La burguesía ha vuelto a celebrar a su manera el sexagésimo aniversario de la Revolución de octubre de 1917:
Lo que en verdad ha celebrado el capitalismo en estos lugares no es la revolución de Octubre sino su muerte. Y todas esas pomposas celebraciones no perseguían otro objetivo que el de conjurar de una vez para siempre el espectro de la repetición de un acontecimiento similar.
Para el proletariado y, por tanto, para todos los revolucionarios recordar Octubre no implica ceremonia alguna. No necesitan enterrarlo. Para ellos Octubre sigue vivo. No como una estampa recordatorio de “tiempos heroicos” sino como una experiencia acumulada y por lo tanto una esperanza para los nuevos combates de la clase obrera. El homenaje que los revolucionarios pueden rendir a Octubre y a sus protagonistas no consiste en echar discursos ampulosos y estúpidos ni en pronunciar elogios fúnebres, sino en esforzarse por entender las enseñanzas que nos legó el proletariado, para poder fecundar con ellas los nuevos combates. Esta es la lucha que ya emprendió nuestra Revista Internacional y el conjunto de publicaciones de nuestra Corriente y que habrá que continuar de manera sistemática[1].
Un trabajo así sólo puede tener sentido si comprendemos la naturaleza real de la Revolución de octubre, si somos capaces de reconocer en ella una experiencia del proletariado –la más importante hasta hoy- y no una acción más de la burguesía, que es lo que pretenden ciertas corrientes políticas. Como es el caso del “consejismo”. Si no fuese así, Octubre no tendría más valor para la clase obrera que el que tuvo 1789 o Febrero de 1917. Significaría mucho menos que la Comuna de París de 1871. Esta es la razón por la que la condición previa para asimilar realmente las lecciones de Octubre es entender y defender tanto su carácter auténticamente proletario como el del partido que constituyó su vanguardia. Esta es la meta que se da el presente artículo.
Cuando la revolución estalla en Rusia, los revolucionarios son unánimes en saludarla como un primer paso hacia la revolución proletaria mundial.
Desde 1914, Lenin da la perspectiva: «En todos los países adelantados, la guerra está poniendo al orden del día la revolución socialista».Y durante toda la guerra no cesó de precisar los contornos:«No han sido nuestra impaciencia ni nuestros deseos sino las condiciones objetivas engendradas por la guerra imperialista las que han arrastrado a la humanidad entera a un atolladero, poniéndola ante el dilema: o dejar que sigan pereciendo millones de hombres y aniquilando toda la civilización europea o bien trasmitir el poder en todos los países civilizados al proletariado revolucionario, llevando a cabo la revolución socialista».
«Al proletariado ruso le ha correspondido el honor de inaugurar la serie de revoluciones engendradas con necesidad objetiva por la guerra imperialista. Y sin embargo, la idea de considerar al proletariado ruso como “el elegido” respecto a los demás, nos es completamente extraña…No son cualidades específicas, sino las condiciones históricas particulares lo que le han transformado por algún tiempo, quizás muy corto, en adelantado del proletariado revolucionario del mundo entero» (“Carta de despedida a los obreros suizos” -8 abril 1917”, Lenin). En V. I. Lenin: “La Revolución de 1917”, Tomo I, Editorial Cenit, S. A., Madrid, 1932.
Es exactamente esta misma perspectiva la que comparten los demás revolucionarios de entonces: Trotski, Pannekoek, Görter, Liebknecht o R. Luxemburgo. A ninguno de ellos se le hubiera ocurrido la idea de que la Rusa era una “revolución burguesa”. Muy al contrario, fue combatiendo semejante idea como se separaron de los mencheviques y de los “centristas” del estilo de Kautsky. La historia se daría prisa en mostrar que semejante idea echaba a sus autores en brazos de la burguesía y contra la clase obrera. Se convirtió de hecho en la posición de los sectores más “a la izquierda” de la clase capitalista, quienes denunciaban, por ejemplo, el “aventurerismo de los bolcheviques”.
En el conjunto del movimiento obrero la solidaridad con los combates del proletariado ruso estuvo acompañada no sólo del reconocimiento del carácter proletario de Octubre sino, y sobre todo, de la comprensión de lo urgente que era generalizar la experiencia a todo el mundo; es decir, la destrucción del Estado burgués y la toma del poder por los Consejos Obreros (Soviets).
Como consecuencia de las grandes derrotas sufridas por el proletariado durante los años 20 (particularmente en Alemania) y ante el desarrollo en Rusia de una sociedad que destruía sus esperanzas, cierto número de revolucionarios, Otto Rühle entre otros, empezaron a abandonar la posición unánime sobre 1917. Fue en la época en la que en Alemania el Nacional-socialismo se convertía en el agente movilizador de las energías para una nueva guerra imperialista, en la que en las “democracias” el Antifascismo hacía el mismo trabajo en nombre de una nueva “defensa de la civilización” y en la que en la misma Rusia se reforzaba el “Socialismo en un solo país” (de hecho una de las formas más bárbaras del capitalismo), cuando fueron elaboradas, por algunas de las corrientes revolucionarias que se habían salvado del naufragio de la Internacional comunista, las teorías que consideraban a la Revolución de octubre como una revolución burguesa de “tipo particular”.
En 1934 se publicaban en los órganos (Raetekorrespondenz, nº 3; International Council Correspondance, volumen I, nº 3) del “movimiento comunista de Consejos” las “Tesis sobre el bolchevismo” en las que puede leerse:
«7. La tarea económica de la Revolución rusa era, en primer lugar, la de destruir el feudalismo agrario y acabar con la explotación de los campesinos que vivían bajo el sistema de servidumbre, a la vez que industrializaban la agricultura poniéndola al nivel de una producción moderna de mercancías. Y en segundo lugar la de hacer posible la aparición de una clase de verdaderos “trabajadores libres” liberando al desarrollo industrial de todo vestigio feudal. En otras palabras, de lo que se trataba para el partido bolchevique era de llevar a cabo las tareas de la revolución burguesa…”
«9. En lo político la revolución rusa tenía que dedicarse a las tareas siguientes: destrucción del absolutismo, abolición de la nobleza feudal y creación de una constitución política y de un aparato administrativo garantizadores políticos de la ejecución de la obra económica de la revolución rusa. En este sentido los objetivos políticos de la revolución rusa coincidían con sus premisas económicas…con los objetivos de la revolución burguesa». “Crítica del Bolchevismo”: A Pannekoek, K. Korsch, P. Mattick. Editorial Anagrama. Bcna. 1976.
Volvemos a encontrar aquí, casi palabra por palabra, las posiciones de los mencheviques, es decir, de los enemigos más peligrosos del proletariado. La diferencia notable está en que estos deducían de su análisis que era necesario dar el poder a los partidos e instituciones clásicas de la burguesía (Cadetes, Gobierno provisional, Asamblea Constituyente), mientras que según los “consejistas” incumbía al “bolchevismo” la tarea de llevar a cabo esa revolución burguesa.
¿Cuál es la razón de que cierto número de revolucionarios, que habían saludado en Octubre 1917 a la revolución proletaria, acabaran volviendo al análisis menchevique?
Antón Pannekoek en su libro “Lenin filósofo”, escrito en 1938, nos esclarece sobre este punto. Al tratar de “Materialismo y empirocriticismo” dice:
«Ocurre a veces que una obra teórica permite entrever no el medio inmediato y las aspiraciones del autor, sino influencias más amplias e indirectas y miras más generales. En el libro de Lenin, sin embargo, nada de todo eso aparece. Todo está neta y exclusivamente en función e imagen de la revolución rusa a la que tiende con toda sus fuerzas. Esta obra está hasta tal punto en conformidad con el materialismo burgués que si se hubiera conocido e interpretado correctamente en su época, en Europa Occidental…hubiéramos sido capaces de prever que la revolución rusa tenía que acabar, de una u otra manera, en un tipo de capitalismo basado en la lucha obrera» (Pág. 133 del libro. Editorial Zero-ZYX. 1976)[2]
O sea que, según él, la “clave” de la naturaleza de la revolución rusa no podía descubrirse ni en 1914, frente a la guerra imperialista mundial, ni en 1917, en medio de los enfrentamientos de clase tanto en Rusia como en el resto del mundo, ni en los esfuerzos inmensos de los protagonistas de la revolución, ni en sus métodos, proclamas y llamamientos al proletariado de todos los países. ¡No! La clave, según su visión, se encontraría en «un texto filosófico publicado por primera vez en ruso en 1908 y traducido a otras lenguas en 1927», o sea, “demasiado tarde”. De manera que, «si los marxistas occidentales hubieran tenido conocimiento del libro y de las ideas antes de 1918, habrían criticado, sin lugar a dudas con mucha más decisión su táctica para la revolución mundial»[3].
De hecho, la verdadera razón de ese “descubrimiento tardío” no estaba en la falta de información de los “marxistas occidentales” acerca de ciertos conceptos filosóficos de Lenin sino en la terrible desesperanza con que la contrarrevolución cargaba sobre los mismos revolucionarios, sobre algunos militantes que contra viento y marea intentaban preservar los principios del comunismo. Desesperanza y decepción que los arrastró, como vamos a ver, hasta el abandono del método marxista que había permitido a los revolucionarios de 1917, y entre estos a los bolcheviques, comprender la verdadera naturaleza de la revolución estallada en Rusia.
A fin de cuentas la tesis consejista se reduce a una idea que tuvo gran éxito en los años de 1930 dentro del campo burgués, la de que el régimen existente en Rusia era la necesaria consecuencia de la Revolución de octubre. Y está claro que los estalinistas eran los más fervientes defensores de semejante idea. Para ellos, Stalin era el “genial continuador” de la obra de Lenin, el que había desarrollado y aplicado “el mayor descubrimiento de nuestros tiempos”, “la teoría de la posibilidad de la victoria del socialismo en un solo país, fuera de los demás”[4]. Pero con los estalinistas había también unanimidad de criterio para hacer de “Stalin el hijo de Lenin”; o más bien, del “terrorífico aparato estatal que se había implantado en Rusia el heredero directo de Octubre”. Los anarquistas, claro está, clamaban a voces que el régimen bestial y policiaco que imperaba en aquel país era la consecuencia “lógica” de los conceptos autoritarios del marxismo (mientras que por el contrario no consideraban el que la entrada de anarquistas en un gobierno burgués “antifascista” fuese la consecuencia “lógica” de sus conceptos “antiautoritarios”). Los demócratas de todo color veían en la “dictadura del proletariado” y en el “rechazo de las instituciones parlamentarias” a los “grandes responsables de los males que agobiaban al pueblo ruso”. Para todos ellos eso era un aviso al proletariado: “ahí tenéis los resultados de cualquier revolución, de cualquier intento para echar abajo el capitalismo, ¡un régimen aun peor!”.
La concepción consejista -nos dicen- no tenía ni mucho menos la finalidad de desanimar a la clase obrera de otras tentativas revolucionarias o de desviarla de su arma teórica, el marxismo. Al contrario, en nombre del marxismo los consejistas emprendieron el examen de sus análisis.
Y sin embargo al plantear el problema en términos como que “Si la Revolución rusa acabó en capitalismo de Estado es porque no podía ser de otra manera”, no hacían sino recoger del medio ambiente burgués la idea básica según la cual “lo que ha ocurrido en Rusia es lo que tenía obligatoriamente que ocurrir”. Una de dos, o semejante afirmación es una perogrullada, como quien dice: “la situación presente es el resultado de las diferentes causas que la han determinado”, o es un error teórico que pone al marxismo a la altura de un vulgar fatalismo.
Para el fatalismo todo lo que ocurre está escrito en el Gran Libro del Destino. Ya sea bajo formas populares como los tan juiciosos “refranes” ya sea enmascarado con palabrería filosófica de profesor de universidad el fatalismo tiene siempre la misma función, aceptar el orden existente e impuesto. El marxismo, que siempre ha luchado contra esa sumisión ante la “realidad” de la misma manera que contra las ideas voluntaristas e idealistas, ha afirmado que los hombres «no hacen la historia arbitrariamente, en condiciones por ellos escogidas sino en condiciones dadas y heredadas directamente del pasado», pero precisando bien que «son los hombres quienes hacen su propia historia»[5]. En lo que se refiere concretamente a la posibilidad de la revolución Marx escribió: «Una formación social nunca perece antes de que se hayan desarrollado todas las formas productivas que es capaz de contener y, las nuevas y más altas relaciones de producción no se revelan nunca antes de que se manifiesten en el seno de la vieja sociedad sus condiciones materiales de existencia»[6] .
Por todo eso el marxismo se opuso al anarquismo, para quien “, todo es posible en cualquier momento, con tal que los hombres se lo propongan”. En su análisis de la derrota de la Comuna de París (en 1871), Marx supo descubrir el peso que tuvo sobre la clase obrera la inmadurez de las condiciones materiales que el capitalismo había desarrollado. Sin embargo sería falso considerar que todos los acontecimientos sociales se explican obligatoriamente por las “condiciones materiales”. Los hombres y más precisamente las clases sociales no tienen de esas condiciones materiales una conciencia simplemente “refleja”, sino que emplean su conciencia como factor activo de su transformación:
«Aunque una sociedad haya encontrado el rastro de la ley natural con arreglo a la cual se mueve…jamás podrá saltarse ni descartar por decreto las fases naturales de su desarrollo. Podrá únicamente acortar y mitigar los dolores del parto».K. Marx: “Prólogo a El Capital” –julio 1867. FCE. Mexico1995.
Los acontecimientos históricos son producto no sólo de las condiciones económicas de la sociedad sino también de todo un conjunto de factores “súperestructurales” y de la interacción compleja de esos diferentes factores determinantes, entre los cuales el “azar” -es decir, lo arbitrario, lo no previsible- debe ser tenido en cuenta. Por tanto, la historia no se puede concebir ni como el simple cumplimiento de un destino fijado previamente y de una vez por todas ni como el desarrollo de un guión escrito de antemano por la “voluntad divina”, cómo dicen algunos, ni como algo inscrito en la “estructura y el movimiento de los átomos o los genes”, que afirman otros.
De la misma manera que en ningún sitio estaba escrito que las obras de Marx iban a ser “destinadas” a justificar una de las formas más salvajes de la explotación capitalista (la de los países llamados “socialistas”), tampoco existía un “sino” de la Revolución rusa cuya verificación sería… lo que acabó ocurriendo. Los consejistas dicen rechazar el fatalismo. Para ellos su posición es perfectamente marxista y se apoya en el análisis del desarrollo de las fuerzas productivas. Pero la manera como toman en consideración ese problema y además limitándolo a Rusia, cuando incluso para la burguesía la Revolución de octubre fue un acontecimiento de alcance mundial, es propia de una concepción vulgar y estrecha del marxismo y muestra que lo ponen al nivel de una caricatura con la que pretenden “explicar el por qué del capitalismo de Estado en Rusia” a saber, si la Revolución de octubre en Rusia acabó en capitalismo es porque en sí misma era burguesa, es decir, estaba “destinada” a llegar al resultado al que llegó. Concluyendo, el fatalismo expulsado oficialmente por la puerta lo vuelven a meter por la ventana.
De hecho, la visión consejista no sólo tiene una buena dosis de fatalismo sino que llevada a sus últimas consecuencias acaba en un abandono puro y simple del marxismo y de toda perspectiva revolucionaria.
Las implicaciones del análisis consejista
Par el consejismo, tal y como queda expuesto en las “Tesis sobre el bolchevismo”, “La tarea económica de la Revolución rusa era…la de acabar con… la servidumbre y posibilitar la creación autónoma de una clase de verdaderos trabajadores libres”. Aunque no sea necesario para la demostración vale la pena recordar que en 1917 Rusia era la quinta potencia industrial del mundo. Su desarrollo capitalista se había saltado ampliamente la etapa del desarrollo de la artesanía y la manufactura, de modo que el capitalismo ruso estaba en posesión de las formas más modernas y concentradas del capitalismo internacional (Putilov, con más de 40.000 obreros, era la mayor factoría del mundo). Para el consejismo el carácter burgués de la Revolución rusa se explica simplemente por las condiciones locales. Eso fue cierto en parte para las verdaderas revoluciones burguesas, como la de 1640 en Inglaterra y la de 1789 en Francia, pues el desarrollo desigual del capitalismo permitía que la burguesía llegara al poder en periodos diferentes, en los diferentes países. Y posible, por el hecho de ser la nación el marco geopolítico específico del capitalismo; marco que por otra parte ha sido incapaz de superar. Y si el capitalismo pudo desarrollarse por “islotes” en la sociedad autárquica feudal, el socialismo sólo puede existir a escala mundial, potenciando el conjunto de fuerzas productivas y redes de circulación de bienes que el capitalismo ha creado.
Desde 1847, contestando a la pregunta ¿Podrá llevarse a cabo la revolución comunista en un solo país?, Engels y Marx afirmaban resueltamente que: «No. La gran industria al crear el mercado mundial ha articulado tanto entre sí a los pueblos de la tierra que cada uno de ellos depende estrechamente de lo que ocurra en los demás…Por lo tanto la revolución comunista no será una revolución puramente nacional sino que tendrá que desarrollarse simultáneamente en todos los países civilizados…será una revolución mundial y tendrá pues que tener un campo mundial». F. Engels: “Principios del comunismo”. Cia. Gral. De Ediciones, S.A. México 1964.
Es evidente que lo que ya se imponía a los revolucionarios en 1847, tras el periodo de mayor desarrollo del capitalismo -segunda mitad del siglo XIX, tenía que estar en la base misma de cualquier perspectiva proletaria durante la Primera Guerra mundial. En ésta quedó plasmado el hecho de que el capitalismo había terminado su tarea de impulsar el progreso de las fuerzas productivas a escala mundial. Había entrado en su fase de declive histórico y por lo tanto ya no volvería a haber revoluciones burguesas. La única revolución que estaba a la orden del día por todo el mundo, Rusia incluida, era la revolución proletaria. Y este análisis no era únicamente el de un Lenin, «espíritu embrollado por la filosofía materialista vulgar» y «dispuesto a transformar el movimiento comunista mundial en aparato de defensa del capitalismo de Estado ruso», que dicen los consejistas. Rosa Luxemburgo, una revolucionaria a quien muchos han intentado a menudo oponer al “burgués” Lenin y cuyo “consejismo” nunca puso en entredicho ni a las posiciones proletarias ni al buen entendimiento de “los asuntos rusos”, escribía en aquel entonces:
«Para cualquier observador inteligente este curso de los hechos es también una prueba convincente contra la teoría doctrinaria que Kautsky comparte con el partido social-democrático gubernamental, según la cual Rusia, por ser un país económicamente atrasado y en esencia agrícola, no estaría madura para la revolución social y para la dictadura ejercida por el proletariado. Esta teoría, que considera lícita en Rusia exclusivamente una revolución burguesa y que de esta concepción deriva luego la táctica de coalición de los socialistas rusos con el liberalismo burgués, es la misma que la del ala oportunista del movimiento obrero ruso, la de los llamados mencheviques bajo la probada dirección de Axelrod y de Dan. Los oportunistas, tanto rusos como alemanes coinciden perfectamente con nuestros socialistas gubernamentales en este concepto básico de la Revolución rusa, del que se deriva, como es natural, la posición adoptada sobre cuestiones de detalle de la táctica. En opinión de estas tres tendencias la Revolución rusa habría debido detenerse en el primer estadio, que según la mitología de la socialdemocracia alemana representará al noble objetivo de la conducta bélica del imperialismo alemán: el abatimiento del zarismo. El hecho de haber avanzado, de proponerse la dictadura del proletariado, representaría según dicha teoría un mero error del ala radical del movimiento obrero ruso, de los bolcheviques; y todos los infortunios que soportó la revolución en el curso ulterior de los acontecimientos, todo el desorden del que fue víctima, sólo se deberían a ese fatal despropósito. Esta teoría acordemente recomendada en calidad de fruto del pensamiento marxista tanto por el “Worwarts” de Stampfer como por Kautsky, desemboca teóricamente en el original descubrimiento “marxista” de que la revolución socialista constituye un asunto interno a resolver, por así decirlo en familia, de cada Estado moderno en particular. En las nieblas de la abstracción esquemática un Kautsky sabe, como es natural, pintar con diligente minuciosidad los nexos económicos mundiales del capital, que unifican a todos los países modernos en organismo único. La Revolución Rusa producto del desarrollo internacional y de la cuestión agraria no ofrece sin embargo posibilidad de soluciones en el marco de la sociedad burguesa.
Prácticamente esta teoría tiende a eximir al proletariado internacional y primeramente al alemán de toda responsabilidad. Tiende a rechazar sus conexiones internacionales. El curso de la guerra y de la Revolución rusa ha probado no la inmadurez de Rusia, sino la del proletariado alemán frente a sus propias tareas históricas y mostrarlo con claridad representa el deber primero y elemental de un examen crítico de la Revolución rusa. Su suerte dependía plenamente de los acontecimientos internacionales» Rosa Luxemburgo: “La Revolución rusa”, pág. 15. Miguel Castellote, Editor. Madrid 1975.
Así es como planteaba el problema, contra los sofismas de Kautsky, de los mencheviques y de… los consejistas, una de las más grandes teóricas del marxismo. Rosa Luxemburgo no sólo acabó con el mito de la inmadurez de Rusia sino que dio con la clave, que los consejistas no han podido entender nunca, de las causas de la degeneración de la Revolución rusa y, la fundamental, del fracaso de la revolución internacional -“de la que dependía por completo el porvenir de la primera”.
De hecho, al buscar en la misma Rusia las causas de la revolución y del régimen capitalista en que terminó, los consejistas dan claramente la espalda a todo lo que fueron las bases objetivas del internacionalismo. Y, aunque no se trata de poner en entredicho su internacionalismo, hay que decir que, a fin de cuentas, éste lo basan en una especie de “imperativo” moral. Si se llevan hasta las últimas consecuencias sus análisis se llega a la idea de que, si la revolución hubiera ocurrido en un país adelantado (Alemania, por ejemplo) y hubiera quedado aislada, no le habría sucedido lo que le ocurrió a la Revolución rusa. En otras palabras, habría podido evitar la reinstauración del capitalismo o lo que viene a ser lo mismo, la victoria sobre el capitalismo y la victoria del socialismo serían ambas posibles en un solo país. De la misma manera que el consejismo recoge del estalinismo la idea de que hay una continuidad entre Lenin y Stalin, entre la naturaleza de la Revolución de Octubre y la del régimen que se impuso más tarde en Rusia, parece que también tiende a recoger de aquel algún elemento de su tema de mayor mistificación: “el socialismo nacional”. Es así como el análisis marxista de los consejistas no sólo recoge la tesis menchevique y la de Kautsky sino que además no puede evitar el flirteo con la de Stalin.
Los análisis de los consejistas les llevan también a abandonar el marxismo en otros puntos. Una de las razones por la que les parece que la Revolución rusa fue una “revolución burguesa” es «la naturaleza de las medidas económicas adoptadas desde el principio por el nuevo poder». Los consejistas consideran, y con razón, que las nacionalizaciones o el reparto de tierras son, en sí, medidas perfectamente burguesas. De ahí sacan la rápida conclusión de que: «fue una revolución burguesa puesto que tomó esas medidas»; y a éstas les contraponen una política realmente socialista: «que la clase obrera y sus organizaciones de clase, los consejos obreros, se apoderen de las empresas y de la organización del sistema económico». (Punto 49 de las “Tesis sobre el bolchevismo”). Ese es el tipo de medidas que tenía que haber tomado la Revolución rusa si hubiese sido de verdad “proletaria”, dicen los consejistas para quienes «el aspecto burgués de la revolución bolchevique…queda plasmado de manera patente en el eslogan “control de la producción”» (punto 47 de las Tesis sobre el Bolchevismo).
En esto no es ya en Kautsky o en Stalin en quienes los consejistas basan sus análisis sino en Proudhon y en los anarquistas. Vuelven así a echar otro borrón sobre las enseñanzas fundamentales del marxismo, para quien una de las diferencias fundamentales entre la revolución burguesa y la revolución proletaria estriba en el hecho de que la primera llega tras todo un proceso de transformaciones económicas entre el feudalismo y el capitalismo, a las cuales remata en lo político; mientras que la segunda es por necesidad el punto de partida de la transformación económica entre el capitalismo y el comunismo. La diferencia está en relación con el hecho de que esta última transformación estriba, no en modificar el sistema de propiedad ni en instaurar nuevas relaciones de producción sino en suprimir la explotación. Por eso, al contrario de las revoluciones del pasado, la Revolución proletaria no se fija como meta el reforzar una nueva dominación clasista sino el abolir todas las clases. Y no es la obra de una clase explotadora sino, por primera vez en la historia, la de una clase explotada. Las relaciones de producción capitalista se fueron desarrollando en la sociedad feudal cuando la nobleza seguía controlando aun el conjunto de los mecanismos estatales de la sociedad. Este poder feudal podía haber sido una traba para el desarrollo del capitalismo pero éste pudo irse adaptando a su vez mientras no estuvo lo bastante desarrollado como para echarlo abajo.
La revolución burguesa ocurría como una consecuencia casi “mecánica” de la extensión del dominio económico del capitalismo y tenía como función eliminar los últimos obstáculos que se interponían a su pleno desarrollo.
Por el contrario, y teniendo en cuenta lo explicado, las relaciones sociales comunistas no pueden en modo alguno nacer y crecer en islotes dentro de la sociedad capitalista, donde la clase burguesa sigue disponiendo del control de ese instrumento esencial que es el Estado. Sólo después de haber sido destruido el Estado burgués y tras la toma del poder político a escala mundial, por la clase obrera, puede desplegarse la plena transformación de las relaciones de producción. Contrariamente a lo ocurrido en los periodos de transición en el pasado, el que va transcurre desde el capitalismo al comunismo no será el resultado de un proceso necesario, independiente de la voluntad de los hombres sino que dependerá de la acción consciente de una clase que utilizará su poder político para extirpar progresivamente de la sociedad todos los elementos que componían el capitalismo: la propiedad privada, el mercado, el salariado, la ley del valor, etc.…Sin embargo, tal política económica no podrá llevarse a cabo realmente más que cuando el proletariado haya destruido militarmente a la burguesía.
Mientras no se haya llegado a este resultado de manera definitiva las exigencias de la guerra civil mundial se pondrán por delante de la transformación de las relaciones de producción, en aquellos lugares en los que el proletariado haya establecido ya su poder y sea cual sea el desarrollo económico de la zona. Las medidas económicas adoptadas por el nuevo poder en Rusia (fueran cuales fueran los errores cometidos, cuya existencia no se trata de negar y de los que hay que sacar lecciones) no son el criterio para comprender la naturaleza de la Revolución de octubre. Lo mismo que tampoco fueron las medidas económicas de la Comuna las que le dieron su carácter proletario; carácter que ni los consejistas ni los anarcosindicalistas han puesto nunca en tela de juicio, que nosotros sepamos. A nadie se le ocurriría poner la reducción de la jornada de trabajo, la supresión del trabajo nocturno de los obreros panaderos o la “moratoria” sobre alquileres y depósitos en el Monte de Piedad como ejemplos de medidas socialistas.
Lo que dio su grandeza a la Comuna de París fue que por primera vez en la historia del proletariado, éste transformó una guerra nacional contra el extranjero en una guerra civil contra su propia burguesía. Fue el haber proclamado y realizado la destrucción del Estado capitalista y haberlo sustituido por la dictadura del proletariado. Fue la elegibilidad y revocabilidad de delegados, a todos los niveles. La equiparación de sueldos de todos los funcionarios con el salario medio de los obreros. La sustitución del ejército permanente por la permanencia armada y general de los obreros. Fue la proclama internacionalista de la Comuna Universal. Fueron esas medidas esencialmente políticas y esa orientación general lo que hizo que la Comuna de París haya sido considerada como el primer intento internacional del proletariado de realizar SU revolución. Por eso esta experiencia servirá de inestimable fuente para el estudio de la lucha revolucionaria a muchas generaciones proletarias de todos los países. Octubre de 1917, concretamente, no hace sino recoger los datos de la experiencia de la Comuna y generalizarlos. No es casualidad que Lenin escribiese su libro El Estado y la Revolución, en el cual hizo un análisis minucioso de aquella experiencia, en vísperas de Octubre.
No es pues analizando en detalle lo que la Revolución de octubre hizo o dejó de hacer en lo económico como puede entenderse su naturaleza de clase. Ésta viene dada por las características políticas de la Revolución (destrucción del Estado burgués, toma del poder por la clase obrera organizada en soviets, armamento general del proletariado…) y por el impulso que el nuevo poder da al movimiento internacional del proletariado: denuncia sin cuartel de la guerra imperialista, llamamientos a transformarla en guerra civil contra la burguesía, a la destrucción de todos los estados burgueses y a la toma del poder por los Consejos Obreros en todos los países,…
Fue por no haber entendido nunca la primacía de los problemas políticos en la fase inicial de la revolución proletaria por lo que el anarcosindicalismo acabó traicionando la lucha proletaria desviándola hacia el callejón de las “colectividades” y de la autogestión, mientras que mandaba ministros al gobierno burgués de la Republica española. La visión del anarcosindicalismo, y por tanto de los consejistas cuando les siguen los pasos, da la espalda a la revolución socialista precisamente porque la localiza no sólo dentro de los límites de un país sino incluso de los de una región o de unas fábricas aisladas, reduciendo la producción socialista, la cual por definición solo puede concebirse a nivel mundial, a una escala doméstica.
En 1921, por válida que sea en muchos puntos la crítica de la Oposición Obrera, y en particular en su denuncia de la burocratización del Estado y del sistema asfixiante dentro del Partido, su plataforma resulta sin embargo errónea en lo fundamental pues reduce el problema del desarrollo de la revolución a cuestiones económicas y de gestión directa por los obreros; dando así crédito implícitamente a la idea de la posibilidad de socialismo en el marco de un solo país, de la posibilidad de progresos socialistas en el plano económico en Rusia en medio de una tendencia general de derrotas de la revolución en el plano internacional[7].
A pesar de todos sus errores, Lenin tenía razón cuando denunciaba el carácter pequeño burgués y anarcosindicalista de la Oposición Obrera. No es casualidad si más tarde encontramos a la cabeza teórica de la Oposición Obrera a Alejandra Kollontai defendiendo “la teoría del socialismo en un solo país”, al lado de Stalin y contra la Oposición de Izquierdas.
De esta suerte, los defensores del “socialismo en una sola fábrica” se juntan a los del “socialismo en un solo país” y a los teóricos de la “inmadurez de las condiciones objetivas ‘en Rusia’”. Y a pesar de las denuncias que les hicieron hay que decir que en este crucial problema los consejistas coincidían, en muy mala compañía sin duda, con Kautsky, Stalin y los “camaradas ministros” de la CNT.
El único modo con que podría realmente el consejismo conciliar sus análisis sobre la Revolución de octubre con el internacionalismo, y algunas tendencias de la corriente consejista lo han hecho, sería afirmando que no era únicamente en Rusia donde las “condiciones objetivas” de la revolución proletaria no estaban maduras en 1917 sino a escala mundial. Al hacerlo han rechazado el análisis de los mencheviques y el de Kautsky para abrazar el de… la socialdemocracia de derechas, la cual echó mano de semejante análisis para reprimir la revolución proletaria en Alemania. No estamos diciendo que los que han acabado en tal análisis son como Noske. Se puede estar en la lucha revolucionaria, aun considerándola prematura y desesperada, como Marx demostró cuando la Comuna.
Tampoco vamos a organizar aquí un ataque en regla contra esos análisis pues nos llevaría demasiado lejos para el marco de este artículo. Vamos a plantear no obstante una serie de observaciones.
Esas concepciones llevan a rechazar la idea de que desde la Primera Guerra mundial el capitalismo está en su fase de decadencia, idea fundamental y básica en la ruptura de los revolucionarios con los partidos de la Segunda Internacional, y a poner en entredicho el cuerpo teórico sobre el que se fundó la Internacional Comunista, de la que sin embargo surgió la corriente “Comunistas de consejos”. Esos análisis llevan a negar las principales experiencias adquiridas por el movimiento obrero durante la Primera Guerra mundial y la marea revolucionaria de 1927-1923 y a fundamentar las posiciones comunistas en cimientos completamente diferentes. En particular las posiciones con las que la Izquierda comunista se opuso a la Internacional Comunista: El rechazo del parlamentarismo, incluso revolucionario, del sindicalismo, de la noción de partido de masas; la negativa a cualquier apoyo a luchas de liberación nacional o sectores “progresistas” de la clase burguesa. Y si no se aceptan el análisis de la decadencia del capitalismo no pueden más que acabar aceptando la idea de que toda la política obrera del siglo XIX y la mayor parte de los análisis de Marx y Engels era errónea. Si la Liga de los Comunistas, la Primera y la Segunda Internacional hubieran visto las cosas a la manera consejista habrían tenido una política totalmente falsa desde el punto de vista proletario puesto que apoyaban la formación de sindicatos, la lucha por el sufragio universal, ciertas luchas de liberación nacional,… Y a fin de cuentas habría que decir que, exceptuando las bases teóricas generales, Proudhon y Bakunin tenían razón frente a Marx y Engels. Y como resulta difícil desde el punto de vista marxista separar la teoría de sus implicaciones políticas entonces hay que dar un lógico y último paso rechazando el marxismo para darle la razón al anarquismo. A ver si los consejistas, que consideran la Revolución de octubre como burguesa porque las condiciones objetivas a escala mundial no estaban maduras en 1917, tienen la valentía de dar este último paso declarándose sin tapujos anarquistas. Tendrían que encarar entonces una última dificultad ¿Cómo conciliar sus análisis con una teoría, el anarquismo, que rechaza y que es incapaz de ver las bases objetivas para el socialismo y para quien “la revolución es posible en cualquier momento”?
