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La reciente evolución del capitalismo está hundiendo al mundo en un “espanto sin límites”, en una sucesión desquiciada de atentados, rehenes, matanzas. Eso está alcanzando en Irak unas cotas difícilmente imaginables hace algunos años. Pero el resto del mundo tampoco está libre de todo eso. La matanza bestial de Beslan en Osetia del Norte (Federación Rusa), ha sido un espantoso testimonio de ello. La gravedad de la situación es tal, que hablar hoy de caos ya no es algo propio de unos cuantos “catastrofistas”, sino que es un tema cada día más presente en los medios de comunicación y políticos.
La matanza de Beslan nos ha mostrado la insondable profundidad de la barbarie en la que se hunde la sociedad capitalista: niños rehenes, sometidos a maltratos horribles por unos terroristas chechenos ostentadores de un desprecio inaudito por sus semejantes. Las acciones de los terroristas no son la expresión de un odio hacia tal institución o tal gobierno, sino que se dirige contra seres humanos cuya desgracia es no pertenecer a la misma caterva nacionalista que ellos. Enfrente, el Estado ruso, por su parte, no vacila ante ninguna matanza de civiles, sean cuales sean, con tal de defender su autoridad. Y ya sabemos perfectamente cuál es el resultado de ese engranaje: desestabilización de todas las regiones rusas del Cáucaso, el desencadenamiento de toda una serie de enfrentamientos étnicos o religiosos, la organización en cada república de bandas cuyo único fin proclamado es la persecución de las etnias rivales.
En Irak es la guerra de todos contra todos. Los medios y algunos grupos izquierdistas hablan de una resistencia “nacional” (1). Nada más falso. No hay allí ninguna “lucha de liberación nacional contre el ocupante americano”. Lo que existe es una proliferación de grupos de todo tipo basados en clanes, localidades, obediencia religiosa, etnia… que se dedican a liquidarse mutuamente y a la vez golpean al ocupante. Cada grupo religioso está fraccionado en cantidad de camarillas que se pelean unas contra otras. Los ataques recientes contra ciudadanos de países no implicados en la guerra, contra periodistas, ponen aún más de relieve el carácter ciego y anárquico de esta guerra. Reina la mayor confusión y el rehén es la población entera, una población privada de trabajo, de electricidad, de agua potable, víctima de enfrentamientos ciegos entre unos y otros y sometida a un terror más cruel todavía que en la época de Sadam.
Los factores inmediatos y parciales no permiten comprender la situación. Solo un marco histórico y mundial permite comprender su naturaleza, sus raíces y sus perspectivas. Nosotros hemos contribuido regularmente en la elaboración de este marco y aquí nos limitaremos a recordar sus claves.
El terrorismo se convierte en factor crucial de la evolución imperialista
Tras la caída del antiguo bloque del Este (1989) y ante las rimbombantes promesas de un “nuevo orden mundial” hechas por el padre del actual presidente Bush, anunciamos la perspectiva contraria, la de un nuevo desorden mundial. En un texto de orientación publicado en 1990 (2), hacíamos el análisis de que “el final de los bloques abre las puertas a una forma todavía más brutal, aberrante y caótica del imperialismo”, caracterizada por “conflictos más violentos y numerosos, sobre todo en las zonas en las que el proletariado es más débil”. Esta tendencia, que no ha hecho sino confirmarse durante los últimos quince años, no fue la consecuencia mecánica de la desaparición del “sistema de bloques” sino uno de los resultados de la entrada del capitalismo en su fase terminal de decadencia caracterizada por la tendencia a su descomposición generalizada (3). En la guerra, lo más destacado en lo que acarrea la descomposición es el caos. Por un lado, se expresa en la proliferación de focos de tensiones imperialistas que desembocan en conflictos abiertos (4) que contienen intereses imperialistas múltiples y contradictorios; por otro lado, a causa de la inestabilidad creciente de las alianzas imperialistas, la incapacidad de las grandes potencias para estabilizar la situación, ni siquiera temporalmente (5).
