En estos últimos meses se han producido a repetición acontecimientos de gran alcance que vienen a confirmar la gravedad de la situación económica mundial: incapacidad de Grecia para hacer frente a sus deudas; amenazas similares para España e Italia; advertencia a Francia por su extrema vulnerabilidad ante la posible suspensión de pagos de Grecia o Italia; bloqueo en la Cámara de Representantes de Estados Unidos sobre el aumento del límite máximo de la deuda del Estado; pérdida por éste de su “triple A”, nota máxima que, hasta ahora, definía la garantía de reembolso de su deuda; rumores más y más persistentes sobre el riesgo de quiebra de algunos bancos, cuyos desmentidos no han engañado a nadie cuando se ven las supresiones masivas de empleo a las que ya procedieron; primera confirmación de ese rumor con la quiebra del banco franco-belga Dexia. Los dirigentes de ese mundillo van siempre a remolque de los acontecimientos, pero las brechas que parecían haber sido colmadas se abren de nuevo, a las pocas semanas, cuando no días. Su impotencia para contener la escalada de la crisis no sólo traduce su incompetencia y su visión a corto plazo, sino y sobre todo, la dinámica actual del capitalismo hacia catástrofes inevitables: quiebras de entidades financieras, quiebras de Estados, hundimiento en una profunda recesión mundial.
Las medidas de austeridad adoptadas desde 2010 son implacables, poniendo cada vez más a la clase obrera –y gran parte del resto de la población– en la incapacidad de hacer frente a sus necesidades vitales. Enumerar todas las medidas de austeridad que se han impuesto en la zona euro, o que se están imponiendo, acabaría siendo un interminable catálogo. Es necesario sin embargo mencionar algunas de ellas, que tienden a generalizarse y que son significativas del siniestro porvenir que se está preparando para millones de explotados. En Grecia, cuando ya se habían aumentado en 2010 los impuestos sobre los bienes de consumo, se había retrasado la edad de la jubilación hasta los 67 años y se habían reducido drásticamente los salarios de los funcionarios, se decidió, en septiembre de 2011, poner en paro técnico a 30.000 empleados de la función pública, con una disminución del 40 % del salario, reducir un 20 % las pensiones de jubilación superiores a 1200 euros y gravar todas las rentas superiores a 5000 euros al año ([1]). En casi todos los países aumentan los impuestos, se sube la edad de jubilación y se suprimen los empleos públicos por decenas de miles. El resultado son los constantes desbarajustes en los servicios públicos, incluidos los vitales; en una ciudad como Barcelona, por ejemplo, los quirófanos y las urgencias redujeron sus horas de apertura y se suprimen en masa ([2]) camas en los hospitales; en Madrid perdieron su plaza ([3]) 5000 profesores no titulares, lo que se compensó con un aumento de 2 horas semanales para los titulares.
Las cifras de desempleo son cada día más alarmantes: 7,9 % en Reino Unido a finales de agosto, 10 % en la zona euro (¡20 % en España!) a finales de septiembre ([4]) y 9,1% en Estados Unidos en el mismo período. Los planes de despidos o de supresión de empleos se han ido sucediendo durante todo el verano: 6500 en Cisco, 6000 en Lockheed Martin, 10.000 en HSBC, 30.000 en Bank of América, y la lista no se para ahí. Los sueldos de los explotados se hunden: según las cifras oficiales, el salario real disminuyó en más de 10 % en ritmo anual en Grecia a principios de 2011, en más de 4 % en España y, en menor medida, en Portugal e Italia. En Estados Unidos, 45,7 millones de personas, o sea un incremento de 12 % en un año ([5]), sólo sobreviven gracias al sistema de bonos de alimentación de 30 dólares semanales entregados por la Administración.
Y a pesar de eso, lo peor queda por venir.
Se plantea pues con más intensidad que nunca la necesidad de echar abajo el sistema capitalista antes de que éste, en su hundimiento, arrastre la humanidad a la ruina. Los movimientos de protesta contra los ataques desde la primavera de 2011 en una serie de países, cualesquiera que sean las insuficiencias o las debilidades que puedan expresar, son, sin embargo, los primeros jalones de una amplia respuesta proletaria a la crisis del capitalismo ([6]).
A principios de los 2010, pudo haber la ilusión de que los Estados habían logrado salvar al capitalismo de la recesión de 2008 y principios de 2009, que se plasmó en una caída vertiginosa de la producción. A tal efecto, todos los grandes bancos centrales del mundo inyectaron cantidades masivas de dinero en la economía. Fue entonces cuando a Ben Bernanke, director del FED (en el origen del lanzamiento de planes de reactivación considerables), le pusieron el mote de “Helicopter Ben” pues parecía lanzar dólares a chorros sobre Estados Unidos desde un helicóptero. Entre 2009 y 2010, según las cifras oficiales que como se sabe siempre se sobrestiman, el índice de crecimiento pasó en Estados Unidos de – 2,6 % a + 2,9 % y, en la zona euro, de – 4,1 % a + 1,7 %. En los países emergentes, los índices de crecimiento, que bajaron, parecían recobrar en 2010 los valores anteriores a la crisis financiera: un 10,4 % en China, un 9 % en India. Todos los Estados y sus medios de comunicación entonaron entonces la copla de la reanudación, cuando, en verdad, la producción del conjunto de los países desarrollados nunca ha llegado a recuperar sus niveles de 2007. O sea que, más que de reanudación, se puede justo hablar de una atenuación en la caída de la producción. Y ese receso sólo duró unos trimestres:
• En los países desarrollados, los índices de crecimiento empezaron a hundirse a partir de mediados de 2010. El crecimiento previsto en Estados Unidos para el año 2011 es de 0,8 %. Ben Bernanke anunció que la recuperación norteamericana estaba a punto “de marcar el paso”. Por otra parte, el crecimiento de los grandes países europeos (Alemania, Francia, Reino Unido) anda cerca de cero y si los gobiernos de los países del Sur de Europa (España, un 0,6 % en 2011 tras un – 0,1 % en 2010 ([7]); Italia, un 0,7 % en 2011) ([8]) no cesan de repetir hasta la saciedad que su país “no está en recesión”, habida cuenta de los planes de rigor que han sufrido y seguirán sufriendo, su perspectiva en realidad no es muy diferente de lo que conoce actualmente Grecia, país cuya producción sufrirá una caída superior al 5 % en 2011.
• Para los países emergentes, la situación dista mucho de ser brillante. Si conocieron en 2010 índices de crecimiento importantes, el año 2011 se presenta mucho menos favorable. El FMI había previsto que registrarían un crecimiento del 8,4 % para el año 2011 ([9]), pero algunos índices ponen de manifiesto que la actividad en China se está ralentizando ([10]). Se prevé que el crecimiento de Brasil pasará de un 7,5 % en 2010 a un 3,7 % en 2011 ([11]). Y los capitales están huyendo de Rusia ([12]). En resumen, contrariamente a toda la tabarra que nos han dado durante años los economistas y muchos hombres políticos, los países emergentes no van a ser la locomotora que permita un auge del crecimiento mundial. Muy al contrario, son esos países los primeros que van a padecer la degradación de la situación de los países desarrollados y conocer una caída de sus exportaciones, que han sido el factor de su crecimiento.
El FMI acaba de revisar sus previsiones: se preveía un crecimiento del 4 % a escala mundial para los años 2011 y 2012, señalándose “que no se puede excluir” ([13]) una recesión para el año 2012, tras haber constatado anteriormente que el crecimiento “se había debilitado considerablemente”. O sea que la burguesía está tomando conciencia de hasta qué punto la actividad económica va a contraerse. Habida cuenta de tal evolución, uno se plantea la pregunta: ¿por qué los bancos centrales no han seguido regando el mundo con dinero, como lo hicieron a finales de 2008 y en 2009, aumentando así de manera considerable la masa monetaria (se multiplicó por 3 en Estados Unidos y por 2 en la zona euro)? La razón está en que volcar toneladas de papel sobre las economías no soluciona las contradicciones del capitalismo. Lo que sí acarrea es sobre todo una reactivación de la inflación y no de la producción, una inflación que se aproxima a un 3 % en la zona euro, un poco más en Estados Unidos, 4,5 % en Reino Unido, entre 6 % y 9 % en los países emergentes.
La emisión de moneda en metálico o electrónica permite que se otorguen nuevos préstamos… y también que el endeudamiento mundial vaya aumentado. La situación no es nueva: es así como grandes protagonistas económicos del mundo se han endeudado hasta tal punto que hoy les es imposible reembolsar su deuda. En otras palabras, son hoy insolventes, y entre ellos están nada menos que los Estados europeos, el norteamericano y el conjunto del sistema bancario.
La zona Euro
Los Estados europeos tienen cada vez más dificultades para pagar los intereses de su deuda.
Si las suspensiones de pago de algunos Estados se manifestaron primero en la zona Euro, es porque éstos, contrariamente a Estados Unidos, Reino Unido o Japón, no tienen el control de la emisión de su propia moneda, y no tuvieron entonces la posibilidad de poner en marcha la máquina de billetes para pagar, aunque fuera con papel mojado, los vencimientos de su deuda. La emisión de euros incumbe al Banco Central Europeo (BCE) que se somete más bien a la voluntad de los grandes Estados europeos y más particularmente del alemán. Y, como cada uno sabe, multiplicar la masa monetaria por dos o tres con una producción estancada se plasma obligatoriamente en un incremento de la inflación. Para evitar eso, el BCE se hizo más y más sordo para no garantizar la financiación de los Estados que lo necesitaban, para no correr el peligro de ponerse a sí mismo en situación de suspensión de pagos.
Es una de las razones esenciales por la cual los países de la zona euro viven, desde hace año y medio, bajo la amenaza de una suspensión de pagos del Estado griego. En realidad, el problema que se plantea a la zona euro no tiene solución ya que su negativa a financiar la deuda griega causaría la suspensión de pagos de Grecia y su salida de la zona euro. Los acreedores de Grecia, entre los cuales hay Estados y bancos europeos importantes, se encontrarían a su vez en una situación difícil para hacer frente a sus propios compromisos, y, a su vez, estarían amenazados de quiebra. La propia existencia de la zona Euro está así cuestionada, aun cuando es esencial para los países exportadores, en especial Alemania.
Grecia, sobre todo, lleva polarizando desde hace año y medio, la atención sobre los problemas de suspensión de pagos. Pero países como España e Italia van a encontrarse en una situación similar pues nunca lograrán obtener los ingresos fiscales necesarios para amortizar parte de su deuda (véase gráfico) ([14]). Una simple ojeada sobre la amplitud de la deuda de Italia, cuya suspensión de pagos a corto plazo es muy probable, pone de manifiesto que la zona euro no podrá apoyar a Italia para que asuma sus compromisos. Los inversores se creen cada vez menos que Italia sea capaz de reembolsar, y por eso sólo aceptan prestarle dinero con intereses muy altos. La situación de España es, por su parte, bastante parecida a la de Grecia.
Las tomas de posición de los Gobiernos e instancias de la zona euro, en particular del Gobierno alemán, traducen su incapacidad para enfrentar la situación creada por la amenaza de quiebra de algunos países. La mayor parte de la burguesía de la zona euro es consciente de que el problema ya no consiste en saber si Grecia está en situación de suspensión de pagos: el anuncio de que los bancos iban a participar en el rescate de Grecia en un 21 % de su deuda significa ya que se reconoce tal situación. La cumbre de Merkel y Sarkozy del 9 de octubre lo confirma al admitir que habrá suspensión de pagos de Grecia para un 60 % de su deuda. Por lo tanto, el problema que se plantea a la burguesía es encontrar los medios para procurar que esta suspensión cause los menos estragos posibles en la zona euro, lo que ya es de por sí un ejercicio de equilibrista de lo más difícil, que provoca más dudas y más divisiones. Los partidos políticos en el poder en Alemania están muy divididos sobre si hay que ayudar financieramente a Grecia, cómo ayudarla y si también habrá que ayudar a los demás países que van a pasos agigantados hacia la misma suspensión de pagos. Debe hacerse notar, por ejemplo, que el plan decidido el 21 de julio por las autoridades de la zona euro “para salvar” a Grecia y que prevé un incremento de la capacidad crediticia del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera de 220 a 440 mil millones de euros (cuya consecuencia evidente es el aumento de la contribución de los diferentes países), haya sido cuestionado durante semanas por una parte importante de los partidos en el poder en Alemania. ¡Y, de repente, cambio total de la situación: el Bundestag vota el plan masivamente el 29 de septiembre! Del mismo modo, hasta principios de agosto, el Gobierno alemán se negaba a aceptar que el BCE comprara deuda soberana de Italia y España. Habida cuenta de la degradación de la situación financiera de esos países, el Estado alemán aceptó finalmente que a partir del 7 de agosto, el BCE pudiera comprar deuda de esos países ([15]) y, así, entre el 7 y el 22 de agosto, ¡el BCE compró por valor de 22 mil millones de euros de deuda soberana de España e Italia ([16])! En realidad, esas contradicciones y retrasos ponen de manifiesto que una burguesía tan importante internacionalmente como la alemana no sabe qué política llevar. Europa, en general, empujada por Alemania, ha optado más bien por la austeridad. Eso no excluye que se pueda financiar un mínimo los Estados y los bancos mediante la instauración del Fondo Europeo de Solidaridad Financiera (lo que también supone un aumento de los recursos financieros de dicho organismo), o autorizar al BCE a crear la suficiente moneda para ayudar a un Estado que ya no puede pagar sus deudas, para que la suspensión no se produzca inmediatamente.
Por supuesto el problema no es el de la burguesía alemana, sino el de toda la clase dominante ya que es ella en su conjunto la que se endeudó para evitar la superproducción desde finales de los años sesenta, y hasta tales cotas que resulta hoy muy difícil no solo reembolsar los vencimientos de la deuda sino ni siquiera pagar sus intereses. Por eso se están hoy llevando a cabo restricciones económicas con políticas de austeridad draconianas que reducen todo tipo de ingresos. Pero, al mismo tiempo, lo único que hacen es provocar una disminución de la demanda, aumentando así la superproducción y acelerando la zambullida en la depresión.
Estados Unidos
Este país se enfrentó al mismo tipo de problema durante el verano de 2011.
El límite máximo de la deuda, que se había fijado en 2008 en 14.294.000.000.000 (o sea más de 14 billones) de dólares, se alcanzó en mayo de 2011. Ese límite tenía que ser alzado para que, al igual que los países de la zona euro, EE.UU. pueda hacer frente a sus compromisos, incluidos los internos, o sea garantizar el funcionamiento del Estado. Aunque el increíble arcaísmo y la estupidez del “Tea Party” hayan sido un factor de agravación de la crisis, no era ése, sin embargo, el fondo del problema que se planteó al Presidente y al Congreso de los Estados Unidos. El verdadero problema era la alternativa siguiente, uno de cuyos términos había que escoger:
– o proseguir la política de endeudamiento del Estado federal, como lo pedían los demócratas, o sea básicamente pedir al FED que creara moneda con el riesgo de provocar una caída incontrolada de su valor;
– o practicar una política de austeridad drástica como lo exigían los republicanos, sobre todo la reducción en 10 años de los gastos públicos entre 4 y 8 billones de dólares. Como comparación, el PIB de Estados Unidos en 2010 fue de más de 14 billones y medio de dólares, lo que da una idea de la amplitud de los cortes presupuestarios que semejante plan acarrearía, y, por lo tanto, la de las supresiones de empleos públicos.
En resumen, la alternativa que se le planteó este verano a Estados Unidos era la siguiente: o tomar el riesgo de abrir la puerta a una inflación que acabaría desbocándose, o practicar una política de austeridad que acabaría reduciendo fuertemente la demanda, y causando la caída y hasta la desaparición de las ganancias, y, al cabo, el cierre en cadena de toda una serie de empresas y la caída vertiginosa de la producción. Desde el punto de vista de los intereses del capital nacional, tanto la posición de los republicanos como la de los demócratas son legítimas. Acorralada por las contradicciones que sitian la economía nacional, lo único que han podido hacer las autoridades estadounidenses es tomar medidas a medias…, contradictorias e incoherentes. El Congreso volverá pues a tener que encarar la necesidad de realizar a la vez millones de millones de dólares de ahorros presupuestarios y un nuevo plan de reactivación del empleo.
El desenlace del conflicto entre republicanos y demócratas pone de manifiesto que contrariamente a Europa, Estados Unidos ha escogido más bien la agravación de la deuda, puesto que el límite máximo de la deuda federal se alzó hasta 21 billones de dólares hasta 2013 con, como contrapartida, reducciones de gastos presupuestarios de cerca de 2 billones y medio en los diez próximos años.
Pero, como para Europa, esa decisión pone de manifiesto que el Estado norteamericano no sabe qué política llevar ante el callejón sin salida de su endeudamiento.
La disminución de la nota de la deuda americana por la agencia Standard and Poor’s y las reacciones que causó, ilustran bien que la burguesía sabe perfectamente que está en un callejón sin salida y que no ve con qué medios podrá salir de él. Contrariamente a muchas otras decisiones de las agencias de notación desde el principio de la crisis de las subprimes, la decisión de Standard and Poor’s de este verano parece coherente: la agencia pone en evidencia que no hay ingresos suficientes para compensar el aumento del endeudamiento aceptado por el Congreso y que, en consecuencia, la capacidad de Estados Unidos de reembolsar sus deudas ha perdido credibilidad. En otras palabras, el compromiso en esa institución evitó una grave crisis política en Estados Unidos, pero al agravar el endeudamiento del país, va a incrementar su insolvencia. La pérdida de confianza de los financieros del planeta hacia el dólar que inevitablemente resultará de la sentencia de Standard and Poor’s va a tirar para abajo su valor. Por otra parte, si el voto del aumento del límite máximo de la deuda federal permite evitar la parálisis a la Administración federal, los distintos Estados federados y los municipios ya en quiebra, en quiebra seguirán. Desde el 4 de julio, el estado de Minnesota está en suspensión de pagos y ha tenido que pedir a 22.000 funcionarios que se queden en casa ([17]). Una serie de ciudades norteamericanas (entre las cuales Central Falls y Harrisburg, capital de Pensilvania) están en la misma situación; situación que el estado de California –y no es el único– parece que no podrá evitar en un futuro cercano.
Ante la agravación de la crisis desde 2007, tanto la política económica de la zona euro como la de Estados Unidos han sido incapaces de evitar que los Estados tengan que asumir unas deudas que, en su origen, habían sido contraídas por el sector privado. Estas nuevas deudas no hicieron sino aumentar la deuda pública, una deuda que ya llevaba incrementándose desde hacía décadas. El resultado ha sido unos plazos de reembolso que los Estados no podrán cumplir. En Estados Unidos como en la zona euro, eso se traduce en despidos masivos en el sector público, en la reducción incesante de los salarios y el aumento, también incesante, de los impuestos.
En 2008-2009, tras el hundimiento de algunos bancos como Bear Stearns y Northern Rock y la quiebra pura y simple de Lehman Brothers, los Estados corrieron en ayuda de otros muchos recapitalizándolos para evitarles la misma suerte. ¿Y cómo andan ahora de salud las entidades bancarias? Pues vuelve a ser muy mala. En primer lugar, los libros de cuentas de los bancos siguen sin haberse quitado de encima toda una serie de créditos incobrables. Además, muchos bancos son poseedores de parte de las deudas de Estados hoy en dificultad de pago. El problema para ellos es que el valor de la deuda así comprada ha disminuido considerablemente desde entonces.
La reciente declaración del FMI, basándose en su conocimiento de las dificultades actuales de los bancos europeos y estipulando que éstos debían aumentar sus fondos propios en 200 mil millones, ha provocado reacciones exasperadas y declaraciones por parte de dichos bancos según las cuales todo iba bien para ellos. Y eso cuando todo demostraba lo contrario:
– los bancos norteamericanos no quieren refinanciar en dólares a las filiales estadounidenses de los bancos europeos y repatrían los fondos que habían colocado en Europa;
– los bancos europeos se prestan cada vez menos entre sí porque están cada vez menos seguros de ser rembolsados y prefieren invertir sus activos, incluso a tasas muy bajas, en el BCE;
– consecuencia de esa falta de confianza que se generaliza, los tipos de los préstamos entre bancos no dejan de aumentar, incluso si aún no han alcanzado los niveles de finales de 2008 ([18]).
El colmo es que unas semanas después de que los bancos hubieran afirmado su estupenda salud, se asistía a la quiebra y liquidación del banco franco-belga Dexia sin que ningún otro banco se haya interesado por ayudarlo.
Añadamos que los bancos de EEUU no están precisamente en una situación inmejorable como para andar sacando pecho ante sus colegas europeos: a causa de las dificultades que conoce, Bank of América acaba de suprimir un 10 % de sus puestos de trabajo y Goldman Sachs, el banco que se convirtió en el símbolo de la especulación mundial, acaba de despedir a 1000 personas. Y también ellos prefieren depositar sus activos en el FED antes que prestar a otros bancos americanos.
La salud de los bancos es esencial para el capitalismo, ya que éste no puede funcionar sin un sistema bancario que lo abastezca en moneda. Ahora bien, la tendencia a la que asistimos es la que lleva a lo que llaman en inglés credit crunch (contracción crediticia), o sea a una situación en la que los bancos se niegan a prestar en cuanto hay el menor riesgo de no reembolso. Lo que eso contiene, a largo plazo, es un bloqueo del movimiento de capital, o sea un bloqueo de la economía. Se comprende mejor, desde esa perspectiva, por qué el problema del refuerzo de los fondos propios de los bancos se ha convertido en el primer punto al orden del día de las múltiples cumbres que se celebran a nivel internacional, antes incluso que la situación de Grecia que, sin embargo, sigue sin arreglarse. Básicamente, el problema de los bancos muestra la extrema gravedad de la situación económica e ilustra por sí solo las dificultades inextricables que el capitalismo debe encarar.
Tras la pérdida de la nota AAA por Estados Unidos, el diario económico francés les Echos titulaba en primera página, el 8 de agosto de 2011: “América deteriorada, el mundo en lo desconocido”. Cuando el principal medio de comunicación económico de la burguesía francesa expresa tal desorientación, tal angustia ante el futuro, no refleja sino la desorientación de la propia burguesía. Desde 1945, el capitalismo occidental (y el capitalismo mundial tras el hundimiento de la URSS) se basa en que la fuerza del capital de Estados Unidos es la garantía en última instancia para todos los dólares que permiten, por todas las partes del mundo, la circulación de mercancías, y, por lo tanto, del capital. Ahora bien, la inmensa acumulación de deudas que la clase dominante de EEUU ha contraído para hacer frente, desde finales de los sesenta, al retorno de la crisis abierta del capitalismo, ha acabado siendo un factor acelerador y agravante de esa misma crisis. Todos los que poseen partes de la deuda americana, empezando por el propio Estado de EEUU, poseen en realidad unos valores… que cada vez valen menos. Y la moneda en la que está denominada la deuda, el dólar, será cada vez más débil al igual que lo será… el propio Estado norteamericano.
Se están desmoronando las bases de la pirámide sobre las que se ha construido el mundo desde 1945. En 2007, cuando la crisis financiera, los bancos centrales, o sea los Estados, salvaron el sistema financiero mundial; los propios Estados están ahora al borde de la quiebra y es imposible que los bancos puedan venir a socorrerlos; miren hacia donde miren, los capitalistas no ven nada que pueda permitirles una verdadera recuperación económica. En efecto, un crecimiento por escaso que sea supone la emisión de nuevas deudas para crear una demanda que permita vender las mercancías; ahora bien, ni siquiera los intereses de las deudas ya contraídas son ya reembolsables, precipitando a bancos y a Estados en la sima de la bancarrota.