Rechazar la idea de que el capitalismo está en su periodo de decadencia desde 1914 trae consigo otras implicaciones que vamos a resumir.
Habrá entonces que sacar conclusiones:
El movimiento obrero ha tenido que enfrentarse, a lo largo de su historia, a tres adversarios principales; al anarquismo en el siglo XIX, al reformismo socialdemócrata a principios del XX y al estalinismo entre las dos guerras mundiales. Estas tres corrientes acabaron aliándose contra él para consumar la contrarrevolución en uno de los momentos culminantes de ésta, la Guerra de España de 1936.
Hay que decir que el consejismo, que ha sido una de las reacciones más sanas contra la degeneración de la Internacional Comunista y que supo mantenerse en las posiciones de clase en los peores momentos de la contrarrevolución, realiza la difícil hazaña de recoger en esas tres corrientes las bases de su análisis y eso si no abandona, sin más, toda perspectiva revolucionaria, como les ocurrió a algunos de sus mejores militantes.
Estas son algunas de las implicaciones que resultan de negar el carácter proletario de la Revolución de octubre de 1917.
C.
[1] Revista Internacional (RInt), nº 2: “Los epígonos del consejismo”. RInt, nº 3: “La degeneración de la Revolución rusa” y “Las lecciones de Kronstadt”. RInt, nº 5: “Plataforma de la CCI”. RInt nº 6: “Contribuciones al periodo de transición”. RInt, nº 8 y 9: “La Izquierda comunista en Rusia”. RInt, nº 11: “Textos sobre el periodo de transición”.
[2] “Lenin filosofo”.Ibídem
[3] “Prefacio” a las “Obras escogidas de V. I. Lenin”. Editorial Progreso, Moscú, 1961
[4] K. Marx: “El 18 Brumario de Luís Bonaparte” (Página 33). Alianza Editorial S. A., Madrid, 2003
[5] K. Marx: “Prólogo” a la “Contribución a la crítica de la Economía política” (Página 234) en Obras fundamentales de Marx y Engels, FCE, México, 1987.
[6] Revista Internacional, nº 3: “La degeneración de la Revolución rusa”. RInt nº 8 y 9: “La Izquierda comunista en Rusia”
[7] C. C. I.: “La decadencia del capitalismo”. CCI Abril 1981
Este texto si bien no abordará todos los problemas relacionados con la teoría marxista sobre las crisis, sí que intentará establecer un marco para el debate que se está abriendo en el movimiento revolucionario internacional. Aunque no pretendemos ofrecer un punto de vista "objetivo" de este debate, puesto que defendemos una interpretación particular de los orígenes de la decadencia del capitalismo, si queremos aportar algunas pautas para que la discusión se desarrolle de manera constructiva.
Contexto del debate
La reanudación de la discusión sobre la crisis del capitalismo obedece, en términos generales, a una realidad material que estamos viviendo desde finales de los años 60: la irremediable caída del sistema capitalista, mundial, en un estado de crisis económica crónica. Los síntomas de alarma que vimos a mediados de los años 60 -y que tomaron sobre todo la forma de una dislocación del sistema monetario-, han dado paso hoy, a signos de auténtica zozobra, que afectan al corazón mismo de la producción capitalista: paro, inflación, descenso de la tasa de ganancia, desaceleración de la producción y del comercio. Ningún país del mundo -ni siquiera los que se proclaman "socialistas"- escapa a los efectos devastadores de esta crisis.
Durante los años 50 y 60 muchos elementos del reducido movimiento revolucionario, que mantenían una existencia precaria en un momento de quietud social y crecimiento económico, quedaron deslumbrados por el aparente éxito de la economía capitalista del período de posguerra. Grupos como "Socialisme ou Barbarie" o la "Internacional Situacionista", dieron por buena esa relativa prosperidad y declararon que el capitalismo había resuelto sus contradicciones económicas, por lo que las condiciones de una nueva revolución ya no residirían en los límites objetivos del sistema capitalista, sino en un rechazo "subjetivo" por parte de los explotados. Las premisas mismas del marxismo fueron puestas en duda, y a los grupos revolucionarios, que seguían insistiendo en que el capitalismo no podría evitar entrar en una nueva fase de crisis económica, se les tachó de "'reliquias' de la anticuada Izquierda Comunista que se aferran vanamente a la fosilizada ortodoxia marxista"
Sin embargo, algunos de estos grupos y elementos revolucionarios herederos de la Izquierda Comunista -"Internationalisme" en Francia (en los años 40 y 50), Paúl Mattick en EEUU, "Internacionalismo" en Venezuela (en la década de los 60)- siguieron defendiendo tenazmente sus posiciones; demostrando que el "boom" de posguerra era sólo eso: un producto del ciclo crisis-guerra-reconstrucción, característico del capitalismo en su época de decadencia; identificando, a mediados de los años 60, los primeros estornudos de la economía como lo que eran en realidad: los síntomas iniciales de un nuevo hundimiento de la economía capitalista; y entendiendo que la reaparición de las luchas obreras a partir de 1968 no tenía nada que ver con un rechazo de los "dirigidos" a "ser dirigidos", sino que se trataba de la respuesta del proletariado a la crisis económica y al deterioro de su nivel de vida. Apenas unos pocos años después de 1968 era ya imposible negar la existencia de una crisis económica de escala mundial. Las discusiones que se suscitaron entonces no se centraban ya en si existía o no la crisis económica, sino en su significado: ¿se trataba, como decían algunos, de un desequilibrio simplemente pasajero, expresión de la necesidad de "reestructurar" el aparato productivo; era acaso resultado del alza de los precios del petróleo, o de los aumentos de los costes salariales por las reivindicaciones obreras; o más bien, como defendieron los precursores directos de la "Corriente Comunista Internacional (CCI)", estábamos ante una manifestación del ocaso irreversible, histórico, del capitalismo, ante un nuevo momento de la agonía del Capital, que sólo puede conducir a la humanidad a la guerra o a la revolución mundial?
Este debate entre los elementos más avanzados del movimiento revolucionario quedó zanjado por el mismo avance inexorable de la crisis y por el reconocimiento, por la propia burguesía, de que no se trataba de un malestar pasajero sino de algo mucho más profundo y más grave. Se produjo entonces una decantación en la que grupos -caso del GLAT (Groupe de Liaison pour l'Action des Travailleurs -Grupo de Enlace para la Acción de los Trabajadores) en Francia- que se empeñaban en negar que la crisis económica actual expresara la decadencia del capitalismo, se quedaron en la estacada, flotando en las nubes del más refinado de los academicismos, tras abandonar sin más su peregrina explicación de que la causa de la crisis económica era la lucha de clases.
Hoy el debate ya no versa sobre si la crisis es un signo de la decadencia del capitalismo, sino sobre las bases económicas de la decadencia misma. En ese sentido, este debate es ya una expresión de todo el proceso de clarificación que ha tenido lugar en los últimos años. Que el debate pueda enfocarse en esos términos es el resultado de un progreso real en el movimiento revolucionario.
Importancia del debate
Comprender que el capitalismo es un sistema social en decadencia es absolutamente crucial hoy para cualquier práctica revolucionaria. La imposibilidad de reformas o de liberaciones nacionales, la integración de los sindicatos en el Estado, el significado del capitalismo de Estado, la perspectiva a la que hace frente hoy la clase obrera, etc., son cuestiones fundamentales que no pueden comprenderse sin situarlas en el contexto del periodo histórico en que vivimos. Pero si bien es cierto que ningún grupo revolucionario coherente puede actuar sin comprender el período de la decadencia del capitalismo, también es verdad que la importancia inmediata del debate sobre los fundamentos económicos de esa decadencia parece estar menos clara. Aunque más tarde examinaremos estas cuestiones, queremos detenernos antes en algunos errores que se cometen al abordarla. Estos errores se resumen, a grandes rasgos, en tres:
1.- Negar la importancia de la cuestión alegando que es "académica" o "abstracta". Ejemplo de esta actitud es la del grupo "Worker's Voice" -La Voz de los Trabajadores- de Liverpool, (unificado en 1975 con "Revolutionary Perspectives" dando lugar a la "Communist Workers Organisation" (CWO); de la que se escindió un año después. Una de las debilidades de éste grupo -aunque no la más importante, en honor a la verdad- era su desinterés e incomprensión de la decadencia del capitalismo, limitándose su posición a afirmar vagamente que el capitalismo estaba en declive, lo que le llevó a graves confusiones. Algunos elementos de Liverpool, siendo aún miembros de la CWO, empezaron a desarrollar una visión completamente idealista y moralista de la lucha de clases; otros sucumbieron a las ilusiones inmediatistas ante la incapacidad de analizar las luchas meramente locales a las que se vieron confrontados. Hay que decir que, por lo general, estas actitudes de menosprecio de la "teoría" van de la mano de concepciones activistas sobre el trabajo político.
2.- Otro error es el de exagerar la importancia del debate. Dado que este peligro está mucho más extendido en el medio de los grupos revolucionarios, nos extenderemos algo más sobre él. Un ejemplo típico lo tenemos en la CWO, que no contenta con considerar que la tendencia a la baja de la tasa de ganancia es la única explicación económica de la decadencia del capitalismo, ve además en todos los supuestos errores políticos de otros grupos la consecuencia de las "falsas" explicaciones de éstos sobre la decadencia. Así, la CWO considera que: el activismo del grupo "Pour une Intervention Communiste" (PIC) es resultado directo de su análisis "luxemburguista" de la decadencia (ver Texto para la Reunión entre la CWO y PIC en "Revolutionary Perspectives", nº 8) y que las insuficiencias políticas de la CCI (que abarcarían desde sus análisis y su actitud respecto a la izquierda, hasta sus errores sobre el período de transición), vendrían a ser el resultado del análisis "luxemburguista" de ésta sobre la crisis económica. Y puesto que la CWO considera que las posiciones políticas no emanan, fundamentalmente, de la comprensión del período de la decadencia capitalista sino de la interpretación económica que se hace de ésta, deduce que cualquier reagrupamiento con otros grupos, que tengan un análisis diferente sobre este periodo, es imposible. Por otra parte la CWO insiste sobremanera en la necesidad de escribir artículos sobre "economía", en detrimento de otras preocupaciones que son responsabilidad igualmente de los revolucionarios.
Este sesgo academicista podemos verlo también en algunos círculos de estudio y discusión que están surgiendo, sobre todo en los que han aparecido en Escandinavia. Para muchos de estos compañeros resulta imposible llevar a cabo una actividad política regular y crear una organización, sin haber entendido antes, hasta la última coma, toda la crítica de Marx a la Economía Política. Y dado que esta tarea resulta prácticamente irrealizable, sucede que se retrasa indefinidamente el compromiso y la actividad militante, para dedicarse en cambio a sesiones de estudio de "El Capital" o a debates sobre la enésima elucubración del "marxismo" académico, a las que tan aficionadas son las universidades escandinavas, alemanas,...
Estos compañeros, que ponen un énfasis exagerado en el análisis económico, en realidad no comprenden qué es el marxismo; que no es en absoluto un nuevo sistema "económico" sino la crítica de la economía política burguesa hecha desde el punto de vista de la clase obrera. Ese punto de vista es el que, en última instancia, permite alcanzar una comprensión clara de los procesos económicos del capitalismo, y no al revés. Creer que la claridad política y la defensa de la perspectiva proletaria nacen de un estudio abstracto y contemplativo de la economía, pensar que es posible disociar la crítica marxista de la economía política de la visión militante del proletariado, equivale a abandonar las premisas fundamentales del marxismo: que la existencia precede a la conciencia y que son los intereses generales de las clases sociales los que determinan su visión de la economía y de la sociedad. La concepción de los camaradas lleva a una visión caricaturesca e idealista del marxismo al que se le considera como una especie de ciencia "pura", una disciplina académica pérdida en la abstracción, alejada del mundo sórdido y vulgar de la política y la lucha de clases.
La crítica de Marx, expresión de los intereses de clase del proletariado, a la economía política burguesa demostró que las teorías económicas de la burguesía eran, en resumidas cuentas, una apología de los intereses de clase de la burguesía. El análisis, que aparece en "El Capital" y en otras obras de Marx sobre la tendencia inherente del capitalismo a su hundimiento, constituye en realidad la elaboración teórica de la conciencia práctica que surge del ser histórico del proletariado, última clase explotada de la historia y portadora de un modo de producción superior y sin clases. Sólo desde el punto de vista de esta clase se puede comprender no solo el carácter transitorio del capitalismo sino que la solución a las contradicciones de éste está en el comunismo. De ahí que la existencia del proletariado precediera a la de Marx, y que podamos decir que las teorías elaboradas por Marx, o sea el marxismo, son producto del proletariado. Las concepciones generales que se desarrollan en el "Manifiesto Comunista" -que a nuestros academicistas les parecerán posiciones y polémicas "vulgarmente políticas"- precedieron y sentaron las bases de la reflexión más avanzada que aparece en "El Capital". "El Capital" mismo -al que el propio Marx llegó a llamar «mierda de la economía»- se concibió como la primera parte de un trabajo mucho más vasto que iba a tratar todos y cada uno de los aspectos de la vida política y social en el capitalismo. Quienes piensan que hay que saberse cada punto y cada coma de "El Capital", antes de entrar en las posiciones de clase del proletariado y defenderlas activamente, están volviendo del revés el marxismo y la historia.
Para Marx no hay distinción entre el análisis "político" y el análisis "económico". La visión de que el primero sería la comprensión práctica del mundo y el punto de vista de la clase proletaria, y el segundo la visión "objetiva", "científica", la que cualquier profesor universitario o cualquier "gurú" izquierdista, lo suficientemente espabilado como para leerse los volúmenes de "El Capital", podrían aplicar, no es la visión de Marx sino la de Kautsky y de otros teóricos de la Segunda Internacional, que veían el marxismo como una especie de ciencia neutra elaborada por intelectuales burgueses y aportada, "desde fuera", a la clase obrera en el capitalismo (el proletariado).
Para Marx, la teoría comunista es una expresión del movimiento mismo del proletariado: «Así como los economistas son los representantes científicos de la clase burguesa; los socialistas y los comunistas son los teóricos de la clase proletaria» ("Miseria de la Filosofía", Ediciones Progreso. Moscú. Pág. 121).
"El Capital", como todas las obras de Marx, es el producto militante y polémico de un comunista, de un combatiente del proletariado; no puede concebirse más que como un arma del proletariado, una contribución a su toma de conciencia y a su emancipación. ¿Cómo podría ser de otra forma la obra de Marx, cuando él mismo criticó a los filósofos radicales de la burguesía porque, como todos los filósofos, se limitaban a interpretar el mundo?
Marx se volcó en el estudio de la economía política porque quería dar una base más firme, un marco más coherente, a la perspectiva política que se derivaba de la lucha de la clase y de sus experiencias. Jamás consideró este estudio como una alternativa a la actividad política; es más, Marx interrumpió en numerosas ocasiones sus investigaciones para consagrarse a la organización de la Iª Internacional. Tampoco veía en ello la única fuente de las posiciones revolucionarias, puesto que no podían reemplazar a lo que constituía su verdadera sustancia: la conciencia histórica del proletariado.
Así como la claridad política se basa primordialmente en la capacidad para asimilar el contenido de la experiencia de la clase obrera, las confusiones políticas expresan esencialmente la incapacidad de hacerlo y, más aún, la penetración de la ideología burguesa. Por ejemplo, las confusiones de Bernstein sobre la posibilidad de que el capitalismo superase sus crisis, no eran únicamente resultado de su incapacidad para comprender el funcionamiento de la ley del valor, sino que reflejaban la creciente subordinación ideológica de la socialdemocracia a los intereses del capital. Por esa misma razón, la crítica que Rosa Luxemburgo y otros hicieron de las posiciones de los reformistas no provenía de que se sintieran "mejores economistas" que ellos, sino de su capacidad para defender una perspectiva de clase contra la penetración de la ideología burguesa.
3.- El tercer error, muy ligado al anterior, consiste en creer que el debate sobre las bases económicas de la decadencia se ha resuelto o se resolverá en el futuro. Esta visión parte, una vez más, del presupuesto de que los procesos económicos del capitalismo pueden ser completamente comprendidos si se es lo bastante listo, lo suficientemente científico, o si se tiene el tiempo necesario para estudiarlos. Sin embargo, y al margen de algunas ideas fundamentales, sobre todo aquellas relacionadas con la naturaleza y la experiencia del proletariado -la realidad de la explotación, la inevitabilidad de la crisis, el significado concreto de la decadencia,...-, muchos de los problemas planteados por el marxismo no pueden quedar jamás zanjados definitivamente, precisamente porque no todos ellos se derivan de la experiencia de la clase obrera en su lucha. Esto puede aplicarse a la cuestión de cuál es el factor que determina la decadencia del capitalismo. La experiencia futura de la clase obrera no bastará para determinar si la decadencia del capitalismo comenzó como resultado de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, o de la saturación del mercado mundial; a diferencia de lo que sucede con otras cuestiones aún "no resueltas", como la de la naturaleza exacta del Estado en el período de transición, que sí habrán de resolverse en la próxima oleada revolucionaria.
Creemos haber demostrado con esto que el debate sobre las verdaderas "causas" de la decadencia no puede darse por concluido, pero es además importante recalcar que Marx jamás pudo elaborar una teoría completa sobre la crisis histórica del capitalismo. Pretender lo contrario sería a-histórico, ya que Marx no pudo captar todo el fenómeno de la decadencia del capitalismo, dado que vivió en un período en el que este sistema estaba aún por desarrollarse en todo el planeta. Lo que sí hizo Marx fue adelantar ciertas indicaciones generales, algunos conceptos fundamentales y, sobre todo, un método para abordar el problema. Los revolucionarios de hoy deben reapropiarse de ese método pero, precisamente porque el marxismo no es una doctrina anquilosada sino un análisis dinámico de una realidad cambiante, no pueden usar ese método y al mismo tiempo reivindicar el pretendido "marxismo ortodoxo" que, supuestamente, habría dicho ya la última palabra sobre todos los aspectos de la teoría revolucionaria. Esta actitud sólo conduce, en realidad, a distorsionar lo que de verdad dijo Marx. La CWO, por ejemplo, que se empeña en demostrar que la explicación de la decadencia basada en la tendencia decreciente de la tasa de ganancia es la única explicación marxista, cae en el error de dejar de lado la cuestión de la sobreproducción de mercancías, o sea el problema del mercado. La CWO afirma que el interés por esta última cuestión no tiene nada que ver con Marx, y lo presenta como una variante de la teoría del subconsumo y de otras confusiones de Sismondi y Malthus. Sin embargo, tal y como veremos más adelante, el problema de la sobreproducción sí que ocupa un lugar central en la teoría de Marx sobre la crisis. Si queremos que el debate sobre la decadencia sea fructífero hemos de dejar atrás sectarismos y "ortodoxias" y tratar sobre todo de definir un cuadro general en el que pueda desarrollarse un enfoque marxista de la discusión.
Dos teorías sobre la crisis
No existen mil y una teorías sobre la crisis en la tradición marxista. El declive del capitalismo no es el resultado ni de la avidez de los capitalistas, ni del "triunfo del socialismo en una sexta parte de la Tierra", ni del agotamiento de los recursos naturales. Existen básicamente dos explicaciones de la crisis histórica del capitalismo. Ya Marx señaló dos contradicciones fundamentales que se encuentran en la raíz de las crisis de crecimiento por las que pasó el capitalismo a lo largo del siglo XIX y que, en un momento de su evolución, le llevarían a su etapa histórica de decadencia y le empujarían a una crisis mortal que pondría la revolución comunista a la orden del día. Esas dos contradicciones son: 1) la tasa de ganancia, que tiende a decrecer dada la inevitabilidad de una elevación constante de la composición orgánica del capital, y 2) el problema de la sobreproducción, enfermedad innata del capitalismo por la que produce más de lo que el mercado puede absorber. Aunque Marx elaboró un marco de análisis en el que estos dos fenómenos aparecen directamente relacionados, es bien cierto que él mismo no pudo completar su examen del sistema capitalista, por lo que en según que escritos, ponía el énfasis en uno u otro al señalar la causa fundamental de la crisis. En "El Capital" (libro III, sección 3ª) se señala efectivamente la tendencia decreciente de la tasa de ganancia como la principal barrera a la acumulación, aunque aparece también (como veremos más adelante) el problema del mercado. En su polémica con Ricardo (Teorías sobre la Plusvalía: Libro IV de "El Capital") Marx considera, en cambio, la sobreproducción de mercancías como el «fenómeno básico de las crisis». Precisamente el hecho de que Marx no pudiera completar su teoría sobre esta cuestión crucial es lo que ha llevado a la controversia, en las filas del movimiento obrero, sobre las bases económicas de la decadencia capitalista. Pero, como ya hemos dicho, esto no se debe únicamente a la incapacidad personal de Marx -no poder completar su obra "El Capital"- sino a las propias limitaciones de la etapa histórica en que vivió.
En el periodo que siguió a la muerte de Marx y Engels la situación histórica se caracterizó por una relativa estabilidad económica en las metrópolis capitalistas y por la carrera desenfrenada entre las principales potencias capitalistas por anexionarse las zonas del planeta que aún restaban por conquistar. Las discusiones sobre las causas específicas de las crisis capitalistas tendieron, en ese momento, a situarse en el contexto de los encendidos debates que, en el seno de la Segunda Internacional, enfrentaron a reformistas y a revolucionarios. Los primeros negaban que el capitalismo pudiese encontrar barreras fundamentales en su expansión. Los segundos comenzaban a darse cuenta de que el imperialismo constituía un síntoma del agotamiento de la fase ascendente del capitalismo. En esos años, la teoría "ortodoxa" del marxismo sobre la crisis, tal y como la defendían Kautsky y otros, se centraba más bien sobre el problema de los mercados, pero sin sistematizarlo y sin relacionarlo con la decadencia del sistema; hasta que Rosa Luxemburgo publicó, en 1913, su obra "La acumulación del capital". Este texto constituye la exposición más coherente de la tesis según la cual la decadencia del capitalismo es, en primer lugar y ante todo, consecuencia de la incapacidad de este sistema social para ampliar continuamente el mercado. Luxemburgo desarrolló el argumento de que ya que la totalidad de la plusvalía del capital social global no puede, por su propia naturaleza, ser realizada en el seno de las relaciones sociales capitalistas, el crecimiento del capitalismo depende de sus continuas conquistas de mercados pre-capitalistas; y por tanto que el agotamiento relativo de estos mercados, lo que sucedió a finales del siglo XIX y principios del XX, es lo que precipitó al sistema capitalista a una nueva etapa de barbarie y guerras imperialistas.
La 1ª Guerra Mundial confirmó que esa nueva época era ya una realidad y que el capitalismo entraba en una nueva etapa. La posición de que se inauguraba «el período de la descomposición y el derrumbe de todo el sistema capitalista mundial» ("Carta de Invitación al Primer Congreso de la Internacional Comunista (I.C.)". Enero de 1919) constituyó un verdadero axioma para todo el movimiento revolucionario de aquella época. Sin embargo la Internacional Comunista no adoptó una posición unánime sobre las causas específicas de la descomposición capitalista; los principales teóricos de la I. C., como Lenin o Bujarin, no compartían el punto de vista de Luxemburgo y ponían más énfasis en la "tendencia decreciente de la tasa de ganancia"; Lenin, por ejemplo, estuvo particularmente influenciado por las estrafalarias tesis de Hilferding sobre la teoría de la concentración -un auténtico callejón sin salida para el pensamiento marxista. Lo cierto es que la I.C. jamás elaboró un análisis completo de la decadencia capitalista; por el contrario, sus análisis estuvieron marcados, sobre todo, por una incapacidad para comprender que la totalidad del mundo capitalista estaba ya en decadencia y, por tanto, no había lugar ya para revoluciones burguesas o liberaciones nacionales de las colonias.
Las minorías revolucionarias más coherentes de ese momento y del período de derrota que le sucedió, es decir los revolucionarios de la Izquierda Comunista de Alemania e Italia, se inclinaban más hacia la teoría de Rosa Luxemburgo. Esta tradición ha mantenido una continuidad que va desde el KAPD, Bilan, Internationalisme,..., hasta la CCI de hoy. Durante los años 30, Paúl Mattick, que pertenecía al movimiento de los Comunistas de los Consejos, retomó la crítica de Henryk Grossman a Rosa Luxemburgo y la idea de que la crisis permanente del capitalismo aparece cuando la composición orgánica del capital alcanza tal magnitud que hay cada vez menos plusvalía para relanzar la acumulación. Esta teoría, aunque revisada en algunos puntos, es la que hoy defienden grupos como la CWO, Battaglia Comunista y algunos grupos surgidos en Escandinavia, y la que también comparten algunos militantes de la CCI. Podemos ver por tanto que el debate que hoy se desarrolla tiene sus raíces históricas en un largo camino que empezó con Marx.
Marx: La cuestión de los mercados y la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
El debate sobre los fundamentos económicos de la decadencia capitalista plantea, de entrada, dos interrogantes: ¿se excluyen mutuamente las dos explicaciones?, ¿conducen a conclusiones políticas diferentes? Examinemos primero un aspecto de la primera de estas preguntas. Quienes defienden hoy la teoría de Mattick afirman que la tesis de Rosa Luxemburgo no tiene nada que ver con Marx. De ser así no cabría entonces hablar de un debate entre ambas posiciones.
En los últimos años algunos de los revolucionarios, surgidos al calor de la reanudación de la lucha de clases, defienden la tesis de Mattick porque les parece, entre otras razones, que la tendencia decreciente de la tasa de ganancia se ajusta mejor a los análisis desarrollados por Marx en "El Capital". "Marx sitúa la crisis en «la esfera de la producción» y no en la de la «circulación», nos dicen al tiempo que nos reprochan: "como la misma burguesía, os interesáis por "el problema del mercado". La mayoría de los compañeros que nos hacen tales recriminaciones adoptan también el grito de guerra de los "críticos" del trabajo de Luxemburgo en 1913: "toda la teoría de Rosa Luxemburgo se basa en una incomprensión de los esquemas de la reproducción ampliada que figuran en el Libro II de El Capital. El problema que plantea Rosa sobre la realización de la plusvalía no existe como tal". En Revolutionary Perspectives, nº 6 encontramos una muestra particularmente virulenta de esto, de cómo CWO, con su acostumbrado sectarismo, acusa a Luxemburgo de haber abandonado completamente el marxismo.
No vamos a responder aquí a ese texto pero sí que nos concentraremos en explicar por qué la CCI considera que la teoría de Rosa Luxemburgo se inscribe, plenamente, en el método marxista, y también por qué la explicación de la decadencia por medio de la tesis sobre el problema de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, en realidad oscurece algunos aspectos cruciales de los análisis de Marx. Para entrar en materia tomemos, en primer lugar, una cita del mencionado artículo de R. P.: «Marx no dijo que la desproporción entre sectores no podía ser causa de la crisis (...). Lo que sí demostró es que la contradicción fundamental del modo de producción capitalista, su contradicción histórica, no se situaba en el proceso de circulación».
Esta afirmación ignora completamente lo que explicó Marx sobre las crisis. La idea de que las crisis de sobreproducción se debían a una "desproporción" entre sectores -o sea que no tenían su causa en las relaciones sociales capitalistas sino que se trataba de inadecuaciones pasajeras y contingentes entre la oferta y la demanda- era la idea que defendían precisamente Say y Ricardo, y que Marx atacó en sus "Teorías sobre la Plusvalía": «La concepción que Ricardo ha adoptado del vacuo e insustancial Say (...) de que es imposible la sobreproducción o, por lo menos, la saturación general del mercado, se basa en el principio de que los productos siempre se cambian por productos o, como ha dicho Mill, en el "equilibrio metafísico de los vendedores y los compradores" convertido más tarde (en el principio de que) la demanda sólo está determinada por la producción o, incluso, en el principio de la identidad entre la demanda y la oferta». (Karl Marx: "Teoría Económica". Barcelona 1967. Págs. 237-238). Más adelante, sobre la "explicación" de los ricardianos, incluso dice: "(explicar) la sobreproducción por un lado y la subproducción por otro sólo puede significar una cosa: si la producción fuese proporcional no habría superproducción". (Ídem. Pág. 281).
Marx denuncia estas "fantasías" e insiste en que la teoría de que la superproducción generalizada es imposible es una apología ciega de la producción capitalista. Para Marx, la sobreproducción no es simplemente una interrupción pasajera en un proceso de acumulación regular y constante y nos dice que tal armonía entre la oferta y la demanda tal vez sea teóricamente posible en una economía de simple producción de mercancías, pero no en una sociedad basada en relaciones de clase capitalistas, en la producción de plusvalía. En realidad, dice: "La sobreproducción está específicamente condicionada por la ley general de la producción del capital: se produce a la medida de las fuerzas productivas, es decir, de acuerdo con la posibilidad que tiene una determinada cantidad de capital de explotar una cantidad máxima de trabajo, sin atender a los límites efectivos del mercado ni a las necesidades solventes capaces de pagar. Y esto ocurre a través de la expansión constante de la reproducción y la acumulación y, por consiguiente, de la reconversión constante de la renta en capital; quedando limitada la masa de los productores al nivel medio de las necesidades, que es lo que tiene ser necesariamente, según las bases de la producción capitalista". (Ídem. Pág. 284).
Marx profundiza más sobre los límites intrínsecos del mercado capitalista cuando recalca: "La mera relación entre el trabajador asalariado y el capitalista implica que:
1.- la gran mayoría de los productores (los obreros) son no-consumidores (es decir, no compradores) de una parte considerable de su producto, concretamente de los instrumentos de trabajo y de las materias primas.
2.- la gran mayoría de los productores (es decir, los obreros) sólo pueden consumir el equivalente del producto cuando en realidad producen más que este equivalente (plusvalía o producto adicional). Ha de haber constantemente obreros que produzcan con exceso, por encima de sus necesidades para poder ser consumidores o compradores dentro de los límites de sus necesidades". (Ídem. Págs. 265-66).
Debido a esa limitación "interna" del mercado capitalista, el mercado "externo" debe ser ampliado constantemente si el capitalismo quiere evitar la sobreproducción , debida precisamente a esos límites "internos" del sistema capitalista; dice Marx: "Simplemente admitir que el mercado se ha de ampliar junto con la producción es admitir, desde otro ángulo, que la sobreproducción es posible; por estar el mercado limitado externamente en sentido geográfico, el mercado interior está limitado comparado con un mercado a la vez interior y exterior, y éste a su vez restringido en comparación con el mercado mundial -el cual es, a su vez, un mercado constantemente limitado, aunque sea capaz de expansionarse. Por consiguiente, admitir que el mercado se ha de ampliar si queremos que no haya sobreproducción supone admitir que la sobreproducción es posible. Puesto que el mercado y la producción son dos factores independientes, es perfectamente posible que la expansión de uno no se corresponda con la expansión de la otra, que los límites del mercado no se puedan ampliar con bastante rapidez para la producción o bien que los nuevos mercados -las nuevas ampliaciones del mercado- puedan ser rápidamente absorbidos por la producción, de modo que el mercado ampliado represente una traba para la producción como lo era el anterior mercado, más limitado.
Ricardo, consecuente consigo mismo, niega la necesidad de la expansión del mercado que se corresponde con la expansión de la producción y el crecimiento del capital". (Ídem. Pág. 274).
