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Rev. Internacional nº 115, 4º trimestre 2003

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El humanitarismo como pretexto en Haití

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Hasta el momento ya se encontraron 170,000 cuerpos. La radio haitiana Scoop FM afirma que cerca de 220,000 personas aún están desaparecidas y potencialmente bajo los escombros[1]. De entre los 200,000 heridos, más de mil han sido amputados; 1,5 millones de personas se encuentran sin refugio y 1 millón de niños quedaron huérfanos. Sobre estas ruinas y cuerpos humeantes, una treintena de países libran una competencia innoble y vergonzante. A cada catástrofe, el humanitarismo se convierte en un pretexto que permite a los estados enfrentar una guerra de influencia sin piedad. Habíamos anunciado que esto sucedería nuevamente. Pero esta vez, la rebatinga ha sido tan frenética que rasgó violentamente el velo del humanitarismo. He aquí algunos hechos edificantes. Un miembro de una ONG francesa comunicaba su descontento a la radio Francia Info, a mediados de enero, cuando, en la emergencia en el aeropuerto de Puerto Príncipe, vio aterrizar prioritariamente una veintena de aviones gubernamentales precediendo las ayudas. ¡Daba cuenta, molesto, del recorrido de diplomáticos chinos para establecer como "vencedores" su bandera nacional! La prensa china presumió incluso este primer lugar. También se pudo leer "China más rápida en la ayuda a Haití" en el título de un sitio web francés[2]. Francia no descansa precisamente, se encuentra también entre los primeros actores de esta danza macabra. ¡El "país de los derechos humanos" luchó y jugó con todo para ser el que reconstruirá... el palacio presidencial! Los 1,5 millones de persona sin hogar pueden estallar con la boca abierta, la prioridad está en la conquista del poder. Obviamente, en este pequeño juego, los que logran imponerse mejor son los Estados Unidos, la primera potencia mundial, el ogro vecino de Haití. Tomaron oficialmente el control del aeropuerto y el principal puerto del país. Su ejército desembarcó y se instaló para garantizar el mantenimiento del orden. Esta presencia de 3500 "muchachos" sobre el terreno y 9000 en el mar no ayuda de ningún modo a salvar vidas; los fusiles, las granadas, los chalecos antibalas son de muy poca utilidad para sacar a una persona de las ruinas o para alimentar a quien se muere de hambre. Salvar vidas humanas no constituye de ninguna manera la parte fundamental de la misión de intervención masiva americana (y lo mismo ocurre con todas las demás naciones). Es necesario salir de las ruinas y mostrar ante las cámaras a algunas mujeres y niños para justificar la presencia de las asociaciones humanitarias y, sobre todo, del ejército que las acompañan. Como prueba de esta repugnante hipocresía, Estados Unidos desplegó cinco buques de la Guardia costera para rechazar a todos los haitianos que intentaban huir del horror y sobrevivir en Florida. La dominación de América hace rechinar los dientes a más de una burguesía nacional que denuncia este "golpe de mano". "Estados Unidos en Haití, una cuestión de liderazgo", se podía leer en el diario Le Monde del 19 de enero. Pero detrás de estas protestas y jeremiadas, no hay una onza de humanidad, solamente la rivalidad imperialista, hay que decir que para lograr sus fines el Estado americano no ha retrocedido ante nada. ¡Hasta este día, cinco aviones de ONG francesas y un avión-hospital no han podido aterrizar sobre la pista de Puerto Príncipe![3]. Las ayudas humanitarias provenientes de países de Centroamérica o América Latina han conocido también las peores dificultades para llegar. Estados Unidos sabe muy bien que esta "ayuda humanitaria" no es más que otro caballo de Troya de sus adversarios imperialistas. El capitalismo es una sociedad de explotación inhumana donde las palabras paz, ayuda y solidaridad no son más que para justificar la guerra y la competencia.

 

Pawell / 25-01-2010

 


 

[1] www.scoopfmhaiti.com/actualites/760 [1] (nota en francés, tomada de La Tribune   del Lunes 25 enero 2010, en la que se pronostica que los decesos podrían llegar hasta 350 mil, cifra que supera 220 mil del tsunami que asoló Asia a finales de 2004.)

[2] http://french.peopledaily.com.cn/Horizon/6876299.html [2], (en esta nota también en francés el titulo es bastante elocuente, "En la ayuda al siniestro de Haití: China es la más rápida, EUA la más fuerte, y Francia la más numerosa")

[3] La nota en francés [3] reseña la protesta -sic- de Francia por que EUA ha impedido aterrizar un avión- hospital enviado por Francia.

 

Noticias y actualidad: 

  • Terremoto en Haití [4]

La crisis: señal de la quiebra histórica de las relaciones de producción capitalista

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Ya va a hacer dos años y medio  que la burguesía anuncia la recu- peración. Cada trimestre lo deja para más tarde. Hace también dos años y medio que los resultados económicos están por debajo de lo previsto, lo cual obliga a la clase dominante a revisarlos constantemente. La recesión actual, iniciada en el segundo semestre de 2000, es ya una de las más largas desde finales de los años 60. Aunque hay signos de recuperación en Estados Unidos, dista mucho de ser el caso en Europa y Japón. Cabe además recordar que si EE.UU. sube, ello se debe sobre todo a un intervencionismo estatal de los más intensos de estos últimos 40 años y de una huida ciega hacia un endeudamiento sin precedentes que provoca el temor a una nueva burbuja especulativa, inmobiliaria esta vez.

Sobre el intervencionismo estatal con el que sostener la actividad económica, hay que decir que el gobierno de EE.UU. ha dejado resbalar sin freno el déficit presupuestario. Fue positivo en 2001 (unos 130 mil millones de $), ahora el saldo es negativo, con una estimación de unos 300 mil millones de $ en 2003, el 3,6 del PIB. La amplitud del déficit con unas previsiones de aumento debido al conflicto iraquí y a la baja de ingresos fiscales por causa de reducción de impuestos, inquietan cada día más a la “clase” política y de los negocios de EE.UU.

En el tema de la deuda, la baja drástica de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal no sólo tenía el objetivo de sostener la actividad sino, y sobre todo, su objetivo era mantener la demanda de las familias gracias a la renegociación de sus préstamos hipotecarios. El haber aligerado el peso de los reembolsos de préstamos inmobiliarios ha permitido un incremento del endeudamiento permitido por los bancos. La deuda hipotecaria de las familias de EE.UU. se ha incrementado así en 700 mil millones de $ (¡más del doble del déficit público!). El crecimiento de la triple deuda norteamericana, o sea, la del Estado, la de las familias y la exterior explica por qué EEUU ha podido rebotar antes que los demás países. Sin embargo, ese rebote sólo podrá mantenerse si su actividad económica se sostiene a medio plazo, si no EE.UU. va a acabar como Japón, hace unos diez años, frente al estallido de una burbuja especulativa inmobiliaria y en situación de supresión de pagos frente a montones de deudas incobrables.

Europa no puede darse ese lujo pues sus déficits eran ya enormes cuando estalló la recesión. Ésta los ha aumentado. Por ejemplo, Alemania y Francia, corazón económico de Europa, son ahora señaladas con el dedo como los peores “alumnos” de la clase, con déficits públicos de 3,8 % para aquélla y 4 % para ésta. Estos niveles superan ya el techo fijado por el tratado de Maastricht (3 %), con el riesgo de que la Comisión Europea les ponga la multa prevista para estos casos. Todo eso limita las capacidades de Europa para hacer una política consecuente de recuperación que la situación exigiría. Además, al haber organizado la baja del dólar frente al euro para reducir su déficit comercial, EE.UU. entorpecerá el relanzamiento en una Europa que lo tiene cada vez más difícil para despejar excedentes de la importación. No es de extrañar que los países del eje central de Europa, Alemania, Francia, Holanda e Italia estén en recesión y que los demás no anden lejos.

Algunos, cuando la caída del muro de Berlín, se creyeron aquellos discursos de la burguesía sobre el advenimiento de una nueva era de prosperidad y la apertura del “mercado de los países del Este”. En realidad, la reunificación de Alemania, lejos de ser un trampolín para la “dominación alemana” fue y sigue siendo un pesado fardo para ese país. Alemania, antaño locomotora de Europa, después de la reunificación ha ido para atrás hasta convertirse en farolillo rojo de un tren que va tirando a trancas y barrancas. La inflación es baja, rozando casi la deflación, los tipos de interés reales altos deprimen más todavía la actividad y la existencia del euro prohíbe ahora hacer políticas de devaluación competitiva con una moneda que ya no es nacional. El desempleo, la moderación salarial y la recesión han desembocado en un estancamiento del mercado interior que nunca había sido tan profundo en anteriores retrocesos. Y la futura integración de los países del Este en la Unión Europea va a ser un fardo suplementario en la coyuntura económica.

Todo eso tiene la consecuencia inevitable del aumento sin contemplaciones de los ataques contra las condiciones de trabajo y de vida de la clase obrera. Medidas de austeridad, despidos masivos, agravación sin precedentes de la explotación en el trabajo están inscritos en todas las agendas de la burguesía de todas partes. Según las estadísticas oficiales, muy subestimadas, el desempleo va disparado hacia los 5 millones en Alemania, ha alcanzado el 6,1 % en Estado Unidos y será el 10 % en Francia a finales de año. En Europa, el eje franco-­alemán con el plan de Raffarin y la Agenda 2010 de Schröder, da el tono de la política que se está llevando a cabo más o menos por doquier: incremento del déficit presupuestario, rebaja de impuestos para las rentas más altas, facilidades del derecho al despido, reducción de subsidios de desempleo y demás, disminución de reembolsos por gastos en salud y aumento de los años para la jubilación. Los pensionistas, en particular, están ya pagando cara una austeridad que destruye definitivamente la idea de un posible “descanso bien merecido” después de toda una vida de trabajo. En Estados Unidos, tras la quiebra o las ingentes pérdidas de muchos fondos de pensiones cuando el krach bursátil, asistimos a una vuelta masiva de jubilados al mercado del trabajo, obligados a volver al tajo para sobrevivir. La clase obrera tiene que enfrentarse a una ofensiva de austeridad con golpes que le caen de todas partes, cuya única consecuencia en el plano económico es más recesión todavía  y nuevos ataques.

La crisis es una expresión de unas relaciones de producción capitalistas caducas

El declive constante de las tasas de crecimiento desde finales de los años 60 (1) deja a las claras el gran embuste sistemáticamente propagado por la burguesía durante los años 90 sobre la pretendida prosperidad económica con la que el capitalismo habría reanudado gracias a la “nueva” economía, a la globalización y demás recetas neoliberales. La crisis no se debe en absoluto a esta o aquella política económica. Si las recetas keynesianas de los años 50 y 60 y las neokeynesianas de los 70 acabaron agotándose, si las neoliberales de los 80 y los 90 no resolvieron nada, es porque la crisis mundial no se debe básicamente a una “mala gestión de la economía”, sino que se debe a las contradicciones de fondo que atraviesan los mecanismos del capitalismo. Si la crisis no se debe a la política económica aplicada, menos todavía se debe a los equipos gobernantes. Ya sean de derechas ya sean de izquierdas, todos los gobiernos han usado una tras otra todas las recetas disponibles. Los gobiernos actuales de EE.UU. y de Gran Bretaña, identificados como los más neoliberales y pro globalización en lo económico tienen distinto color político y además, hoy, están practicando las recetas neokeynesianas más poderosas, al dar rienda suelta a los déficits públicos. Igualmente, si se observan detenidamente los programas del gobierno de Schröder (socialdemócrata-ecologista) y el de Raffarin (derecha liberal) lo único que se ve es que se parecen como dos gotas de agua al aplicar las mismas medidas.

Ante esa espiral de crisis y de austeridad constante desde hace más 35 años, una de las responsabilidades primordiales de los revolucionarios es demostrar que tiene sus raíces en el callejón sin salida en que está históricamente metido el capitalismo, en la agotamiento del motor central de la relación de producción que lo define, el salariado (2). En efecto, el salariado concentra en sí a la vez todos los límites sociales, económicos y políticos a la producción de la ganancia capitalista y, por su mecanismo mismo, plantea igualmente los obstáculos para la realización plena y completa de dicha ganancia (3). La generalización del salariado fue la base de la expansión capitalista del siglo XIX y, a partir de la Primera Guerra mundial, de la insuficiencia relativa de mercados solventes respecto a las necesidades de la acumulación.

Contra todas las falsas explicaciones embusteras de la crisis, es responsabilidad de los revolucionarios evidenciar ese atolladero, mostrar por qué el capitalismo, tras haber sido un modo de producción necesario y progresivo, está ahora históricamente superado y arrastra a la humanidad a su pérdida. Como para todas las fases de decadencia de los modos precedentes de producción (feudal, antiguo, etc.) ese atolladero se debe al hecho de que la relación básica social de producción se ha vuelto demasiado estrecha y ya no permite como antes el impulso de las fuerzas productivas (4). Para la sociedad actual, el salariado es hoy ese freno al desarrollo de las necesidades de la humanidad. Únicamente la abolición de esa relación social y la instauración del comunismo permitirán a la humanidad liberarse de las contradicciones que la asedian.

