Rev. internacional n° 132 - 1er trimestre de 2008

Por el mundo entero, ante los ataques del capitalismo en crisis - ¡Una misma clase obrera, la misma lucha de clases!

 

Por el mundo entero, ante los ataques del capitalismo en crisis
¡Una misma clase obrera, la misma lucha de clases!

Desde hace 5 años, el desarrollo de la lucha de clases se ha venido confirmando a escala internacional. La clase obrera, frente a unos ataques simultáneos y cada día más duros por todas las partes del mundo, está reaccionando y expresando su combatividad, afirmando su solidaridad de clase tanto en los países más desarrollados como en los que lo están mucho menos.

La confirmación del desarrollo internacional de la lucha de clases

Así, en los últimos meses del año 2007, ha habido cantidad de países que han sido escenario de luchas obreras.

Egipto

Una vez más, en medio de una fuerte oleada de huelgas, los 27 000 obreras y obreros de una fábrica de Al Mahallah, a unos 100 kilómetros de El Cairo, que ya había sido el corazón de la oleada de luchas de diciembre de 2006 y de la primavera de 2007, volvieron al combate a partir del 23 septiembre. Las promesas del gobierno de entregar a cada uno lo equivalente de 150 días de salario, que puso fin a la huelga, no se cumplieron. Un huelguista, detenido durante algún tiempo por la policía, declaraba: "Nos prometieron 150 días de prima, lo único que queremos es que se respeten nuestros derechos; estamos decididos a ir hasta el final". Los obreros de la empresa redactaron entonces una lista de reivindicaciones: 150 libras egipcias de prima (menos de 20 euros, cuando los salarios mensuales varían entre 200 y 250 libras); desconfianza hacia el comité sindical y el director de la empresa; inclusión de las primas en el sueldo base, o sea, un ingreso no vinculado a la producción; aumento de los subsidios para alimentos; subsidio suplementario de alojamiento; salario mínimo ajustado al alza de precios; medios de transporte para los obreros que viven lejos de la factoría; mejora de los servicios médicos.

Los obreros de otras fábricas textiles, los de Kafr al Dawar, por ejemplo, que ya en diciembre de 2006 habían declarado: "Estamos en el mismo barco que vosotros y nos embarcamos para el mismo viaje", volvieron a manifestar su solidaridad desde finales de septiembre, entrando ellos también en huelga. En otros sectores, como el de los harineros de El Cairo, los obreros decidieron hacer una sentada, transmitiendo un mensaje de solidaridad en apoyo a las reivindicaciones de los obreros textiles. En otros lugares, como en las fábricas de Tanta Linseed and Oil, los obreros siguieron el ejemplo de Al Mahallah exponiendo públicamente unas serie de reivindicaciones similares. Esas luchas han expresado un rechazo firme a los sindicatos oficiales, considerados como fieles perros guardianes del gobierno y la patronal: "El representante del sindicato oficial, controlado por el Estado, que fue a pedir a los obreros que cesaran la huelga, acabó en el hospital, apedreado por los obreros soliviantados. ‘El sindicato está a las órdenes del poder, queremos elegir a nuestros verdaderos representantes' explican los obreros" (citado por el diario francés Libération, 1/10/07).

El gobierno se ha visto obligado a proponer a los obreros el pago de 120 días de primas y a prometer sanciones contra la dirección. Pero los proletarios mostraron que ya no se fiaban de promesas y, cobrando poco a poco confianza en su fuerza colectiva, manifestaron una determinación intacta para luchar hasta que sus reivindicaciones fueran realmente satisfechas.

Dubai

Con mayor fuerza que en la primavera de 2006, en octubre de 2007, 4000 obreros, casi todos inmigrados de origen indio, pakistaní, bengalí o chino, trabajadores en la construcción de rascacielos gigantescos y de palacios superlujosos, tratados peor que el ganado, con sueldos de unos cien euros por mes, viviendo amontonados en chabolas, se lanzaron a la calle para expresar su revuelta contra unas condiciones de sobreexplotación inhumanas, desafiando la "legalidad", la represión, la pérdida del sueldo, del empleo y la expulsión vitalicia. Cuatrocientos mil obreros de la construcción se lanzaron durante dos días a la movilización.

Argelia

Para hacer frente al descontento creciente, los sindicatos autónomos de la función pública han convocado una huelga nacional de funcionarios, especialmente de los profesores, para el 12 y 15 enero de 2008, contra el desgaste del poder adquisitivo y el nuevo estatuto en la enseñanza que cuestiona la escala de salarios. Pero esa huelga también ha implicado y movilizado a los demás funcionarios y del sector de la salud. La ciudad de Tizi Uzu quedó totalmente paralizada y la huelga del personal docente ha sido muy seguida en Orán, Constantina, Annaba, Bechar, Adrar y Saida.

Venezuela

Los obreros petroleros, tras haberse opuesto a finales de mayo de 2007 a los despidos de una empresa estatal, se volvieron a movilizar en septiembre para exigir alzas salariales cuando se renovaron los convenios colectivos del sector. A la vez, en mayo, el movimiento de protesta de los estudiantes contra el régimen exigiendo una mejora de la situación de la población y de los trabajadores más pobres. Para ello, los estudiantes organizaron asambleas generales abiertas a todos, eligiéndose comités de huelga. Cada vez, el gobierno de Chávez, "el apóstol de la revolución bolivariana", dio la misma respuesta: la represión, que se ha saldado con muertos y cientos de heridos.

Perú

En abril, una huelga ilimitada, surgida de una empresa china, se propagó después por todo el país en las minas de carbón, por primera vez desde hace 20 años. En Chimbote, la empresa SiderPerú quedó totalmente paralizada, a pesar de las maniobras de sabotaje de la huelga y de los intentos de aislamiento por parte de los sindicatos. Las mujeres de los mineros se manifestaron con ellos, así como una gran parte de la población de la ciudad, incluidos campesinos y desempleados. Cerca de Lima, los mineros de Casapalca secuestraron a los ingenieros de la mina que los amenazaban con despedirlos si abandonaban su puesto de trabajo. Estudiantes de Lima y parte de la población acudieron a aportar alimentos y apoyo a los huelguistas. En junio, se movilizó una gran parte de los 325 000 docentes ampliamente movilizados con, también, el apoyo de una buena parte de la población, a pesar de un reparto de trabajo, también aquí, entre los sindicatos para que la lucha se apagara. El gobierno reaccionó cada vez con detenciones, amenazas de despidos, poniendo "precarios" para sustituir a los mineros huelguistas, organizando amplias campañas mediáticas de denigración contra los profesores.

Turquía

Veintiséis mil obreros de Türk Telekom se lanzaron a una huelga masiva de 44 días a finales del año pasado contra la pérdida de garantía de salario y empleo, tras la privatización y la transferencia de 10 000 de entre ellos a empresas subcontratadas. Ha sido la huelga más importante de la historia turca después de la huelga de los mineros de 1991. En plena campaña de movilización bélica antikurda, algunos "agitadores" fueron detenidos y acusados de sabotaje, y hasta de alta traición al interés nacional, amenazados con despidos y sanciones. Acabaron siendo readmitidos, negociándose aumentos de sueldo de 10 %.

Grecia

La huelga general del 12 de diciembre de 2007, contra un proyecto de reforma de los "planes especiales" de pensiones (la edad de jubilación ya se ha pospuesto a los 65 años para los hombres y 60 para las mujeres en el plan general) que conciernen a 700 000 trabajadores (32 % de la población activa) reunió a empleados del sector privado y de los funcionarios: banca, tribunales, administraciones, correos, electricidad, teléfono, hospitales así como transportes públicos (metros, tranvías, puertos, aeropuertos). Hubo más de 100 000 manifestantes en Atenas, Salónica y otras grandes ciudades del país.

Finlandia

En este país, donde la burguesía ha llevado muy lejos el desmantelamiento de la protección social, más de 70 000 asalariados de la salud (la mayoría enfermeras) se pusieron en huelga en octubre reclamando subidas de sueldos (que varían entre 400 y 600 euros mensuales) de al menos 24 %, pues el bajo nivel de salarios obliga a muchos trabajadores a irse a Suecia. Doce mil ochocientas enfermeras amenazaron con dimitir colectivamente si las negociaciones entre el gobierno, que no propone más que una revalorización del 12 % en dos años y medio, y el sindicato Tehy no concluyen. Hay servicios hospitalarios enteros amenazados de cierre.

Bulgaria

Tras una huelga simbólica el día de la vuelta a clase, los profesores se pusieron en huelga ilimitada, a finales de septiembre, exigiendo aumentos de sueldo: 100 % para los profesores de la secundaria (cobran una media de 174 euros por mes...) y un aumento del 5 % del presupuesto de la educación nacional. La promesa del gobierno de revisar los salarios en 2008 puso un fin provisional a la huelga.

Hungría

Tras una huelga en protesta contra el cierre de líneas ferroviarias declaradas no rentables y contra la reforma de las jubilaciones y del sistema de salud impuesta por el gobierno, los ferroviarios lograron arrastrar tras ellos, el 17 de diciembre, a 32 000 asalariados descontentos de diferentes sectores (profesores, personal sanitario, chóferes de autobús, empleados del aeropuerto de Budapest...). Pero en esta movilización interprofesional, los sindicatos ahogaron la lucha de los ferroviarios en cuanto el Parlamento acabó de votar la reforma, llamándolos a la vuelta al trabajo para el día siguiente.

Rusia

Plantando cara a la represión (toda huelga de más de 24 horas es ilegal), a pesar de la condena sistemática de los huelguistas por los tribunales, del recurso sistemático a la violencia policíaca y el uso de bandas de matones contra los obreros combativos, por primera vez en diez años, una oleada de huelgas inundó el país en la última primavera, desde Siberia oriental hasta el Cáucaso. La huelga afectó a muchos sectores: obras de la construcción en Chechenia, una fábrica del sector maderero en Nóvgorod, un hospital en la región de Chitá, el servicio de mantenimiento de las viviendas en Saratov, restaurantes "fast-food" en Irkutsk, la fábrica de la General Motors en Togliattigrad y una importante fábrica metalúrgica en Carelia. Y el movimiento culminó en noviembre con la huelga de tres días de los de los estibadores de Tuapse en el mar Negro, después los de 3 empresas del puerto de San Petersburgo del 13 al 17, mientras los empleados de correos cesaban el trabajo el 26 de octubre, así como los del sector de la energía. Los maquinistas de ferrocarriles amenazaron con entrar en huelga por primera vez desde 1988. Pero fue la huelga de los obreros de la factoría Ford de Vsevoloshsk, en la región de San Peters­burgo, a partir del 20 noviembre lo que contribuyó a romper el silencio total sobre esta oleada de huelgas, provocada sobre todo por la subida imparable de la inflación y el alza entre 50 y 70% de los productos alimenticios de base. Ante esa situación, la Federación de Sindicatos independientes de Rusia, abiertamente sometida al gobierno y hostil a todo tipo de huelga, resulta incapaz de encuadrar las luchas obreras. En cambio, con la ayuda de la burguesía occidental, las direcciones de las grandes multinacionales procuran explotar al máximo las ilusiones sobre un sindicalismo "libre" y "de lucha" favoreciendo la emergencia y el desarrollo de nuevas estructuras sindicales como el Sindicato interregional de los Trabajadores del automóvil, fundado a instigación del Comité sindical de Ford y que agrupa a sindicatos independientes de varias grandes empresas como AvtoVAZ-General Motors en Togliattigrad y Renault-Autoframos en Moscú. Han sido esos nuevos "sindicatos independientes" los que, encerrando y aislando totalmente a los obreros en "su" fábrica, limitando las expresiones de solidaridad de otros sectores al envío de mensajes de simpatía y apoyo financiero, precipitaron a los obreros en la más amarga derrota. Al cabo de un mes de huelga, agotados, tuvieron que reanudar el trabajo sin haber obtenido nada, doblegándose a las condiciones de la dirección: una vaga promesa de negociación tras el cese de la huelga.

Italia

El 23 de noviembre, los sindicatos de base (Confederación unitaria de base-CUB, Cobas, y otros "sindicatos de lucha" intercategorías) lanzaron una jornada de huelga general seguida por 2 millones de asalariados contra el acuerdo firmado el 23 de julio último entre el gobierno de centro izquierda y las 3 grandes centrales sindicales (CGIL/CISL/UIL) que legaliza la creciente precariedad del trabajo, la reducción drástica de las pensiones y de la protección social en gastos de salud. 25 manifestaciones organizadas en todo el país ese día reunieron a 400 000 personas, en Roma y Milán sobre todo. Todos los sectores estuvieron afectados, especialmente los transportes (ferrocarriles, aeropuertos bloqueados), la metalurgia (90 % de huelguistas de Fiat en Pomigliano), y los hospitales. La huelga fue especialmente seguida por jóvenes con empleos precarios (son más de 6 millones) y por no sindicados. La cólera debida a la baja del poder adquisitivo fue también un factor importante en la amplitud de la movilización.

Gran Bretaña

En Correos, en Liverpool y en el sector sur de Londres especialmente, los empleados iniciaron espontáneamente, por vez primera desde hace más de diez años, una serie de huelgas contra la baja de los salarios reales y las nuevas amenazas de reducción de plantilla, y, a la vez, el sindicato de obreros de la comunicación (CWU) aislaba a los obreros, mediante unos piquetes de huelga que los encerraba, en realidad, en cada sector. Y, al mismo tiempo, ese sindicato firmaba un acuerdo con la dirección que establece una mayor flexibilidad en el empleo y los salarios.

Alemania

La huelga "intermitente" de ferroviarios por subidas de sueldo habrá durado 10 meses bajo la batuta del sindicato del personal móvil GDL. Los sindicatos han desempeñado un papel de primer orden para dividir a los obreros con un reparto de tareas entre sindicatos partidarios de la legalidad y los más radicales dispuestos a transgredirla. Una gran campaña fue organizada por los medios denunciando el carácter "egoísta" de la huelga, cuando en realidad, la huelga obtuvo la simpatía de otros obreros "usuarios", cada vez más numerosos en identificarse, ellos también, como víctimas de las mismas "injusticias sociales". Ahora que la cantidad de empleados de los ferrocarriles ha quedado reducida a la mitad en 20 años, que las condiciones de trabajo se han degradado y los salarios están bloqueados desde hace 15 años, el sector es uno donde peor se paga (con una media de menos de 1500 euros por mes). Bajo la presión de los ferroviarios, los tribunales legalizaron una nueva huelga de 3 días en noviembre, justo a la vez que se desarrollaba en Francia una huelga ferroviaria que, por cierto, ha sido muy popular en Alemania. La huelga acabó en enero con aumentos de sueldo de 11% (lejos del 31% reivindicados y ya en parte recortados por la inflación) y, para dejar escapar un poco de presión de la olla social, se ha reducido la duración semanal del trabajo para los 20 000 maquinistas, pasando de 41 a 40 horas, pero sólo a partir de... febrero de 2009.

Más recientemente, el constructor finlandés de teléfonos móviles Nokia anunció el cierre, a finales de 2008, de su factoría de Bochum que emplea a 2300 obreros. Esto implicará, debido a las repercusiones en las empresas subcontratadas, la pérdida de 4000 empleos en esa ciudad. Al día siguiente, 16 de enero, los obreros se negaron a acudir a sus puestos de trabajo y hubo obreros de la factoría vecina de Opel, otros de Mercedes, siderúrgicos de la empresa Hoechst de Dortmund, metalúrgicos de Herne, mineros de la región que afluyeron a las puertas de la fábrica Nokia para dar su pleno apoyo solidario a sus compañeros. El proletariado alemán, en el corazón de Europa, al sistematizar sus experiencias recientes de combatividad y solidaridad, tiende a volver a ser un faro en el desarrollo de la lucha de clases a nivel internacional. Ya en 2004, los obreros de la factoría Daimler-Benz de Bremen se pusieron espontáneamente en huelga, en solidaridad con los obreros de Stuttgart de la misma empresa amenazados por los despidos, rechazando así el chantaje de la dirección consistente en hacer competir entre sí a diferentes lugares de producción. Y a su vez, unos meses más tarde, otros obreros del automóvil, ya entonces precisamente los de Opel de Bochum, lanzaron una huelga espontánea ante una presión semejante de la dirección. Por eso, hoy, para desviar esta nueva expresión de solidaridad y esta amplia movilización intersectorial, la burguesía alemana se ha puesto inmediatamente a focalizar la atención sobre este enésimo ejemplo de deslocalizacion (la fábrica de Nokia va a ser transferida a Cluj, en Rumania), dando bombo y platillo a una gran campaña mediática (en un amplio frente común que une a gobierno, electos locales y regionales, Iglesia y sindicatos) acusando al constructor finlandés de haber traicionado al gobierno, tras haberse aprovechado de las subvenciones que debían permitir el mantenimiento de la actividad en Bochum.

Y así, a la lucha contra los despidos y las reducciones de plantilla se le van añadiendo otras reivindicaciones por subidas de salario y contra la pérdida de poder adquisitivo, además ahora que toda la clase obrera del país está cada vez más expuesta a los ataques incesantes de la burguesía (edad de jubilación pospuesta a los 67 años, planes de despidos, recortes en todas las prestaciones sociales de la Agenda 2010...). En 2007, Alemania tuvo, además, la mayor cantidad de jornadas de huelga acumuladas (el 70 % por las huelgas de primavera contra la "externalización" de 50 000 empleos en las telecomunicaciones) desde 1993, al poco de la reunificación de Alemania.

Francia

Pero fue sobre todo la huelga de ferroviarios y chóferes de transporte público de Francia, en octubre-noviembre, lo que ha revelado las nuevas potencialidades para el porvenir, un año y medio después de la lucha de la primavera de 2006, animada ésta sobre todo por la juventud estudiantil que obligó al gobierno a retirar un proyecto (el CPE) con el que iba a incrementarse la precariedad de los jóvenes trabajadores. Ya en octubre, la huelga de 5 días de azafatas y camareros de Air France contra el deterioro de sus condiciones de trabajo había demostrado la combatividad y un descontento social en ascenso.

Los ferroviarios no se quedaron agarrados a su "régimen especial de jubilación", exigiendo el retorno a los 37,5 años de cuotas para todos. Entre los jóvenes obreros de la Compañía nacional de ferrocarriles (SNCF), en especial, se fue consolidando la voluntad de extensión de la lucha en ruptura con el peso del corporativismo de los ferroviarios y de los "rodantes" que había predominado en las huelgas de 1986/87 y de 1995, mostrando así un elevado sentimiento de solidaridad en el seno del conjunto de la clase obrera.

El movimiento estudiantil, por su parte, contra la Ley de Reforma de las Universidades (o ley Pécresse), cuyo objetivo es crear universidades de élite de la burguesía, echando a la mayoría de los estudiantes hacia "facultades basurero" y el trabajo precario, ha seguido situándose en continuidad con el movimiento antiCPE de la primavera de 2006. Su plataforma reivindicativa mencionaba no sólo la retirada de la Ley Pécresse sino de todos los ataques del gobierno. Se tejieron verdaderos lazos de solidaridad entre estudiantes y ferroviarios o conductores, que se plasmaron, por mucho que quedaran limitados a ciertos lugares y a los momentos más álgidos de la lucha, en que hubo encuentros mutuos en asambleas y acciones comunes o comidas compartidas.

Por todas partes las luchas topan y se enfrentan a la labor de sabotaje y de división de los sindicatos, los cuales, obligados a ponerse en la primera fila de los ataques antiobreros, dejan cada día más al descubierto su papel y su verdadera función al servicio del Estado burgués. En la lucha de los ferroviarios y conductores de Francia en octubre-noviembre de 2007, las componendas entre sindicato y gobierno para hacer tragar los ataques ha sido algo patente. En ese reparto cada sindicato tuvo su papel en la división y el aislamiento de las luchas ([1]).

Estados Unidos

El sindicato UAW saboteó la huelga de General Motors en septiembre, después la de Chrysler en octubre, negociando con la dirección de esas empresas la transferencia de la gestión de la "protección medico-social" al sindicato a cambio del "mantenimiento" de los empleos en la empresa y de la congelación salarial durante 4 años. Ha sido una estafa total, pues el mantenimiento de la cantidad de empleos prevé la sustitución por eventuales sometidos a contratos más precarios, con salarios más bajos y obligados, además, a afiliarse al sindicato. Y así, la acción sindical ha permitido un resultado inverso al obtenido por la lucha ejemplar de los obreros de los transportes de Nueva York que, en diciembre de 2005, habían rechazado que se instaurara, para sus hijos y las generaciones futuras, un sistema diferente de contrato y de salarios.

La burguesía se ve obligada cada vez más a instalar contrafuegos ante el desgaste y el desprestigio de los aparatos sindicales. Por eso, según los países, surgen sindicatos de base, sindicatos "más radicales", otros dizque "libres e independientes" para encuadrar las luchas, para no dejar que los obreros se apoderen de ellas y, sobre todo, bloquear y dejar que se enfangue el proceso de reflexión, de discusión y de toma de conciencia en el seno de la clase obrera.

El desarrollo de las luchas se enfrenta a una amplia operación de denigración ignominiosa por parte de la burguesía para desprestigiarlas, además de acarrear un incremento de la represión. No sólo ya se organizó una gran campaña, en Francia, para hacer impopular la huelga de los transportes, para soliviantar a los "usuarios" contra los huelguistas, dividir a la clase obrera, quebrar el ímpetu de solidaridad en su seno, impedir todo intento de ampliación de la lucha y culpabilizar a los huelguistas. Además, lo hicieron todo por criminalizar a los huelguistas. Organizaron así una campaña al final de la huelga, el 21 de noviembre, en torno a un sabotaje de las vías férreas y de un incendio de cables eléctricos para hacer que los huelguistas aparecieran como "terroristas" o "asesinos irresponsables". La misma "criminalización" se hizo contra estudiantes "bloqueadores" a los que algunos rectores de universidad calificaron de "jemeres rojos" o de "delincuentes". Por otra parte, los estudiantes fueron víctimas de una represión violenta en intervenciones policiales para "desbloquear" las universidades ocupadas. Resultaron heridos decenas de estudiantes, muchos fueron detenidos con juicios inmediatos y penas de cárcel.

