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El año 2005 es rico en aniversarios macabros. La burguesía acaba de celebrar uno de ellos, la liberación de los campos de concentración nazis en enero de 1945, con un fasto que ha superado el de las ceremonias del cincuentenario. No es de extrañar, desde luego, pues la exhibición de los crímenes monstruosos del adversario que salió derrotado de la Segunda Guerra mundial es el medio más seguro para absolver a los Aliados de sus propios crímenes contra la humanidad, cometidos durante la guerra misma y desde entonces, y presentar los valores democráticos como garantías de la civilización frente a la barbarie. Por razones similares, podemos suponer que el aniversario de la capitulación de Alemania de mayo de 1945 tenga también un especial boato. La Segunda Guerra mundial, de igual modo que la primera, fue una guerra imperialista, que enfrentó a bandidos imperialistas y la hecatombe que provocó (50 millones de muertos) confirmó de una manera tan dramática la quiebra del capitalismo. Y si hoy la burguesía está obligada a dar semejante amplitud a las conmemoraciones de la Segunda Guerra mundial, es precisamente porque las patrañas con las que se ha envuelto aquella barbarie tienen tendencia a gastarse. Empiezan ahora a evocarse evidencias negadas u ocultadas durante largo tiempo, como el hecho de que los Aliados conocían a la perfección la existencia de los campos de exterminio y que no hicieron nada para ponerlos fuera de uso, lo cual plantea la cuestión de la corresponsabilidad de los Aliados en el Holocausto. Les incumbe a los revolucionarios, que fueron los primeros en erguirse para denunciar la barbarie de ambos bandos, proseguir un combate contra unas mentiras de la burguesía cuyo objetivo es mantener ocultos los crímenes de los Aliados o minimizar su realidad. Les incumbe también dejar patente la inconsistencia de todos los intentos de la burguesía por “excusar” los actos de barbarie del bando “democrático”
¿Por qué tanto ruido sobre la liberación de los campos de concentración?
La conmemoración del 60º aniversario del desembarco aliado de junio de 1944 tuvo ya una amplitud que superó la del cincuentenario (1). Consciente de que el recuerdo de ese acontecimiento debe mantenerse permanentemente fresco en el cerebro de los vivos, la burguesía no escatimó medios para reavivar la imagen de todos aquellos jóvenes reclutas que, imaginándose que combatían por “la libertad de sus semejantes”, fueron aplastados por decenas de miles en las playas del desembarco. Para la burguesía, es de la mayor importancia que se mantenga en las conciencias de las nuevas generaciones, la mitología que permitió alistar a sus mayores que pensaban que combatir el fascismo en el campo democrático (2) era defender la dignidad humana y la civilización contra la barbarie. Por eso no le basta a la clase dominante con haber utilizado como carne de cañón a la clase obrera inglesa, americana, alemana (3), rusa o francesa, sino que es ahora a las generaciones actuales de proletarios a las que aquélla dirige en primer lugar su infecta propaganda. En efecto, aunque hoy no esté todavía dispuesta a sacrificarse por los intereses de económicos e imperialistas de la burguesía, la clase obrera sigue siendo permeable al embuste de que no sería el capitalismo la causa de la barbarie en el mundo, sino ciertos poderes totalitarios, enemigos jurados de la democracia. La tesis del carácter “único” del genocidio judío (y por lo tanto en nada comparable a otro genocidio) desempeña un papel central en la persistencia actual de la mistificación democrática. En efecto, fue gracias a su victoria sobre el régimen totalitario exterminador del pueblo judío si el campo aliado y su ideología democrática, lograron imponer la patraña de que ellos eran las garantías contra la suprema barbarie.
Justo después de la Segunda Guerra mundial, incluso en las dos décadas siguientes, denunciar en el mismo plano la barbarie de los Aliados y la de los nazis sólo lo hacían unas pequeñas minorías, limitadas prácticamente al medio revolucionario internacionalista (4). Esto iba a ir cambiando paulatinamente con la puesta en entredicho, consecuencia del resurgir internacional del proletariado en 1968, de toda una serie de mistificaciones y mentiras forjadas y alimentadas durante casi medio siglo de contrarrevolución (y en primer lugar, la mentira del carácter socialista de los países del Este). Y tanto más por cuanto la serie continua de conflictos bélicos desde la Segunda Guerra mundial, en la que los grandes países democráticos aparecían como los pioneros de la barbarie (Estados Unidos en Vietnam, Francia en Argelia…) (5), abrieron el camino a la reflexión crítica. El incremento de la barbarie y del caos desde los años 90 aparece, a pesar del despliegue de la mentira democrática alimentada por el desmoronamiento del estalinismo, como el remate del siglo más sanguinario de la historia (6). Desde hace 15 años, grandes potencias, a menudo “democráticas”, han acumulado unas responsabilidades evidentes en el desencadenamiento de los conflictos: Estados Unidos y tras ellos la coalición anti Sadam en la primera guerra en Irak que hizo 500 000 muertos; las grandes potencias occidentales en Yugoslavia (en dos ocasiones) con sus “limpiezas étnicas” y entre éstas la del enclave de Srebrenica en 1993, cometido por Serbia, sí, pero con el apadrinamiento de Francia y Gran Bretaña; el genocidio de Ruanda coordinado por Francia y que hizo un millón de víctimas (7); la guerra en Chechenia con su limpieza étnica también realizada por Rusia; y la última intervención, tan actual y tan brutal, de Estados Unidos y Gran Bretaña en Irak. En algunos de esos conflictos se asiste incluso a la repetición del guión de la Segunda Guerra mundial, designando un dictador para que cargue con todas las responsabilidades de las hostilidades y de las matanzas: Sadam Husein en Irak, Milosevic en Yugoslavia. Poco importa si, antes, el dictador había sido un tipo respetable para esas democracias que mantenían con él unas cordiales relaciones antes de darle un mejor uso como cabeza de turco.
En esas condiciones, no es de extrañar que la píldora del carácter “único” del genocidio judío sea cada vez más difícil de tragar para quienes no hayan sufrido una matraca ideológica embrutecedora durante una vida entera. Concebir el Holocausto como una ignominia especialmente abominable en medio de un océano de barbarie, y no como algo particular, supone que se posee un sentido crítico que no ha sucumbido frente a las campañas de culpabilización y de intimidación más asquerosas de la burguesía con las que pretende hacer pasar por “indiferentistas”, por “negacionistas” (que ponen en entredicho la realidad del Holocausto), por antisemitas o neonazis a quienes rechazan y condenan tanto al campo de los Aliados como al de los fascistas. Por esta razón las nuevas generaciones son más capaces de librarse de las mentiras que han emponzoñado las conciencias de sus mayores, como dan testimonio algunos comentarios de profesores de secundaria que dan las clases sobre la Shoah :
“Es difícil hacer que admitan [los alumnos] que es un genocidio diferente de los demás” (le Monde del 26 de enero, “La actitud refractaria de algunos alumnos obliga a los profesores a revisar sus clases sobre la Shoah”).