Desde la caída del muro de Berlín, la burguesía no ha cesado de montar campañas sobre la “insignificancia del comunismo”, “la utopía de la revolución” y “la disolución de la clase obrera” en una masa de ciudadanos cuya única forma de acción legítima sería la “reforma democrática” de un capitalismo presentado como único horizonte ante la humanidad. En esta grandiosa farsa ideológica, el monopolio de la contestación le ha tocado a los altermundialistas. La burguesía lo hace todo para que tengan un papel de primer plano como interlocutores privilegiados de su propia crítica: se les deja un buen sitio en los medios a los análisis y acciones de esa corriente, se invita ocasionalmente a cumbres y demás encuentros oficiales a sus representantes más significativos, etc. Y es normal, pues el almacén de los altermundialistas posee el complemento perfecto a la campaña ideológica de la burguesía sobre la “utopía del comunismo”, puesto que se basan en los mismos postulados: el capitalismo sería el único sistema posible y su reforma la única alternativa. Para ese movimiento, con la organización ATTAC a su cabeza y su consejo de “peritos en economía”, el capitalismo podría humanizarse si el “buen capitalismo” desalojara al “mal capitalismo financiero”. La crisis sería la consecuencia de la desregulación neoliberal y del acaparamiento del capitalismo financiero, el cual impone su dictadura del 15 % de rendimiento obligatorio al capitalismo industrial…todo lo cual habría sido decidido en una sombría reunión realizada en 1979, denominada “consenso de Washington”. La austeridad, la inestabilidad financiera, las recesiones, etc. no serían sino las consecuencias de esa nueva relación de fuerzas instaurada en el seno de la burguesía en beneficio del capital prestamista. De ahí las geniales ideas de “reglamentar las finanzas”, “hacerla retroceder” y “reorientar las inversiones hacia la esfera productiva”, etc.

En este ambiente de confusión general sobre los orígenes y las causas de la crisis, se trata para los revolucionarios de restablecer una comprensión clara de sus bases y, sobre todo, que es producto de la quiebra histórica del capitalismo. En otras palabras, se trata de que reafirmen la validez del marxismo. Y es una ­lástima, al respecto, que cuando se observan los análisis de la crisis que proponen grupos del medio político proletario (MPP) como el PCInt-Programa comunista o el BIPR, no hay más remedio que comprobar que andan lejos de esa voluntad y, especialmente, de la capacidad de desmarcarse de la ideología ambiente que disemina el altermundialismo. Bien es verdad que esos dos grupos pertenecen sin la menor duda al campo proletario y se distinguen radicalmente del área de influencia altermundialista por sus denuncias de las ilusiones reformistas y la defensa de la perspectiva de la revolución comunista. Sin embargo, su propio análisis de la crisis está muy impregnado de ese izquierdismo enmascarado propio del ámbito altermundialista.

He aquí una antología: “Las ganancias procedentes de la especulación son tan importantes que no sólo son atractivas para las empresas “clásicas’’, sino para muchos otros también, citemos, entre ellos, las compañías de seguros o los fondos de pensión de los que Enron es un buen ejemplo (…) La especulación es el medio complementario, por no decir principal, para la burguesía de apropiarse de la plusvalía (…) Se ha impuesto una regla que fija en 15 % el objetivo mínimo de rendimiento para los capitales invertidos en las empresas. Para alcanzar o superar esas tasas de crecimiento de las acciones, la burguesía ha tenido que incrementar la explotación de la clase obrera: los ritmos de trabajo se han intensificado, los salarios reales han bajado. Los despidos colectivos han afectado a cientos de miles de trabajadores” (BIPR, Bilan et perspectives nº 4, p.6). Podemos ya subrayar la curiosa manera de plantear el problema por parte de un grupo que se proclama “materialista” y que incluso afirma que la CCI es “idealista”. “Se ha impuesto una regla” dice el BIPR. ¿Se ha impuesto sola? No vamos a hacer agravio al BIPR atribuyéndole semejante idea. Es una clase, un gobierno o una organización humana la que ha impuesto esa nueva regla; ¿Y por qué? ¿Porque unos cuantos poderosos de este mundo se habrían vuelto de repente más avariciosos y malvados que de costumbre? ¿Porque los “malos” habrían ganado a los “buenos” (o a los “menos malos”). O, más sencillamente como dice el marxismo, porque las condiciones objetivas de la economía mundial han obligado a la clase dominante a intensificar la explotación de los proletarios. Pero no es así, por desgracia, como plantea el problema el texto citado.

Además, y eso es más grave, es ése un discurso que puede leerse en cualquier folleto altermundialista: la especulación financiera se habría convertido en la fuente principal de la ganancia capitalista, sería la responsable del incremento de la explotación, de los despidos ­masivos y de la baja de salarios e incluso sería el origen de un proceso desindustrializante y de la miseria en el planeta entero (ídem, p. 7).

El PCInt-Programme communiste, por su parte, no va mucho más lejos aunque use generalidades que recubre con la autoridad de Lenin: “El capital financiero, los bancos se están convirtiendo, merced al desarrollo capitalista, en verdaderos actores de la centralización del capital, incrementando el poder de monopolios gigantescos. En la fase imperialista del capitalismo, es el capital financiero el que domina los mercados, las empresas, toda la sociedad hasta el punto en que “El capital financiero, concentrado en muy pocas manos y que goza del monopolio efectivo, obtiene un beneficio enorme, que se acrece sin cesar, con la constitución de sociedades, la emisión de valores, los empréstitos del Estado, etc., ­consoli­dando la dominación de la oligarquía financiera e imponiendo a toda la sociedad un tributo en provecho de los monopolistas” (Lenin, en El imperialismo, fase superior del capitalismo). El capi­talismo, que nació como minúsculo capital usurero está terminando su evolución con la forma d’un gigantesco capital usurero” (Programme communiste nº 98, p.1) Uan vez más, una denuncia si contemplaciones del capital financiero parásito que podría agradar al altermundialista más radical (5).

En vano busca uno en esos extractos el menor atisbo de demostración de que lo caduco es el capitalismo como modo de producción, que es el capitalismo como un todo el responsable de las crisis, de las guerras y de la miseria en el mundo. En vano busca uno en esas citas la denuncia de la idea central de los altermundialistas de que sería el capital financiero el causante de las crisis cuando es el capitalismo como sistema el centro del problema. Al retomar segmentos enteros de la argumentación altermundialista, esos dos grupos de la Izquierda comunista abren de par en par las puertas al oportunismo teórico hacia los análisis izquierdistas. Estos presentan la crisis como consecuencia de la instauración de una nueva relación de fuerzas en el seno de la burguesía entre la oligarquía financiera y el capital industrial. Los oligopolios financieros habrían triunfado sobre el capital de las empresas en el momento de la decisión en Washington de subir bruscamente los tipos de interés.

En realidad, no ha habido ningún “triunfo de los banqueros sobre los industriales”, sino que ha sido la burguesía como un todo la que ha subido la velocidad en su ofensiva contra la clase obrera.

Las “ganancias financieras ¿bases de un capitalismo usurario?

La denuncia de la financiarización es hoy un tema común en todos los economistas dizque críticos. La explicación de moda actualmente entre esos “críticos del capitalismo” es pretender que la tasa o cuota de ganancia ha aumentado efectivamente, pero que ha sido confiscada por la oligarquía financiera, de tal modo que la tasa de ganancia industrial no se ha recuperado significativamente, lo cual explicaría la no reanudación del crecimiento (ver gráfico adjunto). Es verdad que desde los años 80, tras la decisión tomada en 1979 de hacer subir los tipos de interés, una parte importante de la plusvalía extraída ya es acumulada mediante la autofinanciación de las empresas, sino que es redistribuida en forma de rentas financieras. La respuesta dominante ante esa constatación es presentar ese aumento de la financiarización como una punción en la ganancia global con lo que se impediría la inversión productiva. La debilidad del crecimiento económico se explicaría por lo tanto por el parasitismo de la esfera financiera, por la hipertrofia del “capital usurario”. Y de ahí, las explicaciones pseudo marxistas que se apoyan en desaciertos de Lenin (“El capital financiero, concentrado en muy pocas manos y que goza del monopolio efectivo, obtiene un beneficio enorme, que se acrece sin cesar, con la constitución de sociedades, la emisión de valores, los empréstitos del Estado, etc., consolidando la dominación de la oligarquía financiera e imponiendo a toda la sociedad un tributo en provecho de los monopolistas”), según los cuales las ganancias financieras ejercerían una auténtica “punción” en las empresas (el famoso 15 %).

Ese análisis es volver a la economía vulgar según la cual el capital podría escoger entre la inversión productiva y las inversiones financieras en función de la altura relativa de la tasa de ganancia de la empresa y los tipos de interés. En un plano más teórico, esos análisis de las finanzas como elemento parásito se entroncan con dos teorías del valor y de la ganancia.

Una, marxista, dice que el valor existe previamente a su reparto y es exclusivamente producido en el proceso de producción mediante la explotación de la fuerza de trabajo. En el libro III de El Capital, Marx precisa que el tipo de interés es: “…una parte de la ganancia que el capitalista industrial debe pagar al capitalista dueño del dinero, en lugar de guardárselo en su bolsillo”. En eso, Marx se distingue radicalmente de la economía burguesa, la cual presenta la ganancia como la suma de las rentas de los factores (rentas del factor trabajo, rentas del factor capital, rentas del factor de bienes, etc.) La explotación desaparece, pues así cada uno de los factores es remunerado según su propia contribución en la producción: “para los economistas vulgares que intentan presentar el capital como fuente independiente del valor y de la creación de valor, esta forma es, evidentemente, muy interesante pues hace irreconocible el origen de la ganancia” (Marx). El fetichismo de la fianza consiste  en la ilusión de que la posesión de una parte de capital (una acción, un bono del Tesoro, una obligación, etc.) va a “producir” intereses. Poseer un título es comprar un derecho a recibir una parte del valor creado, pero eso, en sí, no crea ningún valor. Es únicamente el trabajo y sólo él lo que otorga valor a lo producido. El capital, la propiedad, una acción, una cartilla de ahorros o un depósito de máquinas nada producen por sí mismos. Son los hombres quienes producen (6). El capital “cobra” como se dice que el perro “cobra” la caza. No crea nada, pero da a su propietario el derecho a obtener una parte de lo que ha creado quien ha usado ese capital. En ese sentido, el capital designa menos un objeto que una relación social: una parte del fruto del trabajo de unos acaba entre las manos de quien posee el capital. La ideología altermundialista invierte el orden de las cosas confundiendo extracción de plusvalía con su reparto. La ganancia capitalista tiene su fuente exclusiva en la explotación del trabajo, no existen ganancias especulativas para el conjunto de la burguesía (por mucho que tal o cual sector pueda ganar especulando); la Bolsa no crea valor.

La otra teoría, que anda muy cerca de la economía vulgar, concibe la ganancia global como la suma de una ganancia industrial de un lado y la ganancia financiera de otro. La tasa de acumulación sería débil porque la ganancia financiera sería superior a la industrial. Es una teoría heredada en línea recta de los difuntos partidos estalinistas que han extendido una crítica “popular” al capitalismo visto como la confiscación de una ganancia “legítima” por parte de una oligarquía parásita (las 200 familias, en Francia, por ejemplo). La idea es aquí la misma; se basa en un verdadero fetichismo de las finanzas, según el cual la Bolsa sería un medio de crear valor del mismo modo que la explotación del trabajo. En eso se basa toda la patraña sobre la tasa Tobin, la regulación y la humanización del capitalismo que los altermundialistas difunden. Todo lo que transforma una contradicción resultante (la financiarización) en contradicción principal contiene el peligro, típicamente izquierdista, que consiste en querer separar no se sabe qué buen grano de la cizaña: de un lado, el capitalista que invierte, del otro el que especula. Eso lleva a considerar la financiarización como una especie de parásito sobre un cuerpo capitalista sano. Si embargo, la crisis no desaparecerá por mucho que se quiera abolir el “gigantesco capital usurario” tan del gusto de Programme communiste. En cierto modo, insistir en la financiarización del capitalismo lleva a infravalorar la profundidad de la crisis dando a entender que se debería a la función parásita de las finanzas la cual exigiría cuotas de ganancia demasiado altas para las empresas impidiéndoles así realizar sus inversiones productivas. Si fuera esa la raíz de la crisis, bastaría con una “eutanasia de rentistas” (Keynes) para resolverlo.

Esos deslices izquierdistas en el análisis llevan a presentar cierta cantidad de datos económicos con los que demostrar, citando cifras que producen vértigo, esa dominación absoluta de las finanzas, y la enormidad de las punciones que realiza: “…las grandes empresas vieron sus inversiones orientarse hacia los mercados financieros, supuestamente más “provechosos” (…) Ese mercado fenomenal se desarrolla a una velocidad muy superior al de la producción (…) En lo que se refiere a la especulación monetaria, del billón y 300 millones de dólares que cada día de 1996 se desplazaban de una moneda a otra, 5 a 8 % como máximo correspondían al pago de mercancías o de servicios vendidos de un país a otro (hay que añadir las operaciones de cambio no especulativas). ¡El 80 % de ese billón 300 millones correspondían pues a operaciones cotidianas puramente especulativas! Las cifras deben ser actualizadas, pero apostamos que el 85 % ha sido hoy superado” (BIPR, Bilan et perspectives nº 4, p.6). Sí, ha sido superado y las cantidades han alcanzado 1 billón 500 millones (1 500 000 000 000) de $, o sea casi la totalidad de la deuda del Tercer mundo… pero esas cifras sólo dan miedo a los ignorantes, pues ¡no tienen ningún sentido! En realidad, ese dinero no hace sino dar vueltas y las sumas anunciadas son tanto más importantes cuantas más vueltas da el tiovivo. Basta con imaginarse a una persona cambiando 100 unidades monetarias cada media hora para especular entre las monedas; al cabo de 24 horas, las transacciones totales habrán alcanzado 4800 unidades, y si especulara cada cuarto de hora las transacciones totales se habrán duplicado…pero esa cantidad es puramente virtual pues la persona sólo seguirá poseyendo 100 más 5 o menos 10 según su talento para especular. Pero esa presentación mediática de los hechos, que recoge el BIPR, da crédito a las interpretaciones de la crisis como si fueran el resultado de la acción parásita de las finanzas.