Marx vuelve a este punto en la sección en que trata la "tendencia decreciente de la cuota de ganancia": "La extracción de esta plusvalía constituye el proceso directo de producción, el cual, como queda dicho, no tiene más límites que los señalados más arriba. La plusvalía se produce tan pronto como la cantidad de trabajo sobrante que puede exprimirse se materializa en mercancías. Pero con esta producción de plusvalía finaliza solamente el primer acto del proceso capitalista de producción, que es un proceso de producción directo. El capital ha absorbido una cantidad mayor o menor de trabajo no retribuido. Con el desarrollo del proceso, que se traduce en una disminución de la cuota de ganancia, la masa de la plusvalía así producida se incrementa en proporciones enormes. Aquí empieza el segundo acto del proceso. La masa total de mercancías, el producto total, tanto la parte que repone el capital constante y el variable como la que representa la plusvalía, necesita venderse. Si no logra venderse o sólo se vende en parte o a precios inferiores a los de producción, aunque el obrero haya sido explotado su explotación no se realiza como tal para el capitalista. Las condiciones de la explotación directa y las de su realización no son idénticas. No solo difieren en cuanto al tiempo y al lugar, sino también en cuanto al concepto. Unas están limitadas solamente por la capacidad productiva de la sociedad, otras por la proporcionalidad entre las diferentes ramas de la producción y la capacidad de consumo de la sociedad. Pero esta capacidad no se halla determinada ni por la capacidad productiva absoluta ni por la capacidad absoluta de consumo, sino por la capacidad de consumo basada en las condiciones antagónicas de distribución que reducen el consumo de la gran masa de la sociedad a sólo un mínimo, susceptible de variación dentro de límites muy estrechos. Está limitada además por el impulso de acumulación; es decir, por la tendencia a acrecentar el capital y a producir plusvalía a una escala ampliada. Esta es una ley fundamental de la producción capitalista, ley que obedece a las constantes revoluciones operadas en los propios métodos de producción: la depreciación constante del capital existente, que supone la lucha general de la competencia, y la necesidad de perfeccionar la producción y ampliar su escala, simplemente como medio de conservación y so pena de perecer. El mercado tiene por tanto que extenderse constantemente, de modo que sus conexiones y las condiciones que lo regulan van adquiriendo cada vez más la forma de una ley natural, independiente de la voluntad de los productores, cada vez más incontrolable. La contradicción interna tiende a compensarse mediante la expansión en el campo externo de la producción. Pero cuanto más se desarrolla la capacidad productiva más choca con los angostos fundamentos sobre los que descansan las condiciones del consumo. Partiendo de esta base contradictoria, no es en modo alguno una contradicción que el exceso de producción vaya unido al exceso de población. Si bien la combinación de ambos factores aumenta la masa de plusvalía producida, también se acentúa con ello la contradicción entre las condiciones en las que la plusvalía se produce y en las que se realiza". (Marx: "El Capital". Tomo III. Pág. 243. Fondo de Cultura Económica. México. Resaltado por nosotros).
Ahora bien, como Luxemburgo explica en "La acumulación de capital", cuando Marx habla de "la expansión del campo externo de la producción" o del "comercio exterior" se refiere a la expansión y al comercio hacia y con las áreas no capitalistas; eso se debe a su esquema de la acumulación, en el que Marx considera al conjunto del mundo capitalista como una sola nación, compuesta exclusivamente por obreros y capitalistas. Al contrario de lo que afirma la CWO, que no entiende cómo es posible realizar la plusvalía con tal comercio (ver Revolutionary Perspectives, nº 6. Págs. 15-16), Marx reconocía claramente la posibilidad: "Al contrario, dentro de su proceso de circulación, en el que el capital industrial funciona como dinero o como mercancía, el ciclo del capital industrial, ya sea como capital-dinero o como capital-mercancías, se entrecruza con la circulación de mercancías de los más diversos tipos sociales de producción, siempre y cuando sean, al mismo tiempo, sistemas de producción de mercancías. Poco importa que las mercancías sean el producto del tipo de producción basado en la esclavitud o del trabajo de unos campesinos (chinos, ryots indios, etc.), del régimen comunal (Indias orientales holandesas) o de la producción del Estado (como ocurre en ciertas épocas primitivas de la historia de Rusia, basadas en la servidumbre), de los pueblos semisalvajes dedicados a la caza o ..., etc.; cualquiera que sea su origen se enfrentan como mercancías y dinero al dinero y las mercancías que representan el capital industrial y entran tanto en el circulo de éste como en el de la plusvalía contenida en el capital-mercancías; siempre y cuando ésta se invierta como renta; entran, por tanto, en las dos ramas de circulación del capital-mercancías. El carácter del proceso de producción del que proceden es indiferente para estos efectos, funcionan como tales mercancías en el mercado y entran como mercancías tanto en el ciclo del capital industrial como en la circulación de la plusvalía adherida a él". (Ídem. Tomo II. Pág. 98).
Marx no solo acepta la posibilidad de tal comercio; también se da cuenta de su necesidad, al ver que el proceso mismo de comerciar que va acompañado de la destrucción y la absorción de los mercados precapitalistas no es otro que la manera que el capitalismo tiene de "extender constantemente su mercado" durante su fase ascendente. Veamos qué dice Marx:"En primer lugar, tan pronto como se realiza el acto D-Mp (Dinero-Mercancías), las mercancías dejan de ser mercancías para convertirse en una de las modalidades del capital industrial, en su forma funcional de P, de capital productivo (P). Con ello sus orígenes quedan borrados; sólo existen ya como formas reales del capital industrial, incorporadas a él. Queda en pie, sin embargo, la necesidad de la reproducción para poder reponerlas y, en este sentido podemos decir que el régimen capitalista de producción se halla condicionado por los tipos de producción que quedan al margen de su fase de desarrollo. No obstante, la tendencia del régimen capitalista es la de ir convirtiendo toda la producción, siempre que le sea posible, en producción mercantil; el medio principal del que se vale para ello consiste, precisamente, en incorporar las mercancías a su proceso circulatorio. Una producción mercantil desarrollada no puede ser sino una producción capitalista de mercancías. La intervención del capital industrial estimula en todas partes esa transformación que lleva aparejada la conversión de todos los productores directos en obreros asalariados". (Ídem. Pág. 99).
De hecho Marx había mostrado ya, en el Manifiesto Comunista, cómo la expansión misma del mercado capitalista, aún resolviendo sus crisis a corto plazo, lo que conseguía a largo plazo era empeorar el problema de la sobreproducción: "Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? En parte por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; en parte por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace? Preparando crisis más extensas y violentas al ir disminuyendo los medios de prevenirlas" (Marx, Engels: "El Manifiesto Comunista". Obras escogidas (3 tomos). Tomo I. Moscú 1976. Pág. 116).
Se puede ver que el problema de la realización abordado por Luxemburgo en "La acumulación del Capital" no era un "falso problema" originado por una "mala lectura" de Marx. Al contrario, la tesis de Luxemburgo está en continuidad esencial con la teoría de la crisis de Marx: o sea, que la producción capitalista tiene límites intrínsecos a su propio mercado por lo que debe expandirse continuamente a nuevos mercados si es que quiere evitar una crisis generalizada de sobreproducción. Luxemburgo demostró que el esquema de la reproducción ampliada que aparece en el tomo II de "El Capital" contradice esta visión en la medida en que se acepta la posibilidad de que la acumulación cree su propio mercado. Pero Luxemburgo también señaló que este modelo es válido como abstracción teórica que permite ilustrar ciertos aspectos del proceso de circulación. No pretendiendo usarlo como el esquema de la acumulación histórica real ni como una explicación de las crisis y seguramente tampoco para "resolver" el problema de la sobreproducción, Marx cae en ciertas contradicciones en la utilización que hace del esquema trazado y que son puestas a la luz por Luxemburgo. Pero lo fundamental es que tanto Marx como Luxemburgo sabían qué diferencias existen entre los modelos abstractos y el proceso real de la acumulación. Nada más extraño al sentimiento de Marx que los estériles intentos de Otto Bauer por probar "matemáticamente": que la acumulación puede efectuarse sin tropezar con los límites intrínsecos del mercado, y que Rosa estaba equivocada porque no había hecho correctamente sus cálculos. Respecto a la incomprensión del esquema de la reproducción ampliada de Marx hay que decir que quienes se alejan de éste son los que lo toman al pie de la letra, "liquidando" el problema de la realización, y no Rosa Luxemburgo. Si se interpreta el modelo al pie de la letra, no se puede evitar afirmar que el capitalismo puede crear indefinidamente su propio mercado, algo que Marx negaba explícitamente.
Esto pone a muchos de los críticos de Luxemburgo en una posición contradictoria. Por ejemplo, Mattick se adentra más en el problema de la realización que la CWO; en su obra "Crisis y teoría de las crisis" señala: "En el sistema capitalista no puede haber contradicción entre los diversos sectores de la producción, ni una concordancia perfecta entre la producción y el consumo" (Ediciones Península).
A fin de cuentas Mattick rechaza aquí, finalmente, esta percepción cuando arguye que el capitalismo no tiene ningún problema fundamental en la realización, debido a que la acumulación crea su propio mercado: "La producción mercantil crea su propio mercado en la medida en que es capaz de convertir plusvalía en nuevo capital. La demanda de mercado es una demanda de bienes de consumo y de bienes capitales. La acumulación sólo puede basarse en los bienes capitales, ya que el producto consumido no se puede acumular, simplemente desaparece. Lo que permite la realización de la plusvalía fuera de las relaciones de cambio capital-trabajo asalariado, es el crecimiento del capital en su forma física. Mientras exista una demanda adecuada y continua de bienes capitales no hay ninguna razón por la que las mercancías no puedan ser vendidas al ofertarse en el mercado". (Marx y Keynes).
Es evidente que aquí Mattick trata de evadirse del problema: "... en la medida en que es capaz de convertir plusvalía en nuevo capital...", "Mientras exista una demanda adecuada y continua...". ¿De dónde sale esa demanda continua? No se sabe. Mattick cae en el "carrusel incesante" de "la producción por la producción misma" a la que se refiere R. Luxemburgo en su obra "La acumulación del capital". Los críticos de Luxemburgo citan a menudo al Marx que dice que la producción capitalista es producción por la producción misma, pero esa cita hay que verla en su contexto. Marx no quería decir que la producción capitalista podría resolver sus problemas invirtiendo en un enorme montón de bienes capitales sin tener en cuenta la capacidad de la sociedad para consumir los bienes producidos. He aquí lo que decía: "... los capitalistas aumentan también sus gastos. Además, como ya hemos visto (Libro II, Sección III, págs. 376-379) se produce una circulación continua entre unos y otros capitales constantes (aún prescindiendo de la acumulación acelerada) que es, por el momento, independiente del consumo individual en el sentido de que no entra nunca en éste, aunque en definitiva lo limita puesto que la producción de capital constante no se realiza nunca en la producción misma, sino simplemente porque hay más demanda de ese consumo en las distintas ramas de producción cuyos productos entran en el área del consumo individual". ("El Capital": Tomo III. Pág. 297. F. C. E., México).
Según Mattick no existe el problema de que una fracción de la plusvalía no se realice, ya que la "inversión" que entraña la acumulación adicional de capital constante acaba absorbiendo todo lo que está en circulación. La crisis resulta sólo de una sobreacumulación de capital constante respecto al variable, o sea la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Pero como Rosa advertía en "La Acumulación del capital": "El consumo de los trabajadores es, en el régimen capitalista, una consecuencia de la acumulación; nunca su medio ni su fin... Los obreros, en todo caso, solo pueden consumir aquella parte del producto que corresponde al capital variable, y nada más. ¿Quién realiza pues la plusvalía que crece constantemente? El esquema responde: los capitalistas mismos y sólo ellos. ¿Y qué hacen con su plusvalía creciente? El esquema responde: la utilizan para ampliar más y más su producción. Estos capitalistas son, pues, fanáticos de la ampliación de la producción por la ampliación de la producción misma... Pero lo que de este modo resultará no es una acumulación del capital sino una producción creciente de medios de producción sin fin alguno..." (Rosa Luxemburgo: "La acumulación de capital". México 1967. Pág. 256).
Este "objetivo" de producir más y más bienes de producción sólo puede ser la expansión constante del mercado para todos los productos del capital. De no ser así, al sostener que la "inversión" de por sí resuelve los problemas del mercado, se adoptan las falsas soluciones criticadas por Marx en "El Capital": "Por último, si se afirma que los capitalistas sólo tienen que cambiar entre sí y consumir mercancías, se pierde de vista el carácter de la producción capitalista en su conjunto y se olvida que lo fundamental para ésta es la valorización del capital y no su consumo. En una palabra, todas las objeciones que se hacen contra los fenómenos tangibles de la sobreproducción (fenómenos que no se preocupan en lo más mínimo de tales objeciones) tienden a sostener que los límites de la producción capitalista no son límites de la producción en general, ni por tanto de esta forma específica de producción que es la capitalista". (Tomo III. Págs. 254-255. F. C. E. México).
Aquellos que sostienen que la acumulación del capital constante resuelve el problema de la acumulación están simplemente repitiendo la idea de que los capitalistas pueden simplemente intercambiar sus productos entre sí, aunque lo hacen -por así decirlo- para el "futuro" y no para el consumo inmediato. Pero, tarde o temprano, el capital constante invertido tendrá que hallar un verdadero mercado para los bienes producidos o, de lo contrario, el ciclo de la acumulación se vendrá abajo. Debido a que no hay manera de evitar este problema, afirmamos que la aseveración de Luxemburgo, de que la plusvalía en su totalidad no puede ser realizada dentro de las relaciones sociales de la sociedad capitalista, es la única conclusión válida de la idea de Marx de que la producción capitalista no crea su propio mercado. Ésta es la única alternativa a la teoría de Ricardo que sostiene que las crisis de sobreproducción son simples interrupciones accidentales de un ciclo de reproducción básicamente armónico. Los partidarios de la teoría de la "tasa de beneficio" de Mattick están con Marx cuando ponen el énfasis en la importancia de la tendencia a la baja del tipo de beneficio (tendencia decreciente de la tasa de ganancia) como factor de la crisis capitalista, pero están con Say y Ricardo cuando niegan que el problema de la realización es fundamental para el proceso de acumulación capitalista.
¿Dos teorías o una sola?
A partir de lo que hemos dicho más arriba está claro que no puede haber un análisis marxista de la crisis que ignore el problema del mercado como factor fundamental de la crisis capitalista. Incluso el argumento avanzado por Mattick y otros de que la sobreproducción de mercancías, siendo un problema real, es sólo un efecto secundario de la tendencia a la baja del tipo de beneficio, elude la verdadera cuestión que plantean Marx y Luxemburgo: el mercado de la producción capitalista se halla limitado por la relación misma entre trabajo asalariado y capital. Tanto el descenso de la tasa de beneficio como el problema del mercado existen como contradicciones primordiales del capitalismo. Al mismo tiempo, ambas contradicciones están íntimamente ligadas y se condicionan mutuamente de múltiples formas. La cuestión es ¿Cuál es el marco más adecuado para comprender cómo obran entre sí estos dos fenómenos?
Se podrá argumentar que el análisis de Mattick no puede ofrecer tal marco, en la medida en que niega que exista un problema de mercado. La teoría de Luxemburgo, en cambio, no rechaza el descenso de la tasa de beneficio. Es verdad que en "La acumulación del capital" Luxemburgo desarrolla un modelo abstracto, ciertamente, según el cual "la tendencia a la baja del tipo de beneficio se detendrá por completo". En "Una anticrítica" sostiene que: "... queda aún tiempo para que sobrevenga por este camino el hundimiento del mundo capitalista, tanto como el que queda para la extinción del sol" ("La Acumulación de capital". Pág. 393).
Se podría decir que estas citas expresan una subestimación del problema por parte de Luxemburgo, pero en su enfoque básico no hay nada que lo rechace; a decir verdad en "La acumulación del capital" nos brinda algunos ejemplos de la acción reciproca entre el descenso de la tasa de beneficio y el problema del mercado (ver más abajo).
La razón por la cual Rosa ponía énfasis en el problema del mercado como raíz de la decadencia es fácil de averiguar. Como señaló Marx, el descenso de la tasa de ganancia como factor de la crisis aparece como una tendencia general que se expresa a lo largo de amplios periodos y con una serie de influencias que se contrarrestan. Mientras que al contrario, el problema de la realización puede obstruir el proceso de la acumulación de una manera más directa e inmediata; lo cual se ha mostrado como cierto respecto a las crisis coyunturales del siglo XIX y a la crisis histórica del capitalismo. La absorción de las áreas precapitalistas que habían permitido la extensión continua del mercado fue una barrera a la que se enfrentó el capital desde mucho antes de que su composición orgánica se hinchara a tal escala como para impedir mantener una producción rentable. Pero, como se evidencia en la "Plataforma de la CCI": "... la dificultad creciente que tiene el capital para encontrar los mercados donde realizar su plusvalía, acentúa la presión a la baja que ejerce sobre la tasa de ganancia el aumento constante de la proporción entre el valor de los medios de producción y el de la fuerza de trabajo que los pone en funcionamiento. La baja de la tasa de ganancia, en un principio tendencia, se vuelve cada vez más efectiva, lo cual entorpece aún más el proceso de la acumulación del capital y, por tanto, el funcionamiento de todo el engranaje del sistema".
La saturación del mercado mundial, por un lado, empeora el descenso de la tasa de ganancia (porque el incremento de la competencia en un mercado cada vez más reducido obliga a los capitalistas a renovar los equipos antes de que todo su valor se haya desgastado) y, por otro, elimina una de sus influencias negativas más importantes: compensar la baja de la cuota de ganancia incrementando su masa; es decir, inflando el volumen de mercancías producidas. Todo esto puede compensar al descenso de la tasa de ganancia sólo mientras la expansión del mercado se mantenga en proporción a este incremento de la masa mercantil. Cuando el mercado no puede extenderse más la compensación sólo empeora las cosas, agravando tanto el descenso de la cuota de ganancia como el problema de la realización. Mucho trabajo y estudio deben hacerse aun sobre esta cuestión pero hay que tener en cuenta que, aunque es cierto que Luxemburgo no resolvió todos los problemas, el marco que elaboró permite comprender de forma más completa el papel que juega el descenso de la cuota de ganancia.
¿Es que el problema va más lejos? ¿Es que hay una contradicción básica en el pensamiento mismo de Marx (ya que no se logra "reconciliar" los dos fenómenos)? Claro que a primera vista parece que la tesis de que la crisis resulta de que hay demasiada plusvalía no realizada, no puede ser "conciliada" con la tesis de que la crisis está causada por una escasez de plusvalía. Vamos a intentar mostrar qué hay en el fondo.
Pese a que Marx nunca resolvió este problema existen elementos en su obra que nos permiten decir que ambas contradicciones son parte efectivamente de un todo dialéctico. Para empezar: "Por lo demás, el capital está formado por mercancías razón por la cual la sobreproducción de capital contiene también la sobreproducción de mercancías. De aquí el peregrino fenómeno de que los mismos economistas que niegan la sobreproducción de mercancías reconozcan la sobreproducción de capital" (El Capital. Tomo III. Pág. 254. F. C. E. México).
Una vez comprendido esto se puede ver que las dos contradicciones actúan necesariamente juntas en las crisis capitalistas; de un lado, la sobreproducción de capital causa un descenso en la cuota de ganancia debido a que implica un desajuste al alza de la relación entre el capital constante y el variable; de otro, esta enorme masa de capital constante produce una abundancia de mercancías que va excediendo cada vez más el poder de consumo del capital variable (o sea, de los asalariados), en relativa disminución. Espoleado por la competencia hacia un mercado restringido, el capital y su capacidad de vomitar mercancías crece y se hincha enormemente, mientras que las masas asalariadas se empobrecen más y más en relación al capital; cada mercancía contiene cada vez menos beneficios, cada vez pueden venderse menos mercancías,... La cuota de ganancia y la capacidad de realización se hunden juntas y una agrava las dificultades de la otra. La aparente contradicción, entre "tener demasiada" y "no tener bastante" plusvalía, desaparece cuando se ve claramente que nos estamos refiriendo al capital en conjunto y que estamos hablando en términos relativos y no absolutos. Es evidente que para el Capital -entendido como un todo- jamás hay una saturación absoluta de mercados, ni la cuota de ganancia baja a un cero absoluto que acabaría con toda la plusvalía disponible,... De hecho, como Luxemburgo demostró, a un cierto nivel de la concentración de capital el "exceso" y la "escasez" de plusvalía son la misma cosa, vista desde un punto de vista diferente: "Si la capitalización de la plusvalía es un fin en sí mismo y un motivo impulsor de la producción, la renovación del capital constante y del variable (así como la parte consumida de la plusvalía) es la amplia base y la condición previa de aquella. A medida que, con el desarrollo internacional del capitalismo, la capitalización de la mercancía se hace cada vez más apremiante y precaria, la amplia base (del capital constante y del variable) es una masa cada vez más potente, en absoluto y en relación con la plusvalía. De ahí se desprende un hecho contradictorio: los antiguos países capitalistas constituyen entre sí mercados capitalistas cada vez más grandes, y son cada vez más indispensables los unos para los otros, mientras que al mismo tiempo combaten cada vez más celosamente, como competidores, en sus relaciones con países no capitalistas. Las condiciones de la capitalización de la plusvalía se hallan cada vez más en contradicción entre ellas, lo cual no es, después de todo, más que un reflejo de la contradictoria ley de la cuota decreciente de beneficio". (R. Luxemburgo: "La acumulación del capital". Pág. 282).
En otras palabras, es una masa de plusvalía cada vez más reducida la destinada a la capitalización, pero aún así sigue siendo "excesiva" respecto a la demanda efectiva. Y esta plusvalía cada vez más "reducida" (aunque superior al valor que simplemente sustituye al capital inicialmente desembolsado) resulta de una composición orgánica de capital cada vez más alta.
En consecuencia, parece claro que las dos contradicciones trazadas por Marx no se excluyen mutuamente sino que son dos aspectos del proceso total de la producción de valor. Esto es lo que, en última instancia, hace posible que las "dos" teorías de la crisis se vuelvan una sola.
Consecuencias políticas
Hemos tratado de probar que, a fin de cuentas, la "cuota de ganancia" y los problemas del "mercado" son teóricamente "reconciliables", aunque el enfoque de Grossman-Mattick lo ignore o no tenga en cuenta el problema de la realización de la plusvalía. Los puntos débiles, en la teoría de Mattick a nivel "económico", implican también ciertas insuficiencias en las conclusiones políticas que de estos se derivan. Aunque debemos limitarnos aquí a una breve mención de estos puntos débiles, y pese a que repetimos que no se pueden derivar posiciones políticas mecánicamente de los análisis económicos, esto no significa que simplemente no existan consecuencias políticas. Éstas toman más la forma de tendencias que de leyes férreas y aparecen más pronunciadas en unos que en otros. Sin embargo, hay ciertas características comunes que parecen ser compartidas por las diferentes corrientes que defienden la teoría económica de Mattick.
Si se parte únicamente del análisis de la cuota decreciente de ganancia, es muy difícil definir el curso histórico de la crisis capitalista. Esto se aplica tanto a la definición retrospectiva del comienzo del período decadente, como al análisis de las perspectivas de la crisis hoy en día. Podríamos decir que ello se debe a que la teoría de Mattick deja sin respuesta, o sin respuesta adecuada, cierta cantidad de cuestiones básicas. Por ejemplo, si la cuota decreciente de ganancia es el único problema que afronta el capital ¿por qué razón la división del mundo entre las potencias imperialistas y la creación de la economía capitalista mundial han precipitado al capitalismo en una crisis histórica? ¿En qué momento alcanzó la composición orgánica del capital -tomada globalmente- un nivel en que las contratendencias de la cuota decreciente de ganancia ya no podían contrarrestarla? ¿En qué momento futuro, la cuota de ganancia será tan baja que impida al capital seguir acumulando sin recurrir a otra guerra? ¿Por qué la guerra ha llegado a ser el modo de supervivencia del capital en esta era? Si podemos decir que ninguna de estas preguntas puede ser contestada sin considerar la cuestión del mercado, Mattick al hacerlo, sólo da respuestas vagas a estas preguntas. No hay una consistencia real dentro de su comprensión de la época actual. En los años 30 sus escritos demostraban que sí comprendía que la crisis permanente del capitalismo era una realidad inmediata, que sólo podía compensarse gracias a una guerra mundial. Pese a ello, en sus escritos de posguerra parece que ponga en entredicho que el capitalismo había entrado realmente en una nueva época en tiempos de la Revolución Rusa. Unas veces, insinúa que la crisis histórica comenzó en torno a 1929; otras, que la cuota decreciente de ganancia sólo le creará problemas graves al capital allá por el año 2000. O sea que ¡quizás el capitalismo ni siquiera está en decadencia! Para ser breves, en Mattick no hay una comprensión consistente de la decadencia como un período de "crisis-guerra-reconstrucción", inaugurado definitivamente por la Primera Guerra Mundial. Tampoco hay una comprensión de la presente crisis como manifestación directa del ciclo histórico y no una simple convulsión pasajera en un período de crecimiento. Esta falta de claridad sobre lo que es la decadencia le lleva a subestimar la gravedad de la presente crisis y refuerza su tendencia hacia un academicismo en los años 40. Ya que, según él la "verdadera" crisis está muy lejana, la perspectiva de que surjan grandes luchas de clase no es para mañana. No hay por tanto hoy en día razón para comprometerse en la actividad política militante.
CWO que, pese a depender de la teoría económica de Mattick, comprende mucho mejor la decadencia, la presente crisis y las conclusiones políticas que se derivan, ha tratado de demostrar cómo puede ser explicado el período abierto por la Primera Guerra Mundial refiriéndolo a la cuota decreciente de ganancia (ver especialmente, "Las bases económicas de la decadencia capitalista": Revolutionary Perspectives, nº 2). Es un esfuerzo serio que requiere una crítica más detallada de la que se pueda intentar aquí. Tal crítica tendría que concentrarse en ciertas cuestiones cruciales, tales como: ¿Es coherente la aplicación de la teoría económica de Mattick en relación con el marco de la decadencia que emplea? ¿Hasta qué punto puede ser analizada la decadencia basándose en la cuota decreciente de ganancia, pero sin considerar el problema de los mercados? ¿Hasta qué punto sería coherente la apreciación de la decadencia que tiene CWO si no hubiese sido influenciada por otras tendencias, especialmente la CCI, que consideran el problema de los mercados como fundamental en la interpretación de la decadencia? En otras palabras, ¿Hasta qué punto el análisis de la decadencia de CWO mantiene una continuidad consistente con la teoría de Mattick? ¿De qué manera se amolda ese análisis a una teoría más unitaria de la decadencia? Lo que ya hemos dicho más arriba sobre la imposibilidad de ignorar el problema de la realización indica cual sería nuestra respuesta a estas preguntas.
Tal vez sea más importante señalar que las escuelas de la "cuota decreciente de ganancia", aunque no sigan a Mattick hasta el retiro académico, comparten la tendencia de considerar la "verdadera" crisis como algo para un futuro muy lejano. Ya que algunos de estos camaradas tienen también una concepción algo mecánica de la relación entre los niveles de la crisis y los de la lucha de clases, generalmente terminan diciendo que las perspectivas de la lucha de la clase proletaria y del reagrupamiento de los revolucionarios está aún lejos. Así, Battaglia Comunista considera que la presente crisis apareció en 1971 y, para ellos el resurgimiento de una organización internacional de revolucionarios sólo ocurrirá en algún día del futuro. CWO por su parte considera que tanto los preparativos del capital para la guerra imperialista como los de los obreros para la guerra civil son algo "del mañana", cuando la crisis alcance otro nivel. El reagrupamiento de los revolucionarios queda pospuesto por razones parecidas. Muchos de los camaradas escandinavos más cercanos a Mattick y, en cierto grado, todavía deslumbrados por la "prosperidad" escandinava, siguen considerando que las tareas de los revolucionarios consisten en estudiar y cavilar fuera de cualquier actividad militante. No creemos que estas actitudes "expectantes" sean accidentales. Están ligadas a las insuficiencias de la teoría de Mattick. A esta teoría le es difícil demostrar que la decadencia es en efecto una crisis permanente, resultante de la desaparición de las condiciones que permitieron una expansión capitalista saludable en el siglo XIX. La teoría de Luxemburgo al demostrar la naturaleza enferma de toda la acumulación en esta época, facilita la demostración de los límites del período de reconstrucción y la comprensión de que la crisis, la economía de guerra y la lucha de clases son todas realidades del presente. Es más, podríamos decir que la reacción de la clase obrera actual va retrasada con respecto al desarrollo de la crisis y de las preparaciones de la burguesía para la guerra. Esto no significa que la crisis haya tocado fondo, o que la guerra o la revolución estén a la orden del día en este instante, y que por ello deberíamos lanzarnos a un activismo desenfrenado (como es el caso del PIC -Pour une Intervention Communiste- de Francia, cuyo activismo natural es reforzado por una errónea aplicación de la teoría de la crisis de Luxemburgo). El capital todavía posee mecanismos capaces de retrasar la crisis. Toda una serie de procesos económicos y sociales seguirá su curso antes de que la crisis desemboque en la guerra o la revolución. Sin embargo, es importante ver que estos procesos ya están ocurriendo y que las tareas de los revolucionarios hoy en día son muy urgentes y no pueden ser dejadas para "mañana". Como escribía Bilan, "¿Puede el mañana ser otra cosa que el desarrollo de lo que está ocurriendo hoy?" ("Bilan", nº 36).
Como señalaba Lukacs en su ensayo "El marxismo de Rosa Luxemburgo", la validez de la teoría de la acumulación de Luxemburgo como contribución al punto de vista global del proletariado, está en que se basa en la "categoría de la totalidad", categoría que pertenece a una percepción específicamente proletaria. El problema de la acumulación investigado por Rosa corresponde como tal sólo al nivel del capital total o global. Los economistas vulgares que como punto de partida tomaban el marco del capital individual, eran incapaces de de ver incluso que hubiese problemas. Esta "vulgaridad" en cierta medida es aplicable a Mattick, ya que él exhibe una fuerte tendencia a considerar a cada capital nacional aisladamente. Esta perspectiva deformada lleva a algunos errores:
- Ambigüedades sobre la posibilidad de la liberación nacional, ya que las naciones pequeñas, según Mattick, pueden escapar al mercado mundial bajo una autarquía o bajo la protección del bloque "capitalista de estado".
- Paralelo a esto, Mattick ha afirmado que Rusia, China, etc., no son países reglamentados por la ley del valor y que no son realmente imperialistas debido a que no tienen ninguna tendencia intrínseca a abrirse al mercado mundial. Mattick ha acabado por llamar a esas sociedades..."socialismo de estado".
Estos errores se derivan de la incapacidad para considerar a esas naciones como parte integrante del mercado mundial capitalista. Sobre esta cuestión CWO, entre otros, también ha ido más allá de Mattick al afirmar la imposibilidad de la liberación nacional y que Rusia y China son países capitalistas reglamentados por la ley del valor. Aún así, su análisis contiene puntos débiles que hay que relacionar con su teoría económica. Al serle difícil examinar fenómenos particulares desde un punto de vista global, demuestran una cierta incapacidad para considerar el capitalismo de estado y la economía de guerra como realidades básicamente determinadas por la necesidad del capital nacional de competir en el mercado mundial. Para CWO, las medidas tomadas por el capitalismo de Estado responden sobre todo a la caída tendencial de la cuota de ganancia en ciertas industrias, cuya alta composición orgánica requiere la intervención del estado para mantenerlas a flote. Pero esta es sólo una explicación parcial, ya que el Estado procede así precisamente para aumentar la capacidad de competencia de todo el capital nacional. Similar es la idea de CWO de que Rusia, China, etc., pueden ser considerados capitalismos de Estado "integrales" cuyo desarrollo prueba que la "...acumulación de capital es posible en un sistema cerrado" (Revolutionary Perspectives, nº 1. Pág. 13). Este "hecho" pretende refutar el análisis económico de Luxemburgo, mientras que el concepto "capitalismo de Estado integral" permite colar la idea de que estas economías son en cierto modo "diferentes" y requieren ser tratadas de manera particular. La aseveración explícita e implícita de que el desarrollo autárquico es posible, podría tener varias consecuencias políticas. Por ejemplo, sobre la liberación nacional, CWO saca las conclusiones políticas correctas, pero habría que preguntarse si estas conclusiones son consistentes respecto a su análisis económico. ¿Es una consecuencia lógica más de su teoría económica la idea de Mattick de que las naciones subdesarrolladas podrían crecer gracias a su propio mercado interno?
Nosotros no insinuamos que CWO tenga confusiones fundamentales sobre la cuestión nacional; ni que su explicación sobre la imposibilidad de luchas por la liberación nacional carece de coherencia. Pero cualquier contradicción hoy abre la puerta a verdaderos errores mañana. Y podríamos decir que ya hay debilidades notables en el enfoque de CWO sobre la liberación nacional: le resulta difícil aceptar que, hoy, todos los capitales nacionales tienen los mismos voraces apetitos imperialistas, incluso el más pequeño de ellos; exhiben también un pronunciado pesimismo sobre la perspectiva de la lucha del proletariado en el tercer mundo. Sobre el primer punto arguyen que sólo Rusia y EE.UU. pueden actuar "realmente" como imperialistas hoy día, y que los otros capitales nacionales son sólo potencialmente, o en tendencia, imperialistas. Esto oculta la realidad de las rivalidades locales ínterimperialistas, que juegan un papel dentro de los enfrentamientos globales entre los bloques; realidad que se ve confirmada notablemente por los conflictos crecientes en el "cuerno" de África y en el Sudeste Asiático. En lo que concierne a la lucha de clases en los países del tercer mundo, CWO declara periódicamente cosas como: "...sólo podemos esperar desarrollos positivos... cuando los obreros en los países avanzados hayan emprendido la vía revolucionaria y dado una dirección clara" (R.P., nº 6). Semejante punto de vista reduce la importancia de las luchas actuales de los obreros del tercer mundo en el desarrollo internacional de la conciencia de clase, y establece una separación rígida entre hoy y mañana, entre los capitales más avanzados y los menos, lo cual no hace sino oscurecer la comprensión. Estos análisis inadecuados del imperialismo y la lucha de la clase se basan los dos en un análisis económico que afirma que sólo las naciones con alta composición orgánica de capital son imperialismos genuinos, y que sólo el proletariado de tales países tiene importancia. En estos dos casos, se nota una tendencia a fraccionar no sólo el capital mundial sino al proletariado mundial.