Como hemos visto, unos días después se ponen en entredicho decisiones que se proclamaban irrevocables, se desmienten casi inmediatamente afirmaciones irrefutables sobre la salud de la economía o de los bancos. En semejante situación, lo único que pueden hacer los Estados es navegar a ciegas. Es probable, sin ser cierto, precisamente porque la burguesía está desorientada por una situación inédita, que para hacer frente a lo inmediato, para ganar un poco de tiempo, siga irrigando con moneda el capital, sea financiero, comercial o industrial, aunque eso acarree una inflación que ya comenzó, que va a aumentar y ser cada día más incontrolable. Eso no impedirá que sigan los despidos, las reducciones de salarios y las subidas de impuestos; pero, además, la inflación va a agravar la miseria de la gran mayoría de los explotados. El mismo día en que les Echos titulaba “América deteriorada, el mundo en lo desconocido”, otro diario económico francés, la Tribune, titulaba “Caducados” a los grandes responsables del planeta cuya fotografía también figuraba en primera página. Sí, los que nos prometieron el oro y el moro, que luego nos confortaron cuando fue evidente que ese sueño sería una pesadilla, reconocen ahora que están “caducados”. Y si están “caducados”, es porque su sistema, el capitalismo, es definitivamente caduco y que está arrastrando a la gran mayoría de la población mundial hacia la más terrible de las miserias.
Vitaz (10-10-2011)
[4]) Estadística Eurostat.
[5]) Le Monde, 7-8 agosto de 2011.
[6]) Véase a este respecto el artículo “De la indignación a la preparación de los combates de clase”, en este número de la Revista Internacional.
[7]) finance-economie.com/blog/2011/10/10/chiffres-cles-espagne-taux-de-chomage-pib-2010-croissance-pib-et-dette-publique.
[9]) FMI, Perspectivas de la economía mundial, julio de 2010.
[10]) Le Figaro, 3 octubre de 2011.
[11]) Les Echos, 9 agosto de 2011.
[14]) Publicado en le Monde, 5 de agosto del 2011.
[15]) Les Echos, agosto del 2011.
[16]) Les Echos, 16 de agosto del 2011.
En el artículo editorial de la Revista Internacional nº 146 dábamos cuenta de la lucha desarrollada en España (1). Poco después, su ejemplo se ha contagiado a Grecia e Israel (2) . En este artículo nos proponemos sacar lecciones de estos movimientos y ver qué perspectivas plantean ante una situación de quiebra del capitalismo y ataque despiadado al proletariado y a la gran mayoría de la población mundial.
Para comprenderlos es indispensable rechazar categóricamente el método predominante en la sociedad actual profundamente inmediatista y empirista. Se ve cada acontecimiento en sí mismo desvinculado tanto del pasado como del porvenir y encerrado en el país donde tiene lugar. Este método fotográfico es un reflejo de la degeneración ideológica de la clase capitalista pues:
“el único proyecto que esta clase es capaz de proponer a la sociedad es el de resistir día a día, golpe a golpe y sin esperanza de éxito, al hundimiento del modo de producción capitalista”[1][2]([3]).
Una fotografía nos mostrará un protagonista feliz que exhibe una amplia sonrisa pero ello puede ocultar tanto la mueca de hastío que tenía un segundo antes o el rictus de preocupación, un segundo después. No podemos ver los movimientos sociales con ese enfoque. Hay que verlos a la luz del pasado que los ha madurado y del futuro hacia el que apuntan; es preciso concebirlos a escala mundial y no dentro del pozo nacional donde ocurren; y, sobre todo, deben comprenderse en su dinámica, no en lo que son en un momento dado sino en lo que pueden ser dadas las tendencias, fuerzas y perspectivas que llevan consigo y que saldrán a la superficie más pronto o más tarde.
A principio del siglo XXI escribimos una serie de dos artículos titulada “¿Por qué el proletariado no ha acabado con el capitalismo?” ([4]). En ella recordábamos que la revolución comunista no es una fatalidad, su realización necesita la unión de dos factores, el objetivo y el subjetivo. El objetivo es proporcionado por la decadencia del capitalismo ([5]) y por “el desarrollo de una crisis abierta de la sociedad burguesa, prueba evidente de que las relaciones de producción capitalista deben ser sustituidas por otras relaciones de producción” ([6]). El subjetivo está basado en la acción colectiva y consciente del proletariado.
El artículo reconoce que el proletariado ha fallado las citas que la historia le ha deparado. Así, ante la primera –la Primera Guerra Mundial– el intento de respuesta –la oleada revolucionaria mundial de 1917/23– fue finalmente aplastado; ante la segunda –la Depresión de 1929– estuvo totalmente ausente como clase autónoma; ante la tercera –la Segunda Guerra Mundial– no solo estuvo ausente sino que creyó que la democracia y el Estado del bienestar –mitos manipulados por los vencedores– eran una victoria. Después, con la vuelta de la crisis a finales de los años 60,
“no falló a la cita pero también hemos podido medir la cantidad de obstáculos que ante sí ha tenido y que han frenado su progresión en el camino hacia la revolución proletaria” ([7]).
Este freno pudo comprobarse ante un nuevo acontecimiento de gran envergadura –1989, caída de los regímenes falsamente presentados como “comunistas”– frente al cual no solamente no fue un factor activo sino que además fue víctima de una formidable campaña anticomunista que le hizo retroceder tanto en su conciencia como en su combatividad.
A partir de 2007 se abre lo que podríamos llamar “la quinta cita de la historia”. La crisis que se manifiesta más abiertamente, muestra el fracaso, prácticamente definitivo, de las políticas que el capitalismo había desplegado para acompañar la emergencia de su crisis económica insoluble. El verano de 2011 ha puesto en evidencia que las enormes sumas empleadas no tapan la hemorragia y el capitalismo se está deslizando por la pendiente de la Gran Depresión, de una gravedad muy superior a la de 1929 ([8]).
Pero en un primer momento y pese a los golpes que llueven sobre él, el proletariado parece igualmente ausente. Habíamos previsto esta reacción en nuestro XVIII Congreso Internacional (2009):
“en un primer tiempo, habrá probablemente combates desesperados y relativamente aislados, aunque se beneficien de una simpatía real de otros sectores de la clase obrera. Por eso, si, en el periodo venidero, no asistiéramos a una respuesta de envergadura frente a los ataques, no habría por ello que considerar que la clase ha renunciado a luchar por la defensa de sus intereses. En una segunda etapa, cuando sea capaz de resistir a los chantajes de la burguesía, cuando se imponga la idea de que solo la lucha unida y solidaria pueda frenar la brutalidad de los ataques de la clase dominante, sobre todo cuando ésta intente hacer pagar a todos los trabajadores los colosales déficits presupuestarios que se están acumulando ya a causa de los planes de salvamento de los bancos y de “relanzamiento” de la economía, será entonces cuando podrán desarrollarse mejor combates obreros de gran amplitud” ([9]).
Sin embargo, los movimientos actuales en España, Israel y Grecia muestran que el proletariado está empezando a asumir esa “quinta cita de la historia”, a prepararse para ella, a darse los medios para vencer ([10]).
En la serie antes citada decíamos que dos de los pilares en los que el capitalismo –al menos en los principales países– se ha apoyado para mantener sujeto al proletariado eran la democracia y lo que se llama el “Estado del bienestar”. Sin embargo, lo que revelan los 3 movimientos es que esos pilares empiezan a ser cuestionados –todavía muy confusamente– por sus participantes lo cual va a ser alimentado por la evolución catastrófica de la crisis.
En los 3 movimientos ha destacado la rabia contra los políticos y en general contra la democracia, también se ha manifestado la indignación porque los ricos y su personal político son cada vez más ricos y más corruptos; se ha rechazado que la gran mayoría sea tomada por una mercancía al servicio de las ganancias escandalosas de la minoría explotadora, mercancía que se arroja a la miseria cuando los “mercados no van bien”, en fin, se ha denunciado que los programas brutales de austeridad jamás están presentes en las campañas electorales y sin embargo son la principal ocupación de quienes ganan las elecciones.
Es evidente que esos sentimientos no son ninguna novedad –despotricar contra los políticos es por ejemplo algo que viene dándose de forma muy generalizada en los últimos 30 años. Igualmente, está claro que esos sentimientos pueden ser desviados hacia callejones sin salida como han intentado insistentemente las fuerzas burguesas que operan en los 3 movimientos: hacia una democracia “más participativa”, hacia una “regeneración de la democracia” etc.
Pero lo que resulta una novedad significativa es que esos temas que, se quiera o no, apuntan a un cuestionamiento de la democracia, el Estado burgués y sus aparatos de dominación, sean objeto de debate en Asambleas multitudinarias. No es lo mismo rumiar el hastío de la democracia de forma atomizada, pasiva y resignada, que abordarlo colectivamente en debates asamblearios. Más allá de las falsas respuestas, de las confusiones, de los callejones sin salida, que indudablemente circulan en ellas y que deben ser combatidos con energía y paciencia, lo importante es que el problema se plantee públicamente porque lleva en germen una evidente politización de grandes masas y por otra parte encierra el principio de una puesta en cuestión de la democracia, que tantos servicios ha rendido al capitalismo a lo largo del último siglo.
Tras la Segunda Guerra Mundial el capitalismo instauró el denominado “Estado del Bienestar” ([11]). Este ha sido uno de los principales pilares de la dominación capitalista en los últimos 70 años. Produce la ilusión de que el capitalismo habría superado sus aspectos más brutales: el Estado providencia garantizaría una seguridad ante el paro y la jubilación y proporcionaría además, sanidad y educación gratuitas, viviendas sociales etc.
Ese “Estado social” –complemento de la democracia política– ya ha sufrido amputaciones significativas en los últimos 25 años que en la situación actual se encaminan hacia su desaparición pura y dura. En Grecia, España e Israel –en este último país más polarizado sobre el grave problema de la escasez de vivienda para los jóvenes– la inquietud por esa eliminación de mínimos sociales ha estado en el centro de las movilizaciones. Es cierto que se les ha intentado desviar hacia “reformas” de la constitución, la obtención de leyes que “garanticen” dichas prestaciones etc. Pero la ola de inquietud creciente ayudará a poner en cuestión esos diques con los que se la pretende controlar.
El cáncer del escepticismo domina la ideología actual e infecta igualmente al proletariado y a sus propias minorías revolucionarias. El proletariado ha fallado a todas las citas que durante casi un siglo de decadencia capitalista la historia le ha deparado. Esto provoca en sus filas una duda angustiosa sobre su propia identidad y capacidad como clase hasta el extremo que en muchos ambientes combativos se llega ¡hasta rechazar el término “clase obrera” ([12])! Pero este escepticismo es aún más fuerte porque la otra raíz que lo alimenta es la descomposición del capitalismo ([13]): la desesperanza, la ausencia de todo proyecto concreto de futuro, favorecen la incredulidad y la desconfianza hacia toda perspectiva de acción colectiva.
Los movimientos de España, Israel y Grecia –con todas las debilidades que arrastran– empiezan a suministrar una medicina eficaz contra el cáncer del escepticismo. Pero no únicamente en sí mismos sino por lo que significan en una continuidad de luchas y esfuerzos de conciencia que se vienen dando en el proletariado mundial desde 2003 ([14]). No son una tormenta que estalla repentinamente en un cielo azul sino que han condensado, alcanzando una nueva cualidad las pequeñas nubosidades, lluvias finas, tímidos relámpagos, de los últimos 8 años.
Desde 2003 el proletariado comienza a recuperarse del largo retroceso de la combatividad y la conciencia inducido por los acontecimientos de 1989. Este proceso de recuperación sigue un ritmo lento, contradictorio y muy sinuoso. Se manifiesta en:
– una sucesión de luchas bastante aisladas en diferentes países tanto del centro como de la periferia que manifiestan características “cargadas de futuro”: búsqueda de la solidaridad, tentativas de auto-organización, presencia de las nuevas generaciones, reflexión e inquietud ante el futuro;
– un desarrollo de minorías internacionalistas que buscan una coherencia revolucionaria, se plantean preguntas, van tomando contacto entre sí, debaten, abren perspectivas
En 2006 surgen dos movimientos –en Francia la lucha de los estudiantes contra el Contrato de Primer Empleo y en España la huelga masiva de Vigo ([15])– que pese a la distancia, a la diferencia de condición o edad, presentan rasgos similares: Asambleas Generales, extensión a otras capas obreras, masividad de las protestas… Es como un primer aldabonazo que, en apariencia, no tiene continuidad ([16]).
Un año después estalla una embrionaria huelga de masas en Egipto a partir de una gran fábrica textil ([17]). A principios de 2008 se producen luchas aisladas pero coincidentes en un buen número de países tanto de la periferia como del centro. Otro elemento destacable es la proliferación de revueltas del hambre en 33 países en el primer trimestre de 2008 que en el caso de Egipto son apoyados y, en parte tomados a cargo, por el proletariado. A fines de 2008 estalla la revuelta de la juventud proletaria en Grecia, secundada por minorías de obreros. En 2009 vemos gérmenes de actitudes internacionalistas en Lindsay (Gran Bretaña) y una explosiva huelga generalizada en el sur de China (junio 2009).
Tras el retroceso inicial del proletariado por el primer impacto de la crisis –como señalábamos antes- éste empieza a luchar de forma mucho más decidida, Francia en otoño 2010 vive protestas masivas contra la reforma de las pensiones con la aparición de tentativas de Asambleas interprofesionales, la juventud británica se rebela en diciembre 2010 contra el brutal aumento de las tasas escolares. 2011 muestra las grandes revueltas sociales en Egipto y Túnez. Parecería que el proletariado estuviera dándose impulso para una nueva explosión: el movimiento de indignados de España y después en Grecia e Israel.
Éstos 3 movimientos no pueden comprenderse sin todo lo que acabamos de analizar. Son como un primer puzzle que une las pequeñas piezas aportadas a lo largo de 8 años. Pero la fuerza del escepticismo es grande y muchos se preguntan ¿cómo calificarlos de movimientos de clase si no se presentan como tales y no parten, ni por regla general suscitan, huelgas o asambleas en los centros de trabajo etc.?
En España, Grecia e Israel el movimiento se llama a sí mismo de “indignados”, concepto válido para la clase obrera ([18]) pero que no revela inmediatamente todo aquello de lo que es portador. Su apariencia es de una revuelta social debida esencialmente a dos factores:
El proletariado ha pasado por un largo retroceso que le ha infligido un daño significativo en la confianza en sí mismo y la conciencia de su propia identidad:
“Tras el hundimiento del bloque del Este y de los regímenes dizque “socialistas”, las campañas ensordecedoras sobre “el fin del comunismo”, cuando no “de la lucha de clases”, dieron un golpe brutal a la conciencia y a la combatividad de la clase obrera. El proletariado sufrió entonces un profundo retroceso en ambos planos, que fue prolongándose durante más de diez años (...) la burguesía ha logrado hacer nacer entre la clase obrera un fuerte sentimiento de impotencia debido a la incapacidad de ésta a desarrollar luchas masivas” ([19]).
De ahí que lo dominante en el movimiento de indignados no haya sido la presencia del proletariado como clase sino la participación de individuos obreros (asalariados, parados, jubilados, estudiantes ) que trata de aclararse, de empujar según sus instintos pero que carece de la fuerza, la cohesión y la clarividencia que proporcionan el asumirse colectivamente como clase.
Esa pérdida de identidad hace que el programa, la teoría, las tradiciones, los métodos del proletariado, no sean reconocidos como propios por la inmensa mayoría de los obreros. Por ello, el lenguaje, las formas de acción, hasta los símbolos, que aparecen en el movimiento de indignados beben en otras fuentes. Esto significa un lastre peligroso que debe ser combatido pacientemente para que se produzca una reapropiación crítica de todo el acerbo teórico, de experiencia, las tradiciones, que el movimiento obrero ha acumulado a lo largo de dos siglos
Entre los indignados hay una fuerte presencia de capas sociales no proletarias, en particular una clase media en claro trance de proletarización. Referente a Israel nuestro articulo subrayaba:
“Otro elemento es el de etiquetar al movimiento como de “clase media”. Es cierto que, como ha pasado en otros sitios, se observa una amplia revuelta social que puede expresar la insatisfacción de diferentes capas de la sociedad, del pequeño empresario al obrero, todos afectados por la crisis mundial, la creciente brecha entre ricos y pobres, y, en un país como Israel, el empeoramiento de las condiciones de vida por la insaciable demanda de la economía de guerra. Pero “clase media” se ha convertido en un término inconcreto, que se puede referir a cualquiera con estudios o un empleo, y en Israel, el norte de África, España o Grecia, crecientes sectores de jóvenes que ha estudiado se ven empujados a las filas del proletariado, trabajando en empleos precarios, si es que encuentran trabajo”.
Sí el movimiento parece ser vago e indefinido ello no niega su carácter de clase sobre todo si vemos las cosas en su dinámica, en la perspectiva del porvenir, como aprecian los compañeros del TPPG respecto del movimiento en Grecia:
“Lo que todo el espectro político encuentra inquietante en este movimiento asambleario es que la ira y la indignación del proletariado de base (y de la pequeña burguesía) ya no se expresan a través de los canales de mediación de los partidos políticos y los sindicatos. Por lo tanto, no es tan controlable y sí es potencialmente peligroso para el sistema representativo político y sindical en general”.
La presencia del proletariado no reside en que constituya la fuerza dirigente del movimiento o que la movilización desde los centros de trabajo constituya su eje, sino en una dinámica de búsqueda, de clarificación, de preparación del terreno social, de reconocimiento del combate que se presenta. Esto es lo que marca su importancia aún a sabiendas de que es todavía un pequeño paso, extremadamente frágil. Respecto a Grecia, los compañeros del TPPG hablan de que el movimiento...
“constituye una expresión de la crisis de las relaciones de clase y la política en general. Ninguna otra lucha se ha expresado de una manera más ambivalente y explosiva en las últimas décadas”, respecto a Israel, un periodista señala –en su lenguaje– “no ha sido la opresión lo que ha mantenido el orden social en Israel, al menos por lo que respecta a la comunidad judía. Ha sido el adoctrinamiento –la existencia de una ideología dominante, para usar un término preferido por los teóricos. Y ha sido este orden cultural lo que se ha visto erosionado en estas protestas. Por primera vez, una parte importante de la clase media judía –es demasiado pronto para valorar el tamaño– vincula su problema no con otros israelíes, o con los árabes, o con un político concreto, sino con todo el orden social, con todo el sistema. Es en este sentido que se trata de un acontecimiento único en la historia de Israel”.
Con esa óptica podemos comprender sus rasgos que son características que futuras luchas podrán retomar con espíritu crítico y desarrollar a un nivel mucho más claro:
– la entrada en lucha de las nuevas generaciones del proletariado, pero con una diferencia importante respecto a los movimientos de 1968: mientras los jóvenes de entonces tendían a partir de cero considerando a sus mayores “derrotados y aburguesados”, hoy asistimos a un combate conjunto de los diferentes generaciones de la clase obrera
– la acción directa de masas: la lucha ha ganado la calle, las plazas han sido ocupadas. En ellas los explotados se han encontrado de forma directa, han podido convivir, discutir y actuar juntos.
– el principio de la politización: más allá de las falsas respuestas que se dan y que se darán, es importante que grandes masas empiezan a involucrarse directa y activamente en los grandes problemas de la sociedad, es el principio de su politización como clase.
– las Asambleas: entroncan con la tradición proletaria de los Consejos Obreros de 1905 y 1917 que se extendieron a Alemania y otros países durante la oleada revolucionaria mundial de 1917-23. Con posterioridad han reaparecido en 1956 en Hungría o en 1980 en Polonia. Son el medio de unión, de desarrollo de la solidaridad, de la capacidad de comprensión y de decisión de las masas proletarias. El eslogan Todo el poder a las Asambleas que es popular en el movimiento en España expresa de manera aún incipiente el planteamiento de cuestiones clave como el Estado, el doble poder etc.
– la cultura del debate: la claridad que inspira la determinación y el heroísmo de las masas proletarias no se decreta ni resulta del adoctrinamiento ejercido por una minoría poseedora de la verdad, es el fruto conjugado de la experiencia, el combate y especialmente del debate. La cultura del debate ha estado muy presente en los tres movimientos: todo ha sido puesto en discusión, nada de lo político, de lo social, lo económico, lo humano en general, ha escapado de la mirada de estas inmensas ágoras improvisadas. Esto, como decimos en la introducción del artículo de los compañeros de Grecia tiene una enorme importancia:
“un esfuerzo decidido por contribuir a la aparición de lo que los compañeros del TPTG llaman una “esfera pública proletaria” que hará posible que un número creciente de nuestros hermanos de clase no sólo encuentre la manera de resistir a los ataques del capitalismo a nuestras vidas, sino que desarrolle las teorías y acciones que nos conduzcan juntos a una nueva forma de vida social” (ídem.)
– la forma de encarar la cuestión de la violencia: el proletariado...
“está enfrentado desde el principio a la violencia extrema de la clase explotadora, a la represión cuando intenta defender sus intereses, a la guerra imperialista y a la violencia cotidiana de la explotación. Contrariamente a las clases explotadoras, la clase portadora del comunismo no lleva en sí la violencia, y aunque no podrá evitar utilizarla, nunca se identificará con ella. La violencia que deberá usar para echar abajo el capitalismo y que deberá usar con determinación, es necesariamente una violencia consciente y organizada y deberá por lo tanto estar precedida por todo un desarrollo de su conciencia y de su organización a través de las diferentes luchas contra la explotación” ([20]),
como en el movimiento de estudiantes de 2006, la burguesía ha intentado en numerosas ocasiones arrastrar el movimiento de indignados –especialmente en España- a la trampa de enfrentamientos violentos con la policía en condiciones de dispersión y debilidad para de esa manera poder desacreditar el movimiento y facilitar su aislamiento. Estas trampas han sido evitadas y una reflexión activa sobre la cuestión de la violencia ha comenzado a manifestarse ([21]).
No pretendemos ni mucho menos glorificar estos movimientos. Nada más ajeno al método marxista que hacer de una lucha determinada –por importante y rica en lecciones que sea– un modelo definitivo, acabado y monolítico que simplemente habría que seguir a pies juntillas. Mirando lúcidamente estos movimientos comprendemos sus debilidades y problemas.
Esta empuja hacia la consecución de una “verdadera democracia”. Esta postura está representada por varias corrientes políticas, algunas de derechas como sucede en Grecia. Está claro que los medios de comunicación y los políticos se apoyan en ella para hacer que todo el movimiento se identifique con ellas.
Los revolucionarios hemos de combatir enérgicamente las mistificaciones, las falsas medidas, los argumentos falaces, de esta postura. Sin embargo ¿por qué pese a tantos años de engaños, trampas y decepciones con la democracia existe todavía una fuerte propensión a dejarse engatusar por sus cantos de sirena? Podemos apuntar varias causas:
1ª la participación de capas sociales no proletarias muy receptivas a las mistificaciones democráticas y al interclasismo;
2ª el impacto de confusiones e ilusiones democráticas muy presentes en los propios obreros, especialmente en los jóvenes que no han podido desarrollar una experiencia política;
3ª el peso de lo que llamamos descomposición social e ideológica del capitalismo que favorece la tendencia a agarrarse a un ente “por encima de las clases y los conflictos” –que supuestamente sería el Estado– el cual podría aportar un cierto orden, justicia y mediación.
Pero habría una causa más profunda sobre la que es necesario llamar la atención. En El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, Marx constata que “las revoluciones proletarias retroceden constantemente ante la vaga enormidad de sus propios fines” ([22]). Hoy, los acontecimientos están poniendo en evidencia la quiebra del capitalismo, la necesidad de destruirlo y construir una nueva sociedad. Esto, en un proletariado que duda de sus propias capacidades, que no ha recobrado su identidad, le lleva –y le llevará por todo un tiempo– a agarrarse a clavos ardiendo, a falsas medidas de “reforma” y “democratización” aún dudando de ellas. Todo lo cual, indiscutiblemente, proporciona un margen de maniobra a la burguesía que le permite sembrar la división y la desmoralización y, en consecuencia, dificultar precisamente la recuperación de esa confianza y de esa identidad de clase.