Por eso, para entorpecer el camino de una toma de conciencia sobre la naturaleza real de la segunda carnicería mundial y la democracia, la burguesía que hacer jugar a fondo la emoción que inevitablemente provoca el recuerdo y la descripción del sufrimiento de millones de desaparecidos en los campos de concentración, desviando la responsabilidad real de esos horrores y los de toda la guerra hacia un dictador, un régimen, un país, para así excusar a un sistema, el capitalismo. Y para hacer que esa puesta en escena sea lo más eficaz posible, había que seguir ocultando y deformando la realidad de los crímenes de las grandes democracias durante la Segunda Guerra mundial.
Tras el terror y la barbarie de los Aliados y del nazismo, la misma razón de Estado
La experiencia de dos guerras mundiales muestra que tuvieron características comunes que explican el grado alcanzado en la barbarie y del que son responsables todos los campos presentes:
• El armamento incorpora el grado más elevado de la tecnología, y, como el conjunto del esfuerzo de guerra, canaliza todos los recursos y fuerzas de la sociedad. Los progresos de la tecnología que hubo entre la Primera y la Segunda Guerra mundial, sobre todo en la aviación, hicieron que los enfrentamientos bélicos no se limitaran ya, esencialmente, a campos de batalla en los que se enfrentan los ejércitos enemigos, sino que es toda la sociedad la que acaba siendo teatro de operaciones;
• Un grillete de hierro comprime la sociedad entera para que se pliegue ante todas las exigencias extremas del militarismo y de la producción de guerra. La manera con la que eso se llevó a cabo en Alemania es un modelo llevado al extremo. En efecto, a medida que se incrementan las dificultades militares, las necesidades de mano de obra se van a intensificar cada vez más. Para satisfacerlas, a lo largo del año 1942, los campos de concentración se convierten en un inmenso almacén de material humano barato, renovable indefinidamente y explotable sin límites. Así, la tercera parte como mínimo de los obreros empleados por las grandes compañías como Krupp, Heinkel, Messerschmitt o IG Farben eran deportados (8).
• Se usan todos los medios, hasta los más extremos, para imponerse militarmente: gases asfixiantes durante la Primera Guerra mundial, unos gases que hasta su primer uso se consideraban como el arma absoluta que no se usaría nunca; la bomba atómica, el arma absoluta, contra Japón en 1945. Menos conocidos, pero más mortíferos todavía, fueron los bombardeos de Segunda Guerra mundial de ciudades y poblaciones civiles con el objetivo de aterrorizarlas y diezmarlas. Inaugurados por Alemania sobre las ciudades de Londres, Coventry y Rótterdam, fueron sistematizados y perfeccionados por el Reino Unido, cuyos bombarderos desencadenarían verdaderos huracanes de fuego en el corazón de las ciudades alcanzando unas temperaturas de más de mil grados en medio de unas espantosas hogueras.
“Los crímenes alemanes o soviéticos no pueden hacer olvidar que los propios Aliados fueron habitados por el espíritu del mal, poniéndose por delante de Alemania en ciertos dominios, especialmente en el de los bombardeos de terror. Al decidir el 25 de agosto de 1940 lanzar las primeras incursiones sobre Berlín, en réplica a un ataque accidental sobre Londres, Churchill tomó la aplastante responsabilidad de una terrible regresión moral. Durante casi cinco años, el Premier británico, los comandantes del Bomber Command, Harris, en particular, se ceban en las ciudades alemanas. (…)
“El colmo del horror se alcanzó el 11 de septiembre de 1944 en Darmstadt. Durante un ataque magistralmente agrupado, todo el centro histórico desapareció en medio de un océano de llamas. En 51 minutos, la ciudad recibió un tonelaje de bombas superior al de toda la aglomeración londinense durante toda la guerra. Murieron 14 000 personas. En cuanto a las factorías situadas en la periferia y que sólo representaban el 0,5% del potencial económico del Reich, apenas si fueron tocadas” (Una guerra total 1939-1945, estrategias, medios, controversia, Ph. Masson) (9).
Los bombardeos ingleses sobre las ciudades alemanas causarían la muerte de cerca de 1 millón de personas.
El descalabro alemán y japonés del año 1945 no llevó, ni mucho menos, a una moderación de la ofensiva sobre esos países que permitiera reducir costes financieros, sino que, al contrario, tuvo el efecto de redoblar la intensidad y la brutalidad de los ataques aéreos. La razón estriba en que lo que desde entonces estaba en juego ya no era la victoria sobre esos países, algo ya adquirido. Se trataba, en realidad de evitar que, frente a los sufrimientos de la guerra, apareciesen fracciones de la clase obrera en Alemania que se rebelaran contra el capitalismo, como había ocurrido al final de la Primera Guerra mundial (10). Los ataques aéreos ingleses servían para proseguir el aniquilamiento de los obreros que no habían perecido en el frente militar, hundiendo al proletariado en la impotencia y el terror.
A esa consideración se le añade otra. Estaba claro para los anglo-norteamericanos que el futuro reparto del mundo iba a enfrentar a los principales países vencedores de la Segunda Guerra mundial, Estados Unidos por un lado (y junto a este país, un Reino Unido exangüe) y, por el otro lado, la Unión Soviética, capaz entonces de reforzarse considerablemente merced a las conquistas y la ocupación militar que le permitirían vencer a Alemania. Es la conciencia de esa amenaza lo que expresa Churchill sin el menor equívoco:
“la Rusia soviética se había vuelto un enemigo mortal para el mundo libre, [de manera] que había que crear sin tardanza un nuevo frente para parar su marcha adelante de tal modo que ese frente estuviera lo más al Este posible de Europa” (11).
Se trata pues, para los Aliados occidentales, de marcar los límites ante las apetencias imperialistas de Stalin en Europa y Asia mediante demostraciones de fuerza disuasorias. Será ésta la otra función de los bombardeos británicos de 1945 sobre Alemania y el único objetivo del empleo del arma atómica contra Japón (12).