En realidad, es la cantidad de plusvalía no acumulada lo que provoca el hinchamiento de la esfera financiera. Es la crisis de sobreproducción y, por lo tanto, la escasez de espacios de acumulación rentable lo que hace que se remunere la plusvalía en forma de rentas financieras y no las finanzas las que se opondrían o se sustituirían a la inversión productiva. La financiarización corresponde al incremento de una parte de la plusvalía que no encuentra dónde reinvertirse con ganancias (7). La distribución de rentas financieras no es automáticamente incompatible con la acumulación basada en la autofinanciación de las empresas. Cuando las ganancias sacadas de la actividad económica son atractivas, las rentas financieras son reinvertidas, participando de manera externa en la acumulación de las empresas. Lo que hay que explicar no es que las ganancias salgan por la puerta repartidas en rentas financieras, sino por qué éstas no vuelvan a entrar por la ventana para rein­vertirse productivamente en el circuito económico. Si una parte significativa de estas cantidades fuera reinvertida, ello se concretaría en un alza de la tasa de acumulación. Y si esto no es así, es porque hay crisis de sobreproducción y, por lo tanto, escasez de espacios de acumulación rentables.

El parasitismo financiero es un síntoma, es una consecuencia de las dificultades del capitalismo. No es la causa, no es la raíz de esas dificultades. La esfera financiera es el escaparate de la crisis, porque es en ella donde aparecen las ­burbujas bursátiles, los desmoronamientos monetarios y las turbulencias bancarias. Pero esos trastornos son la consecuencia de contradicciones cuyo origen está en la esfera productiva.

El salariado, núcleo de la crisis de sobreproducción

¿Qué ha ocurrido desde hace 20 años? La austeridad y la baja de salarios (8) han permitido que se haya restablecido la cuota de ganancia de las empresas, pero esas ganancias acumuladas no han desem­bocado en una subida de la cuota de acumulación (la inversión) y, por lo tanto, de la productividad del trabajo. El ­crecimiento se ha mantenido depresivo (gráfico). En resumen, el freno de los gastos en salario ha restringido los mercados, ha alimentado las rentas financieras, pero no las reinversiones de las ganancias. ¿Y por qué hoy es tan débil la reinversión aun cuando las ganancias de las empresas se han restablecido? ¿Por qué no vuelve a arrancar la acumulación tras la subida de los tipos de interés desde hace más de 20 años? Marx, y Rosa Luxemburg tras él, nos enseñaron que las condiciones de la producción (la extracción de la plusvalía) son una cosa y otra cosa son las condiciones de realización de ese trabajo excedente que se cristaliza en las mercancías producidas. El trabajo excedente cristalizado en la producción no se convierte en plusvalía contante y sonante, en plusvalía acumulable más que si las mercancías producidas se venden en el mercado. Es esa diferencia fundamental entre las condiciones de producción y las de su realización los que nos permite comprender por qué no hay un vínculo automático entre la cuota de ganancia y el crecimiento.

El gráfico página 9 resume bien la evo­lu­ción del capitalismo desde la Segun­da Guerra mundial. En la fase excepcional de prosperidad tras la reconstrucción se observa que todas las variables  fundamentales (ganancia, acumulación, crecimiento y productividad del trabajo) aumentan o fluctúan en cotas altas hasta la reaparición de la crisis abierta entre los años 60 y 70. El agotamiento de los incrementos de productividad que se inicia desde los años 60 arrastra a las demás variables en su caída común hasta principios de los años 80. Luego, el capitalismo entra en una situación totalmente inédita en el plano económico: es una configuración que asocia una cuota de ganancia alta junto con una productividad del trabajo, una tasa de acumulación y, por lo tanto, una tasa de crecimiento mediocres. Esa divergencia entre la evolución de la cuota de ganancia y las demás variables desde hace más de 20 años sólo puede comprenderse desde el enfoque de la decadencia del capitalismo. No parece ser ése el enfoque del BIPR, el cual estima que hoy el concepto de decadencia del capitalismo debe tirarse a la basura de la historia. “¿Qué papel desempeña pues el concepto de decadencia en el terreno de la crítica de la economía política militante, o sea, en el del análisis profundo de los fenómenos y de las dinámicas del capitalismo en el período en que vivimos? Ninguno (…) No es con el concepto de decadencia con el que pueden explicarse los mecanismos de la crisis, ni denunciar la relación entre la crisis y la financiarización, la relación entre ésta y las políticas de las superpotencias por el control de la renta financiera y de las fuentes de ésta” (BIPR “Elementos de reflexión sobre las crisis de la CCI”). El BIPR prefiere pues abandonar el concepto de decadencia en que sus propias posiciones se basaban (9), sustituyéndolo por conceptos de moda en el medio altermundialista como el de “financiarización” y “renta financiera” “para comprender la crisis y las políticas de las superpotencias”. Llega incluso a afirmar que “…esos conceptos [el de decadencia, especialmente] son ajenos al método y al arsenal de la crítica de la economía política” (ídem)

¿Por qué es indispensable la decadencia para comprender la crisis de hoy? Porque el declive constante de las tasas de crecimiento desde finales de los años 60 en los países de la OCDE con 5,2 % (años 60), 3,5 % (70), 2,8 (80), 2,6 (90) y 2,2 para 2000-02 confirma el retorno progresivo del capitalismo a su tendencia histórica abierta por la Primera Guerra mundial. El paréntesis de la fase excepcional de crecimiento (1950-1975) se cerró definitivamente (10). Igual que un muelle roto, tras un último sobresalto, vuelve a su forma de origen, el capitalismo vuelve inexorablemente a los ritmos de crecimiento que prevalecieron entre 1914 y 1950. Contrariamente a lo que cacarean nuestros censores, la teoría de la decadencia del capitalismo no sirve únicamente para explicar el estancamiento de los años 30 (11). Es la esencia misma del materialismo histórico, el “secreto” por fin encontrado de la sucesión de los diferentes modos de producción en la historia, y, por ello mismo, proporciona el marco para analizar la evolución del capitalismo y, especialmente, del período que se abrió con la Iª Guerra mundial. Tiene un alcance general: es válida para toda una era histórica, no depende ni mucho menos de un período particular o de una coyuntura económica momentánea. Además, incluso con la fase de crecimiento excepcional entre 1950 y 1975, dos guerras mundiales, la depresión de los años 30 y más de 35 años de crisis y de austeridad son un balance patente de lo que es la decadencia del capitalismo: apenas 30 a 35 años (contando holgadamente) de “prosperidad” junto a 55 a 60 años de guerra o de crisis económica, cuando no juntas ambas. ¡Y lo peor está por llegar!. La tendencia histórica de freno del crecimiento de las fuerzas productivas por unas relaciones capitalistas de pro­ducción ya caducas, es la regla, el marco que permite entender la evolución del capitalismo, incluida la fase la excepción o sea, la fase de prosperidad tras la Segunda Guerra mundial. Lo que sí es un producto de los años de prosperidad es, precisamente, el haber abandonado la teorafaía de la decadencia. Es lo mismo que le ocurrió a la corriente reformista, la cual que se dejó deslumbrar por los resultados del capitalismo de la Belle époque.

El gráfico adjunto, por otra parte, nos muestra claramente que el mecanismo al que se debe la subida de la cuota de ganancia no es ni un incremento de la productividad del trabajo, ni una reducción del capital. Esto nos da la ocasión para acabar de una vez con las charlatanerías cobre la pretendida “nueva revolución tecnológica”. Algunos universitarios, maravillados por la informática atrapados con la boca abierta en el anzuelo de las campañas burguesas sobre la “nueva economía”…confunden la velocidad de su ordenador con la productividad del trabajo: no es porque el Pentium 4 va doscientas veces más rápido que los procesadores de la primera generación que el oficinista va a escribir doscientas veces más deprisa y podrá incrementar su productividad otro tanto. El gráfico muestra que la productividad del trabajo sigue decreciendo desde los años 60. Por razones evidentes, pues, a pesar de las ganancias restablecidas, la tasa de acumulación (las inversiones para posibles incrementos de productividad) no se ha restablecido. La “revolución tecnológica” sólo existe en los discursos de las campañas burguesas y en la imaginación de quienes se las tragan. Esa constatación empírica de la reducción de la productividad (del progreso técnico y de la organización del trabajo), sin interrupción desde los años 60, contradice la imagen mediática, aunque bien incrustada en las mentes, de un cambio tecnológico creciente, de una nueva revolución industrial de la que hoy estarían preñadas la informática, las telecomunicaciones, Internet y los multimedia. ¿Cómo explicar la fuerza de esa patraña que pone la realidad patas arriba en nuestras mentes?

Primero, hay que recordar que los progresos de productividad tras la Segunda Guerra mundial fueron mucho más espectaculares que los que nos presentan como “nueva economía”. La difusión de la organización del trabajo en tres equipos de 8 horas, la generalización de la cadena móvil en la industria, los rápidos progresos en el desarrollo y generalización de los transportes de todo tipo (camión, tren, avión, coche, barco), la sustitución del carbón por el petróleo, más barato, el invento del plástico que se puso en lugar de otros materiales muy costosos, la industrialización en la agricultura, la generalización de la conexión eléctrica, del gas natural, del agua corriente, de la radio y del teléfono, la mecanización de la vida casera mediante los electrodomésticos, etc. fueron mucho más espectaculares en cuanto al progreso de la productividad que todo lo que aporta el desarrollo de la informática y las telecomunicaciones. La productividad no ha hecho sino disminuir desde los dorados sesenta.

Además, se cultiva insistentemente una confusión entre la aparición de nuevos bienes de consumo y los progresos de productividad. El flujo de innovaciones, la multiplicación de novedades por extraordinarias que sean (DVD, GSM, Internet, etc) como bienes de consumo no recubre el fenómeno de progreso de la productividad. Este significa capacidad para ahorrar en los recursos que la producción requiere para la producción de un bien o de un servicio. La expresión progreso técnico debe siempre entenderse en el sentido de progreso de las técnicas de producción y/o de organización, desde el estricto enfoque de la capacidad para ahorrar en los recursos usados en la fabricación de un bien o la prestación de un servicio. Por impresionantes que sean, los progresos de lo digital (o numérico) no se plasman en progresos significativos de productividad en el proceso productivo. Ahí radica todo el bluff de la “nueva economía”.

En fin, contrariamente a las afirmaciones de nuestros censores que niegan la realidad de la decadencia y la validez de los aportes teóricos de Rosa Luxemburg (y que hacen de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia el alfa y omega de la evolución del capitalismo), el recorrido de la economía desde principios de los años 80 nos muestra claramente que no es porque suba esa cuota de ganancia por lo que el crecimiento vuelve a despegar. Es verdad que hay un vínculo fuerte entre la cuota de ganancia y la tasa de acumulación, pero no es ni mecánico ni unívoco: son dos variables parcialmente independientes. Esto contradice formalmente las afirmaciones de quienes hacen depender obligatoriamente la crisis de sobreproducción de la caída de la cuota de ganancia y el retorno de su subida:

“esta contradicción, la producción de la  plusvalía y su realización, aparece como una producción de mercancías y por lo tanto como causa de la saturación de los mercados, que, a su vez, se opone al proceso de acumulación, lo cual imposibilita que el sistema en su conjunto compense la caída de la cuota de ganancia. En realidad, el proceso es inverso. (…) Es el ciclo económico y el proceso de valoración lo que hacen “solvente” o “insolvente” el mercado. Es partiendo de las leyes contradictorias que regulan el proceso de acumulación cómo se puede explicar la “crisis” del mercado” (Texto de presentación de Battaglia comunista para la Primera conferencia de los grupos de la Izquierda comunista, mayo de 1977).

Hoy podemos observar claramente que la cuota de ganancia sube desde hace casi 20 años, mientras que el crecimiento sigue deprimido y la burguesía no ha hablado tanto de deflación como ahora. No es porque el capitalismo consigue producir con suficiente ganancia por lo que crea automáticamente, por ese mismo mecanismo, el mercado solvente en el que será capaz de transformar el trabajo excedente cristalizado en sus productos en plusvalía contante y sonante que le permita reinvertir sus ganancias. La importancia del mercado no depende automáticamente de la evolución de la cuota de ganancia; al igual que otros parámetros que condicionan la evolución del capitalismo, es ésa una variable parcialmente independiente. Es la com­prensión de la diferencia fundamental entre las condiciones de la producción y las de la realización, puesta ya de relieve por Marx y profundizada con maestría por Rosa Luxemburg, lo que nos permite comprender por qué no hay automatismo entre la cuota de ganancia y el crecimiento.

Decadencia y orientaciones para las luchas de resistencia

Al negar la decadencia como marco de comprensión del período actual y de la crisis, al señalar la especulación financiera como causa de todas las desgracias del mundo, al subestimar el desarrollo del capitalismo de Estado, los dos grupos más importantes de la Izquierda comunista fuera de la CCI (Programme communiste y el BIPR) no pueden dar una orientación clara y coherente a las luchas de resistencia de la clase obrera. Basta con leer los análisis que hacen sobre la política de la burguesía en austeridad y las conclusiones que sacan de su análisis de la crisis para darse cuenta de ello:

“Durante los años 50, las economías capitalistas volvieron a arrancar y la burguesía vio por fin el nuevo florecer de sus ganancias por largo tiempo. Esta expansión que continuó en la década siguiente se basó pues en un auge del crédito y se hizo con el apoyo de los Estados. Se tradujo incuestionablemente en una mejora de las condiciones de vida de los trabajadores (seguridad social, convenios colectivos, alza de salarios…) Esas concesiones hechas por la burguesía bajo la presión de la clase obrera, se plasmaron en una baja de la cuota de ganancia, fenómeno en sí mismo inevitable, vinculado a la dinámica interna del capital (…) Si al principio de la fase del imperialismo, las ganancias acumuladas gracias a la explotación de las colonias y de sus pueblos permitieron a las burguesías dominantes garantizar cierta paz social haciendo beneficiar a la clase obrera de una parte de la extorsión de la plusvalía, ya no es lo mismo hoy, pues la lógica especulativa implica poner en entredicho todas las adquisiciones sociales arrancadas durante las décadas precedentes por los trabajadores de los “países centrales”a sus burguesías” (BIPR, en Bilan et perspectives nº 4, p. 5 a 7).