Esta tendencia de los teóricos del "descenso de la cuota de ganancia" a no considerar el problema más que desde el punto de vista del capital individual y no del global puede tener consecuencias en las discusiones sobre el período de transición. En efecto, si la acumulación del capital puede llevarse a cabo en un sólo país ¿por qué no considerar también las economías "comunistas" autárquicas? De cualquier modo, CWO cree que los bastiones proletarios podrían, temporalmente por lo menos, empezar a construir un modo de producción comunista una vez que se han salido del mercado mundial. Esta concepción equivocada puede ser criticada de manera coherente sólo desde una perspectiva que abarque el capital y el mercado mundial en su totalidad. De nuevo afirmamos que el planteamiento de Luxemburgo nos da las herramientas teóricas para comprender por qué tales bastiones aislados no podrían escapar a los efectos del mercado mundial de ninguna de las maneras.
Una vez dicho esto, debemos señalar dos importantes aspectos:
- que estas posiciones erróneas están ligadas sobre todo a una teoría unilateral de la "cuota decreciente de ganancia" del estilo de Mattick o CWO;
- que aún con todo, estas no provienen directa e inexorablemente de una marco económico erróneo.
Cuando examinamos los errores de un grupo revolucionario, es importante examinar la totalidad de su historia y de sus posiciones políticas. Muchos de los errores mencionados arriba tienen sus raíces en experiencias e incomprensiones fundamentales. El academicismo de Mattick, por ejemplo, está basado en una experiencia global de la contrarrevolución que le llevó a un profundo pesimismo sobre las perspectivas de la lucha de clases y a una seria subestimación de la necesidad de la organización de revolucionarios. Los errores de CWO sobre el reagrupamiento y el período actual son también, en gran parte, el resultado de la dificultad que tiene para apreciar la cuestión de la organización, mientras que sus errores sobre el período de transición se deben en su mayoría a su incapacidad para sacar las lecciones de la Revolución Rusa. Igualmente, en un contexto "luxemburguista", el activismo de PIC es más bien el resultado de una confusión profunda acerca del papel de los revolucionarios que el de su análisis económico. Podríamos decir que los errores a nivel de teoría económica tienden a reforzar los errores derivados de la totalidad de la política de un grupo. Cualquier incoherencia en los análisis hechos por un grupo puede abrir las puertas a confusiones más generales; pero no hablamos de fatalismos irrevocables, aquellos compañeros que apoyan "el descenso de la cuota de ganancia" no tienen necesariamente que caer en las confusiones acerca de la organización que tienen Mattick, CWO o Battaglia Comunista, ni en sus incomprensiones sobre la Revolución Rusa. Al mismo tiempo, confusiones sobre la organización y algunas otras, como el sectarismo de CWO, pueden en la práctica acentuar las debilidades de su análisis económico. No es difícil notar por ejemplo que el esfuerzo cada vez mayor de CWO por negar el problema de la sobreproducción está ligado a la necesidad que sienten de distinguirse de ciertos grupos que defienden una concepción diferente de la decadencia. Los compañeros que toman como punto de partida el análisis de la "tendencia decreciente de la cuota de ganancia" pueden y deben ser capaces de desarrollar un punto de vista más global, que no niegue el problema del mercado. Naturalmente, creemos que esto les llevará a hacerse "luxemburguistas" pero sólo un debate abierto y constructivo podrá realmente clarificar esta cuestión.
Esto nos permite llegar a una conclusión general sobre la importancia de este debate. El debate es de considerable importancia, porque así como las debilidades de un análisis económico pueden preparar el ánimo o reforzar errores políticos más generales, un análisis coherente de las bases económicas de la decadencia reforzará tanto nuestra comprensión de la decadencia como las conclusiones políticas que saquemos. La cuestión, por lo tanto, debe ser discutida como parte de la totalidad de las posiciones comunistas.
El debate puede situarse dentro de una perspectiva correcta si se comprende su importancia como aspecto de una coherencia más general. Dado que un análisis de las bases económicas de la decadencia es parte de un punto de vista proletario más global, un punto de vista que requiere un compromiso activo de "cambiar el mundo", la discusión no tiene que impedir nunca la actividad revolucionaria organizada. Y debido a que las conclusiones políticas defendidas por los revolucionarios no surgen mecánicamente de un análisis económico particular, la discusión no puede servir nunca de obstáculo al reagrupamiento de los revolucionarios. Como la CCI siempre ha sostenido, el debate puede y debe verificarse dentro de una misma organización revolucionaria. En el pasado, la defensa de teorías económicas diferentes no ha impedido que los revolucionarios se unifiquen, y no vemos por qué hoy o en el futuro tendría que ser diferente. A decir verdad lo más probable es que ésta sea una de las cuestiones que seguiremos discutiendo, por algún tiempo, después de que el proletariado haya borrado al capitalismo de la faz de la tierra...
C. D. Ward
En la primera parte de este artículo nos propusimos demostrar que la naturaleza proletaria de la Revolución de octubre de 1917 no provenía de las características particulares de Rusia en aquella época, sino que estuvo determinada por las características generales de la evolución del capitalismo mundial. La guerra de 1914 indica que el capitalismo había entrado en su fase de decadencia histórica. A partir de ese momento en que las condiciones objetivas de la revolución proletaria existen a escala mundial, la revolución en Rusia no podía ser sino el primer eslabón de la revolución internacional. Rechazábamos por tanto las teorías de la corriente "consejista" que consideran a la Revolución rusa como "burguesa" y afirmábamos que, con sus análisis, lo que hacen es retomar:
Demostrábamos finalmente que los análisis de los consejistas le dan la espalda al marxismo aunque, como proponen en tales análisis, lo hagan en su nombre; y también que las aberraciones del "consejismo" son fundamentalmente la manifestación del peso terrible que el conjunto de las corrientes proletarias soportaron durante el periodo de la más profunda contrarrevolución que haya conocido jamás el movimiento obrero. Sería falso, no obstante, decir que el consejismo fue la única corriente que se perdió en el pantano de tales dificultades. Es un hecho conocido que las diferentes corrientes de la izquierda comunista tuvieron tremendas dificultades, sumergidos como estaban en medio de una total desbandada teórica, para comprender las causas y la génesis de tal degeneración, al verse confrontadas con el monstruoso Estado que se desarrolló en Rusia como consecuencia de la degeneración de la Revolución, y al tener que denunciar la naturaleza contrarrevolucionaria de ese Estado (al contrario de los estalinistas y de los trotskistas). Hay que decir que no sólo el trotskismo y su "bonapartismo", con el que explican el fenómeno estalinista y justifican su "defensa de la URSS", también distintas corrientes de la Izquierda comunista tuvieron muchas dificultades para enfrentar este problema. La izquierda italiana por ejemplo, quien con su revista BILAN aportó elementos muy importantes de respuesta, quedó presa, durante mucho tiempo, de una concepción en la que consideraba a la URSS como un "estado obrero degenerado". Además, la Izquierda comunista, iba a engendrar otra deformación. Se trata de la teoría bordiguista de la "revolución doble", en cierto modo, una vuelta a los absurdos consejistas.
-"Esta es la explicación marxista de la "degeneración de la URSS": La Revolución de Octubre, que permitió la toma del poder por el proletariado comunista, tenía que destruir las trabas feudales al desarrollo capitalista de las fuerzas productivas. Dictadura del proletariado en política--capitalismo en economía, tal es la fórmula de la Rusia de la NEP. Con la ayuda de la revolución mundial el Partido bolchevique hubiera podido dominar la economía mercantil e introducir luego el socialismo. Aislado a la cabeza de una formidable máquina capitalista, abandonado, fue viciado por los mecanismos mercantiles que hicieron de él un mecanismo de la acumulación capitalista." (Programme Communiste, nº 57. Pág. 39).
Se ve enseguida lo que distingue la concepción "bordiguista" de la concepción "consejista". Para la segunda, en la concepción bolchevique de la revolución, los aspectos económicos y los políticos están íntimamente relacionados: instauración del capitalismo y toma del poder por un partido considerado burgués. Para la primera, al contrario, si bien a nivel político reconoce el carácter proletario de Octubre, en el del aspecto económico llega al mismo punto que el consejismo para decir que era una revolución burguesa. Podríamos encontrar muchas citas que muestran la convergencia de los análisis de los bordiguistas con los del consejismo, aunque los critiquen fieramente. Un ejemplo: -"Si se puede hablar de giro decisivo en Abril de 1917 hay que comprender bien que éste no concierne en absoluto al proceso por el cual un país del capitalismo avanza o desemboca en la revolución comunista, indica solamente, en un país de feudalismo en plena descomposición, el momento decisivo de una revolución burguesa y popular." (Programe Communiste, nº 39. Pág. 21).
¡Parece que estuviésemos leyendo a Pannekoek!
En realidad, la concepción bordiguista de la "revolución doble" se revela fundamentalmente ambigua y conduce a sus defensores a contradecirse de un artículo a otro, incluso de una frase a otra. Por ejemplo, en Las tesis de Abril de 1917, programa de la revolución proletaria en Rusia, artículo del que procede la cita anterior, se puede leer, como comentario de la segunda tesis, que "Lenin no adjunta aquí ningún adjetivo a la palabra revolución, pero podemos hacerlo sin titubeos... de lo que se trata es de una revolución antifeudal y no socialista." (Pág. 24).
En otro artículo titulado: "El marxismo y Rusia" (Programme Communiste, nº 68, Pág. 20) podemos leer: "Para nosotros Octubre fue socialista".
¡Pónganse de acuerdo!
Sin duda, la concepción bordiguista podría resumirse en una fórmula: "La revolución de Octubre era una revolución proletaria no proletaria, una revolución socialista no socialista". ¡Opaca limpidez!
Pero que Bordiga y sus epígonos se contradigan y tengan un lenguaje incoherente no es algo que moleste a estos últimos. Están acostumbrados. En cambio lo que sí debería estremecerles son las afirmaciones que están en formal contradicción con lo que Lenin (quien, según la fe bordiguista sólo cometió dos errores en su vida -de importancia secundaria puesto que eran errores tácticos) pudo decir acerca de la Revolución de octubre. Para los bordiguistas: "En Abril de 1917 se trata únicamente de recuperar las fuerzas sociales de la revolución antizarista, no para hacer más de lo fijado en 1905, sino para compensar que se había hecho menos, que se estaba atrasado respecto al programa de la revolución capitalista bajo la dictadura democrática del proletariado y los campesinos." (Programme Communiste, nº 39. Pág.25).
Para Lenin en cambio: "Toda esta revolución (1917) sólo se puede concebir como eslabón de la cadena de revoluciones proletarias socialistas provocadas por la guerra imperialista." (Prefacio de "El Estado y la revolución": Lenin. Obras completas. Tomo XXVII. Akal Editor).
Para Lenin, por consiguiente, se trataba de "hacer más" en 1917 que en 1905, cuando le daba a la revolución objetivos más modestos: "Esta victoria (la victoria decisiva contra el zarismo) no convertirá en absoluto nuestra revolución burguesa en una revolución socialista; la revolución democrática no se saldrá propiamente del marco de las relaciones económico- sociales burguesas; pero no por ello dejará de tener esta victoria un alcance inmenso para el desarrollo futuro de Rusia y del mundo entero." (Lenin: "Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática". Julio 1905. Tomo IX. O. C. Akal).
Se pueden encontrar todavía muchos ejemplos más donde la prosa bordiguista defiende lo opuesto de las verdaderas concepciones de Lenin. Nos contentaremos con citar uno más: "Así pues, el partido del proletariado no debe rechazar el soviet, esta forma histórica que surgió de la Revolución Rusa...Ellos (los soviets) expresan lo que Lenin había definido como dictadura democrática...la forma propia de la revolución antifeudal rusa no será una asamblea parlamentaria como en la Revolución Francesa, sino un órgano diferente, fundado sobre la única clase de los trabajadores de las ciudades y del campo." (Programme Communiste, nº 39. Pág. 28).
Para Lenin en cambio: "Había que encontrar la forma práctica que permitiera al proletariado ejercer su dominación. Esta forma es el régimen de los Soviets conjugado con la dictadura del proletariado. La dictadura del Proletariado era hasta hace poco puro latín para las masas pero hoy, por la difusión que ha alcanzado el sistema de los soviets en el mundo entero, esa formulación fue traducida a todas las lenguas modernas. Las masas obreras encontraron ya la vía práctica para dar forma a su dictadura." (Lenin: "Discurso de apertura del Primer Congreso de la Internacional Comunista". 2 de marzo de 1919).
"...La forma de la dictadura del proletariado que ya ha sido forjada de hecho, es decir, el poder de los Soviets en Rusia, el sistema de los Consejos obreros en Alemania...y otras instituciones soviéticas en otros países,..." ("Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado". I Congreso de la Internacional Comunista).
No es por refugiarnos tras la autoridad de Lenin por lo que hemos impuesto al lector estas citas, sino para mostrar que aunque Lenin cometió cierta cantidad de errores, aunque tenía sobre Octubre de 1917 una concepción más bien ambigua, las tonterías que recitan los bordiguistas, en nombre de la fidelidad a las posiciones de Lenin no tienen en realidad nada que ver con ellas.
No repetiremos aquí lo que ya dijimos en el artículo precedente para mostrar que en Rusia, como en cualquier parte del mundo, la revolución burguesa ya no estaba al orden del día, puesto que las condiciones materiales de la revolución comunista estaban presentes a escala mundial. Lo que afirmamos contra los consejistas y contra los mencheviques se aplica igualmente a las concepciones bordiguistas. Pero consideramos que sí es necesario responder a ciertas ideas que contiene la noción de "revolución doble".
En primer lugar, la idea de que el proletariado puede hacer una revolución burguesa, en lugar de la burguesía, es falsa. Aunque Marx haya podido defender una concepción así en 1848 -concepción que Lenin volvió a sacar a la luz en 1905- la historia no conoce ejemplos de una clase que haya sustituido a otra para llevar a cabo la misión histórica de ésta. Una revolución es el acto por el cual la clase portadora de las nuevas relaciones de producción, exigidas por el necesario desarrollo de las fuerzas productivas, se hace con el poder político. La historia ha mostrado muchas veces que la clase revolucionaria no llega al poder político, por regla general, sino mucho después de que hayan aparecido la necesidad y las condiciones materiales de la revolución. Este es un fenómeno clásico del retraso de la superestructura de la sociedad con respecto a su infraestructura, fenómeno que el marxismo ha puesto sobradamente en evidencia. Es un fenómeno que permite comprender la existencia, en la historia de las sociedades, de periodos de decadencia durante los cuales las viejas relaciones de producción se convierten en trabas al desarrollo de las fuerzas productivas, mientras que la clase portadora de las nuevas relaciones de producción no ha adquirido todavía la potencia suficiente –particularmente política– para suprimirlas. Por consiguiente, si una clase es suficientemente fuerte como para apoderarse del poder político es porque las tareas económicas y sociales que se le presentan por delante son las de desarrollar las relaciones de producción que lleva consigo históricamente y no las de sustituir a la clase histórica precedente para llevar a cabo tareas que ya no están al orden del día.
El proletariado participó, al igual que los campesinos y los artesanos, en las revoluciones burguesas pero como fuerza secundaria, nunca como protagonista. Hasta pudo llegar a ser un elemento muy activo de radicalización de estas revoluciones, dando su apoyo a los sectores más enérgicos de la clase burguesa. Pero cuando aparecieron sus propias posiciones de clase se opusieron inmediatamente a las de todas las fracciones de la burguesía incluso las más radicales. Es el caso de los "levellers -niveladores-" contra Cromwell durante la revolución inglesa (siglo XVII); el de Babeuf contra los "montagnards" durante la revolución francesa (1789-1799) o el del proletariado parisino contra el gobierno provisional en junio de 1848.
El otro punto al que hay que contestar, sobre la noción de "revolución doble", concierne a la comprensión del tipo de medidas económicas que puede acometer el proletariado en los inicios de su revolución. Tienen razón los bordiguistas cuando critican la idea trotskista según la cual la "asistencia a los desempleados" o la "eliminación de los propietarios privados de la gran industria" son medidas "socialistas". Para ellos no se trata más que de medidas de "welfare state -estado del bienestar-", las primeras, y de medidas de "nacionalización del capital", las segundas; ya que "el socialismo económico comienza con la destrucción del capital" (Programme Communiste, nº 57. Pág. 25). En este sentido los bordiguistas han comprendido bien la naturaleza todavía capitalista de las medidas económicas adoptadas por el poder proletario en Rusia y no tratan de atribuirles las virtudes "socialistas" alabadas por los estalinistas y los trotskistas.
El error de los bordiguistas se encuentra y podemos verlo, resumido, en este pasaje: "En los países avanzados la dictadura del proletariado podrá tratar de instaurar inmediatamente un plan de producción en cantidades físicas. En los otros, en espera de la extensión de la revolución, administrará el capitalismo concentrando siempre el máximo de fuerzas productivas en manos del Estado y adoptando al mismo tiempo medidas de protección de la clase asalariada, medidas imposibles en las mismas circunstancias para un partido burgués. En todos los casos la toma del poder por el proletariado no es sino la primera ola de la revolución mundial, que debe vencer o ser vencida; con lo que, o bien desencadena otras revoluciones y se extiende con la guerra revolucionaria o bien perece en la guerra civil o degenera en poder burgués en el caso en que deba administrar un capitalismo joven." (Programme Communiste, nº 57. Pág. 36).
¡Vaya! ¡Resulta que es únicamente "En el caso de que deba administrar un capitalismo joven"!
¡Vamos! ¡Como si el capitalismo, global y mundialmente senil, pudiera ser todavía joven en alguna parte del mundo!
¡Un capitalismo en el que la revolución "degenera en poder burgués"!.
De todo esto puede deducirse sin mayores esfuerzos que si la Revolución degeneró en Rusia fue porque se había quedado aislada en un país poco industrializado (lo que Programme Communiste llama erróneamente "capitalismo joven"); y que, en cambio, si la revolución se hubiera quedado aislada en un país fuertemente industrializado no habría degenerado - si se sigue ese razonamiento. Con lo que, las relaciones de producción que se habrían establecido habrían dejado de ser capitalistas. Total, el socialismo sería posible en un solo país... a condición de que fuese un país de "capitalismo viejo". En fin, al igual que las de los consejistas, si las concepciones bordiguistas se llevan a sus últimas consecuencias desembocan en la tesis estalinista. Deben escoger: o bien es "en todos los casos" o bien es sólo "en ciertos casos", en los que la "toma del poder por el proletariado no es más que la primera ola de la revolución mundial".
Decididamente, la noción de "revolución doble" parece provenir, en los bordiguistas, de una "concepción doble" es decir internacionalista en las frases pares, nacionalista en las frases impares.
La realidad es que cualquiera que sea el grado de desarrollo del país en donde el proletariado toma el poder no puede esperar adoptar medidas realmente "socialistas". Puede, eso si, imponer una serie de disposiciones -expropiación de los capitalistas privados, igualdad de retribuciones, asistencia a los más desfavorecidos, libre disposición de ciertos bienes de consumo- que se orientan hacia medidas socialistas pero que en sí mismas son perfectamente recuperables por el capitalismo. Mientras la revolución quede aislada en un país o en un grupo limitado de países la política económica que puede adoptarse se ve determinada en gran parte por las relaciones económicas que esos países tienen que mantener con el resto del mundo capitalista. Y tales relaciones no pueden ser sino de tipo comercial, es decir, que la zona en donde el proletariado ha tomado el poder tiene que intercambiar, en el mercado mundial, una parte de su producción para poder adquirir en este mismo mercado todos lo bienes que no produce y que le son sin embargo indispensables. Por eso, el conjunto de la economía existente en esa zona sigue sufriendo fuertemente la necesidad de producir al precio más bajo posible mercancías que puedan venderse a pesar de la competencia de las mercancías de países en donde el proletariado no ha tomado aún el poder. Esto quiere decir que dicha economía tendrá todavía que imponer restricciones al consumo de las masas trabajadoras, no sólo para permitir un desarrollo futuro de las fuerzas productivas -base indispensable para el comunismo- sino, más prosaicamente, para extraer un excedente intercambiable en el mercado mundial y preservar su competitividad. Claro está, el poder proletario tendrá que adoptar un máximo de disposiciones para protegerse contra los efectos corruptores que tal tipo de práctica, típicamente capitalista, acarreará obligatoriamente en esa zona y en sus instituciones[1]. Pero está igualmente claro que la persistencia de estas prácticas, si se mantiene el aislamiento de la revolución, terminarán destruyendo el poder del proletariado mismo. Y lo que es válido en un nivel estrictamente económico lo es igualmente a nivel militar. Aislada, la revolución tendrá que plantar cara a las tentativas del capitalismo para destruirla lo que significa que en la zona en donde el proletariado ha tomado el poder se mantienen intactas toda una serie de características de la sociedad capitalista: producción de armas a expensas del consumo obrero y de las potencialidades de desarrollo de las condiciones materiales del comunismo, existencia de un ejército que auque sea "rojo" no deja de ser una institución de igual naturaleza que bajo el capitalismo, es decir, una máquina destinada a perpetuar de manera organizada y sistemática muerte y coerción. Aquí también se puede comprender fácilmente que este tipo de necesidades persisten como graves amenazas sobre el poder proletario. Y esto es tan válido para un país avanzado como para un país atrasado. De hecho, un país fuertemente industrializado se encuentra aun más dependiente del mercado capitalista mundial que los otros y no es absurdo pensar que, aislada en un país como Alemania, la revolución habría sido vencida o habría degenerado aun más rápidamente que en Rusia. Así pues, no es sólo el atraso de un país lo que explica las medidas económicas de naturaleza capitalista adoptadas en los primeros años de poder de los Soviets, y si examinamos las medidas que hubieran sido tomadas en Alemania en el caso de una victoria proletaria veremos que son muy similares:
"1.- Confiscación de todas las fortunas e ingresos dinásticos en beneficio de la colectividad.
2.- Anulación de todas las deudas del Estado y de todas las otras deudas públicas, así como de todos los empréstitos de guerra a excepción de las suscripciones inferiores a cierto nivel, el cual será establecido por el Consejo central de los Consejos de obreros y soldados.
3.- Expropiación de la propiedad de bienes raíces de todas las empresas agrarias grandes y medianas. Formación de cooperativas agrícolas socialistas con una dirección unificada y centralizada para todo el país. Las pequeñas empresas campesinas se quedarán entre las manos de los que las explotan, hasta que estos se unan voluntariamente a las cooperativas socialistas.
4.- Nacionalización de todos los bancos, minas,..., y de todas las grandes empresas comerciales e industriales a favor de la República de los Consejos.
5.- Expropiación de todas las fortunas a partir de determinado nivel, que será determinado por el Consejo central de los Consejos de obreros y soldados.
6.- La república de los Consejos se hará cargo de todos los transportes públicos.
7.- Elección en cada fábrica de un Consejo que deberá gestionar los asuntos internos de acuerdo con los Consejos de obreros; es decir, deberá establecer las condiciones de trabajo, controlar la producción y finalmente sustituir a la dirección de la empresa." (Programa de la Liga Espartaquista (Spartacus Bund) y del PCA).
El gran error de los bordiguistas es considerar que el mundo está dividido en "áreas geo-económicas" diferentes. Áreas en donde el capitalismo ha llegado a la madurez e incluso ha entrado en su fase de senilidad y áreas en donde es todavía "joven, juvenil". Incapaces de comprender que es por ser un sistema mundial (el primer caso en la historia) por lo que el capitalismo tuvo su fase ascendente y desde 1914 está en una fase decadente; son igualmente incapaces de comprender que desde esta fecha, la tarea del proletariado es la misma en todas las regiones del mundo: destruir el capitalismo e instaurar las nuevas relaciones de producción. Para ellos existen todavía países en los que está al orden del día la revolución proletaria "pura" y países en donde están al orden del día "revoluciones dobles".
Tal visión tiene sus consecuencias:
En lo que concierne a la segunda implicación de la concepción bordiguista, hemos visto estos últimos tiempos a qué tipo de aberraciones conduce. Desde la apología de las masacres hechas por los "Jemeres Rojos" en la población de Camboya, consideradas como manifestaciones de "radicalismo jacobino"; a la participación en las corales estalinistas y trotskistas de Mandel para saludar al "Che" Guevara, símbolo vivo de la "revolución democrática antiimperialista", "cobardemente asesinado por... el imperialismo yanqui y sus lacayos latino-americanos." (Programme Communiste nº 75. Pág. 71). Y hasta toda clase de tomas de posición, más o menos críticas, a favor de tal o cual participante en conflictos imperialistas actuales (Vietnam, Angola, Mozambique, etc.).
Respecto a la primera decir que proviene de la idea absurda, influenciada por la visión burguesa, según la cual el proletariado de cada país, una vez que ha tomado el poder, debe "arreglar sus propios asuntos en su casa". En realidad es el conjunto del proletariado mundial quien se enfrenta al conjunto de los problemas económicos que se plantean en las diferentes regiones del mundo, problemas determinados por la doble tarea que tiene que llevar a cabo simultáneamente el proletariado: aumentar las fuerzas productivas y, más particularmente en las zonas atrasadas, y transformar progresivamente las relaciones de producción hacia el comunismo. Una vez ha tomado el poder a escala mundial el proletariado no tiene pues, en ninguna parte del mundo, ninguna tarea capitalista que llevar a cabo. Es dentro del marco de la transformación socialista de la sociedad donde el proletariado desarrollará las fuerzas productivas que el modo de producción capitalista ha sido históricamente incapaz de desarrollar. Es dentro de ese marco donde debe, con la generalización de las técnicas productivas más desarrolladas y con la integración a la producción asociada de los sector no socializados de la pequeña producción agrícola y artesana, que constituyen todavía en el día de hoy la inmensa mayoría de la población mundial, eliminar los vestigios de las sociedades precapitalistas que el capitalismo no pudo eliminar. Y esta tarea se debe llevar a cabo no sólo en los países atrasados sino igualmente en una cantidad importante de países avanzados tales como Japón, Francia, Italia o España en donde existen todavía decenas de millares de pequeños propietarios o trabajadores integrados dentro de estructuras agrarias cercanas al feudalismo. ¿Por qué no nos hablan los bordiguistas de "revolución doble" igualmente para esos países? Si, por un lado, su concepción le atribuye al proletariado de los países avanzados, mientras se quede aislado, tareas de lo más ambiciosas; por otro, le atribuye al proletariado mundial, un vez que ha tomado el poder en todas partes, tareas insuficientes con respecto a las necesidades históricas. Por ejemplo, la de desarrollar en ciertos países un capitalismo que en ninguna parte cumple ya ninguna función de desarrollo.
Vimos pues en la primera parte de este artículo cómo, después de haber saludado a Octubre 17, los consejistas se unieron a los coros socialdemócratas y anarquistas en la denuncia de esta Revolución. Acabamos de ver que los bordiguistas son, al contrario, sus defensores intransigentes. Desgraciadamente, a pesar de su comprensión, que desde luego los consejistas no tienen, del carácter primordialmente político y no económico de la revolución y que expresan en frases muy claras: "La revolución de Octubre no se debe considerar en primer lugar, por encima del aspecto de las transformaciones inmediatas,..., de las formas de producción ni de la estructura económica, sino como una fase de la lucha política internacional del proletariado" (Programme Communiste nº 68. Pág. 20), los bordiguistas se revelan incapaces de rechazar las afirmaciones mencheviques, a las que los consejistas otorgan una posición de honor. Al contrario, atados por una fidelidad religiosa a los análisis de Lenin (sobre la cuestión nacional concretamente -cuyo carácter erróneo ha sido demostrado por más de medio siglo de experiencias-), se impiden a sí mismos la comprensión de las aportaciones fundamentales de este revolucionario, de los bolcheviques y de la experiencia de la Revolución de octubre al programa proletario. Además de las calumnias de la burguesía, de las tentativas de ésta por recuperarla para sí y de la denuncia absurda que le hacen los consejistas, Octubre proletario tiene todavía que aguantar el elogio torpe que le hacen sus afanosos defensores bordiguistas.
Una defensa del carácter proletario de la revolución de Octubre no sería completa si no diese la misma carta de naturaleza al partido bolchevique, uno de sus principales protagonistas. Como la misma revolución, la naturaleza proletaria de este partido no provocó ninguna duda en el conjunto de las corrientes revolucionarias de la época de los acontecimientos. Fue solo ulteriormente cuando se desarrolló, independientemente de Kautsky y de la socialdemocracia, la idea de un partido bolchevique no proletario. Las "Tesis sobre el bolchevismo" que ya hemos evocado son definitivas sobre este tema: "El bolchevismo en sus principios, en su táctica y en su organización es un movimiento y un método de la revolución burguesa en un país de preponderancia campesina." (Tesis 66). Aunque se contradicen al respecto en otras partes: "El movimiento de la socialdemocracia rusa, dirigida por revolucionarios profesionales, representaba esencialmente un partido de la pequeña burguesía" (Tesis16).
Burgués, pequeño burgués o "capitalista de Estado", versiones distintas del análisis consejista, coinciden en un punto: negar todo carácter proletario al partido bolchevique. Antes de ir más lejos y examinar las razones sobre las que se funda ese análisis, es necesario recordar ciertos puntos elementales de la historia, de los orígenes y de las posiciones del bolchevismo y en particular de las luchas que mantuvo y contra quién.
El bolchevismo surge como una corriente marxista, parte integrante de la socialdemocracia rusa, que como tal y en su seno combate sucesivamente:
Estos puntos nos permiten ya tener una visión más exacta del partido bolchevique que la que nos dan los consejistas. De hecho la fracción bolchevique se encuentra, en prácticamente todas las circunstancias, al lado de la clase obrera. Es el caso de 1905, en la revolución que sacude toda la sociedad en Rusia; donde los bolcheviques participan activamente en la lucha por la destrucción del régimen zarista, en los soviets y junto a ellos, en la insurrección contra los mencheviques que proclaman que no hay que coger las armas.
El análisis de los bolcheviques sobre 1905 (revolución burguesa) era falso, pero su posición es exactamente la copia de la posición de Marx en 1848 sobre el desarrollo de la revolución burguesa en Alemania. Ponen en primer plano el papel activo y autónomo del proletariado en aquella revolución en vez de incitarlo a seguir ciegamente a la burguesía. Y es este punto el que constituye la frontera de clase y no la comprensión del hecho de que en lo sucesivo las revoluciones burguesas habrían dejado de ser posibles. El análisis de los bolcheviques va con retraso respecto a la realidad, en la medida en que se sitúa en un viraje entre dos épocas. Pero nadie comprende en 1905 que se está en vísperas de una crisis histórica del capitalismo, en vísperas de la entrada del capitalismo en su época de decadencia. Hubo que esperar a 1910-1911 para que Rosa Luxemburgo comenzara a plantear el problema de un cambio de perspectiva histórica.
La actividad y la toma de posición de los bolcheviques no conciernen solamente a los problemas planteados en Rusia. Con el conjunto de la Socialdemocracia rusa forman parte integrante de la Segunda Internacional, dentro de la cual y formando parte del ala izquierda toman posición sobre todos los grandes problemas que están en debate. Se pronuncian contra el reformismo, contra el revisionismo, contra el colonialismo y se sitúan de manera particular en vanguardia de la lucha por el internacionalismo.
En 1907, en el Congreso de Stuttgart, Lenin firma con Rosa Luxemburgo enmiendas (adoptadas) que refuerzan una resolución, un poco tímida, sobre la guerra y que servirá de base a la posición de los internacionalistas en 1914: "Sin embargo (los socialistas) en caso de que estallara la guerra, tienen el deber de intervenir para hacerla cesar inmediatamente, de utilizar con todas sus fuerzas la crisis económica y política creada por la guerra para agitar a las capas populares más amplias y precipitar la caída de la dominación capitalista." .
En 1912, en el Congreso extraordinario de Basilea, donde se plantea el problema de la posibilidad y de la amenaza de la guerra imperialista, es toda el ala izquierda quien va a dar a luz a una resolución llamando a los obreros a levantarse contra la defensa nacional, por el internacionalismo proletario.