Las principales características de las luchas actuales

Las luchas recientes confirman plenamente unas características que ya afirmamos en la Resolución sobre la situación internacional que la CCI adoptó en mayo de 2007 en su XVIIº Congreso (publicada en la Revista internacional nº 130, 3er trimestre de 2007):

  • Así, "en las luchas se incorporan, y cada vez más, temas como la solidaridad, una cuestión de primer orden pues es el "contraveneno" por excelencia de la tendencia de "cada uno a la suya" propio de la descomposición social y porque ocupa, sobre todo, un lugar central en la capacidad del proletariado mundial para no sólo desarrollar sus combates actuales sino también para derribar el capitalismo" ([2]). A pesar del empeño de la burguesía por diferenciar unas reivindicaciones de otras, en las luchas de octubre-noviembre en Francia, la aspiración a la solidaridad se respiraba en el ambiente.
  • Las luchas plasman también una pérdida de ilusión sobre el futuro que nos reserva el capitalismo: "más de cuatro décadas de crisis abierta y de ataques a las condiciones de vida de la clase obrera, y sobre todo el aumento del desempleo y de la precariedad, han barrido las ilusiones de que "las cosas ya se arreglarán mañana". Tanto los trabajadores más veteranos como las nuevas generaciones obreras, son cada vez más conscientes de que ‘en el futuro las cosas solo pueden ir a peor' (...).

Hoy el principal alimento del proceso de reflexión no es tanto la posibilidad de la revolución, sino más bien, vistas las catastróficas perspectivas que nos ofrece el capitalismo, su necesidad.". La reflexión sobre el callejón sin salida que nos "ofrece" el capitalismo es más y más un factor determinante de la maduración de la conciencia de clase.

  • "en 1968, el movimiento de los estudiantes y el de los trabajadores se sucedieron en el tiempo, y si bien existió entre ellos simpatía mutua, expresaban sin embargo realidades muy diferentes. (...) por parte de los estudiantes se trataba de la rebelión de la pequeña burguesía intelectual contra la perspectiva de una degradación de su estatus en la sociedad; por parte de los trabajadores una lucha económica contra los primeros signos de la degradación de sus condiciones de existencia. En 2006, el movimiento de los estudiantes representa en realidad un movimiento de la clase obrera.". Hoy la gran mayoría de los estudiantes están integrados, de entrada, en el proletariado: la mayoría tiene que ejercer una actividad asalariada para pagarse los estudios o el alojamiento, se enfrentan a la precariedad, a empleos basura, muy a menudo sin más perspectiva que el desempleo y un porvenir muy oscuro. La universidad a dos velocidades que el gobierno está preparando va a arraigarlos más todavía en el proletariado. En este sentido, la movilización de los estudiantes del otoño 2007 confirma el sentido de su compromiso contra el CPE en 2006, que se había expresado plenamente en el terreno de la clase obrera, al adoptar espontáneamente sus métodos: Asambleas generales soberanas y abiertas a todos los obreros.

El incremento de la lucha de clases hoy está también marcado por le desarrollo de discusiones en la clase obrera, por la necesidad de reflexión colectiva, la politización de elementos en búsqueda, una búsqueda que también se realiza mediante el surgir o la reactivación de grupos proletarios, círculos de discusión, ante acontecimientos importantes (como el estallido de conflictos imperialistas) o como consecuencia de las huelgas. Hay una tendencia por el mundo entero, a acercarse a las posiciones internacionalistas. Una ilustración significativa de ese fenómeno es el ejemplo en Turquía de los compañeros de EKS, los cuales, en su posicionamiento internacionalista en un terreno de clase, han asumido su papel de militantes defensores de las posiciones de la Izquierda comunista ante la agravación de la guerra en Irak, marcada por la intervención directa de su país en el conflicto.

Aparecen minorías revolucionarias tanto en países menos desarrollados como Perú o Filipinas como en países altamente industrializados pero que carecen, en gran parte, de una tradición de lucha de clases como en Japón, o, en menor grado, en Corea. En este contexto, la CCI asume también sus responsabilidades hacia esas personas como lo demuestran sus intervenciones en diferentes países en los que la CCI ha impulsado, organizado y participado en reuniones públicas en lugares tan diversos como Perú, Brasil, Santo Domingo, Japón o Corea del Sur.

"La responsabilidad de las organizaciones revolucionarias, y de la CCI en particular, es participar plenamente en la reflexión que ya se está desarrollando en el seno de la clase obrera, no solo interviniendo activamente en las luchas que están ya desarrollándose, sino también estimulando la posición de los grupos y elementos que se plantean sumarse a su combate.".

El eco creciente en esas minorías, que recibirán la propaganda y las posiciones de la Izquierda comunista será un factor esencial en la politización de la clase obrera para echar abajo al capitalismo.

W (19 enero)



[1]) Para más detallada información sobre las maniobras del sabotaje sindical, pueden leerse nuestros artículos de la prensa territorial "Frente a los ataques múltiples, no nos dejemos dividir" y "Lucha de los ferroviarios, movimiento de los estudiantes: gobierno y sindicatos de la mano contra la clase obrera" (en francés) publicados en Révolution internationale (publicación de la CCI en Francia) de noviembre y diciembre 2008 y disponibles en nuestra página web.

[2]) Todas estas citas están sacadas de la Resolución sobre la situación internacional del XVIIº Congreso de la CCI publicada en la Revista internacional n° 130 (III/2007).

Noticias y actualidad: 

Decadencia del capitalismo (I) - La revolución es necesaria y posible desde hace un siglo

En 1915, mientras que la realidad de la guerra en Europa iba revelando siempre más su horror espantoso, Rosa Luxemburg escribía la Crisis de la socialdemocracia, texto más conocido por el nombre Folleto de Junius debido al seudónimo - Junius - utilizado. Escribió esa obra en la cárcel y el grupo Die Internationale, formado en Alemania en cuanto estalló la guerra, lo difundió clandestinamente. Es una feroz acusación contra las posiciones adoptadas por la dirección del Partido socialdemócrata alemán (SPD). El 4 de agosto de 1914, día en el que empezaron las hostilidades, el SPD abandonó sus principios internacionalistas y se unió a la defensa de "la patria en peligro", llamando a suspender la lucha de clases y a participar en la guerra. En la medida en que el SPD había sido hasta entonces el orgullo de toda la Segunda Internacional, esa posición fue un golpe terrible a todo el movimiento socialista internacional; en vez de servir de faro a la solidaridad internacional de la clase obrera, su capitulación ante la guerra sirvió de pretexto para la traición en los demás países. El resultado fue el hundimiento ignominioso de la Internacional.

La guerra mundial significó un vuelco para el mundo entero

El SPD se constituyó como partido marxista en los años 1870, simbolizando la creciente influencia de la corriente del "socialismo científico" en el movimiento obrero. En 1914, el SPD conservaba en apariencia sus lazos con la letra del marxismo, aunque pisoteaba su espíritu: ¿No había puesto Marx en guardia contra el peligro del absolutismo zarista en apoyo a la reacción? ¿No se había formado la Primera Internacional con ocasión de un mitin de apoyo a la independencia de Polonia del yugo zarista? ¿No expresó Engels la idea de que los socialistas alemanes tendrían que adoptar una posición "revolucionaria defensiva" en caso de una agresión franco-rusa contra Alemania, aunque advirtiendo contra los peligros de una guerra en Europa? Por eso, ahora, el SPD llamaba a la unidad nacional contra el principal peligro al que se enfrentaba Alemania, la potencia del despotismo zarista cuya victoria, decían, echaría abajo todas las adquisiciones económicas y políticas tan difícilmente ganadas por la clase obrera durante años de luchas pacientes y tenaces. Y así se presentaban como los herederos de Marx y Engels, de su defensa decidida de todo lo progresivo de la civilización europea.

Pero como decía Lenin, el revolucionario que no vaciló en denunciar la traición vergonzosa de los "social-chovinistas":
"Quienes invocan hoy la actitud de Marx ante las guerras de la época de la burguesía progresista y olvidan las palabras de Marx, de que "los obreros no tienen patria" - palabras que se refieren precisamente a la época de la burguesía reaccionaria y caduca, a la época de la revolución socialista -, tergiversan desvergonzadamente a Marx y sustituyen el punto de vista socialista por un punto de vista burgués" (el Socialismo y la guerra, Cap. I, "Los principios del socialismo y la guerra de 1914-15", 1915).

Los argumentos de Rosa Luxemburg trataban exactamente de las mismas cuestiones. La guerra actual no tenía nada que ver con las que habían sacudido Europa a mediados del siglo precedente. Éstas eran de corta duración, eran limitadas en espacio y objetivos y utilizaban esencialmente ejércitos profesionales. Ocurrieron además tras un periodo largo de paz, de una expansión económica sin precedentes y de mejora regular de las condiciones de vida de la población en el continente europeo, que empezó más o menos a partir de 1815 al término de las guerras napoleónicas. Aquellas guerras, muy lejos de arruinar a sus protagonistas, sirvieron al contrario, a menudo, para acelerar el proceso global de expansión capitalista, barriendo los obstáculos feudales que entorpecían la unificación nacional y permitiendo que nuevos Estados nacionales aparecieran como marco más adaptado al desarrollo del capitalismo (las guerras por la unidad italiana y la guerra franco-prusiana de 1870 son ejemplos típicos de ello).

Pero en adelante, esas guerras (guerras nacionales que podían todavía tener un papel progresista para el capital) pertenecían al pasado. Por su capacidad de destrucción y de muerte - diez millones de hombres murieron en los campos de batalla europeos, la mayoría agonizando en un cenagal sangriento y vano, mientras que millones de civiles también morían debido a la miseria y la hambruna impuestas por la guerra -, por la amplitud de sus consecuencias como guerra que implicó a potencias de dimensión mundial que, de hecho, se daban objetivos de conquista literalmente ilimitados y de derrota total del enemigo, por su carácter de guerra "total" que no solo alistó a millones de obreros mandándolos a la muerte en el frente, sino también a los que quedaron en la retaguardia, exigiéndoles en las industrias sudor y sacrificios infinitos, por todas esas razones fue una guerra de un tipo nuevo que desmintió rápidamente todas las previsiones de la clase dominante de que estaría terminada "para Navidad". La monstruosa matanza de la guerra fue evidentemente intensificada por los medios tecnológicos muy desarrollados de los que disponían los protagonistas y que habían sobrepasado ampliamente las tácticas y las estrategias enseñadas en las escuelas de guerra tradicionales; e incrementaron más todavía las cotas en matanzas. Pero la barbarie alcanzada por la guerra expresó algo mucho mas profundo que el nivel de desarrollo tecnológico del sistema burgués. También fue la expresión de un modo de producción que entraba en una crisis fundamental e histórica, que revelaba el carácter caduco de las relaciones sociales capitalistas y ponía a la humanidad ante la alternativa histórica: revolución socialista o hundimiento en la barbarie. De ahí ese famoso pasaje del Folleto de Junius:
"Federico Engels dijo una vez: ‘La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avance al socialismo o regresión a la barbarie' ¿Qué significa "regresión a la barbarie" en la etapa actual de la civilización europea? Hemos leído y citado estas palabras con ligereza, sin poder concebir su terrible significado. En este momento basta mirar a nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la barbarie en la sociedad capitalista. Esta guerra mundial es una regresión a la barbarie. El triunfo del imperialismo conduce a la destrucción de la cultura, esporádicamente si se trata de una guerra moderna, para siempre si el período de guerras mundiales que se acaba de iniciar puede seguir su maldito curso hasta sus últimas consecuencias. Así nos encontramos, hoy tal y como profetizó Engels hace una generación, ante la terrible opción: o triunfa el imperialismo y provoca la destrucción de toda la cultura y, como en la antigua Roma, la despoblación, desolación, degeneración, un inmenso cementerio; o triunfa el socialismo, es decir la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo, sus métodos, sus guerras. Tal es el dilema de la historia universal, su alternativa de hierro, su balanza temblando en el punto de equilibrio, aguardando la decisión del proletariado. De ella depende el futuro de la cultura y de la humanidad. En esta guerra ha triunfado el imperialismo. Su espada brutal y asesina ha precipitado la balanza, con sobrecogedora brutalidad, a las profundidades del abismo de la vergüenza y la miseria. Si el proletariado aprende a partir de esta guerra y en esta guerra a esforzarse, a sacudir el yugo de las clases dominantes, a convertirse en dueño de su destino, la vergüenza y la miseria no habrán sido en vano" (Cap. "Socialismo o barbarie").

Ese cambio de época hizo caducos los argumentos de Marx a favor del apoyo a la independencia nacional (de todos modos, el mismo Marx ya lo rechazó tras la Comuna de Paris de 1871 en lo que concernía a los países europeos). Ya no se trataba de buscar causas nacionales progresistas en el conflicto, puesto que las luchas nacionales habían perdido su papel progresista al volverse simples instrumentos de la conquista imperialista y de la marcha del capitalismo hacia la catástrofe.

"El programa nacional podía desempeñar un papel histórico siempre que representara la expresión ideológica de una burguesía en ascenso, ávida de poder, hasta que ésta afirmara su dominación de clase en las grandes naciones del centro de Europa de uno u otro modo, y creara en su seno las herramientas y condiciones necesarias para su expansión. Desde entonces, el imperialismo ha enterrado por completo el viejo programa democrático burgués reemplazando el programa original de la burguesía en todas las naciones por la actividad expansionista sin miramientos hacia las relaciones nacionales. Es cierto que se ha mantenido la fase nacional, pero su verdadero contenido, su función ha degenerado en su opuesto diametral. Hoy la nación no es sino un manto que cubre los deseos imperialistas, un grito de combate para las rivalidades imperialistas, la última medida ideológica con la que se puede convencer a las masas de que hagan de carne de cañón en las guerras imperialistas" (Cap. "Invasión y lucha de clases").

No solo cambió entonces la "táctica nacional", sino toda la situación quedó profundamente transformada por la guerra. Ya no era posible la vuelta atrás, a la época anterior en la que la socialdemocracia había luchado paciente y sistemáticamente por establecerse como fuerza organizada en la sociedad burguesa, del mismo modo que el proletariado entero:
"Una cosa es cierta, y es que la guerra mundial ha significado un giro para el mundo. Es una locura insensata imaginarse que solo nos quedaría esperar a que acabe la guerra, como la liebre que está esperando debajo de una mata a que se termine la tormenta y reanudar alegremente su quehacer diario. La guerra mundial ha cambiado las condiciones de nuestra lucha, nos ha cambiado a nosotros mismos de manera radical. No que las leyes fundamentales de la evolución del capitalismo, la lucha a muerte entre capital y trabajo, deban conocer una desviación o una mejora. Ahora ya, en plena guerra, caen las máscaras y los viejos rasgos que tan bien conocemos nos miran riendo burlonamente. Pero tras la erupción del volcán imperialista, el ritmo de la evolución recibió una tan violenta impulsión que comparados a los conflictos que van a surgir en la sociedad y a la inmensidad de las tareas que esperan al proletariado socialista de inmediato, toda la historia del movimiento obrero hasta hoy parecerá haber sido una época paradisíaca" (Cap. "Socialismo o barbarie").

Si son inmensas las tareas, es que exigen mucho más que la lucha defensiva tenaz contra la explotación; exigen una lucha revolucionaria ofensiva para acabar de una vez con la explotación, par dar "a la acción social de los hombres un sentido consciente, introducir en la historia un pensamiento metódico y, con eso, una voluntad libre" (ídem). La insistencia de Rosa Luxemburg sobre la apertura de una época radicalmente nueva de la lucha de la clase obrera iba a ser rápidamente una posición común del movimiento revolucionario internacional que se reconstituía sobre las ruinas de la socialdemocracia y que, en 1919, fundó el partido mundial de la revolución proletaria: la Internacional comunista (IC). En su Primer congreso de Moscú, la IC adoptó en su Plataforma la celebre consigna:
"Ha nacido una nueva época. Época de desmoronamiento del capitalismo, de su hundimiento interior. Época de la revolución comunista del proletariado".

La IC compartía con Rosa Luxemburg la idea de que si la revolución proletaria - que estaba en aquel entonces en su cenit tras la insurrección de Octubre 1917 en Rusia y la oleada revolucionaria que barría Alemania, Hungría y otros países - no lograba derrocar al capitalismo, la humanidad se vería hundida en otra guerra, o más bien en una época de guerras incesantes que pondría en peligro el porvenir de la humanidad.

Casi cien años han pasado, sigue estando ahí el capitalismo y según la propaganda oficial sería la única forma posible de organización social. ¿Qué es del dilema enunciado por Luxemburg, "socialismo o barbarie"? Si escuchamos los discursos de la ideología dominante, se intentó el socialismo durante el siglo xx y no funcionó. Las deslumbrantes esperanzas que hizo albergar la Revolución rusa de 1917 se estrellaron contra los arrecifes del estalinismo y yacen juntas con su cadáver desde que se hundió el bloque del Este a finales de los años 1980. El socialismo no solo habría revelado ser, en el mejor de los casos, una utopía y el en peor una pesadilla, sino que la misma noción de lucha de clases, considerada por los marxistas como su base esencial, habría desaparecido en la niebla átona de una "nueva" forma de capitalismo que presuntamente viviría no de la explotación de una clase productora, sino gracias a una masa infinita de "consumidores" y de una economía más virtual que material.

Este es el cuento que nos quieren hacer tragar. De seguro que si Rosa Luxemburg pudiera volver de entre los muertos, se quedaría sorprendida de ver la civilización capitalista seguir dominando el planeta; en otra ocasión examinaremos cómo ha hecho el sistema para sobrevivir a pesar de todas las dificultades atravesadas durante el siglo pasado. Pero si nos quitamos las lentes deformantes de la ideología dominante y examinamos seriamente el curso del siglo xx, podremos constatar que se verificaron las previsiones de Luxemburg y de la mayoría de los socialistas revolucionarios de la época. Debido a la derrota de la revolución proletaria, ese siglo ya ha sido el más bárbaro de toda la historia de la humanidad y contiene la amenaza de un descenso aun más profundo en la barbarie, cuyo punto culminante sería no ya la "aniquilación" de la civilización, sino la desaparición de la vida humana en el planeta.

La época de las guerras y de las revoluciones

En 1915 no se levantaron claramente contra la guerra más que un puñado de socialistas. Trotski bromeaba diciendo que los internacionalistas que se reunieron aquel año en Zimmerwald hubiesen podido caber en un solo taxi. Pero la Conferencia de Zimmerwald, que solo agrupó a un puñado de socialistas opuestos a la guerra, fue el signo de que algo estaba cambiando en las filas de la clase obrera internacional. En 1916, el desengaño respecto a la guerra, tanto en el frente como en la retaguardia, se fue haciendo cada vez más profundo, como lo demostraron las huelgas que estallaron en Alemania y en Gran Bretaña así como las manifestaciones que saludaron la puesta en libertad de Karl Liebknecht, camarada de Rosa Luxemburg, cuyo nombre se había vuelto sinónimo de la consigna: "nuestro principal enemigo está en nuestro propio país". La revolución estalló en Rusia en febrero del 17, acabando con el reino de los zares; pero no fue en nada un 1789 ruso, una nueva revolución burguesa atrasada, sino que Febrero abrió el camino a Octubre, a la toma del poder por la clase obrera organizada en soviets, que proclamó que esa insurrección sólo era el primer golpe de la revolución mundial que acabaría no sólo con la guerra sino con el propio capitalismo.

Como lo repetían Lenin y los bolcheviques, la Revolución rusa triunfaría o caería con la revolución mundial. Su llamamiento a la sublevación tuvo un eco rápido: motines en el ejército francés en 1917, revolución en Alemania en 1918 que obligó a los gobiernos burgueses del mundo a concluir a toda prisa una paz precipitada por miedo a que la epidemia bolchevique se extendiera, República de los soviets en Baviera y en Hungría en 1919, huelgas generales en Seattle, Estados Unidos, y en Winnipeg, Canadá, necesidad para la burguesía de mandar tanques para oponerse a la agitación obrera en el valle del Clyde en Escocia el mismo año, ocupaciones de fábricas en Italia en 1920. Fue una deslumbrante confirmación del análisis de la IC: se abría un nuevo periodo de guerras y de revoluciones. Al mismo tiempo que aplastaba a la humanidad con su apisonadora de militarismo y guerra, el capitalismo también hacía necesaria la revolución proletaria.

Pero desgraciadamente, la conciencia que tenían los elementos más dinámicos y clarividentes de la clase obrera, los comunistas, no coincidía ni mucho menos con el nivel alcanzado por el conjunto de la clase. La mayor parte de ésta no entendía todavía que era imposible volver al antiguo periodo de paz y de reformas graduales. Quería que se acabara la guerra, y a pesar de haber debido imponer la paz a la burguesía, ésta supo jugar sobre la idea de que se podía volver al status quo ante bellum, la situación de preguerra, aderezándolo con unas cuantas reformas presentadas como "ventajas obreras": en Gran Bretaña, fueron los homes fit for heroes, "hogares de los héroes" que volvían de la guerra, fue el derecho de voto para las mujeres y la cláusula 4 en el programa del partido Laborista que prometía las nacionalizaciones de las fábricas mas importantes de la economía; En Alemania, en donde la revolución ya había empezado a concretarse, las promesas fueron más radicales, usándose palabras como socialización y consejos obreros; se comprometían a que abdicara el Káiser y a instaurar una República basada en el sufragio universal.

Fueron esencialmente los socialdemócratas, esos especialistas experimentados de la lucha por reformas, quienes vendieron esas ilusiones a los obreros, ilusiones que les permitieron por un lado declararse a favor de la revolución y por otro utilizar a los grupos protofascistas para asesinar a los obreros revolucionarios en Berlín y Munich, entre ellos a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht; también apoyaron la asfixia económica y la ofensiva militar contra el poder soviético en Rusia, con el pretexto falaz de que los bolcheviques habrían forzado la historia al llevar a cabo una revolución en un país atrasado en el que la clase obrera era minoritaria, "ofendiendo" así los sagrados principios de la democracia.