También ahí vemos cómo el abandono del marco de la decadencia abre de par en par las puertas a concesiones a los análisis izquierdistas. El BIPR prefiere copiar las fábulas izquierdistas sobre las “adquisiciones sociales (seguridad social, convenios colectivos, alza de salarios…)” que habrían sido “concesiones hechas por la burguesía bajo la presión de la clase obrera” y que “la lógica especulativa actual” pondría en entredicho, a apoyarse en las contribuciones teóricas legadas por la Izquierda comunista internacional (Bilan, Communisme, etc.), la cual analizaba esas medidas como medios instaurados por la burguesía para hacer depender y uncir la clase obrera al Estado.

En efecto, en la fase ascendente del capitalismo, el desarrollo de las fuerzas productivas y del proletariado era insuficiente para poner el peligro la dominación burguesa y permitir una revolución victoriosa a escala internacional. Por eso es por lo que, aunque la burguesía lo hizo todo por sabotear la organización del proletariado, éste pudo, a través de sus combates sin tregua, constituirse como “clase para sí” en el capitalismo con sus propias organizaciones, los partidos obreros y los sindicatos. La unificación del proletariado se realizó gracias a las luchas para arrancar al capitalismo unas reformas que se concretaban en mejoras de las condiciones de vida de la clase: reformas en lo económico y reformas en lo político. El proletariado adquirió, como clase, el derecho de ciudadanía en la vida política de la sociedad, o, con las palabras de Marx en Miseria de la filosofía: la clase obrera ha conquistado el derecho a existir y afirmarse de manera permanente en la vida social como “clase para sí”, o sea como clase organizada con sus propios lugares de encuentro cotidianos, sus ideas y su programa social, sus tradiciones y hasta sus canciones.

Cuando el capitalismo entró en sus fase de decadencia en 1914, la clase obrera demostró su capacidad para echar abajo la dominación de la burguesía, forzándola a cesar la guerra y desplegando una oleada internacional de luchas revolucionarias. Desde entonces el proletariado es un peligro potencial permanente para la burguesía. Por eso ésta no puede seguir tolerando que su clase enemiga pueda organizarse de manera permanente en su propio terreno de clase, pueda vivir y crecer en el seno de sus propias organizaciones. El Estado extendió su dominio totalitario sobre todos los aspectos de la vida de la sociedad. Todo quedó encerrado entre sus tentáculos omnipresentes. Todo lo que vive en la sociedad ha tenido que someterse incondicionalmente al Estado o enfrentarse a él en un combate a muerte. Ha caducado el tiempo en que el Estado podía tolerar la existencia de órganos proletarios permanentes. El Estado expulsó de la vida social al proletariado organizado como fuerza permanente. De igual modo: “Desde la Primera Guerra mundial, paralelamente al desarrollo del papel del Estado en la economía, se han ido multiplicando las leyes que rigen las relaciones entre capital y trabajo, creando un marco estricto de “legalidad” entre cuyos límites la lucha proletaria queda circunscrita y reducida a la impotencia” (de nuestro folleto Los sindicatos contra la clase obrera) Ese capitalismo de Estado en el plano social implicó una transformación de toda la vida de la clase en un remedo de ella, en el terreno burgués. El Estado se apoderó de ella, mediante los sindicatos en algunos países, directamente en otros, de sus cajas de resistencia u organizaciones de socorro mutuo, de sus mutuas en caso de enfermedad o despido, todo lo que la clase obrera había ido construyendo a lo largo de la segunda mitad del siglo xix. La burguesía retiró la solidaridad política de manos del proletariado para trans­ferirla como solidaridad económica en manos del Estado. Al dividir el salario en una retribución directa por parte del patrón y una indirecta por parte del Estado, ha burguesía ha consolidado la mistificación que consiste en presentar al Estado como órgano por encima de las clases, garante del interés común y de la seguridad social de la clase obrera. La burguesía había logrado vincular ma­terial e ideológicamente la clase obrera al Estado. Ése era el análisis de la Izquierda italiana y de la Fracción belga de la Izquierda comunista internacional respecto a las primeras cajas de seguros de desempleo y de socorro mutuo instauradas por el Estado durante los años 30 (12).

¿Qué dice el BIPR a la clase obrera? Primero que la “lógica especulativa” sería responsable de la “puesta en entredicho de todas las adquisiciones sociales”…y ¡otra vez de vuelta el mal absoluto de la “financiarización”! El BIPR se olvida de paso que la crisis y los ataques contra la clase obrera no han estado esperando la aparición de la “lógica especulativa” para abatirse sobre el proletariado. ¿Se cree de verdad el BIPR, como parece indicarlo su prosa, que la clase obrera verá horizontes radiantes el día en que la “lógica especulativa” sea erradicada? Son esas patrañas izquierdistas, con las que se pretende hacer creer que la lucha contra la austeridad dependería de la lucha especulativa, las que deben ser erradicadas con el mayor vigor.

Hay, sin embargo, cosas peores todavía. Es un embuste grosero hacer creer al proletariado que la seguridad social, los convenios colectivos y hasta el mecanismo de subida de salarios con los mecanismos de ajuste o de escala móvil serían “adquisiciones sociales arrancadas tras reñida lucha”. Sí, la reducción horaria de la jornada laboral, la prohibición del trabajo infantil, del trabajo nocturno de las mujeres, etc. fueron auténticas concesiones arrancadas tras reñida lucha por la clase obrera en la fase ascendente del capitalismo. En cambio, las supuestas “ventajas sociales” como la seguridad social o los convenios colectivos firmados en los Pactos sociales para la Reconstrucción no tuvieron nada que ver con la lucha de la clase obrera. Clase derrotada, agotada por la guerra, emborrachada y estafada por el nacionalismo, ebria de euforia con la Liberación, no fue ella quien, gracias a sus luchas, habría arrancado esas “ventajas”. Fue a iniciativa de la burguesía misma, en el seno de los gobiernos en el exilio donde se elaboraron los Pactos sociales para la Reconstrucción, instaurándose así todos los mecanismos del capitalismo de Estado. Fue la burguesía la que tomó la iniciativa, entre 1943 y 1945, en plena guerra, de reunir todas las “fuerzas vivas de la nación”, todos “los agentes sociales” mediante reuniones tripartitas entre representantes de la patronal, de los gobiernos y de los diferentes partidos y sindicatos, es decir en la más perfecta de las concordias nacionales de los movimientos de Resistencia, para planificar la reconstrucción de las economías destruidas y negociar socialmente la difícil etapa de reconstrucción. No hubo “concesiones de la burguesía bajo la presión de la clase obrera” en el sentido de una burguesía obligada a aceptar un compromiso frente a una clase obrera movilizada en su terreno y con una estrategia de ruptura con el capitalismo, sino de instaurar medios en concertación entre todos los componentes de la burguesía (patronal, sindicato, gobierno) para controlar socialmente a la clase obrera y así realizar la reconstrucción nacional (13). Recordemos que en la inmediata posguerra, la burguesía llegó incluso a montar de abajo arriba nuevos sindicatos como la CFTC en Francia o la CSC en Bélgica.

Es evidente que los revolucionarios denuncian toda recorte al salario, tanto el directo como el indirecto, es evidente que deben denunciar todo ataque al nivel de vida cuando la burguesía va reduciendo cada día más la seguridad social, pero nunca defenderán el principio mismo del mecanismo instaurado por la burguesía para uncir la clase obrera al Estado (14). Los revolucionarios deben, al contrario, denunciar la lógica ideológica y material en que se basan esos mecanismos como la supuesta “neutralidad del Estado”, la “solidaridad social organizada por el Estado”, etc.

Ante lo que plantea la agravación general de las contradicciones del modo capitalista de producción, ante las dificultades con que se encuentra la clase obrera para hacerles frente, les incumbe a los revolucionarios desplegar la mayor capacidad para contestar a los problemas que la historia plantea. Esa capacidad no podría basarse en los análisis fraudulentos que difunden los sectores de extrema izquierda del aparato político de la burguesía. Sólo apoyándose en el marxismo y en las adquisiciones de la Izquierda comunista, en particular el análisis de la decadencia del capitalismo, podrán los revolucionarios estar a la altura de sus responsabilidades.

C. Mlc

 

1) Ver nuestro artículo “Los disfraces de la prosperidad económica arrancados a la crisis” en la Revista internacional nº 114 y el gráfico adjunto.

 

2) Como lo escribe Marx: “Capital supone trabajo asalariado, trabajo asalariado supone capital. Son el uno condición del otro, creándose mutuamente” (Trabajo asalariado y capital).

3) No podemos, en este artículo, tratar lo que Marx y los teóricos marxistas escribieron sobre las contradicciones que engendra la generalización del trabajo asalariado, o sea la transformación de la fuerza de trabajo en mercancía. Para una mayor precisión sobre esos trabajos marxistas, invitamos a leer, en particular, nuestro folleto La decadencia del capitalismo, y muchos otros artículos de esta Revista internacional.

4) “En cierta fase de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, y sólo es entonces su expresión jurídica, con las relaciones de producción en cuyo seno se habían movido hasta entonces. Tras haber sido formas de desarrollo de las fuerzas productivas, esas relaciones se convierten en barreras para ellas” (K. Marx “Prefacio” a la Introducción a la crítica de la economía política).

5) Por desgracia, Lenin no es en esto un recurso, pues su estudio sobre el imperialismo, por decisivo que fuera en algunos aspectos de la evo­lución del capitalismo y de la situación del imperialismo entre los siglos xix y xx, da una importancia desmesurada al papel del capital financiero, olvidándose de otros cambios más importantes entonces tales como el desarrollo del capitalismo de Estado (cf. Revista internacional nº 19 “Sobre el imperialismo” y Révolution internationale nº 3 y nº 4 “Capitalisme d’État et loi de la valeur”). Capitalismo de Estado que, contrariamente al análisis de Hilferding-Lenin, restringirá drásticamente el poder de las finanzas a partir de la experiencia de la crisis del 29 para, después, a partir d elos años 80, abrir de nuevo las puertas progresivamente a cierta libertad. Lo que importa aquí es saber que han sido los Estados nación quienes han dirigido este último proceso y no una especie de internacional fantasmagórica de la oligarquía financiera que habría impuesto sus instrucciones una noche de 1975 en Washington.

6) Basta, para convencerse, con imaginarse dos situaciones límite: en una han sido destruidas todas las máquinas y sólo perviven los humanos y en la otra toda la humanidad es destruida y sólo quedaban máquinas...

7) Por otra parte, el que las tasas de autofinanciación de las empresas sean superiores a 100 % desde hace ya bastante tiempo desmiente esa tesis, pues eso quiere decir que las empresas no necesitan las finanzas para financiar sus inversiones.

8) La parte de los salarios en el valor añadido en Europa pasó de 76 % a 68 % entre 1980 y 1998 y, como las desigualdades de salario se han incrementado notablemente durante el mismo período, eso significa que la baja del salario medio de los trabajadores es mayor de lo que expresa esa estadística.

9) Citemos, entre otros, el texto del BIPR presentado ante la Primera conferencia de los grupos de la Izquierda comunista, extraído del párrafo titulado “Crisis y decadencia”: “Cuando empezó a manifestarse, el sistema capitalista dejó de ser un sistema progresivo, es decir, necesario para el desarrollo de las fuerzas productivas, para entrar en una fase de decadencia caracterizada por los intentos por resolver sus propias contradicciones insolubles, dándose nuevas formas organizativas desde un punto de vista productivo. (…) En efecto, la intervención progresiva del Estado en la economía debe ser considerada como la señal de la imposibilidad para resolver las contradicciones que se acumulan en el interior de las relaciones de producción y es, por lo tanto, la señal de su decadencia”.

10) Invitamos a leer nuestro Informe para nuestro XVº congreso internacional sobre la crisis económica que publicamos en el número anterior de esta Revista, en donde, sin por ello negar el carácter excepcional del período 1950-1975, se desmitifica, primero, el cálculo de las tasas de crecimiento en el período de decadencia y desmitifica también los que se refieren al período de posguerra de la IIª Guerra mundial, ampliamente sobreestimados.

11) 1. “… la teoría de la decadencia, tal como procede de los conceptos de Trotski, de Bilan, de la ICF y de la CCI, ya no sirve hoy para comprender el desarrollo real del capitalismo a lo largo de todo el siglo XX, y, en particular, desde 1945 (…) En lo que a los comunistas de la primera mitad de siglo del siglo XX se refiere, eso puede explicarse fácilmente: los acontecimientos sucedidos durante tres décadas, entre 1914 y 1945, fueron tales (…) que parecían acreditar la tesis del declive histórico del capitalismo y confirmar las previsiones: era lógico no ver en el capitalismo más que un sistema en putrefacción, en las últimas y decadente” (Cercle de Paris, en Que ne pas faire ?, p.31)

2.“El concepto de decadencia del capitalismo surgió en la IIIª Internacional, desarrollado por Trotski en particular (…) Éste precisó su concepto asimilando la decadencia del capitalismo a un cese puro y simple del crecimiento de las fuerzas productivas de la sociedad (…) Esta visión parecía corresponderse con la realidad de la primera mitad del siglo XX (…) La visión de Trotski fue retoma en lo esencial por la Izquierda italiana agrupada en Bilan antes de la Segunda Guerra mundial y después por la Izquierda comunista de Francia (GCF) tras aquélla” (Perspective internationaliste, «Vers une nouvelle théorie de la décadence du capitalisme»).