En 1914 los bolcheviques son los primeros en reaccionar, después del hundimiento de la Internacional, frente a la Guerra. Son los primeros que sacan la consigna apropiada que traduce en la práctica las resoluciones de Stuttgart y de Basilea: "transformación de la guerra imperialista en guerra civil".Son los primeros que comprenden la necesidad no sólo de romper con la Socialdemocracia patriotera sino igualmente con los centristas tipo Kautsky, los primeros que ponen en primer plano la necesidad de construir una nueva internacional sin el oportunismo que corrompió la Segunda Internacional y cuya tarea inmediata será la preparación de la revolución socialista.
En 1915, en la Conferencia de Zimmerwald (5-8 setiembre), los bolcheviques, con Lenin, están a la cabeza de la izquierda cuya moción escrita por Radek y enmendada por Lenin estipula que "La lucha por la paz sin acción revolucionaria es una frase hueca y mentirosa; el único camino de la liberación de los horrores de la guerra pasa por la lucha revolucionaria, por el socialismo.".
Esta moción fue rechazada sin examen y, finalmente, la izquierda (ocho delegados de treinta y ocho) se alía al manifiesto escrito por Trotski (animador del "centro" al cual pertenecen todavía las dos delegaciones espartaquistas) aunque manifestando siempre expresas reservas con respecto a él y tildándolo de "manifiesto inconsecuente y timorato" (Artículo del "Socialdemokrat" del 11 de octubre de 1915 titulado "El primer paso"). Para poder defender su propia posición la izquierda constituye, al lado de la "Comisión Socialista Internacional", un "Buró Permanente de la Izquierda Zimmerwaldiana" animado allí también por los bolcheviques.
En 1916, en la Conferencia de Kienthal (24 de abril) los bolcheviques están de nuevo a la cabeza de la izquierda cuya posición se ha reforzado (12 delegados de los 43) en particular gracias a la unión de los espartaquistas, lo que viene a confirmar la validez de la posición que adoptó la izquierda en Zimmerwald.
En 1917 toda la preparación de la Revolución de Octubre está ligada por Lenin a la lucha contra la guerra imperialista y por el internacionalismo: "Es imposible desprenderse de la guerra imperialista, imposible obtener una paz democrática no impuesta por la violencia si el poder del capital no es destruido, si el poder no pasa a manos de otra clase, el proletariado...Las obligaciones internacionales de la clase obrera de Rusia, hoy día sobre todo, se inscriben en el primer plano...Sólo existe uno, un único internacionalismo verdadero, consiste en trabajar con abnegación para el desarrollo del movimiento revolucionario y de la lucha revolucionaria en su propio país, en apoyar (con propaganda, simpatía, ayuda material) esa misma lucha y esa misma línea y ella sola en todos los países sin excepción." (Lenin: "Las tareas del proletariado en nuestra revolución"; 10 abril 1917). "El gran honor de comenzar le incumbió al proletariado ruso. Pero no debe olvidar que su movimiento y su revolución son parte del movimiento proletario revolucionario mundial que crece y se hace cada día más potente, por ejemplo en Alemania. Sólo bajo ese ángulo podemos determinar nuestras tareas." (Lenin: "Discurso de apertura de la Conferencia de abril de 1917).
En marzo de 1919 se funda en Moscú la Internacional Comunista. Su tarea fundamental se resume en el nombre que se da: "Partido Mundial de la Revolución Socialista". Es el fruto de los esfuerzos de los bolcheviques desde Zimmerwald. Es el partido bolchevique (ahora "comunista") quien convoca el Congreso y son dos bolcheviques, Lenin y Trotski, quienes redactan los documentos principales: "Las tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado" y el "Manifiesto". En fin, no es sólo porque la revolución tuvo lugar en Rusia por lo que dos de los miembros, Lenin y Zinoviev, que formaron parte del "Buró permanente de la Izquierda zimmerwaldiana", fueron integrados en el Comité Ejecutivo de la Internacional. Este hecho es simplemente la traducción de la constancia que manifestaron los bolcheviques en defender su internacionalismo irreprochable antes de que el reflujo de la revolución los arrastrara al terreno enemigo. Así actuó el bolchevismo dentro de las convulsiones que estremecieron al capitalismo a principios del siglo.
¡Y que existan revolucionarios que piensan todavía que se trata de una corriente burguesa!
Examinemos sus argumentos:
1. El "sustitucionismo" de los bolcheviques
"El principio básico de la política bolchevique (conquista y ejercicio del poder por la organización) es jacobino." ("Tesis sobre el bolchevismo", la nº 21). "Como dirigentes de una dictadura de tipo jacobino, los bolcheviques combatieron en todas las etapas y sin descanso contra la idea de la autodeterminación de la clase obrera y reclamaron la subordinación del proletariado a la organización burocrática." ("T sobre el B", la nº 42)....
Antes de ir más lejos y para rectificar ciertas leyendas es necesario darle la palabra a Lenin: "No somos utopistas. Sabemos que el primer peón o la primera cocinera que se presenten no van a ser capaces del día a la mañana de participar en la gestión del Estado. Sobre ese punto estamos de acuerdo con los Kadetes, con Bretskovskaya y con Tsereteli. Pero lo que nos distingue de esos ciudadanos es que exigimos la ruptura inmediata con el prejuicio según el cual los únicos capaces de administrar el Estado, de hacer el trabajo corriente, cotidiano de dirección, son los funcionarios ricos o que vienen de familias ricas. Exigimos que el aprendizaje en materia de gestión del Estado sea hecho por los obreros conscientes y por los soldados y que se comience sin tardar...a hacer partícipes en ese aprendizaje a todos los trabajadores, a todos los ciudadanos pobres...Es evidente que los errores son inevitables al dar sus primeros pasos este nuevo aparato...¿Puede existir otro camino para enseñarle al pueblo a dirigirse a sí mismo, para evitarle los errores, si no la vía de la práctica, la ejecución inmediata de la verdadera administración del pueblo por sí mismo? ... Lo esencial es inspirar a los oprimidos y a los trabajadores confianza en su propia fuerza, mostrarles en la práctica que pueden y deben emprender ellos mismos la repartición equitativa, estrictamente regulada, organizada del pan, de todos los productos alimenticios, de la leche, de la ropa, de los alojamientos, etc., a favor de las clases pobres...Si en todas partes se da concienzudamente, atrevidamente la administración a los proletarios y semiproletarios, esto provocará en las masas un gran entusiasmo revolucionario sin par en la historia. Esto aumentará las fuerzas del pueblo en proporciones tales en la lucha contra las plagas sociales, que muchas de las cosas que parecen imposibles para nuestras pocas fuerzas, envejecidas, burocráticas, se volverán realizables para las fuerzas de una masa de varios millones, que se pondrá a trabajar para sí misma y no para el capitalista, para el señorito, no para el burócrata, no a golpe de batuta." (Lenin: "¿Los bolcheviques, conservarán el poder?". 1 octubre 1917). He aquí como se expresaba el "jacobino" Lenin. Pero nos dirán: "Eso era antes de la Revolución de Octubre. Ese lenguaje era perfectamente demagógico y no tenía otro fin que el de ganarse la confianza de las masas para poder tomar mejor el poder en su lugar. Después todo cambió".
Veamos pues lo que decía Lenin-Robespierre después de Octubre: "La venal prensa burguesa puede pregonar cada error cometido por nuestra revolución. Nuestros errores no nos asustan. Los hombres no se han vuelto santos por el hecho de que la revolución ha empezado. Las clases laboriosas oprimidas, embrutecidas, mantenidas por fuerza en el torno de la miseria, de la ignorancia, de la barbarie desde hace siglos no pueden hacer la revolución sin cometer errores ...Por cien errores cometidos por nosotros y que la burguesía y sus lacayos van a pregonar por todas partes (incluso nuestros mencheviques y nuestros socialistas revolucionarios) se cuentan diez mil actos grandes y heroicos, más grandes y heroicos cuanto más simples, discretos, escondidos en la existencia cotidiana de un barrio obrero o de un pueblo perdido, cuanto que son hechos por hombres que no están acostumbrados, no tienen la posibilidad de gritarle a todo el mundo cada uno de sus éxitos. Pero aun si fuera lo contrario...aun si por cien actos justos se contaran diez mil errores nuestra revolución no sería por ello menos grande e invencible, porque por primera vez, no es una minoría, no son únicamente los ricos, únicamente las capas instruidas, es la masa verdadera, la inmensa mayoría de los trabajadores los que edifican ellos mismos una vida nueva y resuelven, fundándose en su propia experiencia, los problemas tan difíciles de la organización socialista. Cada error en ese trabajo, trabajo que ejecutan de la manera mas concienzuda y más sincera decenas de millones de simples obreros y campesinos para transformar toda su existencia, cada una de esas flaquezas vale millares y millones de éxitos "infalibles" de la minoría explotadora...porque no es sino pagando el precio de esos errores como los obreros y los campesinos aprenderán a construir una vida nueva, aprenderán a vivir sin los capitalistas. Sólo así se abrirán un camino -a través de mil obstáculos- hacia el triunfo de l socialismo." (Lenin: "Carta a los obreros norteamericanos". 20 agosto 1918. Tomo XXIX. O. C. Akal).
Esto es para moderar la imagen que se da a menudo de un Lenin asusta niños, sardónico, únicamente preocupado por su poder dictatorial y por combatir "sin descanso la idea de autodeterminación de la clase obrera". Podríamos citar decenas de otros textos, de 1917, 18 y 19, expresando las mismas ideas. A pesar de esto. Es cierto que Lenin y los bolcheviques tenían la idea errónea, proveniente de un esquema burgués, según la cual la toma del poder político por el proletariado consistía en la toma del poder por su partido. Y esta misma idea era la que compartía el conjunto de las corrientes de la Segunda Internacional incluida su izquierda. Es justamente la experiencia de la revolución en Rusia y la de su degeneración lo que permitió comprender que el esquema de la revolución proletaria era en este terreno fundamentalmente diferente del de la revolución burguesa. Hasta el final de su vida, en enero de 1919, Rosa Luxemburgo por ejemplo, cuyas divergencias con los bolcheviques sobre los problemas de organización son célebres, conservó esa misma falsa visión: "Si Spartacus toma el poder será bajo la forma de la voluntad clara, indudable de la gran mayoría de las masas proletarias." (Congreso de fundación del PCA. 1 enero 1919).
¿Hay que concluir que Rosa Luxemburgo era una "jacobina burguesa"? ¿De qué revolución burguesa habrían sido protagonistas ella y los espartaquistas en la Alemania industrial de 1919? ¿Defendía quizás R. Luxemburgo esa posición porque también dirigía un partido (SDKP) que tenía actividades en las provincias polaca y lituana en la Rusia zarista y en las cuales "sólo una revolución burguesa estaba a la orden del día"? Por ridículo que sea este argumento no tiene nada que envidiarle al que convierte a Lenin, que pasó la mayor parte de su vida militante en Alemania, Suecia, Francia e Inglaterra (es decir, en los países más avanzados de aquella época), en puro producto "del suelo ruso" y "de la revolución burguesa" que, supuestamente, estaba en gestación en Rusia.
2. La cuestión agraria
"Los bolcheviques expresaron perfectamente en su práctica y en sus consignas (paz y tierra), los intereses de los campesinos en lucha por la salvaguardia de la pequeña propiedad privada (intereses capitalistas). Lejos de apoyar los intereses del proletariado socialista contra la propiedad feudal y capitalista de la tierra se hicieron, en lo relativo a la cuestión agraria, los defensores descarados de los intereses de los pequeños capitalistas." ("Tesis sobre el bolchevismo", la nº 46).
Aquí también es necesario restablecer la verdad más elemental. Si sobre esta cuestión los bolcheviques cometieron errores es necesario criticar su posición verdadera como lo hizo R. Luxemburgo en el panfleto sobre "la Revolución Rusa" y no una posición inventada según las necesidades de la demostración. He aquí lo que figura en el "Decreto sobre la tierra", presentado por Lenin y adoptado en el Segundo Congreso de los Soviets el mismo día de la insurrección de Octubre: "Queda abolido para siempre el derecho de propiedad privada sobre la tierra. La tierra no podrá ser vendida ni comprada, alquilada o hipotecada ni alienada bajo ninguna otra forma. Todas las tierras, las del estado, patrimoniales, de la corona, de los conventos, de la iglesia, de los latifundios, propiedades privadas, de las comunas y campesinos, etc., son expropiadas sin indemnización. Pasan a ser propiedad de todo el pueblo y son concedidas en usufructo a quien las trabajan...Los terrenos que contienen explotaciones altamente desarrolladas. Jardines, plantaciones, viveros, provisiones, pastos, etc., no serán repartidos sino convertidos en explotaciones modelo, según su extensión e importancia, serán dados en disfrute exclusivo al Estado o a las comunas."
Se puede ver que esto es muy diferente a una salvaguardia de la pequeña propiedad privada (intereses capitalista)." Al contrario, esta propiedad queda "abolida para siempre".
Estas disposiciones del Decreto son la copia textual del "Mandato imperativo campesino sobre la tierra" redactado en agosto del 1917 a partir de 242 mandatos campesinos locales. En su informe Lenin explica: "se elevan voces para decir que el Decreto mismo y el Mandato fuero establecidos por los socialistas revolucionarios. Sea. Qué importa quien los estableció. Pero nosotros, como gobierno democrático, no podemos eludir las decisiones tomadas por las capas populares, aun cuando no estuviéramos de acuerdo con ellas. Al aplicar el decreto en la práctica, al aplicarlo localmente los campesinos comprenderán ellos mismos donde está la verdad. La vida es el mejor educador y mostrará quien tiene razón, los campesinos por un lado y nosotros por el otro trabajaremos para resolver este problema." (Obras de Lenin. Tomo XXVI).
La posición de los bolcheviques es clara. Si hicieron concesiones a los campesinos es porque no podían imponerles a la fuerza su propio programa al cual, sin embargo, no renuncian. Además, en el mismo momento en que se adoptaba el Decreto, los campesinos ya habían comenzado a repartirse las tierras en muchos lugares. Con respecto a la consigna "La tierra para los campesinos" obedecía no a una "defensa descarada de los intereses del pequeño capitalista", sino en la preocupación de desenmascarar en la realidad de los hechos a todos los partidos burgueses y conciliadores, mencheviques y socialistas revolucionarios, que no hacían sino engañar a los campesinos con promesas sobre la reforma agraria, reformas que no tenían ni la intención ni la posibilidad de realizar. Sobre ese punto estos artículos no hacían más que confirmar lo que Lenin y toda la izquierda marxista no paraba de repetir desde años atrás. Que la burguesía en los países subdesarrollados había dejado de ser capaz de cumplir cualquier tarea histórica "progresiva" y particularmente la de acabar con las estructuras y leyes feudales para imponer la propiedad campesina sobre las tierras como lo habían hecho los burgueses de los países avanzados al principio del capitalismo. En donde Lenin si que cometía un error era en creer que el proletariado podría encargarse de realizar esas medidas que la burguesía no había llevado a cabo. Si la burguesía ha dejado de ser capaz de llevarlas a cabo es porque históricamente han dejado de ser realizables, han dejado de tener un carácter de necesidad, no corresponden ya a las fuerzas productivas y por consiguiente se oponen a las nuevas tareas que se le imponen a la sociedad. Con razón R. Luxemburgo subraya que el reparto de las tierras "acumula, ante la transformación de la agricultura en una dirección socialista, dificultades invencibles". (R. Luxemburg: "La revolución rusa"). Y le opone la "nacionalización de la propiedad privada grande y mediana, (la) reunión de la industria y de la agricultura". Pero en vez de denunciar a los bolcheviques como "defensores de los intereses del pequeño capitalista", escribe con razón: "Que el gobierno de los soviets no haya establecido esas considerables reformas ¿Quién se lo puede reprochar? Sería una broma de mal gusto exigir o esperar de Lenin y demás compañeros que durante el corto tiempo de su dominación, en el vertiginoso torbellino de luchas interiores y exteriores, presionados por todas partes por enemigos y resistencias innumerables, que hayan podido resolver, o simplemente atacar uno de los problemas más difíciles, el de la transformación socialista. Nos romperemos más de un diente contra esa dura piedra cuando hayamos tomado el poder en occidente y en condiciones más favorables antes de habernos quitado de encima sólo las mayores de las miles dificultades complejas de esa gigantesca labor." (R. L.: "La revolución rusa").
3. La cuestión nacional
"El llamamiento al proletariado internacional no era más que uno de los aspectos de una política más amplia que trataba de ganarse el apoyo internacional a favor de la Revolución rusa. El otro aspecto era la política y la propaganda por la autodeterminación nacional, en donde los horizontes de clase quedaban aun más sacrificados que en el concepto de revolución del pueblo." ("Tesis sobre el bolchevismo", la nº 50).
Es difícil creer que fue con la vista puesta en colar una "táctica" de defensa de la revolución que tuvo lugar en 1917, que además nadie había previsto en ese país y en esas circunstancias[1], por lo que la Socialdemocracia rusa (y no sólo los bolcheviques), desde su fundación en 1898, y la Socialdemocracia internacional habían adoptado la consigna "derecho a la autodeterminación nacional". ¿Hay que creer entonces que Görter y Pannekoek, que criticaban las posiciones de Lenin sobre esta cuestión, tenían en mente la defensa futura de la "revolución burguesa holandesa" cuando, haciendo una excepción en sus análisis, preconizaban la "autodeterminación de las Indias Holandesas"?
Con respecto al "sacrificio de los horizontes de clase" veamos lo que decía Lenin sobre el tema en plena polémica con Rosa Luxemburgo: "La Socialdemocracia, como partido del proletariado, se da como tarea positiva y principal la de cooperar por la libre disposición no de los pueblos y naciones sino del proletariado de cada nacionalidad. Debemos tender siempre e incondicionalmente hacia la unión más estrecha posible del proletariado de todas las nacionalidades y, sólo en casos particulares y excepcionales podemos exponer y apoyar activamente reivindicaciones tendentes a la creación de un nuevo Estado de clase o al reemplazo de la unidad política total del Estado por la unión federal más débil." (Iskra, nº 44).
Una vez establecido esto -y hay que subrayar que la mayoría de las veces los que denuncian como burgués al bolchevismo lo conocen todavía menos que los que se reclaman de él al pie de la letra- es necesario afirmar que la consigna "derecho a la autodeterminación" nacional debe ser rechazada categóricamente por su contenido teórico erróneo y sobre todo después de que la experiencia haya demostrado en qué se convirtió y para qué sirvió en la práctica. La CCI ha consagrado suficientes textos a esta labor (en particular el panfleto "¿Nación o Clase?"[2]. Sí que vamos a insistir sobre el significado real que tenía esa consigna para los bolcheviques, sobre la diferencia fundamental que existe entre el error y la traición. Lenin, y con él la mayoría de los bolcheviques, partiendo de los intereses de la revolución socialista mundial, cree poder utilizar esa posición política (el "derecho a la autodeterminación nacional") contra el capitalismo y en eso se equivoca completamente. Los renegados, los traidores de toda clase utilizan a fondo esa posición para desarrollar su política contrarrevolucionaria y con el interés de conservar y reforzar el capitalismo nacional e internacional. He aquí toda la diferencia. Esa diferencia tiene el espesor de una frontera de clase.
Es natural que renegados y traidores del proletariado utilicen, para camuflarse mejor, tal o cual frase errónea de Lenin y lleguen a conclusiones completamente opuestas al espíritu revolucionario que guió la acción de Lenin durante toda su vida.
Es estúpido que haya revolucionarios que les ayuden obviando las diferencias, estableciendo una equivalencia entre esos canallas y Lenin.
Es de mentecatos decir que fue por defender los intereses nacionales de la "revolución burguesa" rusa por lo que Lenin proclamaba "el derecho a la autodeterminación de los pueblos" e incluso "su separación de Rusia". Cuando nosotros decimos que la "liberación" de los países coloniales, que su "independencia" formal no es incompatible con los intereses colonialistas, queremos decir que el imperialismo puede perfectamente arreglárselas con la independencia formal y no estamos de ninguna manera diciendo que el imperialismo practica benévolamente o por indiferencia esta política. Todas las "liberaciones" han sido producto de luchas internas, de presiones de intereses de diferentes burguesías y de intrigas internacionales de los imperialismos antagónicos. Stalin se encargará más tarde de demostrar, con mares de sangre, que los intereses de Rusia no eran exactamente la independencia de los países limítrofes, sino que exigían la incorporación forzada de tales países al gran imperio ruso. Explicar no es justificar. Pero aquel que para condenar una posición falsa mezcla "derecho de los pueblos a la separación" con la incorporación violenta, mezcla Lenin con Stalin, es que no entiende nada y convierte la historia en algo incomprensible, sin pies ni cabeza. En el derecho a la autodeterminación de los pueblos, Lenin quiere ver ante todo la posibilidad de denunciar el imperialismo, no el imperialismo del vecino de enfrente, el del extranjero sino el de "su propio país", de su propia burguesía. Es indiscutible que esto le conduce a contradicciones, y el pasaje siguiente lo atestigua: "La situación es indiscutiblemente muy complicada, pero existe una salida que permitiría a todos seguir siendo internacionalistas. Los socialdemócratas rusos y alemanes deben exigir la incondicional "libertad de separación" para Polonia, mientras los socialdemócratas polacos deben luchar por la unidad de acción revolucionaria en los países pequeños y grandes, sin reivindicar para la época o para el periodo presente (el de la guerra imperialista) la independencia de Polonia." ("Balance de un debate sobre el derecho de las naciones a definirse por si mismas. Octubre 1916. Obras de Lenin tomo XXIII).
También refleja este pasaje que el aspecto "muy complicado de la situación" le lleva en su análisis a contradicciones que están indudablemente animadas por una preocupación internacionalista intransigente. En la época en que escribe este texto la principal fuerza contrarrevolucionaria era la socialdemocracia, los socialimperialistas, como los llamaba Lenin "socialistas de palabras, imperialistas en actos" sin cuya ayuda el capitalismo no hubiera podido jamás mandar a los obreros a la guerra imperialista. Los "socialistas" justificaban la guerra en nombre de los supuestos intereses nacionales que los obreros tienen en común con la burguesía. La guerra imperialista llegaba a ser, según ellos: la defensa de la libertad, de las consignas obreras, de la democracia,... amenazadas por los "malditos imperialistas extranjeros". Desenmascarar las mentiras de esos falsos socialistas era el primer deber, la tarea más imperativa de un revolucionario. A esta preocupación obedece esencialmente, para Lenin, la consigna sobre el derecho de los pueblos a disponer por si mismos, y no por los intereses de Rusia sino contra los intereses nacionales de la burguesía rusa e internacional. Respecto a la acusación de que se utilizó esta consigna para justificar la participación en la guerra imperialista; Lenin contestó con claridad: "Invocar hoy en día la actitud de Marx con respecto a las guerras de la época de la burguesía progresiva y olvidar las palabras de Marx "Los obreros no tienen patria", palabras que se refieren justamente a la época de la burguesía reaccionaria que ha dejado de tener un papel progresivo, a la época de la revolución socialistas es deformar cínicamente el pensamiento de Marx y sustituir el punto de vista socialista por el punto de vista burgués." (Lenin: "El socialismo y la guerra").
4. El internacionalismo táctico
"Pero el internacionalismo revolucionario formaba parte de su táctica, lo mismo que luego fue parte de su táctica el retroceso hacia la NEP." ("T sobre el B", la nº 50).
"El verdadero peligro que amenazaba a la revolución rusa era el de un intervención imperialista. Para defenderse del imperialismo mundial el bolchevismo tenía que organizar un contraataque desde los centros imperialistas dominantes y de ahí la política internacional de dos caras que siguieron lo bolcheviques." ("T sobre el B", la nº 51).
"Así pues el concepto de "revolución mundial tenía para los bolcheviques un contenido de clase totalmente diferente al de la revolución proletaria internacional." ("T sobre el B", la nº 54).
Esta es otra de las viejas leyendas que se han inventado sobre los bolcheviques. La del internacionalismo de "circunstancias" destinado por un lado a ganarse la confianza de las masas populares cansadas de la guerra; y por otro a someter al conjunto del movimiento obrero mundial a una política de defensa del Estado capitalista ruso.
Con respecto al primer argumento basta con leer las tomas de posición de los bolcheviques mucho antes de que estalle la guerra y particularmente en los Congresos internacionales de 1907 (Stuttgart) y 1912 (Basilea). Además, la lucha contra la guerra, tal y como la concebían los bolcheviques, no tenía nada que ver con la de los sectores pacifistas de la burguesía, influyentes en ciertos sectores del movimiento obrero. Ellos no reclaman "una paz democrática y sin anexiones" a los estados beligerantes ni se contentan con declarar "guerra a la guerra" sino que colocaron en primer plano, siendo los primeros que lo hicieron en el movimiento obrero, la consigna verdaderamente revolucionaria "transformación de la guerra imperialista en guerra civil" y denunciaron sin piedad todas las ilusiones del pacifismo. Si su única preocupación hubiera sido la de "ganarse a las masas para tomar el poder" ¿Para qué poner por delante consignas, que les aislaban de esas masas sumergidas en el ambiente de "hasta la victoria final", en su forma "puramente patriotera" al principio y "revolucionaria" después? El Matasiete de bolcheviques responde "pues porque habían previsto que las masas, cansadas de la guerra y de las desgracias que acarrea, terminarán por volverse hacia ellos". Entonces y según esto Plejanov, los mencheviques, los socialistas revolucionarios, Kerenski, todas las fracciones de la burguesía que querían apoderarse también del poder deberían haber preconizado igualmente el "derrotismo revolucionario". Es decir debían haber explicado que no era asunto de los proletarios rusos que su país fuese vencido en la guerra imperialista. Es más, debían haber jugado también, esas corrientes, la carta del "internacionalismo", la buena, la que ganaba seguro, la que no entraba en conflicto con el capital ruso de cuyos intereses, según ellas, los bolcheviques eran fundamentalmente defensores. Vistas así las cosas la diferencia entre los bolcheviques y todas las corrientes citadas es simplemente de clarividencia, es una cuestión de inteligencia diplomática. A todo esto aboca el análisis de los detractores profesionales.
¿Cómo se explica entonces que todos los elementos avanzados del proletariado mundial (los "espartaquistas" y el grupo "Arbeiterpolitik" en Alemania, los elementos agrupados alrededor de Loriot en Francia, William Russel y el "Trade-unionist" en Inglaterra, Mac Lean en Escocia, el Partido Obrero Socialista" en los Estados Unidos, los "tribunistas" en Holanda, el Partido de los Jóvenes de Izquierda en Suecia, los "Estrechos" en Bulgaria, los elementos agrupados alrededor del "Buró Nacional" y del "Buró General" en Polonia, los Socialistas de izquierda de Suiza, los elementos del Club Karl Marx en Austria, etc.), todos o la mayoría (incluidos los "futuros" consejistas) de los que después se encontraron en la vanguardia de los grandes combates de clase que siguieron a la Guerra hayan adoptado o se hayan unido a una posición sobre la guerra idéntica o muy cercana a la de los bolcheviques; que hayan establecido contactos y colaborado dentro de la izquierda de Zimmerwald y de Kienthal?
Por lo general, el consejismo está de acuerdo con la naturaleza proletaria de esas diferentes corrientes ¡Faltaría más!
Pero entonces ¿Por qué se considera que lo que separa a los bolcheviques de los mencheviques es sólo una diferencia de "inteligencia" y a la vez se dice que esa misma oposición, entre espartaquistas y socialdemócratas, revelaría una diferencia de clase?
En Alemania, un capitalismo mucho más viejo, potente y experimentado que el ruso no fue capaz de hacer lo que un capitalismo más débil a todos lo niveles logró en Rusia: producir una corriente política lo suficientemente clara como para poner en primer plano consignas internacionalistas, desde 1907 y sobre todo a partir de 1914, las cuales le permitirían, en el momento propicio, recuperar el descontento de las mases a su favor y a favor del capital nacional. A esto conduce lógicamente la tesis sobre el "internacionalismo táctico". Y la paradoja es aun mayor cuando se sabe que en Zimmerwald fue ese partido "burgués" el que tuvo la posición más justa, desde el punto de vista proletario, mientras que la corriente proletaria espartaquista nadaba en la confusión del "centro". Cuando la gran revolucionaria Rosa Luxemburgo pone en evidencia esta confusión al escribir, en su panfleto contra la guerra ("La crisis de la socialdemocracia, "Folleto Junius""): "Sí, los socialdemócratas están obligados a defender su país durante las grandes crisis históricas. Y precisamente ahí radica la grave culpa de la fracción socialdemócrata del Reichstag, cuando manifiesta solemnemente en su declaración del 4 de agosto de 1914: "En la hora del peligro no dejaremos a nuestra patria en la estacada", renegando en ese mismo instante de sus propias palabras. La socialdemocracia ha dejado a la patria en la estacada en el momento de mayor peligro. Pues su primer deber ante la patria era, en ese momento, mostrar al país el verdadero trasfondo de esta guerra imperialista, desenmarañar la trama de mentiras diplomáticas y patrióticas que encubren este atentado contra la patria... Oponerse al programa de guerra imperialista. Defender el viejo programa verdaderamente nacional de los patriotas y demócratas de 1848, el programa de Marx, Engels y Lasalle: la consigna de una gran república alemana."
Sorprende verdaderamente que sea el "burgués" Lenin quien corrija los errores de Luxemburgo, en estos términos: "Lo erróneo de esos razonamientos salta a la vista...Propone que se le "oponga" a la guerra imperialista un programa nacional. ¡Le propone a la clase de vanguardia que mire al pasado y no al porvenir!... En la actualidad la situación objetiva en los grandes países adelantados de Europa es distinta -el progreso, si no se toman en cuenta los posibles y transitorios pasos atrás, puede ser realizado sólo en dirección a la sociedad socialista y a la revolución socialista." (Lenin. "El folleto de Junius: La crisis de la socialdemocracia.". Obras completas. Tomo XXXIII. Akal Editor).
Finalmente la tesis del "Internacionalismo táctico" viene a considerar que la posición contra la guerra imperialista era un punto secundario del programa proletario en esa época, puesto que podía perfectamente pertenecer al programa de un partido burgués. ¡Totalmente falso! De hecho, a partir de 1914 el problema de la guerra se ha convertido en el meollo de toda la vida del capitalismo. En ella se ponen de manifiesto todas sus mortales contradicciones. Indica que el sistema ha entrado en su fase de decadencia histórica, que se ha convertido en el impedimento clave del desarrollo de las fuerzas productivas, que sólo puede sobrevivir provocando holocaustos sucesivos, con mutilaciones repetidas y cada vez más catastróficas. Cuales quiera que sean los conflictos de intereses que oponen a las diferentes fracciones de la burguesía de un país, la guerra obliga a esos sectores a movilizarse por la defensa del patrimonio común, del capital nacional y de su representante supremo, el Estado. Por eso aparece bruscamente en 1914 un fenómeno que poco antes se creía imposible, "la Unión Sagrada", que reúne partidos y organizaciones que se habían combatido mutuamente durante décadas. Y aunque durante la guerra subsisten enfrentamientos entre sectores de la clase dominante, estos no están motivados por la necesidad o no de llevarse el mejor pedazo de las conquistas, sino por la manera de llevarse la mejor parte, la mayor ventaja. Por eso el gobierno provisional burgués que toma el poder después de la Revolución de Febrero no abandona ninguno de los objetivos fijados en los acuerdos diplomáticos entre la Rusia zarista y los países de la "Entente". Al contrario, fue por considerar que el régimen zarista no dirigía la guerra junto a Francia e Inglaterra con la suficiente decisión, tentado como estaba de romper sus alianzas y entendérselas con Alemania, por lo que la fracción de la burguesía que domina el gobierno provisional contribuye a la caída de Nicolás II. Si la revolución de Octubre hubiese sido efectivamente una "revolución burguesa", destinada a asegurar una mejor defensa del capital nacional, no hubiera proclamado inmediatamente la necesidad de paz, ni hubiera dado publicidad a acuerdos diplomáticos secretos, ni hubiera renunciado a todos los botines de guerra que en ellos figuraban. Al contrario, habría tomado inmediatamente disposiciones para asegurar una mejor dirección de la guerra. Si el partido bolchevique hubiese sido un partido burgués, no habría tomado la cabeza de los partidos proletarios de aquella época para denunciar la guerra imperialista ni llamado a acabar con ella por medio de la revolución socialista. Durante la guerra imperialista, el internacionalismo no era un problema secundario para el movimiento obrero. Constituía al contrario la línea de demarcación entre el terreno proletario y el terreno burgués, y eso no era sino la ilustración de una realidad mucho más general: el internacionalismo sólo pertenece a la clase obrera, la única clase histórica que no tiene ninguna propiedad y cuya dominación sobre la sociedad implica la desaparición de toda forma de propiedad. Como tal, es la única clase que puede superar realmente las divisiones territoriales (regional para la nobleza, nacional para la burguesía) que son la plasmación geopolítica de la existencia de la propiedad, el marco dentro del cual la clase dominante asegura la protección y la defensa de su propiedad. Y si la formación de naciones se correspondió con la victoria de la burguesía, la desaparición de las naciones no será posible más que con la victoria de la clase obrera sobre la burguesía.