El carácter cada vez más limitado de los objetivos militares y económicos que acaban siendo totalmente secundarios, pone claramente de relieve, como en Dresde, los nuevos designios de los bombardeos:
“Hasta 1943, a pesar de los sufrimientos infligidos a la población, los raids podían tener todavía una justificación militar o económica al ser bombardeados los grandes puertos del norte de Alemania, el complejo del Ruhr, los centros industriales de mayor importancia o incluso la capital del Reich. Pero, a partir del otoño de 1944, ya no es lo mismo ni mucho menos. Con una técnica perfectamente rodada, el Bomber Command, que dispone de 1600 aviones y que se enfrenta a unas defensas alemanas cada día más débiles, emprende el ataque y la destrucción sistemática de ciudades medianas e incluso pequeñas aglomeraciones sin el menor interés militar o económico.
“La historia ha retenido la atroz destrucción de Dresde en febrero de 1945, con la excusa estratégica de neutralizar un nudo ferroviario importante de la retaguardia de la Wehrmacht implicada contra el Ejército rojo. En realidad, las perturbaciones ocasionadas a la circulación no irán más allá de las 48 horas. Ninguna justificación, sin embargo, para la destrucción de Ulm, de Bonn, de Wurtzbourg, de Hidelsheim, de todas esas ciudades medievales, de esas joyas artísticas pertenecientes al patrimonio de Europa. Todas esas antiguas ciudades desaparecerán en medio de tempestades de fuego en donde la temperatura alcanza 1000 a 2000 grados que provocan la muerte de decenas de miles de personas en unos sufrimientos atroces” (Ph. Masson).
Cuando la barbarie misma se convierte en el móvil principal de la barbarie
Hay otra característica común a los dos conflictos mundiales: al igual que las fuerzas productivas que la burguesía es incapaz de controlar bajo el capitalismo, las fuerzas destructivas que pone en marcha en una guerra total tienden a escapar a su control. De igual modo, los peores instintos desencadenados por la guerra se hacen autónomos, se autoestimulan, produciendo actos de barbarie gratuita, ya sin la menor relación con los objetivos militares buscados, por muy abominables que ya sean.
Los campos de concentración nazis se habían ido convirtiendo, durante la guerra, en una monstruosa máquina de matar a todos aquellos sospechosos de resistencia en Alemania o en los países ocupados o sometidos a vasallaje, al constituir los traslados de los detenidos a Alemania un medio de imponer el orden mediante el terror en las zonas ocupadas por Alemania (13). Pero el carácter cada día más expeditivo y radical de los medios empleados para deshacerse de población concentrada, de los judíos en particular, se debe menos a la necesidad de imponer el terror o el trabajo forzado. Se trata de una huida ciega en una barbarie cuyo único móvil es la barbarie misma (14). Junto a las matanzas masivas, lo torturadores y médicos nazis se dedicaban a hacer “experimentos” con prisioneros en los que, más que interés científico, lo que dominaba era el puro sadismo. A esos científicos, por otra parte, se les ofrecerá la inmunidad y una nueva identidad a cambio de su colaboración en proyectos clasificados “secreto militar” en Estados Unidos.
La marcha del imperialismo ruso, a través de Europa del Este hacia Berlín, vino acompañada de barbaridades que tienen esa misma “lógica”:
“Se aplastan columnas de refugiados bajo las cadenas de los carros de combate o son sistemáticamente ametralladas por la aviación. La población de aglomeraciones enteras es aplastada con cruel ensañamiento. Se crucifica a mujeres desnudas en las puertas de las granjas. Se decapita a niños o se les aplasta la cabeza a culatazos o se les tira vivos en la pocilga de los cerdos. Todos aquellos que no han podido huir o no han podido ser evacuados por la Marina en los puertos del Báltico son sencillamente exterminados. Se puede calcular el número de víctimas entre 3 o 3,5 millones (…)
“Sin alcanzar ese grado, esa locura asesina se extiende a todas las minorías alemanas de Sureste europeo, en Yugoslavia, en Rumania y en Checoslovaquia, a miles de Sudetes. La población alemana de Praga, instalada en la ciudad desde la Edad Media es machacada con un sadismo inaudito. Después de haber sido violadas, se les corta a las mujeres el tendón de Aquiles, condenadas a morir desangradas en el suelo con unos sufrimientos atroces. Se ametralla a los niños a la salida de las escuelas, los tiran a la calle desde los pisos más altos de los edificios o los ahogan en estanques y fuentes. A muchos pobres desgraciados los emparedan vivos en los sótanos. En total, más de 30 000 victimas..
“De la violencia tampoco se escapan las jóvenes auxiliares de transmisiones de la Luftwaffe tiradas vivas en medas de heno a las que se prende fuego. Durante semanas el Vltava (Moldava) arrastra miles de cadáveres, familias enteras a veces, clavados en almadías. Ante el estupor de algunos testigos, toda una parte de la población checa hace alarde de una bestialidad propia de edades remotas.
“Esas matanzas se deben, en realidad, a una voluntad política, a una eliminación intencionada, favoreciendo el despertar de las pulsiones más bestiales. En Yalta, ante la inquietud de Churchill de ver surgir nuevas minorías dentro de las futuras fronteras de la URSS o de Polonia, Stalin no se retuvo para declarar con tono burlón que no debían de quedar muchos alemanes en esas regiones...” (Ph. Masson).
De la “limpieza étnica” de las provincias alemanas del Este no solo fue responsable el ejército de Stalin, sino que se realizó gracias a la ayuda de los ejércitos británico y estadounidense. Aunque ya entonces se estaban diseñando las líneas del futuro antagonismo entre la URSS y Estados Unidos, estos dos países junto con Gran Bretaña cooperaron sin reservas en la tarea de eliminar todo peligro proletario, mediante la eliminación masiva de la población (15). Además, todos ellos tienen interés en que el yugo de la futura ocupación de Alemania pueda ejercerse sobre una población inerte por lo mucho que ha sufrido y que contenga la menor cantidad posible de refugiados. Este objetivo, que ya por sí solo encarna la barbarie, será la base de partida de una escalada de una bestialidad incontrolada al servicio del asesinato de masas.
Los refugiados que escapan a los tanques de Stalin, son aplastados por unos bombardeos ingleses y americanos en los que se da rienda suelta a medios abrumadores para realizar el exterminio puro y simple. Los crueles bombardeos sobre Alemania, fueran éstos ingleses, ordenados por Churchill en persona, o norteamericanos, tienen el objetivo de matar al mayor número de personas y con la mayor atrocidad posible:
“... esta voluntad masiva de destrucción sistemática que acaba a veces pareciéndose a un genocidio, prosigue hasta abril de 1945, a pesar de las objeciones en aumento del Air Marshall Portal, comandante en jefe de la RAF, el cual desearía orientar los bombardeos hacia la industria o los transportes. Como buen político, el propio Churchill acaba inquietándose tras las indignadas reacciones de la prensa de los países neutrales e incluso de una parte de la opinión británica” (Ph. Masson).