Se trata de una vieja debilidad del proletariado que se arrastra desde 1968 y que tiene su raíz en la enorme decepción y el profundo escepticismo que han producido la contrarrevolución estalinista y socialdemócrata lo que induce la tendencia a creer que toda opción política, incluida la que se reclama del proletariado, es un vil engaño, llevaría en su núcleo el gusano de la traición y la opresión. Esto es aprovechado a conciencia por las fuerzas burguesas que operan dentro del movimiento para, ocultando su propia identidad e imponiendo la ficción de que “se interviene como ciudadanos libres” hacerse con el control de las Asambleas y sabotearlas desde dentro. Es lo que señalan con lucidez los compañeros de TPPG:
“Al comienzo había un espíritu comunitario en los primeros intentos por autoorganizar la ocupación de la plaza y, oficialmente, no se toleraba a los partidos políticos. Sin embargo, los izquierdistas y especialmente los de SYRIZA (Coalición de la Izquierda Radical) se implicaron rápidamente en la asamblea de Sintagma y tomaron importantes posiciones en los grupos que se formaron para gestionar la ocupación de la plaza. Más concretamente, se metieron en el grupo de “secretaría” y en el responsable de “comunicación”. Estos dos grupos son los más importantes porque organizan la agenda de las asambleas, así como el fluir de la discusión. Hay que saber que esta gente no declara abiertamente su afiliación política y se presentan como “individuos”” ([23]).
Este está más presente en Grecia e Israel. Como denuncian los compañeros del TPPG:
“El nacionalismo (sobre todo en una forma populista) es dominante y está favorecido tanto por varios grupos de extrema derecha como por partidos de izquierdas e izquierdistas. Incluso para muchos proletarios o pequeño-burgueses golpeados por la crisis que no están afiliados a partidos políticos, la identidad nacional se presenta como el último refugio imaginario cuando todo se viene abajo rápidamente. Detrás de los lemas contra el “Gobierno vendido y extranjero” o por la “salvación del país”, la “soberanía nacional” y una “nueva
constitución” subyace un profundo miedo y alienación para el cual la “comunidad nacional” es una solución unificadora mágica”.
La reflexión de los compañeros es tan certera como profunda. La pérdida de identidad y la falta de confianza del proletariado en sus propias fuerzas, el proceso lento que sigue la lucha en el resto del mundo, favorece ese “agarrarse a la comunidad nacional” como refugio utópico frente a un mundo inhóspito y lleno de incertidumbres.
Así por ejemplo, la lucha contra los recortes en sanidad y educación, el problema real de que tales servicios son cada vez peores, son utilizados para encerrar las luchas en la cárcel nacional de reclamar una “buena educación” por que nos haría competitivos en el mercado mundial y una “salud al servicio de todos los ciudadanos”.
La amenaza angustiosa del desempleo, la precariedad masiva, la fragmentación creciente de los empleados –divididos incluso en el propio centro de trabajo en una inextricable red de subcontratas y una increíble variedad de modalidades de empleo– ejercen un poderoso efecto intimidatorio y hacen muy difícil el reagrupamiento para la lucha de los trabajadores. Esta situación no se puede superar ni con llamamientos voluntaristas a la movilización ni con admoniciones a los trabajadores por su supuesta “comodidad” o “cobardía”.
Ello hace que el paso a una movilización masiva de parados, precarios, de los centros de trabajo y estudio, esté resultando mucho más difícil de lo que pudiera parecer a primera vista provocando una vacilación, una duda y un agarrarse a “asambleas” que cada vez son más minoritarias y cuya “unidad” favorece a las fuerzas burguesas que operan en ellas. Esto da un margen de maniobra a la burguesía para preparar sus golpes bajos contra las Asambleas Generales. Es lo que denuncian certeramente los compañeros del TPPG:
“La manipulación de la principal asamblea en la plaza Sintagma (hay otras cuantas en varios barrios de Atenas y ciudades griegas), por miembros de partidos y organizaciones de izquierdas “de incógnito”, es evidente y un obstáculo real a cualquier dirección de clase del movimiento. Sin embargo, debido a la profunda crisis de legitimación del sistema político de representación en general, ellos también tienen que ocultar su identidad política y mantener un equilibrio entre un discurso general y abstracto sobre la “autodeterminación”, la “democracia directa”, la “acción colectiva”, el “anti-racismo”, “el cambio social”, etc. por una parte, y el nacionalismo extremo y el comportamiento a lo matón de algunos individuos de extrema derecha que participan en grupos de la plaza”.
Es evidente que “para que la humanidad pueda vivir el capitalismo debe morir” ([24]), pero el proletariado está todavía muy lejos de haber alcanzado la capacidad para hacerlo. El movimiento de indignados pone una primera piedra.
En la serie mencionada al principio decíamos:
“una de las razones por las cuales no se realizaron las previsiones de los revolucionarios sobre el advenimiento de la revolución fue que subestimaron la fuerza de la clase dirigente, especialmente su inteligencia política” ([25]).
¡Esta capacidad de la burguesía para emplear su inteligencia política contra las luchas sigue más vigente que nunca! Así, por ejemplo, los movimientos de indignados en los tres países han sido completamente silenciados en los demás o se ha dado de ellos una versión light de “renovación democrática”. Pero igualmente, la burguesía británica ha sido capaz de aprovechar el descontento para canalizarlo hacia una revuelta nihilista que le ha servido de coartada para reforzar la represión e intimidar cualquier respuesta de clase ([26]).
Los movimientos de indignados han puesto una primera piedra en el sentido de que han dado los primeros pasos para que el proletariado recupere la confianza en sí mismo y su propia identidad como clase. Pero esto está todavía muy lejos, pues se necesita para ello el desarrollo de luchas masivas desde un terreno directamente proletario que pongan en evidencia que la clase obrera es capaz de ofrecer una alternativa revolucionaria frente a la debacle del capitalismo y especialmente cara a las capas sociales no explotadoras.
No sabemos cómo se llegará a esa perspectiva y debemos estar atentos a las capacidades e iniciativas de las masas, como ha sido el caso del movimiento 15 M en España. Lo que sí sabemos es que para ir hacia ella un factor esencial será la extensión internacional de las luchas.
Los 3 movimientos han planteado el germen de una conciencia internacionalista: en el movimiento de indignados en España se decía a menudo que su fuente de inspiración era la Plaza Tahrir en Egipto ([27]), a la vez que ha buscado una extensión internacional de su combate –más allá de que ello se haga en medio de importantes confusiones. Por su parte, los movimientos de Israel y Grecia han declarado de forma explícita que seguían en el ejemplo de los indignados de España. En Israel los manifestantes portaban pancartas que decían que “Netanyahu, Mubarak y El Assad son lo mismo” lo cual muestra no solamente un principio de conciencia de quién es el enemigo sino una comprensión al menos inicial de que su lucha tiene lugar junto con los explotados de esos países y no contra ellos en el marco de la defensa nacional ([28]).
“En Jaffa, decenas de manifestantes árabes y judíos llevaban pancartas en hebreo y árabe que decían “Árabes y judíos queremos viviendas asequibles” y “Jaffa no es sólo para los ricos (…) se han estado produciendo protestas de judíos y árabes contra los desalojos de estos últimos del barrio Sheikh Jarrah. En Tel Aviv, se establecieron contactos con residentes en campos de refugiados en los territorios ocupados, quienes visitaron las tiendas del movimiento y debatieron con los manifestantes”.
Los movimientos en Egipto y Túnez en un campo y de Israel en el otro campo imperialista cambian los datos de la situación en una zona que es probablemente el principal centro de confrontación imperialista del mundo, como dice nuestro artículo:
“La actual oleada internacional de revueltas contra la austeridad capitalista abre las puertas a otra solución: la solidaridad de todos los explotados por encima de divisiones nacionales o religiosas; lucha de clase en todos los países con el fin último de una revolución mundial que sea la negación de cualquier frontera nacional y Estado. Hace uno o dos años este fin aparecía como algo utópico en el mejor de los casos. Hoy, cada vez más gente ve a una revolución global como una alternativa realista a un orden capitalista que se está derrumbando”
Los 3 movimientos han contribuido a la forja de un ala proletaria: tanto en Grecia como en España –pero igualmente en Israel ([29])– un “ala proletaria” bastante amplia con relación al pasado va emergiendo en busca de la auto-organización, la lucha intransigente desde posiciones de clase y el combate por la destrucción del capitalismo. Los problemas, pero igualmente las potencialidades y perspectivas de esta amplia minoría, no pueden ser abordados con consistencia en el marco de este artículo. Lo que es evidente es que constituye una herramienta vital que el proletariado ha segregado para la preparación de los combates futuros
C. Mir 23-9-11
[1]) Ver /revista-internacional/201108/3175/las-movilizaciones-de-los-indignados-en-espana-y-sus-repercusiones [10].
En la medida en que en dicho artículo analizábamos en detalle esta experiencia no repetiremos lo allí desarrollado.
[2]) Ver los artículos sobre estos movimientos en https://es.internationalism.org/node/3185 [11] y /cci-online/201107/3164/notas-preliminares-para-un-analisis-del-movimiento-de-asambleas-populares-tpt [12]
[3]) “Revolución comunista o destrucción de la humanidad”, Manifiesto del IX Congreso de la CCI, 1991.
[4]) Revista Internacional nos 103 y 104.
/revista-internacional/200602/752/al-inicio-del-siglo-xxi-por-que-el-proletariado-no-ha-acabado-aun-c [13] y https://es.internationalism.org/Rint104-inicio [14]
[5]) Para debatir este concepto crucial de decadencia del capitalismo, ver entre otros muchos "Decadencia del capitalismo (X) – Para los revolucionarios, la Gran Depresión confirma la caducidad del capitalismo [15]".
[6]) Revista Internacional no 103, op. cit.
[7]) Revista Internacional no 104, op. cit.
[8]) Ver https://es.internationalism.org/node/3184 [16]
[9]) Ver https://es.internationalism.org/node/2629 [17]
[10]) “Privado de todo punto de apoyo económico en el seno de la sociedad capitalista, su única verdadera fuerza, además de su número y organización, es su capacidad para tomar conciencia plena de la naturaleza, los objetivos y los medios de su combate”, Revista Internacional no 103, op. cit.
[11]) “Las nacionalización, así como algunas medidas “sociales” (como la mayor toma a cargo del Estado del sistema de salud) eran medidas perfectamente capitalistas (estos) tenían el mayor interés en disponer de obreros en buena salud ( ) Esas medidas capitalistas serán presentadas como victorias obreras” Revista Internacional no 104, op. cit..
[12]) Aquí no podemos desarrollar por qué la clase obrera es la clase revolucionaria de la sociedad y por qué su combate representa el porvenir para todas las demás capas sociales no explotadoras, una cuestión muy candente como luego veremos, en el movimiento de indignados. Remitimos como material para el debate la serie de dos artículos de la Revista Internacional nos 73 y 74 “¿Quién podrá cambiar el mundo?” /revista-internacional/199307/1964/quien-podra-cambiar-el-mundo-i-el-proletariado-es-la-clase-revoluc [18] .
[13]) Ver “Tesis sobre la Descomposición”, Revista Internacional nº 62,
/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo [19]
[14]) Ver los diferentes artículos de análisis de la lucha de clases en nuestra Revista Internacional.
[15]) Ver https://es.internationalism.org/rint/2006/125_tesis [20] y /content/910/huelga-del-metal-de-vigo-los-metodos-proletarios-de-lucha [21]
[16]) La burguesía esconde cuidadosamente estas experiencias: las revueltas callejeras nihilistas de noviembre 2005 en Francia son mucho más conocidas –incluso en los ambientes politizados– que el movimiento consciente de los estudiantes 5 meses después.
[18]) La indignación se distingue, por un lado, de la resignación, y, por el otro lado, del odio. Ante la dinámica insoportable del capitalismo, la resignación expresa un sentimiento pasivo –se tiende a rechazarlo pero al mismo tiempo no se ve cómo enfrentarlo. Por su parte, el odio expresa un sentimiento activo –el rechazo se transforma en combate– pero se trata de un combate ciego, sin perspectiva ni acompañado por la reflexión para elaborar un proyecto alternativo, sino que es meramente destructivo, abraza una suma de respuestas individuales pero no genera nada colectivo. La indignación expresa la transformación activa del rechazo acompañada por la tentativa de luchar de manera consciente buscando la elaboración concomitante de una alternativa, es pues colectiva y constructiva. “La indignación lleva a la necesidad de una regeneración moral, de un cambio cultural, las propuestas que se hacen –incluso aunque parezcan ingenuas o peregrinas– manifiestan un ansía, aún tímida y confusa, de “querer vivir de otra manera”” “De la Plaza Tahrir a la Puerta del Sol”, https://es.internationalism.org/node/3106 [23]
[19]) Ver https://es.internationalism.org/node/3184 [16]l, op. cit.
[20]) Revista Internacional no 125: “Tesis sobre el movimiento de estudiantes contra el CPE en Francia” https://es.internationalism.org/rint/2006/125_tesis [20]
[21]) Ver ¿Qué hay detrás de la campaña contra los violentos por los incidentes de Barcelona? https://es.internationalism.org/node/3130 [24]
[22]) Ver webs.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/52dblb/3.htm.
[23]) Ver “La Ponzoña del apoliticismo”, https://es.internationalism.org/node/3148 [25]
[24]) Eslogan de la Tercera Internacional.
[25]) Revista Internacional, no 104.
[26]) Ver /cci-online/201108/3168/los-disturbios-en-gran-bretana-y-la-perspectiva-sin-futuro-del-capitalismo [26]
[27]) La Plaza de Cataluña en Barcelona fue rebautizada por la Asamblea “Plaza Tahrir” lo cual además de mostrar una voluntad internacionalista era una bofetada al nacionalismo catalán que considera dicha Plaza su símbolo más preciado.
[28]) Citado por nuestro artículo sobre la lucha en Israel: “Uno de ellos al ser preguntado de si las protestas estaban inspiradas por los acontecimientos en los países árabes, contestó: “Hay mucha influencia con lo que pasó en la Plaza Tahrir... Hay mucha por supuesto. Cuando la gente comprende que tiene el poder, que se pueden organizar por sí mismos, que no necesitan ya que el gobierno les diga lo que tienen que hacer, pueden empezar a decirle al gobierno lo que quieren”.”
[29]) En este movimiento “Algunos han avisado abiertamente del peligro de que el gobierno pueda provocar enfrentamientos armados o incluso una nueva guerra para restaurar la “unidad nacional” y dividir al movimiento”, lo cual revela –aunque sea de forma todavía implícita- un distanciamiento de la política imperialista del Estado israelí de “unión nacional” al servicio de la economía de guerra y la guerra.
Fue ese año cuando se firmó el “acuerdo de Burdeos”, un “pacto de entendimiento” firmado por la esfera económica colonial ([1]) y Blaise Diagne, primer diputado africano de la Asamblea nacional francesa. Tras haber sacado las lecciones de la admirable huelga insurreccional de mayo de 1914 en Dakar y de sus ramificaciones en los años posteriores ([2]), la burguesía francesa se vio obligada a reorganizar son dispositivo político ante la inexorable progresión del joven proletariado de su colonia africana. Y en ese contexto, decidió jugar a fondo la carta Blaise Diagne transformándolo en “mediador/pacificador” de conflictos entre las clases, o sea un auténtico contrarrevolucionario. En efecto, tras su elección de diputado y como testigo de primer plano del movimiento insurreccional contra el poder colonial en el que él se involucró al principio, Diagne se encontró ante tres posibilidades que le permitieran desempeñar un papel histórico tras aquel acontecimiento:
1) aprovecharse del debilitamiento político de la burguesía colonial tras la huelga general, de la que salió derrotada, para desencadenar una “lucha de liberación nacional”;
2) militar por el programa comunista izando el estandarte de la lucha proletaria en la colonia, sacando provecho sobre todo del éxito de la huelga;
3) jugar su carta política personal aliándose con la burguesía francesa que le tendió la mano en ese momento.
Finalmente Blaise Diagne decidió escoger este último camino, o sea, aliarse con la potencia colonial. En realidad, detrás de ese acto llamado “acuerdo de Burdeos”, la burguesía francesa no sólo expresaba sus temores frente a la efervescencia en su colonia africana, sino su preocupación más general por el contexto revolucionario internacional.
“(…) Ante el cariz de los acontecimientos, el gobierno colonial puso en marcha un proyecto para ganarse al diputado negro a su causa y poner así su poder de persuasión y su temerario valor al servicio de los intereses de la colonización y de las casas comerciales. Y así lograría desactivar la agitación que se había apoderado de la élite africana en un tiempo en que la revolución de octubre (1917), el movimiento pan-negro y las amenazas del comunismo mundial en dirección des colonias podrían ejercer una peligrosa seducción sobre las conciencias de los colonizados”.
“(…) Ese fue el verdadero sentido del acuerdo de Burdeos firmado el 12 junio de 1923. Marcó el final del diagnismo (de Diagne) combativo y voluntarista, abriendo una nueva era de colaboración entre colonizadores y colonizados, despojándose el diputado de todo el carisma que hasta entonces había tenido y que era su principal baza política. Se había roto un gran impulso” ([3]).
Para entender mejor el sentido de ese acuerdo entre la burguesía colonial y el joven deputado, veamos su trayectoria. El aparato capitalista francés se fijó pronto en Blaise Diagne, viendo en él una futura ventaja estratégica y para ello lo formó. Diagne ejercía en efecto una gran influencia en la juventud urbana por medio del Partido de los Jóvenes Senegaleses rendido a su causa. Y, gracias al apoyo de la juventud, sobre todo de los jóvenes instruidos y los intelectuales, se lanzó en abril de 1914 al ruedo electoral conquistando el único escaño de diputado reservado al AOF (África Occidental Francesa). Recordemos que eran las víspera de las matanzas imperialistas de masas y que fue en ese contexto en el que estalló la famosa huelga general de mayo de 1914 durante la cual, tras haber movilizado a la juventud de Dakar para desencadenar el impresionante movimiento de revuelta, Diagne, queriendo evitar que peligraran sus intereses de diputado pequeñoburgués, intentó pararlo sin éxito.
De hecho, una vez elegido, encargaron al diputado de velar por los intereses de los grandes grupos y de hacer respetar las “leyes de la República”. Ya bastante antes de la firma del acuerdo de Burdeos, Diagne se lució como buen banderín de enganche de los 72.000 “fusileros senegaleses” enviados a los frentes de la carnicería mundial de 1914-1918. Por todo ello, Georges Clemenceau presidente del gobierno de entonces, lo nombró, en enero de 1918, Comisario de la República. Ante las reticencias de los jóvenes y de sus padres para hacerse reclutar, anduvo por todos los pueblos africanos del AOF para convencer a los recalcitrantes y, a base de propaganda y de intimidación, logró enviar a la matanza a miles de africanos.
También fue un ardiente defensor de aquel abominable “trabajo forzoso” en las colonias francesas, como así consta en su discurso en la XIVa sesión de la Oficina Internacional del Trabajo en Ginebra ([4]).
En resumidas cuentas, el primer diputado negro de la colonia africana, nunca fue un verdadero defensor de la causa obrera, sino, al contrario, no fue más que un arribista contrarrevolucionario. La clase obrera no tardó en darse cuenta de ello:
“(…) como si el acuerdo de Burdeos hubiese convencido a los trabajadores de que la clase obrera parecía estar desde entonces sola para seguir la lucha izando en alto el combate contra la injusticia, por la igualdad económica, social y política. La luchas sindicales conocieron por ello, en una especie de movimiento pendular, un impulso excepcional” ([5]).
O sea que Diagne no pudo conservar durante mucho tiempo la confianza de la clase obrera, manteniéndose fiel a sus padrinos coloniales hasta su muerte en 1934.
“Ya sólo en los ferrocarriles, en el año 1925, hubo tres grandes movimientos sociales, con consecuencias importantes en los tres. Por un lado, la huelga de los ferroviarios indígenas y europeos de la linea Dakar-San Luís, del 23 al 27 de enero, declarada por razones económicas y, por otro lado, la amenaza de huelga general en la línea Thiès-Kayes planteada precisamente con consignas como el derecho sindical, y poco tiempo después, la revuelta de los trabajadores bambara de las obras de construcción del ferrocarril en Ginguineo, una revuelta que los soldados allí enviados para aplastarla se negaron a hacerlo” ([6]).
Y, sin embargo, el momento no era especialmente favorable a la movilización para la lucha, pues la autoridad colonial, previendo la combatividad obrera, había tomado una serie de medidas muy represivas.
“Durante el año 1925, el Departamento de Colonias promulgó, siguiendo las recomendaciones de los Gobernadores Generales, sobre todo los del AOF, medidas severas especialmente las represivas contra la propaganda revolucionaria.
“En Senegal, la Federación (de las dos colonias francesas, AOF-AEF) decretó nuevas instrucciones para reforzar la vigilancia para todo el territorio. En cada colonia se instaló un servicio especial, en conexión con los servicios de la Seguridad General, centralizado en Dakar, encargado de examinar todo lo obtenido en los diferentes lugares de vigilancia.
“(…) En ese Departamento, en diciembre de 1925, se redactó un nuevo reglamento de emigración y de identificación de indígenas. Los extranjeros y cualquier sospechoso fueron desde entonces fichados; se estableció un severo control sobre la prensa extranjera, y el embargo de periódicos acabó siendo casi la norma. (…) El correo era sistemáticamente violado, se abrían los envíos de periódicos que a menudo se destruían” ([7]).
Así, una vez más, al poder colonial le entró pánico ante la nueva irrupción de la clase obrera. Por eso decidió instaurar un régimen policíaco y controlar implacablemente la vida civil y los movimientos sociales que se desarrollaban en la colonia, pero también, y sobre todo, evitar el menor contacto entre los obreros en lucha en las colonias con sus hermanos de clase en el mundo, de ahí las drásticas medidas contra la “propaganda revolucionaria”. Y a pesar de todo ese arsenal represivo por parte del Estado colonial, estallaron importantes y vigorosas luchas obreras.
Una huelga de ferroviarios de una naturaleza muy política
El 24 de enero de 1925, los ferroviarios europeos y africanos se lanzaron a la huelga juntos, dotándose de un comité de huelga y con las reivindicaciones siguientes:
“Los agentes del ferrocarril Dakar-San Luis han parado el tráfico el 24 de enero por unanimidad. Y no lo han hecho sin reflexión ni amargura. Desde 1921, sus salarios no han tenido la menor alza, a pesar del alza constante del coste de la vida en la colonia. Los europeos, en su mayoría, no cobran un salario mensual de 1000 francos y un indígena una paga diaria de 5 francos. Piden que se les suba el jornal para poder vivir decentemente” ([8]).
Al día siguiente todos los trabajadores de los diferentes sectores del ferrocarril abandonaron máquinas, tajos y oficinas, en resumen, se paralizó totalmente la vía férrea. Pero sobre todo, el movimiento tuvo un cariz muy político pues se produjo en plena campaña legislativa, obligando así a partidos y candidatos a tomar una postura clara respecto a las reivindicaciones de los huelguistas. De modo que los políticos y los grupos de presión del comercio interpelaron a la administración colonial central para que satisficiera lo antes posible las reivindicaciones de los asalariados. E inmediatamente, al segundo día de huelga, las reivindicaciones de los ferroviarios quedaron plenamente satisfechas. Los miembros del comité de huelga se permitieron incluso retrasar la respuesta hasta obtener los resultados de la consulta hecha a los huelguistas. Y los huelguistas quisieron que sus delegados llevaran la orden de reanudación, por escrito y en un tren especial que se paraba en todas las estaciones.