Esto nos lleva pues al segundo argumento que utiliza el consejismo para dar crédito a la idea de que el internacionalismo de los bolcheviques era exclusivamente "táctico", al fin y al cabo, una consigna destinada a someter el movimiento obrero mundial a una política de defensa del Estado capitalista ruso; y a la de que la Internacional Comunista no era, desde su fundación, más que un instrumento de la diplomacia soviética. Hay que señalar que esa misma idea la defiende Guy Sabatier del grupo "Pour une Intervention Communiste" en su panfleto "Tratado de Brest-Litovsk de 1918, frenazo a la Revolución" (Ediciones Espartaco Internacional. Octubre 2001). Para este compañero que sin embargo no cae en el menchevismo de los consejistas sobre la naturaleza "burguesa" de la Revolución de Octubre: "Fue inmediatamente, con la perspectiva de defender el Estado ruso en todos los países y como apoyo a su diplomacia exterior de tipo tradicional, la forma en que se concibió la Tercera Internacional." (Pág. 59)
Y si bien admite que: "Varios textos reflejan el empuje del movimiento proletario internacional como por ejemplo el Manifiesto "A los proletarios del mundo entero" redactado por Trotski." (Pág. 63), Sabatier estima que: "El llamamiento "A los trabajadores de todos los países" que lanza el Congreso fue el documento más significativo del verdadero papel que correspondía a la organización mundial tras la cortina de humo de al profesión de fe comunista: dichos trabajadores eran ante todo convidados a aportar sin reservas su apoyo a la "lucha del Estado proletario rodeado por los Estados capitalistas" y para eso tenían que presionar a sus gobiernos respectivos con todos los medios "incluso si fuese necesario con medios revolucionarios". Además este llamamiento insistía sobre la "gratitud" que había que tenerle al "proletariado revolucionario ruso y a su partido dirigente, el partido comunista de los bolcheviques", preparando así además del tema de la "defensa de la URSS", el culto al partido-Estado." (Pág. 64).
Cierto es que ¡quien quiere matar a su perro dice que tiene la rabia! Y es curioso que se considere como "documento más significativo" del verdadero papel de la IC un simple memorando que entregó Sadoul al Congreso como Declaración de la delegación francesa. Es una engañifa presentar ese texto como "Llamamiento hecho por el Congreso" ¡Cuando ni siquiera fue sometido a ratificación! Según eso la I. C. indicaba al proletariado su tarea esencial, "defensa del Estado ruso" por medio de un texto de lo más secundario. En cambio, los textos esenciales del Congreso (por cierto, redactados por los bolcheviques): el "Manifiesto", de Trotski; las "Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado", de Lenin; la "Plataforma", de Bujarin; la "Resolución sobre la posición respecto a las corrientes socialistas y la conferencia de Berna", de Zinoviev) ponían esencialmente en primer plano:
En ninguno de estos textos se encuentra rastro alguno de llamamientos a "la defensa de la URSS"; no porque hubiese sido falso llamar a los obreros de los demás países a oponerse al apoyo de sus gobiernos a los ejércitos blancos y a su participación directa en la Guerra, sino simplemente porque no era esa la función primordial de la I. C. que se concebía a si misma como: "El instrumento de la República Internacional de los Consejos" y "La Internacional de la acción abierta de masas, de la realización revolucionaria, la internacional de la acción" ("Manifiesto").
Tal vez lo que se pretende es decir que Sadoul estaba "teledirigido" o "manipulado" por los bolcheviques para indicarles a los proletarios su deber de "defender la URSS" mientras ellos se dedicaban a producir la "cortina de humo de profesión de fe comunista". Así las cosas, esta sería una prueba más de la, repetidamente evocada, ¡"duplicidad" de los bolcheviques!
Suponiendo que fuese tal hipótesis verídica, todavía faltaría explicar por qué los bolcheviques utilizaron esta táctica. Si tenían realmente la intención, al fundar la Internacional, de movilizar a los obreros tras la "defensa de la URSS" ¿No hubiese sido la mejor manera de hacerlo incluir esa consigna en uno de los textos oficiales del Congreso, invistiéndola así con su propia autoridad, grande entre los trabajadores del mundo entero? ¿Se puede creer seriamente que esa consigna iba a tener más impacto entre las masas proletarias sacándola, de manera casi confidencial, en un documento secundario presentado por un militante tan poco conocido que ni siquiera era delegado oficial (el representante de la izquierda zimmerwaldiana era Guilbeaux)? La pobreza de los argumentos utilizados para defenderla es una prueba más de la inconsistencia de la tesis que caracteriza a la Internacional Comunista como un instrumento de la diplomacia capitalista rusa desde su fundación.
¡No, compañero Sabatier! ¡No, señores detractores de los bolcheviques!
La I.C. no era burguesa en su fundación. Se volvió burguesa. Pero al mismo tiempo, murió como Internacional porque no puede existir una internacional de la burguesía. Jamás revolución burguesa alguna ha dado nacimiento a una internacional. La "revolución burguesa" de 1917 sería pues una excepción y como los consejistas -de la misma manera que los estalinistas- nos la presentan, estaría al mismo nivel que la pretendida "revolución "china de 1949 (vean las "Tesis sobre la Revolución China" de Cajo Brendel). Está claro que tendrían que explicarnos por qué esta última no dio lugar a una internacional.
Y si la I.C. desde sus principios no hubiese sido algo más que una simple institución burguesa ¿Cómo explicar que en su seno se hayan reagrupado todas las fuerzas vivas del proletariado mundial, incluso las corrientes y los elementos que más tarde iban a formar la Izquierda Comunista? ¿No estaba acaso el Buró de la I. C. para Europa Occidental dirigido por Pannekoek y sus amigos? ¿Cómo podría un organismo burgués producir fracciones comunistas que en medio de la más terrible contrarrevolución de la historia iban a seguir defendiendo solas los principios proletarios? ¿Cómo imaginar que en el momento de la gran oleada revolucionaria de la primera posguerra millones de trabajadores en lucha, así como todos los militantes más conscientes y lúcidos del movimiento obrero se equivocaran de puerta tan sencillamente, al adherirse a la Internacional Comunista? Para esas preguntas el consejismo ya tiene la respuesta. Veamos.
5. El "maquiavelismo de los bolcheviques"
"...Los bolcheviques difundieron sus consignas entre los obreros, particularmente las referentes a los soviets. El hecho de que la consigna determinara finalmente la táctica de los obreros no tenía por si mismo nada más que un sentido puntual; el partido no consideraba en absoluto que una consigna le ligara a las masas como si se tratara de una obligación de principio; al contrario, veía en ella un instrumento para hacer propaganda de una política que apuntaba en última instancia a la toma del poder por parte de la organización." ("T sobre el B", la nº 31)
"El establecimiento del Estado soviético fue el establecimiento de la dominación del partido del maquiavelismo bolchevique." ("Tesis..." la nº 57).
No fue el consejismo quien inventó la idea del "maquiavelismo" de los bolcheviques y de Lenin, fue la burguesía de 1917. Es después de esa fecha y siguiendo a los anarquistas cuando los consejistas mezclaron sus voces a las de esos coros. Digamos ya que tal visión, la concepción policíaca de la historia, es típica de las clases explotadoras para quienes todo movimiento social no es sino un asunto de "manipulaciones" y de "cabecillas". Este tipo de concepción es tan absurda desde el punto de vista marxista (y los consejistas se pretenden "marxistas") que nos contentaremos con señalar algunas citas y algunos hechos que la invalidan respecto a la acción de los bolcheviques. Sin duda que el "maquiavelismo" o la "demagogia" guiaban a Lenin cuando declaraba en Abril de 1917: "No creáis en las palabras. No os dejéis arrastrar por las promesas. No exageréis vuestras fuerzas. Organizaos en cada fábrica, en cada regimiento y en cada compañía, en cada barricada. Realizad un trabajo perseverante de organización cada día, cada hora. Trabajar vosotros mismos, ya que esta labor no puede confiarse a nadie. Conseguir con vuestra labor que las masas vayan depositando su plena confianza en los obreros de vanguardia de manera gradual, con firmeza, indestructiblemente. Este es el contenido fundamental de todos los acuerdos de nuestra Conferencia. Esa es la enseñanza principal de todo el curso de la Revolución. En eso consiste la única garantía del éxito.
Camaradas obreros: os exhortamos a realizar una labor difícil, seria e infatigable, que una al proletariado consciente, revolucionario de todos los países. Este camino y sólo éste conduce a la salida, a salvar a la humanidad de los horrores de la guerra, del yugo del capital." (Conferencia de Abril, 1917. Lenin Obras escogidas. Editorial Cenit. Tomo II. Pág. 148).
"No es la cantidad lo que importa, sino la expresión fiel de las ideas y de la política del proletariado verdaderamente revolucionario". "Más vale quedarse sólo dos, con Liebknecht, porque es quedarse con el proletariado revolucionario." ("Las tareas del proletariado en nuestra revolución". Lenin, Abril 1917.Obras completas Tomo XXIV. Akal Editor).
Los bolcheviques no sólo declaraban que podían quedarse aislados sino que lo hicieron efectivamente en todos los momentos en los que la clase obrera se dejó arrastrar al terreno de la burguesía. En cambio, (¿Era tal vez pura y simple demagogia?), si que permanecieron a su lado y marcharon delante de ella cuando se encaminó a la revolución. Quizás eso no era sino por pura "táctica" y por la misma razón, desde 1903, no pararon de engañar a todo el mundo:
En realidad su "maquiavelismo" era tal que hasta lograron la proeza de engañarse sobre su propio ser...O eso al menos es lo que parece afirmar Pannekoek cuando escribe: "Lenin (que sin embargo fue un discípulo de Marx) ignoró siempre lo que es el marxismo real." (En "Lenin filósofo").
No es para honrar piadosamente la memoria de los bolcheviques ni la de la revolución de Octubre por lo que estamos defendiendo el carácter proletario de ambos. Es, porque toda concepción que les convierta en revolución burguesa a ésta o en partido burgués al de aquellos, rompe de hecho con el marxismo. Rompe con el instrumento teórico esencial de la lucha de la clase obrera, sin el cual el proletariado no podrá vencer jamás al capitalismo. Hemos visto ya cómo las concepciones consejistas o bordiguistas sobre Octubre 1917 llegan a aberraciones mencheviques o estalinistas y así mismo, cómo cualquier análisis que ve al partido bolchevique como corriente burguesa acaba por no comprender nada del proceso vivo de toma de conciencia del proletariado. Un proceso que los revolucionarios deben apresurarse a profundizar y generalizar y que por lo tanto deben conocer al máximo.
En efecto, a todos aquellos que consideran que la revolución de Octubre era proletaria pero que el partido bolchevique era burgués; a todos aquellos que atribuyen a los dos un carácter burgués pero no pueden negar que: "La Revolución Rusa constituyó un episodio importante en el desarrollo del movimiento de la clase obrera. Primero porque vio manifestarse nuevas formas de huelga política, instrumento de la revolución. Después y sobre todo, porque en esta ocasión aparecieron por primera vez nuevas formas de organización de los trabajadores en lucha, los soviets o consejos obreros." (A. Pannekoek "Los consejos obreros". Edita Zero-ZYX. 1977).
A todos ellos les preguntamos ¿Cómo se expresó, en un acontecimiento de tan gran importancia para la vida y la lucha de la clase, su conciencia? ¿Hay acaso que pensar que a tal suceso no lo acompañó ninguna toma de conciencia? ¿Acaso las masas proletarias se pusieron en movimiento, se dieron formas inéditas de lucha y de organización mientras seguían sufriendo el peso de la ideología burguesa? Basta con preguntárselo para ver lo que tal idea tiene de absurda. ¿Quedó entonces muda esa toma de conciencia? ¿En qué militantes, en qué periódicos, en qué panfletos se manifestó? ¿Cómo se extendió y se difundió al conjunto de la clase, por telepatía, a partir únicamente de millones de experiencias individuales idénticas? ¿Es posible que todos los sectores, todos los miembros de la clase obrera hayan evolucionado de manera homogénea y uniforme? ¡Claro que no!
¿Dentro de qué marco se reagruparon? ¿Cuál o qué organizaciones (además de los Consejos que agrupaban a toda la clase obrera y no sólo a sus elementos más avanzados) expresaron esa toma de conciencia y contribuyeron a ampliarla y a profundizarla?
¿Acaso el Partido bolchevique?
Algunos, que piensan que era burgués, estiman que expresaba "a pesar de todo" o de una "manera deformada" esa conciencia. Este análisis es indefendible. O bien este partido era una emanación de la burguesía o bien era una emanación de la clase obrera o de otra clase de la sociedad. Si era realmente una emanación acabada de la burguesía (bajo cualquier forma que sea) no podía, al mismo tiempo, expresar la vida de su enemigo mortal, el proletariado. No podía reagrupar a los elementos más conscientes de la clase obrera sino, al contrario, a los elementos más mistificados.
¿La corriente anarquista entonces?
Esa corriente estaba muy dividida y era demasiado heteróclita. Entre un Kropotkin que llamaba a luchar contra la "barbarie prusiana" y un Voline que supo mantenerse internacionalista incluso en el peor momento de la Segunda Guerra mundial, se abrió un precipicio. En su conjunto, incapaz de organizarse y dividido entre diferentes variantes individualistas, sindicalistas o comunistas, el anarquismo, a pesar de la audiencia importante que pudo tener, en algunos casos fue engullido por los acontecimientos y en otros siguió hasta Octubre del 17 un política idéntica a la de los bolcheviques. Si los elementos más conscientes de la clase no podían agruparse dentro del partido bolchevique, menos aun pudieron hacerlo dentro de la corriente anarquista.
¿Los socialistas revolucionarios de izquierda?
Ellos también, en lo mejor que hicieron, se encontraron al lado de los bolcheviques luchando contra el gobierno Kerenski, participando en la insurrección de Octubre, defendiendo el poder de los soviets. Pero esa corriente, que se concibió esencialmente como defensora del pequeño campesinado, volvió rápidamente a sus orígenes después de 1917, al terrorismo. Si los bolcheviques no eran militantes de la clase obrera, los socialistas revolucionarios de izquierda lo eran muchísimo menos.
¿Será entonces entre los partidos que participaron en el gobierno provisional burgués, los social-revolucionarios o los mencheviques, donde habrá que buscar a los elementos más avanzados?
Quizás a ciertos consejistas les parezca que el partido menchevique era el más consciente, desde el punto de vista proletario, puesto que utilizan sus análisis.
El hecho es que, con el análisis consejista es imposible responder a todas esas preguntas, a menos de concluir con que: o bien los acontecimientos de 1917 no provocaron ninguna toma de conciencia de clase o bien esa conciencia se quedó completamente muda, atomizada e individualizada.
Pero no son esas a las únicas aberraciones a que conduce el análisis consejista. Hemos visto como este análisis "demuestra el carácter burgués del partido bolchevique" apoyándose en que éste defendía posiciones burguesas sobre una serie de puntos: el sustitucionismo, la cuestión agraria, la cuestión nacional,...
Aunque el consejismo atribuye a los bolcheviques posiciones que no mantuvieron nunca (por lo menos hasta 1917 y durante los siguientes primeros años); aunque les atribuye una manera de proceder y una coherencia en la defensa de esas posiciones, opuestas a las que en realidad tenían; es necesario reconocer que cometieron errores y no tratar de pasarlos por alto, como hacen por ejemplo los bordiguistas -a pesar de que los propios bolcheviques fueron los primeros en reconocerlos cuando se daban cuenta de ellos. Lo que el consejismo no quiere admitir es justamente que se equivocaron. Para éste, no hubo errores, si no simplemente la ilustración de la evidente "naturaleza burguesa" del partido bolchevique.
Vean el prejuicio sistemático del consejismo. Cuando sobre un punto dado el partido bolchevique tiene la posición más correcta desde el punto de vista proletario (ruptura con la socialdemocracia, destrucción del Estado capitalista, poder de los consejos obreros, internacionalismo,...) es por "casualidad" o por "táctica". En cambio cuando defiende una posición menos correcta que las de las otras corrientes revolucionarias de su época (cuestión agraria, cuestión nacional) muestra su "naturaleza burguesa". Si se utilizan los mismos criterios del consejismo se llega a la conclusión de que todos los partidos proletarios de aquella época pertenecían a la clase capitalista.
Para el consejismo, la Tercera Internacional y por lo tanto los partidos que la componían eran, desde su origen, organismos capitalistas. ¿Qué hay que pensar entonces de la Segunda Internacional? ¿Tenía posiciones más correctas que la Tercera o que los bolcheviques sobre los diferentes puntos incriminados? Sobre la cuestión nacional por ejemplo y más concretamente sobre la cuestión polaca, en que se centró la controversia entre Rosa Luxemburgo y Lenin ¿Cuál era la posición de éste? La respuesta es evidente cuando se sabe que Lenin se apoyaba, en aquel debate, precisamente en las resoluciones de los Congresos de la Internacional, resoluciones combatidas por Luxemburgo.
Sobre la toma del poder por el proletariado la posición oficial de la Internacional consideraba que era una tarea que le correspondía al partido obrero. Ni Lenin ni R. Luxemburgo inventaron nada en ese aspecto. En cambio en los partidos socialistas se hablaba muy poco de la necesidad de destruir el Estado capitalista.
Se podrían multiplicar los ejemplos y todos tenderían a demostrar que las posiciones erróneas de los bolcheviques no eran más que una herencia de la Segunda internacional. Así las cosas, según el análisis de los consejistas esta Internacional era también un organismo burgués. ¡Pobres Engels, R. Luxemburgo, Liebknecht, Pannekoek, Gorter,... que militaron durante años en una institución de defensa del capitalismo! Tampoco se comprende por qué la Primera Internacional habría sido más "obrera" que las que la siguieron. ¿Era acaso la presencia en su seno de los "positivistas", de los proudhonianos y de los mazzinistas, lo que les daba el "aliento" proletario que les faltó a sus herederas?
¿Habrá que remontarse acaso a la Liga de los Comunistas para encontrar una verdadera corriente proletaria? Es una idea que se encuentra en ciertos consejistas. A éstos les recomendamos que lean el Manifiesto de 1848. A lo mejor les da un síncope al ver que en ese Manifiesto clase y partido se identifican y que su programa de medidas concretas se parece mucho al del capitalismo de Estado. A fin de cuentas, con el análisis de los consejistas se llega al interesante descubrimiento de que no ha existido nunca un movimiento obrero organizado. O más bien, que dicho movimiento empieza con ellos. Tampoco han existido nunca revolucionarios. ¿Marx y Engels? ¡Pero si eran demócratas burgueses! Si no ¿Cómo se pueden explicar los análisis de Engels sobre la conquista parlamentaria del poder en su "Prefacio, de 1895, a "Luchas de clases en Francia", el discurso de Marx felicitando al presidente Lincoln, la actitud de Marx y Engels durante la revolución de 1848 cuando se separan de la Liga de los Comunistas para fundirse en el movimiento democrático renano,...?
Lo mismo que los bordiguistas, para quienes existe desde 1848 un programa "invariante" e "inmutable" del proletariado, la manera de proceder de los consejistas es perfectamente no histórica al no querer admitir que la conciencia y las posiciones políticas del proletariado son producto de su propia experiencia histórica.
La idea según la cual todo error, toda posición burguesa en una organización política implica necesariamente su pertenencia a la clase capitalista presupone la idea, absurda y absolutamente opuesta a toda visión marxista, de que la conciencia comunista podría nacer súbitamente de manera acabada. Esta conciencia, al contrario, es el resultado de un largo proceso de maduración en el cual la reflexión teórica y la práctica están íntimamente ligadas y durante el cual el movimiento obrero busca a tientas, balbucea, avanza, se detiene, reexamina,... : " ... las revoluciones proletarias se critican constantemente a sí mismas, interrumpen a cada instante su propio curso, regresan a lo que parecía ya terminado para volverlo a empezar, se burlan despiadadamente de sus titubeos, de las debilidades y de las miserias de sus primeras tentativas, parece que derriban a su adversario solamente para permitirle sacar nuevas fuerzas de la tierra y volver a levantarse de nuevo más gigantesco frente a ellas; retroceden constantemente, aterradas ante la inmensidad infinita de sus propias metas, hasta que se crea por fin la situación que no permite volverse atrás y..."(K. Marx: "El 18 Brumario de Luís Bonaparte" Capítulo I).
Expresión del desconcierto de una corriente comunista en el curso de la más terrible contrarrevolución de la historia, las concepciones consejistas parecen haberse vuelto hoy un refugio para universitarios escépticos (no es casual que consejistas como Paul Mattick, Cajo Brendel o Maximilien Rubel se muestren más interesados en su actividad de escritores, conferenciantes o marxólogos que en la de animar a los grupos políticos comunistas). Y no hay nada anormal en eso ¿No es al fin y al cabo esta una actitud típica de esos mandarines de la universidad que desde lo alto de sus cátedras juzgan la historia y condenan -fuera de tiempo y a partir de criterios establecidos a posteriori- los errores y puntos débiles del proletariado y de los revolucionarios, en lugar de sacar de ellos lecciones para los combates de mañana? A posteriori el consejismo "descubrió" que la revolución de octubre en Rusia era burguesa y que el partido bolchevique era burgués. Partían no sólo de criterios establecidos años después de que tuviesen lugar los acontecimientos sino sobre todo del resultado final, la revolución "burguesa" de Octubre.
Hemos visto en este artículo y en otros de nuestra revista ("La degeneración de la revolución rusa", en la R. Internacional, nº 3) que la existencia hoy día de un régimen capitalista en URSS no se puede deducir de ninguna manera del estado de atraso de ese país en 1917 ni de la política de los bolcheviques en el poder. Aunque ciertamente estos dos factores tuvieron una influencia en la forma específica de este capitalismo y en su justificación ideológica. Hemos visto que el fracaso y la degeneración de la Revolución no se debieron a la ausencia de "condiciones objetivas materiales", puesto que éstas estaban dadas por la entrada del capitalismo en su fase de decadencia. Las causas de la derrota de la revolución rusa residen en la inmadurez de las "condiciones subjetivas" es decir en el grado de conciencia del proletariado. ¿Quiere esto decir que el proletariado emprendió la revolución en Rusia de manera prematura, que fue un error de los bolcheviques presionar en este sentido? Sólo los filisteos universitarios y los reformistas responden de manera afirmativa. Los revolucionarios sólo pueden responder de manera negativa. Por un lado, porque no existe ningún criterio distinto que la acción y la práctica mismas que permita juzgar el nivel de conciencia, su aptitud para enfrentar una situación. Nivel de conciencia que por otro lado se modifica en la acción y con la acción, como escribió Rosa Luxemburgo en su polémica contra Bernstein: "...La conquista "prematura" del poder de Estado por el proletariado no podrá ser evitada, precisamente porque esos asaltos "prematuros" del proletariado constituyen un factor, y muy importante, que crea las condiciones políticas de la victoria final; porque es sólo durante la crisis política que acompañará a la toma del poder durante largas luchas obstinadas, cuando el proletariado puede adquirir el necesario grado de madurez política que le permitirá obtener la victoria definitiva de la revolución. Así pues, aquellas luchas prematuras del proletariado por la conquista del poder se presentan incluso como momentos históricos importantes que contribuyen a provocar y a determinar el momento de la victoria definitiva. Desde ese punto de vista la idea de una conquista prematura del poder político por las clases laboriosas aparece como un absurdo político que proviene de una concepción mecánica del desarrollo de la sociedad la cual presupone, para la victoria de la lucha de la clase, un momento determinado fuera e independientemente de esa lucha". (Rosa Luxemburgo: "¿Reforma social o revolución?; 2ª parte. Punto III).
La única manera para que la toma del poder "prematura" del proletariado en 1917, para que sus experiencias y sus errores (y por lo tanto las del bolchevismo) constituyan un "factor importante de la victoria final" es que el proletariado de hoy y sobre todo los revolucionarios critiquen despiadadamente esa experiencias y esos errores. Fue lo que hizo, entre los primeros y antes que los consejistas, Rosa Luxemburgo en su panfleto "Sobre la revolución rusa". Pero esto supone adoptar la misma actitud que ella contra todos los detractores interesados de la Revolución de octubre y de los bolcheviques: "...Por esto, cuando nos vienen con calumnias contra los bolcheviques no debemos olvidarnos nunca de contestar: ¿Dónde habéis aprendido el ABC de vuestra revolución actual? Lo habéis aprendido de los consejos de obreros y soldados rusos,..." (R. Luxemburgo: "Discurso en el Congreso fundacional del KPD (Partido comunista de Alemania)". El 31 de diciembre de 1918).
"...a quienes les corresponde el mérito histórico imperecedero de haber tomado la dirección del proletariado internacional, conquistado el poder político y planteado en la práctica el problema de la realización del socialismo; así como el de haber adelantado enormemente la lucha entre capital y trabajo en el mundo. En Rusia el problema no podía sino quedar planteado. No podía ser resuelto en Rusia. Y es en ese sentido que el porvenir pertenece en todas partes al "bolchevismo". (Rosa Luxemburgo: "La revolución rusa". Punto IV).
F.M.
[1] Pocas semanas antes de la revolución de febrero de 1917 en Rusia, Lenin declaraba todavía: "Nosotros los viejos, quizás no veremos las luchas decisivas de la revolución que está madurando. Pero creo poder expresar con seguridad las esperanzas de que los jóvenes que militan admirablemente en el movimiento socialista de Suiza y del mundo entero tendrán la felicidad no solo de combatir en la revolución proletaria de mañana sino también de triunfar," (Lenin: "Informe sobre la revolución de 1905". 9 de enero de 1917).
[2] Existe en francés, inglés y alemán y será publicado en español dentro de poco, por lo que no será necesario extenderse aquí sobre ese tema
Las grandes campañas ideológicas de la burguesía europea a propósito del terrorismo (el “affaire Schlayer” en Alemania y el “caso Moro” en Italia), tapujos vergonzantes de un sistemático fortalecimiento del Estado burgués y de su terror, han llevado al primer plano de las preocupaciones de los revolucionarios la cuestión de la violencia, el terror y el terrorismo. Estos problemas no son nuevos para los comunistas que, desde hace ya mucho tiempo, denunciamos la barbarie con que la clase dominante ejerce su poder sobre la sociedad, la bestialidad con la que, incluso los regímenes más democráticos, hacen frente a la más mínima puesta en cuestión del orden existente. También los revolucionarios hemos puesto de manifiesto que esas campañas no van dirigidas contra las picaduras de mosquito de algún que otro elemento desesperado producto de la descomposición de las capas pequeño burguesas, sino contra la clase obrera cuya revuelta, necesariamente violenta, será, cuando surja, la única y verdadera amenaza para el capitalismo.
Las grandes campañas ideológicas de la burguesía europea a propósito del terrorismo (el “affaire Schlayer” en Alemania y el “caso Moro” en Italia), tapujos vergonzantes de un sistemático fortalecimiento del Estado burgués y de su terror, han llevado al primer plano de las preocupaciones de los revolucionarios la cuestión de la violencia, el terror y el terrorismo. Estos problemas no son nuevos para los comunistas que, desde hace ya mucho tiempo, denunciamos la barbarie con que la clase dominante ejerce su poder sobre la sociedad, la bestialidad con la que, incluso los regímenes más democráticos, hacen frente a la más mínima puesta en cuestión del orden existente. También los revolucionarios hemos puesto de manifiesto que esas campañas no van dirigidas contra las picaduras de mosquito de algún que otro elemento desesperado producto de la descomposición de las capas pequeño burguesas, sino contra la clase obrera cuya revuelta, necesariamente violenta, será, cuando surja, la única y verdadera amenaza para el capitalismo.
La responsabilidad de los comunistas ha sido pues denunciar esas campañas en lo que son y también poner en evidencia el servilismo cretino de los grupos izquierdistas como, por ejemplo, algunos trotskystas, que se han prestado a denunciar a las “Brigadas Rojas” por haber condenado a Moro «sin suficientes pruebas», o «sin el acuerdo de la clase obrera». Pero si se hacía imprescindible denunciar el terror burgués y reafirmar igualmente que la clase obrera necesita la violencia para destruir el capitalismo, también era necesario que los revolucionarios dejaran claro:
el verdadero significado del terrorismo.
la forma que toma la violencia de la clase obrera en su lucha contra la burguesía.
Resulta, sin embargo, que en el seno mismo de organizaciones que defienden posiciones de clase, existen algunas posiciones erróneas que ven la violencia, el terror y el terrorismo como si fueran sinónimos, y que consideran por tanto que:
podría existir un “terrorismo obrero”.
que la clase obrera debería oponer al “terror blanco” de la burguesía su propio “terror revolucionario”, algo así como su simétrico.
El PCI.(Partido Comunista Internacional), bordiguista, es quien expresa más claramente esta confusión al escribir: «Del estalinismo, ellos (los Marchais y los Pelikan) no rechazan más que los aspectos revolucionarios, el partido único, la dictadura, el terror, que había heredado de la revolución proletaria». (“Programme Communiste”, nº 76, pág.87).
Para esta organización, por tanto, el terror, aunque fuera obra del estalinismo, es de esencia revolucionaria. Se deduce de ello que existiría una identidad entre los métodos de la revolución proletaria y los de la peor contrarevolución que haya sufrido jamás la clase obrera.
También el PCI, por muchas reservas y temores que expresase a que estos actos condujesen a callejones sin salida, se inclinó por presentar las acciones terroristas de Baader y sus compañeros, como signos anunciadores y ejemplos de la futura violencia de la clase obrera. Así, por ejemplo, en el número 254 de su publicación “Le Proletaire”, puede leerse: «Con ánimo angustiado hemos seguido la trágica epopeya de Andreas Baader y sus compañeros, participantes en ese movimiento de la lenta acumulación de las premisas para la reanudación proletaria. (...). La lucha proletaria conocerá otros mártires,...».
Veamos finalmente cómo la idea de un “terrorismo obrero” aparece claramente en pasajes como este: «En resumen, para ser revolucionario, no basta con denunciar la violencia y el terror del Estado burgués; también hay que reivindicar la violencia y el terrorismo como armas indispensables de la emancipación del proletariado». (“Le Proletaire” nº 253).
Frente a semejantes confusiones, nos proponemos establecer en este texto, más allá de las simples definiciones de diccionario y del uso abusivo de términos que hayan podido cometer accidentalmente algunos revolucionarios en el pasado, las verdaderas diferencias existentes, desde el punto de vista de la clase obrera, entre Terrorismo, Terror y Violencia; y de ésta la que el proletariado en particular deberá emplear para lograr su emancipación.
Reconocer la lucha de clases supone aceptar la violencia como uno de sus elementos fundamentales e inherentes a la misma. La existencia de clases supone el desgarramiento de la sociedad por antagonismos de clase irreconciliables, sobre los que se constituyen precisamente las clases. Las relaciones sociales entre las clases son necesariamente de oposición y antagónicas, es decir de lucha.
Pretender lo contrario, o sea que ese estado de cosas podría superarse merced a la buena voluntad de todos, a la colaboración y armonía entre las clases, significa situarse fuera de la realidad, en plena utopía.
Que las clases explotadoras profesen y divulguen tales ilusiones no debe sorprendernos, ya que están “naturalmente” convencidas de que no puede existir otra sociedad mejor que aquella en la que ellas son la clase dominante. Esta convicción ciega y absoluta les viene dictada por sus intereses y privilegios. Y como quiera que éstos se confunden con la supervivencia de la sociedad que esas clases dominan, no es de extrañar su mucho interés en predicar en las clases dominadas y explotadas que renuncien a luchar, que acepten el orden social imperante, que se sometan a las “leyes históricas”, que esas mismas clases dominantes declaran como inmutables. Eso explica que las clases dominantes estén tan objetivamente incapacitadas para entender el dinamismo de la lucha de clases - de las clases oprimidas -, como subjetivamente interesadas en que las clases oprimidas renuncien a cualquier atisbo de lucha. Para ello tratan de anular su voluntad de lucha con toda clase de embustes.
Pero no sólo entre las clases explotadoras dominantes aparece tal actitud respecto a la lucha de clases. Algunas corrientes creyeron posible evitar esa lucha apelando a la inteligencia, a una mejor comprensión, a los hombres de buena voluntad,... para crear una sociedad armónica, fraterna e igualitaria. Tal fue el caso de los utopistas en los momentos iniciales del capitalismo. Y no es que éstos, a diferencia de la burguesía y sus ideólogos, estuvieran interesados en negar la lucha de clases para mantener los privilegios de la clase dominante. Si pretendían eludir la lucha de clases se debía sobre todo a su incomprensión de las razones históricas de la propia existencia de las clases sociales. Lo que mostraban era más bien su inmadurez para comprender la realidad misma, una realidad en la que la lucha de clases, la lucha del proletariado contra la burguesía, era ya un hecho. Por ello, aunque ponían de manifiesto el inevitable retraso de la conciencia respecto a lo existente, los utopistas representaron, en todo caso, un esfuerzo en esa toma de conciencia, una manifestación de los primeros balbuceos teóricos de la clase obrera. No en vano los utopistas pueden ser considerados como los precursores del movimiento socialista, y sus trabajos como aportaciones considerables a ese movimiento, que encontrará en el marxismo los cimientos científicos e históricos de la lucha de clase del proletariado.