3 “La hipótesis de un “cese irreversible” de las fuerzas productivas no es sino la deducción, en el plano teórico, de una impresión general dejada por el período de entre ambas guerras durante el cual la acumulación capitalista tuvo, coyunturalmente, dificultades para volver a arrancar” (Communisme ou Civilisation: “Dialectique des forces productives et des rapports de production en la théorie communiste”).

4 “Tras la IIª Guerra mundial, tanto los trotskistas como los comunistas de izquierda volvieron con la convicción reafirmada de que el capitalismo era decadente y estaba a punto de desmoronarse. Considerando el período que acababa de terminar, la teoría no parecía tan irrealista, pues al crac de 1929 le siguió una depresión de los años 30, para terminar en otra  guerra catastrófica (…) Ahora, de igual modo que podemos decir que los comunistas de izquierda defendieron verdades importantes de la experiencia de 1917-21 contra las versión leninista de los trotskistas, su objetivismo económico y la teoría mecánica de las crisis y del desmoronamiento, que comparten con los leninistas, los hizo incapaces de responder a la nueva situación caracterizada por un “boom” de larga duración (…) Tras la IIª Guerra mundial, el capitalismo entró en uno de sus períodos de expansión más sostenidos, con tasas de crecimiento no sólo más altas que las de entre ambas guerras sino incluso que las del” boom” del capitalismo clásico” (Aufheben: “Sobre la decadencia, teoría del declive o declive de la teoría”).

12 Leer: “Otra victoria del capitalismo: el seguro de desempleo obligatorio”, en Communisme  nº 15, junio de 1938 y “Los sindicatos obreros y el Estado”, en el nº 5 de la misma revista.

13) Hubo luchas sociales durante la guerra, pero también y sobre todo en la inmediata posguerra, a causa de las condiciones de vida insoportables. En general, sin embargo, salvo excepciones notables como en el norte de Italia o en el Rhur, no fueron una amenaza real para el capitalismo. Esas luchas estaban bien encuadradas, controladas y a menudo desbaratadas por los partidos de izquierda y los sindicatos en nombre de la “necesaria concordia nacional” para la reconstrucción.

14) Lo increíble es que el BIPR integra incluso en la categoría de “conquistas sociales” a los “convenios colectivos”, que significan, claramente, paz social codificada e impuesta por la burguesía en las empresas.

Noticias y actualidad: 

  • Crisis económica [5]

Respuesta al MLP: Revolución socialista del proletariado contra autodeterminación nacional

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En números anteriores de la Revista Internacional (1), hemos publicado una considerable cantidad de correspondencia con el Partido marxista laborista de Rusia. Este intercambio se ha centrado principalmenteen el problema de la decadencia el capitalismo y sus implicaciones para ciertas cuestiones clave, como la naturaleza de clase de la revoluciónde Octubre y el problema de la “liberación nacional”.

Hemos recibido noticias de una escisión en el grupo. Ahora habría dos MLP, uno que se refiere a sí mismo como el MLP (Bolchevique), y otro –con el que hemos mantenido debate hasta ahora-, el MLP (Buró sur). Para tratar de clarificar una situación bastante confusa, y comprender mejor las verdaderas posiciones del MLP sobre cuestiones fundamentales del internacionalismo proletario, planteamos por escritoal MLP (Buró sur, BS) una serie de preguntas (en el resto del artículo, cuando mencionamos al MLP, nos referimos al MLP (BS), a menos que se indique lo contrario). Estas cuestiones se reproducen en la respuesta del MLP, que publicamos a continuación, después sigue nuestra respuesta a la carta del MLP, en la que nos concentramos de nuevo en nuestras diferencias sobre la cuestión nacional.

Hay una respuesta posterior del MLP, sobre la que volveremos en el próximo número de la Revista Internacional; también desarrollaremos nuestra respuesta a otras cuestiones suscitadas por la carta que publicamos aquí, en particular el antifascismo y la naturaleza de la Segunda Guerra mundial.

 

Carta del MLP

Camaradas

Aunque vuestra carta estaba dirigida al “Buró sur del MLP”, hemos dado a conocer sus contenidos a nuestros camaradas de la organización, aunque no vivan en el sur de Rusia.

Esta es nuestra respuesta colectiva.

¿Consideráis posible el apoyo a las luchas de liberación nacional en el siglo XX?

Sostenemos que, antes de hablar a favor o en contra de apoyar las luchas de liberación nacional en el siglo XX, habría que comprender lo que significan globalmente las luchas de liberación nacional. Pero a su vez, esto sería difícil si previamente no se ha dado una determinación más o menos clara de “nación”.

Además, en nuestra opinión, habría que clarificar cual fue la actitud de Marx y Engels ante esta cuestión en su época, así como cuál fue la posición de los bolcheviques-leninistas, tanto antes como después de la revolución de Octubre 1917. Finalmente, habría que considerar la evolución de las posiciones de la Comintern sobre estos problemas...

 ¿Reconocéis un “derecho de autodeterminación de las naciones”, o rechazáis esa fórmula?

El movimiento de liberación nacional es una cosa objetiva. Al alcanzar un alto nivel de desarrollo, indica que uno u otro pueblo se ha embarcado en la vía de su propio desarrollo capitalista, y que el correspondiente grupo étnico, o bien está en el umbral de convertirse en una nación BURGUESA, o ya lo ha traspasado.

En contraste con lo que manda la tradición bolchevique-Comintern, ofreciendo no sólo apoyo a los movimientos de liberación nacional como progresistas-burgueses, sino orientándose incluso a crear partidos comunistas (¡!) en los países atrasados, partidos que consisten en el campesinado bajo el liderazgo de la intelligentsia nacional progresista-revolucionaria; y a luchar por el establecimiento del poder de los soviets en ausencia o mínima presencia del proletariado industrial (la notable teoría del “desarrollo no capitalista”, o la “orientación socialista en los países en desarrollo”), el MLP (¡ no confundir con el MLP (B) !) considera que el apoyo a los movimientos de liberación nacional sólo crea la ilusión de solucionar los problemas sociales en el interior de las fronteras nacionales. En particular, esta ilusión se expresa en la consigna “marxista-leninista”: “De la liberación nacional a la liberación social”.

Sólo la revolución social podrá solucionar, entre otros, los problemas nacionales.

La participación en cualquier movimiento de liberación nacional, es decir, la lucha por la separación del Estado de una nación burguesa más, no es una tarea específica de los marxistas.

Al mismo tiempo, no nos oponemos a los movimientos de liberación nacional, por ejemplo, al movimiento político a favor de la separación  de Chechenia de Rusia, en el que participan activamente algunos miembros del MLP (B).

Si la mayoría de la población de una nacionalidad en un determinado territorio histórico ha decidido usar el “derecho de las naciones a la autodeterminación” contra la “expansión imperialista”, nosotros no nos declararemos en contra de esa posición con dos condiciones:

–  que la separación territorial frene la sangrienta carnicería con múltiples víctimas entre la población trabajadora de ambos bandos;

–  que la independencia estatal de una nueva nación burguesa, lleve más rápidamente a la situación en que, dentro de esa nación, emerja su propio proletariado industrial y se haga más fuerte; y entonces, desencadene su lucha de clase contra la burguesía nacional local, sin dejarse arrastrar por la ilusión de ninguna “liberación” que no sea social ¡Antes de que el proletariado de todos los países pueda unirse, el proletariado de esos países tiene simplemente que existir!

¿Consideráis que todas las fracciones de la burguesía son igualmente ­reaccionarias en el siglo XX –esto es, desde el principio de la Iª Guerra mundial-?, y si no es así ¿Cuál es vuestrocriterio?

Aquí también es preciso definir primero lo que se entiende por “reaccionario”. La palabra “reaccionario” en su sentido original significa “contrarrestar el progreso” o, más exactamente, “contrarrestar el avance hacia delante”. Está claro, sin embargo, que esta definición es muy general.

Como marxistas, podemos y tenemos que hablar de ese tipo de reacción que se opone al anhelo de acabar con el modo de producción capitalista-burgués, y globalmente con la sociedad de clase (propiedad privada y explotación), que impide al género humano avanzar hacia el comunismo.

Al mismo tiempo, los clásicos del marxismo nos enseñaron a comprender por qué el modo de producción capitalista fue progresista respecto a los modos de producción que le precedieron, y respecto a las estructuras socioeconómicas más atrasadas que coexisten con él en el marco de la sociedad de clases. También nos enseñaron a distinguir las etapas progresivas de desarrollo de este modo de producción. ¡En nuestra opinión, cualquier otro planteamiento sería escolástico y dogmático, pero no dialéctico-histórico!

En el siglo xx, la producción pequeño burguesa y campesina fue dando lugar a la producción capitalista a gran escala.  Desde el punto de vista del marxismo, las fuerzas productivas cambian la estructura social de la sociedad en el curso de su desarrollo. Esto es objetivamente progresista.

De aquí en adelante, en nuestra opinión, respecto al siglo xx, no se debería hablar de decadencia del capitalismo como tal, sino sólo del proceso por el que la forma Estado-nación del capitalismo sobrevive más allá de su necesidad histórica, y por tanto la posibilidad de desarrollo de una fase siguiente se ha agotado.

Y no podemos decir que con el comienzo de la Iª Guerra mundial, el capitalismo haya agotado inequívocamente su capacidad de desarrollo. En nuestra opinión, ese agotamiento solo se constata a partir de la segunda mitad del siglo xx. Evidencias claras de esto son la actual globalización y unificación económica de Europa, por ejemplo.

Ahora en nuestra época es cuando el capitalismo ha empezado a agotar su capacidad progresista.

Esto hace que se aproxime la hora de acabar con él a escala internacional por medio de la revolución social mundial.

(…)

Respuesta de la CCI

Los Comunistas y la cuestión nacional

Entre las diferentes cuestiones que se plantean en esta carta, hemos escogido responder primero a una cuestión que pensamos que es particularmente importante clarificar. También es una cuestión que se plantean los nuevos elementos y grupos que aparecen en Rusia. Se trata de la cuestión nacional, y particularmente la posición comunista sobre las luchas de liberación nacional y la famosa consigna de Lenin del “derecho de las naciones a su autodeterminación”. Aunque el MLP, en su respuesta a nuestra carta, sostiene que no apoya los movimientos de liberación nacional, porque  “sólo crean una ilusión de solucionar los problemas sociales en el interior de las fronteras nacionales”, al mismo tiempo considera que hay ciertas ocasiones en las que no se opondría a ellos. Como cuando  “la mayoría de la población de una nacionalidad en un determinado territorio histórico ha decidido usar el “derecho de las naciones a la autodeterminación” contra la “expansión imperialista”...”

Esas ocasiones son las siguientes: cuando la separación detendría una matanza sangrienta, o si el surgimiento de un nuevo Estado independiente llevara al crecimiento del proletariado en ese Estado, y más tarde al desarrollo de la lucha de clases contra la burguesía nacional local.

Esto significa concretamente para el MLP en sus propias palabras: “no nos oponemos a los movimientos de liberación nacional, por ejemplo,  al movimiento político a favor de la separación  de Chechenia de Rusia, en el que participan activamente algunos miembros del MLP (B)”.

Antes que nada, nos parece muy extraño que el MLP diga que no están en contra del movimiento de liberación nacional, pero al mismo tiempo no están a favor. ¿Acaso el MLP es indiferente, o simplemente se abstiene de combatir la ideología de la liberación nacional, aunque según sus propias posiciones, “sólo crea  una ilusión de solucionar los problemas sociales en el interior de las fronteras nacionales”? ¿Qué quiere decir el MLP cuando escribe que participar en los movimientos de liberación nacional “no es una tarea específica de los marxistas”? Además, el MLP tampoco se opone a las actividades de un miembro del MLP(B), que “participa activamente” en un movimiento separatista de Chechenia. ¿Qué tenemos que pensar de esto?

Para nosotros expresa una posición ampliamente oportunista sobre los movimientos de liberación nacional. Tenemos la impresión de que esta vaguedad en la toma de posición es sólo una apertura a la participación en esos movimientos de ciertos miembros del MLP. De hecho, la posición del MLP deja la puerta abierta al apoyo a cualquier movimiento de liberación nacional, porque siempre será posible encontrar algún criterio que aplicar.

Para el MLP sería posible argumentar que la separación nacional detendría una sangrienta matanza en muchas ocasiones. Por ejemplo, esta posición hubiera llevado lógicamente en 1947 a apoyar la separación de Pakistán de la India, para detener las masacres entre musulmanes e hindúes. La disputa posterior sobre Jammu y Cachemira entre Pakistán e India, es quizás también un buen ejemplo de cómo el “derecho de las naciones a la autodeterminación” (ahora en nombre del Acta de independencia británica) sólo lleva a más matanzas sangrientas. Hoy vemos cómo los peligrosos conflictos y las tensiones constantes entre Pakistán e India amenazan la densa población de la zona con millones de muertes si se desencadenara una guerra nuclear entre Pakistán e India –y esto sería un horror añadido a todas las muertes que ya ha causado el conflicto de Cachemira (2). Este ejemplo sólo es para mostrar lo absurdo y completamente a-marxista que es el criterio que plantea el MLP como una razón para “no oponerse” a la separación de un nuevo Estado.

El otro criterio que emplea el MLP es la hipótesis de que una separación llevaría al desarrollo de la industria, y consecuentemente al desarrollo del proletariado, y finalmente al incremento de la lucha de clases contra la “burguesía nacional local”.