Basándonos en ese marco de análisis, anunciamos, cuando la primera guerra del Golfo, que “solo la fuerza militar sería capaz de mantener un mínimo de estabilidad en un mundo amenazado por un caos en aumento” (idem) y que, en este mundo, “de desorden asesino, de caos sangriento, el “gendarme” norteamericano intentará hacer reinar un mínimo de orden, desplegando cada vez más masivamente su potencial militar” (id).
Sin embargo, en las condiciones históricas actuales, el único resultado que da el uso de la fuerza militar es el de extender más todavía los conflictos haciéndolos cada más incontrolables. Eso es lo que ilustra el fracaso de Estados Unidos en la guerra de Irak en donde están entrampados en un lodazal sin salida. Esas dificultades de la primera potencia mundial afectan a su autoridad de gendarme, estimulando así las maniobras y los envites de todos los imperialismos, grande o pequeños, incluidos aquellos (como las bandas chechenas, las iraquíes o Al-Qaeda) que carecen de Estado o tampoco aspiran a conquistar uno. El tablero de las relaciones internacionales se parece a un enorme puerto de arrebatacapas en donde todos se enfrentan a lo bestia, transformando en pesadilla la vida de amplios sectores de la población mundial.
El caos, al igual que la constante disgregación de las relaciones sociales, explican la importancia que tiene hoy el terrorismo como arma de la guerra entre imperialismos rivales (6). En los años 80, el terrorismo era “la bomba del pobre”, un arma de los Estados más débiles para hacerse oír en el ruedo imperialista mundial (Siria, Irán, Libia…). En los años 1990, se convirtió en arma de la competencia imperialista entre grandes potencias con sus servicios secretos que comanditaban más o menos directamente actos perpetrados por bandas de proscritos (IRA, ETA, etc.). Con los atentados de 1999 en Rusia y el de las Torres Gemelas de 2001, en EE.UU., lo que vemos es que “... los ataques terroristas ciegos, con sus comandos de kamikaces fanáticos, que golpean directamente la población civil, son utilizados por las grandes potencias para justificar el desencadenamiento de la barbarie imperialista” (7). Cada día más se confirma la tendencia a que algunas de esas bandas de proscritos, especialmente chechenas o islamistas de todo pelaje se declaren “ independientes” de sus antiguos padrinos (8) e intenten hacer su propio juego en el tablero imperialista.
Esa es la prueba más patente del caos que reina en las relaciones imperialistas y de la incapacidad de las grandes potencias, convertidas en aprendices de brujo, para atajar ese caos. Por muchas pretensiones megalómanas que tengan, esos “señores” de la guerra nunca podrán desempeñar un papel totalmente independiente, pues están infiltrados por los servicios secretos de las grandes potencias, cada una de las cuales intenta utilizarlos a su servicio, lo que es fuente de una confusión nunca antes vista en las rivalidades imperialistas.
Asia central, epicentro del caos mundial
La región de Asia Central, con los puntos cardinales de Afganistán al Este, Arabia Saudí al Sur, el Cáucaso y Turquía al Norte y la orilla oriental del Mediterráneo (Siria, Palestina etc.) al Oeste es el centro estratégico del planeta, pues contiene las reservas más importantes en fuentes de energía y está situada en la encrucijada de las rutas terrestres y marítimas de la expansión imperialista.
La tendencia al estallido es la que predomina en los Estados de esta región, a la guerra civil entre todas las fracciones de la burguesía. El epicentro es Irak de donde se propagan las ondas de choque en todas direcciones: atentados a repetición en Arabia Saudí, emergencia de una lucha encarnizada por el poder; guerra abierta entre Israel y Palestina; guerra en Afganistán; desestabilización del Cáucaso en Rusia; atentados y enfrentamientos en Pakistán; atentados en Turquía; situación crítica en Irán y Siria (9). Es un hecho que describíamos nosotros en el editorial de nuestra Revista internacional n° 117 sobre la situación en Irak, situación que sigue agravándose: “... la guerra de Irak (...) entrando en una nueva fase, la de una especie de guerra civil internacional que se extiende cual mancha de aceite por todo Oriente Medio. En Irak mismo, los enfrentamientos son cada vez más frecuentes no sólo entre la “resistencia” y las fuerzas norteamericanas, sino entre las diferentes facciones iraquíes (“sadamistas”, suníes de inspiración wahabí –la secta de la que se reivindica Osama Bin Laden–, chiíes, kurdos y hasta turcomanos). En Pakistán, se está desarrollando una guerra civil larvada, con el atentado contra una procesión chií (40 muertos) y la importante operación militar que en estos momentos está llevando a cabo el ejército paquistaní en Waziristán en la frontera afgana. En Afganistán, ninguna de las declaraciones tranquilizadoras sobre la consolidación del gobierno de Karzai podrá ocultar que el gobierno solo controla, y con dificultades, Kabul y sus alrededores, que la guerra civil sigue encrespada en toda la parte Sur. En Israel y Palestina, la situación va de mal en peor con la utilización por Hamás de jóvenes y hasta críos para transportar bombas.”
