajo puede ser inmediatamente modificado, etc.; y eso acaba siendo infernal pues los encargos llegan con mayor rapidez cada día; así puede comprenderse que “al menos una tercera parte de los empleados conectados en Internet trabajan como mínimo 5,5 horas por semana en su casa, para que se les deje en paz” (Le Monde, 13/04/00). El generoso regalito del ordenador que algunas grandes empresas (Ford, 300 000 empleados; Vivendi, 250 000; Intel, 70 000) han hecho a todos sus empleados es muy significativo de esa voluntad de obligar a los obreros a trabajar permanentemente. No les falta cinismo a algunas empresas cuando niegan que esa sea su voluntad y, luego, dicen, como la dirección de Ford, que lo que pretenden con ese regalo es que los empleados de la compañía “estén en mejor situación para contestar a nuestros clientes”, permitiéndoles así que “se vayan acostumbrado a un mayor intercambio de informaciones”. Cada vez más expertos en organización del trabajo opinan que en la “sociedad de la información” “ya no se sabe dónde empieza y dónde termina el trabajo”, y que la noción de tiempo laboral se está difuminando, a lo cual contestan los testimonios de los empleados que dicen que al poder ser contactados al antojo de la dirección, “no paran nunca de trabajar” (Libération 26/05/00). De hecho, lo ideal para la burguesía sería que todos los obreros llegaran a ser como esos fundadores de star up de la Silicon Valley que “trabajan 13 o 14 horas por día, seis días por semana y que viven en espacios de 2 x 2 metros (…) sin pausas, sin comida, sin posibilidad de hacer corrillos en el bar” (L’Expansion, 16-30/03/00). Esas condiciones de trabajo son la regla en el conjunto de las star up del mundo.
El ataque contra la conciencia de la clase obrera
La enorme campaña mediática tiene un objetivo mucho más importante. Lo que concretamente se oculta tras eso de la “nueva economía” en la que cada uno trabajaría “en red”, se transformaría en innovador y en accionista muestra claramente que dicha economía no es más que un bulo total, pero de gran alcance.
Se afirma, primero, que la sociedad, al menos la de los países desarrollados, va a conocer una mejora real de la situación, y, por consiguiente, que serían una excepción, un caso aparte, las empresas o las administraciones en la que las condiciones de existencia de los obreros que en ellas trabajan serían atacadas. Y, claro, si esos obreros quieren resistir, es porque están metidos en un combate rancio, anacrónico, acabando obligatoriamente aislados. La propaganda sobre la “nueva economía” es, antes que nada, un medio de desmoralizar a los obreros, para que su descontento no se convierta en combatividad.
Después, ese bulo da a entender que la sociedad está nada menos que cambiando de tal manera que el capitalismo estaría siendo superado, y que, por consiguiente, todos los proyectos para derribarlo serían algo sin sentido. Nos dicen que aquel que se integre en la “nueva economía” se hará rico; lo cual significa, en definitiva, que su condición material de obrero va a ser superada. Pero, ¡ay de aquél que no se inserte en esa trilogía red-innovador-accionista!, será víctima de una “mayor disparidad de ingresos”, de una nueva “fractura”. Así, la sociedad ya no estaría dividida en burguesía y clase obrera, sino en miembros de la “nueva economía” y los excluidos de ella. Y por si no nos hemos enterado, machacan diciendo que la participación en la nueva economía es cosa de inteligencia y voluntad: “O eres rico o eres tonto”, afirma la revista Business 2.0.
Todo eso se completa con toda una propaganda que dice que la empresa, que es el lugar donde se crea el valor, donde se realiza la explotación y donde las clases se definen, se estaría transformando. Así, del mismo modo que ya no puede definirse como obrero a quien participa en la “nueva economía” y tienen acceso a la riqueza, el trabajo en la empresa, allí donde se produce la riqueza, no estaría ya dividido entre burgueses –o sea los detentores del capital– y obreros –o sea quienes solo poseen su fuerza de trabajo. ¡Qué va!, la “nueva economía” es como si dijéramos un equipo, el conjunto de asalariados sería un “team”, “están asociados a la riqueza de la empresa por medio de las stocks-options”, como dice el presidente de BVRP Software” (Le Monde diplomatique, mayo 2000).
En realidad, quienes no se insertan en la “nueva economía”, obreros mal pagados, precarios, desempleados, son la inmensa mayoría de la clase obrera. La clase productora de riqueza no es el estudiante del Silicon Valley o de otro sitio que se deja entrampar por el espejismo de la riqueza al alcance de la mano. La clase productora de riqueza, la clase obrera, es aquella a la que la burguesía explota cada día más y cuando ya no puede explotarla, la excluye del proceso productivo mandándola al paro. Ante todos esos ataques, a la clase obrera no le queda más remedio que luchar. La conciencia que tengan los obreros de la necesidad de esta lucha y de sus perspectivas será esencial para poder luchar.