Como el MLP no comparte el concepto de “decadencia del capitalismo” (la entrada del capitalismo en una fase de decadencia tras una fase progresiva), al menos hasta finales del siglo xx, cuando según ellos, se habría manifestado en la globalización del capitalismo y en la unificación económica de Europa; este otro criterio se aplicaría a diferentes casos de “liberación nacional” en el siglo xx. Por ejemplo en los años 70 hubo diferentes grupos en Europa que en muchos aspectos estaban próximos a las posiciones proletarias, pero que en lo que concierne a la cuestión de la liberación nacional, apoyaron “críticamente” al FLN (Frente de liberación nacional) en Vietnam, porque, según argumentaban, establecería un nuevo Estado burgués, que estimularía la industrialización y el desarrollo del proletariado. Tan pronto como resultara victoriosa la burguesía nacional, el proletariado debería volverse inmediatamente contra su propia burguesía. Esta falsa aplicación del marxismo era, y aún es hoy (en el mejor de los casos), una tapadera para ocultar las concesiones oportunistas a la ideología burguesa. Esta posición está muy cercana al trotskismo, que siempre encuentra una excusa para apoyar las denominadas luchas de liberación nacional, cuando actualmente en nuestra época sólo son el envoltorio de los conflictos imperialistas mundiales.

Estas precisiones iniciales, ponen de relieve la necesidad de recurrir a un marco marxista (al cual el MLP también recurre al principio de su respuesta a nuestras preguntas): ¿Cuál fue la actitud de Marx y Engels en relación a las luchas de liberación nacional, y cuál fue la posición de los comunistas sobre esta cuestión desde la Izquierda de Zimmerwald hasta la Comintern? Finalmente ¿Cuál tiene que ser la posición de los comunistas sobre esto hoy?

El Estado nación

El MLP sostiene correctamente que, antes de tomar posición a favor o en contra de las luchas de liberación nacional, es preciso comprender la naturaleza de esas luchas, y también tener una clara comprensión de lo que significa el concepto de nación para los marxistas.

El concepto de nación no es un concepto abstracto y absoluto, sino que solo puede comprenderse en el contexto histórico. Rosa Luxemburg da una definición de este concepto en su Folleto de Junius:

“El Estado nacional, la unidad y la independencia nacionales: estas eran las banderas ideológicas bajo las cuales se constituyeron los grandes Estados burgueses en el corazón de Europa en el último siglo. El capitalismo es incompatible con el particularismo de los pequeños Estados, con la dispersión política y económica. Para desarrollarse, al capitalismo le es necesario un territorio coherente, tan grande como sea posible y a un mismo nivel de civilización, sin lo cual no se podrían elevar las necesidades de la sociedad a un nivel requerido para la producción mercantil capitalista ni hacer funcionar el mecanismo de la dominación burguesa moderna. Antes de extender su red sobre todo el globo, la economía capitalista buscó crear un territorio unido dentro de los límites nacionales de un Estado” (Rosa Luxemburg, La Crisis de la socialdemocracia).

Marx y Engels, que comprendían bien esto, en diferentes ocasiones dieron argumentos para apoyar ciertas luchas de liberación nacional. Pero nunca como principio; sólo en los casos en que pensaban que la creación de nuevos Estados-nación podría conducir a un verdadero desarrollo del capitalismo contra las fuerzas feudales. La creación de nuevos Estados-nación sólo podía llevarse a cabo en Europa en esa época por medidas revolucionarias, y desempeñar un papel históricamente progresivo en la lucha de la burguesía contra el poder feudal:

“El programa nacional no jugó un papel histórico, en tanto que expresión ideológica de la burguesía en ascenso aspirante al poder en el Estado, hasta el momento en que la sociedad burguesa quedó, mal que bien, instalada en los grandes Estados del centro de Europa y creó los instrumentos y las condiciones indispensables de su política” (Ídem).

El método de Marx y Engels no estaba basado en ninguna consigna abstracta, sino siempre en el análisis de cada caso, en el análisis del desarrollo político y económico de la sociedad. «Marx no prestó ninguna atención a la fórmula abstracta del “derecho de las naciones a su autodeterminación”, y echó pestes sobre los checos y sus aspiraciones de libertad, aspiraciones que veía como una complicación nociva de la situación revolucionaria, que todo lo más merecía una severa condena, puesto que para Marx, los checos eran una nacionalidad agonizante, condenada a desaparecer pronto» (Rosa Luxemburg: “La cuestión nacional y la autonomía”, traducido por nosotros).

Marx y Engels no siempre estuvieron acertados en sus análisis, como demostró Rosa Luxemburg respecto al caso de Polonia.

La definición de una nación no se basa en algunos criterios generales abstractos, como un lenguaje y cultura común, sino en un contexto histórico preciso. En la socie­dad de clases, una nación no es algo homogéneo, sino que está dividida en cla­ses, con diferentes y antagónicas opiniones, cultura, moral, etc. La noción abs­­tracta de “derecho” de las naciones sólo significa los de la burguesía.

De ahí que no pueda existir algo semejante a una voluntad uniforme de una nación, una voluntad de autodeterminación. Detrás de esa consigna está la concesión a la idea de que, para alcanzar el socialismo, es preciso pasar por la fase democrática. Tras eso hay también la idea de que debería haber una forma de determinar la “voluntad” del pueblo. El MLP usa la expresión, “la mayoría de la población de una determinada nacionalidad”. En esta expresión hay dos conceptos abstractos. Primero, la “voluntad de la población”, presupone que habría una forma pacífica, por encima de los verdaderos antagonismos de clase, de decidir (puede que a través de un referéndum –como propusieron los bolcheviques) el destino de las naciones. Segundo, el uso del término “nacionalidad” es muy vago. Si denota un grupo específico étnico o cultural, la relación con la autodeterminación nacional está muy poco clara.

La nación es una categoría histórica, y la creación del Estado-nación juega un cierto papel para la burguesía históricamente. El Estado-nación no es sólo un marco para que la burguesía desarrolle y defienda su economía y su sistema de explotación, al mismo tiempo es también una ofensiva contra otros Estados-nación, para su conquista y dominación, para la supresión de otras naciones. Por eso el “derecho de autodeterminación de las naciones” es en la vida real un “derecho” por el que cualquier burguesía tiene el derecho a suprimir los “derechos” de otras naciones, otros grupos étnicos, lenguajes y culturas. El “derecho de las naciones a la autodeterminación” no es mas que una utopía abstracta que deja entrar por la puerta trasera el nacionalismo de la burguesía.

Discusión en la Izquierda de Zimmerwald

En la Izquierda de Zimmerwald –la corriente internacionalista que se opuso más resueltamente a la Iª Guerra mundial- surgió una discusión sobre la consigna del “derecho de las naciones a la autodeterminación”.

Esta consigna emanaba de la 2ª Internacional:

“En la segunda Internacional, esa consigna tenía un doble papel: por un lado, se suponía que expresaba una protesta contra toda opresión nacional, por otro, mostraba la disposición de la Socialdemocracia a “defender la patria”. La consigna se aplicó a cuestiones nacionales específicas sólo para evitar la necesidad de investigar su contenido concreto y las tendencias de su desarrollo” (3).

Los militantes alemanes y polacos de la Izquierda de Zimmerwald rechazaron la consigna de los bolcheviques. Era una posición que los bolcheviques habían heredado de la socialdemocracia. Rosa Luxemburg, desde ya hacía tiempo –en 1896 en relación con el congreso de Londres de la 2ª Internacional, y luego junto con Radek y otros en el SDKPiL– criticó esa consigna, de la que pensaban que era una concesión oportunista. También en el Partido bolchevique hubo críticas, representadas por Piatakov, Bosh y Bujarin, a la consigna del “derecho de las naciones a la autodeterminación”. Estaban basadas en el hecho de que, en la época imperialista:

“La respuesta a la política imperialista de la burguesía tiene que ser la revolución socialista del proletariado; la socialdemocracia no tiene que plantear reivindicaciones mínimas en el terreno de la política exterior actual.

Es imposible por tanto, luchar contra la esclavitud de naciones si no es a través de la lucha contra el imperialismo; Ergo una lucha contra el imperialismo; ergo una lucha contra el capital financiero; ergo una lucha contra el capitalismo en general. Dejar de lado esa vía de cualquier forma, y plantear tareas “parciales” de  “liberación nacional” en los límites de la sociedad capitalista, desvía las fuerzas proletarias de la verdadera solución del problema y las une, codo con codo, con las fuerzas de la burguesía de los grupos nacionales correspondientes” (“Tesis sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación”, Piatakov, Bosh, Bujarin, del libro La lucha de Lenin por una internacional revolucionaria).

Lenin tenía otra respuesta a esa cuestión que realmente apuntalaba todo el problema de plantear reivindicaciones mínimas y el lazo entre la cuestión nacional y la cuestión de la democracia.

“Sería un error radical pensar que la lucha por la democracia fue capaz de desviar al proletariado de la revolución socialista, o de esconderla o ensombrecerla, etc. Al contrario, de la misma forma que no puede haber socialismo victorioso que no practique la democracia plena, el proletariado tampoco puede preparar su victoria sobre la burguesía sin una lucha consistente y revolucionaria, en todas partes, por la democracia” (4).

En este pasaje hay cierta tendencia a combinar “democracia” con dictadura del proletariado, y más particularmente a ver las formas de la democracia burguesa en la futura dictadura del proletariado. Esto es falso a muchos niveles – y no sólo porque mientras que la dominación proletaria sólo puede mantenerse a escala mundial, la democracia capitalista es inevitablemente nacional en cuanto a la forma, y está inseparablemente ligada al Estado nacional. Mucha más importancia inmediata tuvo incluso la confusión entre la lucha por reivindicaciones democráticas –incluyendo los “derechos de las naciones”– y la lucha por el poder proletario y la destrucción del Estado burgués. Fue un error de Lenin retomar la vieja consigna socialdemócrata del “derecho de las naciones a la autodeterminación” –que realmente expresaba la vieja consigna oportunista de que el socialismo sólo podría alcanzarse por medio de la democracia, por la conquista pacífica del poder por la vía parlamentaria– y tratar de injertarla en un programa revolucionario. Esto también apoyaba indirectamente los argumentos de los mencheviques de que la revolución en Rusia tenía que pasar por un periodo de democracia burguesa antes de estar lista para el socialismo. Aunque Lenin y los bolcheviques sacaron conclusiones completamente diferentes de esta idea, puesto que apoyaron e impulsaron una lucha revolucionaria, mientras que los mencheviques se opusieron a cualquier lucha que, según su teoría, sobrepasara la “realidad objetiva” del capitalismo. Esta idea reformista tuvo aún gran influencia entre los bolcheviques, como revelaron las primeras reacciones de la mayoría de “viejos bolcheviques” en Rusia ante la revolución de Febrero. Esta posición –que las capas más radicales del partido no apoyaban- fue la posición dominante en los órganos dirigentes antes de que Lenin llegara a la estación de Finlandia en Petrogrado, e inmediatamente atacara esa expresión de oportunismo, que implicaba apoyar el gobierno de Kerenski y su esfuerzo de guerra. Lenin planteó este combate en sus famosas Tesis de Abril.

A partir de entonces, Lenin desarrolló una comprensión de que la revolución en Rusia no era meramente una revolución burguesa, sino la primera etapa de la revolución proletaria. Fue la práctica real revolucionaria de Lenin y los bolcheviques la que refutaría el dogma menchevique de la necesidad de una fase democrática antes de que fuera posible la revolución socialista. De hecho, la historia muestra (bien al contrario de lo que creía Lenin en 1916, cuando defendía el “derecho de autodeterminación”), que las ilusiones en la democracia fueron el veneno más peligroso contra la revolución, no sólo en Rusia, sino en casi todos los países afectados por la revolución rusa; la cuestión de la democracia fue el arma principal que empleó la burguesía para contrarrestar el movimiento revolucionario.

Rosa Luxemburg escribió lo siguiente contra la idea de que todos los países tienen que pasar por una determinada fase de su modo de producción para llegar a un nuevo modo de producción:

“Por tanto, históricamente hablando, la idea de que el proletariado moderno no podría hacer nada en tanto que clase autónoma y consciente sin crear primero un nuevo Estado-nación, es lo mismo que decir que, en algunos países, la burguesía antes que nada debería establecer un sistema feudal si por alguna casualidad no se hubiera implantado per se, o hubiera tomado una forma particular, como por ejemplo en Rusia. La misión histórica de la burguesía es la creación del Estado moderno “nacional”; pero la tarea histórica del proletariado es la abolición de este Estado como forma política del capitalismo, y en esa tarea, el proletariado se revela como clase consciente para establecer el sistema socialista” (La autonomía y la cuestión nacional, Rosa Luxemburg, subrayados nuestros).

Cuando el congreso de Londres, en 1896 adoptó la consigna del “derecho de las naciones a la autodeterminación”, Rosa Luxemburg afirmó que: “la posición nacionalista pasa de contrabando bajo la bandera internacional” (5). Aunque no hay que mezclar la posición de Lenin con la del social-chovinismo de los viejos partidos socialdemócratas que llamaron a la “defensa de la patria”, el esfuerzo de Lenin por hacer del “derecho a la autodeterminación” una parte del programa revolucionario, es un error.

La cuestión nacional en la revolución rusa

Hay que considerar la revolución en Rusia en un marco histórico y mundial, al mismo tiempo parte y señal de la revolución mundial. La Revolución de Febrero no fue la revolución burguesa necesaria antes de que pudiera producirse la revolución socialista, sino la primera fase de la revolución proletaria en Rusia, que estableció una situación de doble poder que preparó el siguiente paso de la toma del poder en Octubre. Esta es también más o menos la opinión de Lenin en las Tesis de Abril, y de hecho es una ataque contra la concepción mecánica, nacional y oportunista de la revolución proletaria. En el prefacio de Lenin a la primera edición (agosto 1917) de El Estado y la Revolución, plantea claramente su visión de la revolución rusa, cuando escribe:

“Por último, haremos el balance fundamental de la experiencia de la revolución rusa de 1905, y sobre todo de la de 1917. Esta última está terminando, al parecer, en los momentos actuales (comienzos de agosto de 1917) la primera fase de su desarrollo; pero toda esta revolución, en términos generales, puede ser comprendida únicamente como un eslabón de la cadena de revoluciones proletarias socialistas suscitadas por la guerra imperialista.”