Un fenómeno semejante apareció ya en muchos países de África (Congo, Somalia, Liberia etc.) que naufragaron en guerras civiles sin fin. Pero que aparezca brutalmente en la región que es centro estratégico del mundo tiene repercusiones muy graves con efectos que serán predominantes en la situación mundial.
En el plano estratégico, se ven así en parte obstaculizadas las necesidades “naturales” de expansión hacia Asia del imperialismo alemán. Los intereses de una gran potencia como Gran Bretaña también están amenazados por la desestabilización de Asia central. El caos actual es como una bomba de desintegración cuyos fragmentos alcanzan a Rusia (como ha podido comprobarse en la situación en el Cáucaso, de la que la tragedia de Beslan ha sido una manifestación entre otras), Turquía, India y Pakistán y acabará por afectar a otras regiones más lejanas: Europa del Este, China, África del norte. Y, en fin, al ser aquella región la reserva energética del planeta, su desestabilización tendrá necesariamente graves consecuencias en la situación económica de muchos Estados industriales como puede verse hoy con la estampida de los precios del petróleo. Pero lo más relevante de la situación actual es la incapacidad creciente de las grandes potencias para detener, ni siquiera momentáneamente, ese proceso de desintegración. Eso es cierto para los propios Estados Unidos, cuya “guerra contra el terrorismo” está siendo un poderoso instrumento… para extender por todas partes el terrorismo y los conflictos bélicos. Por su parte, esos melifluos llamamientos de los rivales de EE.UU. (Alemania, Francia, etc.) para que se imponga un orden mundial “multilateral” basado en el “derecho internacional” y en “los organismos internacionales de cooperación” son patrañas para sembrar la confusión en las mentes proletarias sobre las verdaderas intenciones de la burguesía de esos países. Esas trampillas tendidas al paso del mamut norteamericano son uno de los medios de que disponen unos países que le son militarmente muy inferiores para oponerse a su hegemonía.
Estados Unidos, como decimos, está enfrentado a un “agujero negro” que no sólo amenaza con tragarse a buena parte de sus tropas, sino que es cada día más una afrenta a su prestigio y significa un debilitamiento de su autoridad.
El capitalismo mundial está ante una contradicción insuperable: la fuerza bruta del militarismo usada por la primera potencia mundial, es el único medio para poner coto al caos reinante, y, a la vez, su uso repetido acaba por ser no solo ya incapaz de atajar el incremento de ese caos, sino que además acaba siendo el agente principal de su propagación.
Solo el proletariado es capaz de ofrecer otra perspectiva
Además, aunque los ejércitos estadounidenses son, y con mucho, los más poderosos del planeta, la desmoralización se hace notar en las tropas, y los efectivos para sustituirlas son cada día más limitados. En efecto, la situación dominante en el mundo no es, ni mucho menos, la misma que cuando la Segunda Guerra mundial con un proletariado enrolado tras la derrota de la primera oleada revolucionaria, carne de cañón prácticamente inagotable.
Hoy, el proletariado no está derrotado y ni siquiera el Estado más poderoso del mundo posee el margen de maniobra suficiente para alistar a los proletarios por millones. La relación de fuerzas entre las clases en la situación histórica es un elemento clave en la evolución de la sociedad.