Por la mentira y la represión brutal, la oleada revolucionaria fue atajada en una serie de derrotas sucesivas. Cortada del oxígeno de la revolución mundial, la revolución en Rusia empezó a ahogarse y a devorarse a sí misma; ese proceso lo simboliza muy bien el desastre de Cronstadt, en donde obreros y marinos descontentos que exigían nuevas elecciones de los soviets fueron aplastados por el gobierno bolchevique. Fue Stalin el "vencedor" de ese proceso de degeneración, y su primera víctima fue el propio Partido bolchevique que se transformó final e irrevocablemente en instrumento de una nueva burguesía de Estado, tras haber sustituido toda apariencia de internacionalismo por la noción fraudulenta de "socialismo en un solo país".

El capitalismo sobrevivió entonces al terror que le infundió la oleada revolucionaria, a pesar de algunas "réplicas" como la huelga general en Gran Bretaña en 1926 y la insurrección obrera de Shangai en 1927. Proclamó su firme intención de volver a la normalidad. Durante la guerra, el principio de "pérdidas y ganancias" había quedado temporal y parcialmente suspendido al orientar casi toda la producción hacia el esfuerzo de guerra, dejando el aparato estatal controlar directamente el conjunto de los sectores de la economía. En un Informe al Tercer Congreso de la Internacional comunista, Trotski señaló de qué forma la guerra había favorecido una nueva forma de funcionar del capitalismo, esencialmente basada en la manipulación de la economía por el Estado y la creación de montones de deudas, de capital ficticio:
"Como saben, el capitalismo como sistema económico está lleno de contradicciones. Durante los años de guerra, éstas alcanzaron proporciones monstruosas. Para hallar los recursos necesarios a la guerra, el Estado ha aplicado principalmente dos medidas: la primera es emitir papel moneda, la segunda emitir obligaciones. Así es cómo una cantidad creciente de pretendidos "valores papel" (las obligaciones) entró en circulación, como medio por el que el Estado sonsacó valores materiales reales del país para destruirlos en la guerra. Cuanto mayores fueron las sumas gastadas por el Estado, o sea los valores reales destruidos, mayor ha sido la cantidad de seudoriqueza, de valores ficticios acumulados en el país. Los títulos de Estado se acumularon como montañas. Puede a primera vista parecer que un país se haya vuelto muy rico pero, en realidad, se ha socavado su fundamento económico, haciéndolo vacilar, conduciéndolo al límite del hundimiento. Las deudas de Estado han subido hasta casi un billón de marcos oro, que se añaden a los 62 % de recursos nacionales actuales de los países en guerra. Antes de la guerra, la cantidad total mundial de papel moneda y de crédito se acercaba a los 28 000 millones de marcos. Hoy está entre 220 y 280 mil millones, o sea que se ha multiplicado por diez. Y además esas cifras no tienen en cuenta a Rusia sino únicamente al mundo capitalista. Todo esto se aplica en particular, aunque no exclusivamente, a los países europeos principalmente a la Europa continental y, en particular, a la Europa central. A medida que Europa se empobrece -lo que está sucediendo hasta hoy- se cubre cada día más de capas cada vez más espesas de "valores papel", de lo que se llama capital ficticio. Esa moneda ficticia de capital papel, esas notas del tesoro, bonos de guerra, billetes, representan o el recuerdo de un capital difunto o la espera de un capital por llegar. Ya no tienen ninguna relación con un capital verdaderamente existente. Sin embargo siguen funcionando como capital y como moneda y eso da una imagen increíblemente desformada de la sociedad y de la economía mundial en su conjunto. Cuanto más se empobrece esa economía, más rica parece ser esa imagen reflejada por ese espejo del capital ficticio. Al mismo tiempo, la creación de ese capital ficticio significa, como lo veremos, que las clases se reparten de manera diferente la distribución de una renta nacional y de una riqueza que se contraen gradualmente. La renta nacional también se ha contraído pero no tanto como la riqueza nacional. La explicación es sencilla: la vela de la economía capitalista se ha prendido por los dos cabos" (2 de junio de 1921; traducido del inglés por nosotros).

Lo que esos métodos significaban claramente es que el sistema no podía existir sin trampear con sus propias leyes. Los nuevos métodos se describían como "socialismo de guerra", pero no eran sino un medio de preservar el sistema capitalista en un período en el que se hacía obsoleto y formaba un baluarte desesperado contra el socialismo, contra la ascensión de un modo de producción social superior. Como el "socialismo de guerra" no era esencialmente necesario sino para ganar la guerra, fue efectivamente desmantelado cuando se acabó. A principios de los años 20, en una Europa devastada por la guerra, empezó un difícil periodo de reconstrucción pero las economías del Viejo Mundo seguían estancadas: las tasas de crecimiento espectaculares que habían caracterizado a los principales países capitalistas de preguerra no volvían a producirse. El paro se instaló en permanencia en países como Gran Bretaña, mientras la economía alemana, sangrada por los costes de las indemnizaciones de guerra, batía todos los récords de inflación conocidos y estaba alimentada casi totalmente por el endeudamiento.

La excepción principal fueron los Estados Unidos que se desarrollaron durante la guerra desempeñando el papel de "intendente de Europa", como dice Trotski en ese mismo Informe. EE.UU. apareció entonces definitivamente como la economía más poderosa del mundo y floreció precisamente porque sus rivales fueron derribados por los costes enormes de la guerra, las alteraciones sociales de posguerra y la desaparición completa del mercado ruso. Fue para Norteamérica la época del jazz, los "años locos"; las imágenes del Ford "T", producido masivamente en las fábricas de Henry Ford, reflejaba la realidad de unas tasas de crecimiento vertiginosas. Tras haber llagado hasta el final de su expansión interna y aprovechándose del estancamiento de las viejas potencias europeas, el capital norteamericano empezó a invadir el globo con sus mercancías, desde Europa hasta los países subdesarrollados, alcanzando incluso regiones todavía precapitalistas. Tras haber sido deudor durante el siglo xix, Estados Unidos se convirtió en principal acreedor mundial. El boom no influyó demasiado en la agricultura estadounidense, en cambio, sí hubo un aumento perceptible de poder adquisitivo de la población urbana y proletaria. Todo ello parecía ser la prueba de que se podía volver al mundo del capitalismo liberal, al "dejar hacer" que había permitido la extraordinaria expansión del siglo xix. Era el triunfo de la filosofía tranquilizadora de un Calvin Coolidge, presidente de Estados Unidos en aquel entonces. Así habló al Congreso americano en diciembre de 1928:
"Ninguno de los Congresos de Estados Unidos hasta ahora reunidos para examinar el estado de la Unión había tenido ante sí una perspectiva tan favorable como la que se nos ofrece en los actuales momentos. En lo que respecta a los asuntos internos, hay tranquilidad y satisfacción, relaciones armoniosas entre patronos y asalariados, liberadas de los conflictos sociales, y el nivel más alto de prosperidad. La paz triunfa en el plano exterior, la buena voluntad debida de la comprensión mutua, y el reconocimiento de que los problemas que parecían tan amenazadores hace poco tiempo, están desapareciendo bajo la influencia de un comportamiento claramente amistoso. La importante riqueza creada por nuestra mentalidad empresarial y nuestro trabajo, salvada por nuestro sentido de la economía, ha conocido la distribución más amplia en nuestra población y su flujo continuo ha servido para las obras caritativas y la industria del mundo entero. Lo mínimo para vivir ya no se limita a lo estrictamente necesario y y ahora ya se extiende a lo lujoso. El incremento de la producción es consumido por la creciente demanda interior y un comercio exterior en expansión. El país puede mirar el presente con satisfacción y anticipar con optimismo el futuro."

¡Palabras pertinentes si las hay! En octubre del 29, menos de un año después, fue el "crash". El crecimiento convulsivo de la economía norteamericana chocó contra los límites inherentes al mercado. Muchos de los que habían creído que el crecimiento era ilimitado, que el capitalismo era capaz de crear sus propios mercados para siempre y habían invertido sus ahorros basándose en ese mito cayeron desde muy alto.

Además no fue una crisis como las que habían marcado el siglo xix, crisis tan regulares durante la primera mitad de ese siglo que incluso fue posible hablar de "ciclo decenal". En aquel tiempo, tras un breve período de hundimiento, se encontraban nuevos mercados en el mundo y volvía a iniciarse una nueva fase de crecimiento, todavía más vigorosa; además, en el período entre 1870 a 1914, caracterizado por un empuje imperialista acelerado por la conquista de las regiones no capitalistas restantes, las crisis que golpearon los centros del sistema fueron mucho menos violentas que durante la juventud del capitalismo, a pesar de que lo que se llamó la "larga depresión", entre 1870 y 1890, que reflejó, en cierto modo, el principio del fin de la supremacía económica mundial de Gran Bretaña. Y, de todas maneras, no hay comparación posible entre los problemas comerciales del siglo xix y el hundimiento ocurrido en los años 1930. Era una situación cualitativamente diferente: algo fundamental había cambiado en las condiciones de la acumulación capitalista. La depresión era mundial: desde su centro, Estados Unidos, pasó a golpear a Alemania, que entonces era casi totalmente dependiente de EEUU, después al resto de Europa. La crisis fue igualmente devastadora para las regiones coloniales o semidependientes, obligadas en gran parte por sus grandes "propietarios" imperialistas, a producir en primer lugar para las metrópolis. La caída repentina de los precios mundiales sumió en la ruina a la mayoría de esos países.

Puede medirse la profundidad de la crisis en que la producción mundial, que había descendido en torno al 10 % con la Primera Guerra mundial, tras el crash, se desmoronó 36,2 %  (esta cifra no incluye a la URSS ; cifras sacadas del libro de Sternberg, el Conflicto del siglo, 1951). En Estados Unidos, gran beneficiario de la guerra, la caída de la producción industrial alcanzó 53,8 %. Las estimaciones de las cifras del desempleo son variables; Sternberg lo estima en 40 millones de desempleados en los principales países desarrollados. La caída del comercio mundial fue también catastrófica, reduciéndose a un tercio del nivel de antes de 1929. Pero la diferencia principal entre el desmoronamiento de los años 1930 y las crisis del siglo xix es que ya no existía, a partir de entonces, ningún mecanismo "automático" de reanudación de un nuevo ciclo de crecimiento y de expansión hacia las regiones del planeta que todavía no eran capitalistas. La burguesía se dio cuenta en seguida de que ya no seguiría habiendo una "mano invisible" del mercado para que la economía siguiera funcionando en el futuro inmediato. Debía pues abandonar el liberalismo ingenuo de Coolidge y de su sucesor, Hoover, y reconocer que, a partir de entonces, el Estado debería intervenir autoritariamente en la economía para así preservar el sistema capitalista. Fue sobre todo Keynes quien teorizó esa política; comprendió que el Estado debía sostener las industrias en declive y generar un mercado artificial para compensar la incapacidad del sistema para desarrollar otras nuevas. Ése es el sentido de las "obras públicas" a gran escala emprendidas por Roosevelt con el nombre de New Deal, del apoyo que le otorgó la nueva central sindical, la CIO, para estimular la demanda de los consumidores, etc. En Francia, la nueva política tomó la forma del Frente popular. En Alemania e Italia, la forma del fascismo y en Rusia, la del estalinismo. Todas esas políticas tenían la misma causa subyacente. El capitalismo había entrado en una nueva época, la época del capitalismo de Estado.

Pero el capitalismo de Estado no existe en cada país de un modo aislado de los demás. Al contrario, está en gran parte determinado por la necesidad de centralizar y defender la economía nacional contra la competencia de las demás naciones. En los años 30, eso comprendía un aspecto económico: se consideraba que el proteccionismo era un medio de defender sus propias industrias y sus mercados contra la intrusión de industrias de otros países; pero el capitalismo de Estado contenía un aspecto militar, mucho más significativo, pues la competencia económica aceleraba la marcha hacia una nueva guerra mundial. El capitalismo de Estado es, por esencia, una economía de guerra. El fascismo, que celebraba ruidosamente los ventajas de la guerra, era la expresión más patente de esa tendencia. Bajo el régimen de Hitler, el capital alemán respondió a su situación económica catastrófica lanzándose a una carrera desenfrenada de rearme. Eso produjo el efecto "benéfico" de absorber rápidamente el desempleo, pero no era ése el objetivo verdadero de la economía de guerra. Su objetivo era prepararse para un nuevo y violento reparto de los mercados. De igual modo, el régimen estalinista en Rusia y la subordinación despiadada del nivel de vida de los proletarios al desarrollo de la industria pesada, respondía a la necesidad de hacer de Rusia una potencia militar mundial con la que había que contar y, como en la Alemania nazi y el Japón militarista (que ya había lanzado una campaña de conquista militar invadiendo Manchuria en 1931 y el resto de China en 1937), esos regímenes resistieron al desmoronamiento con "éxito" pues habían subordinado toda la producción a las necesidades de la guerra. Pero el desarrollo de la economía de guerra fue también el secreto de los programas masivos de obras públicas en los países del "New Deal" y del Frente Popular, por mucho que éstos tardaran más tiempo en adaptar las fábricas a la producción masiva de armas y material militar.

Victor Serge calificó el período de los años 1930 de "medianoche en el siglo". Al igual que la guerra de 1914-18, la crisis económica de 1929 confirmó la senilidad del modo de producción capitalista. A una escala mucho mayor que lo que se había conocido en el siglo xix, se asistía a una "epidemia que, en otro tiempo cualquiera, hubiera parecido una paradoja, [abatirse] sobre la sociedad- la epidemia de la sobreproducción" (Manifiesto comunista). Millones de personas sufrían hambre, soportando un desempleo forzoso, en las naciones más industrializadas del globo, no porque las fábricas y los campos no pudieran producir lo suficiente, sino porque producían "demasiado" para la capacidad de absorción del mercado. Era una nueva confirmación de la necesidad de la revolución socialista.

Pero el primer intento del proletariado de realizar el veredicto de la historia había sido definitivamente vencido a finales de los años 1920 y por todas partes imperaba la contrarrevolución. Y ésta alcanzó las simas más profundas y más terroríficas precisamente allí donde la revolución había llegado más alto. En Rusia, la contrarrevolución fueron los campos de trabajo y las ejecuciones masivas; poblaciones enteras deportadas, millones de campesinos deliberadamente matados de hambre; los obreros, en las fábricas, sometidos a la sobreexplotación stajanovista. En lo cultural, todas las experiencias sociales y artísticas de los primeros años de la revolución fueron suprimidas en nombre del "realismo socialista", imponiéndose el retorno a las normas burguesas más vulgares.

En Alemania e Italia el proletariado había estado más cerca de la revolución que en cualquier otro país de Europa occidental. La consecuencia de su derrota fue la instauración de un régimen policiaco brutal. El fascismo se caracterizó por una amplia burocracia de informadores, la persecución feroz de los disidentes y de las minorías sociales y étnicas, entre ellas, el caso más conocido es la eliminación de los judíos en Alemania. El régimen nazi pisoteo cientos de años de cultura, enfangándose en teorías ocultistas seudocientíficas sobre la misión civilizadora de la raza aria, quemando libros con ideas "no alemanas", exaltando las virtudes de la sangre, de la tierra y de la conquista. Trotski consideró la destrucción de la cultura en la Alemania nazi como una prueba muy elocuente de la decadencia de la cultura burguesa:
"El fascismo ha hecho accesible la política a los bajos fondos de la sociedad. En la actualidad, no sólo en los hogares campesinos, sino también en los rascacielos urbanos, viven conjuntamente los siglos veinte y diez o trece. Cien millones de personas utilizan la electricidad y todavía creen en el poder mágico de gestos y exorcismos. El papa de Roma siembra por la radio la milagrosa transformación del agua en vino. Los astros del cine van a los mediums. Los aviadores que pilotan milagrosos mecanismos creados por el genio del hombre utilizan amuletos en sus ropas. ¡Qué reservas inagotables de oscurantismo, ignorancia y barbarie! La desesperación los ha puesto en pie, el fascismo les ha dado una bandera. Todo lo que debía haberse eliminado del organismo nacional en forma de excremento cultural en el curso del desarrollo normal de la sociedad lo arroja por la boca ahora la sociedad capitalista, que vomita la barbarie no digerida. Tal es la fisiología del nacionalsocialismo" (¿Qué es el nacional-socialismo?, 1933).

Pero, precisamente porque el fascismo era una expresión concentrada del declive del capitalismo como sistema, pensar que podía combatirse sin luchar contra el capitalismo en su conjunto, como lo afirmaban toda clase de "antifascistas", era una pura mistificación. Esto quedó patente en la España de 1936: los obreros de Barcelona replicaron al primer golpe de Estado del general Franco, con sus propios métodos de lucha de clases - la huelga general, la confraternización con las tropas, el armamento de los obreros - paralizando en unos cuantos días la ofensiva fascista. Fue cuando dejaron su lucha en manos de la burguesía democrática personificada en el Frente Popular, cuando fueron vencidos y arrastrados a una lucha interimperialista que confirmó ser un ensayo general de la matanza mucho más mortífera que sucedería después. La Izquierda italiana sacó, escuetamente, la conclusión: la guerra de España fue la confirmación terrible de que el proletariado mundial había sido derrotado; y como el proletariado era el único obstáculo en el camino del capitalismo hacia la guerra, la marcha hacia una nueva guerra mundial quedaba abierto.

Una nueva etapa de la barbarie

El cuadro de Picasso, Guernica, es célebre, con razón, por ser una representación sin parangón de los horrores de la guerra moderna. El bombardeo ciego de la población civil de la ciudad de Guernica por la aviación alemana que apoyaba al ejército de Franco, provocó una enorme conmoción pues era un fenómeno relativamente nuevo. El bombardeo aéreo de objetivos civiles fue muy limitado durante la Iª Guerra mundial y muy ineficaz. La gran mayoría de los muertos de esa guerra eran soldados en los campos de batallas. La IIª Guerra mundial mostró hasta qué punto la barbarie del capitalismo en decadencia se había incrementado, pues esta vez la mayoría de los muertos eran civiles:
"El cálculo total de vidas humanas perdidas a causa de la Segunda Guerra mundial, dejando de lado el campo al que pertenecían, es alrededor de 72 millones. La cantidad de civiles alcanza los 47 millones, incluidos los muertos por hambre y enfermedad causadas por la guerra. Las pérdidas militares ascienden a unos 25 millones, incluidos 5 millones de prisioneros de guerra" (https://en.wikipedia.org/wiki/World_War_II_casualties).

La expresión más aterradora y en la que se concentra el horror fue la matanza industrial de millones de judíos y de otras minorías por el régimen nazi, fusilados por paquetes en los guetos y los bosques de Europa del Este, hambrientos y explotados en el trabajo como esclavos, hasta la muerte, gaseados por cientos de miles en los campos de Auschwitz, Bergen-Belsen o Treblinka. Pero la cantidad de muertos civiles, víctimas de los bombardeos de ciudades por las acciones bélicas de ambos bandos es la prueba de que el holocausto, el asesinato sistemático de inocentes, fue una característica general de esa guerra. Y en este aspecto, las democracias incluso sobrepasaron sin duda a las potencias fascistas, pues el manto de bombas, especialmente las incendiarias, que cubrieron las ciudades alemanas y japonesas dan, por comparación, un aspecto un poco "aficionado" al Blitz alemán sobre el Reino Unido. El punto álgido y simbólico de ese nuevo método de matanza de masas fue el bombardeo atómico de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki; pero en lo que a muertos civiles se refiere, el bombardeo "convencional" de ciudades como Tokio, Hamburgo y Dresde fue todavía más mortífero.

El uso de la bomba atómica por Estados Unidos abrió, de dos maneras, un nuevo período. Primero confirmó que el capitalismo se había vuelto un sistema de guerra permanente. Pues si bien la bomba atómica marcó el fin de las potencias del Eje, también abrió un nuevo frente de guerra. El objetivo verdadero detrás de Hiroshima no era Japón, que estaba ya por los suelos y pedía condiciones para rendirse, sino la URSS. Era un aviso para que este país moderara sus ambiciones imperialistas en Extremo Oriente y en Europa. En realidad "los jefes del Estado mayor estadounidense elaboraron un plan de bombardeo atómico de las veinte principales ciudades soviéticas en las diez semanas que siguieron al fin de la guerra" (Walker, The Cold War and the making of the Modern World, citado por Eric Hobsbawm, La edad de los extremos, p. 518 de la ed. francesa). En otras palabras, la bomba atómica no puso fin a la Segunda Guerra mundial más que para erigir los frentes de la tercera, aportando un significado nuevo y aterrador a las palabras de Rosa Luxemburg sobre las "últimas consecuencias" de un período de guerras sin trabas. La bomba atómica demostraba que a partir de entonces, el sistema capitalista poseía ya la capacidad de acabar con la vida humana en la Tierra.

Los años 1914-1945 - que Hobsbawm llama "la era de las catástrofes" - confirman claramente el diagnóstico según el cual el capitalismo se volvió un sistema social decadente - al igual que lo que le ocurrió a la Roma antigua o al feudalismo antes de aquél. Los revolucionarios que sobrevivieron a las persecuciones y a la desmoralización de los años 1930 y 1940 y que mantuvieron los principios internacionalistas contra los dos campos imperialistas antes y durante la guerra, eran poco numerosos, pero para la mayoría de ellos, era algo definitivo. Dos guerras mundiales, la amenaza inmediata de una tercera y la crisis económica mundial a una escala sin precedentes, parecían confirmarlo claramente.

En las décadas siguientes, sin embargo, empezaron a surgir dudas. Era algo seguro que la humanidad vivía ahora bajo la amenaza permanente de ser aniquilada. Durante los 40 años siguientes, aunque los dos nuevos bloques imperialistas no arrastraron a la humanidad a una nueva guerra mundial, permanecieron en situación de conflicto y de hostilidad permanente, llevando a cabo una serie de guerras, mediante terceros, en Extremo y Medio Oriente y en África; y, en varias ocasiones, especialmente durante la crisis de los misiles en Cuba en octubre de 1962, llevaron a la humanidad al borde del abismo. Un cálculo aproximado oficial da cuenta de 20 millones de muertos, matados durante esas guerras; otros cálculos dan cifras mucho más altas.