También partiendo de esta visión, que considera que la revolución rusa expresa la dinámica de una revolución proletaria mundial, Rosa Luxemburg reiteró con más intransigencia aún, su crítica a la consigna del  “derecho de las naciones a la autodeterminación” y a su utilización por el partido bolchevique en el poder:

“En lugar de tender, según el espíritu de la política internacional de clase, que por lo demás ellos representaban, a reunir en una masa compacta las fuerzas revolucionarias sobre todo el territorio del imperio, en lugar de defender con uñas y dientes la integridad del imperio ruso en cuanto territorio revolucionario, de contraponer a todas las aspiraciones separatistas nacionales, como ley suprema de su política, la cohesión y la unión inseparable de los proletarios de todos los países en el seno de la revolución rusa, los bolcheviques, a través de la rimbombante fraseología nacionalista del “derecho a la autodeterminación hasta la separación estatal” no hicieron otra cosa que prestar a la burguesía de todos los países limítrofes el mejor de los pretextos, y hasta la bandera para sus aspiraciones contrarrevolucionarias. En lugar de poner en guardia a los proletarios de los países limítrofes contra todo separatismo por ser éste una mera trampa burguesa, ellos han desconcertado a las masas de aquellos países con su consigna librándolas así a la demagogia de las clases burguesas. Con esta reivindicación nacionalista causaron, prepararon, el desmembramiento de la misma Rusia y pusieron en manos de sus propios enemigos el puñal que ellos clavarían en el corazón de la revolución rusa” (La Revolución rusa, Rosa Luxemburg).

En todos los casos en que se aplicó la consigna de los bolcheviques del “derecho a la autodeterminación”, sembró ilusiones en la democracia y el nacionalismo –mitos sagrados que la misma burguesía ha pisoteado siempre cuando tuvo que luchar por su propia supervivencia contra la revolución proletaria. Ante este peligro, las burguesías nacionales siempre se han alejado de la idea de la independencia nacional y rápidamente han renegado de sus sueños nacionalistas para gritar pidiendo socorro a las potencias burguesas antagónicas para que las ayudaran a masacrar a “su propia” clase proletaria.

Al mismo tiempo, y precisamente por la misma razón, la historia entera de “la época de guerras y revoluciones” (el término de la Internacional comunista para la época de la decadencia del capitalismo) muestra que, allí donde el proletariado ha tenido ilusiones de llevar una lucha común con la burguesía, eso sólo ha llevado a masacres del proletariado. Finlandia y Georgia son ejemplos sangrantes de cómo la burguesía, tan pronto como consiguió su independencia, pidió inmediatamente apoyo para aplastar al bastión proletario en Rusia –todo ello bajo la bandera de la independencia nacional. En Finlandia se enviaron tropas alemanas para aplastar a la guardia roja finlandesa, y la revolución finlandesa se convirtió en una terrible derrota para el proletariado. El Ejército Rojo estaba obligado a ser “neutral”, según el tratado de Brest-Litovsk, y no intervino oficialmente (aunque muchos bolcheviques en el Ejército Rojo ayudaron a los guardias rojos finlandeses). La burguesía finlandesa movilizó a los campesinos pobres para combatir contra “el enemigo ruso” –muchos de los reclutados en la “Guardia Blanca” finlandesa, pensaban que estaban luchando contra las tropas rusas. En Georgia, los mencheviques (que ahora eran parte de la burguesía nacional que defendía el “derecho a la autodeterminación nacional”) también buscaron el apoyo del imperialismo alemán.

Los bolcheviques hicieron ciertos cambios sobre la cuestión nacional al principio de la revolución rusa, percibiendo la consigna como una mera necesidad táctica mas que un principio político. Esto se expresaba en que la consigna de la “autodeterminación”, no sólo se iba diluyendo más y más en el partido bolchevique mismo, sino que se abordó mucho más claramente en el primer congreso de la Tercera Internacional, que se focalizó mucho más en la lucha internacional del proletariado, en su independencia de todos los movimientos nacionales, no permitiendo que se subordinara a la burguesía nacional.

Pero con el desarrollo del oportunismo en la Internacional comunista, que estaba ligado a la creciente confusión entre la política de la IC y la política exterior del Estado soviético degenerado, hubo un verdadero retroceso sobre la cuestión nacional, una tendencia a perder de vista la relativa claridad del primer Congreso. Una expresión de esto fue la política de apoyar alianzas entre los partidos comunistas en Turquía y China y la burguesía nacionalista en estos países, lo que en ambos casos, llevó a la masacre del proletariado y a diezmar a los comunistas a manos de sus antiguos aliados “nacional revolucionarios”. Al final, los errores de los bolcheviques y Lenin sobre estas cuestiones, se convirtieron en una ideología en defensa de la guerra imperialista, particularmente por el trotskismo. Lo que en su día fue un error oportunista de los bolcheviques, ha permitido hoy a la izquierda del capital usar el nombre de Lenin para defender la guerra imperialista. En vez de volver a caer en esos errores, los comunistas tienen que basar sus posiciones en la crítica internacionalista más consistente que desarrolló la izquierda marxista, desde Luxemburg a Piatakov, y del KAPD a la Fracción de la Izquierda italiana.

Olof,15.06.03

 

1) Ver también otros artículos sobre el MLP en la Revista internacional nos 101, 104 y 111. Los cama­radas del MLP nos han dicho que la traducción correcta del nombre ruso de su grupo es Partido obrero marxista (Marxist Workers Party en inglés) y no Partido marxista laborista (Marxist Labour Party en inglés). Sin embargo, hemos conservado aquí las siglas MLP para mantener la continuidad con los artículos ante­riores.

2) Pakistán pide un referéndum para decidir a qué país pertenece esta región, mientras que India piensa que esa cuestión ya está resuelta.

3) Imperialismo y opresión nacional, tesis presentadas en 1916 por Radek, Stein Krajewski y M. Bronski, que pertenecían a la fracción del SDKPiL y tenían posiciones similares a las de Rosa Luxemburg.

4) Balance de la discusión Sobre la autodeterminación, Lenin, Obras completas, Progreso 1985, T. 30.

5) La cuestión polaca en el Congreso internacional de Londres, Rosa Luxemburg, 1896

Vida de la CCI: 

  • Correspondencia con otros grupos [6]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La cuestión nacional [7]

Hace 30 años, la caída de Allende: dictadura y democracia son las 2 caras de la barbarie capitalista

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El 11 de septiembre de 1973, un golpe de Estado ­dirigido por el general Pinochet derribaba en un baño de sangre el gobierno de Unidad popular de Salvador Allende en Chile. La represión que se abatió sobre la clase obrera fue terrible: miles de personas (1), en su mayoría obreros, fueron asesinadas sistemáticamente, miles fueron encarceladas y torturadas. A esa barbarie espantosa hay que añadir varias centenas de miles de despedidos del trabajo (un obrero de cada diez durante el primer año de dictadura militar).

El orden reinante en Santiago (que se instauró gracias a la CIA (2)) no fue sino el del terror capitalista en su forma más caricaturesca. Con ocasión del derrocamiento del gobierno “socialista” de Allende, toda la burguesía “democrática” ha aprovechado la ocasión para intentar una vez más desviar a la clase obrera de su propio terreno de lucha. Una vez más,la clase dominante intenta hacer creer a los obreros que el único combate en el que deben comprometerse es el de la defensa del Estado democrático contra los regímenes dictatoriales dirigidos por bestias ­sanguinarias. Ese es el sentido de algunas campañas montadas por los medios que ponen en paralelo el golpe de Estado de Pinochet del 11 de septiembre de 1973 y el atentado contra las Torres gemelas en Nueva York (cf. el título del diario francés le Monde del 12/09/03: “Chile 1973: el otro 11 de septiembre”).

En ese coro unánime de todas las fuerzas ­democráticas burguesas, están en primera línealos partidos de izquierda y los tenderetes izquierdistas que participaron plenamente, junto al MIR (3) chileno en el alistamiento de la clase obrera tras la camarilla de Allende, entregándola así atada de pies y manos a las matanzas (4). Ante semejante mistificación, presentar a Allende como pionero del socialismo en Latinoamérica, les incumbe a los revolucionarios restablecer la verdad recordando las “gestas” de la democracia chilena. Pues los proletarios no deben olvidar que fue el ­“socialista” Allende quien mandó al ejército, “popular” sin duda, a reprimir las luchas obreras, permitiendo así después a la junta militar de Pinochet rematar la labor.

Publicamos aquí un artículo adaptado de una hoja repartida a principios de noviembre de 1973 por World Revolution y la hoja repartida, tras el golpe de Estado, por Révolution internationale, o sea los grupos que iban a formar las secciones de la CCI en Gran Bretaña y en Francia.

Panfleto de World Revolution

(publicación de la CCI en Gran Bretaña)

En Chile como en Oriente Medio, el capitalismo ha mostrado una vez más que sus crisis se pagan con sangre de la clase obrera. Mientras la Junta asesinaba a trabajadores y a todos aquellos que se oponen a la ley del capital, la “izquierda” del mundo entero se unía en un mismo coro histérico y mentiroso. Resoluciones parlamentarias, lloriqueos de Casandra de los partidos de izquierda, furor de trotskistas gritando “Ya os lo habíamos dicho”, grandes manifestaciones, todo eso no ha sido sino lo mismo repetido machaconamente y muy bien preparado por la izquierda oficial y los izquierdistas. Su asociado chileno, el difunto gobierno de Unidad Popular de Allende fue el preparador de la matanza tras haber desarmado, material e ideológicamente, a los trabajadores chilenos durante tres años.

Considerando la coalición de Allende como la de la clase obrera, llamándola “socialista”, toda la “izquierda” lo ha hecho todo por ocultar o minimizar el papel verdadero de Allende, ayudando a perpetuar los mitos creados por el capitalismo de Estado en Chile.

La naturaleza capitalista del régimen de Allende

Toda la política de la Unión popular fue reforzar el capitalismo en Chile. Esa amplia fracción del capitalismo de Estado, apoyada en los sindicatos (que hoy son por todas partes órganos del capitalismo) y en sectores de la pequeña burguesía y de la tecnocracia estuvo repartida durante quince años en los partidos comunista y socialista. Con el nombre de Frente de trabajadores, FRAP o Unidad popular, esta fracción quería hacer competitivo el atrasado capital chileno en el mercado mundial. Esta política, apoyada en un fuerte sector estatal, era pura y simplemente capitalista. Pintar las relaciones capitalistas de producción con un barniz de nacionalizaciones bajo “control” obrero no cambia nada: las relaciones de producción capitalistas quedaron intactas bajo Allende, e incluso fueron reforzadas al máximo. En los lugares de producción de los sectores público y privado, los obreros tenían que seguir sudando para un patrón, seguir vendiendo siempre su fuerza de trabajo. Había que satisfacer el apetito insaciable de la acumulación de capital, agudizado por el subdesarrollo crónico de la economía chilena y una inmensa deuda externa, sobre todo en el sector minero (cobre) de donde el Estado chileno saca el 83 % de sus ingresos por importación.

Una vez nacionalizadas, las minas de cobre tenían que ser rentables. Sin embargo, desde el principio, la resistencia de los mineros vino a poner trabas a ese plan capitalista. En lugar de dar crédito a las consignas reaccionarias de la Unidad popular como “El trabajo voluntario es un deber revolucionario”, la clase obrera industrial de Chile, los mineros en particular, siguió luchando por el aumento de sueldos, rompiendo los ritmos con ausencias e interrupciones. Era la única manera de compensar la caída del poder adquisitivo de los años anteriores y la inflación galopante bajo el nuevo régimen que había alcanzado 300 % por año antes del golpe de Estado.

La resistencia de la clase obrera a Allende se inició en 1970. En diciembre de ese año, 4000 mineros de Chuquicamata se pusieron en huelga exigiendo aumentos de sueldo. En julio de 1971, 10 000 mineros de carbón se pu­sie­ron en huelga en la mina de Lota Schwager. Las huelgas se extendieron en la misma época por las minas de El Salvador, El Teniente, Cuchicamata, La Exótica y Río Blanco, exigiendo aumentos de sueldo.

Allende desencadena la represión contra los obreros

La respuesta de Allende fue típicamente capitalista, una de cal y otra de arena: alternativamente calumniaba y halagaba a los trabajadores. En noviembre de 1970 vino Castro a Chile para reforzar las medidas antiobreras de Allende. Castro recriminó a los mineros, tratándolos de agitadores y “demagogos”; en la mina de Chuquicamata, declaró que “cien toneladas de menos por día significa una pérdida de 36 millones de $ por año”.

El cobre es la principal fuente de divisas de Chile, pero las minas solo son el 11% del producto nacional bruto y sólo emplean al 4% de la fuerza de trabajo, o sea unos 60 000 mineros. En todo caso, la importancia numérica de ese sector de la clase obrera no tiene nada que ver con el peso que los mineros representan en la economía nacional. Poco numerosos, pero muy poderosos y conscientes de serlo, los mineros obtuvieron del Estado la escala móvil de salarios y dieron la señal de la ofensiva sobre los salarios que surgió en toda las la clase obrera chilena en 1971. Toda la prensa burguesa estaba de acuerdo en decir que “la vía chilena al socialismo” era una forma de “socialismo” que ha fracasado. Los estalinistas y los trotskistas, con sus diferencias, han estado de acuerdo con ese “socialismo”. Los trotskistas otorgaron un “apoyo crítico” al capitalismo de Allende. Los anarquistas no se han quedado atrás: “La única salida de Allende hubiera sido llamar a la clase obrera a tomar el poder para sí misma y adelantarse así al golpe de Estado inevitable” escribía Libertarian Struggle en octubre [de 1973]. Así, Allende no sólo era “marxista”, sino también una especie de Bakunin malogrado. Pero lo tragicómico del caso es imaginarse que un gobierno capitalista pueda un día ¡llamar a los obreros a destruir el capitalismo!