En el frente alemán, el objetivo del raid norteamericano del 12 de marzo de 1945 sobre la ciudad portuaria de Swinemünde en Pomerania que provocará más de 20 000 victimas, son los refugiados que huyen ante el avance de las tropas de Stalin, amontonados en la ciudad o ya a bordo de navíos:
“La playa estaba bordeada de una amplia cintura de parques en los que se había concentrado la masa de los refugiados. El 8º ejército lo sabía perfectamente y fue por eso por lo que había cargado sus aviones con gran cantidad de “rompedores de árboles”, bombas con detonadores que explotaban en cuanto entraban en contacto con las ramas.
“Un testigo cuenta haber visto a refugiados en el parque “que se tiraban al suelo exponiendo así todo su cuerpo a la acción de los “rompedores de árboles”. Los marcadores habían dibujado exactamente los límites del parque con luces trazadoras, de modo que la lluvia de bombas caía en una zona muy estrecha de tal manera que no había ninguna posibilidad de poder escapar (…)
“Entre los grandes barcos mercantes que se hundieron (los Jasmund, Hilde, Ravensburg, Heiligenhafen, Tolina, Cordillera)- fue el Andros el que sufrió las mayores pérdidas. Había zarpado el 5 de marzo en Pillau, en la costa de Samland, con dos mil pasajeros en dirección a Dinamarca” (El incendio, Alemania bajo las bombas, 1940-45 de Jörg Friedrich).
“A esos ataques masivos se añaden, durante el mismo período, las incursiones repetidas de la aviación táctica, bimotores y cazabombarderos. Esos raids [tanto de Estados Unidos como de Gran Bretaña] apuntan a los trenes, las carreteras, a pueblos, alquerías aisladas, incluso a campesinos en sus tierras. Los alemanes ya solo trabajan la tierra al alba o al anochecer. Los ametrallamientos se producen a la salida de las escuelas y hay que ir a recoger a los niños para protegerse contra los combates aéreos. Durante el bombardeo de Dresde, los cazas aliados atacan las ambulancias y los camiones de bomberos que acudían hacia la ciudad desde las ciudades vecinas” (Ph. Masson).
En el frente de guerra extremo oriental, el imperialismo estadounidense actúa con la misma bestialidad:
“Volvamos al verano de 1945. Setenta de las mayores ciudades de Japón ya han sido destruidas por el fuego como consecuencia de los bombardeos con napalm. En Tokio, un millón de civiles está sin techo y han muerto 100 000 personas. Han sido, retomando la expresión del general de división Curtis Lemay, responsable de esas operaciones de bombardeo por el fuego, “asados, hervidos y cocidos hasta la muerte”. El hijo del presidente Franklin Roosevelt, que era también su confidente, había declarado que los bombardeos debían continuar “hasta que hayamos destruido más o menos la mitad de la población civil japonesa”. El 18 de julio, el emperador del Japón telegrafía al presidente Harry S. Truman, que había sucedido a Roosevelt, para pedirle la paz una vez más. Su mensaje es ignorado. (…) Unos días después del bombardeo de Hiroshima, el vicealmirante Arthur Radford se jacta: ‘Japón acabará siendo una nación sin ciudades, un pueblo de nómadas’” (“De Hiroshima a las Torres Gemelas”, le Monde diplomatique, septiembre de 2002).
Confusión ideológica y mentiras para tapar los cínicos crímenes de la burguesía
Hay otra característica del comportamiento de la burguesía, especialmente presente en las guerras, sobre todo cuando son guerras totales: los crímenes que ella decide que no se borren de la historia (del mismo modo que los historiadores estalinistas empezaron a hacerlo en los años 1930), los trastoca en lo contrario, en actos de valentía, actos virtuosos que habrían permitido salvar más vidas humanas que las que se suprimieron con esos actos.
Les bombardeos británicos en Alemania
Tras la victoria de los Aliados, desaparece de la realidad histórica toda una parte de la Segunda Guerra mundial (16):
“los bombardeos de terror cayeron en el casi absoluto olvido, al igual que las matanzas perpetradas por el Ejército rojo o los repugnantes ajustes de cuentas en Europa del Este” (Ph. Masson).
Esos acontecimientos no son, claro está, conmemorados en las ceremonias de los aniversarios “macabros”, son totalmente desterrados de ellas. Solo quedan algunos testimonios de la historia, demasiado arraigados para ser arrancados abiertamente, y que son “tratados mediáticamente” para volverlos inofensivos. Así ocurre, en particular, con el bombardeo de Dresde :
“… la más “admirable” incursión de terror de toda la guerra [...] fue obra de los Aliados victoriosos. Un récord absoluto fue alcanzado el 13 y 14 de febrero de 1945: 253 000 muertos, refugiados, civiles, prisioneros de guerra, deportados del trabajo. Ningún objetivo militar” (Jacques de Launay, “Introducción” a la edición francesa de 1987 del libro La destrucción de Dresde (17).
Queda bien, en los media que comentan las ceremonias del 60º aniversario del bombardeo de Dresde, considerar la cantidad de 35 000 víctimas y cuando se evoca la de 250 000 es para atribuir inmediatamente tal estimación, para unos a la propaganda nazi y, para otros, a la propaganda estalinista. Esta última “interpretación” es, por cierto, poco coherente con la preocupación principal de las autoridades de Alemania oriental de esos años, para las cuales
“había que evitar a toda costa que se extendiera la información cierta de que la ciudad había sido invadida por cientos de miles de refugiados que huían del Ejército rojo” (Jacques de Launay).
En efecto, en el momento de los bombardeos, la ciudad contaba alrededor de un millón de habitantes, entre los cuales 400 000 refugiados. Habida cuenta de cómo quedó la ciudad de aniquilada, es difícil imaginarse cómo solo pereció ¡el 3,5 % de la población (18)!
Por encima de la campaña de banalización por la burguesía del horror de Dresde, mediante la minimización de la cantidad de víctimas, hay otra para hacer aparecer la indignación legítima que ese acto de barbarie como algo típico de neonazis. Toda la publicidad que se ha hecho en torno a las manifestaciones que en Alemania agruparon a unos energúmenos, degenerados nostálgicos del Tercer Reich, para conmemorar el acontecimiento sirve, claro está, para evitar una crítica que ponga en entredicho los Aliados por miedo a ser confundido con los nazis.