Esas guerras asolaron las regiones subdesarrolladas del mundo y, durante el período de posguerra, esas zonas conocieron problemas espantosos de pobreza y desnutrición. Sin embargo, en los países capitalistas principales, se produjo un boom espectacular durante algunos años que los expertos de la burguesía llamaron retrospectivamente los "Treinta Gloriosos". Las tasas de crecimiento igualaron o superaron incluso las del siglo xix, subían los salarios con regularidad, se instituyeron servicios sociales y de salud bajo la dirección "protectora" de los Estados... En 1960, en Gran Bretaña, el diputado británico Harold Macmillan dijo a la clase obrera "la vida nunca ha sido tan hermosa". Entre los sociólogos florecieron nuevas teorías sobre la transformación del capitalismo en "sociedad de consumo" en la cual la clase obrera "se había aburguesado" gracias a la incesante acumulación de televisores, lavadoras, coches y vacaciones organizadas. Para muchos, incluidos algunos en el movimiento revolucionario, ese período contradecía la idea de que el capitalismo había entrado en decadencia, demostrando su capacidad para desarrollarse de forma casi ilimitada. Los teóricos "radicales", como Marcuse, empezaron a buscar fuera de la clase obrera el sujeto del cambio revolucionario: los campesinos del Tercer mundo o los estudiantes rebeldes de los centros capitalistas.

Una sociedad en descomposición

Examinaremos en otro lugar las bases reales de ese boom de posguerra y, especialmente, qué medios adoptó el capitalismo en declive para conjurar las consecuencias inmediatas de sus contradicciones. Digamos ya que quienes declararon que el capitalismo había logrado superar sus contradicciones iban a aparecer como lo que eran, unos empiristas superficiales, cuando, a finales de los años 1960, aparecieron los primeros síntomas de una nueva crisis económica en los principales países occidentales. A partir de los 70 la enfermedad ya estaba declarada: la inflación empezó a hacer estragos en las economías principales, incitando a abandonar los métodos keynesianos de apoyo directo a la economía por parte del Estado, métodos que tan bien habían funcionado durante las décadas anteriores. Y así, los 80 fueron los años del "thatcherismo" y de la "reaganomics", o sea de las políticas propugnadas por la primera ministra británica, Margaret Thatcher, y el presidente de EEUU, Ronald Reagan, que consistían en dejar que la economía descendiera a su nivel real abandonando las industrias más débiles. Desde entonces, hemos atravesado una serie de minibooms y de recesiones, y el proyecto del thatcherismo sigue existiendo en el plano ideológico con las perspectivas del neoliberalismo y de las privatizaciones. Sin embargo, más allá de la retórica sobre el retorno a los valores económicos de la época de la reina Victoria sobre la libre empresa, el papel del Estado capitalista sigue siendo tan decisivo o más: el Estado sigue manipulando el crecimiento económico mediante toda clase de maniobras financieras, todas ellas basadas en un montón creciente de deudas, cuyo mejor ejemplo y símbolo son los Estados Unidos. El desarrollo de esta potencia se plasmó en que de deudora se transformó en acreedora y, en cambio, ahora se ahoga bajo una deuda de más de 36 billones (36+12 ceros) de dólares ([1]):
"Este amontonamiento constante de deudas, no sólo en Japón sino en todos los países desarrollados, es una auténtica bomba de relojería con un potencial de destrucción insospechado. Una estimación aproximada del endeudamiento mundial para todos los agentes económicos (Estados, empresas, familias y bancos) oscila entre 200 y 300 % del producto mundial. En concreto eso significa dos cosas: por un lado, el sistema ha adelantado el equivalente monetario del valor de entre dos y tres veces el producto mundial para paliar la crisis de sobreproducción permanente y, por otro lado, habría que trabajar dos a tres años por nada, si esa deuda tuviera que ser devuelta del día a la mañana. Si un endeudamiento masivo puede ser hoy soportado por las economías desarrolladas, está, en cambio, ahogando uno por uno a los países llamados "emergentes". Esa deuda fenomenal a nivel mundial es algo históricamente sin precedentes y es expresión a la vez de la profundidad del laberinto en que está inmerso el sistema capitalista, pero, también, de su capacidad para manipular la ley del valor para que perdure", (Revista internacional no 114, 3er trimestre de 2003).

Mientras que la burguesía nos pide que confiemos en todos esos remedios como la "economía de la información" u otras baratijas como las "revoluciones tecnológicas", la dependencia de toda la economía mundial respecto al endeudamiento implica una acumulación de fuerzas subterráneas cuya presión acabará haciendo reventar el volcán. Lo observamos regularmente: el motor del crecimiento de los "tigres" y de los "dragones" asiáticos se caló en 1997; ha sido quizás el ejemplo más significativo. Hoy, en 2007, se nos repite que las tasas de crecimiento espectaculares de India y China nos muestran el futuro. Pero, justo después, las palabras no logran ocultar el miedo a que todo esto acabe mal. El crecimiento de China, al fin y al cabo, se basa en exportaciones baratas hacia "Occidente", cuya capacidad de consumo se basa en enormes montones de deudas... ¿Y qué ocurrirá cuando haya que reembolsarlas? Tras el crecimiento sustentado por la deuda de los últimos veinte años, aparece su fragilidad en muchos de sus aspectos más claramente negativos: la desindustrialización de partes enteras de la economía occidental, la creación de una multitud de empleos improductivos y a menudo precarios, cada vez más vinculados a ámbitos parásitos de la economía; la creciente distancia entre ricos y pobres, no sólo entre los países capitalistas centrales y las regiones más pobres del mundo, sino en las economías más desarrolladas; la incapacidad evidente para absorber verdaderamente la masa de desempleados que se ha vuelto permanente y cuya amplitud se oculta con cantidad de artimañas (cursillos de formación que no van a ninguna parte, cambios constantes en los cálculos del desempleo, etc.).

En el plano económico, pues, el capitalismo no ha invertido, ni mucho menos, su curso a la catástrofe. Y lo mismo ocurre en el plano imperialista. Cuando se hundió el bloque del Este a finales de los años 1980, poniendo un fin espectacular a cuatro décadas de "Guerra fría", el presidente de EEUU, George Bush senior, pronunció su célebre frase en la que anunciaba la apertura de un nuevo orden mundial de paz y prosperidad. Pero el capitalismo decadente es guerra permanente; la forma de los conflictos imperialistas podrá cambiar, pero no desaparecer. Lo vimos en 1945, lo hemos vuelto a comprobar desde 1991. En lugar del conflicto relativamente "disciplinado" entre los dos bloques, estamos asistiendo a una guerra mucho más caótica, de todos contra todos, con una única superpotencia restante, Estados Unidos, que recurre vez más a la fuerza militar para intentar imponer su autoridad declinante. Y ha ocurrido lo contrario: cada despliegue de esa superioridad militar incontestable lo único que ha logrado es incrementar más todavía la oposición a su hegemonía. Lo vimos cuando la primera Guerra del Golfo en 1991: por mucho que entonces Estados Unidos consiguiera momentáneamente obligar a sus antiguos aliados, Alemania y Francia, a unirse a su cruzada contra Sadam Husein en Irak, los dos años siguientes demostraron claramente que la antigua disciplina del bloque occidental había desaparecido para siempre: durante las guerras que devastaron los Balcanes durante la década de los 90, Alemania primero, con su apoyo a Croacia y Eslovenia, Francia después con su apoyo a Serbia, mientras que EEUU decidía apoyar a Bosnia, se dedicaron a hacer la guerra contra esta potencia mediante terceros. Incluso el "lugarteniente" de Estados Unidos, Gran Bretaña, se situó por una vez en el campo adverso apoyando a Serbia hasta el momento en que este país ya no pudo impedir la ofensiva estadounidense y sus bombardeos. La reciente "guerra contra el terrorismo", preparada gracias a la destrucción de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, por un comando suicida muy probablemente manipulado por el Estado norteamericano (otra expresión de la barbarie del mundo actual) ha agudizado las divergencias: Francia, Alemania y Rusia formaron una coalición de opositores a la invasión de Irak por Estados Unidos. Las consecuencias de la invasión de Irak en 2003 han sido todavía más desastrosas. Lejos de consolidar el control de Oriente Medio por Estados Unidos y favorecer la Full spectrum dominance, el dominio tecnológico de EEUU con el que sueñan los neoconservadores de la administración Bush y sus secuaces, la invasión ha sumido toda la región en el caos con una inestabilidad creciente en Israel/Palestina, Líbano, Irán, Turquía, Afganistán y Pakistán. Durante ese tiempo, el equilibrio imperialista estaba ya más minado todavía por la emergencia de nuevas potencias nucleares, India y Pakistán; es posible que Irán sea pronto la siguiente y, de todas maneras, este país ha ampliado sus ambiciones imperialistas tras la caída de su gran rival, Irak. El equilibrio imperialista también está minado por la posición hostil que ha ido tomando cada vez más la Rusia de Putin hacia Occidente, por el peso creciente del imperialismo chino en los asuntos mundiales, por la proliferación de Estados que se desintegran y de "Estados gamberros" en Oriente Medio, Extremo Oriente y África, por la extensión del terrorismo islamista a escala mundial, que actúa a veces por cuenta de tal o cual potencia, pero, a menudo, como potencia imprevisible por cuenta propia ... Desde el final de la "guerra fría", el mundo no es, desde luego, menos peligroso sino mucho más.

Y si ya a lo largo de todo el siglo xx, no han hecho más que aumentar los peligros que amenazan a la especie humana, sobre todo la crisis y la guerra imperialista, ahora, en las últimas décadas, ha aparecido una tercera dimensión del desastre que el capitalismo reserva a la humanidad: la crisis ecológica. Este modo de producción, aguijoneado por una competencia cada vez más agitada en busca de la última oportunidad de encontrar un mercado, debe continuar extendiéndose por todos los rincones del planeta, saquear sus recursos a toda costa. Y este "crecimiento" frenético aparece cada día más como un cáncer para la Tierra entera. Durante las dos últimas décadas, la población ha ido tomando conciencia poco a poco de la amplitud de esa amenaza porque, aunque hoy seamos testigos de algo que no es sino el punto álgido de un proceso ya antiguo, el problema ya ha empezado a plantearse a unos niveles muy elevados. La contaminación del aire, de los ríos y los mares a causa de las emisiones de la industria y los transportes, la destrucción de las selvas tropicales y de cantidad de otros hábitats silvestres o la amenaza de extinción de innumerables especies animales han alcanzado cotas alarmantes, combinándose ahora con el problema del cambio climático que amenaza con devastar la civilización humana con una sucesión de inundaciones, sequías, hambrunas y plagas de todo tipo. El propio cambio climático puede acabar provocando una espiral de desastres como lo reconoce, entre otros, el célebre físico Stephen Hawking. En una entrevista a ABC News, en agosto de 2006, explicaba que:
 "el peligro es que el calentamiento global puede autoalimentarse si es que no lo está haciendo ya. El deshielo de los polos del Ártico y del Antártico reduce la parte de energía solar que se refleja en el espacio, incrementando la temperatura más todavía. El cambio climático puede destruir la Amazonia y otras selvas tropicales, eliminando así uno de los medios principales con los que se absorbe el dióxido de carbono de la atmósfera. La subida de la temperatura de los océanos puede liberar grandes cantidades de metano aprisionados en forma de hidratos en el fondo de los mares. Esos dos fenómenos aumentarían el efecto invernadero, acentuando el calentamiento global. Es urgente darle la vuelta al calentamiento climático si todavía es posible".

Las amenazas económica, militar y ecológica no van separadas, sino que están íntimamente unidas. Es evidente, sobre todo, que las naciones capitalistas ante la ruina de su economía, frente a las catástrofes ecológicas no van a sufrir tranquilamente su propia desintegración sino que se verán forzadas a adoptar soluciones militares contra las demás naciones.

Como nunca antes se nos plantea la alternativa socialismo o barbarie. E igual que, como lo decía Rosa Luxemburg, la Iª Guerra mundial era ya la barbarie, el peligro que amenaza a la humanidad, y, para empezar, a la única fuerza que pueda salvarla, el proletariado, es que éste se vea arrastrado por la barbarie creciente que se expande por el planeta antes de que pueda actuar y aportar su propia solución.

La crisis ecológica plantea claramente el peligro: la lucha de clase proletaria apenas puede influir en ella antes de que el proletariado haya tomado el poder y esté en situación de reorganizar la producción y el consumo a escala mundial. Y cuanto más se retrase la revolución mayor será el peligro de que la destrucción del medio ambiente socave las bases materiales de la transformación comunista. Pero lo mismo ocurre con los efectos sociales que engendra la fase actual de la decadencia. En muchas ciudades existe una tendencia a que la clase obrera pierda su identidad de clase y que una generación de jóvenes proletarios sea víctima de la mentalidad de pandilla, de ideologías irracionales y de la desesperanza nihilista. Esto también conlleva el peligro de que sea demasiado tarde para que el proletariado se reconstituya como fuerza social revolucionaria.

Sin embargo, el proletariado no debe jamás olvidar su verdadero potencial. Por su parte, la burguesía siempre ha sido consciente de ese potencial. En el período que desembocó en la Iª Guerra mundial, la clase dominante esperaba con ansiedad la respuesta que daría la socialdemocracia, pues sabía muy bien que no podría obligar a los obreros a ir a la guerra sin el apoyo activo de ésa. La derrota ideológica denunciada por Rosa Luxemburg era la condición sine qua non para desencadenar la guerra; y fue la reanudación de los combates del proletariado, a partir de 1916, lo que iba a ponerle fin. A la inversa, la derrota y desmoralización tras el reflujo de la oleada revolucionaria abrieron el curso a la IIª Guerra mundial, aunque sí necesitara la burguesía un largo período de represión y de intoxicación ideológica antes de poder movilizar a la clase obrera para esa nueva carnicería. Y la burguesía, al final de esa guerra era muy consciente de la necesidad de llevar a cabo acciones preventivas para apagar el menor peligro de que se repitiera lo ocurrido en 1917 al final de la guerra. Esa "conciencia de clase" de la burguesía estuvo ante todo personificada por el Greatest Ever Briton ("el británico más grande de la historia"), Winston Churchill, que había aprendido mucho del papel que desempeñó para ahogar la amenaza bolchevique en 1917-20. Tras las huelgas masivas del Norte de Italia en 1943, fue Churchill quien formuló la política de "dejar (a los italianos) cocerse en su propia salsa", o sea retrasar la llegada de los Aliados que venían del Sur del país para, así, permitir a los nazis que aplastaran a los obreros italianos; fue Churchill también quien mejor comprendió el siniestro mensaje del terror de los bombardeos sobre Alemania en la última fase de la guerra; su objetivo era cortar de raíz cualquier posibilidad de revolución allí donde la burguesía tenia más miedo de ella.

La derrota mundial y la contrarrevolución duraron cuatro décadas. Pero no fue el final de la lucha de clases como algunos empezaron a creer. Con el retorno de la crisis a finales de los 60, volvió a aparecer una nueva generación de proletarios que luchaban por sus propias reivindicaciones: los "acontecimientos" de Mayo de 1968 en Francia que, oficialmente, se mencionan como una "revuelta estudiantil", si llevaron casi al Estado francés al borde del abismo fue porque la revuelta de las universidades vino acompañada por la mayor huelga general de la historia. En los años siguientes, Italia, Argentina, Polonia, España, Gran Bretaña y muchos otros países conocieron a su vez movimientos masivos de la clase obrera, dejando atrás muy a menudo, a los representantes oficiales del "Trabajo", sindicatos y partidos de izquierda. Las huelgas "salvajes" fueron la norma, en oposición a la movilización sindical "disciplinada", y los obreros empezaron a desarrollar nuevas formas de lucha para zafarse del control paralizante de los sindicatos: asambleas generales, comités de huelga elegidos, delegaciones masivas hacia otros lugares de trabajo. En las grandes huelgas de Polonia, en 1980, los obreros utilizaron esos medios para coordinar su lucha a nivel de todo el país.

Las luchas del período 1968-89 se terminaron a menudo en derrotas si nos referimos a las reivindicaciones exigidas. Pero lo que es seguro es que si no hubieran sucedido, la burguesía habría tenido las manos libres para imponer ataques mucho mayores contra las condiciones de vida de la clase obrera, en particular en los países avanzados del sistema. Y, sobre todo, la negativa del proletariado a pagar los efectos de la crisis capitalista significaba también que no iba a dejarse alistar sin resistencia en una nueva guerra, y eso cuando la reaparición de la crisis había agudizado las tensiones entre los dos grandes bloques imperialistas a partir de los años 70 y, sobre todo, en los 80. La guerra imperialista es un elemento implícito de la crisis económica del capitalismo, aunque no sea, ni mucho menos, una "solución" a dicha crisis, sino un hundimiento del sistema todavía más profundo. Para la guerra, la burguesía debe disponer de un proletariado sumiso e ideológicamente leal, y eso la burguesía no lo poseía. Y quizás era en el bloque del Este donde se eso se observaba más claramente: la burguesía rusa, que era la que estaba más obligada a ir hacia la solución militar a causa de su desmoronamiento económico y el asedio militar crecientes, acabó dándose cuenta de que le era imposible usar al proletariado como carne de cañón en una guerra contra Occidente, especialmente después de la huelga de masas de Polonia en 1980. Fue ese atolladero el que, en gran parte, llevó a la implosión al bloque del Este en 1989-91.

El proletariado, sin embargo, fue incapaz de proponer su propia y auténtica solución a las contradicciones del sistema: la perspectiva de una nueva sociedad. Mayo de 1968 planteó esa cuestión a un alto nivel, haciendo surgir una nueva generación de revolucionarios, pero éstos siguieron siendo una minoría ínfima. Ante la agravación de la crisis económica, la mayor parte de la luchas obreras de los años 70 y 80 se limitaron a un nivel económico defensivo y las décadas de desilusión hacia los partidos "tradicionales" de izquierda difundieron por la clase obrera una profunda desconfianza hacia "la política" fuera cual fuera.

Hubo así una especie de bloqueo en la lucha entre las clases: la burguesía no tenía ningún porvenir que ofrecer a la humanidad, y el proletariado no había vuelto a descubrir su propio futuro. Pero la crisis del sistema no se queda inmóvil y esa situación de bloqueo ha acarreado una descomposición creciente de la sociedad a todos los niveles. En el plano imperialista, esa situación llevó a la desintegración de los dos bloques y, por ello, la perspectiva de una guerra mundial ha desaparecido por un tiempo indeterminado. Pero, como ya hemos visto, el proletariado, y con él la humanidad entera, están expuestos a un nuevo peligro, una especie de barbarie rampante que en muchos aspectos es todavía más nefasta que la guerra.

La humanidad está pues en la encrucijada. Los años, las décadas que vienen pueden ser cruciales para toda su historia, pues determinarán si la sociedad humana se va a hundir en una regresión sin precedentes e incluso a extinguirse o si será capaz de dar el salto hacia una nueva forma de organización en la cual la humanidad será por fin capaz de controlar su propia fuerza social y crear un mundo en armonía con sus necesidades.

Como comunistas que somos, estamos convencidos de que no es demasiado tarde para esta alternativa, que la clase obrera, a pesar de todos los ataques económicos, políticos e ideológicos que ha sufrido en los últimos años, sigue siendo capaz de resistir, sigue siendo todavía la única fuerza que pueda impedir la caída al abismo. De hecho, desde 2003, hay un desarrollo perceptible de luchas obreras por el mundo entero; y, a la vez, estamos asistiendo al surgir de una nueva generación de grupos y personas que cuestionan las bases mismas del sistema social actual, que buscan seriamente cuáles son las posibilidades de un cambio fundamental. En otras palabras, estamos asistiendo a una verdadera maduración de la conciencia de clase.

Frente a un mundo sumido en el caos, no faltan las explicaciones falsas a la crisis actual. Florecen hoy el fundamentalismo religioso, en sus variantes cristiana o musulmana, así como todo un abanico de explicaciones ocultistas o conspiradoras de la historia, precisamente porque los signos de un final apocalíptico de la civilización mundial son difíciles de negar. Y estas regresiones hacia la mitología sólo sirven para reforzar la pasividad y la desesperanza, pues subordinan invariablemente la capacidad del hombre para tener una actividad que le sea propia, a unas leyes irrevocables de unos poderes celestiales que planean por encima de él. La expresión más característica de esos cultos son sin duda las bombas humanas islámicas, cuyas acciones son la quintaesencia de la desesperanza, o los evangelistas americanos que glorifican la guerra y la destrucción ecológica como otros tantos jalones que llevan hacia el éxtasis del futuro. Y mientras el "sentido común" burgués racional se ríe de los absurdos de esos fanáticos, aprovecha para meter en el mismo saco de sus burlas a todos aquellos que mediante el raciocinio y la reflexión científica, están cada vez más convencidos de que el sistema social actual no puede durar, no podrá durar siempre. Contra las invectivas de los clérigos de todo tipo y la negación vacua de los burgueses estúpidamente optimistas, es más que nunca vital desarrollar una comprensión coherente de lo que Rosa Luxemburg llamaba "el dilema de la historia". Como ella, nosotros estamos convencidos de que las únicas bases de esa comprensión son la teoría revolucionaria del proletariado, o sea, el marxismo y la concepción materialista de la historia.