“Los trabajadores, una vez más, obtuvieron una victoria importante, en unas condiciones de lucha en la que dieron prueba de una gran madurez y firmeza con la suficiente flexibilidad y realismo. (…) El éxito es tanto más significativo porque lo fue de todos los trabajadores de la red, europeos e indígenas, los cuales, tras haberse enfrentado por cuestiones de color de piel y unas relaciones de trabajo difíciles, tuvieron la inteligencia de acallar sus divergencias en cuanto se perfiló en el horizonte el peligro de una legislación del trabajo draconiana. (…) Al propio Gobernador no le quedó otro remedio que hacer constar la madurez, la agudeza de espíritu y el saber hacer con los que se organizó la huelga. La preparación, escribió, se llevó a cabo con mucha habilidad. Ni siquiera habían avisado al alcalde de Dakar, conocido y querido por los indígenas, de la participación de éstos. Se escogió el momento idóneo para que el comercio, por sus propios intereses, apoyara las reivindicaciones. Los motivos invocados, y para algunos justificados, ponían al campo en situación difícil. En resumen, concluía aquél, todo enlazaba para dar (a la huelga) su mayor eficacia y el apoyo de la opinión publica” ([9]).
Fue ésa una brillante ilustración del alto nivel de combatividad y conciencia de clase por parte de la clase obrera de la colonia francesa, apoderándose de la organización de su lucha victoriosa los trabajadores africanos y europeos unidos. Tenemos ahí una buena lección de solidaridad de clase plasmándose en ella todas las experiencias anteriores de enfrentamientos con la burguesía. Aparece así evidente la naturaleza internacionalista de las luchas obreras de aquel tiempo por mucho esfuerzo que hiciera la burguesía de “dividir para vencer”.
En febrero de 1925, la huelga de los empleados del telégrafo doblega a las autoridades al cabo de 24 horas
El movimiento de los ferroviarios acababa justo de terminarse cuando los telegrafistas se lanzaron a la huelga, formulando, también ellos, cantidad de reivindicaciones, entre las cuales un fuerte aumento de salario y una mejora de sus estatutos. Y el movimiento se paró a las 24 horas de haber empezado por la sencilla razón de que:
“gracias a la cooperación combinada de los poderes locales y metropolitanos, gracias a la oportuna intervención de los miembros de las estamentos electos, todo volvió a sus cauces en 24 horas, pues se satisfizo en parte a los telegrafistas, otorgándoles el subsidio de espera a todo el personal” ([10]).
Y, animados por ese primer éxito, los telegrafistas (europeos e indígenas juntos) pusieron en el tapete el resto de sus reivindicaciones, amenazando con volver inmediatamente a la huelga. Se aprovechaban así del lugar estratégico que ocupaban en el dispositivo administrativo y económico como agentes altamente cualificados, o sea con una capacidad de bloquear el funcionamiento de las redes de comunicación en el territorio.
Los representantes de la burguesía, por su parte, ante las reivindicaciones de los agentes de telégrafos acompañadas de una nueva amenaza de huelga, decidieron replicar lanzando una campaña de intimidación y culpabilización contra los huelguistas con el tema:
“¿Cómo no se da cuenta el puñado de funcionarios que se agita para exigir aumentos de sueldo que lo único que hace es cavar su propia sepultura? ([11])
El poder político y el del gran comercio movilizaron otros importantes medios de presión sobre los huelguistas llegando incluso a acusarlos de querer “destruir deliberadamente la economía del país” a la vez que lo hacían todo por quebrar la unidad entre ellos. Frente a una presión cada vez más fuerte, los huelguistas decidieron volver al trabajo sobre la base de las reivindicaciones satisfechas tras la huelga anterior.
Ese episodio fue también un momento muy importante de una unidad entre obreros europeos y africanos que se realizó plenamente en la lucha.
Rebelión en las obras del ferrocarril Thiès-Kayes el 11 de diciembre de1925
En esa línea estalló la revuelta: una brigada de unos cien trabajadores decidió enfrentarse a su jefe, capitán del ejército colonial, personaje cínico y autoritario que solía hacerse obedecer a la voz de mando y hacer sufrir castigos corporales a los obreros que le parecían “holgazanes”.
“A pesar de que la investigación fue realizada por el Administrador Aujas, comandante de “círculo” ([12]) de Kaolack, en ella se apuntaba que una rebelión había estallado el 11 de diciembre a causa de los “malos tratos” infligidos a los obreros. El comandante de círculo añadía que el capitán Heurtematte, aún sin admitir totalmente esas alegaciones, reconoció que no descartaba que a veces diera algunos latigazos a un peón perezoso y recalcitrante. (La situación) se agrió cuando dicho capitán mandó atar a un palo a tres bambaras (grupo étnico del África occidental), a los que acusó de agitadores” ([13]).
Y las cosas se pusieron peor para ese capitán cuando éste se puso a azotarlos, pues los compañeros de tajo decidieron acabar de una vez con su torturador, el cual acabó salvándose in extremis gracias a unos fusileros llamados en su auxilio.
“Dichos fusileros eran súbditos franceses originarios del Senegal oriental y de Thiès; una vez llegados al lugar y tras enterarse de lo allí ocurrido, se negaron por unanimidad a obedecer a la orden de disparar sobre los trabajadores negros, orden que el pobre capitán, asediado por todas partes por una horda amenazante y feroz, les había mandado ejecutar, temiendo, decía él, por su vida” ([14]).
Estamos aquí ante algo singular, pues hasta entonces lo que solía ocurrir era que los fusileros aceptaran sin rechistar, por ejemplo, el papel de “esquiroles” cuando no de “matadores” de huelguistas. Ese gesto de confraternización nos recuerda otros episodios históricos en los que los soldados se negaron a romper huelgas o aplastar revoluciones. El ejemplo más conocido sigue siendo, evidentemente, el de Rusia cuando gran número de militares se negaron a disparar sobre sus hermanos revolucionarios desobedeciendo a las órdenes de la jerarquía a pesar de los riesgos.
La actitud de los “fusileros” frente a su capitán fue tanto más apreciable porque el ambiente estaba muy enrarecido a causa de la fuerte tendencia a la militarización de la vida social y económica de la colonia. El asunto acabó tomando un cariz muy político pues la administración civil y militar se encontró en una situación embarazosa al no saber qué escoger, si sancionar la insumisión de los soldados, a riesgo de fortalecer su solidaridad con los trabajadores, o sofocar el incidente. La autoridad colonial acabó por optar por esta solución.
“Como el caso había llenado las páginas de los periódicos y amenazaba con complicar las relaciones interraciales ya muy preocupantes en un servicio como el ferrocarril, las autoridades federales y locales concluyeron que era necesario ahogar el incidente y minimizarlo, ahora que se habían dado cuenta de las consecuencias desastrosas que la política llamada “colaboración de razas” iniciada por Diagne desde la firma del pacto de Burdeos estaba costándoles caro” ([15]).
Ese movimiento de lucha, como los anteriores, demostró en efecto con creces los límites del “pacto de Burdeos” con el cual el diputado Blaise Diagne pensaba haber garantizado la “colaboración” entre explotadores y explotados. Por desgracia para la burguesía colonial, la conciencia de clase se cruzó por medio.
Igual que el año 1925, el 26 estuvo marcado por un episodio de lucha muy enérgico y valioso en combatividad y solidaridad de clase, más todavía porque el movimiento se desató en el mismo contexto de represión de luchas sociales. Desde 1925, muchas obras, tajos y otros sectores estaban permanentemente custodiados por la policía y la gendarmería, so pretexto de “dar seguridad” a la esfera económica.
“En un momento en que los atentados en las vías férreas proseguían sin cesar ([16]) y la agitación alcanzaba ámbitos tan apegados, sin embargo, al orden y la disciplina como los excombatientes, los trabajadores de Mensajerías Africanas de San Luis de Senegal se declararon en huelga, una huelga que iba a alcanzar el récord de duración de todos los movimientos sociales hasta entonces en dicha población.
“Todo empezó el 29 de septiembre cuando un telegrama del Vicegobernador informó al Jefe de la Federación que los marineros de la Compañía de Mensajerías Africanas en San Luis se habían puesto en huelga para obtener mejoras salariales. Con el mejor sentimiento de solidaridad casi espontáneo, sus colegas de la Maison Peyrissac, empleados en el vapor Cadenel tras haber echado anclas en San Luis, y aunque no estuvieran concernidos por la reivindicación avanzada, cesaron también ellos el trabajo a partir del primero de octubre” ([17]).
Con la insoportable alza del coste de vida, muchos sectores exigieron reivindicaciones salariales amenazando con entablar combate. Por ello muchas empresas acordaron subidas de sueldo a sus empleados. No había sido así con los trabajadores de las Mensajerías, y por eso estalló el movimiento y el apoyo recibido de sus camaradas del Vapor Cadenel. Los patronos, sin embargo, con la esperanza de que el movimiento se agotara, se negaron a negociar con los huelguistas hasta el quinto día de huelga.
“Pero el movimiento mantuvo su cohesión y solidaridad de los primeros días. El 6 de octubre, la dirección de Mensajerías acosada por todas las casas comerciales y presionada discretamente por la Administración a que fuera más flexible, en vista de la precaria coyuntura, arrió banderas inesperadamente. E hizo las propuestas siguientes a los equipajes: “aumento mensual de 50 francos (sin distinción de categoría) y de la ración alimenticia (unos 41 francos por mes)”. (…) Pero los trabajadores concernidos quisieron compensar a los trabajadores de Maison Peyrissac por su solidaridad activa y pidieron y obtuvieron que se les acordaran las mismas ventajas. La dirección de esa empresa aceptó. El 6 de octubre se terminó la huelga. El movimiento había durado ocho días sin que la unidad de los trabajadores se resquebrara en ningún momento. Fue aquél un acontecimiento de la mayor importancia” ([18]).
Fue ése otro gran movimiento, ejemplar y rico en enseñanzas sobre la vitalidad de las luchas de aquel entonces. Porque en ese episodio de lucha se expresó de verdad la “solidaridad activa” (como dice el autor citado) entre obreros de diferentes empresas. ¡Qué mejor ejemplo de solidaridad que ver a un equipaje exigir y obtener que se acordaran las mismas ventajas obtenidas gracias a la lucha a sus camaradas de otra empresa en “agradecimiento” por el apoyo recibido de ellos!
¡Y qué decir de la combatividad y cohesión de los obreros de las mensajerías al imponer una relación de fuerza sin fisuras al capital!
El anuncio de esta huelga preocupó enormemente a las autoridades coloniales, pues parecía ser el eco de las reivindicaciones de los marineros en Francia, que se disponían a lanzarse a la lucha en el mismo momento que sus camaradas africanos.
En el congreso de la Federación Sindical Internacional (FSI, a sueldo de Stalin) celebrado en París en agosto de 1927 se lanzó un llamamiento en defensa de los proletarios de las colonias como lo relata Thiam ([19]):
“Un delegado inglés al Congreso de la Federación internacional (FSI) en París llamado Purcell, aprovechando la oportunidad, insistió en la existencia en las colonias de millones de hombres sometidos a explotación sin límites, convertidos en proletarios en el sentido pleno de la palabra, que debían organizarse ya y entablar acciones reivindicativas de tipo sindical, recurriendo en particular al arma de la manifestación y de la huelga. En el mismo sentido, Koyaté (sindicalista africano) añadió “el derecho sindical debe arrebatarse mediante huelgas de masas, en la ilegalidad”. En Francia, desde junio de 1928, se extendió la agitación entre los obreros marineros que exigían aumentos de sueldo, y se esperaba una huelga para el 14 de julio. Y ocurrió que, en la fecha prevista, fueron los marineros indígenas de las compañías marítimas de San Luis los que se pusieron masivamente en huelga por las mismas reivindicaciones que sus camaradas metropolitanos. La reacción de las autoridades coloniales fue inmediata: se pusieron a denunciar un “complot internacional” acusando a dos líderes sindicalistas de ser los “agitadores” del movimiento. Y para acabar con la huelga, la Administración de la colonia formó un frente con la patronal combinando maniobras políticas y medidas represivas.
“(…) Empezaron entonces unos ásperos y largos tira y afloja. Mientras que los marineros sólo aceptaban reducir sus demandas a 25 francos a todo lo más, la patronal declaró que le era imposible pagar más de 100 francos por mes a los huelguistas. Les trabajadores (que exigían 250) lo consideraron insuficiente y el movimiento de huelga prosiguió con más fuerza” ([20]),
pues los huelguistas de la región de San Luis se beneficiaron del apoyo espontáneo y activo de otros obreros marineros:
“(Archivos del Estado) El jefe del servicio de Inscripción nos informa, en efecto, que el día 19 de julio por la tarde, el “Cayor”, remolcador procedente Dakar, arribó con la chalana “Forez”. En cuanto atracó el navío, la tripulación hizo causa común con los huelguistas, excepto un viejo maestre mercante y otro marinero. Pero dicho jefe nos ha contado que al día siguiente por la mañana, los huelguistas irrumpieron a bordo del “Cayor” y se llevaron por la fuerza a tierra a los dos marineros que habían permanecido en sus puestos. Una corta manifestación ante la alcaldía fue dispersada por la policía” ([21]).
La huelga se prolongó durante un mes hasta que fue quebrada por la fuerza militar enviada por el Gobernador colonial quien mandó que se desalojara por la fuerza a las tripulaciones indígenas y se las sustituyera por la tropa. Agotados por largas semanas de lucha, sin recursos para mantener a sus familias, en resumen, para no morirse de hambre, los marineros tuvieron que volver al trabajo, lo cual llenó de indecente júbilo al representante del poder colonial como se puede apreciar en su propia narración de lo ocurrido:
“(Al final de la huelga) los marineros pidieron volver a embarcar en los navíos de la Sociedad de Mensajerías Africanas. Reanudaron su labor según las condiciones anteriores, de modo que el resultado de la huelga ha sido, para los marineros, la pérdida de un mes de sueldo, mientras que si hubieran escuchado las propuestas del Jefe del servicio de la Inscripción marítima, se habrían beneficiado de una subida de salarios entre 50 y 100 F por mes” ([22]).
La burguesía consideró ese repliegue de los huelguistas, realista al fin y al cabo, como una “victoria” para ella, en un tiempo en que se barruntaba la crisis de 1929, cuyos efectos se empezaban a notar localmente. De modo que el poder colonial no tardó en aprovecharse de su “victoria” sobre los marineros huelguistas y de la coyuntura para reforzar más todavía su arsenal represivo.
“Ante tal situación, el Gobernador colonial, sacando las lecciones de las tensiones políticas, de las declaraciones de Ameth Sow Telemaquem ([23]) hablando de la revolución pendiente en Senegal, de la sucesión de movimientos sociales, de la degradación de la situación presupuestaria, y del descontento de la población, tomó dos medidas de mantenimiento del orden.
“Con la primera de ellas aceleró el proceso iniciado en 1927, para establecer la dirección de los servicios de seguridad de Senegal en Dakar desde donde debía, según él, acentuarse la vigilancia de la colonia. (…) La segunda medida fue la aplicación acelerada también de la instrucción para el servicio de la gendarmería encargado de la policía de la línea férrea Thiès-Niger” ([24]).
O sea, la presencia de gendarmes con la misión de vigilar los trenes, “acompañando” a los ferroviarios con brigadas de intervención en todas las líneas, medidas contra individuos o grupos que serían detenidos y encarcelados si no obedecían las órdenes de la policía. Los autores de “revueltas sociales” (huelgas y manifestaciones) serían severamente castigados. Todos esos medios de represión intensificaron la militarización del trabajo apuntando especialmente a los dos sectores básicos de la economía colonial, o sea el marítimo y el ferroviario.
Pero a pesar de toda esa estrecha vigilancia militar, la clase obrera siguió siendo una amenaza para las autoridades coloniales.
“Sin embargo, cuando la agitación social se reanudó en las secciones del ferrocarril en Thiès, donde surgieron amenazas de huelga a causa del impago de atrasos debidos al personal, de reivindicaciones no atendidas por aumentos de sueldo y para denunciar la incuria de una administración que abandonaba a los empleados a su suerte, el Gobernador se tomó muy en serio dichas amenazas, organizando, durante el año 1929, una nueva policía privada, compuesta de ex militares, la mayoría de ellos de graduación, la cual, bajo el mando de un Comisario de la policía especial, debía velar permanentemente por la tranquilidad del depósito de Thiès” ([25]).
Así pues, en aquella época de fuertes y amenazantes tensiones sociales en medio de una crisis económica mundial terrible, el régimen colonial no encontró otro medio que echar mano, más que nunca, de sus fuerzas armadas para acabar con la combatividad obrera.
Como hemos visto antes, el poder colonial no esperó la llegada de la crisis de 1929 para militarizar el mundo del trabajo, pues empezó a recurrir al ejército desde 1925 para enfrentar la pugnacidad de la clase obrera. Pero la combinación de la crisis económica mundial con la militarización del trabajo pesó grandemente sobre la clase obrera de la colonia: entre 1930 y 1935 hubo escasas luchas. El único movimiento de clase conocido importante fue el de los obreros del puerto de Kaolack:
“(…) Una huelga corta pero violenta el 1º de Mayo de 1930: 1500 a 2000 obreros del cacahuete y del puerto han cesado el trabajo durante la carga de los barcos. Exigen que se les duplique su salario, que es de 7,50 francos. Interviene la gendarmería; un huelguista resulta ligeramente herido. El trabajo se reanuda a las 14 horas: los obreros han obtenido un salario diario de 10 francos” ([26]).
Esa huelga corta y, sin embargo, vigorosa, clausuró la serie de luchas intensas iniciada en 1914. Fueron 15 años de enfrentamientos de clase durante los cuales el proletariado de la colonia del AOF supo encarar a su enemigo y construir su identidad de clase autónoma.
Y la burguesía, por su parte, durante ese mismo período mostró cuál es su verdadera naturaleza de clase implacable, utilizadora de todos los medios de que dispone, incluidos los más brutales, para atajar la combatividad obrera. Pero, en fin de cuentas, tuvo que retroceder frente a los asaltos de la clase obrera cediendo a menudo a la totalidad de las reivindicaciones de los huelguistas.
1936-1938: luchas obreras importantes bajo el gobierno del Frente Popular
Tras la llegada del gobierno del Frente popular de Léon Blum, volvió a arrancar la combatividad obrera en numerosas huelgas. Hubo como mínimo 42 “huelgas salvajes” en Senegal entre 1936 y 1938, entre ellas la de septiembre de 1938 que veremos después. Ese hecho es tanto más significativo porque los sindicatos acababan de ser legalizados con “nuevos derechos” por el gobierno del Frente popular, beneficiándose pues de una legitimidad.
Esos movimientos de lucha fueron a menudo victoriosos. Por ejemplo el de 1937 cuando unos marineros de origen europeo de un buque francés en escala en Costa de Marfil, sensibilizados por las miserables condiciones de vida de los marineros indígenas (de la etnia Kru), animaron a éstos a que formularan reivindicaciones por la mejora de sus condiciones de trabajo. El administrador colonial expulsó a los obreros indígenas por la fuerza de las armas, lo cual hizo que le tripulación francesa se pusiera inmediatamente en huelga en apoyo de sus camaradas africanos, obligando así a las autoridades a satisfacer plenamente las reivindicaciones de los huelguistas. He ahí un ejemplo más de solidaridad obrera que se añade a los múltiples episodios citados antes en los que la unidad y la solidaridad entre europeos y africanos fue la base de luchas victoriosas, a pesar de sus “diferencias raciales”.
1938: la huelga de los ferroviarios suscita el odio de toda la burguesía contra los obreros
Otro movimiento con alto significado en enfrentamiento de clases fue la huelga de los ferroviarios en 1938, realizada por obreros con contrato precario cuyos sindicatos “desdeñaban” sus reivindicaciones. Eran peones o auxiliares, los más numerosos y desprotegidos entre los ferroviarios, pagados a la jornada, que trabajaban domingos y festivos, sin bajas por enfermedad, 54 horas por semana sin ninguna de las ventajas otorgadas a los fijos, todo ello, pues, en un empleo revocable cada día.
Fueron pues esos ferroviarios quienes desencadenaron la famosa huelga de 1938 ([27]):
“(…) El movimiento estalló espontáneamente y fuera de la organización sindical. El 27 de septiembre, los ferroviarios auxiliares (no fijos) del Dakar-Níger se pusieron en huelga en Thiès y en Dakar para protestar contra el desplazamiento arbitrario de uno de sus compañeros.
“Al día siguiente, en el depósito de Thiès, los huelguistas montan una barrera para impedir que entren los “esquiroles” al trabajo. La policía del Dakar-Níger intenta intervenir, pero pronto se ve desbordada; la dirección del ferrocarril avisa al administrador, el cual envía a la tropa: los huelguistas se defienden a pedradas; el ejército dispara. Hubo seis muertos y treinta heridos. Al día siguiente (el 29) la huelga es general en toda la red. El jueves 30, se firma un acuerdo entre los delegados obreros y el gobierno general con las siguientes bases:
“1) Ninguna sanción; 2) Ninguna traba al derecho de asociación; 3) Indemnización de las familias de victimas indigentes; 4) Examen de las reivindicaciones.
“El 1o octubre, le sindicato dio la orden de reanudación del trabajo”.
Vemos ahí también otro ejemplo de lucha espectacular y heroica llevada a cabo por los ferroviarios, fuera de las consignas sindicales, que doblegaron a la potencia colonial, y eso a pesar de que ésta recurrió a su brazo carnicero, el ejército esta vez, y a pesar de los muertos y heridos, sin contar los obreros encarcelados. El carácter brutal de la represión queda ilustrado en el testimonio de un obrero pintor, uno de los que salieron ilesos de la represión ([28]):
“En cuanto nos enteramos de que habían destinado a Gossas al jeque Diack, un violento descontento se expandió entre los trabajadores, sobre todo entre los auxiliares de los que era portavoz. Decidimos oponernos con una huelga que estalló al día siguiente de que nuestro dirigente se trasladara a ocupar su puesto. Cuando me desperté aquel día, un martes –lo recordaré siempre- oí disparos. Vivía yo cerca de la Cité Ballabey. Unos instantes después vi a mi hermano Domingo marcharse a toda prisa hacia el Depósito. Me lancé en pos de él, consciente del peligro que corría. Lo vi cruzar las vías del ferrocarril y caerse unos metros más allá. Cuando me acerqué corriendo a él, creí que se había caído mareado, pues no veía ninguna herida, pero cuando lo incorporé, lanzó un gemido ronco. La sangre se le derramaba de una herida cerca del hombro izquierdo. Expiró unos instantes después en mis brazos. Loco de rabia, me lancé sobre el soldado que estaba frente a mí. Disparó. Yo seguía avanzando sin darme cuenta de que iba herido. Creo que era la cólera que rugía en mí lo que me dio la fuerza de alcanzarlo y arrancarle el fusil, el cinto, la gorra después de haberlo golpeado y dejado inconsciente y antes de caerme yo desvanecido”.
Lo narrado ilustra la ferocidad de los fusileros senegaleses hacia los obreros “indígenas”, olvidando así el ejemplo de sus colegas que se habían negado a disparar contra los obreros durante la revuelta en las obras de Thiès en 1925. Solo nos queda saludar desde la distancia la combatividad y el arrojo de que dieron prueba los obreros huelguistas en la defensa de sus intereses y de su dignidad de clase explotada.
Hay que señalar el hecho de que antes de lanzarse a la huelga, los obreros se vieron acosados por todas las fuerzas de la burguesía, partidos y mandamases de todo pelaje, patronal y sindicatos. Todos esos representantes del orden del capital vomitaron injurias e intimidaciones sobre los obreros que se habían atrevido a ir a la huelga sin la “bendición” de nadie salvo la de ellos mismos. Con ello, entre otras cosas, sacaron de quicio y pusieron histéricos a los jefes religiosos musulmanes los cuales lanzaron anatemas contra los huelguistas, y eso a petición del Gobernador, como le recuerda Nicole Bernard-Duquenet (Ídem):
“(El gobernador) convocó a los jefes religiosos y tradicionales; Seydou Nourou Tall, que solía desempeñar una función de emisario del gobernador general, habló en Thiès (ante los obreros huelguistas); el jeque Amadou Moustapha Mbacke recorrió la red explicando que un buen musulmán no debe hacer huelga pues es una forma de rebelión”.
Excepcionalmente, estamos en eso plenamente de acuerdo con ese cínico morabito santurrón cuando decía que hacer huelga es, sin lugar a dudas, un acto de rebelión, no sólo contra la explotación y la opresión, sino también contra el oscurantismo religioso.