El bombardeo atómico de Japón
Al contrario de los bombardeos ingleses en Alemania para los que se hizo todo por ocultar su amplitud, el empleo del arma atómica por primera y única vez en la historia, por parte de la primera democracia del mundo, fue un acontecimiento que nunca ha sido ocultado o minimizado. Al contrario, se hizo todo para que todo el mundo se enterara y que el poder destructivo de esta nueva arma apareciera claramente. Se tomaron todas las disposiciones necesarias para ello, incluso antes del bombardeo del 6 de agosto de 1945:
“Fueron designadas cuatro ciudades [para ser bombardeadas]: Hiroshima (gran puerto y ciudad industrial con bases militares), Kokura (arsenal principal), Nigata (puerto, siderurgia y refinerías), et Kyoto (industrias) (…) A partir de ese momento, ninguna de esas ciudades recibió bombas: había que evitar a toda costa que fueran tocadas de tal manera que la potencia destructiva de la Bomba atómica fuera indiscutible.”
(Artículo “Bomba lanzada sobre Hiroshima” en “https://www.momes. net/dictionnaire/h/hiroshima.html”). En cuanto al lanzamiento de la segunda bomba sobre Nagasaki (19), corresponde a la voluntad de Estados Unidos de dejar patente que podía, cuantas veces quisiera, usar la explosión nuclear (aunque no era así, pues las bombas siguientes no estaban todavía listas).
Según la justificación ideológica de esa masacre de japoneses, era ése el único medio que permitiera obtener la capitulación de Japón salvando la vida de un millón de soldados norteamericanos. Es ésa una enorme mentira más propagada hoy: Japón estaba desangrado y EE.UU. (gracias a haber interceptado y descifrado las comunicaciones de la diplomacia y del estado mayor nipón) sabía perfectamente que estaba dispuesto a capitular. Pero también sabía que, del lado japonés, había una restricción a la capitulación, o sea, la negativa a destituir al emperador Hiro Hito. Con una justificación así para evitar que Japón aceptara la capitulación total, EE.UU. la usó redactando los ultimátum de tal modo que indujeran la idea de que exigían la destitución del emperador. Hay que subrayar, además, que la administración estadounidense no amenazó nunca explícitamente a Japón con hacerle sufrir el fuego nuclear tras el primer ensayo nuclear acertado en Alamogordo, para así no dar la menor ocasión de que Japón aceptara las condiciones norteamericanas. Tras haber lanzado dos bombas atómicas con la demostración de la superioridad de esta nueva arma sobre todas las armas convencional, los Estados Unidos habían conseguido sus fines, Japón capituló… y el emperador siguió en su sitio. La inutilidad absoluta del uso de la bomba atómica contra Japón para forzarlo a capitular se ha visto confirmada desde entonces en declaraciones de militares, algunos de ellos de alto rango, horrorizados, incluso ellos mismos, por un cinismo y una barbarie semejantes (20).
La corresponsabilidad de los Aliados en el Holocausto
“Al silencio europeo se añade el de los Aliados. Perfectamente al corriente a partir de 1942, ni los británicos, ni los estadounidenses se conmueven por el siniestro destino de los judíos, negándose a integrar la lucha contra el genocidio en sus objetivos de guerra. La prensa señala traslados y matanzas, pero esas informaciones son relegadas a las páginas interiores. El fenómeno es particularmente claro en Estados Unidos en donde reina un antisemitismo virulento desde 1919” (Una guerra total…).
Cuando la liberación de los campos, los Aliados fingen la sorpresa ante su existencia y las exterminaciones masivas que ellos han ayudado a cometer. Hasta ahora únicamente denunciada por algún que otro historiador honrado y las minorías revolucionarias, esa superchería empieza, desde hace unos diez años, a ser puesta en tela de juicio por parte de personalidades oficiales o en algunos medios conocidos. Benyamin Netanyahu, Primer ministro israelí, por ejemplo, declara el 23 de abril de 1998, en Auschwitz, con ocasión de la “Marcha de los Vivos”:
“No era difícil pararlo todo, bastaba con bombardear los raíles. Ellos [los Aliados] estaban al corriente. No bombardearon porque, en aquel entones, los judíos no tenían Estado, ni fuerza militar y política para protegerse”;
la revista francesa Science et vie Junior escribe también:
“En la primavera de 1944, los Aliados fotografían Auschwitz-Birkenau en detalle y bombardean en cuatro ocasiones las fábricas cercanas. Nunca se lanzó bomba alguna contra las cámaras de gas, las vías férreas o los hornos crematorios del campo de exterminio. Winston Churchill y Franklin Roosevelt estaban ya informados de lo que pasaba en los campos desde 1942 por el representante del Congreso Judío Mundial de Ginebra y, más tarde por resistentes polacos. Resistentes judíos pidieron que se bombardearan las cámaras de gas y los crematorios de Auschwitz. No lo hicieron o, en el caso de Churchill, sus órdenes no fueron ejecutadas” (n° 38, octubre 1999; sobre la Segunda Guerra mundial).
El procedimiento es tan viejo como el mundo: se acusa a unos mandaos para evitar que se acuse al mando. Las respuestas dadas a esa situación, incluidas las más honradas, dejan intacta la respetabilidad del campo aliado:
“¿Por qué, si la aviación aliada bombardeó una fábrica de caucho a 4 km de allí? La respuesta es terrible: los militares tenían otras prioridades. Para ellos lo esencial era ganar la guerra lo antes posible y nada debía retrasar ese objetivo prioritario” (Ibid.).
Todo para evitar que se plantee la verdadera cuestión sobre la corresponsabilidad de los Aliados en el Holocausto (21), cuando, en realidad, rechazaron todas las propuestas alemanas de cambiar a los judíos por camiones, e incluso por nada y que se negaron en absoluto a salvar la vida a una población que consideraban un engorro y de la que no querían saber nada.
La burguesía: una clase de gángsteres
¿Cómo explicar que unos secretos tan bien guardados se saquen hoy a plaza pública? En el artículo citado antes que contiene el discurso de Netanyahu del 23 de abril de 1998 en Auschwitz, aparece un principio de respuesta:
“Evidentemente, la presión ejercida sobre Benyamin Netanyahu en vísperas de su salida para Polonia, por los países europeos y sobre todo por Estados Unidos, en relación con las negociaciones con Yasir Arafat, explica que haya recurrido a la temática de las víctimas de la Shoah” (“El debate historiográfico en Israel en torno a la Shoah: el caso del leadership judío” de Raya Cohen, Universidad de Tel-Aviv).