Gerrard

[1]) Estimación del tercer trimestre de 2003 según las estadísticas publicadas por el consejo de gobernadores de la Reserva federal y otras agencias gubernamentales de EEUU. Según las mismas fuertes, la deuda era de 1,6 billones de $ en 1970. Fuente: https://solidariteetprogres.online.fr/News/Etats-Unis/breve_908.html

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Hace 60 años: una conferencia de revolucionarios internacionalistas

 

Hace 60 años: una conferencia de revolucionarios internacionalistas

La CCI celebró su XVIIo Congreso en 2007. Por primera vez desde 1979, en él participaron delegaciones de otros grupos internacionalistas venidos de varias partes del mundo, desde Corea a Brasil. Como lo pusimos en evidencia en el artículo que da cuenta de los trabajos de dicho Congreso ([1]), la CCI no inventaba nada cuando mandó esas invitaciones: ha repetido el modo de hacer con el que la propia CCI se constituyó, un método heredado, como veremos, de la Izquierda comunista, en particular de la Izquierda comunista de Francia (GCF). De ahí la importancia del artículo que aquí publicamos: se trata del Informe publicado en el no 23 de Internationalisme (publicación de la GCF) de una conferencia internacionalista que se celebró en mayo de 1947, 60 años exactamente antes de nuestro decimoséptimo Congreso.

La iniciativa de la Conferencia de 1947 fue de Communistenbond "Spartacus" de Holanda, grupo "comunista de consejos" que sobrevivió a la guerra de 1939-45 a pesar de la represión brutal que sufrió por su participación en movimientos obreros durante la Ocupación ([2]). La Conferencia se celebra en un momento particularmente difícil para los pocos revolucionarios que seguían fieles a los principios de internacionalismo proletario y se negaban a luchar por defender la democracia burguesa y la "patria socialista" de Stalin. En 1943, una oleada de huelgas en el Norte de Italia reanimó las esperanzas de ver la Segunda Guerra mundial acabarse como había acabado la Primera, por una sublevación obrera que se extendería de un país a otro y que sería capaz esta vez de barrer definitivamente el capitalismo y su séquito de bestialidad. Desgraciadamente, la burguesía había aprendido de la experiencia de 1917 y la Segunda Guerra mundial se acabó por el aplastamiento sistemático del proletariado antes de que pudiera sublevarse: el aplastamiento por el ejército alemán de la sublevación de Varsovia con la complicidad de su adversario soviético ([3]), el bombardeo masivo de los barrios obreros en Alemania por la aviación norteamericana y británica no son sino unos cuantos ejemplos. La GCF comprendió que la vía revolucionaria no estaba abierta en lo inmediato durante ese periodo. Contestó al Communistenbond, en una carta de preparación a la Conferencia:
"Resulta en cierta forma natural que la monstruosidad de la guerra abra los ojos y haga surgir nuevos militantes revolucionarios. Así es como se formaron en 1945, en varios lugares, grupos que a pesar de su inevitable confusión e inmadurez política presentan, sin embargo, en su orientación elementos sinceros hacia la reconstrucción del movimiento revolucionario del proletariado.

"La Segunda Guerra no se acabó como la Primera por una oleada de luchas revolucionarias de la clase. Al contrario. Tras unos débiles intentos, el proletariado ha sufrido una derrota desastrosa, abriendo en el mundo un curso general reaccionario. En estas condiciones, los pequeños grupos que surgieron en los últimos momentos de la guerra corren el riesgo de perderse o quedar desmembrados. Ese proceso ya se puede constatar en el debilitamiento de esos grupos y en la desaparición de otros, como los "Communistes révolutionnaires" en Francia" ([4]).

La GCF no se hacía la menor ilusión sobre las posibilidades abiertas por la Conferencia:
"En un periodo como el nuestro de reacción y de retroceso, no se puede tratar de formar partidos o una Internacional -como pretenden hacer los trotskistas y demás- puesto que el truco de semejantes construcciones artificiales nunca ha servido sino para nublar el cerebro de los obreros" (ídem).

Pero no por eso consideraba que la Conferencia fuese inútil; todo lo contrario, puesto que se trataba de la supervivencia misma de los grupos internacionalistas:
"Ningún grupo posee la exclusiva de la «verdad absoluta y eterna», y ningún grupo sabría resistir por sí solo y aisladamente a la terrible presión del curso actual. La existencia orgánica de grupos y su desarrollo ideológico están directamente condicionados por los lazos que sepan establecer, por el intercambio de puntos de vista, la confrontación de ideas, la discusión que sepan mantener y desarrollar a escala internacional.
"Esta tarea nos parece de primera importancia para los militantes hoy y por eso nos pronunciamos a favor y estamos decididos a obrar y apoyar cualquier esfuerzo que tienda a establecer contactos, multiplicar encuentros y correspondencias ampliadas" (ídem).

El contexto histórico

Fue importante esa conferencia por ser el primer encuentro internacional de revolucionarios tras los seis años terribles de guerra, de represión y de aislamiento. Pero, al cabo, el contexto histórico - el "periodo de reacción y de retroceso" - fue ganando terreno sobre la iniciativa de 1947. La Conferencia no abrió el camino a otras. En octubre del 47, la GCF escribió al Communistenbond para pedirle que se hiciera cargo de una nueva conferencia así como de los boletines preparatorios de la discusión, de los que solo se publicó uno; la segunda Conferencia nunca se celebró. Los grupos que participaron en la primera desaparecieron poco a poco, incluída la GCF que se redujo a unos pocos compañeros aislados que mantenían algún que otro contacto epistolar ([5]).

El contexto de hoy es muy diferente. Tras décadas de contrarrevolución, la oleada mundial de luchas que siguió a Mayo del 68 en Francia confirmó la vuelta de la clase revolucionaria al escenario de la historia. Las luchas no lograron sin embargo ponerse al nivel exigido por la gravedad de los ataques del capitalismo durante los años 80. Sufrieron luego un violento frenazo con el hundimiento del bloque del Este en 1989, y empezó entonces un periodo muy difícil de desorientación y de desaliento para el proletariado y sus minorías revolucionarias durante los 90. Las cosas se animan de nuevo con el nuevo milenio: los últimos años han conocido luchas obreras que plantean cada vez más la cuestión de la solidaridad. Paralelamente, la presencia de grupos invitados al Congreso de la CCI demuestra una evolución que se amplificará en el futuro, la del desarrollo de una reflexión verdaderamente mundial entre las minorías que se reivindican de una visión internacionalista y que intentan establecer contactos entre sí.

Sigue pues viva en la situación actual la experiencia de 1947. Como una semilla que hubiera quedado oculta en un suelo invernal, esa experiencia llevaba en sí el florecimiento potencial para los internacionalistas de hoy. En esta corta introducción, queremos poner en evidencia las principales lecciones que pensamos que deben sacarse de la Conferencia del 47 y de la participación de la GCF.

La necesidad de criterios de adhesión

Desde 1914 y la traición de los partidos socialistas y de los sindicatos, más aun desde los años 30 cuando los partidos comunistas hicieron lo mismo y también los grupos trotskistas en 1939, existen montones de grupos y partidos que se reivindican de la clase obrera pero cuya función, en realidad, es la de apuntalar la dominación de la clase capitalista y de su Estado. En ese sentido, la GCF escribió, en 1947:

"No se trata de discusiones en general, sino de encuentros que permitan discusiones entre grupos proletarios revolucionarios. Eso implica obligatoriamente una diferenciación basada en criterios políticos ideológicos. Resulta entonces necesario precisar lo más posible esos criterios, para no hablar con vaguedades y evitar equívocos" (ídem).

La GCF identifica cuatro criterios esenciales:
1) Exclusión de la corriente trotskista por apoyar al Estado ruso y por haber participado de hecho en la guerra imperialista de 1939-45, del lado de las potencias imperialistas democráticas y estalinistas;
2) Exclusión de los anarquistas (en ese caso de la Federación anarquista francesa) por haber participado en el Frente popular y en el gobierno capitalista republicano español en 1936-38, así como en la Resistencia de 1939-45 bajo las banderas del antifascismo;
3) Exclusión de todos los demás grupos que, con cualquier pretexto, participaron en la Segunda Guerra mundial;
4) Reconocimiento de la necesidad de la "destrucción violenta del Estado capitalista" y, en ese sentido, del significado histórico de la Revolución de Octubre de 1917.

Los criterios propuestos en la carta de octubre del 47 por la GCF se resumen en dos:
1) la voluntad de obrar y luchar con vistas a la revolución del proletariado, mediante la destrucción violenta del Estado capitalista por la instauración del socialismo;
2) la condena de cualquier aceptación o participación en la Segunda Guerra mundial imperialista con todo lo que pudo conllevar de corrupción ideológica de la clase obrera, tal como las ideologías fascista y antifascista así como sus apéndices nacionales: los maquis, las liberaciones nacionales y coloniales, su aspecto político: la defensa de la URSS, de las democracias, del nacionalsocialismo europeo.

Como se puede ver, esos criterios se centran en las cuestiones de la guerra y la revolución y, a nuestro parecer, siguen siendo hoy perfectamente actuales ([6]). Lo que sí ha cambiado es el contexto histórico en el que se plantean. Para las generaciones que llegan hoy a la política, la Segunda Guerra mundial y la Revolución rusa son acontecimientos lejanos apenas estudiados en la escuela. Esas cuestiones siguen siendo críticas para el porvenir revolucionario de la clase obrera y determinantes para un compromiso profundo en la vía revolucionaria. Pero la problemática de la guerra hoy se plantea a las generaciones actuales a través de la necesaria denuncia de todas las guerras que proliferan en el planeta: Irak, conflicto árabe-israelí, Chechenia, pruebas nucleares en Corea del Norte, etc.; en lo inmediato, la cuestión de la revolución se plantea más en la denuncia de los simulacros de "revolución" tipo Chávez que con respecto a la Revolución rusa.

Tampoco existe hoy un peligro fascista contra el que alistar masivamente a la clase obrera para un conflicto imperialista, a pesar de que en ciertos países (y particularmente del ex bloque del Este), haya bandas fascistizantes más que menos manipuladas por servicios del Estado que siembran el terror entre la población y plantean un problema real para los revolucionarios. De ahí que en las circunstancias actuales, el antifascismo tampoco pueda ser uno de los principales medios de alistamiento ideológico del proletariado para la defensa del Estado democrático burgués, como así ocurrió con la guerra del 39-45, aunque esa ideología antifascista siga siendo utilizada contra el proletariado para intentar desviarlo de la defensa de sus intereses de clase.

La actitud con respecto al anarquismo

Una discusión importante, tanto durante la preparación de la Conferencia como durante su celebración, se refirió a la actitud que adoptar con respecto al anarquismo. Para la GCF, quedaba claro que:
"el movimiento anarquista, así como los trotskistas u otras tendencias que participaron o participan en la guerra imperialista en nombre de la defensa de un país (de la URSS) o de una forma de dominación burguesa contra otra (defensa de la República o de la democracia contra el fascismo) no tiene sitio que ocupar en una conferencia de grupos revolucionarios".

Esa posición "fue apoyada por la mayoría de los participantes". La exclusión de los grupos anarquistas no se determina entonces por su referencia al anarquismo, sino por su actitud ante la guerra imperialista. Esa precisión, de la mayor importancia, se ilustra perfectamente por el hecho de que la Conferencia fue presidida por un anarquista (relatado en un "Rectificativo" al Informe publicado por Internationalisme no 24).

Hoy, la heterogeneidad de la corriente anarquista no permite que la cuestión se plantee tan sencillamente. En ella encontramos tanto a grupos que no se distinguen del trotskismo más que sobre la cuestión del "partido" pero que apoyan todas sus reivindicaciones (¡hasta el apoyo a un Estado palestino!) como también a grupos verdaderamente internacionalistas con los que es posible para los comunistas no solo discutir sino entablar una actividad común sobre una base internacionalista ([7]). No se trata entonces hoy de negarse a discutir con grupos o individuos por el hecho de que se reivindiquen del "anarquismo".

Algunos puntos suplementarios

Para terminar, queremos poner de relieve tres elementos significativos:
- El primero, es la ausencia de declaraciones rimbombantes y vacuas por parte de la Conferencia, que supo ser modesta sobre su importancia y capacidades. Eso no significa que la GCF rechazara toda posibilidad de adoptar posiciones comunes. Pero tras seis años de guerra, la Conferencia no podía ser mas que una primera toma de contacto con la que, inevitablemente, "las discusiones no fueron lo suficientemente avanzadas para permitir y justificar el voto de resolución alguna". Los revolucionarios hoy han tener una visión clara de la inmensidad de sus responsabilidades, conservar una gran modestia sobre sus capacidades y medios y una comprensión clara del trabajo que les espera.
- El segundo, es la importancia dada a la discusión sobre la cuestión sindical. Aunque desde nuestro punto de vista, la cuestión sindical esté zanjada desde hace mucho tiempo, no lo estaba todavía para la GCF que, en 1947, apenas acababa de apropiarse las posiciones de las Izquierdas holandesa y alemana sobre el tema. Pero en 1947 como hoy, detrás de la cuestión sindical se plantea la cuestión mucho más amplia de "cómo luchar". Esta cuestión y la actitud que adoptar frente a los sindicatos es muy de actualidad para cantidad de obreros y de militantes del mundo entero ([8]).
- Y por fin, queremos repetir la cita que reproducíamos al empezar este articulo:
Ningún grupo posee la exclusiva de la «verdad absoluta y eterna», (...). La existencia orgánica de grupos y su desarrollo ideológico están directamente condicionados por los lazos que sepan establecer, por el intercambio de puntos de vista, la confrontación de ideas, la discusión que sepan mantener y desarrollar a escala internacional."

Este será nuestro lema para los años venideros y por ello la CCI ha dado tanta importancia a la cuestión de la cultura del debate, en particular en su XVIIº Congreso ([9]).

CCI, 6 de enero de 2008

Una conferencia internacional de agrupaciones revolucionarias

Una Conferencia internacional de contacto entre agrupaciones revolucionarias se ha celebrado el 25 y 26 de mayo de 1947. No fue solo por razones de seguridad si ésta no fue anunciada con bombo y platillo, a la manera estalinista o socialista. Los participantes en la Conferencia tenían plena conciencia del terrible periodo de reacción que está atravesando el proletariado así como de su propio aislamiento, inevitable en un periodo de reacción social. Por eso no le dieron ese tono pomposo y espectacular al que son tan aficionadas las agrupaciones trotskistas.

Esa Conferencia no se fijó ningún objetivo concreto inmediato, imposible de realizar en la situación presente, del estilo de formar artificialmente una Internacional o lanzar proclamas incendiarias al proletariado. Su único objetivo era la de una primera toma de contacto entre grupos revolucionarios dispersos, de una confrontación de sus ideas respectivas sobre la situación actual y las perspectivas para la lucha emancipadora del proletariado.

Al tomar la iniciativa de esa Conferencia, el Communistenbond "Spartacus" de Holanda (más conocido por Comunistas de consejos) ([10]) ha roto el aislamiento nefasto en el que viven la mayoría de grupos revolucionarios, haciendo posible la clarificación de algunas cuestiones.

Los participantes

Estos grupos estaban representados en la Conferencia y participaron en el debate:
- Holanda: el Communistenbond "Spartacus";
- Bélgica: los grupos emparentados con "Spartacus", de Bruselas y de Gand;
- Francia: la Izquierda comunista de Francia y el grupo Le Prolétaire;
- Suiza: el grupo "Lutte de classe".
Participaron además en los debates de la Conferencia, directamente por su presencia o mediante posicionamientos escritos, algunos camaradas revolucionarios no organizados.
Señalemos también una larga carta del Partido socialista de Gran Bretaña dirigida a la Conferencia en la que explica ampliamente sus posiciones políticas particulares.
La FFGC también mandó una breve carta en la que desea a la Conferencia que haga un "buen trabajo", excusándose por no poder asistir por falta de tiempo y ocupaciones urgentes ([11]).

Los trabajos de la Conferencia

Éste fue el orden del día adoptado en la Conferencia:
1) La época actual.
2) Las nuevas formas de lucha del proletariado (de las antiguas a las nuevas).
3) Tareas y organización de la vanguardia revolucionaria
4) Estado - Dictadura del proletariado - Democracia obrera
5) Cuestiones concretas y conclusiones (acuerdo de solidaridad internacional, contactos, informaciones internacionales, etc.)

Ese orden de día se reveló demasiado importante para poder ser mantenido en una Primera conferencia insuficientemente preparada y limitada por el tiempo. No fueron abordados efectivamente más que los tres primeros puntos. Cada uno permitió un intercambio interesante de ideas.

Sería evidentemente presuntuoso pretender que ese intercambio de enfoques acabó en unanimidad. Los participantes en la Conferencia no tenían semejante pretensión. Sin embargo se puede afirmar que los debates, a menudo apasionados, revelaron una comunidad de ideas más importante que lo que se podía pensar.

Sobre el primer punto del orden del día, el análisis general de la época actual del capitalismo, la mayoría de las intervenciones rechazaba tanto las teorías de Burnham sobre la eventualidad de una revolución como la de la continuación de la sociedad capitalista por un desarrollo posible de la producción. La época actual fue definida como la del capitalismo decadente, de la crisis permanente, siendo el capitalismo de Estado su expresión estructural y política.

La cuestión de saber si los sindicatos y la participación en campañas electorales, como forma de organización y de acción, podían seguir siendo utilizados por el proletariado actualmente dio lugar a un debate muy animado e interesante. Es lamentable que las tendencias que siguen preconizando esas formas de la lucha de clases - sin darse cuenta de que esas formas superadas y caducas ya no pueden expresar hoy sino un contenido antiproletario -, y particularmente el PCI de Italia, no estuviesen presentes en la Conferencia para defender su posición. La Fracción belga y la Federación autónoma de Turín estaban presentes, pero su convicción en esa política, que todavía compartían hasta hace poco, es tan inestable e insegura que prefirieron no defenderla.

El debate no fue entonces sobre la posibilidad de defensa del sindicalismo y de la participación electoral como formas de lucha del proletariado, sino exclusivamente sobre las razones históricas y el porqué de la imposibilidad de utilizar ambas formas de lucha en el periodo actual. A partir de los sindicatos, el debate se fue ampliando hacia las formas de organización en general, que no es, en fin de cuentas, sino algo secundario, pero que hizo que se plantearan los objetivos que determinan esas formas: la lucha por reivindicaciones económicas corporativistas y parciales, en las condiciones actuales de decadencia del capitalismo, no pueden realizarse y menos aun servir de plataforma para la movilización de la clase.

La cuestión de los Comités o Consejos de fábrica como nueva forma de organización unitaria de los obreros alcanza todo su significado y se entiende si se vincula inseparablemente con los objetivos que hoy se plantea el proletariado, que ya no son de reformas económicas en el marco del sistema capitalista sino de transformación social contra el régimen capitalista.

El tercer punto, las tareas y la organización de la vanguardia revolucionaria, que plantean los problemas de la necesidad o no de la constitución de un partido político de la clase, del papel de ese partido en la lucha emancipadora de la clase y de las relaciones entre clase y partido, lamentablemente no pudo ser profundizado como era de desear.

La discusión, breve, no permitió a las diferentes tendencias más que exponer a grandes rasgos sus posiciones respectivas. Todos sabíamos que ahí se tocaba una cuestión decisiva tanto para un acercamiento eventual entre los diferentes grupos revolucionarios como para el porvenir y los éxitos del proletariado en su lucha por la destrucción de la sociedad capitalista y la instauración del socialismo. Esa cuestión, fundamental a nuestro parecer, apenas si fue tocada y exigirá todavía muchas discusiones para profundizar y precisar. Es importante señalar, sin embargo, que en la Conferencia, aunque han aparecido divergencias sobre la importancia del papel de una organización de militantes revolucionarios conscientes, nadie, ni tampoco los Comunistas de consejos, negó la necesidad de la existencia de ese tipo de organización, se llame o no partido, para el triunfo final del socialismo. Es un punto común importante que debe ponerse de relieve.

El tiempo faltó para que la Conferencia pudiera abordar los demás temas al orden del día. Una corta discusión se entabló al terminar la Conferencia sobre el carácter y la función del movimiento anarquista. Al reflexionar sobre los grupos a los que habría que invitar a las próximas Conferencias, pusimos de relieve el papel social-patriotero del movimiento anarquista que, a pesar de su fraseología revolucionaria, participó durante la guerra de 39-45 en la lucha partisana por la "liberación nacional y democrática" en Francia, en Italia y actualmente todavía en España, continuación lógica de su participación en el gobierno burgués "republicano y antifascista" y en la guerra imperialista en España de 36-39.

Nuestra posición, o sea que el movimiento anarquista, así como los trotskistas u otras tendencias que participaron o participan en la guerra imperialista en nombre de la defensa de un país (de la URSS) o de una forma de dominación burguesa contra otra (defensa de la República o de la democracia contra el fascismo) no tienen sitio en una conferencia de grupos revolucionarios, fue apoyada por la mayoría de los participantes. Solo el representante de le Prolétaire se hizo el abogado para que se invitara a ciertas tendencias no ortodoxas del anarquismo y del trotskismo.

Conclusión

Como dijimos, la Conferencia se acabó sin agotar el orden del día, sin tomar decisiones prácticas y sin votar ningún tipo de resolución. Así tenia que ser. No tanto, como decían algunos compañeros, para evitar reproducir el ceremonial religioso de todas las conferencias que consiste en la adopción final obligatoria de resoluciones que no significan nada, sino más bien, a nuestro parecer, porque las discusiones no avanzaron suficientemente para permitir y justificar el voto de cualquier tipo de resolución.

"Entonces, la Conferencia no fue sino una discusión más y sin mayor interés...", pensarán escépticos y astutos. Totalmente falso. Al contrario, consideramos que la Conferencia fue muy interesante y que su importancia seguirá haciéndose sentir en el porvenir en las relaciones entre los grupos revolucionarios. Hace 20 años que éstos viven aislados, compartimentados, en su mundo, lo que inevitablemente ha provocado en algunos de ellos una mentalidad de secta; tantos años de aislamiento también han determinado en cada grupo una forma de pensar, de razonar y de expresarse que los hace incomprensibles a los demás. Esa es una de las explicaciones de tantos malentendidos e incomprensiones entre ellos. La Conferencia tuvo la cualidad de poner en evidencia la necesidad de saber escuchar las ideas y argumentos de los demás y de someter sus propias ideas a la crítica. Es una condición esencial de lucha contra el embotamiento dogmático y por el desarrollo continuo del pensamiento revolucionario vivo.