En un terreno completamente diferente se sitúan, sin embargo, los movimientos humanistas y pacifistas que afloraron desde la segunda mitad del siglo XIX, y que pretenden ignorar la lucha de clases. Estos movimientos no han aportado absolutamente nada a la emancipación de la humanidad, y son únicamente la expresión de clases y capas sociales pequeño burguesas, históricamente anacrónicas e impotentes, que sobreviven aplastadas en la sociedad moderna en la lucha entre capitalismo y proletariado. Su ideología a-clasista, interclasista y contraria a la lucha de clases, representa el lamento de clases impotentes, condenadas, sin provenir alguno en el capitalismo, y menos aún en el socialismo, la sociedad que el proletariado aspira a instaurar. Sus ideas y sus comportamientos políticos resultan ridículas y miserables, traduciéndose en lamentaciones, rogativas e ilusiones absurdas que sólo sirven de obstáculos al avance de la voluntad del proletariado. Precisamente por ello resultan perfectamente utilizables por el capitalismo, ¡y bien que éste las aprovecha!, en su afán de apoyar todo aquello que pueda emplear como instrumento de mistificación.
La existencia de las clases y de la lucha de clases implica obligatoriamente violencia de clases. Sólo lamentables plañideras o charlatanes redomados – o sea la socialdemocracia - , puede pretender negar tal evidencia. Pero es que, hablando en un plano más general, la violencia es una característica de la misma vida a la que acompaña en todo su desarrollo. Cualquier acción conlleva consigo cierto grado de violencia. El movimiento mismo está hecho de violencia pues es el resultado de una constante ruptura de un equilibrio, ruptura que proviene del choque entre fuerzas contradictorias.
La violencia ha estado presente desde las relaciones entre los primeros grupos de hombres, y no se expresa necesariamente en forma de violencia física descarada. También es violencia todo lo que es imposición, coerción, establecimiento de relaciones de fuerza, amenazas. Es violencia emplear la agresión física o fisiológica contra otros seres, pero también lo es imponer tal o cual situación o decisión por el hecho de disponer de los medios para ejercer la agresión, aun sin tener necesariamente que llegar a emplearlos. Podemos afirmar por tanto que la violencia, bajo una u otra forma, se manifiesta desde el mismo momento en que hay movimiento o vida, que la división en clases de la sociedad la ha convertido en uno de los cimientos más importantes de las relaciones sociales, y que en el capitalismo ha alcanzado abismos infernales.
Toda explotación de clase basa su poder en la violencia, una violencia creciente hasta el extremo de que llega a convertirse en la principal institución social, en su principal pilar, el que sostiene y mantiene todo el edificio de la sociedad, pues sin ella se hundiría inmediatamente. Siendo originariamente el necesario resultado de la explotación de una clase por otra, la violencia organizada, concentrada e institucionalizada en la forma acabada del Estado, se vuelve dialécticamente factor, condición fundamental para que siga existiendo y perpetuándose la sociedad de explotación. Frente a esa violencia cada vez más sanguinaria y asesina de las clases explotadoras, las clases explotadas y oprimidas deben oponer su propia violencia de clase si quieren liberarse. Apelar a los sentimientos “humanistas” de las clases explotadoras, como hacen los religiosos al estilo Tolstoi o Ghandi, o los “socialistas” de vía estrecha, equivale a creer en milagros, a implorar de los lobos que se conviertan en corderos, a pedirle a la clase capitalista que se transforme en clase obrera.
La violencia de la clase explotadora, inherente a su ser, sólo puede ser frenada mediante la violencia revolucionaria de las clases oprimidas. Comprender esto, preverlo, prepararse para ello, organizarlo, etc., no es sólo la condición decisiva para la victoria de las clases oprimidas, sino que además asegura esa victoria atenuando la cantidad y la duración de los sufrimientos. No es revolucionario quien emita la menor duda o la menor vacilación respecto a esto.
Hemos analizado que es inconcebible la explotación sin la violencia, que una y otra son orgánicamente inseparables. Puede concebirse una violencia al margen de relaciones de explotación, pero éstas sólo pueden llevarse a cabo a través y gracias a la violencia. Son como los pulmones y el aire que éstos necesitan para funcionar.
Lo mismo que le sucedió al capitalismo en su paso a la fase imperialista, también la violencia combinada con la explotación, adquirió cualidades novedosas y especiales. Dejó de ser algo accidental o secundario para pasar a ser algo cuya presencia se ha hecho permanente en todas las esferas de la vida social. Impregna todas las relaciones, penetra por todos los poros del cuerpo social, tanto en lo general como en lo que se llama personal. Naciendo de la explotación y de la necesidad de someter a la clase trabajadora, la violencia se acaba imponiendo sistemáticamente en todas las relaciones entre las diferentes clases y capas de la sociedad, entre los países industrializados y los subdesarrollados y entre los industrializados mismos, entre el hombre y la mujer, entre los padres y los hijos, entre los profesores y los alumnos, entre los individuos, entre gobernantes y gobernados,... La violencia se especializa, se estructura, se organiza, se concentra en un cuerpo diferente y separado: el Estado - con sus ejércitos permanentes, su policía, sus cárceles, sus leyes, sus funcionarios y torturadores,... - que tiende a situarse, dominándola, por encima de la sociedad.
Para asegurar la explotación del hombre por el hombre, la violencia se convierte en la primera actividad social, en la que la sociedad gasta incluso una parte cada vez mayor de sus recursos económicos y culturales. La violencia se ha elevado a culto, arte, ciencia. Una ciencia aplicada no sólo al campo militar y a la técnica armamentística, sino a todos los ámbitos, a todos los niveles: a la organización de campos de concentración, a la instalación de cámaras de gas masivas, al arte del exterminio rápido y sistemático de poblaciones enteras, a la creación de auténticas universidades de la tortura científica y psicológica en las que se doctoran pléyades de torturadores con patente y diploma. Una sociedad que no sólo «chorrea sangre por todos sus poros», como decía Marx, sino que ya no puede vivir ni respirar un sólo instante fuera de esa atmósfera hedionda y pestilente de cadáveres, muerte, destrucción y matanzas, sufrimientos y torturas. En esta sociedad, la violencia que se ha elevado ya a su enésima potencia, cambia cualitativamente para convertirse en terror.
Hablar de violencia en general sin hacer referencia a las condiciones concretas, a los períodos históricos, a las clases que la ejercen,... significa no entender absolutamente nada de su contenido real, de aquello que le confiere una cualidad diferente y específica en las sociedades de explotación, y el por qué de esa modificación fundamental que convierte la violencia en terror, que no se trata de un mero cambio cuantitativo. No ver la diferencia cualitativa entre violencia y terror, equivale a razonar de la misma manera que si tratando, por ejemplo, la cuestión de la mercancía, no viéramos más que una simple diferencia cuantitativa entre la antigüedad y el capitalismo, sin darnos cuenta de la diferencia cualitativa esencial entre esos dos modos de producción esencialmente distintos.
Conforme se va desarrollando la sociedad dividida en clases, la violencia en manos de la clase dominante y explotadora irá tomando cada vez más un nuevo carácter: el del terror. El terror no es un atributo de las clases revolucionarias cuando hacen su revolución, como un instrumento para llevarla a cabo. Esta es una visión puramente formal y completamente superficial, que acaba por glorificar el terror como la acción revolucionaria por excelencia y la determinante. Se llega así a establecer como axioma que «cuanto más fuerte es el terror, más radical y profunda es la revolución». Pero tal “axioma” ha quedado rotundamente desmentido por la historia. Si tomamos el ejemplo de la burguesía, resulta que esta clase ha perfeccionado y utilizado más el terror con el transcurrir de su existencia que cuando realizó su revolución. El terror de la burguesía ha alcanzado sus cotas más altas precisamente desde que el capitalismo entró en decadencia. El terror no es la expresión de la naturaleza y de la acción revolucionarias de la burguesía cuando hizo su revolución, es decir algo ligado al hecho revolucionario, aunque en aquellos momentos tuviese manifestaciones espectaculares. El terror es sobretodo la expresión de su naturaleza de clase explotadora, es decir, que únicamente puede basar su poder en el terror. Las revoluciones que permitieron la sucesión de las diferentes sociedades de explotación de clase no crearon el terror, sino que se limitaron a transferirlo, a darle continuidad, de una clase explotadora a otra. El perfeccionamiento y reforzamiento del terror que ha desarrollado la burguesía no tuvo como principal objetivo la antigua clase dominante para acabar con ella, sino, sobre todo, asentar su dominio sobre la sociedad en general y contra la clase obrera en particular. El terror en la revolución burguesa no fue más que una continuidad, puesto que la nueva sociedad es también una sociedad de explotación del hombre por el hombre. La violencia de las revoluciones burguesas no fue el fin de la opresión sino la opresión sin fin. Por eso esa violencia no puede ser más que terror.
Resumiendo: el terror puede definirse como la violencia específica y particular de las clases explotadoras y dominantes en la historia, y sólo con ellas desaparecerá. Sus características esenciales son:
Estar unido orgánicamente a la explotación para imponerla.
Ser propio de una clase privilegiada.
Ser propio de una clase minoritaria de la sociedad.
Ser atributo de un cuerpo especializado, estrictamente seleccionado y cerrado, y que tiende a escapar al control de la sociedad.
Reproducirse y perfeccionarse sin fin, y extenderse a todos los niveles, a todos los planos, de las relaciones que existen en la sociedad.
No tener otro sentido que el de someter y aplastar a la comunidad humana.
Hacer surgir sentimientos de hostilidad y violencia entre los grupos sociales: nacionalismo, patrioterismo, racismo y demás monstruosidades.
Hacer surgir sentimientos y comportamientos egoístas, de agresividad sádica, de ánimo de revancha, de guerras contínuas y cotidianas de todos contra todos, hundiendo a la sociedad entera en un estado de terror sin límites.
Las clases pequeño burguesas (campesinos, artesanos, pequeños comerciantes, profesionales liberales, intelectuales, etc.) no son clases fundamentales de la sociedad, pues no representan un modo de producción particular, ni ofrecen proyecto histórico alguno a la sociedad. No son clases históricas en el sentido marxista del término. Son, inequívocamente, las menos homogéneas de las clases sociales. Aunque sus capas superiores sacan sus rentas de la explotación del trabajo de los demás y por ello forman parte de los privilegiados; esas clases en su conjunto, están sometidas al dominio de las clases capitalistas, y sufren de éstas el rigor de las leyes y la opresión. No tienen ningún porvenir como clase. La mayor aspiración de sus estratos superiores es integrarse individualmente en la clase capitalista. Y, en cuanto a sus capas más inferiores, se ven irremediable e implacablemente abocadas a perder toda propiedad e “independencia” de medios de subsistencia y a proletarizarse. Existe también una enorme masa intermedia condenada a ir vegetando económica y políticamente, sometida al imperio de la clase capitalista. Su comportamiento político se ve determinado por la relación de fuerzas entre las dos clases fundamentales de la sociedad (capitalismo y proletariado). Su resistencia desesperada a las despiadadas leyes del Capital les empuja a una visión y un comportamiento fatalistas y pasivos. Su ideología es en el plano individualista el “sálvese quien pueda”, y en el colectivo las múltiples variantes de lamentaciones quejumbrosas, la búsqueda de cualquier miserable consuelo, los impotentes y ridículos sermones pacifistas y humanistas de todo tipo.
Aplastadas materialmente, sin porvenir alguno ante sí, vegetando en un presente de horizontes completamente cerrados y en una ilimitada mediocridad cotidiana; esas clases son, por su falta de esperanzas, presa fácil de toda clase de mistificaciones, desde las más pacíficas (sectas religiosas, naturalistas, anti-violencia, hippies, ecologistas, anti-nucleares, etc.), hasta las más sangrientas (grupos patrioteros, progromistas, racistas, Ku-Klux-Klan, bandas fascistas, gángsteres y mercenarios de toda ralea). En éstas últimas, en las más sangrientas, es, sobre todo, donde encuentran la compensación de una ilusoria dignidad frente a una decadencia real acentuada día tras día por el desarrollo del capitalismo. Se trata del heroismo de la cobardía, de la valentía del pusilánime, la gloria de la mediocridad sórdida. Entre sus filas encuentra el capitalismo, tras haberles hundido en la peor bajeza, reservas inagotables donde reclutar a sus héroes del terror.
Aunque a lo largo de la historia se dieron explosiones de cólera y violencia por parte de esas clases, se trató siempre de revueltas esporádicas que nunca sobrepasaron la “jacquerie” o la algarada local, pues no tenían más perspectiva que la ser aplastadas. En el capitalismo esas clases han perdido por completo su independencia y sólo sirven de masa de maniobra y apoyo en los enfrentamientos entre las diferentes fracciones de la clase dominante tanto dentro como fuera de las fronteras nacionales. En momentos de crisis revolucionaria, y en ciertas circunstancias favorables, el profundo descontento de una parte de esas clases sí podría servir de fuerza de apoyo a la lucha proletaria.
El inevitable proceso de empobrecimiento y de proletarización de las capas infereriores de esas clases es un camino difícil y doloroso que da lugar al surgimiento de corrientes de acentuada rebeldía. La combatividad de esos elementos, procedentes sobre todo de los artesanos y de la intelectualidad desclasada, nace más de su situación de individuos desesperados que de la lucha de clases del proletariado, lucha ésta que, por otra parte, les cuesta mucho integrar y entender. Lo que les caracteriza es, antes bien, el individualismo, la impaciencia, el escepticismo, la desmoralización, por lo que sus acciones tienen más que ver con el suicidio espectacular que con un combate para alcanzar una meta. Habiendo perdido “su pasado”, y sin porvenir alguno ante sí, esos elementos viven en un presente miserable, y se rebelan desesperados contra la miseria de ese presente que sienten en lo inmediato y como algo inmediato. Incluso si, al estar en contacto con la clase obrera y su perspectiva histórica, tratan de inspirarse en los ideales de ésta aunque sea de forma generalmente deformada, lo cierto es que esta “inspiración” rara vez supera el nivel de la fantasía o del sueño. Su visión de la realidad queda encerrada en el terreno reducido y limitado de lo contingente. La expresión política de esas corrientas toma formas muy variadas que van desde la mera acción individual hasta las diversas formas de las sectas cerradas, conspirativas, preparadoras de “golpes de Estado”, de acciones ejemplares y, en última instancia, el terrorismo.
Lo que da unidad a toda esa diversidad es la completa ignorancia de lo que es el determinismo histórico y objetivo de la lucha de clases, la falta de entendimiento de quién es el sujeto histórico de la sociedad actual, el único capaz de asegurar la transformación, es decir el proletariado.
Si existieron y siguen existiendo manifestaciones de esa corriente es porque el proceso de proletarización de esas capas ha persistido a lo largo de toda la historia del capitalismo. Sus variantes han sido el resultado de las situaciones locales y contingentes. Este fenómeno social fue paralelo a la historia de la formación de la clase proletaria, encontrándose así entremezclado en distintos grados al movimiento del proletariado en el que introdujeron ideas y comportamientos ajenos a la clase. Esto es particularmente evidente en lo que respecta al terrorismo.
Debemos insistir especialmente y remarcar este punto esencial para no dar lugar a ningún tipo de ambigüedad. Si, en los inicios de su formación como clase y de su tendencia a organizarse, el proletariado no encontraba aún las formas apropiadas, e imitó por tanto el tipo de organización de las sociedades conspirativas, secretas, herencia de la revolución burguesa; eso no quita que éstas tuvieran un carácter de clase burgués y que resultaran inadecuadas para el nuevo contenido, el de la lucha de clase del proletariado, que prontó, además, necesitó desprenderse y rechazar definitivamente tales formas de organización y métodos de acción.
Lo mismo que sucedió en cuanto a la elaboración teórica y su etapa utopista, la formación de organizaciones políticas de la clase pasó, inevitablemente, por la fase de sectas conspirativas. Pero no hay que recrear la confusión haciendo de la necesidad una virtud. Necesitamos, por el contrario, evitar confundir las diferentes estapas del movimiento y saber distinguir el significado diferente y opuesto de sus expresiones en las diferentes etapas.
Y lo mismo que el socialismo utópico, que tras haber realizado una gran contribución positiva se convirtió - cuando el movimiento obrero alcanzó una determinada etapa - en freno para su posterior desarrollo; así también en esa misma etapa ya más avanzada, las sectas conspirativas quedarán como algo negativo y esterilizante para el avance posterior del movimiento. La corriente representativa de esas capas en vías de una dolorosa proletarización dejará entonces de aportar la menor contribución a un movimiento de clase ya desarrollado. Desde ese momento, esa corriente no sólo va a reivindicarse del tipo sectario de organización y de sus métodos conspirativos característicos, sino que además, precisamente por aparecer como algo anacrónico respecto al movimiento real, se vio obligada a llevar esa reivindicación a ultranza, a hacer de ella una auténtica caricatura, expresándose en última instancia en la preconización de la acción terrorista.
El terrorismo no es sólo la acción del terror. No se trata de meras disquisiciones terminológicas. Lo que queremos poner de relieve es el sentido social y las diferencias que recubren esos término. El terror es un sistema de dominio estructurado, permanente, que emana de las clases explotadoras. El terrorismo es, por el contrario, una reacción de una clase oprimida pero sin ningún porvenir contra el terror de la clase opresora. Son reacciones momentáneas, sin continuidad, reacciones de venganza y sin mañana.
De ese tipo de movimientos pueden encontrarse emotivas descripciones en los escritos de Panait Istrati sobre los “Haiduc” en el contexto histórico de la Rumanía del siglo XIXº. Volveremos a encontrarlas en los “Narodnikis” rusos o incluso, por diferentes que parezcan, en los anarquistas y la “Banda de Bonnot”,... Todas esas expresiones tienen la misma naturaleza: venganza de impotentes, porque eso es lo que son. No son nunca el anuncio de algo nuevo, sino la expresión desesperada de un final, del suyo propio.
Reacción impotente de la impotencia, el terrorismo ni afecta ni puede hacer temblar el terror de la clase dominante. Es la picadura del mosquito en la piel del elefante. Al contrario, puede ser y a menudo es explotado por el Estado para justificar y reforzar el terror.
Hay que denunciar sin concesiones el mito de que el terrorismo sirva o podría servir de detonador de la lucha del proletariado. Resultaría muy sorprendente que una clase con devenir histórico tenga que encontrar en una clase sin porvenir alguno, el elemento detonador de su propia lucha.
Es totalmente absurdo pretender que el terrorismo de las capas más radicalizadas de la pequeña burguesía, tendría el mérito de destruir en la clase obrera los efectos de la mentira democrática, de la legalidad burguesa o de mostrarle el camino indispensable de la violencia. El proletariado no tiene lección alguna que sacar del terrorismo radical, sino es la de separarse de él rechazándolo, pues la violencia del terrorismo se sitúa, fundamentalmente, en el campo burgués de lucha. El proletariado comprende la necesidad indispensable de la violencia a partir de su existencia misma, de sus luchas, de sus experiencias, de sus enfrentamientos con la clase dominante. Esta violencia, por su naturaleza y por su contenido, por su forma y métodos, se distingue tan radicalmente del terrorismo pequeño burgués como del terror de la clase explotadora dominante.
Es cierto que la clase obrera manifiesta generalmente una actitud de solidaridad y simpatía no respecto al terrorismo al cual condena como ideología, organización y métodos, sino respecto a los individuos que lo practican. Esto es así por razones evidentes:
Porque se han rebelado contra el orden de terror existente, orden que el proletariado se propone destruir de arriba a abajo.
Porque, al igual que la clase obrera, también son víctimas de la cruel explotación y opresión por parte del enemigo mortal del proletariado: la clase capitalista y su Estado. El proletariado no puede evitar manifestar su solidaridad con esas víctimas, procurando salvarles de manos de sus verdugos, el terror del Estado existente; pero procurando también sacarles del callejón mortalemente peligroso en que se han metido, o sea el terrorismo.
No vamos a insistir aquí en la necesaria violencia de la lucha de clase del proletariado. Eso equivaldría a redundar en lo que desde hace ya casi dos siglos, desde los “Iguales” de Babeuf, ha quedado demostrado teórica y prácticamente como necesidad inevitable. También resulta fútil reiterar la perogrullada, presentándola además como si fuera un descubrimiento, de que todas las clases se ven obligadas a usar la violencia y que el proletariado no es una excepción. Si nos limitásemos a enunciar verdades que se han vuelto banalidades, acabaríamos planteando una especie de ecuación totalmente vacua: “violencia = violencia”. Se establece así una equivalencia, una igualdad tan simplista como absurda entre la violencia del capital y la violencia del proletariado, obviando y ocultando su diferencia esencial de que mientras una es opresiva la otra es liberadora.
Repetir esa tautología de “violencia = violencia”, limitándose a demostrar que todas las clases la utilizan, para así afirmar su naturaleza idéntica, es tan “inteligente y genial” como decir que el acto de un cirujano en una cesárea que da nacimiento a la vida, y el acto de un asesino rajando a su víctima para asesinarla, son iguales por el simple hecho de que tanto uno como otro emplean instrumentos similares, actúan sobre la misma zona del cuerpo o con una técnica parecida.
Lo que de verdad interesa no es repetir que “la violencia,... es violencia”, sino subrayar con todo énfasis las diferencias esenciales, es decir en qué, por qué, y cómo, la violencia del proletariado se distingue fundamentalmente del terror y del terrorismo de las demás clases.
Si diferenciamos terror y violencia de clase no es por querer ser puntillosos ni escrupulosos en la terminología, ni tampoco porque el término terror nos produzca repugnancia o pudor como a una virgen atemorizada; sino para resaltar más claramente la diferencia de naturaleza de clase, de contenido y de formas, que el empleo de un mismo termino ocultaría desdibujándolas. El vocabulario va por detrás de la realidad de los hechos, y además cuando las palabras no consiguen discriminar la diferencia de contenidos, es como resultas de un pensamiento insuficientemente elaborado que mantiene así una ambiguedad siempre nociva. Tenemos el ejemplo del término “socialdemocracia” que no tenía nada que ver con la esencia revolucionaria y la meta comunista que tiene la organización política del proletariado. Lo mismo sucede con el término “terror” que a veces aparece en las obras de la literatura socialista, incluso en la de los “clásicos”, junto a “revolucionario” o “del proletariado”. Hay que ponerse en guardia contra quienes abusan citando literalmente frases, pero sin ponerlas en su contexto, sin explicitar las circunstancias en que fueron escritas, contra qué adversario, etc., pues deforman o traicionan el pensamiento mismo de los autores. Hay que subrayar además, que las más de las veces estos mismos autores aunque emplearan la palabra “terror”, se cuidaban de dejar bien sentada la diferencia de fondo y de forma entre el del proletariado y el de la burguesía, entre la Comuna de París por un lado y Versalles por otro, entre el de la revolución y el de la contrarevolución en la guerra civil en Rusia. Si creemos que ya es hora de distinguir bien las cosas, asignando palabras distintas, es porque hay que disipar ya la ambiguedad alimentada por el empleo de términos idénticos, sobre todo la confusión de que entre uno y otro sólo existiría una diferencia de cantidad o de intensidad, cuando estamos hablando en realidad de una naturaleza de clase completamente diferente. Aunque se tratase únicamente de un cambio únicamente de cantidad, eso significaría para los marxistas – que reivindican el método dialéctico – un cambio de cualidad.
Si rechazamos el término terror y preferimos el de violencia de clase del proletariado, lo hacemos no sólo para expresar nuestra repugnancia de clase hacia el contenido real de explotación y de opresión que es el terror, sino también para acabar con las trapacerías casuísticas e hipócritas de que “el fin justifica los medios”.
Los propagandísticas incondicionales del terror, esos calvinistas de la revolución que son los bordiguistas, desdeñan las cuestiones de formas de organización y de los medios. Para ellos sólo existe la “meta”, para la cúal puede ser utilizado sin distinción cualquier medio. «La revolución es un problema de contenido y no de formas de organización» repiten sin descanso, excepto... en lo referente al terror. En este punto son categóricos: «No hay revolución sin terror», y no es revolucionario quien no es capaz de matar algún que otro niño. En este caso el terror, considerado como medio, se vuelve condición absoluta, imperativo categórico de la revolución y de su contenido. ¿Por qué esta excepción? Podríamos plantearnos, a la inversa, otro tipo de preguntas: si de verdad las cuestiones de los medios y las formas de la organización no tienen ninguna importancia para la revolución proletaria ¿no podría esta llevarse a cabo bajo la forma monárquica o parlamentaria, por ejemplo? ¿por qué no?
Pero lo cierto es que querer separar contenido y formas, fin y medios, es completamente absurdo. En la realidad contenido y formas están intimamente relacionados. Un fin no contiene cualquier medio sino los suyos apropiados y tales medios sólo son válidos para tales fines. Cualquier otro tipo de análisis no conduce más que a especulaciones sofistas.
Si rechazamos el terror como expresión de la violencia del proletariado no es por no se sabe que prejuicio moral, sino porque el terror, como método y contenido, se opone por naturaleza a los fines que persigue y se propone el proletariado. ¿Creen estos calvinistas de la revolución que van a convencernos de que para conseguir nuestra meta, el comunismo, el proletariado podría o debería recurrir a medios tales como inmensos campos de concentración, el exterminio sistemático de poblaciones por millones o instalando una tupida red de cámaras de gas más perfeccionadas aún que las de Hitler? ¿Forma parte el genocidio del “Programa” y de la “vía calvinista” al socialismo?
Basta recordar la enumeración que antes hicimos de las características del contenido y de los métodos del terror para darse cuenta del abismo que lo separa y lo opone al proletariado:
«Estar unido orgánicamente a la explotación para imponerla» El proletariado es una clase explotada y lucha por la supresión de la explotación del hombre por el hombre.
«Ser propia de una clase privilegiada». El proletariado no tiene ningún privilegio y lucha por la supresión de todo privilegio.
«Ser propia de una clase minoritaria de la sociedad».El proletariado representa con los demás trabajadores la inmensa mayoría de la sociedad. Quizás algunos vean en esta referencia “nuestra irremediable propensión hacia los principios de la democracia”, de mayorías y minorías, sin darse cuenta de que son ellos los que están obnubilados por ese problema hasta el extremo de hacer de la minoría, por puro horror visceral a la mayoría, el criterio de la verdad revolucionaria. El socialismo es irrealizable si no se basa en la posibilidad histórica y si no se corresponde a los intereses fundamentales y a la voluntad de la inmensa mayoría de la sociedad. Este es uno de los argumentos claves de Lenin en “El Estado y la Revolución”, y también de Marx cuando afirmaba que el proletariado no podría emanciparse sin emancipar al conjunto de la humanidad.
«Atribuirse a un cuerpo especializado,...» El proletariado ha escrito en su bandera la destrucción del ejército permanente, de la policía, etc. ; en favor del armamento general del pueblo y, ante todo, del proletariado. «... que tiende a separarse de todo control por parte de la sociedad» El proletariado tiene como objetivo la negación de toda especialización, y, al no ser esto posible inmediatamente, la exigencia de su total sumisión al control de la sociedad.
« Reproducirse y perfeccionarse sin fin...» El proletariado se propone acabar con esa reproducción y perfeccionamiento y eso desde el día siguiente a la toma del poder.
«No tener otro sentido que el de someter y aplastar a la comunidad humana». Las metas del proletariado son diametralmente opuestas. La razón de ser de su revolución es la liberación y la realización de la comunidad humana.
«Hacer surgir sentimientos de hostilidad y violencia entre los grupos sociales: nacionalismo, patrioterismo, racismo,...». El proletariado suprimirá todos esos anacronismos históricos que se han convertido en monstruosidades y trabas para la unificación armoniosa, necesaria y posible, de toda la humanidad.
«Hacer surgir sentimientos y comportamientos egoístas, de agresividad sádica, de ánimo de revancha, de guerras contínuas y cotidianas de todos contra todos,...». El proletariado, al contrario, hace surgir sentimientos nuevos: solidaridad, vida colectiva, fraternidad, libre asociación de productores, producción y consumo socializados. Si la esencia de las clases explotadoras es «hundir a la sociedad entera en un estado de terror sin límites», el proletariado, por el contrario, apela a la iniciativa y a la creatividad de todos para que tomen, en un clima de entusiasmo general, su vida y su suerte en sus propias manos.
La violencia de clase del proletariado no podrá ser nunca el terror, ya que su razón de ser es precisamente destruirlo. Considerar idénticos violencia y terror es jugar con las palabras, y confundirlos intercambiando los términos, poniendo en un mismo plano al asesino amenazando con el cuchillo y la mano que lo inmoviliza y le impide cometer el crimen. El proletariado no podrá recurrir jamás a la organización de “progromos”, al linchamiento, a montar escuelas de tortura, a la violación, a “procesos de Moscú”, etc. como medios y métodos para la realización del socialismo. Esos métodos se los deja al capitalismo, porque son inherentes a éste, le son propios, forman parte de él, están adaptados a sus fines: Son esos métodos los que llevan el nombre genérico de terror.
Ni el terrorismo antes, ni el terror después de la revolución, podrán ser armas del proletariado para la emancipación de la humanidad.
MC
Marzo de 1978.
En la Revista Internacional nº 14 publicamos ya un texto sobre la cuestión del terrorismo, el terror y la violencia de clase. En él establecíamos las bases de la intervención de la CCI para, a través de sus distintos órganos de prensa, responder por un lado a la enorme ofensiva ideológica y policíaca de la burguesía, y por otro a las diferentes concepciones que existen en el medio revolucionario respecto a las recientes acciones terroristas. Lo que publicamos aquí es una Resolución que
En la Revista Internacional nº 14 publicamos ya un texto sobre la cuestión del terrorismo, el terror y la violencia de clase. En él establecíamos las bases de la intervención de la CCI para, a través de sus distintos órganos de prensa, responder por un lado a la enorme ofensiva ideológica y policíaca de la burguesía, y por otro a las diferentes concepciones que existen en el medio revolucionario respecto a las recientes acciones terroristas. Lo que publicamos aquí es una Resolución que insiste, amplia y profundiza las cuestiones que desarrollamos en el mencionado artículo, tratando siempre de clarificar al máximo el carácter de clase de la violencia liberadora y emancipadora del proletariado.
No pretendemos en esta Resolución dar respuestas precisas y detalladas a todas las cuestiones y problemas que se plantean y se plantearán a la clase obrera en su actividad revolucionaria, una actividad que va de la reanudación de las luchas hacia la transformación revolucionaria de la sociedad, pasando por la fase de la insurrección y de la toma del poder. Esta Resolución tampoco entrará en la utilización directa que del terrorismo puede hacer la burguesía. La finalidad de esta Resolución es, pues, establecer un cuadro de análisis, una visión de conjunto, que permita abordar estos problemas desde un punto de vista proletario y no desde afirmaciones simplistas como que “la violencia es violencia”, “la violencia es el terror”, “decir que la violencia no es terror, es pacifismo”, etc; es decir todo ese tipo de afirmaciones basadas en la casuística de que “el fin justifica los medios”, que ya denunciamos en el citado artículo de la Revista Internacional nº 14.
Debemos demostrar que el pacifismo no corresponde a realidad alguna y que se trata de pura ideología ( en el mejor de los casos presión de las capas medias que teorizan su impotencia para oponer una fuerza verdadera a la burguesía y a su Estado). Ideología siempre al servicio de la burguesía en el ejercicio de su dominación sobre la clase obrera y el conjunto de la sociedad.
Hay que mostrar cómo y por qué el terror es la expresión de las clases dominantes y explotadoras y que la naturaleza profunda de su violencia de clase se convierte, cuando las bases materiales de su dominación están ya carcomidas, en el trasfondo de toda la vida social.
Hay que exponer cómo y por qué el terrorismo es la típica manifestación de la revuelta impotente de las capas medias, pero nunca un medio o un detonador de la lucha revolucionaria del proletariado.
Hay que hacer ver que la forma y el contenido de la violencia emancipadora de la clase obrera no puede ser comparada en ningún caso con el “terror”.
Y, finalmente, hay que mostrar donde reside la verdadera fuerza de la clase obrera: en la acción colectiva, consciente, y organizada de la inmensa mayoría y en su capacidad para transformar revolucionariamente las relaciones sociales.
Esos son los objetivos que se propone esta Resolución.
Pondremos además en evidencia que si hay una cuestión en la que las relaciones entre “fines y medios” son tan estrechas y están mutuamente condicionadas, esa es, sin duda, la de la violencia revolucionaria del proletariado. Todo esto redunda en la importancia de las actuales discusiones sobre terrorismo, terror y violencia de clase, que ocupan un lugar central en el concepto de la revolución proletaria.