Fue efectivamente para relajar la presión ejercida sobre Israel por Estados Unidos en las negociaciones con los palestinos si Netanyahu tiró una piedra en el charco para salpicar la reputación del Tío Sam. Al mostrar explícitamente su voluntad de una mayor independencia respecto a EE.UU. y poder así jugar su propio juego, lo que Israel hace es meterse en la misma dinámica que la de todos los antiguos vasallos de Estados Unidos en el seno del bloque del Oeste desde que desapareció éste a principios de los años 90. Otros países como Francia o Alemania han llevado más lejos esa dinámica, poniendo abiertamente en entredicho el liderazgo estadounidense. Esa es la razón por la cual, para así alimentar un antiamericanismo que no han cesado de fortalecer a medida que se incrementaban los antagonismos con la primera potencia mundial, los nuevos rivales (y antiguos Aliados) de EE.UU., podrían ser hoy más favorables a que se planteara en plaza pública, la pregunta de saber “¿por qué los Aliados, que sabían que se estaba produciendo el Holocausto no bombardearon los campos?” Es de suponer que Estados Unidos, junto con Gran Bretaña, tengan que afrontar en el futuro unas críticas más explícitas sobre su corresponsabilidad en el Holocausto (22).
Existen, en particular en Alemania, intentos de romper el consenso ideológico favorable al vencedor que ha prevalecido desde 1945, paralelamente a su deseo de quitarse de encima el estatuto de enano militar resultante de la derrota. Desde su reunificación a principios de los años 90, Alemania se ha dado los medios de asumir, en el plano internacional, responsabilidades militares en las operaciones de “mantenimiento de la paz”, en la antigua Yugoslavia en especial y, más recientemente, en Afganistán. Esta política de Alemania, país que tiende a afirmarse como principal retador del liderazgo de Estados Unidos (aunque esté todavía muy lejos de poderlo asumir), corresponde a la voluntad de Alemania de desempeñar de nuevo un papel de primer plano en el tablero imperialista mundial. Entre las condiciones requeridas para desempeñar ese papel, Alemania debe poner fin a la vergüenza de su pasado nazi, algo que tiene pegado a su piel como una lapa, “rehabilitarse” demostrando que durante la Segunda Guerra mundial, la barbarie estaba en ambos bandos, lo cual no parece muy difícil en vista de las pruebas que atestiguan esa realidad. Quienes, muy a propósito, están llevando a cabo esa ofensiva ideológica de Alemania son personalidades que afirman que su combate está subordinado al de la defensa de la democracia, sin, por lo tanto, olvidarse de denunciar los crímenes nazis. Como lo relata un artículo titulado “El libro de Jörg Friedrich Der Brand ha reabierto la polémica sobre los bombardeos estratégicos” publicado en un número especial de Der Spiegel de 2003, esta ofensiva ideológica produjo un agrio intercambio mediático entre Alemania y Gran Bretaña. Der Spiegel escribía:
“Nada más publicarse en el Bild-Zeitung unos extractos de ese estudio exhaustivo sobre la guerra de las bombas llevada a cabo por los Aliados contra Alemania en los años 1940-45 y ya unos periodistas británicos se echaron encima del historiador berlinés acabando por hacerle la misma pregunta: “¿Cómo ha llegado usted a pintar a Winston Churchill como criminal de guerra?”. Friedrich ha explicado sin descanso que en su libro se abstuvo de dar una opinión sobre Churchill. ‘Además no puede considerársele como criminal de guerra en el sentido jurídico de la palabra, dice Friedrich, porque los vencedores, incluso cuando cometieron crímenes de guerra, no fueron inculpados’”.
Der Spiegel sigue:
“No es de extrañar que el Daily Telegraph conservador haya hecho sonar las alarmas y estigmatizado el libro de Friedrich ‘como un ataque nunca antes visto contra la manera de conducir la guerra por parte de los Aliados’. En el Daily Mail el historiador Corelli Barnett se enfurece de que su colega alemán se haya unido a la ‘caterva de peligrosos revisionistas’, intentando establecer ‘una equivalencia moral entre el apoyo de Churchill a los bombardeos “alfombra” y el crimen indecible’ de los Nazis, ‘un absurdo infame y peligroso’” (…)
“Churchill – verdadero hombre de guerra – también era un político ambivalente. Fue ese carismático Primer ministro quien exigió ataques ‘de aniquilamiento’ contra las ciudades alemanas. Pero, luego, cuando vio las películas de la ciudades en llamas, preguntó: ‘¿Somos animales? ¿No habremos ido demasiado lejos?’
“Al mismo tiempo, y nadie más que él (al igual que Hitler y Stalin) tomó por su cuenta y riesgo todas las decisiones militares importantes y como mínimo dio su aprobación a la escalada constante en la guerra de los bombardeos.”
En el mismo sentido, Alemania está desarrollando una ofensiva diplomática para, en un primer tiempo, obtener reparación moral por el perjuicio que sufrió con la pérdida de su influencia histórica en una serie de países de Europa del Este, tras su derrota en la Segunda Guerra mundial. En efecto,
“... unos 15 millones de alemanes tuvieron que huir del Este de Europa tras la derrota. Nazis o no, colaboradores o resistentes, fueron expulsados de unas regiones en las que, en bastantes casos, estaban establecidos desde hacía siglos: les Sudetes en Bohemia y Moravia, en Silesia, Prusia Oriental y Pomerania” (“La ‘nueva Alemania’ rompe sus viejos tabúes”, le Temps –periódico suizo– del 14 de junio de 2002).
En efecto, con la tapadera de laborar con fines humanitarios, Alemania ha tomado la iniciativa de crear una
“red europea contra los desplazamientos de poblaciones” motivada por la “la idea de que el desplazamiento de las poblaciones alemanas fue una “injusticia” basada en razones étnicas justificada por los Acuerdos de Potsdam” (Informationen zur Deutschen Außenpolitik del 2 de febrero de 2005; https://www.germanforeignpolicy.com) (23).
En un discurso de apoyo a esa “red”, pronunciado en noviembre de 2004 ante una comisión del Consejo de Europa, Markus Meckel, diputado del SPD especializado en temas internacionales, declaraba:
“Claro está, fueron dictadores como Hitler, Stalin y, recientemente, Milosevic quienes ordenaron esos desplazamientos de población, pero demócratas como Churchill y Roosevelt, aceptaron esa homogeneización étnica como un medio de estabilización política”.