En cuanto a los sindicatos, que no habían tenido ni arte ni parte en el inicio de la lucha de los ferroviarios, tuvieron sin embargo que subir al “tren en marcha” para no perder totalmente el control del movimiento. Y así describe su estado de ánimo el delegado de los huelguistas ([29]).
“(…) Nosotros pedíamos un aumento de 1,50 francos por día para los nuevos y hasta los de 5 años de antigüedad, 2,50 francos de 5 a 10 años, y 3,50 francos para los de más de 10 años y además dietas por desplazamiento para jefes de tren, interventores, maquinistas etc. (…) Por increíble que parezca, esas reivindicaciones, aceptadas favorablemente por la Dirección del la red, fueron, al contrario, rechazadas por el Sindicato de Trabajadores Indígenas del Dakar-Níger que agrupaba a los agentes de encuadramiento. Ese sindicato parecía no poder resignarse a que ganáramos esa primera partida. Sus dirigentes cultivaban e intentaban monopolizar el derecho exclusivo de la reivindicación ante las autoridades de la red. La coyuntura sindical de aquel momento con sus rivalidades, oscuras luchas intestinas, y de puja por saber cuál era más fiel a la patronal, explica esa toma de posición. El resultado fue que a mí me trasladaron a Dakar. Se ve que en las altas esferas se creyeron que tal traslado iba a apagar el movimiento reivindicativo que acababa de nacer entre “los de abajo””.
He ahí una patente demostración suplementaria del papel de agente traidor a la causa obrera y de “negociador de paz social” que desempeña el sindicalismo en beneficio del capital y del Estado burgués. Como muy bien lo dice Nicole Bernard-Duquenet ([30]):
“Es pues de lo más seguro que los secretarios de los sindicatos lo hicieron todo por atajar las amenazas de huelga que habrían podido importunar a las autoridades.
“Pero además de las fuerzas policíaco-militares, sindicales, patronales y religiosas, fue sobre todo su portavoz, o sea la prensa a sus órdenes (de derechas y de izquierdas), la que se ensañó como un insaciable carroñero contra los huelguistas:
“El Courrier colonial (de la patronal):
“En la metrópoli, ya hemos sufrido durante largo tiempo las consecuencias desastrosas de huelgas que se producían por todas partes, bajo las consignas de agitadores la más de las veces extranjeros o a sueldo del extranjero, para que los gobiernos coloniales no se apresuraran a atajar con energía la menor veleidad de transformar nuestras colonias en campo de cultivo de huelgas”;
“L’Action française (derechas):
“Así, aun cuando las responsabilidades marxistas de la revuelta han sido claramente identificadas, el ministro de Colonias quiere emprender sanciones contra los fusileros senegaleses (y no contra los huelguistas). Y todo ello para dar satisfacción a los socialistas y salvar a su hechura, o sea el Gobernador general De Coppet, de quien acabaremos viendo cuán escandalosa es su carrera”.
Eso nos da una idea de la actitud de los buitres mediáticos de la derecha. Sin embargo, en ese terreno, la prensa de izquierdas no se quedó a la zaga:
“Los periódicos próximos al Frente popular son amargos. El A.O.F. imputa la huelga a agentes provocadores, una “huelga absurda” (…).
“Le Périscope africain habla de una huelga que “roza la rebelión” pues ningún huelguista formaba parte del sindicato indígena. El Boletín de la Federación de funcionarios, que censura el uso de las balas para dispersar a los huelguistas, interpreta la huelga como una revuelta, pues los auxiliares no eran ni de la CGT, ni comunistas. Ni siquiera están sindicados. “La responsabilidad es de los fascistas”.
“Le Populaire (socialista) acusa de los incidentes a un “partido local de derecha violentamente hostil a la CGT, (acusando también) a las maniobras fascistas de ciertos sindicalistas (alusión al portavoz de los huelguistas)”” ([31]).
Y para caracterizar a todas esas rastreras reacciones antiobreras, veamos las conclusiones del historiador Iba Der Thiam ([32]) cuando dice:
“Como puede verse, tanto en la derecha como en la izquierda, lo único que vieron en los acontecimientos de Thiès, era una prolongación de la política interior francesa, o sea, una lucha en la que se enfrentaban demócratas y fascistas, en ausencia de toda otra motivación social concreta y plausible.
“Fue ese error de apreciación lo que explica en gran medida por qué la huelga de los ferroviarios de Thiès nunca ha sido correctamente entendida por los sindicatos franceses ni siquiera los más avanzados.
“(…) Las recriminaciones del AOF y del Périscope Africain, contra los huelguistas, se parecen en muchos puntos a las de los artículos de le Populaire y de l’Humanité”.
O sea, la prensa de derechas y la de izquierdas tuvieron una actitud similar ante el movimiento de los ferroviarios. Todo queda dicho en ese último párrafo de la cita; ahí se ve la unanimidad de las fuerzas de la burguesía, nacionales y coloniales, contra la clase obrera que luchaba contra la miseria y por su dignidad. Esas reacciones de odio de la prensa de izquierdas hacia los obreros huelguistas confirmaban sobre todo el lazo definitivo del Partido “Comunista” con el capital francés, sabiendo que ya era ese el caso del Partido “Socialista” desde 1914. Hay que recordar también que ese comportamiento antiobrero se inscribía en el contexto de entonces, el de los preparativos militares para una segunda carnicería mundial, durante la cual la izquierda francesa desempeñó un papel activo de alistamiento del proletariado en la Francia metropolitana y en las colonias africanas.
Lassou (continuará)
[1]) Se trata del gran comercio dominado por negociantes bordeleses como Maurel & Prom, Peyrissac, Chavanel, Vézia, Devès, etc., grupo cuyo poder monopolístico del crédito se ejercía sobre el Banco de África Occidental, único en esas colonias.
[2]) Huelga general y revuelta de 5 días se extendieron por toda la región de Dakar, paralizando totalmente la vida económica y política y obligando a la burguesía colonial a ceder a las reivindicaciones de los huelguistas (ver Revista Internacional n° 146).
[3]) Iba Der Thiam, Histoire du mouvement syndical africain, 1790-1929, Ediciones L’Harmattan, 1991.
[4]) Ver Afrique noire, l’Ère coloniale 1900-1945, Jean Suret-Canale, Éditions Sociales, Paris 1961.
[5]) Thiam, op. cit. Recordemos aquí lo que escribíamos en la primera parte de este artículo (Revista Internacional no 145): “Por otra parte, aunque sí reconocemos la seriedad de los investigadores que transmiten las referencias, sin embargo, no compartimos ciertas interpretaciones de los acontecimientos históricos. Lo mismo ocurre con algunas nociones como cuando hablan de “conciencia sindical” en lugar de “conciencia de clase” (obrera), o, también, de “movimiento sindical” (por movimiento obrero). Lo cual no quita que, por ahora, confiamos en su rigor científico mientras sus tesis no choquen contra los acontecimientos históricos o impidan otras interpretaciones”.
[6]) Ídem.
[7]) Thiam, op. cit.
[8]) Ídem.
[9]) Ídem.
[10]) Ídem.
[11]) Ídem.
[12]) Cercle, división territorial en las colonias francesas, NdT.
[13]) Thiam, op. cit.
[14]) Ídem.
[15]) Ídem.
[16]) Las informaciones de que disponemos no dan ninguna indicación sobre los autores de esos atentados.
[17]) Thiam, op. cit.
[18]) Ídem.
[19]) Ídem.
[20]) Ídem.
[21]) Ídem.
[22]) Ídem.
[23]) Sindicalista africano, miembro de la Federación sindical internacional, de tendencia socialdemócrata.
[24]) Thiam, op. cit.
[25]) Ídem.
[26]) Nicole Bernard-Duquenet, Le Sénégal et le Front populaire, L’Harmattan, 1985
[27]) Jean Suret-Canale, op. cit.
[28]) Antoine Mendy, citado por la publicación Sénégal d’Aujourd’hui, n° 6, marzo de 1964.
[29]) Jeque Diack, citado en la misma publicación Sénégal d’Aujourd’hui.
[30]) Nicole Bernard-Duquenet, op. cit.
[31]) ídem.
[32]) Iba Der Thiam, La grève des cheminots du Sénégal de septembre 1938 (La huelga de los ferroviarios de Senegal de septiembre de 1938), Memoria de Licenciatura, Dakar 1972.
En los dos artículos precedentes, mostrábamos cómo se formó a partir de los años 1890 una oposición proletaria en los sindicatos alemanes. Ésta, en un inicio, se opuso a que se limitara la lucha obrera a cuestiones puramente económicas que era lo que defendían las confederaciones generales sindicales. Luego se levantó contra las ilusiones parlamentarias y la fe creciente en el Estado del SPD. Pero sólo será a partir de 1908, tras la ruptura con el SPD, cuando la Unión Libre de Sindicatos Alemanes, la FVDG (1), evolucionó abiertamente hacia el sindicalismo-revolucionario. El estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 puso a los sindicalistas-revolucionarios de Alemania ante la prueba de fuego: o apoyar la política nacionalista de la clase dominante, o defender el internacionalismo proletario. Junto a Liebknecht y Luxemburgo, formaron una corriente –desgraciadamente muy olvidada– que resistió a la histeria guerrera.
En unión con la socialdemocracia que vota públicamente los créditos de guerra el 4 de agosto de 1914, las direcciones de las grandes centrales sindicales socialdemócratas también se inclinan ante los planes de guerra de la clase dominante. En la Conferencia de los Comités Directores de los sindicatos socialdemócratas del 2 de agosto de 1914, en el que se decidió suspender cualquier huelga o lucha reivindicativa para no perturbar la movilización guerrera, Rudolf Wissell alcanzó el paroxismo del chovinismo que iba invadiendo los sindicatos socialdemócratas:[1]
“Si Alemania sale vencida de la lucha actual, cosa que no deseamos, entonces todas las luchas sindicales cuando acabe la guerra estarán destinadas a fracasar. Si triunfa Alemania, entonces se abrirá una coyuntura ascendente y los recursos de la organización no serán tan necesarios” ([2]).
La lógica criminal de los sindicatos vincula directamente el destino de la clase obrera al desenlace de la guerra: si “su nación” y su clase dominante sacan provecho de ella, entonces sus obreros se benefician porque se podrán esperar concesiones de política interior a su favor. Se han de utilizar, por lo tanto, todos los medios para que triunfe militarmente Alemania.
La incapacidad de los sindicatos socialdemócratas y del SPD para defender una postura internacionalista no es sorprendente. Cuando se supedita la defensa de los intereses de la clase obrera al marco nacional, cuando se enaltece el parlamentarismo burgués como panacea, en lugar de adoptar como orientación política el antagonismo internacional entre clase obrera y capitalismo, entonces se va inevitablemente hacia el campo del capital.
Y efectivamente, la clase dominante no pudo desencadenar la guerra ¡sino con la conversión publica del SPD y sus sindicatos! Estos no solo desempeñaron un papel de serviles seguidores, sino que, además, desarrollaron una verdadera política de guerra, de propaganda chovinista y fueron el factor esencial de la imposición de una intensa producción de guerra. El “reformismo socialista” se transformó en “socialimperialismo”, como lo formuló Trotski en 1914.
Muchos de los obreros que intentaron nadar contra corriente en los primeros tiempos que siguieron la declaración de guerra en Alemania estaban influidos por el sindicalismo revolucionario. La huelga en el trasatlántico “Vaterland” ([3]), poco antes de que empezara la guerra en mayo-junio del 1914, es un ejemplo del enfrentamiento entre las fracciones combativas de la clase obrera y los sindicatos centrales socialdemócratas defensores de la Unión Sagrada. El trasatlántico mayor del mundo de aquel entonces era el orgulloso emblema del imperialismo alemán. Parte de la tripulación, con una fuerte presencia de obreros de la Federación industrial sindicalista revolucionaria, se declaró en huelga durante el viaje inaugural Hamburgo-Nueva York. La Federación de Obreros Alemanes de Transportes socialdemócrata se opuso agresivamente:
“En consecuencia, todos los que han participado en esas asambleas de sindicalistas revolucionarios han cometido un crimen contra los marineros. (…) Rechazamos por principio las huelgas salvajes (…) Con la gravedad de los tiempos presentes, en los que se trata de unir las fuerzas de todos los trabajadores (¿para preparar la guerra?) los sindicalistas revolucionarios cumplen un trabajo de división entre los obreros y encima se atreven a reivindicar la consigna de Marx según la cual la emancipación de los obreros sólo puede ser obra de los mismos obreros” ([4]).
Los llamamientos a la unidad por parte de los sindicatos socialdemócratas no eran sino pura fraseología para asegurarse el control de los movimientos de la clase obrera para que ésta se inclinara hacia la “unión para la guerra” en agosto del 1914.
No se puede reprochar, ni mucho menos, a la corriente sindicalista revolucionaria en Alemania haber abandonado la lucha de clases durante las semanas que precedieron la declaración de guerra. Muy al contrario, durante un tiempo breve, constituyeron un centro de concentración de los proletarios luchadores:
“Allí acudieron obreros que por primera vez oían las palabras “sindicalismo revolucionario” y querían satisfacer sus deseos revolucionarios de la noche a la mañana” ([5]).
Todas las organizaciones de la clase obrera, incluso la corriente sindicalista revolucionaria, debían sin embargo enfrentarse a otra tarea. No solo se debía mantener la lucha de clases, sino que era también indispensable desenmascarar el carácter imperialista de la guerra que se estaba acercando.
¿Cuál fue la actitud de la FVDG sindicalista revolucionaria con respecto a la guerra? El 1º de agosto de 1914, en su órgano principal Die Einigkeit (La Unidad), tomó claramente posición contra la guerra inminente, no como pacifistas ingenuos sino como tantos otros obreros que buscaban la solidaridad con los de los demás países:
“¿Quien desea la guerra? No el pueblo trabajador, sino una camarilla militar de canallas, ávidos de gloria marcial en todos los Estados de Europa. ¡Nosotros, los trabajadores, no queremos la guerra! La odiamos, asesina nuestra cultura, viola la humanidad y aumenta hasta lo monstruoso el número de lisiados de la guerra económica actual. Nosotros, trabajadores, queremos la paz, ¡la paz íntegra! No conocemos a austriacos, serbios, rusos, italianos, franceses, etc. Hermanos de trabajo, ¡así nos llamamos! Tendemos la mano a los trabajadores de todos los países para impedir un crimen horrible que provocará torrentes de lágrimas en los ojos de las madres y de los niños. Los bárbaros y los individuos hostiles a cualquier tipo de civilización pueden ver en la guerra una sublime y hasta santa expresión, los hombres con corazón sensible, los socialistas, animados por una concepción del mundo hecha de justicia, de humanidad y de amor por los hombres, ¡desprecian la guerra! Así que, trabajadores, camaradas, ¡levanten la voz en todas partes en protesta contra ese crimen que se prepara contra la humanidad! A los pobres les cuesta sus bienes y su sangre, a los ricos les da riqueza y gloria y honor a los representantes del militarismo. ¡Abajo la guerra!”
Las tropas alemanas atacaron Bélgica el 6 de agosto de 1914. Franz Jung, un simpatizante sindicalista-revolucionario de la FVDG que más tarde fue miembro del KAPD, da un retrato de sus sobrecogedoras experiencias en el Berlín de aquel entonces, ebrio de propaganda guerrera:
“Una multitud se lanzó contra las pocas docenas de manifestantes por la paz a los que me había sumado. Creo recordar que esa manifestación había sido organizada por los sindicalistas-revolucionarios en torno a Kater y Rocker. Se tendió una pancarta entre dos palos, una bandera roja desplegada y la manifestación contra la guerra empezó a ordenarse. No pudimos ir muy lejos” ([6]).
Dejemos expresarse a otra revolucionaria de aquel entonces, la anarquista internacionalista Emma Goldman:
“En Alemania, Gustav Landauer, Erich Mühsam, Fritz Oerter, Fritz Kater y muchos otros compañeros seguían en contacto. Es evidente que no éramos mas que un puñado comparados con los millones de ebrios por la guerra, y, sin embargo, logramos difundir por el mundo entero un manifiesto de nuestro Buró Internacional y seguíamos denunciando con la máxima energía el verdadero carácter de la guerra” ([7]).
Oerter y Kater eran los principales miembros experimentados de la FVDG. Ésta se mantuvo firmemente en su posición contra la guerra durante todo el conflicto. Esto es incontestablemente la mayor fuerza de la FVDG, y, sin embargo, es la parte de su historia menos documentada.
Con el comienzo de la guerra se prohibió inmediatamente la FVDG. Muchos de sus miembros –eran unos 6000 en 1914– fueron encarcelados o mandados al frente. En la revista Der Pionier, otro de sus órganos, la FVDG escribe en su editorial “El proletariado internacional y la guerra mundial inminente”, del 5 de agosto de 1914:
“Todos sabemos que la guerra entre Serbia y Austria no es sino la expresión visible de una fiebre guerrera crónica…”.
Describe cómo los gobiernos tanto en Serbia, en Austria como en Alemania han logrado ganarse a la clase obrera para la “furia guerrera” y, sobre ese tema, denuncia al SPD y a la mentira de la pretendida “guerra defensiva”:
“Nunca será Alemania el agresor, esa es la idea que esos señoritos quieren inculcarnos, y por eso los socialdemócratas alemanes, tanto su prensa como sus oradores, ya se lo han propuesto como perspectiva, y acabarán alistándose como un solo hombre en las filas del ejército alemán.”
El número 32 del 8 de agosto de 1914 fue el ultimo de la publicación.
En la introducción de esta serie de artículos sobre el sindicalismo revolucionario, diferenciábamos antimilitarismo e internacionalismo
“El internacionalismo se basa en la comprensión de que a pesar de ser el capitalismo un sistema mundial, es incapaz, no obstante, de sobrepasar el marco nacional y la competencia cada vez más desenfrenada entre naciones. (…) Como tal, genera un movimiento que tiende a echar abajo a la sociedad capitalista a nivel mundial, por una clase obrera unida ella también a nivel internacional (…) El antimilitarismo, en cambio, no es necesariamente internacionalista puesto que tiene tendencia a considerar que el enemigo principal no es el capitalismo como tal sino solamente un aspecto de éste” ([8]).
¿En qué campo se alistó la FVDG? ¿Solo las organizaciones con un análisis teórico verdaderamente profundo que habrían formulado claramente el lazo entre guerra y capitalismo eran capaces de adoptar una posición verdaderamente internacionalista?
Sin la menor duda, en la prensa de la FVDG de aquel entonces, existen pocos análisis políticos detallados o desarrollados en lo que se refiere a las causas de la guerra o las relaciones entre las potencias imperialistas. Esa ausencia se debe a la visión sindicalista de la FVDG. Ésta se concebía, sobre todo en aquel entonces, como una organización de lucha en el plano económico, a pesar de que más que un sindicato era en realidad una coordinación de grupos que defendían ideas sindicalistas, contradicción que los grupos sindicalistas siguen arrastrando hoy. Las ásperas confrontaciones con el SPD, que acabaron con su expulsión a finales de 1908, provocaron en las filas de la FVDG una aversión exacerbada hacia la “política”, con la consecuencia añadida de la pérdida de la herencia de las luchas pasadas contra la separación de lo económico y de lo político, idea ésta transmitida por los grandes sindicatos de la socialdemocracia. A pesar de que su comprensión del marco de las tensiones imperialistas no alcanzó realmente el nivel de lo necesario, esa organización se vio inevitablemente llevada por la guerra a adoptar posturas muy políticas.
La historia del sindicalismo revolucionario en Alemania muestra, y es un buen ejemplo de ello la FVDG, que los análisis teóricos sobre el imperialismo no bastan para adoptar una posición realmente internacionalista. Un instinto proletario sano, un profundo sentimiento de solidaridad con la clase obrera internacional, también son indispensables, y eso era precisamente lo que formaba la espina dorsal de la FVDG en 1914.
Generalmente, la FVDG se califica a sí misma de “antimilitarista” en sus publicaciones; apenas si menciona el internacionalismo. Pero para hacerles plenamente justicia a los sindicalistas-revolucionarios de la FVDG, es necesario abandonar todo tipo de prejuicios y tomar en consideración el verdadero carácter de su labor de oposición a la guerra. El enfoque de la FVDG sobre la cuestión de la guerra no formaba parte de los que se limitaban a las fronteras nacionales como tampoco de los que se dejaban ilusionar por los sueños pacifistas de un posible capitalismo pacífico. Contrariamente a la gran mayoría de pacifistas que acabaron, tras la declaración de guerra, uniéndose a las filas de la defensa de la nación contra el militarismo “extranjero”, pretendidamente más bárbaro, la FVDG, el 8 de agosto de 1914, puso claramente en guardia a la clase obrera contra cualquier cooperación con la burguesía nacional:
“los trabajadores no deben ingenuamente darle confianza a la momentánea humanidad de los capitalistas y patronos. El furor guerrero actual no ha de entorpecer la conciencia de los antagonismos de clase existentes entre el Capital y el Trabajo” ([9]).
No se trataba, para los compañeros de la FVDG, de combatir únicamente un aspecto del capitalismo, el militarismo, sino de integrar la lucha contra la guerra a la lucha general de la clase obrera para el derrocamiento del capitalismo a escala mundial, como ya lo había formulado Karl Liebknecht en 1906 en su folleto Militarismo y antimilitarismo. En 1915, en el articulo “¡Antimilitarismo!”, él había criticado, con razón, las formas heroicas y aparentemente radicales del antimilitarismo tales como la deserción, que entrega aún más el ejercito a los militaristas por la eliminación de los mejores antimilitaristas, y, consecuentemente,
“cualquier método operado únicamente a nivel individual o hecho individualmente debe rechazarse por principio”.
En el movimiento sindicalista-revolucionario internacional, hubo opiniones diferentes sobre a la lucha antimilitarista. Domela Nieuwenhuis, un representante histórico de la idea de huelga general, definió sus medios en 1901 en su folleto El militarismo, mezcla curiosa de reformas y de objeción individual. No es para nada el caso de la FVDG; esta comparte la preocupación de Liebknecht, o sea que es la acción de clase de todos los trabajadores colectivamente –y no la acción individual– el único medio contra la guerra.
La prensa de la FVDG, que estaba a cargo del Secretariado (Geschäftskommission) en Berlín, compuesto de cinco compañeros en torno a Fritz Kater, expresaba con fuerza las posiciones políticas propias de los redactores debido a la floja cohesión organizativa de la FVDG. El internacionalismo en la FVDG no se limitaba sin embargo a una minoría de la organización, como así fue en la CGT sindicalista-revolucionaria en Francia. No hubo escisión en sus filas debido a la guerra. El que solo una minoría pudiese mantener una actividad permanente se debió más bien a la represión y a las incorporaciones forzadas en el frente. Grupos sindicalistas-revolucionarios seguían activos en Berlín y en otras dieciocho localidades. Tras la prohibición de Die Einigkeit en agosto de 1914, siguieron en contacto mediante un Mitteilungsblatt (boletín de información), y cuando fue prohibida en enero de 1915 a través de las Rundschreiben (circulares), hasta que también se prohibieron en mayo del 1917. La fuerte represión contra los sindicalistas-revolucionarios internacionalistas en Alemania hizo que sus publicaciones, en cuanto empezó la guerra, fueran más boletines internos que revistas publicas:
“Los comités directores, o las personas de confianza, deben inmediatamente editar únicamente el número necesario de ejemplares para sus miembros existentes y solo distribuirles el boletín a éstos” ([10]).
Los compañeros de la FVDG también tuvieron el valor de oponerse a la movilización de la mayoría de la CGT sindicalista-revolucionaria en Francia a favor de la participación en la guerra. Cuando capitula la mayoría de la CGT, escriben:
“Toda esa excitación por la guerra por parte de socialistas, de sindicalistas y de antimilitaristas internacionales no hará en absoluto que se tambaleen nuestros principios” ([11]).