En mayo-junio de 1972, los mineros volvieron a movilizarse: 20 000 se pusieron en huelga en las minas de El Teniente y Chuquicamata. Los mineros de El Teniente reivindicaron una subida de salarios de 40 %. Allende puso las provincias de O’Higgins y de Santiago bajo control militar, pues la parálisis de El Teniente “estaba amenazando seriamente la economía”. Los ejecutivos “marxistas” de la Unión popular expulsaron a los trabajadores y en su lugar pusieron a esquiroles. Quinientos carabineros atacaron a los obreros con gases lacrimógenos e hidrocañones. Cuatro mil mineros hicieron una marcha a Santiago para manifestarse el 11 de junio, la policía se les echó encima sin contemplaciones. El gobierno trató a los mineros de “agentes del fascismo”. El PC organizó desfiles en Santiago contra los mineros, llamando al gobierno a dar prueba de firmeza. El MIR, “oposición leal” extraparlamentaria a Allende, criticó el uso de la fuerza y tomó partido por la “persuasión”. Allende nombró un nuevo ministro de Minas en agosto de 1973: al general Ronaldo González, director de munición del Ejército.

El mismo mes, Allende alertó a las unidades armadas en las 25 provincias del país. Era una medida contra la huelga de los camioneros, pero también contra algunos sectores obreros que estaban en huelga, en obras públicas y en transportes urbanos. Durante los últimos meses del régimen de Allende, la política cotidiana fueron los ataques generalizados y los asesinatos contra los trabajadores y los habitantes de las chabolas por parte de la policía, el ejército y los fascistas.

A partir de ese momento, el caballo de Troya del capitalismo, o sea la Unidad popular, intentó reforzar su electorado en toda clase de “comités populares” jerarquizados, como los 20 000 que existían en 1970, en esas “juntas de abastecimiento y de precios” (JAP) y finalmente en los cordones industriales tan ensalzados que los anarquistas y trotskistas presentaban como “soviets” o comités de fábrica. Es cierto que los cordones eran en su gran mayoría la obra espontánea de los trabajadores, al igual que muchas ocupaciones de fábricas, pero acabaron siendo recuperados por el aparato político de la Unidad popular. Como un periódico trotskista debía admitirlo: “en septiembre de 1973 surgieron esos cordones en todas las barriadas industriales de Santiago y los partidos políticos de izquierda animaban a su instauración por todo el país” (Red Weekly, 5 de octubre de 1973).

Los cordones no estaban armados y no tenían ninguna independencia respecto a las redes sindicales de la Unidad Popular, de los comités locales de la policía secreta, etc. Su independencia sólo habría podido afirmarse si los trabajadores hubieran empezado a organizarse separadamente y contra el aparato de Allende. Eso habría significado abrir una lucha de clases contra la Unidad popular, contra el ejército y el resto de la burguesía.

En diciembre de 1971, Allende ya había dejado hacer a Pinochet, uno de los nuevos dictadores de Chile. En octubre de 1972, el ejército (el querido “ejército popular” de Allende) fue llamado a participar en el gobierno. Allende reconocía así la incapacidad de la coalición gubernamental para dominar a la clase obrera. Lo había intentado y había fracasado. El ejército debía seguir con la labor sin adornos parlamentarios. Peor todavía, la Unidad popular había permitido el desarme de los trabajadores ideológicamente: esto facilitó la tarea de los asesinos del 11 de septiembre [de 1973].

La izquierda y la extrema izquierda engañan a los obreros

En realidad, Allende alcanzó el poder en 1970 para salvar la democracia burguesa en un Chile en crisis. Tras haber reforzado el sector estatal para rentabilizar la economía chilena en crisis, tras haber embaucado a una gran parte de la clase obrera con una fraseología “socialista” (lo cual era imposible a los demás partidos burgueses) su función había terminado. La conclusión lógica de esta evolución, o sea un capitalismo totalmente controlado por el Estado, no era posible en Chile, pues seguía perteneciendo a la esfera de influencia del imperialismo estadounidense y debía comerciar en un mercado mundial hostil dominado por ese imperialismo. La “izquierda” y todos los liberales, humanistas, charlatanes y tecnócratas prorrumpieron en lamentos por la caída de Allende. Aplaudieron la mentira del “socialismo” de Allende para embaucar a la clase obrera. Ya en septiembre de 1973, en Helsinki, los socialdemócratas de todo color, representantes de 50 naciones, se reunieron para “derrocar” a la junta chilena. Volvieron a sacar a relucir las carcomidas consignas del antifascismo para desviar de la lucha de clases, para ocultar a los proletarios que no tienen nada que ganar luchando y muriendo por una causa burguesa o “democrática”.

En Francia, Mitterrand y el “Programa común de la izquierda”, todos los curas progresistas y demás ralea burguesa se han puesto a entonar la copla antifascista. Con el pretexto del “antifascismo” y de apoyo a la Unidad Popular, los diferentes sectores de la clase dirigente intentarán movilizar a los trabajadores para sus remiendos parlamentarios.

Frente a esta nueva “brigada internacional” de la burguesía, la clase obrera no puede sino mostrar desprecio y hostilidad.

Las fracciones de la “extrema izquierda” del capitalismo de Estado han tocado en este concierto la misma flauta que el MIR en el de Allende. Pero, sutiles como ellos son, su apoyo era “crítico”. Sin embargo, la cuestión no es “parlamento contra lucha armada”, sino capitalismo contra comunismo, antagonismo entre la burguesía del mundo entero y trabajadores del mundo entero.

Los proletarios sólo tienen un programa: abolición de fronteras, abolición del Estado y del parlamento, eliminación del trabajo asalariado y de la producción mercantil por los productores mismos, liberación de la humanidad entera mediante la victoria de los consejos obreros revolucionarios. Otro programa solo será el de la barbarie y la engañifa de la “vía chilena al socialismo”.

 

Panfleto de Révolution internationale

(publicación de la CCI en Francia)

 

¡Abajo la “vía chilena” a la masacre!

La chusma militar está asesinando a los obreros de Chile a cientos. Casa por casa, fábrica por fábrica, persiguen a los proletarios, los detienen, los torturan, los humillan, los matan. Reina el orden. El orden del capital, o sea, la BARBARIE.

Lo más horrible, lo más desesperante todavía, es que los trabajadores están acorralados, quieran o no quieran entrar en un combate en el que ya están derrotados de antemano, sin ninguna perspectiva, sin que en ningún momento puedan tener la convicción de arriesgar su vida por sus propios intereses.

La “izquierda” toca a rebato ante la matanza. ¡Pero si ha sido el gobierno de Unidad Popular el que ha llamado al poder a esa horda armada! Lo que la “izquierda” se calla cuidadosamente es que hace diez días, todavía gobernaba con esos mismos asesinos a los que ella calificaba de “Ejército Popular”. A esos criminales, a esos torturadores los saludaba abrazándolos en el mismo momento en que YA habían empezado a detener a obreros, a entrar en las fábricas.

Algo debe quedar claro. Desde hace tres años de gobierno de izquierdas, NUNCA han cesado los obreros de ser engañados, explotados, reprimidos. Ha sido la “izquierda” la que ha organizado la explotación. Ha sido ella la que ha reprimido a los mineros en huelga, a los obreros agrícolas, a los hambrientos de los barrios pobres. Fue ella la que denunció a los trabajadores en lucha tildándolos de “provocadores”, fue ella la que llamó a los militares al gobierno.

La Unidad Popular no ha sido nunca otra cosa que una manera particular de mantener el orden engañando a los trabajadores. Frente a la crisis que se profundiza a escala mundial, el capital chileno, en gran dificultad, antes de superarla, tenía primero, que someter al proletariado, reducir su capacidad de resistencia. Para ello, tenía que actuar en dos tiempos. Primero embaucarlo. Una vez cumplido el engaño, han alistado a los trabajadores tras las banderas burguesas de la “democracia”, o sea con los pies y las manos atadas ante el paredón.

La izquierda y la derecha de Chile, como en otras partes, no son sino las dos vertientes de la misma política del capital: aplastar a la clase obrera.

Utilizan los cadáveres de los obreros de Chile para embaucar a los de Francia

La izquierda y los izquierdistas no se contentan con llevar a los obreros a la escabechina. Además, aquí en Francia, tienen la desvergüenza de usar los cadáveres de los proletarios chilenos para organizar una engañifa a gran escala: ni esperan a que seque la sangre para llamar a los obreros a manifestarse, a cesar el trabajo para defender la “democracia” contra los militares. Así, Marchais, Mitterrand, Krivine y compañía se preparan a hacer el mismo papel que Allende, el PC y el MIR izquierdista en Chile. Pues en Francia, como en todas partes, con la profundización de la crisis, se les planteará el problema de doblegar al proletariado.

Al organizar la engañifa “democrática” sobre Chile, la izquierda se está preparando ya a llevar a cabo la operación de alistar a los obreros tras los estandartes de las “nacionalizaciones”, “la república” y otras zarandajas, para dejarlos clavados en un terreno que no es el suyo y dejarlos listos para el aplastamiento. Y al negarse a denunciar a la izquierda por lo que ésta es, los izquierdistas se ponen, también ellos, en el campo del capital.

La lección

En Chile, la crisis ha golpeado antes y más rápidamente que en otros sitios. Y antes de que el proletariado haya entablado su propio combate, las fuerza de izquierda, ese caballo de Troya de la burguesía en medio de los trabajadores, se las han arreglado para amordazarlo e impedirle aparecer como fuerza independiente en su propio terreno, con su programa, que no es el de ninguna reforma “democrática” o estatal del capital, sino la revolución social.

Todos aquellos que, como los trotskistas, han aportado el menor apoyo a esa esterilización de la clase obrera, apoyando, aunque fuera haciendo ascos y de manera “crítica”, a esas fuerzas, también tienen su responsabilidad en la masacre. Esos mismos trotskistas en Francia dan la prueba de que están del mismo lado de la barricada que la fracción de izquierdas del capital, pues se dedican a polemizar con ésta sobre los medios “tácticos” y militares para llegar al poder y reprochan a Allende el no haber alistado mejor a los obreros.

Desde Francia en 1936 hasta Chile hoy, pasando por la guerra de España, por Bolivia o Argentina, es la misma lección de siempre la que hay que sacar.

El proletariado no puede establecer ninguna alianza, formar ningún frente con las fuerzas del capital, por mucho que se pongan los adornos de la “libertad” o del socialismo. Cualquier fuerza que contribuya, por muy débilmente que sea, a vincular a los obreros a una cualquiera de las fracciones de la clase capitalista, está del lado de ésta. Cualquier fuerza que mantenga la menor ilusión sobre la izquierda del capital es un eslabón de una única cadena que lleva inevitablemente a la matanza de obreros.

Una sola unidad: la de todos los proletarios del mundo. Una sola línea de conducta: la autonomía total de las fuerzas obreras. Una sola bandera: la destrucción del Estado burgués y la extensión internacional de la revolución. Un solo programa: la abolición de la esclavitud asalariada.

Aquellos que tengan tendencia a dejarse embaucar por las bellas palabras, por los discursos vacuos sobre la “república”, las coplas empalagosas sobre la “Unidad Popular” lo mejor que pueden hacer es mirar bien el cuadro de horrores que es hoy Chile.

Con la profundización de la crisis sólo hay una alternativa: o reanudación revolucionaria o aplastamiento del proletariado.               

 

1) Las cifras oficiales son de 3000 muertos pero las asociaciones de ayuda a las víctimas hablan de más de 10 000 muertos y desparecidos.

2) Debe decirse que Estados Unidos no fue el único país en dar apoyo a las bestias uniformadas de Sudamérica. Así, la junta que tomó el poder en Argentina algún tiempo después y que mató a 30 000 personas, cooperó activamente con la de Chile en el marco de la “operación Cóndor” para asesinar a oponentes, operación que tuvo el apoyo “técnico” de expertos militares franceses que les enseñaron una maestría adquirida durante la Guerra de Argelia en las artes y ciencias de la tortura y otros conocimientos para la lucha contra la “subversión”.

3) MIR: Movimiento de la izquierda revolucionaria.

4) Ver Révolution internationale nouvelle-série nº 5, 1973,

 

 

 

Geografía: 

  • América central y Sudamérica [8]

Series: 

  • Fascismo y antifascismo [9]

Personalidades: 

  • Allende [10]
  • Pinochet [11]

URL de origen:https://es.internationalism.org/revista-internacional/200604/852/rev-internacional-n-115-4-trimestre-2003

Enlaces
[1] http://www.scoopfmhaiti.com/actualites/760 [2] http://french.peopledaily.com.cn/Horizon/6876299.html [3] https://www.20min.ch/fr/story/les-usa-chassent-un-avion-hopital-francais-284399743174 [4] https://es.internationalism.org/tag/noticias-y-actualidad/terremoto-en-haiti [5] https://es.internationalism.org/tag/noticias-y-actualidad/crisis-economica [6] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/correspondencia-con-otros-grupos [7] https://es.internationalism.org/tag/2/33/la-cuestion-nacional [8] https://es.internationalism.org/tag/geografia/america-central-y-sudamerica [9] https://es.internationalism.org/tag/21/564/fascismo-y-antifascismo [10] https://es.internationalism.org/tag/20/565/allende [11] https://es.internationalism.org/tag/20/566/pinochet