La publicación citada (Informationen zur …) resume la continuación del discurso:
“Meckel insiste en la provocación añadiendo que hoy todo el mundo estaría de acuerdo en calificar de vulneración del derecho el traslado de poblaciones alemanas. ‘La comunidad internacional condena hoy’, explica, el comportamiento de los vencedores de la guerra de los cuales no parece pensarse que actuaran de manera diferente a la de la dictadura racista del nacional-socialismo.”
No cabía claro está esperar de parte de ninguna fracción de la burguesía que, al poner en evidencia los crímenes cometidos por otras, no sea su motivación sino la de defender sus propios intereses imperialistas. La propaganda burguesa que utiliza hoy la revelación de los crímenes de los Aliados durante la Segunda Guerra mundial debe ser combatida con la misma determinación que la aliada y democrática que utilizó los crímenes del nazismo para fabricarse una virginidad. Todas las lágrimas que echan sobre las víctimas de la Segunda Guerra mundial, sea cual sea la facción de la burguesía, no son más que repugnante hipocresía.
La lección más importante que sacar de esos seis años de carnicería mundial es que los dos campos enfrentados y los países que agrupaban, sea cual sea la ideología con la que se cubrían, estalinista, demócrata o nazi, eran todos ellos el legítimo engendro de la bestia inmunda que es el capitalismo decadente.
La única denuncia de la barbarie que pueda servir los intereses de la humanidad es la que va a la raíz de esa barbarie y la utiliza como una herramienta de denuncia del capitalismo como un todo para acabar con él antes de que él acabe con la humanidad entera bajo sus ruinas.
LC-S (16 de abril de2005)
1 Leer nuestro artículo “Desembarco de junio de 1944 : Matanzas y manipulaciones capitalistas” en la Revista internacional n° 118.
2 Leer nuestro artículo sobre las conmemoraciones de 1944: “50 años de mentiras imperialistas” en la Revista internacional n° 78.
3 Se trata esencialmente de la Izquierda comunista que denunció esa guerra como guerra imperialista igual que la primera, defendiendo que frente a ella, la única actitud consecuente de los revolucionarios era el internacionalismo más intransigente, negándose a apoyar ni a uno ni al otro de los dos campos. No fue ésa la actitud del trotskismo, el cual, al apoyar el imperialismo ruso y el campo democrático, firmó su paso al campo de la burguesía. Esto explica porqué algunas sucursales del trotskismo (Ras l’front en Francia) especializadas en el antifascismo radical, cultivan un odio cerril a toda actividad y posición que denuncie la explotación ideológica por parte de los Aliados de los campos de la muerte, como, especialmente, contra la posición expresada en el folleto publicado por el Partido comunista internacional, Auschwitz o la gran excusa.
4 Se trata esencialmente de la Izquierda comunista que denunció esa guerra como guerra imperialista igual que la primera, defendiendo que frente a ella, la única actitud consecuente de los revolucionarios era el internacionalismo más intransigente, negándose a apoyar ni a uno ni al otro de los dos campos. No fue ésa la actitud del trotskismo, el cual, al apoyar el imperialismo ruso y el campo democrático, firmó su paso al campo de la burguesía. Esto explica porqué algunas sucursales del trotskismo (Ras l’front en Francia) especializadas en el antifascismo radical, cultivan un odio cerril a toda actividad y posición que denuncie la explotación ideológica por parte de los Aliados de los campos de la muerte, como, especialmente, contra la posición expresada en el folleto publicado por el Partido comunista internacional, Auschwitz o la gran excusa.
5 Léase nuestro artículo “Las matanzas y los crímenes de las grandes democracias” en la Revista internacional n° 66.
6 Leer nuestro artículo “Año 2000, termina el siglo más bárbaro de la historia” en la Revista internacional n° 101.
7 Léase el libro La France au Rwanda, l’inavouable (“Francia en Ruanda, lo inconfesable”) de Patrick de Saint-Exupéry en el que se detallan todos los elementos que demuestran cómo la Francia de Mitterrand armó, entrenó, apoyó y protegió a los torturadores de los tustsis, en defensa de sus intereses imperialistas en África.
8 Esos métodos expeditivos de organizar la producción forzosa habían sido inaugurados en parte durante el primer conflicto mundial, en otro ámbito, el de la disciplina en los ejércitos, cuando en Francia, las tropas eran llevadas al combate con una hilera de metralletas detrás manejadas por gendarmes cuyas órdenes eran disparar sobre quienes se negaran a avanzar hacia las líneas enemigas.
9 A Philippe Masson no se le puede sospechar desde luego de simpatías revolucionarias, pues fué el jefe de la sección histórica del Servicio histórico de la Marina francesa y enseñó en la Escuela superior de Guerra naval.
10 Desde finales de 1943, estallan huelgas obreras Alemania y tienden a incrementarse las deserciones en el ejército alemán. En Italia, a finales de 1942 y sobre todo en 1943, estallan huelgas en muchos lugares de los principales centros industriales del Norte.
11 Memorias, Tomo 12, mayo de 1945.
12 Leer nuestro artículo “50 años después: Hiroshima, Nagasaki o las mentiras de la burguesía” en la Revista internacional n° 83.
13 Una instrucción del general Keitel, del 12 de diciembre de 1941, conocida por el nombre de “Noche y Niebla”, explica: “un efecto de intimidación duradera solo podrá obtenerse mediante condenas a muerte o con medidas tales que dejen a la familia (del culpable) y a la población en la incertidumbre sobre la suerte del detenido”.
14 Aunque no se basaran en una política tan sistemática de eliminación, los malos tratos infligidos a la población alemana deportada (desde los países del Este), y a los prisioneros de guerra (encerrados en Estados Unidos y Canadá), al igual que el hambre que se apoderó de la Alemania ocupada se plasmaron en la muerte de 9 a 13 millones de personas entre 1945 y 1949. Para más informaciones, léase nuestro artículo “En 1948, el puente aéreo de Berlín oculta los crímenes del imperialismo aliado” en la Revista internacional n° 95.
15 Esa cooperación implicó también, en ciertas circunstancias, al ejército alemán, al cual le incumbió la tarea de aniquilar a la población de Varsovia que, tras una promesa de ayuda de los Aliados, se había levantado contra la ocupación alemana. Mientras los SS masacraban la población, las tropas de Stalin estaban estacionadas en la otra orilla del Vístula en espera de que los alemanes remataran la labor, a la vez que, claro está, la ayuda prometida por los ingleses no aparecía por ninguna parte.