En fin de cuentas, las campañas ideológicas sobre la “nueva economía” se basan en el mismo temario y tienen los mismos objetivos que las desencadenadas desde el desmoronamiento de los países del Este en 1989.
Por un lado se intenta quitarles a los obreros su identidad de clase, presentando la sociedad como una comunidad de “ciudadanos” en la que las clases sociales, la división y el conflicto entre explotadores y explotados han desaparecido. Para demostrarlo, lo que ha servido durante la década pasada fue la ruina de los regímenes que se decían “socialistas” u “obreros"; hoy es el mito de que los patronos y los obreros tienen los mismos intereses puesto que todos son accionistas de la misma empresa.
Por otro lado, se pretende así quitarle a la clase obrera toda perspectiva fuera del capitalismo. Ayer fue “la ruina del socialismo” lo que lo habría demostrado. Hoy es la idea de que, por muchos defectos que tenga el sistema capitalista, incapaz de acabar con la miseria, las guerras, y otras catástrofes, no por ello deja de ser “el menos malo de los sistemas”, puesto que es capaz a pesar de todo de funcionar, garantizar el progreso y superar las crisis.
Sin embargo, el hecho mismo de que la burguesía necesite tales campañas ideológicas y de tal amplitud, el que esté preparándose para asestar nuevos ataques económicos es porque, como un todo, ella no se cree sus propias patrañas sobre el cuento de hadas de la “nueva economía”. Todo el tinglado sofisticado que emplea en su política económica el Gobernador de la Reserva Federal de EEUU, A. Greenspan,, para lograr un "aterrizaje suave” de la economía americana tras años y años de endeudamiento, de incrementado déficit comercial, y ahora que la inflación está volviendo a despegar, de manera muy significativa, en Estados Unidos, toso eso no apunta, ni mucho menos, hacia la perspectiva del inimaginable crecimiento económico de que se nos habla. “Aterrizaje suave” o recesión más grave, esos hechos, reales, confirman lo que el marxismo ha demostrado, o sea que el capitalismo volvió a caer – tras el período de reconstrucción que hubo después de la IIª Guerra mundial – en la crisis económica, una crisis que es incapaz de superar, que está provocando el hundimiento cada día mayor de la humanidad en la pauperización absoluta, que es la causa de condiciones de vida cada vez más duras para el conjunto de la clase obrera. El capitalismo no tiene porvenir, no nos ofrece sino un agravamiento cada vez más insoportable de esos males. Únicamente el proletariado tiene la capacidad para instaurar una sociedad en la que impere la abundancia, puesto que solo él es capaz de cimentar una sociedad que solo producirá en función de las necesidades humanas y no para la ganancia de una minoría. Y esta sociedad se llama el comunismo.
J. Sauge
[1] Entrevista a Manuel Castels – profesor en la Universidad de Berkeley – publicada en la revista Problèmes économiques n° 2642, 1°‑diciembre de 1999.
[2] Business review, julio-agosto de 1999. Esta revista reproduce las cifras dadas por el Departamento de Comercio del Gobierno estadounidense.
[3] Véase al respecto el artículo de Mitchell “Crisis y ciclos en la economía des capitalismo agonizante”, publicado en esta misma Revista internacional y también en el folleto de la CCI La Decadencia del capitalismo.
[4] En los años 20, N. Kondratieff formuló una teoría según la cual la economía mundial sigue un ciclo de unos 50 años de depresión y de recuperación. Esta teoría tiene la ventaja para la burguesía de anunciar que después de la crisis volverá la recuperación tan seguro como las golondrinas en primavera.
[5] Peapod.com, CDNow, salon.com, Yahoo!... (Le Monde, 13/06/00).
[6] Como así escribimos en la Resolución adoptada en en XIVº Congreso de nuestra sección en Francia y publicada en esta misma Revista: “En fin, hay que poner de relieve que la fiebre que se ha apoderado de los especuladores por la “nueva economía” lo único que expresa es el callejón económico sin salida del capitalismo. Ya lo demostró Marx en su época: la especulación bursátil no es síntoma de la buena salud de la economía, sino, al contrario, es síntoma de que va de cabeza a la bancarrota” (punto 4).
[7] Para una presentación más detallada del análisis marxista de los mecanismos de la explotación capitalista, véase en artículo citado de Mitchell.