Ninguna otra fuerza, menos el proletariado, es capaz de poner fin a este interminable deslizamiento del capitalismo en la barbarie. Es la única fuerza capaz de ofrecer otra perspectiva a la humanidad. El desarrollo de las minorías revolucionarias en el mundo es la expresión de una maduración subterránea de la conciencia en la clase obrera. Son la parte visible de los esfuerzos del proletariado por dar su réplica de clase a la situación. El camino es difícil y en él no faltan obstáculos. Y uno de ellos son las ilusiones sobre las falsas “soluciones” preconizadas por las diferentes fracciones de la burguesía. Si bien muchos obreros que desconfían de las descaradas políticas belicosas de un tipo como Bush se dan perfecta cuenta de que la “guerra contra el terrorismo” lo único que hace es favorecer los conflictos y los actos terroristas, les es, en cambio, más difícil tomar conciencia de las falsedades pacifistas que sirven de argumentos a los rivales de Bush, los Schröder, Chirac, Zapatero y demás, y más todavía a esos lacayos de la burguesía que ponen su mayor ardor en defender esos temas, mostrándose más radicales, como lo hacen las camarillas de la izquierda del capital, los altermundialistas y los izquierdistas. No hay ninguna ilusión que hacerse: todas las fracciones de la burguesía son ruedas del engranaje mortal que arrastra a la sociedad entera hacia el abismo.
Toda la historia del siglo pasado confirma el análisis que en su día formuló el Primer Congreso de la Internacional Comunista: “La humanidad, cuya cultura ha sido devastada, está amenazada de destrucción (...) El antiguo “orden” capitalista ya no existe. No puede seguir existiendo. El resultado final del sistema capitalista de producción es el caos” (10). Y ese caos sólo podrá ser vencido por la mayor clase productora, la clase obrera. Es ella la que deberá establecer el verdadero orden, el orden comunista. Deberá quebrar la dominación del capital, hacer imposibles las guerras, borrar las fronteras entre Estados, transformar el mundo en una vasta comunidad que trabaje para sí misma, realizar la solidaridad fraterna y la liberación de los pueblos.
Para ponerse a la altura de esa tarea de titanes, el proletariado deberá desarrollar pacientemente y con tenacidad su solidaridad de clase. El capitalismo agonizante quiere acostumbrarnos al horror, a considerar como algo “normal” la barbarie de la que él es responsable. Los proletarios deben reaccionar expresando su indignación ante ese cinismo, expresando su solidaridad con las víctimas de esos conflictos sin fin, de esas matanzas perpetradas por todas las bandas capitalistas. El asco y el rechazo hacia lo que hace vivir a la sociedad el capitalismo en su descomposición, la solidaridad entre miembros de una clase con intereses comunes, son factores esenciales de la toma de conciencia de que es posible otra perspectiva y que una clase obrera unida posee la fuerza de imponerla.
Mir
(26-9-04)
1) Los parásitos del GCI incluso tienen la desfachatez de hablar “lucha de clases”.
2) “Militarismo y descomposición”, Revista internacional nº 64.
3) Ver las “Tesis sobre la descomposición” (Revista internacional nº 62) y también “Las raíces marxistas de la noción de descomposición” (Revista internacional nº 117).
4) Según las estadísticas de la ONU, hay actualmente 41 guerras regionales en el mundo.
5) Una ilustración patente de eso es la imposibilidad de lograr un compromiso en el contencioso entre Israel y Palestina, lo cual deja como única perspectiva la agravación sin fin de los enfrentamientos.
6) Hemos analizado la evolución del terrorismo en el artículo “El terrorismo, arma y justificación de la guerra”, Revista internacional nº 112.
7) Revista internacional nº 108 “Pearl Harbour 1941, Torres Gemelas 2001”.
8) Cabe recordar que esos “Señores de la guerra” eran en los años 80 fieles servidores de las grandes potencias: Bin Laden trabajaba para los norteamericanos en Afganistán, y Basaiev, el comanditario probable por parte chechena de la carnicería de Beslan, era un antiguo oficial del ejército soviético.
9) Ni siquiera el Estado más fuerte de la región, Israel, se libra de esas tendencias, aunque sean mucho más atenuadas. Se observa así que los sectores más radicales de las derecha llaman, para replicar al plan de Sharon de desmantelamiento de las colonias judías en Gaza, a la deserción en el ejército y la policía.
10) Plataforma de la Internacional comunista aprobada por el Primer congreso celebrado en marzo de 1919.