16 “En 1948, una encuesta aliada revelará que, desde 1944, el mando había decidido cometer ‘una atrocidad a tal escala que aterrorizara a los alemanes y los llevara a cesar los combates’. El mismo argumento servirá seis meses más tarde en Hiroshima y Nagasaki. La encuesta concluyó que la acción era ‘política y no militar’ y no vacilará en calificar los bombardeos de Dresde y Hamburgo ‘de actos terroristas a gran escala’. Nunca se pedieron cuentas a ningún responsable político o militar” (de la página Web del 13 de febrero de 2004 de la Red Voltaire: El “terrorismo aéreo” sobre Dresde mató a 135 000 civiles).
17 Al autor de ese libro, David Irving, se le acusa de haber adoptado recientemente las tesis negacionistas. Aunque semejante evolución, si es real, pone en entredicho la objetividad de su libro La destrucción de Dresde (edición francesa de 1987), hay que decir que su método, que hasta ahora nunca ha sido criticado, no está en absoluto marcado por el negacionismo. El prefacio de esa edición escrito por el general de aviación, Sir Robert Saundby, que, desde luego, no debe tener nada de un furibundo pronazi ni de negacionista, dice entre otras cosas: “Este libro narra honradamente y sin pasión la historia de un caso especialmente trágico de la última guerra, la historia de la crueldad de hombre hacia el hombre. Hagamos votos para que los horrores de Dresde et de Tokio, de Hiroshima y de Hamburgo, puedan convencer a la raza humana entera de lo fútil, bestial e inútil que es la guerra moderna”. Además, hay en la edición inglesa de 1995 de ese libro (titulado Apocalypse 1945) que es una actualización, el pasaje siguiente: “¿hay un paralelismo entre Dresde y Auschwitz? A mi parecer el uno y el otro nos enseñan que el verdadero crimen de la guerra como de la paz no es el genocidio –que supone implícitamente que la posteridad acordará sus simpatías y condolencias a una raza particular– sino el “inocenticidio”. No fue porque sus víctimas eran judíos por lo que Auschwitz fue un crimen, sino porque eran inocentes” (subrayado nuestro). Señalemos, en fin, para disipar eventuales dudas sobre el carácter excesivo del autor, que la edición francesa de 1963, que calcula las víctimas en torno a 135 000, cita los cálculos hechos por las autoridades norteamericanas, unas 200 000 victimas o más.
18 “Una primera oleada de bombarderos pasa sobre la ciudad el 13 de febrero por la noche, a eso de las 21 h 30. Suelta 460 000 bombas de fragmentación, que caen en espiral y explotan reventando las paredes, los pisos y los techos de las viviendas. (…) Una segunda oleada de bombarderos, a las tres de la madrugada, lanza durante 20 minutos 280 000 bombas incendiarias de fósforo y 11 000 bombas y minas. (…) Los incendios se propagan con tanta más facilidad que los edificios han sido previamente reventados. La tercera ola llaga el 14 de febrero a las 11 h 30. Durante 30 minutos, suelta a su vez bombas incendiarias y bombas explosivas. En total, en quince horas, cayeron sobre Dresde 7000 toneladas de bombas incendiarias que destruyeron más de la mitad de las viviendas y la cuarta parte de las zonas industriales. La mayor parte de la ciudad quedó hecha cenizas (…) Muchas víctimas desaparecen en humo bajo los efectos de una temperatura a menudo superior a los 1000 °C” (del artículo “14 de febrero de 1945: Dresde reducida a cenizas” consultable en el sitio Internet: https://www.herodote.net/histoire02141.htm).
A esos datos hay que añadir el “detalle” siguiente del que da cuenta el artículo “Los 13 y 14 de febrero, 7000 toneladas de bombas” en el diario francés le Monde del 13/02/2005 que da una explicación a la cantidad tan elevada de víctimas “La primera ola de bombardeos ocurrió a eso de las 22 h. Las sirenas habían sonado unos 20 minutos antes, de modo que los habitantes de Dresde tuvieron tiempo de meterse en los sótanos de las casas, pues los refugios eran insuficientes. La segunda ola llegó a la 1 h 16 de la noche. Al haber quedado destruidas en los primeros bombardeos, las sirenas de alarma ya no funcionaban. Para huir del calor espantoso producido por los incendios –hasta 1000 °C–, la población se esparció por los parques y las orillas del Elba. Y fue allí donde la alcanzaron las bombas.”
19 Si Nagasaki, ciudad no prevista en el programa, recibió la segunda bomba atómica, fue debido a la meteorología desfavorable en las ciudades seleccionadas. El bombardero con la bomba embarcada no podía volver a la base pues la carga nuclear estaba armada.
20 Almirante Leahy, jefe de Estado mayor de los presidentes Roosevelt y Truman: “Los japoneses ya estaban vencidos y dispuestos a rendirse. (...) El uso en Hiroshima y Nagasaki de esta arma bestial no nos ayudó a ganar la guerra. (...) Por ser el primer país en usar la bomba atómica, adoptamos la regla ética de los bárbaros” (Memorias escritas en 1995). General Eisenhower: “En aquel momento preciso [agosto de 1945], Japón estaba buscando un medio para capitular guardando un mínimo de apariencias. (...) No era necesario golpear con este horrible instrumento” (Memorias).
21 Leer el artículo “La corresponsabilidad de los Aliados en el Holocausto” de nuestro folleto Fascismo y democracia: dos expresiones de la dictadura del capital (en francés).
22 Ya se están preparando, por cierto, de la única manera coherente posible, publicando los archivos que muestran que la existencia de los campos era conocida. Así, “en enero de 2004, el departamento de archivos de reconocimiento aéreo de la universidad de Keele (Gran Bretaña) publicaba por primera vez fotos aéreas que mostraban el campo de Auschwitz-Birkenau en actividad. Tomadas por los aviones de la Royal Air Force en el verano de 1944, esas impresionantes fotografías en las que se ve el humo de los hornos a cielo abierto y la organización de los campos de exterminio, habrán esperado sesenta años antes de hacerse públicas” (le Monde 9/01/05 ; “Auschwitz: la prueba olvidada”). Se ha entablado un debate con falsas respuestas del estilo: “no era el campo de Auschwitz lo que los aviones querían fotografiar entonces, sino un enorme complejo petroquímico alemán. Por la urgencia, los agentes encargados de analizar las fotos no se habrían dado cuenta de que los campos de Auschwitz y de Birkenau, cercanos a la factoría de petróleo sintético, pertenecían al mismo conjunto” (Ibid.)
23 Francia, inquieta por la voluntad imperialista de su socio alemán, se ha opuesto al proyecto.