Se ha dado el primer paso, el menos brillante pero el más difícil. Todos los participantes en la Conferencia, incluida la Fracción belga que acabó participando tras muchas vacilaciones y con mucho escepticismo, expresaron su satisfacción y se felicitaron de la atmósfera fraterna y de lo serio de las discusiones. Todos han expresado también su voluntad de participar en una nueva Conferencia más amplia y mejor preparada para proseguir el trabajo de clarificación y confrontación común.

Es un resultado positivo que permite esperar que perseverando por esa vía, militantes y grupos revolucionarios sabrán superar la fase actual de dispersión y lograrán trabajar así mas eficazmente por la emancipación de una clase cuya misión es salvar a la humanidad entera de la terrible y sangrienta destrucción hacia la que lleva el capitalismo decadente.

Marco

Notas de la redacción de la Revista internacional

1) Una "Rectificación" publicada en Internationalisme no 24 indica la presencia también de la Sección autónoma de Turín del PCI (o sea del Partito Comunista Internazionalista y no el PC de Italia, estalinista). Esa Sección escribe, entre otras cosas para corregir la impresión dada por el Informe, sobre algunas de sus posiciones, que "se declara autónoma precisamente por divergencias sobre la cuestión electoral et la cuestión clave de la unidad de las fuerzas revolucionarias."

2) La pretendida Fracción francesa de la Izquierda comunista rompió con la GCF con bases políticas bastantes confusas que mas parecían rencores y resentimientos personales que desacuerdos políticos de fondo. Véase el folleto la Izquierda comunista de Francia para más detalles.



[1]) Véase Revista internacional no 130.

[2]) Véase nuestro libro la Izquierda holandesa, en particular en penúltimo capitulo. El Communistenbond Spartacus tiene sus orígenes en el "Marx-Lenin-Luxemburg Front" que participó enérgicamente en la huelga de los trabajadores holandeses en 1941 contra la persecución de los judíos por el ocupante alemán y repartió hojas llamando a la confraternización lanzadas incluso dentro de los cuarteles alemanes durante la guerra.

[3]) Churchill dijo que había que "dejar a los Italianos cocer en su propia salsa". Stalin frenó durante varios meses el avance de los ejércitos soviéticos ante Varsovia, del otro lado de la Vístula, esperando a que se acabara la represión alemana.

[4]) Publicado en Internationalisme no 23. Las palabras en negrita lo están en el original. Los "Communistes révolutionnaires" eran un grupo cuyos orígenes remontan a los RKD, un grupo de trotskistas austríacos refugiados en Francia. Fueron los únicos delegados en oponerse a la fundación de la IVa Internacional en el Congreso de Périgny en 1938, considerándola como "aventurista".

[5]) No es éste el lugar para escribir la historia del Communistenbond Spartakus en la posguerra (véase el ultimo capitulo de nuestro libro la Izquierda holandesa). Nos limitaremos a señalar los hechos significativos: muy rápidamente tras la Conferencia de 1947, el Communistenbond adoptó una orientación mucho mas "consejista" en la línea del antiguo GIC (Groepen van internationale communisten) en el plano organizativo. En 1964, el grupo se dividió y se formaron el Spartacusbond y el grupo en torno a la revista Daad en Gedachte (Actos y pensamiento) inspirado particularmente por Cajo Brendel. El Spartacusbond se lanzó al activismo después de 1968 y acabó desapareciendo en 1980. Daad en Gedachte fue hasta el final de su lógica consejista y acabó desapareciendo en 1998 por falta de redactores.

[6]) Es el mismo enfoque que adoptamos en 1976 cuando el grupo Battaglia Comunista lanzó su llamamiento a conferencias de la Izquierda comunista sin plantear el más mínimo criterio selectivo. Les contestamos positivamente precisando: "Para que sea un éxito esa iniciativa, para que sea un verdadero paso hacia un acercamiento de los revolucionarios, es de primera importancia establecer claramente los criterios políticos fundamentales que han de servir de base y de marco, para que la discusión y la confrontación de ideas sean fructuosos y constructivos" (Revista internacional no 40, "Un bluff oportunista").

[7]) La CCI, por ejemplo, ha iniciado varias veces discusiones y hasta un trabajo común con el grupo anarcosindicalista KRAS (ligado a la AIT) en Moscú.

[8]) Véase el artículo en nuestro sitio Internet sobre las luchas en el MEZPA en Filipinas.

[9]) Véase en particular los artículos « XVIIo Congreso de la CCI : un reforzamiento internacional del campo proletario » y « La cultura del debate, un arma de la lucha de clases, en las Revista internacional nos 130 y 131.

[10]) Podemos leer en le Libertaire del 29 de mayo un artículo muy imaginativo sobre esta Conferencia. El autor, que firma AP y pasa por ser en la redacción el especialista en historia del movimiento obrero comunista, se permite realmente muchas libertades con la historia. Así, presenta esa Conferencia - a la que no asistió y de la que no sabe nada - como de Comunistas de consejos cuando éstos, que efectivamente la convocaron, solo participaban al igual que las demás tendencias. No solo AP se permite muchas libertades con la historia del pasado, sino que se considera autorizado para escribir en pasado la historia del futuro. Como aquellos periodistas que describieron de antemano y con muchos detalles el ahorcamiento de Goering, sin suponer que éste tendría el mal gusto de suicidarse en el último instante, el historiador del Libertaire anuncia la participación en la Conferencia de grupos anarquistas cuando ninguno estuvo presente. Le Libertaire había sido invitado, es verdad, pero con razón, a nuestro parecer, no vino. La participación de los anarquistas en el gobierno republicano y en la guerra imperialista en España en 1936-39, la continuada política de colaboración de clases con todas las formaciones políticas burguesas españolas en el exilio so pretexto de lucha contra el fascismo y contra Franco, la participación ideológica y física de los anarquistas en la Resistencia contra la ocupación "extranjera" hacen de ellos, en tanto que movimiento, una corriente totalmente ajena a la lucha revolucionaria del proletariado. El movimiento anarquista no tenía en realidad su sitio en esta Conferencia, y su invitación fue de todas formas un error.

[11]) Las "ocupaciones urgentes" de la FFGC denotan bien su estado de ánimo en lo que concierne sus relaciones con los demás grupos revolucionarios. ¿De qué sufre exactamente la FFGC? ¿De la falta de tiempo o de la falta de comprensión y de interés por los contactos y las discusiones entre grupos revolucionarios? A no ser que sea la falta de continuidad en su orientación política (a veces a favor y a veces en contra de la participación electoral, a favor y en contra del trabajo en los sindicatos, a favor y en contra de la participación en los comités antifascistas, etc.) lo que le impide venir a confrontar sus posiciones con otros grupos.

Corrientes políticas y referencias: 

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

Historia del movimiento obrero - El fracaso del anarquismo para impedir la integración de la CNT en el Estado (1931-1934)

En el artículo anterior de esta serie (1) mostramos cómo la CNT contribuyó decisivamente a la instauración del engaño que constituyó la República Española y cómo con el Congreso de Madrid (junio 1931) los dirigentes sindicalistas de la CNT habían hecho todo lo posible para consumar la boda de este sindicato con el Estado burgués.

Si los esponsales no se produjeron en aquellos momentos fue por la conjunción de dos factores:

  • el Estado republicano rechazó los ofrecimientos de la CNT y continuó sometiéndola a las habituales y brutales persecuciones;
  • la militancia obrera de la CNT se resistió a esa integración

Quien se puso a la cabeza de esta resistencia fue el anarquismo que se reagrupó mayoritariamente en la FAI: Federación anarquista ibérica, fundada en 1927. El objeto de este artículo es hacer balance de esa tentativa de recuperación de la CNT para el proletariado.

El anarquismo y la República

La FAI surge de la lucha contra la creciente influencia del ala sindicalista en la CNT. Aunque se constituyó formalmente en Valencia en 1927, su primer antecedente es un Comité de Relaciones Anarquistas que convoca un congreso clandestino en abril de 1925 en Barcelona. Este Congreso se pronuncia sobre 3 asuntos: [1]

  • La necesidad de una acción para derribar la dictadura de Primo de Rivera. Francisco Olaya ([2]) (página 577 de su libro) lo plantea así:
  • "¿Puede el anarquismo español provocar en plazo próximo una revolución sin concomitancias con los partidos políticos?, sobre lo que se respondió negativamente, teniendo en cuenta las feroces y repetidas represiones sufridas, por lo que convenía actuar de acuerdo con la CNT y con cuantas fuerzas tiendan al derrocamiento de la dictadura por medios violentos, sin limitar el alcance y desarrollo de la revolución". Se deja pues la puerta abierta a la alianza "táctica" con todas las fuerzas burguesas de oposición y de hecho el Congreso se planteó "continuar las relaciones conspirativas con Francisco Maciá ([3]), dándole un plazo hasta el 31 de julio, para emprender una acción decisiva contra el régimen" (Olaya página 578). Al mismo tiempo se decidió «suspender toda relación con el republicano Rodrigo Soriano, vista su incapacidad para cumplir los compromisos adquiridos" (¿Qué compromisos se habían establecido con este señor cuya ideología era notoriamente derechista?)
  • La necesidad de una organización anarquista y se propone orientar los esfuerzos hacia la formación de una "Federación anarquista ibérica" pues se intenta integrar a los grupos portugueses.
  • Se aborda el tema "el sindicalismo y nosotros" donde, en palabras de Olaya, "se acordó actuar activamente a fin de que la CNT pudiera acentuar progresivamente su ideología anarquista".

El Congreso anarquista se sitúa en el mismo terreno que los sindicalistas a los que pretende combatir: se da como objetivo "táctico" la sustitución de la dictadura por un régimen de libertades y para propugnar la alianza con las fuerzas republicanas de oposición. Olaya cita una intervención de García Oliver ([4]) en una reunión celebrada en la Bolsa de Trabajo de París donde "afirmó que el cambio de régimen era inminente en España y que a este fin deberían utilizarse todos los concursos sin distinción de ideología" (página 578).

Aunque formalmente estos planteamientos de García Oliver fueron rechazados en el Congreso celebrado en Marsella en mayo 1926, la conclusión que éste adoptó fue "romper toda relación con los partidos políticos y preparar el derrocamiento de la dictadura en colaboración con la CNT" (Olaya, página 579). Es decir, se sigue manteniendo el objetivo "táctico" de ceñirse a la "lucha contra la dictadura" aunque se proclame radicalmente que no habrá relación con los partidos políticos. De hecho, tras la constitución de la FAI, continuarán los contactos de sus miembros con partidos republicanos ([5]).

En un extenso editorial de Tierra y libertad ([6]) del 19 de abril de 1931 (una vez proclamada la República) cuyo título era "La posición del anarquismo ante la república" se saluda "el advenimiento de la república con un gesto de cordialidad", de forma explícita saluda a "los nuevos gobernantes" y les formula una serie de reivindicaciones que, como reconoce Olaya, eran "coincidentes con las promesas electorales hechas por muchos de ellos" (página 662, op. cit.). ¡No era para menos pues entre ellas figura la anulación de los títulos aristocráticos, limitar los dividendos de los accionistas de las grandes empresas, clausura de conventos de monjas, frailes y jesuitas! Es decir, se trata de un programa burgués al cien por cien que se tiene que aplicar mediante la denostada acción política.

Así pues, el anarquismo y la FAI no rompían con el planteamiento dominante en la CNT de luchar por el régimen burgués de la República sino que lo seguían a pies juntillas. Mantenían sin embargo la ilusión de poder desbordarlo impulsando la radicalización de las masas. Con esto reproducían la ambigüedad clásica del anarquismo frente a la República que ya se vio en 1873 ante la Primera República española (1873-74) ([7]).

La escisión en la CNT

Sin embargo, dos meses después, el 8 de junio de 1931, se celebró un Pleno peninsular anarquista donde se sancionaba a los compañeros del último Comité peninsular por haber tenido contactos con elementos políticos. También se afirmaba la necesidad de "enfocar las actividades en sentido revolucionario y anarquista, teniendo en cuenta que la democracia es el último refugio del capitalismo" ([8]).

¿Cómo explicar este bandazo radical? Dos meses antes se saludaba a las nuevas autoridades, ahora se pone en guardia contra la democracia. En realidad, son los propios fundamentos del anarquismo los que le impelen a hacer una cosa y su contraria. Estos proclaman que los individuos tienen una propensión natural a la libertad y a rechazar cualquier autoridad. Desde postulados tan abstractos y generales se puede tanto justificar el rechazo absoluto a todo Estado y a toda autoridad, lo que lleva a constatar que la democracia sería el último refugio del capitalismo, como a apoyar una autoridad "más respetuosa con las libertades individuales" y "menos autoritaria" que supuestamente estaría constituida por la República.

Además, estos "principios" llevan a la más completa personalización. Se hace dimitir a los componentes del último Comité peninsular por mantener contacto con elementos políticos. Pero no se reflexiona ni sobre qué causas les ha llevado a defender lo que ahora se rechaza, ni se trata de comprender cómo es posible que el máximo órgano, el Comité peninsular, lleve una política contraria a los principios de la organización. Se cambia de personas con la ilusoria pretensión de que "muerto el perro se acabó la rabia".

Esta personalización hace que la lucha contra el sector sindicalista no se libre mediante el debate y la clarificación sino a través de campañas contra militantes del sector rival, tentativas de ganar comités locales o regionales, medidas administrativas de expulsión etc. Para la mayoría de militantes de la CNT, la lucha contra el sector sindicalista no es vivida como una batalla por la claridad sino como una guerra entre grupos de presión donde lo que predomina son los insultos, las descalificaciones y las desautorizaciones. Las cosas llegaron a extremos de una gran violencia ("ambiente de guerra civil dentro de la CNT" lo califica Olaya, página 778). El 25 de octubre de 1932,
"... un grupo de escisionistas agredió en su trabajo a 2 militantes de la CNT, de los que se oponían a la escisión, contra los que disparó uno de ellos matando a uno e hiriendo gravemente al segundo" (Olaya, página 778).
"En el Pleno regional de Sindicatos celebrado en Sabadell, ya en periodo represivo, se manifiesta de modo clamoroso el enfrentamiento entre tendencias. Los llamados Trentistas, de inclinación reformista, empezaron a ser desplazados de todas sus responsabilidades orgánicas. Pestaña y Arín, firmantes del manifiesto de los 30, cesaron en sus cargos en el comité nacional. Los sindicatos afectos a la Federación local de Sabadell, pretextando una supuesta dictadura de la FAI sobre los destinos de la Confederación se retiraron del Congreso Regional. Los sindicatos en cuestión, con más de 20000 afiliados, fueron expulsados posteriormente por el Comité regional. Estos hechos condujeron a la escisión orgánica que originó los llamados Sindicatos de Oposición" ([9]).

La división fue grave en Cataluña y Valencia (aquí habían más miembros de los sindicatos de oposición que de la CNT oficial) y también repercutió en Huelva, Asturias y Galicia.

Aunque - como veremos a continuación - la CNT seguirá la orientación impuesta por el anarquismo, una parte importante funcionará de manera autónoma bajo el nombre de Sindicatos de oposición, hasta la unificación definitiva de 1936 (ver el próximo artículo). Los Sindicatos de oposición actuarán sobre una línea de colaboración más o menos abierta con la UGT preconizando la unidad sindical. En 1931-32, la FAI logra ganar a la CNT a su posición de orientarse hacia las tentativas revolucionarias. Este viraje de 180 grados responde realmente a una radicalización generalizada de obreros, jornaleros y campesinos, fuertemente desilusionados ante la agravación de la miseria y la brutalidad represiva de la República. Sin embargo, el viraje se hace en la mayor de las confusiones. Primero por la división y la escisión provocadas por los métodos empleados ([10]). Segundo porque ninguna reflexión seria lo inspira: se pasa del apoyo a la República a un vago "luchar por la revolución" sin responder colectivamente a preguntas básicas: ¿por cuál revolución luchar? ¿Hay condiciones internacionales e históricas para ella? ¿Por qué los dos sectores, sindicalistas y faístas, habían apoyado la llegada de la República? Nada de esto se hizo, simplemente se cambió de vía: antes se transitaba por el carril derecho del apoyo "crítico" a la República, ahora se pasaba al carril izquierdo de la "lucha insurreccional por la Revolución". Los principios eternos del anarquismo sirven para avalar tanto lo uno como lo otro.

El periodo insurreccional de 1932-34

Entramos en lo que Gómez Casas llama el "periodo insurreccional" que transcurrirá entre 1932 y 1934. Los episodios más destacados son las tentativas de huelga general de 1932, enero 1933 y diciembre 1933. En estos movimientos se expresa un gran combatividad, un anhelo enorme de salir de una situación intolerable de pobreza y opresión, pero al mismo existe la dispersión más completa, cada sector obrero se enfrenta sólo y aislado al Estado capitalista. El ejército es, una y otra vez, enviado para aplastar la lucha. La respuesta es siempre la misma: matanzas, detenciones en masa, torturas, deportaciones, penas de cárcel. Las principales víctimas son los militantes de la CNT.

A menudo se trata de respuestas que han surgido de la propia iniciativa de los trabajadores y que la propia burguesía atribuye a un "complot insurreccional perpetrado por elementos anarquistas" ([11]). Un ejemplo es lo que ocurrió con la huelga del Alto Llobregat ([12]) en enero de 1932. El 17 de enero los obreros de la industria textil de Berga se declaran en huelga por el incumplimiento de unas bases de trabajo acordadas 6 meses antes. Al día siguiente los trabajadores y mineros de la zona (Balsareny, Suria, Sallent, Figols...) se ponen en huelga en solidaridad con sus compañeros. Los trabajadores desarman a los Somatenes (milicias cívicas auxiliares de las fuerzas represivas estatales). La huelga es absoluta en toda la comarca el 22 de enero. En algunas localidades se iza la bandera de la CNT en el ayuntamiento. La guardia civil se encierra en los cuarteles por miedo a actuar. El gobierno envió refuerzos de la Guardia Civil, trasladados desde Lérida y Zaragoza, e incluso unidades del ejército, con lo que finalmente logró aplastar la lucha.

El Gobierno, para justificar su barbarie represiva, lanzó una abrumadora campaña presentando la huelga del Alto Llobregat como obra de la "CNT-FAI" ([13]) "tildando a los confederados como bandidos con carné, la represión se extiende a Cataluña, Levante y Andalucía. Centenares de presos ingresan en las sentinas de los barcos que deben conducirlos a la deportación" ([14]). Entre los detenidos figura Francisco Ascaso, uno de los líderes de la FAI. Para crear más confusión, Federica Montseny, una de las dirigentes de esta organización, en un famoso artículo atribuye el movimiento a la iniciativa de la FAI.

Se trataba de un movimiento reivindicativo y solidario, surgido de los propios obreros. Muy diferentes fueron los movimientos insurreccionales impulsados por los grupos anarquistas. Aunque estaban impulsados por sentimientos de solidaridad (especialmente con los numerosos presos, víctimas de la represión republicana) y por una neta voluntad revolucionaria, eran acciones minoritarias, muy localizadas, separadas de la dinámica de lucha obrera y que padecían una fuerte dispersión.

La acción insurreccional más significativa fue la emprendida en enero de 1933 que se extendió desde Cataluña a numerosas localidades de Valencia y Andalucía. Peirats señala que este movimiento tuvo como origen las provocaciones continuas del Gobierno autónomo de Cataluña presidido por los "radicales" de Esquerra Republicana. Estos señoritos que en sus orígenes habían coqueteado con la CNT (en los años 20) y que de manera más o menos secreta habían llegado a un acuerdo con los dirigentes sindicalistas de ésta para que apoyaran al Gobierno autónomo y, en palabras de Federica Montseny, "convirtieran a la CNT en un sindicato domesticado equivalente a lo que es la UGT en Madrid", vieron con evidente disgusto la expulsión de los Trentistas y con una furia aún mayor que sus cofrades españolistas trataron de "aplastar a la CNT, con la clausura sistemática de sus sindicatos, con la supresión de su prensa, con el régimen de prisiones gubernativas y la política terrorista de policías y escamots ([15]). Los Casals de Esquerra ([16]) se convierten en mazmorras clandestinas donde se secuestra y apalea a los trabajadores confederales" ([17]).

La improvisación y el desorden con el que este movimiento fue emprendido lo precipitó rápidamente en una derrota total que tanto el poder catalán como el central sellaron con una incalificable represión cuya culminación fue la matanza de Casas Viejas perpetrada bajo órdenes directas del propio primer ministro, Azaña, que dio la famosa consigna de "disparad a la barriga".
"El movimiento revolucionario del 8 de enero de 1933 fue organizado por los Cuadros de defensa, organismo de choque formado por los grupos de acción de la CNT y la FAI. Estos grupos, deficientemente armados, cifraban sus esperanzas en la acción de algunas tropas comprometidas y también en el contagio popular. La huelga general ferroviaria se hallaba encomendada a la Federación nacional de este ramo del transporte, minoritaria ante el Sindicato nacional ferroviario de la UGT y no llegó siquiera a iniciarse (...) Los cuarteles no abrieron sus puertas al ensalmo de los revolucionarios. El pueblo se mostró indiferente o más bien acogió el movimiento con grandes reservas" ([18]).

Peirats describe el mecanismo de tales acciones insurreccionales distinguiendo 5 fases:
"1ª A la hora prevista los conjurados penetran en los domicilios de ciudadanos de "orden" susceptibles de tenencia de armas. Se apoderan de ellas y se lanzan a la calle, instando al pueblo a la revuelta. No se producen víctimas. Los elementos desarmados quedan en libertad. La revolución social detesta las represalias y las cárceles. El pueblo, amedrentado, permanece neutral. El alcalde hace entrega de las llaves del ayuntamiento.
"2ª Con las escasas armas recogidas se inicia el asedio al cuartel de la guardia civil...
"3ª Los revolucionarios proclaman el comunismo libertario desde el ayuntamiento convertido en comuna libre. Se iza la bandera rojinegra. Los archivos de la propiedad son quemados en la plaza pública, ante los grupos de curiosos. Se hace público un bando o pregón declarando suprimidas la moneda, la propiedad privada y la explotación del hombre por el hombre.
"4ª Llegada de refuerzos de guardias y policías. Los sublevados resisten más o menos, según tardan en darse cuenta de que el movimiento no es general en toda España y de que se encuentran aislados en su magnífico propósito.
"5ª A la retirada en desorden hacia la montaña sigue la caza del hombre por las fuerzas represivas. Epílogo macabro de asesinatos sin distinción de sexo y edad. Detenciones en masa, seguidas de palizas y torturas en los antros policíacos".