Es completamente erróneo presentar el problema como un falso dilema: terror o pacifismo. En realidad el pacifismo nunca ha existido en una sociedad dividida en clases con intereses antagónicos. En esta sociedad lo que rige las relaciones entre las clases es la lucha. Por eso el pacifismo no ha sido nunca más que pura ideología. En el mejor de los casos un espejismo de capas impotentes y heterogéneas de una pequeña burguesía sin porvenir. En el peor una patraña, una mentira desvergonzada de las clases dominantes para que las clases explotadas abjuren de la lucha de clase y acaten el yugo de la opresión. Cuando se razona en términos de “pacifismo o terror”, es decir cuando se contrapone áquel a éste, se está cayendo en la trampa, se le está dando verosimilitud a este falso dilema, como ocurre también con la trampa igualmente construída sobre el falso dilema: guerra o paz.
En el debate debemos dejar de lado el uso de este dilema falsario, pues al oponer la fantasía a la realidad, se da la espalda y se oscurece el verdadero problema que se plantea: la naturaleza de clase del terror, del terrorismo y de la violencia de clase.
De igual forma que se escamotea el verdadero problema del terror y de la violencia de clase al sustituirlo por el falso dilema de “terror o pacifismo”, también se elude totalmente el problema identificándolos. Es verdaderamente sorprendente que quién se considera marxista, pueda pensar que clases de naturaleza tan diferente como la burguesía y el proletariado, aquella portadora de la explotación, ésta de la emancipación, aquella de la represión, ésta de la liberación, aquella del mantenimiento y perpetuación de la división de la humanidad, ésta de su unificación; que esas dos clases, la burguesía representante del reino de la necesidad, de la penuria y de la miseria, y el proletariado representante del reino de la libertad, de la abundancia y de la realización humanas, que esas dos clases, repetimos, puedan, sin embargo, tener los mismos usos y comportamientos, idénticos medios y modos de actuación.
Al hacer tal identificación, se está ocultando todo lo que distingue y opone a ambas clases, no en un terreno nebuloso, especulativo o abstracto, sino en la realidad misma de sus prácticas respectivas. A fuerza de identificar esas prácticas, se acaba identificando los sujetos mismos, es decir la burguesía y el propio proletariado, pues resulta aberrante afirmar por un lado que son dos clases cuya esencia es diametralmente opuesta, pero sostener, en cambio, que esas dos clases tienen, en realidad, prácticas idénticas.
Para centrar el problema del terror, tenemos que huir de cualquier disquisición terminológica y plantear al desnudo lo que contienen esos términos, o dicho de otra manera, ver el verdadero contenido, la práctica real del terror, y su significado. Empecemos pues por rechazar cualquier visión que separe el contenido y la práctica. El marxismo niega la visión idealista según la cual existiría un contenido etéreo al margen de la materialidad de las cosas que es su práctica, como la visión pragmática de una práctica vacía de contenido. Contenido y práctica, fin y medios, sin llegar a ser idénticos son, sin embargo, momentos de una unidad indisoluble. No existe una práctica separada y opuesta al contenido, y es imposible poner en cuestión un contenido sin quee la práctica quede inmediatamente en entredicho. La práctica revela necesariamente su contenido, de la misma forma que éste último sólo puede afirmarse en su práctica. Esto es particularmente evidente en lo referente a la vida social.
El capitalismo es la última de las sociedades divididas en clases de la historia. La clase capitalista basa su dominio en la explotación económica de la clase obrera. Para mantener y llevar al máximo esa explotación, la clase capitalista, como todas las clases explotadoras en la historia, recurre a todos los medios de opresión y represión a su alcance. No hace ascos a ningún medio, por muy inhumano, sanguinario y salvaje que sea, para mantener y perpetuar la explotación. Cuanto más se manifiestan las dificultades internas tanto más se manifiesta la resistencia obrera, y más sangrienta es aún la represión. Para ello la burguesía ha desarrollado todo un arsenal de medios represivos: cárceles, deportaciones, asesinatos, campos de concentración, guerras de exterminio y genocidios, la tortura más refinada, y también, necesariamente, todo un cuerpo social especializado en la aplicación de esa metodología: policía, guardia civil y gendarmerías especiales, ejército, aparato jurídico, torturadores con diploma, comandos superentrenados y grupos paramilitares. La clase capitalista invierte una parte cada vez mayor de la plusvalía extraída con la explotación de la clase obrera, en mantener este aparato de represión, hasta el extremo de que este sector se ha convertido en el más importante y más floreciente campo de la actividad social. Para mantener su dominio, la clase capitalista está llevando a la sociedad a la mayor abyección, conduciendo a la humanidad a los peores sufrimientos y la muerte.
No queremos hacer aquí una vívida descripción de la barbarie capitalista sino, más prosaicamente, mostrar lo esencial de su práctica. Esa práctica que impregna toda la vida social, todas las relaciones entre los hombres, que penetra por todos los poros de la sociedad. A esa práctica, a ese sistema de dominación, nosotros le llamamos Terror. El terror no es tal o cual acto de violencia episódico y circunstancial. El terror es un modo particular de la violencia, inherente a las clases explotadoras. Es una violencia concentrada, organizada, permanente y especializada, mantenida en constante desarrollo y perfeccionamiento, para así perpetuar la explotación.
Sus características fundamentales son:
– Que es la violencia de una clase minoritaria contra la gran mayoría de la sociedad.
– Que se perfecciona y se perpetua hasta el punto de encontrar en sí misma su razón de ser.
– Que necesita un cuerpo cada vez más especializado, cada vez más separado de la sociedad y encerrado en si mismo, que escapa a todo control, que impone con la mayor brutalidad su férula sobre el conjunto de la población, ahogando en un silencio de muerte cualquier veleidad de crtítica o de contestación.
El proletariado no es la única clase que sufre los rigores del terror del Estado sobre la sociedad. Ese terror se ejerce igualmente sobre todas las clases y capas pequeño burguesas: campesinos, artesanos, pequeños industriales y comerciantes, intelectuales y profesionales liberales, científicos y juventud estudiantil, e incluso en las propias filas de la clase burguesa. Estas capas y clases no ofrecen alternativa histórica alguna al capitalismo, por lo que, provocadas y exhasperadas por la barbarie del sistema y de su terror, no pueden oponerle, en cambio, más que actos desesperados: el Terrorismo.
Es cierto que el terrorismo puede ser utilizado por ciertos sectores de la burguesía, pero se trata, esencialmente, del modo de actuación político, de la práctica, de capas y clases desesperadas y sin porvenir. De ahí que esa práctica que se presume “heroíca y ejemplar” no sea más que una acción suicida, que no aporta alternativa alguna, y cuyo único efecto es abastecer de víctimas al terror del Estado. No tiene por tanto ningún efecto positivo sobre la lucha de clase del proletariado, y sí sirve, en cambio, para entorpecer la lucha pues siembra entre los trabajadores la ilusión de que existiría una vía diferente a la lucha de clases. Esto explica que el terrorismo, práctica de la pequeña burguesía, pueda ser y sea de hecho pertinentemente explotado por el Estado como medio para desviar a los obreros del terreno de la lucha de clases, e, igualmente, como pretexto para reforzar el Terror.
Lo que caracteriza el terrorismo, práctica insistimos de la pequeña burguesía, es que se trata siempre de acciones de pequeñas minorías o de individuos aislados, sin alcanzar jamás la altura de una acción de masas. Como también el modo conspirativo de actuación que ofrece un terreno muy favorable a las artimañas de los agentes policiales y del Estado, y en general a toda clase de manipulaciones e intrigas de lo más rocambolescas. Si ya por su propio orígen el terrorismo es emanación de voluntades individualistas y no de la acción generalizada de una clase revolucionaria, también en su desarrollo y resultados se mantiene en ese plano individualista. Su acción no pretende siquiera ir dirigida contra la sociedad capitalista y sus instituciones, sino contra individuos más o menos representativos de esa sociedad, por lo que acaban siendo “ajustes de cuentas”, acciones de venganza o de “vendetta” entre personas, de persona a persona, y nunca un enfrentamiento revolucionario de clase contra clase. De manera general el terrorismo da la espalda a la revolución que sólo puede ser obra de una clase decidida, con amplias masas en lucha abierta y frontal contra el orden existente y para la transformación social. El terrorismo es, además, fundamentalmente sustitucionista, pues no confía más que en la acción voluntarista de pequeñas minorías activistas.
Por todo ello hay que descartar y proscribir cualquier idea de un “terrorismo obrero” que postulara la creación de destacamentos del proletariado “especialistas” en la acción armada, o destinados a preparar los futuros combates “dando ejemplo” de la lucha violenta al resto de la clase, o “debilitando” al Estado capitalista con “ataques preliminares”. Es verdad que el proletariado puede crear destacamentos para tal o cual acción puntual (piquetes, patrullas, etc.), pero siempre bajo su control, y en un contexto de un movimiento del conjunto de la clase. En ese contexto, es cierto que la acción más decidida de los sectores de vanguardia puede servir de catalizador a la lucha de amplias masas, pero jamás lo será empleando los métodos conspirativos e individualistas típicos del terrorismo. Que obreros o grupos de obreros caigan en la práctica del terrorismo no le da a éste un carácter proletario como la composición obrera de los sindicatos no les hace órganos de la clase trabajadora. No hay tampoco que confundir los actos de sabotaje o de violencia individual llevados a cabo por trabajadores en los centros de producción con terrorismo. Esos actos son, esencialmente, manifestaciones de descontento y desesperación que aparecen sobre todo en momentos de reflujo de la lucha, cuando no pueden servir, ni mucho menos, de detonador de nada. En los momentos de reanudación de las luchas, esos actos tienden a integrarse y quedar superados por un movimiento colectivo y más consciente.
Por todas las razones expuestas, el terrorismo ni en su acepción más favorable (en la peor puede estar dirigido claramente contra los trabajadores), podrá ser jamás el modo de acción del proletariado, aunque éste no lo ponga en el mismo plano que el Terror, pues no olvida que el terrorismo, por muy vana que sea su acción, es una reacción, una consecuencia provocada por el terror de su enemigo mortal, el Estado capitalista, del cual él también es víctima.
El terrorismo como práctica refleja perfectamente su contenido: las clases pequeño burguesas de las que emana. Es la práctica estéril de clases impotentes y sin porvenir.
El proletariado, como última clase explotada de la historia, es portador de la solución a todos los desgarros, a todas las contradicciones y callejones sin salida en que se ha empantanado la sociedad. Esta solución no es sólo una respuesta a la explotación que soporta la clase obrera. Es la solución para la sociedad entera, pues el proletariado no puede liberarse sin liberar a la humanidad entera de la división de la sociedad en clases y de la explotación del hombre por el hombre. Esta solución, la de una comunidad humana libremente asociada y unificada, es el comunismo. Desde sus orígenes el proletariado lleva en sí el gérmen y algunos rasgos de esa humanidad renaciente: es una clase desprovista de cualquier propiedad privada, la clase más explotada de la sociedad y que se opone a toda explotación; es una clase unificada por el capitalismo en el trabajo productivo asociado, se trata pues de la clase más homogénea, la más unitaria de toda la sociedad; la solidaridad es una de sus primerísimas cualidades que es sentida como la más profunda de sus necesidades. Es la clase más oprimida de la historia y la clase que lucha contra todas las opresiones. Es la clase más alienada, y la clase portadora del movimiento de desalienación, puesto que su conciencia de la realidad no está sujeta a la automistificación dictada por los intereses de las clases explotadoras. Mientras las demás clases están sometidas a las leyes ciegas de la economía, el proletariado por su parte, cuando actúa conscientemente, se adueña de la producción, suprime el intercambio mercantil y organiza conscientemente la vida social.
Aunque arrastre todavía los estigmas de la antigua sociedad en la que ha surgido, el proletariado está llamado, sin embargo, a actuar en función de su porvenir. Y para esto no toma como modelo los modos de actuación de las antiguas clases dominantes, puesto que tanto en su práctica como en su propio ser, representa su más categórica antítesis. Las antiguas clases dominaban motivadas por la defensa de sus privilegios. El proletariado, en cambio, no tiene privilegio alguno que defender y su dominación tiene como objetivo la supresión de todo privilegio. Por esa misma razón, mientras las antiguas clases dominantes se rodeaban, blindándose, de infranqueables barreras sociales de casta; el proletariado, en cambio, se abre para que se incorporen a sus filas todos los demás miembros de la sociedad, creando así una única comunidad humana.
La lucha del proletariado como toda lucha social es necesariamente violenta, pero la práctica de su violencia es tan diferente de la violencia de las demás clases como diferentes son su proyecto y sus metas. Su práctica, incluida la de la violencia, es acción de amplias masas y no de minorías; es liberadora, es el parto de una sociedad nueva y armoniosa, y no la perpetuación de un estado de guerra permanente de uno contra todos y todos contra uno. Su práctica no intenta perfeccionar y perpetuar la violencia, sino proscribir de la sociedad los actos criminales de la clase capitalista, inmovilizándola. Por ello, la violencia revolucionaria del proletariado no podrá tener jamás la monstruosa forma del terror típica de la dominación capitalista, ni la forma del terrorismo impotente de la pequeña burguesía. Su fuerza invencible no se basa tanto en la fuerza física y militar, y menos aún en la represión, y sí, en cambio, en su capacidad para la movilización de masas, para asociar a la mayoría de las capas y clases trabajadoras no proletarias a la lucha contra la barbarie capitalista. Su fuerza reside en su toma de conciencia y en su capacidad para organizarse de manera autónoma y unitaria; en la firmeza de sus convicciones y en el vigor de sus decisiones. Estas son las armas fundamentales de la práctica y de la violencia del proletariado.
La literatura marxista emplea, a veces, el término terror en lugar de violencia de clase. Pero si examinamos el conjunto de la obra de Marx, comprenderemos que se trata más de una imprecisión en las fórmulas que una verdadera identificación de ambos conceptos en su pensamiento. El origen de tales imprecisiones hay que buscarlo en la profunda impresión causada por la gran revolución burguesa de 1789. Sea como fuere, ya es hora de acabar con esas ambiguedades que hace que algunos grupos lleven la exhaltación del terror a su extremo más caricatural, haciendo de esta monstruosidad un nuevo ideal para el proletariado.
La mayor firmeza, y la más estricta vigilancia no significan la instauración de un régimen policíaco. Es verdad que será indispensable reprimir físicamente las intrigas contrarevolucionarias de una burguesía acorralada, y que habrá que hacer frente al peligro de tener una actitud excesivamente benevolente o contemplativa frente a ellas. Pero no por ello el proletariado deberá bajar la guardia, ahí está el ejemplo de la preocupación de los bolcheviques en los primeros años de la revolución, contra todo exceso y abuso que pudiera acabar desfigurando y desnaturalizando su propia lucha, haciéndole perder de vista su meta última. La participación cada vez más activa de masas más amplias y la iniciativa creadora de éstas será la base verdaderamente esencial del poder del proletariado, y la garantía del triunfo final del socialismo.
CCI
Octubre de 1978
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¿Cómo puede la CCI hablar de la intensificación de los antagonismos Inter imperialistas hoy en día, mientras que al mismo tiempo afirma que la sociedad burguesa ha entrado en un período de crecientes luchas de clase desde finales de los años 60? ¿No hay una contradicción entre las advertencias sobre el peligro de la guerra en África y el Medio Oriente y el análisis de que se ha abierto un nuevo camino hacia la lucha proletaria y una decisiva confrontación de clases con la crisis económica? ¿Estamos viviendo una nueva versión de los años 30 con la guerra generalizada inevitablemente en el horizonte, o estamos enfrentando la perspectiva revolucionaria?
Esta cuestión es de suma importancia. En contraste con el pensamiento del espectador social perezoso y vago, el pensamiento revolucionario y dinámico no puede satisfacerse con "un poco de esto" y "un poco de aquello" mezclados en una salsa sociológica sin directrices. Si el marxismo sólo nos trajera un análisis del pasado para ofrecernos para hoy un simple "ya veremos", no lo necesitaríamos.
La acción social, la lucha, requiere la comprensión de las fuerzas en juego, requiere perspectiva. La acción del proletariado difiere según su conciencia de la realidad social que enfrenta y según las posibilidades que ofrece la relación de fuerzas. La intervención organizada de los revolucionarios en este proceso de conciencia de clase también se orienta de manera diferente, si no en su contenido profundo, al menos en su expresión, según la respuesta dada a la pregunta ¿vamos a la guerra o vamos a un enfrentamiento revolucionario?
La teoría marxista no es la letra muerta de los verdugos o académicos estalinistas, sino que sigue siendo el esfuerzo más coherente para expresar teóricamente la existencia y la experiencia del proletariado en la sociedad burguesa. Es en el marco del marxismo, y no sólo de su reapropiación sino también de su actualización, donde los revolucionarios pueden y deben responder a la cuestión de la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado hoy, entre la guerra y la revolución.
En primer lugar, la perspectiva de las luchas no es una mera cuestión de días o años, sino que presupone todo un desarrollo histórico. El modo de producción capitalista, en el curso de su desarrollo, al destruir las bases materiales y económicas del feudalismo y otras sociedades precapitalistas, ha extendido sus relaciones de producción y el mercado capitalista a todo el planeta. Aunque el capitalismo aspira a ser un sistema universal, se enfrenta a contradicciones económicas internas de su propio funcionamiento basado en la explotación y la competencia. A partir de la creación efectiva del mercado mundial y el desarrollo de las fuerzas productivas, el capitalismo ya no puede superar sus crisis cíclicas ampliando su campo de acumulación, entra en un período de desgarro interno, un período de decadencia como sistema histórico, que ya no responde a las necesidades de la reproducción social. El sistema más dinámico de la historia hasta el día de hoy desata en su decadencia un verdadero canibalismo.
La decadencia del capitalismo está marcada por el florecimiento de las contradicciones inherentes a su naturaleza, por una crisis permanente. La crisis encuentra en juego dos fuerzas sociales antagónicas: la burguesía, clase del capital, que vive de la plusvalía, y el proletariado, cuyos intereses de clase explotada, al empujarla a oponerse a su explotación, conducen a la única posibilidad histórica de superar la explotación, la competencia y la producción de mercancías: una sociedad de productores libremente asociados.
La crisis actúa sobre estas dos fuerzas históricamente antagónicas de manera diferente: empuja a la burguesía hacia la guerra y al proletariado hacia la lucha contra la degradación de sus condiciones de vida. Con la crisis, la burguesía se ve obligada a retroceder detrás de la fuerza concertada de los Estados nacionales para defenderse en la competencia desenfrenada de un mercado mundial ya dividido entre las potencias imperialistas y que no puede expandirse más. La guerra mundial imperialista es el único resultado de la competencia que se ha pospuesto a nivel internacional. Para sobrevivir, el capitalismo sufre las deformaciones de su última etapa: el imperialismo generalizado. La tendencia universal del capitalismo decadente hacia el capitalismo de estado no es más que la expresión "organizativa" de las demandas de los antagonismos imperialistas. El movimiento de concentración del capital, que ya se expresaba a finales del siglo XIX por los trusts, los cárteles y luego las multinacionales, se ve frustrado y superado por la tendencia a la estatalización, que no responde a una "racionalización" del capital sino a la necesidad de fortalecer y movilizar el capital nacional en una economía de guerra casi permanente, el totalitarismo estatal en todos los ámbitos de la sociedad. La decadencia del capitalismo es la guerra, la masacre constante, la guerra de todos contra todos.
A diferencia del siglo pasado, cuando la burguesía se fortaleció desarrollando su dominio sobre la sociedad, hoy es una clase en decadencia, debilitada por la crisis de su sistema, asegurando sólo guerras y destrucción como consecuencias de sus contradicciones económicas.
En ausencia de una intervención proletaria victoriosa en una revolución mundial, la burguesía no tiene una "estabilidad", una paciente expectativa que ofrecernos sino, por el contrario, un ciclo de destrucción cada vez más prolongado. La clase capitalista no tiene unidad ni paz en su interior, sino antagonismo y competencia derivados de las relaciones de mercado de una sociedad explotadora. Ya en el período ascendente del desarrollo capitalista, los revolucionarios se opusieron a la idea reformista de Kautsky, Hilferding, de que el capitalismo podía evolucionar hacia la unidad supranacional. La izquierda socialista y Lenin en "Imperialismo, Etapa Suprema del Capitalismo" denunciaron esta quimera de una unificación global del capital. Aunque las fuerzas productivas tienden a empujar en dirección a la superación del estrecho marco nacional, nunca tienen éxito porque están sujetas a la camisa de fuerza de las relaciones capitalistas.
Después de la Segunda Guerra Mundial, una nueva variante de esta teoría de la supranacionalidad fue desarrollada por Socialismo o Barbarie para quien una "nueva sociedad burocrática" tendería a crear esta unificación mundial. Pero la "sociedad burocrática" no existe; la tendencia general a la nacionalización del capital no es un nuevo modo de producción ni un paso progresivo hacia el socialismo como algunos elementos del movimiento obrero pueden haber creído cuando lo vieron desarrollarse en la Primera Guerra Mundial. Siendo la expresión de la exacerbación de las rivalidades entre las fracciones nacionales del capital, el capitalismo de estado no logra la unidad, al contrario. El capital nacional está obligado a reagruparse en torno a las grandes potencias de los bloques imperialistas, pero esto no sólo no elimina las rivalidades dentro de un bloque, sino que sobre todo aplaza y acentúa aún más los antagonismos internacionales en la confrontación y la guerra entre los bloques. Sólo para enfrentarse a su enemigo mortal, el proletariado en lucha, la clase capitalista puede lograr un cierto grado de unidad internacional provisional.
Ante la amenaza del proletariado, incapaz de responder a los explotados con una mejora real de sus condiciones de vida, pero por el contrario obligado a exigir una explotación más feroz y una movilización para la guerra económica y luego militar, ante el desgaste de sus capacidades de mistificación la burguesía desarrolla un estado policial hipertrofiado, pone en marcha todo un aparato de represión desde los sindicatos hasta los campos de concentración, para poder dominar una sociedad en descomposición. Pero, así como las guerras mundiales expresan la descomposición del sistema económico, el fortalecimiento del aparato represivo del Estado muestra la verdadera debilidad de la burguesía frente a la historia. La crisis del sistema socava las bases materiales e ideológicas de poder de la clase dominante y la deja sin nada más que la implacable masacre.
En contraste con el colapso de la burguesía en la sangrienta barbarie de su decadencia, el proletariado en la era de la decadencia representa la única fuerza dinámica de la sociedad. La iniciativa histórica está con el proletariado; es el proletariado quien lleva la solución histórica que puede hacer avanzar a la sociedad. A través de su lucha de clases, puede frenar y finalmente detener la constante barbarie de la decadencia capitalista. Al plantear la cuestión de la revolución, al "transformar la guerra imperialista en guerra civil", el proletariado obliga a la burguesía a responder en el terreno de la guerra de clases.
Si nos hemos preguntado si durante un período de crecientes luchas puede haber la expresión e incluso el agravamiento de los antagonismos imperialistas, entonces estamos en condiciones de responder. La característica de la burguesía es la tendencia a la guerra, sea consciente de ello o no. Incluso cuando se prepara para enfrentarse al proletariado, los antagonismos imperialistas siguen existiendo; dependen de la profundización de la crisis y no encuentran su fuente en la acción de la clase obrera. Pero el capitalismo sólo puede llegar hasta el final, a la guerra generalizada, si primero ha sometido al proletariado y lo ha reclutado en la movilización. Sin esto, el imperialismo no puede llegar a su fin lógico.
En efecto, entre el estallido de la crisis en 1929 y la Segunda Guerra Mundial, se necesitaron diez años, no sólo para restablecer una economía de guerra suficiente para las necesidades de destrucción, sino para completar el aplastamiento físico y el desarme ideológico de la clase obrera implicada en los partidos "obreros", estalinistas y socialdemócratas, bajo la bandera del antifascismo o en las filas del fascismo, en la unión sagrada. Asimismo, antes del 14 de agosto, fue todo un proceso de degeneración de la Segunda Internacional y de colaboración de clases lo que preparó el terreno para la traición de las organizaciones de trabajadores. La guerra mundial no estalló como un relámpago en un cielo azul, sino como resultado de la eliminación efectiva de la resistencia proletaria.
Si la lucha de clases es lo suficientemente fuerte, el resultado de la guerra generalizada no es posible; si la lucha se debilita a través de la derrota física o ideológica del proletariado, entonces se abre el camino para la expresión de la tendencia inherente del capitalismo decadente: la guerra mundial. A partir de entonces, es sólo durante el curso de la propia guerra, como respuesta a las insoportables condiciones de vida, que el proletariado puede reanudar el camino de su conciencia y resurgir en la lucha. No debemos hacernos ilusiones: no podemos pretender "hacer la revolución contra la guerra", hacer la huelga general el día "D", frente a la orden de la movilización. Si la guerra está a punto de estallar, es precisamente porque la lucha de clases ha sido demasiado débil para detener a la burguesía, y entonces no se trata de adormecer al proletariado con ilusiones.
Hoy en día, los trabajadores no pueden descuidar la gravedad de las manifestaciones de las rivalidades imperialistas y lo que está en juego en la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado. Si la Segunda Guerra Mundial es sólo una continuación de la primera y si la tercera es una continuación de la segunda, si el capitalismo, como un combate de boxeo, vive los períodos de "reconstrucción" sólo como intervalos entre las guerras, la actual capacidad destructiva nos deja pocas esperanzas de cualquier posibilidad de que el proletariado se levante durante un tercer holocausto. Es muy probable que la destrucción sea tal que se descarte la necesidad y la posibilidad del socialismo con la destrucción de la mayor parte del globo. Por lo tanto, lo que está en juego es hoy y no mañana; es ante un período de crisis económica que la clase obrera emergerá y no ante una guerra. Sólo el proletariado puede frenar, mediante su lucha en su terreno de clase contra la crisis y la degradación de sus condiciones de vida, la constante tendencia de la burguesía hacia la guerra. Sólo hoy la relación proletariado/burguesía decidirá entre el socialismo o la caída definitiva en la barbarie.
Por lo tanto, si señalamos la gravedad de los enfrentamientos entre los bloques hoy en día, es para desenmascarar mejor la horrible realidad del sistema capitalista que 60 años de sufrimiento nos han enseñado. Pero esta advertencia general y necesaria no significa de ninguna manera que hoy en día la perspectiva sea hacia una guerra mundial o que estemos viviendo un período de contrarrevolución triunfante. Por el contrario, la balanza de fuerzas se ha inclinado a favor del proletariado. Las nuevas generaciones de trabajadores no han sufrido las derrotas de las anteriores. La ruptura del bloque "socialista", así como los levantamientos obreros en el Bloque del Este, debilitaron enormemente el poder mistificador de la ideología burguesa estalinista. El fascismo y el antifascismo están demasiado desgastados para servir y la ideología de los "derechos humanos" bajo el capitalismo, negada desde Nicaragua hasta el Irán, no es suficiente para reemplazarlos. La crisis, el fin de la engañosa prosperidad de la reconstrucción de la posguerra, ha provocado un despertar general del proletariado. La ola de 1968-1974 fue una respuesta poderosa al inicio de la crisis, y la combatividad de los trabajadores no perdonó a ningún país. Es este renacimiento de la combatividad obrera lo que marca el fin de la contrarrevolución y constituye la piedra angular de la perspectiva revolucionaria actual.
Nunca existe una situación social unilateral simplista; los antagonismos Inter imperialistas no desaparecen mientras el sistema capitalista esté vivo. Pero la combatividad de los trabajadores es un obstáculo, el único hoy en día, a la tendencia a la guerra. Cuando hay un descenso en las luchas, el freno no actúa suficientemente sobre la velocidad y los antagonismos Inter imperialistas empeoran. Por eso los revolucionarios insisten tanto en el desarrollo de la lucha autónoma de la clase obrera, en las huelgas salvajes que tienden a ir más allá de la camisa de fuerza sindical, en la tendencia a la autoorganización de clase, en la combatividad frente a la austeridad y en contra de los sacrificios exigidos por la burguesía.
La crisis, en una línea recta siempre descendente, lleva a la clase capitalista en decadencia a la guerra. Por otro lado, empuja a explosiones esporádicas y en dientes de sierra a la clase revolucionaria a luchar. El curso histórico es el resultado de estas dos tendencias antagónicas: la guerra o la revolución.
Aunque el socialismo es una necesidad histórica frente a la decadencia de la sociedad burguesa, la revolución socialista no es en todo momento una posibilidad concreta. Durante los largos años de la contrarrevolución, el proletariado fue derrotado, su conciencia y organización demasiado débiles para ser una fuerza autónoma en la sociedad frente a la destrucción.
Hoy en día, por otro lado, el curso histórico va hacia el surgimiento de las luchas proletarias. Pero el tiempo juega; nunca hay ninguna fatalidad en la historia. Un curso histórico no es "estable", adquirido para siempre; el curso hacia la revolución proletaria es una posibilidad que se abre, una maduración de las condiciones que lleva a la confrontación de clases. Pero si el proletariado no desarrolla su combatividad, si no se arma a través de la conciencia forjada en las luchas y a través de la contribución de los revolucionarios en su seno, no podrá responder a esta maduración a través de su actividad creadora y revolucionaria. Si el proletariado es derrotado, si vuelve a caer en la pasividad como resultado de un aplastamiento, entonces el curso se invertirá y se realizará el siempre presente potencial bélico generalizado.
Hoy el curso es hacia arriba. Porque la clase obrera no está derrotada, porque resiste la degradación de sus condiciones de vida en todo el mundo, porque la crisis económica internacional agrava el desgaste de la ideología burguesa y por tanto su peso sobre la clase, porque la clase obrera es la fuerza vital contra el "viva la muerte" de la sangrienta contrarrevolución, por todas estas razones hacemos un "saludo a la crisis" que abre por segunda vez en el período de decadencia la puerta de la historia.
J.A.
Las contradicciones del régimen capitalista se han transformado para la humanidad, como resultado de la guerra, en un sufrimiento inhumano: hambre, frío, epidemias, barbarie moral. La vieja disputa académica de los socialistas sobre la teoría del empobrecimiento y la transición gradual del capitalismo al socialismo ha quedado así definitivamente zanjada. Los estadísticos y los pedantes de la teoría de la nivelación de las contradicciones se han esforzado durante años en buscar en todos los rincones del mundo hechos reales o imaginarios para probar el mejoramiento de ciertos grupos o categorías de la clase obrera. Se admitió que la teoría del empobrecimiento estaba enterrada bajo los silbidos despectivos de los eunucos que ocupaban las cátedras burguesas de las universidades y los monjes del oportunismo socialista. Hoy en día, no sólo se nos presenta el empobrecimiento social, sino también el empobrecimiento fisiológico y biológico en toda su horrible realidad.
El desastre de la guerra imperialista ha acabado con todos los logros de la lucha sindical y parlamentaria. Y, sin embargo, esta guerra nació de las tendencias internas del capitalismo, al igual que las negociaciones económicas y los compromisos parlamentarios que ahogó en sangre y barro.
El capital financiero, que sumió a la humanidad en el abismo de la guerra, sufrió en sí mismo cambios catastróficos durante la guerra. La dependencia del papel moneda de la base material de la producción se rompió completamente. (...) Si la subordinación total del poder estatal al poder del capital financiero ha llevado a la humanidad a la carnicería imperialista, esta carnicería ha permitido al capital financiero no sólo militarizar completamente el Estado, sino también militarizarse a sí mismo, de modo que ya no puede cumplir sus funciones económicas esenciales excepto con hierro y sangre. Los oportunistas que antes de la guerra incitaban a los obreros a moderar sus exigencias en nombre de la transición progresiva al socialismo, que exigían durante la guerra la humillación y la sumisión de clase del proletariado en nombre de la unión sagrada y la defensa de la patria, exigen todavía nuevos sacrificios y abnegación del proletariado para superar las terribles consecuencias de la guerra. Si tales sermones encontraran una audiencia entre la clase obrera, el desarrollo capitalista continuaría su recuperación sobre los cadáveres de varias generaciones con nuevas formas aún más concentradas y monstruosas, con la perspectiva de una nueva e inevitable guerra mundial. »
Manifiesto de la Internacional Comunista a los proletarios del mundo
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/tag/21/540/octubre-de-1917-principio-de-la-revolucion-proletaria
[2] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1917-la-revolucion-rusa
[3] https://es.internationalism.org/tag/2/26/la-revolucion-proletaria
[4] https://es.internationalism.org/tag/21/524/teorias-de-las-crisis-y-decadencia
[5] https://es.internationalism.org/tag/2/25/la-decadencia-del-capitalismo
[6] https://es.internationalism.org/tag/3/46/economia
[7] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/consejismo
[8] https://es.internationalism.org/tag/21/541/terror-terrorismo-y-violencia-de-clase
[9] https://es.internationalism.org/tag/cuestiones-teoricas/terrorismo
[10] https://es.internationalism.org/files/es/web_curso_historico.pdf
[11] https://es.internationalism.org/tag/2/29/la-lucha-del-proletariado
[12] https://es.internationalism.org/tag/3/44/curso-historico