¡La cuestión de la guerra se había vuelto la clave del movimiento sindicalista-revolucionario internacional! Oponerse a la gran hermana sindicalista-revolucionaria de Francia exigía una sólida fidelidad a la clase obrera, habida cuenta de que la CGT y sus teorías habían sido durante años una referencia importante en la evolución hacia el sindicalismo-revolucionario. Durante la guerra, los compañeros de la FVDG apoyaron a la minoría internacionalista salida de la CGT en torno a Pierre Monatte.
Todos los sindicatos en Alemania en 1914 sucumbieron a la fiebre nacionalista de la guerra. ¿Por qué fue una excepción la FVDG? Es imposible contestar a esa pregunta invocando únicamente la “suerte” de haber tenido, como así fue sin embargo, un secretariado (Geschäftskommission) firme e internacionalista. Del mismo modo tampoco se puede explicar la capitulación de los sindicatos socialdemócratas por la “desgracia” de haber estado dirigidos por traidores.
Tampoco basta con decir que la FVDG tenía una solidez internacionalista debido a su clara evolución hacia el sindicalismo-revolucionario a partir de 1908. El ejemplo de la CGT en Francia muestra que el sindicalismo-revolucionario en aquel entonces no era por sí solo una garantía de internacionalismo. Se puede afirmar en general que ni la profesión de fe de marxismo, de anarquismo o de sindicalismo-revolucionario da, de por sí, la menor garantía de ser internacionalista.
La FVDG rechazó la mentira patriotera de la clase dominante, incluida la socialdemocracia, de una “guerra defensiva” (trampa en la que cayó trágicamente Kropotkin). Denunció en su prensa la lógica en la que cada nación se presenta como “agredida”: Alemania por el zarismo ruso, Francia por el militarismo prusiano, etc. ([12]). Esa claridad no podía desarrollarse sino basándose en la idea de que desde entonces era imposible distinguir, en el capitalismo, naciones más modernas o naciones más atrasadas, y que el capitalismo, como un todo, se había vuelto destructor para la humanidad. En la época de la Primera Guerra Mundial, la posición internacionalista se distingue en particular por la denuncia política de la “guerra defensiva”. No es una casualidad si Trotski dedicó un folleto entero al tema en el otoño de 1914 ([13]). Unos años después, durante la Segunda Guerra Mundial, el internacionalismo dependerá mucho más del rechazo consecuente de la “defensa de la democracia contra el fascismo”, del antifascismo, cuestión sobre la que la corriente sindicalista-revolucionaria tendrá muchas más dificultades que en 1914.
La FVDG argumentaba a menudo recurriendo a principios humanos y emocionales:
“El socialismo pone los principios humanos por encima de los principios nacionales. (…) Resulta (…) difícil situarse del lado de la humanidad hundida en la aflicción, pero si queremos ser socialistas ahí hemos de estar” ([14]).
Pensamos sin embargo que sería un error burlarse del internacionalismo de la FVDG por ser “idealista”. La cuestión de la solidaridad y de la relación humana con los demás trabajadores del mundo entero era en aquel entonces una base para el internacionalismo, ¡y sigue siéndolo! No cabe duda que efectivamente una tendencia idealista nació a finales de los años 1920 en el movimiento sindicalista-revolucionario de la FAUD en Alemania, el movimiento por las comunas. Éste era sin embargo más bien la expresión de un retroceso tras la derrota de la revolución alemana a partir de 1923. El internacionalismo de la FVDG expresado en 1914 de forma emocional y proletaria en contra de la guerra era en aquel entonces, sin embargo, un rasgo de la fuerza del movimiento sindicalista-revolucionario en Alemania con respecto a la cuestión tan decisiva de la guerra.
Las raíces fundamentales del internacionalismo de la FVDG están no obstante esencialmente en la historia de su larga oposición al reformismo que iba insinuándose en el SPD y los sindicatos socialdemócratas. Su aversión hacia la panacea universal del parlamentarismo del SPD tuvo un papel esencial pues impidió, contrariamente a los sindicatos socialdemócratas, su integración ideológica en el Estado capitalista.
Durante los años que preceden el estallido de la guerra mundial, aparece una oposición entre tres tendencias en la FVDG: una expresaba la identidad sindical, otra la resistencia a la “política” (del SPD) y la tercera la propia realidad de la FVDG como conjunto de grupos de propaganda (realidad que, como ya lo explicamos, también frenó su capacidad de tener análisis claros sobre el imperialismo). Esa confrontación no produjo únicamente debilidades. Ante la política abiertamente chovinista del SPD y de los demás sindicatos, el antiguo reflejo de resistencia contra la despolitización de las luchas obreras, bastante fuerte hasta la huelga de masas de 1914, se reanimó. Más allá de su tradición internacionalista bien asentada, las partes decisivas más políticas de la FVDG no podían obviamente, sin perder su identidad histórica, alinearse en la línea política belicista de los jefes de los sindicatos socialdemócratas a los que habían combatido durante años.
Aunque como ya lo escribimos en nuestro articulo precedente ([15]), la resistencia al reformismo acarreaba debilidades extrañas como la aversión hacia la “política”, la actitud con respecto a la guerra fue lo determinante en 1914. ¡La contribución internacionalista de la FVDG fue en aquel entonces mucho más importante para la clase obrera que sus debilidades!
La sana reacción de no replegarse en Alemania a pesar de unas condiciones particularmente difíciles fue decisiva para mantener una firmeza internacionalista. La FVDG buscó el contacto no solo con la minoría internacionalista de Monatte en la CGT, sino también con otros sindicalistas-revolucionarios en Dinamarca, Suecia, España, Holanda (Nationaal Arbeids Secretariaat) e Italia (Unione Sindacale Italiana) que se oponían también a la guerra.
¿Con qué fuerza podía hacerse oír en la clase obrera la voz internacionalista de la FVDG durante la guerra? Se opuso con vigor a los pérfidos órganos de integración en la Unión Sagrada. Como lo formuló muy claramente su publicación interna, Rundschreiben, su oposición a la participación en los Comités de guerra ([16]) fue muy consecuente:
“¡Ni hablar! Semejantes funciones no son nada para nuestros miembros o funcionarios (…) Nadie puede exigir eso de ellos” ([17]).
Pero durante los años 1914-17, se dirige casi exclusivamente a sus propios miembros. Con una estimación realista de la impotencia momentánea y de la imposibilidad de poder realmente ser un obstáculo a la guerra, pero sobre todo con un temor legitimo de la destrucción de la organización, Fritz Kater, en nombre del Secretariado (Geschäftskommission) se dirigió el 15 de agosto de 1914 en la Mitteilungsblatt a sus compañeros de la FVDG:
“Nuestros puntos de vista sobre el militarismo y la guerra, tal como los defendimos y propagamos durante decenios, de los que responderemos hasta la muerte, no son admisibles en una época de entusiasmo desenfrenado a favor de la guerra, estamos condenados al silencio. Era previsible, y la prohibición no es en nada una sorpresa para nosotros. Hemos de resignarnos al silencio, así como los demás compañeros del sindicato.”
De forma contradictoria, Kater expresa por un lado la esperanzas de mantener las actividades como antes de la guerra (¡lo que era sin embargo imposible debido a la represión!) y por el otro el objetivo mínimo de salvar la organización:
“El secretariado (Geschäftskommission) piensa sin embargo que actuaría olvidándose de sus deberes si con la prohibición de la prensa dejase todas las demás actividades. Eso, no lo hará. (…) mantendrá el lazo entre las diferentes organizaciones y hará todo lo necesario para impedir su descomposición.”
La FVDG sobrevivió efectivamente a la guerra, no en base a una estrategia de supervivencia particularmente hábil o de llamadas repetidas a no abandonar la organización. Fue claramente su internacionalismo lo que, durante toda la guerra, sirvió de referencia a sus miembros.
Cuando el “Llamamiento internacional contra la guerra” del Manifiesto de Zimmerwald resonó en septiembre de 1915, fue saludado solidariamente por la FVDG. Eso se debió sobre todo a su proximidad con la minoría internacionalista de la CGT presente en Zimmerwald. Pero la FVDG desconfiaba mucho de gran parte de los grupos presentes en la Conferencia, por estar demasiado ligados a la tradición del parlamentarismo. Eso estaba en gran parte justificado. Seis de los presentes y Lenin entre ellos habían declarado: “El Manifiesto aceptado no nos satisface completamente. (…) Éste no contiene ninguna definición clara de los medios para combatir la guerra” ([18]). La FVDG tampoco tenía, contrariamente a Lenin, la claridad necesaria sobre los medios para luchar contra la guerra. Su desconfianza expresaba más bien una ausencia de apertura con respecto a los demás internacionalistas, como lo demuestran claramente sus relaciones con los de Alemania.
¿Por qué no hubo cooperación en la misma Alemania entre la oposición internacionalista del Spartakusbund y los sindicalistas-revolucionarios de la FVDG? Durante mucho tiempo, existió entre ellos un abismo que no pudo ser colmado. Diez años antes, cuando el debate sobre la huelga de masas, Karl Liebknecht había generalizado exageradamente al conjunto de la FVDG las debilidades individualistas de uno de sus portavoces del momento, Rafael Friedeberg. Por lo que sabemos, los revolucionarios en torno a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht tampoco buscaron el contacto con la FVDG durante los primeros años de la guerra, debido probablemente a una subestimación de las capacidades internacionalistas de los sindicalistas-revolucionarios.
La misma FVDG tuvo, con respecto a Liebkecht, figura simbólica del movimiento contra la guerra en Alemania, una actitud muy fluctuante que impedía cualquier acercamiento. Por un lado nunca le perdonó la aprobación de los créditos de guerra en agosto de 1914, que él había votado no por convicción sino en base a una falsa concepción de la disciplina de fracción que criticó más adelante. Sin embargo la FVDG siempre tomó su defensa en su prensa cuando fue víctima de la represión. La FVDG no pensaba que la oposición en el SPD sería capaz de librarse del parlamentarismo, paso que ella misma no había dado hasta que se separó del SPD en 1908. Existía una profunda desconfianza. Sólo a finales de 1918, cuando el movimiento revolucionario se extendió por toda Alemania, la FVDG llamó a sus miembros a afiliarse temporalmente a Spartakusbund, en doble afiliación.
Retrospectivamente, ni la FVDG ni los espartaquistas intentaron tomar contacto entre ellos en base a su posición internacionalista durante la guerra. La burguesía reconoció el punto común internacionalista entre ambas organizaciones mejor que ellas mismas: la prensa controlada por la dirección del SPD intentó varias veces denigrar a los espartaquistas diciendo que eran próximos a la tendencia “Kater” ([19]).
Si podemos sacar lecciones para hoy y para el futuro de la FVDG durante la Primera Guerra Mundial, es precisamente la de la necesidad de buscar contactos con los demás internacionalistas, a pesar de las diferencias que puedan existir sobre otras cuestiones políticas. Esto no tiene nada que ver con un “frente único” (que a causa de alguna debilidad en los principios busca la cooperación hasta con organizaciones del campo enemigo) como el que se conoció en la historia durante los años 1920-30, sino, al contrario con el reconocimiento del punto común proletario más importante.
Mario, 5 de agosto de 2011
[1]) Freie Vereinigung deutscher Gewerkschaften (Unión Libre de Sindicatos Alemanes).
[2]) H.J. Bieber: Gewerkschaften in Krieg und Revolution, 1981, tomo 1, p. 88 (traduccion nuestra).
[3]) “Patria” en alemán.
[4]) Cf. Folkert Mohrhof, Der syndikalistische Streik auf dem Ozean-Dampfer „Vaterland“ 1914, 2008 (traducción nuestra).
[5]) Die Einigkeit, principal órgano de la FVDG, 27 junio de 1914, artículo de Karl Roche, „Ein Gewerkschaftsführer als Gehilfe des Staatsanwalts“ (traducción nuestra).
[6]) Franz Jung, Der Weg nach unten, Nautilus, p. 89 (traducción nuestra).
[7]) Emma Goldman, Living My Life, p. 656 (traducción nuestra). En febrero de 1915, Emma Goldman se pronunció públicamente, junto con otros anarquistas internacionalistas como Berckman y Malatesta, contra el apoyo a la guerra por la figura principal del anarquismo, Kropotkin y otros. La FVDG saludó en la Mitteilungsblatt del 20 de febrero de 1915 esa defensa del internacionalismo por parte de los anarquistas revolucionarios contra Kropotkin.
[8]) “¿Qué distingue al movimiento sindicalista revolucionario?”, Revista Internacional no 118,
[9]) Die Einigkeit, no 32, 8 de agosto de 1914.
[10]) Mitteilungsblatt, 15 de agosto de 1914.
[11]) Mitteilungsblatt, 10 de octubre de 1914. Citado por Wayne Thorpe, Keeping the faith: The German Syndicalists in the First World War. Con los documentos originales de la FVDG, ese libro es la única (y muy valiosa) fuente sobre el sindicalismo revolucionario alemán durante la Primera Guerra Mundial.
[12]) Véase entre otros Mitteilungsblatt, noviembre de 1914 y Rundschreiben, agosto de 1916.
[13]) La Guerra y la Internacional.
[14]) Mitteilungsblatt, 21 de noviembre de 1914.
[15]) Véase “El sindicalismo revolucionario en Alemania (II) – La Unión Libre de los Sindicatos alemanes en marcha hacia el sindicalismo revolucionario”, Revista Internacional no 141,
https://es.internationalism.org/rint141-sindicatos+alemanes2 [30].
[16]) Primero en la industria metalúrgica de Berlín, esos comités de guerra (Kriegsausschüsse) fueron fundados después de febrero de 1915 entre representantes de las asociaciones patronales de la metalurgia y los grandes sindicatos. Su objetivo era atajar la tendencia creciente de los obreros a cambiar de lugar de trabajo en búsqueda de sueldos más altos, pues las matanzas bélicas habían provocado una penuria de mano de obra. Esa fluctuación “incontrolada” era, para el gobierno como para los sindicatos, nefasta para la eficacia de la producción de guerra. La instauración de esos comités se basaba en un intento precedente –propuesto desde agosto de 1914 por el líder sindical socialdemócrata Theodor Leipart– de lanzar la formación de “Kriegsarbeitsgemeinschaften” (colectivos de guerra con la patronal) los cuales, bajo el falso pretexto de actuar a favor de la clase obrera para luchar contra el desempleo y regular el mercado del trabajo, ¡tenía como objetivo real hacerlo todo por reforzar lo más posible la producción para la guerra!
[17]) Citado por W. Thorpe, Keeping the faith: The German Syndicalists in the First World War.
[18]) Declaración de Lenin, Zinóviev, Radek, Nerman, Högluend y Berzin en la Conferencia de Zimmerwald, citado por J. Humbert-Droz, El origen de la Internacional Comunista, p. 144 edición en francés (traducido por nosotros).
[19]) P. ej. Vorwärts, 9 de enero de 1917.
En los artículos anteriores de esta serie, mostramos que los marxistas (e incluso algunos anarquistas) compartían en gran medida la misma visión sobre la etapa histórica alcanzada por el capitalismo a mediados del siglo XX. La guerra imperialista devastadora de 1914-18, la oleada revolucionaria internacional que se levantó tras ella y la depresión económica mundial sin precedentes que marcó los años 1930, todos esos acontecimientos se consideraron como la prueba irrefutable de que el modo de producción burgués había entrado en su fase de declive, en la época de la revolución proletaria mundial. La experiencia de la segunda carnicería imperialista no puso, evidentemente, en entredicho ese diagnóstico, sino que, al contrario, fue una prueba todavía más patente de que el sistema había consumido su tiempo. Víctor Serge ya había escrito que los años 1930 eran “medianoche en el siglo”, una década en la que la contrarrevolución venció en todos los frentes en el momento mismo en que las condiciones objetivas para derribar el sistema estaban más maduras que nunca. Pero lo sucedido entre 1939 y 1945 demostró que la noche del siglo podía ser todavía más oscura.
Como escribíamos en el primer artículo de esta serie ([1]):
“El cuadro de Picasso, Guernica, es célebre, con razón, por ser una representación sin parangón de los horrores de la guerra moderna. El bombardeo ciego de la población civil de la ciudad de Guernica por la aviación alemana que apoyaba al ejército de Franco, provocó una enorme conmoción pues era un fenómeno relativamente nuevo. El bombardeo aéreo de objetivos civiles fue muy limitado durante la Iª Guerra mundial y muy ineficaz. La gran mayoría de los muertos de esa guerra eran soldados en los campos de batalla. La IIª Guerra mundial mostró hasta qué punto la barbarie del capitalismo en decadencia se había incrementado, pues esta vez la mayoría de los muertos eran civiles: “El cálculo total de vidas humanas perdidas a causa de la Segunda Guerra mundial, dejando de lado el campo al que pertenecían, es alrededor de 72 millones. La cantidad de civiles alcanza los 47 millones, incluidos los muertos por hambre y enfermedad causadas por la guerra. Las pérdidas militares ascienden a unos 25 millones, incluidos 5 millones de prisioneros de guerra” ([2]). La expresión más aterradora y en la que se concentra el horror fue la matanza industrial de millones de judíos y de otras minorías por el régimen nazi, fusilados por paquetes en los guetos y los bosques de Europa del Este, hambrientos y explotados en el trabajo como esclavos, hasta la muerte, gaseados por cientos de miles en los campos de Auschwitz, Bergen-Belsen o Treblinka. La cantidad de muertos civiles, víctimas de los bombardeos de ciudades por las acciones bélicas de ambos bandos es la prueba de que el holocausto, el asesinato sistemático de inocentes, fue una característica general de esa guerra. Y en este aspecto, las democracias incluso sobrepasaron sin duda a las potencias fascistas, pues el manto de bombas, especialmente las incendiarias, que cubrieron las ciudades alemanas y japonesas dan, por comparación, un aspecto un poco “aficionado” al Blitz alemán sobre el Reino Unido. El punto álgido y simbólico de ese nuevo método de matanza de masas fue el bombardeo atómico de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki; pero en lo que a muertos civiles se refiere, el bombardeo “convencional” de ciudades como Tokio, Hamburgo y Dresde fue todavía más mortífero.”
Contrariamente a la Primera Guerra mundial a la que puso fin el estallido de las luchas revolucionarias en Rusia y Alemania, el proletariado no se deshizo de sus cadenas al término de la Segunda. No sólo había sido aplastado físicamente, en especial por el mazo del estalinismo y del fascismo, sino que además fue alistado ideológica y físicamente tras las banderas de la burguesía, sobre todo gracias a la mistificación del antifascismo y de la defensa de la democracia. Hubo explosiones de lucha de clases y de revueltas al final de la guerra, en el norte Italia en particular, que poseían claramente una conciencia internacionalista. Pero la clase dominante se había preparado para tales explosiones, tratándolas con una crueldad despiadada, especialmente en Italia donde las fuerzas aliadas, dirigidas con maestría por Churchill, permitieron que las fuerzas nazis reprimieran la revuelta obrera mientras que aquéllas bombardeaban las ciudades del norte afectadas por las huelgas; mientras tanto, los estalinistas lo hacían todo por reclutar a los obreros combativos en la resistencia patriótica. En Alemania, el terror de los bombardeos de las ciudades eliminó toda posibilidad de que la derrota militar del país permitiera una repetición de las luchas revolucionarias como en 1918 ([3]).
O sea que la esperanza que había animado a los pequeños grupos revolucionarios que habían sobrevivido al naufragio de los años 1920 y 30 (que una nueva guerra provocara un nuevo surgimiento revolucionario) se esfumó rápidamente.
En esas condiciones, el exiguo movimiento revolucionario que se mantuvo en posiciones internacionalistas durante la guerra, después de un breve período de revitalización tras el desmoronamiento de los regimenes fascistas en Europa, se vio ante las peores condiciones cuando emprendió la tarea de analizar la nueva fase de la vida del capitalismo después de seis años de carnicería y destrucción. La mayoría de los grupos trotskistas habían firmado su sentencia de muerte como corrientes proletarias al haber apoyado durante la guerra al campo Aliado, en nombre de la defensa de la “democracia” contra el fascismo; tal traición quedó confirmada con su apoyo abierto al imperialismo ruso y sus anexiones en Europa del Este después de la guerra. Quedaba todavía una serie de grupos que habían roto con el trotskismo, manteniendo una posición internacionalista contra la guerra, como los RKD de Austria, el grupo en torno a Munis, y la Unión comunista internacionalista en Grecia animada por Agis Stinas y Cornelius Castoriadis, el cual, más tarde, formaría en Francia el grupo Socialismo o Barbarie. Los RKD, en su apresuramiento por analizar lo que condujo el trotskismo a la muerte, empezaron por rechazar el bolchevismo, acabando por abandonar totalmente el marxismo. Munis evolucionó hacia posiciones comunistas de izquierda y tuvo durante toda su vida el convencimiento de que la civilización capitalista era decadente hasta los tuétanos, aplicando ese concepto con la mayor claridad a cuestiones clave como la sindical y la nacional. Pero parece que no logró comprender de qué manera estaba relacionada la decadencia al atolladero económico del sistema: en los años 1970, su organización, Fomento Obrero Revolucionario (FOR), abandonó las Conferencias de la Izquierda comunista porque los demás grupos participantes pensaban que había una crisis económica abierta del sistema, una idea que Munis rechazaba. Como veremos más adelante, a Socialismo o Barbarie lo engañó el boom iniciado en los años 1950, acabando por poner en entredicho también las bases de la teoría marxista. O sea que ninguno de los antiguos grupos trotskistas parece haber aportado contribuciones duraderas para la comprensión marxista de las condiciones históricas a las que estaba ya enfrentado el capitalismo mundial.
La evolución de la Izquierda comunista holandesa después de la guerra nos da también indicaciones sobre la trayectoria del movimiento. Hubo un breve rebrote político y organizativo con la formación de Spartacusbond en Holanda. Como lo explicamos en nuestro libro La Izquierda comunista holandesa, ese grupo reanudó momentáneamente con la clarividencia del KAPD, no solo porque confirmó el declive del sistema, sino también porque perdió el miedo consejista al partido. La apertura a otras corrientes revolucionarias, especialmente hacia la Izquierda comunista de Francia, facilitó esa actitud. Pero no duró mucho. La mayoría de la Izquierda holandesa, en especial el grupo en torno a Cajo Brendel, dio marcha atrás hacia ideas anarquizantes de la organización y métodos obreristas que veían poco interés en situar las luchas obreras en su contexto histórico general.
La corriente revolucionaria que había sido más clarividente sobre la trayectoria del capitalismo en los años 1930 – la Izquierda comunista de Italia – no pudo evitar la desesperanza que afectó al movimiento revolucionario al final de la guerra. Al principio, la mayor parte de sus miembros consideró el estallido de una revuelta proletaria significativa en la Italia del norte en 1943, como expresión de un cambio del curso histórico, como el incipiente preludio de la revolución comunista que esperaban. Los camaradas de la Fracción francesa de la Izquierda comunista internacional, que se había formado durante la guerra en la clandestinidad bajo la Francia de Vichy, compartían al principio esa idea, pero pronto consideraron que la burguesía, aprovechándose de toda la experiencia de 1917, estaba preparada para tales explosiones y utilizaría todo su arsenal de armas para aplastar sin piedad a los proletarios. En cambio, la mayoría de los camaradas que habían permanecido en Italia, a la que se unieron los miembros de la Fracción italiana de vuelta del exilio, proclamó la constitución del Partido comunista internacionalista (que designaremos PCInt, para distinguirlo de los “Partido Comunista Internacional” posteriores). La nueva organización tenía una posición claramente internacionalista contra los dos campos imperialistas, pero se había formado a toda prisa y reunía a toda una serie de elementos políticamente heterogéneos y en gran parte discordantes; eso acabaría acarreando muchas dificultades en los años siguientes. La mayoría de los camaradas de la Fracción francesa se opuso a la disolución de la Fracción italiana y a la incorporación de sus miembros en el nuevo partido. Aquélla puso rápidamente en guardia a éste contra la adopción de posiciones que significaban una regresión patente en relación con las de la Fracción italiana. En temas tan centrales como las relaciones entre partido y sindicatos, la voluntad de participar en las elecciones y la práctica organizativa interna, la Fracción francesa veía manifestarse claramente un deslizamiento hacia el oportunismo ([4]). El resultado de esas críticas fue que la Fracción francesa fue excluida de la Izquierda comunista internacional, constituyéndose en Gauche communiste de France (GCF) (Izquierda comunista de Francia, ICF).