Este testimonio es terriblemente elocuente. Las fuerzas más combativas del proletariado español fueron comprometidas en batallas absurdas condenadas al fracaso. El heroísmo y la altura moral ([19]) de los combatientes fueron malgastados por una ideología, el anarquismo, que al intentar ser aplicada conduce a lo contrario de lo que pretende: la acción consciente y colectiva de la mayoría de obreros es reemplazada por la acción irreflexiva de una minoría; la revolución social ya no es el fruto de los obreros mismos sino de una minoría que mediante un bando la decreta.

Mientras la FAI lanzaba a sus militantes a batallas descabelladas, las luchas combativas del proletariado le pasaban totalmente desapercibidas. Gerald Brenan en el Laberinto español observa que:
"Debemos notar que el motivo de casi todas las huelgas de la CNT de aquel tiempo era la solidaridad, es decir que iban a la huelga por la libertad de los presos o contra despidos injustos. Estas huelgas no estaban dirigidas por la FAI, sino que eran verdaderas manifestaciones espontáneas del sentir de los sindicatos"  ([20]).

En el famoso Manifiesto de los 30, redactado por Pestaña y sus amigos, se describe esta desastrosa concepción de "la revolución" ([21]):
"la historia nos dice que las revoluciones las han hecho siempre las minorías audaces que han impulsado al pueblo contra los poderes constituidos. ¿Basta que estas minorías quieran, que se lo propongan, para que en una situación semejante la destrucción del régimen imperante y de las fuerzas defensivas que lo sostienen sea una hecho? Veamos. Estas minorías, provistas de algunos elementos agresivos en un buen día, o aprovechando una sorpresa, plantan cara a la fuerza pública, se enfrentan con ella y provocan el hecho violento que puede conducirnos a la revolución (...) Fían el triunfo de la revolución al valor de unos cuantos individuos y a la problemática intervención de las multitudes que les secundarán cuando estén en la calle. No hace falta prevenir nada, ni contar con nada, ni pensar más que en lanzarse a la calle para vencer a un mastodonte: el Estado (...) Todo se confía al azar, todo se espera de lo imprevisto, se cree en los milagros de la Santa revolución".

La insurrección asturiana de Octubre 1934

Miles y miles de obreros combativos se convirtieron en palabras de Peirats en "racimos de carne torturada expedida hacia los presidios de España" (página 69). Sin embargo, el salvajismo de la represión perpetrada por la conjunción republicana-socialista llevó a que las elecciones generales de noviembre 1933 fueran ganadas por las derechas.

"El movimiento obrero, que daba síntomas de reanimación, fue parado en seco y lanzado atrás por la aventura anarquista. Por el contrario, la reacción, saliendo de su prudencia medrosa, tomó decididamente la ofensiva. Los anarquistas no habían logrado arrastrar a las masas tras de sí, pero su derrota fue la derrota de las masas. El gobierno y la reacción lo comprendieron perfectamente. La reacción salió a la plaza pública y se organizó" ([22]).

Sin embargo, este cambio político estaba ligado a la evolución de la situación internacional y concretamente a la marcha hacia la Segunda Guerra mundial en la que el capital se empeñaba cada vez más inexorablemente. Para prepararla, una condición indispensable era, por un lado, el aplastamiento de los sectores del proletariado que guardaban todavía algunas reservas de combatividad y, por otra parte, el alistamiento del conjunto del proletariado mundial mediante la ideología antifascista. Ante la ofensiva fascista - en realidad del bando rival, constituido por Alemania e Italia - se proponía a los obreros cerrar filas en defensa de la Democracia - banderín de enganche del bando vertebrado por Gran Bretaña y Francia, al que se acabarían sumando tanto la URSS ([23]) como Estados Unidos.

Atar al proletariado al carro de la democracia y el antifascismo, comportaba hacerlo luchar fuera de su terreno de clase por objetivos que no eran los suyos sino que únicamente estaban al servicio de uno de los bandos imperialistas enfrentados. Con este objetivo, la socialdemocracia -secundada a partir de 1934 por el estalinismo- combinó tanto los métodos legales y pacíficos como la política "violenta" de arrastrar a los obreros a combates insurreccionales que les llevaron a sufrir derrotas amargas teniendo que soportar una bárbara represión.

Este análisis internacional explica el aparatoso viraje que realiza en España el PSOE tras su derrota en las elecciones de 1933. Largo Caballero, que había servido como consejero de Estado del dictador Primo de Rivera y que había participado como ministro de trabajo en el gobierno republicano de 1931-33 ([24]) se convertía de repente al revolucionarismo más extremo y hacía suya la política insurreccional defendida por la FAI ([25]).

Esta cínica maniobra obedecía a los mismos presupuestos que habían llevado a los socialdemócratas austriacos a embarcar a los obreros de ese país en una insurrección suicida contra el canciller profascista Dollfuss que se había saldado con una cruel derrota. Por su parte, Largo Caballero centró sus esfuerzos en conducir a la debacle a un sector particularmente combativo del proletariado español, el asturiano. El ascenso al gobierno de la parte más profascista de la derecha española de la época - comandada por Gil Robles que tenía como consigna "Todo el poder para el Jefe" - provocó la insurrección de los mineros asturianos en octubre de 1934. Los socialistas los embaucaron con la promesa de movimientos de huelga general en toda España pero se cuidaron muy mucho de paralizar cualquier respuesta en Madrid y otras zonas donde tenían influencia.

Es evidente que los obreros asturianos eran víctimas de una trampa pero la única forma de romperla era la solidaridad de sus hermanos en las demás regiones, basada en una lucha no solamente contra el nuevo gobierno fascista sino contra el Estado republicano al cual servía. Las tentativas de huelga espontáneas que surgieron en diferentes partes del país no solo fueron desconvocadas por los socialistas sino también por la FAI y la CNT:
"En realidad, la FAI y en consecuencia la CNT, han estado contra la huelga general y cuando sus militantes han participado por su propia iniciativa, ha llamado a la detención de la huelga en Barcelona y no ha hecho nada por ampliar el movimiento en aquellas regiones donde era la fuerza preponderante" ([26]).

En Cataluña, el gobierno autonómico de Esquerra republicana aprovechó la ocasión para organizar su propia "insurrección" con el objetivo de proclamar "el Estado catalán dentro de la República federal española". Para perpetrar tan exaltada "acción revolucionaria" suspendió previamente las publicaciones y sedes de la CNT e hizo detener a sus militantes más destacados, entre ellos Durruti. La "huelga" fue impuesta por la policía autonómica pistola en mano. La radio del gobierno "revolucionario" catalán no se cansó de denunciar a "los provocadores anarquistas vendidos a la reacción". En medio de esta tremenda confusión que acabará un día después con la rendición vergonzosa del Gobierno catalán ante un par de regimientos fieles a Madrid, la reacción de la CNT fue verdaderamente lamentable. En un Manifiesto dice:
"el movimiento producido esta mañana debe adquirir los caracteres de gesta popular, por la acción proletaria, sin admisión de protecciones de la fuerza pública, que debiera avergonzar a quienes la admiten y reclaman. La CNT, sometida desde hace tiempo a una represión encarnizada, no puede continuar por más tiempo en el reducido espacio que le marcan sus opresores. Reclamamos el derecho a intervenir en esta lucha y nos lo tomamos. Somos la mayor garantía de barrera al fascismo, y quienes pretenden negarnos este derecho facilitarán las maniobras fascistas y al intentar impedir nuestra actuación" ([27]).

La trampa del antifascismo

Lo que se desprende de la cita anterior es muy claro:

  • no habla para nada de la solidaridad con los obreros asturianos;
  • se sitúa en un terreno ambiguo de apoyo más o menos velado al movimiento nacionalista del gobierno catalán, al que desea imprimir "los caracteres de gesta popular".
  • No denuncia para nada la trampa antifascista sino que se presenta como la mayor "barrera contra el fascismo" y pide el "derecho" a dar su propia contribución a la lucha "antifascista".

Esta respuesta constituye un paso muy grave. En contra de las tradiciones de la CNT y de muchos militantes anarquistas, se deserta del terreno de la solidaridad obrera para ubicarse en el terreno del antifascismo y del apoyo "crítico" al catalanismo.

Que la CNT como sindicato aceptara ese terreno anti-obrero es perfectamente lógico. Pese a la represión y la marginación en que la sumía el Estado republicano necesitaba imperativamente un régimen de "libertades" donde poder acomodarse para jugar su papel de "interlocutor reconocido". Sin embargo, que la FAI, defensora del anarquismo que propugna la lucha "contra toda forma de Estado" y denuncia "toda alianza" con los partidos políticos, secundara e impulsara ese terreno parece ser menos explicable.

Sin embargo, si se analiza más profundamente se puede comprender esta paradoja. La FAI había hecho de la CNT, un sindicato, su terreno de "movilización de las masas" y esto le imponía servidumbres cada vez más claras. No era la lógica de los principios anarquistas la que comandaba la acción de la FAI sino que ésta se hallaba cada vez más supeditada a las "realidades" del sindicalismo presididas por la necesidad imperiosa de integrarse en el Estado.

En segundo lugar, los principios anarquistas no se conciben como expresión de las aspiraciones, las reivindicaciones generales y los intereses históricos de una clase social, el proletariado. No se ciñen pues al terreno delimitado por su lucha histórica. Al contrario, pretenden ser mucho más "libres". Su terreno es intemporal y ahistórico y se sitúa en el campo de las aspiraciones de libertad del individuo en general. La lógica que impone tal planteamiento es implacable: el interés del individuo libre puede ser tanto el rechazo de toda autoridad, de todo Estado y de toda centralización; como la aceptación táctica de un "mal menor": frente al régimen fascista de negación formal de todo derecho sería preferible un régimen democrático donde se reconocen formalmente los derechos del individuo.

En tercer lugar, Gómez Casas señala en su libro que "la mentalidad del sector radical del anarcosindicalismo entendía el proceso como gimnasia revolucionaria, mediante la cual se alcanzarían las condiciones óptimas para el logro de la revolución social" (op. cit., página 213). Esta mentalidad lleva a considerar que lo importante es tener a las masas "movilizadas" sea cual sea el objetivo. El terreno del "antifascismo" ofrece un terreno aparentemente propicio para "radicalizar a las masas" y acabar llevándolas a la "revolución social" según la propaganda que entonces hacían los socialistas "de izquierda". En realidad, los planteamientos en este terreno del "antifascismo" de Largo Caballero y la FAI eran bastante convergentes aunque las intenciones eran totalmente distintas (Largo Caballero buscaba sangrar al proletariado español con sus llamamientos "insurreccionales" mientras que la mayoría de militantes de la FAI creían sinceramente en las opciones que defendían). Largo Caballero decía en 1934 sobre la República (contradiciendo lo que afirmaba en 1931):
"La clase obrera quiere la república democrática [no] por sus virtudes intrínsecas, no como un ideal de gobierno, sino porque dentro de ese régimen la lucha de clases, sofocada bajo los regímenes despóticos, encuentra una mayor libertad de acción y movimiento para lograr sus reivindicaciones inmediatas y mediatas. Si no fuera por eso ¿para qué quieren los trabajadores la República y la democracia?" ([28]).

Por su parte, Durruti hablaba así:
"La República no nos interesa, pero la aceptamos como punto de partida de un proceso de democratización social. A condición por supuesto de que esta República garantice los principios según los cuales la libertad y la justicia social, no son palabras vacías. Si la República desdeña tomar en consideración las aspiraciones de la clase trabajadora, entonces el poco interés que despierta en los trabajadores quedará reducido a nada, porque esa institución dejará de corresponder a las esperanzas que nuestra clase puso en ella el 14 de abril" ([29]).

¿Cómo puede ser el Estado del siglo xx, con su burocracia, su ejército, su sistema de represión y manipulación totalitaria, el "punto de partida de un proceso de democratización social"? ¿Cómo puede siquiera soñarse con que sea el garante de la "libertad y la justicia social"? Es algo tan absurdo como ilusorio.

Conclusión

Sin embargo, tal contradicción venía de lejos. Ya cuando la sublevación del general Sanjurjo contra la República (el 10 de agosto de 1932) sofocada por la movilización de los obreros de Sevilla impulsada por la CNT, el planteamiento que ésta dio a la lucha se situó en un terreno claramente antifascista. En un manifiesto decía:
"¡Obreros! ¡campesinos! ¡soldados! Un asalto faccioso y criminal del sector más negro y reaccionario del ejército, de la casta autocrática y militar que hundiera España en el más negro de los baldones del lapso tenebroso de la dictadura (...) acaba de sorprendernos a todos, mancillando nuestra historia y nuestra conciencia, enterrando la soberanía nacional en la más aciaga de las encrucijadas" ([30]).

El proletariado tenía que parar la mano asesina del general Sanjurjo pero tal lucha solo podía ir en el sentido de sus intereses de clase y, en perspectiva, los de la humanidad entera, si se planteaba desde el combate de conjunto tanto contra el fascismo como contra su pretendido antagonista republicano. Sin embargo, en el manifiesto cenetista lo que domina es un planteamiento de ¡soberanía nacional! y de elección entre la dictadura y la república. ¡Una república que ya por aquellas fechas llevaba más de 1000 muertos en la represión de las luchas obreras y campesinas! ¡Una república que había llenado las cárceles de militantes obreros, principalmente cenetistas!

El balance es muy claro y podemos hacerlo con las palabras de nuestros antepasados de la Izquierda comunista italiana:
"Consideremos ahora la acción de la Federación anarquista ibérica (FAI) que controla hoy la CNT. Tras la caída de Azaña en 1933, la FAI reclamó una amnistía general que incluía también a los generales responsables de los pronunciamientos militares, amigos del general Sanjurjo y desautorizó a los obreros cenetistas de Sevilla que habían hecho fracasar las tentativas golpistas de este último. En octubre de 1934 tomó la misma posición frente a la insurrección obrera de Asturias so pretexto que se trataba de un enfrentamiento entre marxistas y fascistas diciendo que eso no interesaba al proletariado, el cual debería esperar para intervenir cuando unos y otros se hubieran liquidado entre ellos" ([31]).

La tentativa de la FAI de recuperar la CNT para la clase obrera fracasó rotundamente. No fue la FAI quien logró enderezar a la CNT sino que fue la CNT quien entrampó a la FAI dentro de los engranajes del Estado Capitalista como se vio finalmente en 1936 con la ocupación de poltronas ministeriales por parte de destacados faístas actuando en nombre la CNT.
"Cuando llega el momento de febrero de 1936, todas las fuerzas actuantes en el seno del proletariado se encontraban en un solo frente: la necesidad de alcanzar la victoria del Frente popular para desembarazarse del dominio de las derechas y obtener la amnistía. Desde la social-democracia al centrismo ([32]), hasta la CNT y el POUM, sin olvidar a todos los partidos de izquierda republicana, se estaba de acuerdo en orientar el estallido de las contradicciones de clase hacia la arena imperialista" ([33]).

En el próximo artículo de esta serie analizaremos la situación de 1936 y cómo se consumó definitivamente el matrimonio de la CNT con el Estado burgués.

RR, C. Mir, 10-12-07



[1]) Ver Revista internacional nº 131: "La contribución de la CNT al advenimiento de la República (1923-31)".

[2]) Autor anarquista que ha escrito el libro Historia del movimiento obrero español (en 2 tomos). Las citas que realizaremos a continuación pertenecen al segundo tomo del libro. Las referencias editoriales se encuentran en el 2º artículo de nuestra Serie.

[3]) Recordemos que Maciá era un militar nacionalista catalán.

[4]) Juan García Oliver (1901-1980). Fue uno de los fundadores de la FAI siendo uno de sus dirigentes más destacados. En 1936 (lo veremos en un próximo artículo) fue nombrado ministro de la República en el gobierno del socialista Largo Caballero.

[5]) Olaya testimonia que en 1928 "los republicanos, por su parte, entraron en relación con Arturo Parera, José Robusté, Elizalde y Hernández, de la FAI y del Comité regional catalán de la CNT" (página 599)

[6]) Periódico anarquista español aparecido en 1888 que fue suprimido en 1923 por la dictadura de Primo de Rivera. En 1930 reapareció como órgano de expresión de la FAI.

[7]) Engels, en su folleto referido a esta experiencia, los Bakuninistas en acción, señala cómo los dirigentes de la sección española de la AIT "arbitraron el lamentable expediente de hacer que la Internacional como tal se abstuviera de participar en las elecciones, mientras sus miembros votaban cada cual según su capricho. Consecuencia de esta declaración de bancarrota política fue que los obreros, como siempre ocurre en tales casos, votaran por las gentes que más consecuentemente representaron la comedia del radicalismo - los republicanos intransigentes - con lo que luego se sintieron más o menos corresponsables de los actos de sus elegidos y complicados en ellos".

[8]) Citado por Olaya, op. cit., página 668.

[9]) Gómez Casas autor anarquista de una Historia del anarcosindicalismo español, libro del cual hemos hablado en anteriores artículos de esta serie. Op. cit., página 211.

[10]) Esta tentativa de imponer una orientación "justa" mediante campañas de intimidación y maniobras burocráticas produjo situaciones tragicómicas inducidas por la necesidad de cada Comité de ser "más insurreccional" que el vecino. Olaya narra el desbarajuste que se produjo en octubre 1932 cuando el Comité Nacional "que tenía necesidad de probar que no estaba influenciado por la tendencia pestañista, cursó su circular nº 31, solicitando a los sindicatos si estaban dispuestos a ratificar o rectificar los acuerdos del pleno de agosto sobre declaración de la huelga general revolucionaria" (op. cit., página 785). A esta circular el Comité de Levante (Valencia) respondió que estaba dispuesto para la acción. Esto asustó al Comité nacional que dio marcha atrás y anuló la orden lo cual enfadó sobremanera al Comité levantino que exigió se fijara una fecha "para lanzarse a la calle". Ante ello se convocó un Pleno y finalmente, tras una serie de idas y venidas, se acordó la "huelga general" para enero 1933 (sobre la que luego hablaremos).

[11]) Las campañas machaconas de la República sobre "la amenaza de la FAI" no hacían sino alimentar el mito que algunos militantes faístas contribuían a engordar atribuyéndose el mérito de haber "organizado" tal o cual acción insurreccional. Olaya, a propósito de una descabellada convocatoria de huelga general en Sevilla (julio de 1931) que fue retirada dos días después, observa que "en realidad se trataba de una simple fanfarronada, puesto que la FAI, en ese momento, era un fantasma utilizado por la burguesía para amedrentar a las beatas de barrio" (op. cit. página 731).

[12]) Comarca industrial y minera de la provincia de Barcelona.

[13]) En realidad, si bien en la lucha los militantes cenetistas tienen un papel muy activo, la actitud orgánica de la CNT fue tibia y contradictoria: el 21 de enero "en Barcelona se reunió el Pleno de comarcales, convocado por Emilio Mira, secretario del Comité regional de la CNT, acordándose el envío de otro delegado [a la comarca] y, aunque algunos delegados eran partidarios de solidarizarse con los huelguistas, la mayoría se abstuvo por no tener mandato de sus bases orgánicas" (Olaya, op. cit., página 727). Esta decisión se reconsideró un día después pero volvió a ser anulada el 24 con la adopción de un manifiesto llamando a detener la huelga.

[14]) Peirats, página 65 de sus libro La CNT en la Revolución española, ver referencias bibliográficas en el primer artículo de nuestra serie.

[15]) Los escamots eran "grupos de acción catalanista imbuidos de bélica xenofobia hacia lo no catalán", Peirats, página 67.

[16]) Sedes de ese partido.

[17]) Peirats, op. cit. página 67.

[18]) Peirats, op. cit., página 68.

[19]) Era proverbial la honradez de muchos militantes de la FAI. Por ejemplo, Buenaventura Durruti no tenía para comer y sin embargo jamás tocó la caja de dinero que se le había encomendado.

[20]) Editorial Ruedo ibérico, 1977, Madrid, notas en pag. 444. Brenan no es un autor vinculado al movimiento obrero. Sin embargo enfoca el periodo histórico de 1931-39 con gran honradez lo que le lleva a observaciones a menudo muy acertadas.

[21]) Al denunciar, rayando la caricatura, lo absurdo del "método insurreccional" de sus antagonistas de la FAI, los redactores del Manifiesto - pertenecientes al ala sindicalista de la CNT - no pretendían aclarar las conciencias sino echar agua a su molino claudicante y reformista.

[22]) Del libro Jalones de derrota, promesas de victoria (página 120-121), escrito por Munis, revolucionario español (1911-1988) que rompió con el trotskismo en 1948 y se aproximó a las posiciones de la Izquierda comunista fundando el grupo FOR (Fomento obrero revolucionario). Ver en Revista internacional nº 58 un análisis de su contribución. En nuestra libro 1936: Franco y la República masacran al proletariado, el capítulo V está dedicado a un análisis crítico de sus posiciones sobre una pretendida "revolución española" en 1936.

[23]) Recordemos sin embargo que la URSS se alió primero en 1939-41 con Hitler mediante un pacto secreto.

[24]) Ver el artículo 4º de esta serie en Revista internacional nº 131.

[25]) Las Juventudes socialistas lo ensalzaban como el "Lenin español".