Uno de los componentes del PCInt era la “Fracción de Socialistas y Comunistas” de Nápoles en torno a Amadeo Bordiga; el proyecto de formar el partido con Bordiga, que había desempeñado un papel incomparable en la formación del Partido comunista de Italia a principios de los años 1920 y en la lucha contra la degeneración de la Internacional comunista después, fue un factor fundamental en la decisión de proclamar el partido. Bordiga había sido el primero en criticar abiertamente a Stalin en las sesiones de la IC, denunciándole a la cara como el enterrador de la revolución que Stalin era. Pero desde principios de los años 1930 y durante los primeros años de la guerra, Bordiga se retiró de la vida política a pesar de los numerosos llamamientos de sus compañeros para que volviera a la actividad. Por consiguiente, las adquisiciones políticas desarrolladas por la Fracción italiana – sobre la relación entre fracción y partido, las lecciones que se habían extraído de la revolución rusa, sobre el declive del capitalismo y sus repercusiones sobre problemas como la cuestión sindical y la nacional – a Bordiga le eran, en gran parte, ajenas, quedándose parado en las posiciones de los años 1920. Determinado a combatir todas las formas de oportunismo y de revisionismo plasmados en los constantes “nuevos rumbos” de los partidos “comunistas” oficiales, Bordiga empezó a desarrollar la teoría de “la invariabilidad histórica del marxismo”: según esa idea, lo que distingue al programa comunista, es su carácter básicamente inmutable, lo cual significa que los grandes cambios habidos en las posiciones de la IC o de la Izquierda comunista, cuando rompieron con la socialdemocracia, no fueron sino una “restauración” del programa de origen, personificado en el Manifiesto del Partido Comunista de 1848 ([5]). La consecuencia lógica de tal modo de ver es que no hubo cambio de época en la vida del capitalismo en el siglo XX; el argumento principal de Bordiga contra la noción de decadencia del capitalismo está en la polémica contra lo que él llamaba “la teoría de la curva descendente”:
“La teoría de la curva descendente compara el desarrollo histórico a una sinusoide: todo régimen, por ejemplo el burgués, empieza por una fase ascendente, alcanza un punto máximo, tras lo cual otro régimen asciende. Esta visión es la de un reformismo gradualista: no hay saltos, ni sacudidas. (...) La visión marxista puede representarse esquemáticamente mediante unas serie de curvas siempre ascendentes hasta unas cimas (en geometría “puntos singulares” o “puntos de ruptura”) seguidos de una caída casi vertical, y, después, abajo del todo, otra rama histórica ascendente, o sea un nuevo régimen social (...) La afirmación corriente de que el capitalismo está en su fase descendente y que ya no puede volver a subir, contiene dos errores: el fatalismo y el gradualismo” (Reunión de Roma, abril 1951 ([6])).
Bordiga escribió también: “Para Marx el capitalismo crece sin cesar más allá de todo límite…” ([7]). El capitalismo estaría formado por una serie de ciclos en los cuales cada crisis, tras un periodo de expansión “ilimitada”, es más profunda que la precedente, planteándose la necesidad de una ruptura completa y repentina con el viejo sistema.
Ya hemos contestado a esos argumentos en las Revista Internacional números 48 y 55 ([8]), rechazando la acusación de Bordiga de que la noción de declive del capitalismo acabaría deslizándose hacia una idea gradualista y fatalista; explicábamos por qué las sociedades nuevas no nacen hasta que los seres humanos no hayan hecho una larga experiencia de la incompatibilidad del viejo sistema con sus necesidades. Pero ya en el propio PCInt se hicieron oír voces contra la teoría de Bordiga. No toda la labor de la Fracción se había perdido entre las fuerzas que habían constituido el PCInt. Ante la realidad de la posguerra, marcada sobre todo por un aislamiento creciente de los revolucionarios respecto a su clase, una realidad que, inevitablemente, había hecho de una organización, que pudo haberse tomado por un partido, un pequeño grupo comunista, surgieron dos tendencias principales en el PCInt, preparando el terreno a la escisión de 1952. La corriente en torno a Onorato Damen, antepasado de la actual Tendencia Comunista Internacionalista (TCI), mantuvo la noción de decadencia del capitalismo. Precisamente esa corriente fue el blanco principal de la polémica de Bordiga sobre la “curva descendente”. El haber mantenido la noción de decadencia permitió a la Fracción seguir siendo clarividentes sobre cuestiones como: la caracterización de Rusia como una forma de capitalismo de Estado; el acuerdo con Rosa Luxemburgo sobre la cuestión nacional; y la comprensión de la naturaleza capitalista de los sindicatos (esta posición la defendió de manera especialmente clara Stefanini, quien había sido uno de los primeros de la Fracción en el exilio en comprender su integración en el Estado capitalista).
Le numero del verano 2011 de Revolutionary Perspectives, publicación de la Communist Workers’ Organisation (grupo afiliado a la TCI en Gran Bretaña), ha vuelto a publicar la introducción de Damen a su correspondencia con Bordiga en la época de la escisión. Damen, refiriéndose a la idea de Lenin de un capitalismo moribundo y al enfoque de Rosa Luxemburgo sobre el imperialismo como proceso que precipita el hundimiento del capitalismo, refuta la polémica de Bordiga contra la teoría de la curva descendente:
“Es cierto que el imperialismo acrecienta enormemente y proporciona los medios para prolongar la vida del capital pero, al mismo tiempo, es el medio más seguro para abreviarla. Ese esquema de una curva siempre ascendente no sólo no muestra eso sino que, en cierto modo, lo niega” ([9]).
Además, como Damen lo subraya, la idea de un capitalismo en perpetuo ascenso, por decirlo así, permite a Bordiga dejar ambigüedades sobre la naturaleza de la URSS:
“Ante la alternativa de seguir siendo lo que siempre hemos sido, o deslizarse hacia una actitud de aversión platónica e intelectualista hacia el capitalismo americano y de neutralidad indulgente hacia el capitalismo ruso porque éste no estaría todavía maduro desde un punto de vista capitalista, nosotros no vacilamos en reafirmar la posición clásica que los comunistas internacionalistas han defendido contra todos los protagonistas del segundo conflicto imperialista, que no es la de esperar la victoria de uno o del otro de los adversarios sino la de buscar una solución revolucionaria a la crisis capitalista.”
Podríamos nosotros añadir que esa idea de que las áreas menos desarrolladas de le economía mundial podrían beneficiarse de una especie de “juventud” del capitalismo y por lo tanto poseer un carácter progresista llevó a la corriente bordiguista a una dilución más explícita todavía de los principios internacionalistas con su apoyo a los “pueblos de color” en las antiguas colonias.
El repliegue de la Izquierda italiana dentro de las fronteras de Italia después de la guerra hizo que la mayor parte del debate entre las dos tendencias en el PCInt fuera inaccesible durante mucho tiempo para quienes, en el resto del mundo, no conocían la lengua italiana. Nos parece, sin embargo, que aunque la corriente de Damen era de manera general mucho más clara sobre las posiciones de clase básicas, ninguna de las dos corrientes tenía el monopolio de la clarividencia. Bordiga, Maffi y otros tenían razón cuando intuyeron que el período que se abría, caracterizado por el triunfo de la contrarrevolución, significaba inevitablemente que les tareas teóricas iban a ser prioritarias con relación a una labor de agitación amplia. La tendencia de Damen, en cambio, comprendía menos todavía que un verdadero partido de clase, capaz de desarrollar una presencia efectiva en el seno de la clase obrera, no estaba sencillamente al orden del día en aquel período. En esto, la tendencia de Damen perdió totalmente de vista las clarificaciones cruciales realizadas por la Fracción italiana, precisamente sobre la cuestión de la Fracción como puente entre el antiguo partido degenerado y el nuevo partido que el resurgir renovado de la lucha de clases hace posible. De hecho, sin verdadera elaboración, Damen estableció un lazo injustificado entre el esquema de Bordiga de una curva siempre ascendente –esquema indiscutiblemente falso– y la teoría de “la inutilidad de crear un partido en un período contrarrevolucionario” teoría que, a nuestro parecer, era esencialmente válida. Contra esa idea, Damen propone la siguiente:
“el nacimiento del partido no depende, y en eso estamos de acuerdo, “de la genialidad o la valía de un líder o de una vanguardia”, sino que es la existencia histórica del proletariado como clase, lo que plantea, no de manera simplemente episódica en el tiempo y el espacio, la necesidad de la existencia de su partido.”
También podría decirse que el proletariado “necesita” permanentemente la revolución comunista: cierto, pero eso no nos lleva a ningún sitio para comprender si la relación de fuerzas entre las clases hace que la revolución sea algo tangible, a su alcance, o si es una perspectiva para un futuro más lejano. Si, además, ponemos en relación ese problema general con lo que es específico de la época de decadencia del capitalismo, la lógica de Damen aparece todavía más discordante: las condiciones reales de la clase obrera en el período de decadencia, especialmente la absorción de sus organizaciones permanentes de masas por el capitalismo de Estado, han hecho que para el partido de clase sea mucho más difícil mantenerse, y no lo contrario, fuera de las fases en que el proletariado surge con fuerza.
La ICF, aunque formalmente excluida de la rama italiana de la Izquierda comunista, se mantuvo mucho más fiel a la idea desarrollada por la antigua Fracción italiana sobre la función de la minoría revolucionaria en un período de derrota y de contrarrevolución. Fue también el grupo que dio los pasos más importantes para comprender las características del período de decadencia. No se contentó con repetir lo que ya se había comprendido en los años 1930, sino que se dio el objetivo de alcanzar una síntesis más profunda: sus debates con la Izquierda holandesa le permitieron superar algunos errores de la Izquierda italiana sobre el papel del partido en la revolución y mejoraron su comprensión de la naturaleza capitalista de los sindicatos. Sus reflexiones sobre la organización del capitalismo en el período de decadencia le permitieron desarrollar una visión más clara sobre los cambios profundos en la función de la guerra y en la organización de la vida económica y social que marcaron ese período. Esos avances quedaron plasmados en dos textos clave: el “Informe sobre la situación Internacional” de la Conferencia de julio de 1945 de la ICF ([10]) y “La evolución del capitalismo y la nueva perspectiva” ([11]).
El informe de 1945 se centraba en cómo había cambiado la función de la guerra capitalista entre el período de ascendencia y el de decadencia. La guerra imperialista era la expresión más concentrada del declive del sistema:
“No existe una oposición fundamental en régimen capitalista entre guerra y paz, pero sí existe una diferencia entre las dos fases ascendente y decadente de la sociedad capitalista y, por lo tanto, una diferencia en la función de la guerra (en la relación entre guerra y paz), en esas dos fases. En la primera, la función de la guerra es asegurar una ampliación del mercado, para una mayor producción y consumo, en la segunda fase la producción está esencialmente centrada en la producción de medios de destrucción, o sea producción para la guerra. La decadencia de la sociedad capitalista se plasma de manera patente en que las guerras se hacen para el desarrollo económico en el periodo ascendente, y, en cambio, en el período de decadencia, es la actividad económica la que se dedica esencialmente a la guerra.
Eso no significa que la guerra se haya convertido en el objetivo de la producción capitalista, pues el objetivo siempre será para el capitalismo la producción de plusvalía, lo que eso significa es que la guerra, al haberse hecho permanente, se ha convertido en modo de vida del capitalismo decadente” ([12]).
En respuesta a quienes defendían que el carácter destructor de la guerra era ni más ni menos que una continuación del ciclo clásico de la acumulación capitalista y que, por lo tanto, era un fenómeno perfectamente “racional”, la ICF afirmaba el carácter profundamente irracional de la guerra imperialista, no sólo ya desde el punto de vista de la humanidad, sino incluso del propio capital:
“El objetivo de la producción de guerra no es solucionar un problema económico. En su origen, la guerra viene de la necesidad del Estado capitalista de defenderse, por un lado, contra las clases desposeídas y mantener por la fuerza la explotación, y asegurar por la fuerza sus posiciones económicas y ampliarlas en detrimento de otros Estados imperialistas. (…) La crisis permanente hace ineluctable, inevitable, que los desacuerdos imperialistas se diriman mediante la lucha armada. La guerra misma y la amenaza de guerra son los aspectos latentes o patentes de una situación de guerra permanente en la sociedad. La guerra moderna es esencialmente una guerra de material. Para esa guerra es necesaria una movilización monstruosa de todos los recursos técnicos y económicos de los países. La producción de guerra se convierte así en el eje de la producción industrial y el principal campo económico de la sociedad.
¿Pero acaso representa la masa de productos un crecimiento de la riqueza social? A esa pregunta hay que responder categóricamente que no, que la producción de guerra, todos los valores que materializa, está destinada a salir de la producción, a no reintegrarse en el proceso de producción, a ser destruida. Tras cada ciclo de producción, la sociedad no registra un crecimiento de su patrimonio social, sino una contracción, un empobrecimiento, en la totalidad” ([13]).
La ICF consideraba así la guerra imperialista como una expresión de la tendencia del capitalismo senil a autodestruirse. Podría decirse lo mismo del modo de organización que se ha vuelto dominante en la nueva época: el capitalismo de Estado.
En “La evolución del capitalismo y la nueva perspectiva”, la ICF analizó el papel del Estado en la supervivencia del sistema en el período de decadencia; también aquí, la distorsión de sus propias leyes por parte del capitalismo es típica de la agonía que lleva a su desmoronamiento:
“Ante la imposibilidad de abrirse nuevos mercados, cada país se cierra y tiende, a partir de ahora, a vivir hacia dentro. La universalización de la economía capitalista, alcanzada a través del mercado mundial, se rompe: es la autarquía. Cada país tiende a hacerse autosuficiente; se crea un sector no rentable de producción, cuyo objetivo es paliar las consecuencias de la ruptura del mercado. Ese paliativo mismo agrava todavía más la dislocación del mercado mundial.
“La rentabilidad, mediante el mercado, era antes de 1914 la pauta, medida y estimulante, de la producción capitalista. El período actual conculca esa ley de la rentabilidad: ésta ya no se realiza a nivel de empresa sino al más global del Estado. La perecuación se hace en un plano contable, a escala nacional; ya no con la intermediación del mercado mundial. O el Estado subvenciona la parte deficitaria de la economía, o el Estado se apropia de toda la economía.
“De lo anterior no se puede concluir que la ley del valor haya desaparecido. Lo que de hecho ocurre es que una unidad de la producción parece separada de la ley del valor al efectuarse dicha producción sin tener aparentemente en cuenta su rentabilidad.
“La superganancia monopolística se obtiene mediante precios “artificiales”, pero en el plano global de la producción, ésta sigue estando vinculada a la ley del valor. La suma de los precios para el conjunto de los productos, no expresa sino el valor global de los productos. Sólo se transforma el reparto de las ganancias entre diferentes grupos capitalistas: los monopolios se atribuyen una superganancia en detrimento de los capitalistas menos armados. De igual modo puede decirse que la ley del valor actúa a nivel de la producción nacional. La ley del valor ya no actúa sobre un producto tomado individualmente, sino sobre el conjunto de los productos. Se asiste a una restricción del campo de aplicación de la ley del valor. La masa total de la ganancia tiende a disminuir por el peso que acarrea el mantenimiento de los sectores deficitarios sobre los demás sectores de la economía.”
Hemos dicho que nadie poseía el monopolio de la claridad en los debates en el seno del PCInt; se puede decir lo mismo respecto a la ICF. Ante la sombría situación del movimiento obrero al término de guerra, la ICF concluyó que no sólo las antiguas instituciones del movimiento obrero, partidos y sindicatos, se habían integrado irreversiblemente en el Leviatán del Estado capitalista, sino que incluso la propia lucha defensiva había perdido su carácter de clase:
“Las luchas económicas de los obreros sólo pueden desembocar en fracasos – en el mejor de los casos en el hábil mantenimiento de unas condiciones de vida ya muy degradadas. Éstas atan al proletariado a los explotadores llevándolo a considerarse solidario del sistema a cambio de un plato de sopa suplementario (y que no obtendrá, al fin y al cabo, sino es mejorando su “productividad”” ([14]).
Es justo sin duda que les luchas económicas no permitían obtener conquistas duraderas en el nuevo período, pero la idea de que sólo servían para atar el proletariado a sus explotadores no era, ni mucho menos, correcta: al contrario, esas luchas seguían siendo una condición previa indispensable para romper esa “solidaridad con el sistema”.
La ICF tampoco veía posibilidad alguna de que el capitalismo pudiera conocer un relanzamiento después de la guerra. Pensaba, por un lado, que había una falta absoluta de mercados extracapitalistas que permitieran un verdadero ciclo de reproducción ampliada. En su legítima polémica contra la idea de Trotski que veía en los movimientos nacionalistas de las colonias o de las antiguas colonias una posibilidad de minar el sistema imperialista mundial, la ICF defendía:
“Las colonias han dejado de ser un mercado extracapitalista para la metrópoli, se han convertido, en realidad, en nuevos países capitalistas. Pierden pues su carácter de salidas mercantiles, lo que hace que sea menos enérgica la resistencia de los viejos imperialismos a las reivindicaciones de las burguesías coloniales. A esto hay que añadir que las dificultades propias a esos imperialismos han favorecido la expansión económica de las colonias durante las dos guerras mundiales. El capital constante iba menguando en Europa, mientras que aumentaba la capacidad de producción de las colonias o semicolonias, desembocando todo ello en una explosión del nacionalismo (África del Sur, India, etc.). Es significativo constatar que esos nuevos países capitalistas han pasado, desde su creación como naciones independientes, a la fase de capitalismo de Estado con los mismos rasgos de una economía volcada hacia la guerra que se observa en otras partes.
“La teoría de Lenin y de Trotski se desmorona. Las colonias se integran en un mundo capitalista y, por lo tanto, lo refuerzan. Ya no hay “eslabón más débil”: la dominación del capital está repartida por igual por toda la superficie del globo.”
Es cierto que la guerra permitió a algunas colonias situadas fuera del espacio principal del conflicto desarrollarse en un sentido capitalista y que, globalmente, les mercados extracapitalistas se habían vuelto cada día menos satisfactorios para proporcionar salidas mercantiles a la producción capitalista. Pero era prematuro anunciar su desaparición total. La expulsión de las viejas potencias como Francia y Gran Bretaña de sus antiguas colonias, con sus relaciones en gran parte parasitarias con sus imperios, permitió al gran vencedor de la contienda –Estados Unidos– encontrar nuevos territorios lucrativos de expansión, especialmente en Extremo Oriente ([15]). En esa misma época existían mercados extracapitalistas no agotados todavía en algunos países europeos (en Francia, por ejemplo) formados en gran parte por ese sector del pequeño campesinado que no había sido integrado todavía en los mecanismos de la economía capitalista.
La supervivencia de algunos mercados solventes exteriores a la economía capitalista fue uno de los factores que permitió que el capitalismo se reavivara en la posguerra durante un período de una duración inesperada. Pero esa revitalización se debió en gran parte a la reorganización política y económica más general del sistema capitalista. En el informe de 1945, la ICF reconoció que aunque el balance global de la guerra fue una catástrofe, algunas potencias imperialistas pudieron, sin embargo, reforzarse gracias a su victoria en la guerra. Así, Estados Unidos salió de la guerra en una situación de fuerza sin precedentes en la historia, lo que le permitió financiar la reconstrucción de las potencias europeas y Japón arruinadas por la guerra, evidentemente por sus propios intereses imperialistas y económicos. Y los mecanismos usados para revivificar y extender la producción durante esa fase fueron precisamente los que la ICF había establecido: el capitalismo de Estado, en especial bajo su forma keynesiana, lo que permitió cierta “armonización” forzada entre la producción y el consumo, no sólo a nivel nacional sino también internacional, mediante la formación de enormes bloques imperialistas; y, acompañándola, se inició un proceso de distorsión total de la ley del valor, en la forma de préstamos masivos y hasta de “regalos” por parte de unos Estados Unidos triunfantes, a las potencias vencidas y arruinadas. Todo ello permitió que se reanudara la producción y que hubiera un crecimiento, eso sí gracias a que entonces, paulatinamente al principio, empezara a incrementarse de manera irreversible, una deuda que nunca será reembolsada, a diferencia del desarrollo del capitalismo ascendente.
Así, haciendo arreglos a escala mundial, le capitalismo conoció, por vez primera desde la llamada “Belle Epoque” de principios del siglo XX, un período de boom. No era todavía visible en 1952 cuando predominaba la austeridad de posguerra. Habiendo analizado con razón que no había habido revitalización del proletariado tras la guerra, la ICF concluyó, erróneamente, que lo que estaba al orden del día era una muy próxima tercera guerra mundial. Este error contribuyó a acelerar la desaparición del grupo que se disolvió en 1952 – año en que se produjo la escisión en el PCInt. Esos dos hechos confirmaron que el movimiento obrero estaba todavía viviendo bajo la sombría y profunda reacción consecutiva a la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-23.
A mediados de los años 1950, cuando la fase de austeridad absoluta estaba acabándose en los países capitalistas centrales, se fue haciendo claro que el capitalismo iba a conocer un boom sin precedentes. En Francia, a ese período se le conoce por los “Treinta Gloriosos”; otros lo llaman “el gran boom keynesiano”. La primera expresión es más bien poco exacta. Es dudoso que ese período haya durado treinta años ([16]), y no fue ni mucho menos glorioso para gran parte de la población. Sin embargo se alcanzaron tasas de crecimiento muy rápidas en los países occidentales. Incluso en los países del Este, mucho más letárgicos y económicamente atrasados, hubo un desarrollo tecnológico que suscitó discusiones sobre la capacidad de Rusia para “alcanzar” al Oeste como parecían sugerirlo de manera espectacular los iniciales éxitos rusos en la carrera espacial. El “desarrollo” de la URSS seguía basándose en la economía de guerra, como en los años 1930. Y aunque el sector armamentístico seguía teniendo mucho peso en el Oeste, los salarios reales de los obreros de los principales países industrializados aumentaron de manera importante (sobre todo comparados con las condiciones muy duras del período de reconstrucción de la economía) y el “consumismo” de masas se convirtió en parte de la vida de la clase obrera, combinado con programas sociales importantes (salud, vacaciones, bajas por enfermedad pagadas) y una tasa de desempleo muy baja. Lo cual permitió al Primer ministro conservador británico, Harold Macmillan, proclamar, en tono paternalista, que “la mayor parte de nuestra población nunca había vivido tan bien” ([17]).
Un economista universitario resume así le desarrollo económico durante ese período:
“Basta con echar un rápido vistazo a las cifras y a las tasas de crecimiento para que aparezca que el crecimiento y la reanudación tras la Segunda Guerra mundial fueron asombrosamente rápidos. Si se observa a las tres economías más importantes de Europa occidental –Gran Bretaña, Francia y Alemania– la Segunda Guerra mundial les infligió muchos más daños y destrucciones que la Primera. Y (excepto para Francia) las pérdidas humanas fueron también mucho mayores durante la Segunda. Al final de la guerra, el 24 % de alemanes nacidos en 1924 habían muerto o desaparecido, 31 % mutilados; después de la guerra había 26 % más de mujeres que de hombres. En 1946, al año siguiente de la Segunda Guerra mundial, el PNB per cápita en las tres economías más importantes de Europa había caído una cuarta parte en relación con el nivel de preguerra de 1938. Era equivalente a la mitad de la caída de la producción per cápita en 1919 comparado con el nivel de preguerra de 1913.
“Sin embargo, el ritmo de reanudación en la posguerra de la Segunda superó rápidamente al de la Primera. En 1949, el PNB medio per cápita en esos tres grandes países había vuelto a alcanzar prácticamente el de la preguerra y, comparativamente, la reanudación tenía dos años de adelanto con relación a su ritmo durante la posguerra de la Primera. En 1951, seis años después de la guerra, el PNB per cápita era superior en más de 10% al de preguerra, un nivel de reanudación nunca alcanzado durante once años después de la Primera Guerra, antes de que comenzara la Gran Depresión. Lo realizado en seis años después de la Segunda Guerra, había durado dieciséis tras la Primera.
“La restauración de la estabilidad financiera y el libre juego de las fuerzas del mercado permitieron a la economía europea conocer dos décadas con un crecimiento rápido nunca antes visto. El crecimiento económico europeo entre 1953 y 1973 fue dos veces más rápido que todo lo que hasta entonces se había visto y que hemos visto desde entonces para un período equivalente. La tasa de crecimiento del PNB fue de 2 % por año entre 1870 y 1913, de 2,5 % por año entre 1922 y 1937. En comparación, el crecimiento se aceleró asombrosamente hasta 4,8 % por año entre 1953 y 1973, antes de caer a la mitad de esa tasa entre 1973 y 1979” ([18]).
Bajo el peso de esa avalancha de hechos, la visión marxista del capitalismo como sistema sometido a crisis y entrado en su período de declive desde hacía casi medio siglo, se encontró puesto en entredicho a todos los niveles. Y, además, teniendo en cuenta la ausencia de movimientos de clase generalizados (con algunas excepciones notables como las luchas masivas en el bloque del Este en 1953 y en 1956), la sociología oficial se puso a hablar del “aburguesamiento” de la clase obrera, de la captación del proletariado por la “sociedad de consumo” que parecía haber solucionado los problemas de gestión de la economía. La puesta en entredicho de los principios fundamentales del marxismo afectó inevitablemente a quienes se consideraban revolucionarios. Marcuse aceptó la idea de que la clase obrera de los países avanzados se había integrado más o menos en el sistema, considerando que el sujeto revolucionario estaba formado desde entonces por las minorías étnicas oprimidas, los estudiantes rebeldes de los países avanzados y los campesinos del “Tercer Mundo”. Pero la elaboración más coherente contra las categorías marxistas “tradicionales” provino del grupo Socialismo o Barbarie (SoB) de Francia, un grupo cuya ruptura con el trotskismo oficial había sido saludada por los comunistas de izquierda de la ICF.
En “El movimiento revolucionario bajo el capitalismo moderno” redactado por el teórico principal del grupo, Paul Cardan (seudónimo de Cornelius Castoriadis), éste analiza los principales países capitalistas a mediados de los años 1960, concluyendo que el capitalismo “burocrático” “moderno” había logrado eliminar las crisis económicas pudiendo por lo tanto proseguir indefinidamente su expansión.
“El capitalismo ha logrado controlar el nivel de la actividad económica hasta tal punto que las fluctuaciones de la producción y de la demanda se mantienen en límites estrechos, excluyéndose desde ahora en adelante las depresiones como la que se produjo en la preguerra (…)
“Hay una intervención consciente continua del Estado para mantener la expansión económica. Aunque la política del Estado capitalista es incapaz de evitar a la economía la alternancia de fases de recesión y de inflación, y menos todavía asegurar el desarrollo racional óptimo, sí está obligada a asumir la responsabilidad del mantenimiento de un “pleno empleo” relativo y de la eliminación de las grandes depresiones. La situación de 1933, que hoy significaría que habría 30 millones de desempleados en Estados Unidos, es totalmente inconcebible, o acabaría desembocando en una explosión del sistema en veinticuatro horas; ni los obreros, ni los capitalistas lo tolerarían por mucho tiempo” ([19]).
De ese modo, la visión del capitalismo de Marx, o sea la de un sistema sometido a crisis sólo se aplicaría al siglo XIX y no a nuestros tiempos. No habría contradicciones económicas “objetivas” y las crisis económicas, cuando ocurren, solo serían de ahora en adelante accidentes (existe una introducción fechada en 1974 a ese libro, que describe precisamente la recesión de ese período como producto de un “accidente”: el aumento del precio del petróleo ([20])). La tendencia al desmoronamiento resultante de las contradicciones económicas internas –o sea, el declive del sistema– ya no sería la base de una revolución socialista, y habría pues que buscar otras raíces. Cardan defiende la idea siguiente: las convulsiones económicas y la pobreza material pueden superarse, de lo que, en cambio, el capitalismo burocrático no puede desembarazarse, es del incremento de la alienación en el trabajo y el ocio, la privatización creciente de la vida cotidiana ([21]) y, en particular, la contradicción entre la necesidad del sistema de tratar a los obreros como objetos estúpidos únicamente capaces de obedecer a unas órdenes y la necesidad de un aparato tecnológico cada vez más sofisticado que se apoya en la iniciativa y la inteligencia de las masas para que pueda funcionar.
Este modo de ver reconocía que el sistema burocrático había incorporado a los antiguos partidos obreros y a los sindicatos ([22]), acentuando así la falta de interés de las masas por la política tradicional. Criticaba ferozmente el vacío de la visión del socialismo defendida por la “izquierda tradicional” cuya defensa de una economía totalmente nacionalizada (aderezada con un pizca de control obrero si se toma la versión trotskista) lo único que ofrecía a las masas era más de lo mismo en las condiciones del momento. Contra esas instituciones fosilizadas, contra la burocratización embrutecedora que afectaba a todos las prácticas sociales y a las organizaciones de la sociedad capitalista, SoB defendía la necesidad de la propia actividad de los obreros en la lucha cotidiana pero también como único medio para alcanzar el socialismo. SoB insistía en que el socialismo debía centrarse en lo esencial: quién controla verdaderamente la producción en la sociedad, lo cual proporcionaba una base mucho más sólida para la construcción de una sociedad socialista que la visión “objetivista” de los marxistas tradicionales que esperaban el próximo gran derrumbamiento para entrar en escena y conducir a los obreros a la tierra prometida, no gracias a una verdadera elevación de la conciencia, sino simplemente gracias a una especie de reacción biológica contra el empobrecimiento. Tal esquema de la revolución, diciéndolo brevemente, no podría llevar nunca a una comprensión verdadera de las relaciones humanas.
“¿Cuál es el origen de las contradicciones del capitalismo, de sus crisis y de su crisis histórica? Es la “apropiación privada”, o sea la propiedad privada y el mercado. Eso es un obstáculo al “desarrollo de las fuerzas productivas”, que es, por otra parte, el único, verdadero y eterno objetivo de las sociedades humanas. La crítica del capitalismo consiste finalmente en decir que no desarrolla con la rapidez necesaria las fuerzas productivas (que es como decir que no es lo bastante capitalista). Para hacer más rápido ese desarrollo, sería necesario y suficiente que se eliminaran la propiedad privada y el mercado: nacionalización de los medios de producción y planificación ofrecerían entonces la solución a la crisis de la sociedad contemporánea.
“Eso, por cierto, los obreros ni lo saben ni pueden saberlo. Su situación les hace soportar las consecuencias de las contradicciones del capitalismo, pero no les lleva, ni mucho menos, a comprender las causas. Conocer esas causas no es el resultado de la experiencia de la producción, sino del saber teórico sobre el funcionamiento de la economía capitalista, saber accesible, sin duda, para obreros individuales, pero no para el proletariado como tal proletariado. Empujado por su revuelta contra la miseria, pero incapaz de dirigirse a sí mismo puesto que su experiencia no le proporciona ningún observatorio privilegiado de la realidad; el proletariado no puede ser, en ese modo de ver, más que la infantería al servicio de un estado mayor de especialistas, los cuales sí saben, a partir de otras consideraciones a las que el proletariado como tal no tiene acceso, lo que no funciona en la sociedad actual y cómo hay que modificarla. La idea tradicional sobre la economía y la perspectiva revolucionaria no puede fundar, y efectivamente no ha fundado en la historia, sino una política burocrática.
“El propio Marx no sacó, claro está, esas consecuencias de su teoría económica; sus posiciones políticas iban, las más de las veces, en un sentido diametralmente opuesto. Pero son esas consecuencias las que objetivamente se derivan de dichas teorías, y son las que se han afirmado de manera cada vez más clara en el movimiento histórico efectivo, desembocando finalmente en el estalinismo. La visión “objetivista” de le economía y de la historia es forzosamente la base de una política burocrática, o sea de una política que, salvaguardando lo esencial del capitalismo, intenta mejorar su funcionamiento” ([23]).
En ese texto, está claro que Cardan no intenta distinguir la “izquierda tradicional” – o sea y hablando claro, el ala izquierda del capital – de las corrientes marxistas auténticas que sobrevivieron a la captación por el capitalismo de los antiguos partidos y que defendieron vigorosamente la propia actividad de la clase obrera, a pesar de su adhesión a la crítica hecha por Marx de la economía política. Esas corrientes no son casi nunca mencionadas, a pesar de las discusiones habidas en la posguerra entre SoB y la ICF; pero, yendo al centro del problema, a pesar del apego a Marx que aparece en ese pasaje, Cardan no explica para nada por qué Marx no sacó conclusiones “burocráticas” de su economía “objetivista”, como tampoco intenta echar luz al abismo que separa la idea del socialismo de Marx y la de estalinistas y trotskistas. De hecho, en otro pasaje del mismo texto, Cardan acusa de objetivismo el método de Marx, de que erige unas leyes económicas implacables ante las cuales los seres humanos no pueden hacer nada, de que cae en la misma cosificación de la fuerza de trabajo que él mismo criticaba. Y, a pesar de su asentimiento pasajero a los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, Cardan nunca aceptó que la critica de la alienación es la base de toda la obra de Marx, una obra que es ante todo una protesta contra la reducción del poder creador de la persona humana a una mercancía, a la vez que reconoce que la generalización de las relaciones mercantiles como la base “objetiva” del declive definitivo del sistema. Y, a pesar de que Cardan reconoce que Marx vio un aspecto “subjetivo” en la determinación del valor de la fuerza de trabajo, eso no le impide sacar la conclusión de que:
“Marx, que descubrió la lucha des clases, escribió una obra monumental en la que analiza el desarrollo del capitalismo, obra en la que la lucha des clases está totalmente ausente” ([24]).
Además, las contradicciones económicas que Cardan desdeña son presentadas de manera muy superficial. Cardan se alinea con la escuela “neoarmonista” (Otto Bauer, Tugan-Baranovski, etc.) que intentó aplicar los esquemas de Marx en le IIº libro de El Capital para probar que el capitalismo podía proseguir la acumulación sin crisis: para Cardan, el capitalismo regulado del período de posguerra aportó finalmente el equilibrio necesario entre la producción y el consumo, eliminando para siempre el problema del “mercado”. Es ni más ni menos que una simple copia del keynesianismo, y los límites inherentes para establecer un “equilibrio” entre producción y mercado iban a aparecer muy rápidamente. Cardan menciona en un apéndice, desdeñándolo, el problema de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Lo más sobresaliente de esa parte de su texto es cuando escribe:
“El argumento en su conjunto está, además, fuera de lugar: es una escapatoria. Si lo hemos discutido ha sido porque se ha vuelto una obsesión en las mentes de muchos revolucionarios honrados, que no pueden librarse de las cadenas de la teoría tradicional. ¿Qué diferencia habrá para el capitalismo en su conjunto que las ganancias sean hoy, pongamos por caso, de 12 % de media, mientras que eran de 15 % hace un siglo? ¿Frenaría eso la acumulación y, por lo tanto, la expansión de la producción capitalista como se dice a veces en esas discusiones? E incluso suponiendo que así fuera, ¿Y qué pues? ¿Cuándo y cuánto? (…) E incluso si esa “ley” fuera exacta, ¿por qué dejaría de serlo bajo el socialismo?
El único “fundamento” de esa “ley” en Marx es algo que no tiene nada que ver con el capitalismo mismo; es el hecho técnico de que hay cada vez más máquinas y menos hombres (para accionarlas, NDLR). Bajo el socialismo, las cosas serían “peor todavía”. Se aceleraría el progreso técnico y lo que, según el razonamiento de Marx, se opone a la tendencia decreciente de la cuota de ganancia bajo el capitalismo, o sea, el aumento de la tasa de explotación, bajo el socialismo no podría haber algo equivalente. ¿Conocería una economía socialista un bloqueo a causa de la penuria de capital que acumular?” ([25]).
Así, para Cardan, une contradicción fundamental arraigada en la producción del propio valor no tiene importancia porque el capitalismo atraviesa un período de acumulación acelerado. Peor todavía: siempre habrá (¿por qué no?) producción de valor en el socialismo puesto que la propia producción de mercancías no desemboca ineluctablemente en la crisis y el desmoronamiento. De hecho, el uso de herramientas capitalistas de base como el valor y la moneda podría incluso ser una manera racional de reparto del producto social, como lo explica Cardan en su folleto Sur le contenu del socialisme ([26]).
Esa superficialidad impidió a Cardan captar lo contingente y temporal del boom de posguerra. 1973 no fue un accidente, y su primer causante no fue el aumento de los precios petroleros, sino la reaparición patente de las contradicciones fundamentales del capitalismo que tanto había intentado negar la burguesía y tanto ha procurado conjurar durante los 40 últimos años, con mayor o menor efecto. Hoy, más que nunca, la afirmación de Cardan de que una nueva depresión era impensable parece ridículamente caduca. No es de extrañar que SoB y su sucesor en Gran Bretaña, Solidarity, desaparecieran entre los años 1960 y 90, cuando la realidad de la crisis económica se reveló cada día más dura para la clase obrera y sus minorías políticas. Sin embargo, muchas ideas de Cardan – como su rechazo del “marxismo clásico” por “objetivista” y negador de la dimensión subjetiva de la lucha revolucionaria – han resistido al tiempo permaneciendo con fuerza, como veremos en otro artículo.
Gerrard
[1]) “Decadencia del capitalismo - La revolución es necesaria y posible desde hace un siglo”, Revista Internacional n° 132, 1er trimestre de 2008, https://es.internationalism.org/book/export/html/2188 [33]
[3]) "La lucha de clases contra la guerra imperialista - Las luchas obreras en Italia 1943 [35]", Revista Internacional n° 75.
[4]) Ver nuestro libro (en francés) la Gauche communiste d’Italie (La Izquierda comunista de Italia) para otros datos sobre cómo se fundó el PCInt. Para las críticas que la ICF (Izquierda comunista de Francia) hizo a la plataforma del partido, léase “El Segundo Congreso del PCInt en Italia” (en francés) en Internationalisme no 36, julio de 1948, republicado en la Revista Internacional no 36, https://fr.internationalism.org/rinte36/pci.htm [36].
[5]) La “invariabilidad” bordiguista, como a menudo hemos demostrado, es, en realidad, muy variable. Así, aún insistiendo en el carácter íntegro del programa comunista desde 1848 y, por lo tanto, en la posibilidad del comunismo desde entonces, Bordiga, por lealtad a los congresos de fundación de la IC, tenía que admitir que la guerra marcó la apertura de una crisis histórica general del sistema. Como lo escribe el propio Bordiga en las “Tesis características del partido” en 1951 : “Les guerras imperialistas mundiales demuestran que la crisis de desmoronamiento del capitalismo es inevitable pues éste ha entrado definitivamente en el período en que su expansión ya no es históricamente un acicate para el crecimiento de las fuerzas productivas, sino que vincula su acumulación a destrucciones repetidas y crecientes.”
https://www.sinistra.net/lib/bas/progra/vami/vamimfebif.html [37].
Hemos escrito más ampliamente sobre la ambigüedad de los bordiguistas sobre el problema de la decadencia del capitalismo en la Revista Internacional no 77, 1994 : “Polémica con “Programme communiste” sobre la guerra imperialista - Negar la noción de decadencia equivale a desmovilizar al proletariado frente a la guerra [38]”.
[6]) https://www.pcint.org/15_Textes_Theses/07_01_fr/1951-theorie-action-dans-doctrine-marxiste.htm [39]2
[7]) “Diálogo con los muertos”, 1956, https://www.sinistra.net/lib/bas/progra/vale/valeecicif.html [40]
[8]) “Comprender la decadencia del capitalismo” (1 y 5), https://es.internationalism.org/series/227 [41]
[9]) Traducido del inglés por nosotros.
[10]) Republicado en parte en la Revista Internacional n° 59, dentro del artículo “Hace 50 años: las verdaderas causas de la IIª Guerra mundial”, https://es.internationalism.org/node/2140 [42]
[11]) publicado en Internationalisme no 46 en 1952. Republicado en la Revista Internacional no 21,
[12]) “Informe sobre la situación internacional” de la Conferencia de julio de 1945.
[13]) Ídem.
[14]) “La evolución del capitalismo y la nueva perspectiva”, op. cit.
[15]) En sus artículos “Crisis y ciclos en la economía del capitalismo agonizante”, publicados en 1934 en los números 10 y 11 de Bilan (traducidos y publicados en los nos 102 y 103 de la Revista Internacional), que hemos examinado en el artículo anterior de esta serie, Mitchell afirmaba que los mercados asiáticos eran uno de los elementos en juego de la guerra venidera. No desarrolló esa afirmación, y sí que valdría la pena interesarse por ese tema si se tiene en cuenta que, en los años 1930, Asia, y en particular el Extremo Oriente, era una región del globo donde permanecían importantes vestigios de civilizaciones precapitalistas, y, además, por la importancia de la capitalización de esa región en el desarrollo del capitalismo durante las últimas décadas.
[16]) El final de los años 1940 fue un período de austeridad y de privaciones en la mayoría de los países europeos. Sólo sería a medidos de los 50 cuando la “prosperidad” empezó a hacerse notar en sectores de la clase obrera. Los primeros signos de una nueva fase de crisis económica aparecieron hacia 1966-67, haciéndose evidente a nivel global a principios de los años 70.
[17]) Discurso en Bedford, julio de 1957.
[18]) Traducido del inglés por nosotros. Slouching Towards Utopia? The Economic History of the Twentieth Century – cap. XX “The Great Keynesian Boom : ‘Thirty Glorious Years’”, J.Bradford DeLong, Universidad de California, Berkeley y NBER, febrero de 1997
[19]) Cornelius Castoriadis. Folleto no 10, le Mouvement révolutionnaire sous le capitalisme moderne. Cap. I : “Quelques traits importants du capitalisme contemporain”.
[20]) Esta introducción a la reedición inglesa de 1974 está disponible en el folleto no 9.
[21]) Los situacionistas, suya visión de la “economía” estaba muy influida por Cardan, fueron mucho más lejos en la crítica a la esterilidad de la cultura capitalista moderna y a la vida cotidiana.
[22]) La crítica a los sindicatos es, sin embargo, muy corta: el grupo se hacía muchas ilusiones sobre el sistema de los shop-stewards británicos que en realidad ya había hecho desde hacía tiempo las paces con la estructura sindical oficial.
[23]) Cornelius Castoriadis, op. cit., Cap. II : “La perspective révolutionnaire dans le marxisme traditionnel”.
[24]) Ídem.
[25]) Ibid. Traducción nuestra a partir de la versión inglesa de la obra mencionada de Castoriadis, Modern Capitalism and Revolution ; Appendix – The “Falling Rate of Profit” ; https://libcom.org/library/modern-capitalism-revolution-paul-cardan [45].
[26]) “Sobre el contenido del socialismo”, publicado en el verano de 1957 en Socialismo o Barbarie no 22.
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/files/es/pdf/rint_147.pdf
[2] https://www.lefigaro.fr/conjoncture/2011/09/22/04016-20110922ARTFIG00699-la-colere-gronde-de-plus-en-plus-fort-en-grece.php
[3] https://news.fr.msn.com/m6-actualite/monde/espagne-les-enseignants-manifestent-%C3%A0-madrid-contre-les-coupes-budg%C3%A9taires
[4] https://www.rfi.fr/europe/20110921-manifestations-enseignants-lyceens-espagne
[5] https://www.globalix.fr/content/la-dynamique-de-la-dette-italiennela-dynamique-de-la-dette-italienne
[6] https://www.lecourrierderussie.com/2011/10/12/poutine-la-crise-existe/
[7] https://www.lefigaro.fr/flash-eco/2011/10/05/97002-20111005FILWWW00435-fmi-recession-mondiale-pas-exclue.php
[8] https://www.rfi.fr/ameriques/20110702-faillite-le-gouvernement-minnesota-cesse-activites
[9] https://www.gecodia.fr/Le-stress-interbancaire-en-Europe-s-approche-du-pic-post-Lehman_a2348.html
[10] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201108/3175/las-movilizaciones-de-los-indignados-en-espana-y-sus-repercusiones
[11] https://es.internationalism.org/cci-online/201108/3185/protestas-en-israel-mubarak-assad-netanyahu-son-lo-mismo
[12] https://es.internationalism.org/cci-online/201107/3164/notas-preliminares-para-un-analisis-del-movimiento-de-asambleas-populares-tpt
[13] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200602/752/al-inicio-del-siglo-xxi-por-que-el-proletariado-no-ha-acabado-aun-c
[14] https://es.internationalism.org/Rint104-inicio
[15] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201108/3170/decadencia-del-capitalismo-x-para-los-revolucionarios-la-gran-depr
[16] https://es.internationalism.org/cci-online/201108/3184/crisis-economica-mundial-un-verano-de-infarto
[17] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200907/2629/xviiio-congreso-de-la-cci-resolucion-sobre-la-situacion-internacio
[18] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199307/1964/quien-podra-cambiar-el-mundo-i-el-proletariado-es-la-clase-revoluc
[19] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[20] https://es.internationalism.org/rint/2006/125_tesis
[21] https://es.internationalism.org/content/910/huelga-del-metal-de-vigo-los-metodos-proletarios-de-lucha
[22] https://es.internationalism.org/content/1915/egipto-el-germen-de-la-huelga-de-masas
[23] https://es.internationalism.org/cci-online/201105/3106/de-la-plaza-tahrir-a-la-puerta-del-sol
[24] https://es.internationalism.org/cci-online/201106/3130/que-hay-detras-de-la-campana-contra-los-violentos-en-torno-a-los-incidentes-d
[25] https://es.internationalism.org/cci-online/201107/3148/movimiento-15-m-la-ponzona-del-apoliticismo
[26] https://es.internationalism.org/cci-online/201108/3168/los-disturbios-en-gran-bretana-y-la-perspectiva-sin-futuro-del-capitalismo
[27] https://es.internationalism.org/tag/geografia/africa
[28] https://es.internationalism.org/tag/21/487/contribucion-a-la-historia-del-movimiento-obrero-en-africa
[29] https://es.internationalism.org/rint/2004/118_sr.html
[30] https://es.internationalism.org/rint141-sindicatos+alemanes2
[31] https://es.internationalism.org/tag/21/493/el-sindicalismo-revolucionario-en-alemania
[32] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1919-la-revolucion-alemana
[33] https://es.internationalism.org/book/export/html/2188
[34] https://en.wikipedia.org/wiki/World_War_II_casualties
[35] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200704/1863/la-lucha-de-clases-contra-la-guerra-imperialista-las-luchas-obrera
[36] https://fr.internationalism.org/rinte36/pci.htm
[37] https://www.sinistra.net/lib/bas/progra/vami/vamimfebif.html#text
[38] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200704/1851/polemica-con-programme-communiste-sobre-la-guerra-imperialista-neg
[39] https://www.pcint.org/15_Textes_Theses/07_01_fr/1951-theorie-action-dans-doctrine-marxiste.htm
[40] https://www.sinistra.net/lib/bas/progra/vale/valeecicif.html
[41] https://es.internationalism.org/series/227
[42] https://es.internationalism.org/node/2140
[43] https://fr.internationalism.org/rinte21/evolution.htm
[44] https://www.magmaweb.fr
[45] https://libcom.org/library/modern-capitalism-revolution-paul-cardan
[46] https://es.internationalism.org/tag/21/492/decadencia-del-capitalismo
[47] https://es.internationalism.org/tag/2/25/la-decadencia-del-capitalismo