[26]) Bilan, órgano de la Fracción italiana de la Izquierda comunista, en "Cuando falta el partido de clase", publicado en nuestro libro 1936: Franco y la República masacran a los trabajadores. Este análisis es corroborado por este pasaje del libro Historia de la FAI, escrito por Juan Gómez Casas: "Afirma J.M. Molina que aunque la CNT y la FAI no tenían arte ni parte en la huelga (se refiere a Asturias 1934), los comités de ambos organismos se hallaban reunidos de modo permanente. En todas esas reuniones se convino nuestra inhibición, pero sin cometer uno de los errores más graves e incomprensibles de la historia de la CNT. Se refiere J.M. Molina a que ciertos organismos de la CNT habían acordado la vuelta al trabajo y Patricio Navarro, miembro del Comité regional dio por radio la consigna en ese sentido (en Barcelona; el Comité regional en pleno, con Ascaso a su cabeza, tuvo que dimitir)" (pag. 174)

[27]) Citado por Peirats, op. cit., página 102.

[28]) Citado por Bolloten, autor que simpatiza con el anarquismo, en su libro, muy interesante, titulado la Guerra civil española: revolución y contrarrevolución, página 84 tomo I edición española.

[29]) Citado por Juan Gómez Casas en su libro Historia de la FAI página 137.

[30]) Citado por Peirats, op. cit., página 67.

[31]) En nuestro libro antes citado 1936: Franco y la República masacran a los trabajadores.

[32]) Bilan caracterizaba al estalinismo como "centrismo".

[33]) Bilan nº 36, octubre-noviembre 1936, en nuestro libro antes citado, pag 24.

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VIII - Los problemas del período de transición, 6

El artículo que aquí publicamos lo fue por primera vez en Bilan nº 37 (noviembre-diciembre 1936), publicación teórica de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista. Es el cuarto de la serie "Los problemas del período de transición" redactada por un camarada belga que firmaba sus escritos "Mitchell". Los tres anteriores se han publicado en el los tres últimos números de esta Revista internacional.

El punto de partida de este artículo es la revolución proletaria en Rusia, considerada no como esquema rígido aplicable a todas las experiencias revolucionarias futuras, sino como laboratorio vivo de la guerra de clases que exige que se haga de él la crítica y el análisis que puedan proporcionar lecciones válidas para el porvenir. Como la mayoría de los mejores escritos del marxismo, se presenta como un debate polémico con otras interpretaciones de esa experiencia, a las que considera inadecuadas, peligrosas cuando no claramente contrarrevolucionarias. En esta categoría Mitchell incluye los argumentos estalinistas ("centrista", si se emplea este término bastante confuso que utilizaba todavía la Izquierda italiana de entonces) según los cuales el socialismo estaba construyéndose dentro de los límites de la URSS. El artículo no se extiende demasiado en la refutación de semejante posición pues basta con mostrar que la teoría del "socialismo en un solo país" es incompatible con el principio más básico, el internacionalismo, y que la "construcción del socialismo" en URSS requiere en la práctica la explotación más implacable del proletariado.

Las críticas del artículo a las ideas defendidas por la Oposición trotskista son mucho más extensas. Esta Oposición comparte con el estalinismo la idea de que el Estado obrero en Rusia probaría su superioridad sobre los regímenes burgueses existentes entablando una competencia económica con ellos. Mitchell pone de relieve la evidencia: el programa de industrialización rápida establecido a partir de 1928 era un plagio de las medidas políticas de la Oposición de izquierda.

Para Mitchell y la Izquierda italiana, la revolución proletaria solo puede entablar una transformación económica en un sentido comunista una vez conquistado el poder político a escala mundial. Era pues un error juzgar el éxito de la revolución en Rusia basándose en las medidas políticas emprendidas en el plano económico. En el mejor de los casos, la victoria del proletariado en un solo país podría únicamente permitir ganar algo de tiempo en el plano económico, al tener que canalizarse todas las energías hacia la extensión política de la revolución a otros países. El artículo es muy crítico sobre toda idea de que las medidas debidas al "comunismo de guerra" serían una avance real hacia el establecimiento de relaciones sociales comunistas. Para Mitchell, la desaparición aparente del dinero y la requisición del grano por la fuerza en los años 1918-20 lo único que significaron fue la presión de las necesidades del momento sobre el poder proletario en el contexto de la dura realidad de la guerra civil, acompañadas por una distorsión burocrática peligrosa del Estado soviético. Según Mitchell, habría sido más justo considerar la NEP (Nueva Economía Política) de 1921, a pesar de sus defectos, como un modelo más "normal" de un régimen económico de transición en un solo país.

Lo polémico del texto también va dirigido contra otras corrientes del movimiento revolucionario. El artículo entabla un debate con posiciones de Rosa Luxemburg quien había criticado la política agraria de los bolcheviques en 1917 ("la tierra a los campesinos"). Según Mitchell, Rosa subestimaba la necesidad política, comprendida por los bolcheviques, de fortalecer la dictadura del proletariado gracias al apoyo del pequeño campesinado, permitiéndole apoderarse de las tierras. El artículo trata también sobre la discusión con los internacionalistas holandeses del GIK que hemos comentado nosotros en el artículo anterior de esta Revista internacional. En este texto, Mitchell defiende la idea de que focalizarse exclusivamente, como lo hacen los camaradas holandeses, en el problema de la gestión de la producción por los obreros lleva a esos compañeros a concluir erróneamente que la causa principal de la degeneración de la revolución habría sido el principio del centralismo, evacuando al mismo tiempo el problema del Estado de transición, inevitable según la visión marxista mientras no hayan desaparecido las clases.

Al concluir su artículo, cuando Mitchell trata sobre el tema del "Estado proletario", muestra a la vez lo que fueron las fuerzas y las debilidades del marco analítico de la Izquierda italiana. Mitchell reitera la conclusión principal que la Izquierda italiana sacó de la experiencia rusa, y que sigue siendo, para nosotros, una de sus contribuciones más importantes a la teoría marxista: es el haber comprendido que el Estado de transición es un mal inevitable que la clase obrera deberá utilizar. Para esta tesis, el proletariado no puede, por esa misma razón, identificarse con ese Estado de transición y deberá mantener una vigilancia permanente para así asegurarse que no se vuelva contra él como así ocurrió en Rusia.

Por un lado, el artículo revela también ciertas inconsistencias dentro de las posiciones de la Izquierda italiana de aquel entonces. Su conciencia de la necesidad del partido comunista la lleva a defender la noción de "dictadura del partido", una visión contraria a la necesidad de independencia del partido y de los órganos proletarios respecto al Estado de transición. Y Mitchell insiste también en que el Estado soviético en Rusia era de naturaleza proletaria, a pesar de su orientación contrarrevolucionaria, pues había eliminado la propiedad privada de los medios de producción. En el mismo sentido, no caracteriza la burocracia en Rusia como nueva clase burguesa. Esta posición, cercana en cierto modo al análisis desarrollado por Trotski, no llevaba, sin embargo, a las mismas conclusiones políticas: contrariamente a la corriente trotskista, la Izquierda italiana ponía los intereses internacionales de la clase obrera ante cualquier otra consideración y rechazaba toda defensa de la URSS país del que había entendido que ya se había integrado plenamente en el siniestro juego del imperialismo mundial. Además, en el artículo de Mitchell pueden ya encontrarse elementos que sin duda habrían permitido a la izquierda italiana caracterizar el régimen estalinista de una manera más consistente. Así, en una parte precedente de su artículo, Mitchell pone en guardia contra el hecho de que las "colectivizaciones" o las nacionalizaciones no son en absoluto, por sí mismas, medidas socialistas, citando incluso el pasaje de Engels tan anticipador sobre lo que es el capitalismo de Estado. Se necesitaron algunos años y unos cuantos debates en profundidad para que la Izquierda italiana resolviera esas inconsistencias, gracias, en parte, a las discusiones con otras corrientes revolucionarias como la Izquierda germano-holandesa. Este artículo es, sin embargo, la mejor prueba de la profundidad y el rigor de cómo concebía la Izquierda italiana el enriquecimiento del programa comunista.

Bilan n°37 (noviembre - diciembre 1936)

Elementos para una gestión proletaria

La Revolución rusa de octubre de 1917, en la Historia, debe considerarse sin la menor duda como una revolución proletaria pues destruyó un Estado capitalista de arriba abajo y porque sustituyó la dominación burguesa por la primera dictadura plena del proletariado ([1]) (la Comuna de París sólo creó las primicias de dicha dictadura). Por eso debe ser analizada por los marxistas, es decir por haber sido una experiencia progresiva (a pesar de su evolución contrarrevolucionaria), como un jalón del camino que lleva a la emancipación del proletariado y, por ende, de la humanidad entera.

Condiciones materiales y políticas de la revolución proletaria

De la cantidad considerable de material acumulado por este acontecimiento extraordinario no pueden sacarse - en el estado actual de las investigaciones - unos ejes definitivos para dar una orientación firme a futuras revoluciones proletarias. Pero si confrontamos ciertas nociones teóricas y reflexiones marxistas con la realidad histórica podremos llegar a una primera conclusión básica: los problemas complejos que implica la construcción de la sociedad sin clases deben estar indisolublemente relacionados con un conjunto de principios basados en la universalidad de la sociedad burguesa y de sus leyes, sobre el predominio de la lucha internacional de las clases.

Por otro lado, la primera revolución proletaria no estalló, contrariamente a las perspectivas, en los países más ricos y más evolucionados material y culturalmente, en los países "maduros" para el socialismo, sino en un territorio del capitalismo atrasado, semifeudal. De ahí la segunda conclusión - aunque no sea absoluta - de que las mejores condiciones revolucionarias se reunieron allí donde, a una deficiencia material le correspondía una menor capacidad de resistencia de la clase dominante a la presión de las contradicciones sociales. En otras palabras, fueron los factores políticos los que prevalecieron sobre los factores materiales. Esta afirmación no es, ni mucho menos, contradictoria, con la tesis de Marx que define las condiciones necesarias para el advenimiento de una nueva sociedad, sino que pone de relieve el significado profundo de esas condiciones como así lo hemos afirmado en el capítulo primero de este estudio.

La tercera conclusión, corolario de la primera, es que el problema esencialmente internacional de la edificación del socialismo - preludio del comunismo - no puede resolverse en el marco de un Estado proletario, sino mediante el aniquilamiento político de la burguesía mundial, o al menos la de los centros vitales de su dominio, la de los países más adelantados.

Es indiscutible que un proletariado nacional sólo podrá abordar ciertas tareas económicas tras haber instaurado su propia dominación. Y más todavía evidentemente, sólo podrá iniciar la construcción del socialismo tras la destrucción de los Estados capitalistas más poderosos, aunque la victoria de un proletariado "pobre" pueda tener un gran alcance con tal de que se integre en el avance y el desarrollo de la revolución mundial. En otras palabras, las tareas del proletariado victorioso respecto a su propia economía, están subordinadas a las necesidades de la lucha internacional de clases.

Es característico el hecho de que, aunque todos los marxistas de verdad hayan rechazado la teoría del, la mayoría de las críticas de la Revolución rusa se han hecho ante todo sobre las modalidades de construcción del socialismo, partiendo de criterios económicos y culturales más que políticos, sin sacar a fondo las conclusiones lógicas que se derivan de la imposibilidad del socialismo nacional.

Sin embargo, el problema es capital, pues la primera experiencia práctica de la dictadura del proletariado debe contribuir precisamente en disipar las brumas que seguían envolviendo la noción de socialismo. Y como enseñanzas fundamentales, ¿acaso no planteó la Revolución rusa - en su forma más agudizada al ser una economía atrasada - la necesidad histórica para un Estado proletario, temporalmente aislado, de limitar estrictamente su programa de construcción económica?

La relación de fuerzas a escala internacional
determina el ritmo y las modalidades de la construcción del socialismo

Si se rechaza la noción del "socialismo en un solo país" eso implica afirmar que para el Estado proletario no se trata de orientar la economía hacia un desarrollo productivo que englobaría todas las actividades de fabricación, que respondería a las necesidades más variadas, de edificar, en suma, una economía íntegra que, yuxtapuesta a otras economías semejantes constituirían el socialismo mundial.

De lo que sí se trata de desarrollar al máximo y eso sólo después del triunfo de la revolución mundial, son los sectores que tienen en cada economía nacional su terreno específico y que están llamados a integrarse en el comunismo futuro (el capitalismo ya lo ha realizado, imperfectamente claro está, mediante la división internacional del trabajo). Con la perspectiva menos favorable de un freno del movimiento revolucionario (situación de Rusia en 1920-21) se trataba de adaptar el desarrollo de la economía proletaria al ritmo de la lucha de clases mundial, pero siempre en el sentido de un fortalecimiento de la dominación de clase del proletariado, punto de apoyo para un nuevo ímpetu revolucionario del proletariado internacional.

Trotski, en particular, perdió a menudo de vista esa línea fundamental, aunque también afirmó en ocasiones la necesidades de darse objetivos proletarios, no para la realización del socialismo íntegro, sino para las necesidades de una economía socialista mundial, en función del reforzamiento político de la dictadura proletaria.

En efecto, en sus análisis sobre el desarrollo de la economía soviética y partiendo de la base correcta de la dependencia de dicha economía del mercado mundial capitalista, Trotski trata muy a menudo esa cuestión como si se tratara de un pugilato en el plano económico entre el Estado proletario y el capitalismo mundial.

Si bien es cierto que el socialismo solo podrá afirmar su superioridad como sistema de producción si produce más y mejor que el capitalismo, esto no se podrá comprobar más que al final de un proceso largo en la economía mundial, tras una lucha sin cuartel entre burguesía y proletariado y no por la confrontación entre la economía proletaria y economía capitalista, pues es evidente que si se mete en una competición económica, el Estado proletario acabará inevitablemente obligado a recurrir a los métodos capitalistas de explotación del trabajo que le impedirán transformar el contenido social de la producción. Y, fundamentalmente, la superioridad del socialismo no consiste en producir "más barato" -por mucho que sea una consecuencia cierta de la expansión ilimitada de la productividad del trabajo - sino que debe plasmarse en la desaparición de la contradicción capitalista entre la producción y el consumo.

A nosotros nos parece que, sin duda, fue Trotski quien proporcionó las armas teóricas a la política del Centrismo ([2]) a partir de ideas como: "la carrera económica con el capital mundial", "la velocidad del desarrollo como factor decisivo"; la "comparación de las velocidades del desarrollo", "el criterio del nivel de la preguerra", etc., expresiones todas ellas que se parecen mucho a las consignas centristas como la de "alcanzar a los países capitalistas". Por eso es por lo que la industrialización monstruosa que ha llevado a la miseria a los obreros rusos, aunque es el producto directo de la política centrista, es también la hija "natural" de la oposición rusa "trotskista". Esta posición de Trotski es la consecuencia de las perspectivas que él trazó para la evolución capitalista, tras el retroceso de la lucha revolucionaria internacional. Y así en su análisis cobre la economía soviética tal como evolucionó después de la NEP hizo abstracción voluntariamente, como él mismo reconoció, del factor político internacional:

"hay que encontrar soluciones políticas del momento, teniendo en cuenta siempre que sea posible, todos los factores que convergen en la situación. Pero cuando se trata de la perspectiva de desarrollo para toda una época, hay que separar totalmente los factores "agudos", o sea, ante todo, el factor político" (Hacia el capitalismo o hacia el socialismo).

Un método de análisis tan arbitrario llevaba a considerar "en sí" los problemas de gestión de la economía soviética más que en función del desarrollo de la relación de fuerzas mundial entre las clases.

La cuestión planteada por Lenin después de la NEP: "¿cuál de los dos ganará al otro?" pasaba así del plano político -en el que Lenin la planteaba- al plano estrictamente económico. Se ponía el acento en la necesidad de igualar los precios del mercado mundial gracias a la disminución de los precios de coste (o sea, en la práctica, sobre todo del trabajo asalariado). Lo cual significaba que el Estado proletario no debía limitarse a soportar como un mal inevitable cierta explotación de la fuerza de trabajo, sino que además debía, gracias a su política, favorecer una explotación mayor todavía, haciendo de esa explotación un factor determinante de un proceso económico, adquiriendo así un contenido capitalista. En fin de cuentas, ¿no se planteaba acaso la cuestión dentro de un marco de socialismo nacional cuando la perspectiva que se propone es "vencer la producción capitalista en el mercado mundial con los productos de la economía socialista" (o sea de la URSS) y cuando se considera que se trata de una "lucha del socialismo (¡!) contra el capitalismo"?. Con una perspectiva así, era evidente que la burguesía mundial podía estar segura del futuro de su sistema de producción.

Comunismo de guerra y NEP

Vamos ahora a hacer un paréntesis para intentar establecer el verdadero significado teórico e histórico de las dos fases capitales de la Revolución rusa; el "comunismo de guerra" y la NEP. La primera fase corresponde a la tensión social extrema de la guerra civil, correspondiendo la segunda a la sustitución de la lucha armada y a una situación internacional de reflujo de la revolución mundial.

Este examen nos parece tanto más necesario que esos dos hechos sociales, independientemente de lo contingente, podrían volver a aparecer en otras revoluciones proletarias con una intensidad y un ritmo correspondientes, sin duda en una relación inversa, al grado de desarrollo capitalista de los países de que se trate. Importa pues determinar qué lugar ocupan en el período de transición.

Es evidente que el "comunismo de guerra", en su versión rusa no surgió de una gestión proletaria "normal" que realizara un programa preestablecido, sino de una necesidad política debida a un empuje irresistible de la lucha armada de clases. La teoría tuvo que dejar temporalmente el sitio a la necesidad de aplastar políticamente a la burguesía; por eso se subordinó lo económico a lo político, pero a costa de un desmoronamiento de la producción y del intercambio. Así, en realidad, la política del "comunismo de guerra" entró poco a poco en contradicción con todos los postulados teóricos desarrollados por los bolcheviques en su programa de la revolución, no porque este programa fuera erróneo, sino porque su propia moderación, fruto de la "razón económica" (control obrero, nacionalización de la banca, capitalismo de Estado) animó a la burguesía a la resistencia armada. Los obreros replicaron con expropiaciones masivas y aceleradas cuyas nacionalizaciones no hubo más remedio que declarar por decreto. Lenin no dejó de expresar su preocupación contra tal "radicalismo" económico prediciendo que de seguir así las cosas, el proletariado acabaría vencido. Y efectivamente, en la primavera de 1921, los bolcheviques tuvieron que constatar no que habían sido vencidos, pero sí que habían fallado en su intento involuntario de "alcanzar el socialismo por asalto". El "comunismo de guerra" había sido sobre todo una movilización coercitiva del aparato económico para evitar el hambre al proletariado y asegurar el abastecimiento de los combatientes. Fue sobre todo un "comunismo" de consumo que, a pesar de su forma igualitaria, no contenía ninguna sustancia socialista. Lo único que logró el método de requisar los excedentes agrícolas fue que disminuyera considerablemente la producción: la nivelación de salarios acabó hundiendo la productividad del trabajo y el centralismo autoritario y burocrático, impuesto por las circunstancias, no fue sino una deformación del centralismo racional. En cuanto a la compresión de los intercambios (a la que correspondió un florecimiento del mercado clandestino) y la práctica desaparición de la moneda (pagos en especie y gratuidad de los servicios), eran fenómenos que acompañaban, en seno de la sociedad civil, el hundimiento de toda vida económica propiamente dicha, y ni mucho menos medidas resultantes de una gestión proletaria habida cuenta de las condiciones históricas. En resumen, el proletariado ruso pagó el aplastamiento en bloque de su enemigo de clase con el empobrecimiento económico que una revolución triunfante en países altamente desarrollados habría atenuado considerablemente, y aun sin modificar profundamente el significado del "comunismo de guerra", habría ayudado a Rusia a "saltar" fases de su desarrollo.

Los marxistas nunca han negado que la guerra civil - preceda, acompañe o siga a la toma del poder por el proletariado- contribuye en bajar temporalmente el nivel económico, pues saben muy bien hasta qué punto puede bajar ese nivel durante la guerra imperialista. Y es así cómo en los países atrasados, la rápida desposesión política de una burguesía orgánicamente débil fue y será seguida de una larga lucha desorganizadora si esa burguesía conserva la posibilidad de agotar fuerzas en amplias capas sociales (en Rusia fue el inmenso campesinado, inculto y sin experiencia política quien le procuró esas fuerzas); y en los países capitalistas avanzados, donde la burguesía es política y materialmente poderosa, la victoria proletaria vendrá después (y no antes) de una fase más o menos larga de una guerra civil, violenta, encarnizada, materialmente desastrosa, mientras que la fase de "comunismo de guerra" consecutiva a la Revolución, es posible que ni ocurra.

La NEP, vista fuera de contexto y si se limita uno a compararla sin más con el "comunismo de guerra", podría parecer como un retroceso serio hacia el capitalismo, por el retorno al mercado "libre", a la pequeña producción "libre", a la moneda.

Pero ese "retroceso" es un retorno a unas bases verdaderas si nos remitimos a lo que ya hemos dicho al tratar las categorías económicas, o sea, que tenemos que caracterizar la NEP (independientemente de sus rasgos específicamente rusos) como el restablecimiento de las condiciones "normales" de la evolución de la economía transitoria y, en Rusia, como un retorno al programa inicial de los bolcheviques, aunque la NEP fuera más allá de ese programa a causa de la "apisonadora" de la guerra civil.

La NEP, quitándole lo contingente, es la forma de gestión económica a la que deberá recurrir cualquier otra revolución proletaria.

Esa es la conclusión que se impone a quienes no subordinan las posibilidades de gestión proletaria a la desaparición previa de todas las categorías y formas capitalistas (idea que procede del idealismo y no del marxismo), sino que, al contrario, deducen esa gestión de la supervivencia inevitable, pero temporal, de ciertas servidumbres burguesas.

Es cierto que en Rusia, la adopción de una política económica adaptada a las condiciones históricas de transición del capitalismo al comunismo se realizó en medio de un clima social de lo más pesado y amenazante, provocado por una situación internacional de desmoronamiento revolucionario y de un desamparo interior provocado por una hambruna indecible y el agotamiento total de las masas obreras y campesinas. Son estos rasgos históricos y particulares lo que ocultan el significado general de la NEP rusa.

Bajo la presión misma de los acontecimientos, la NEP fue la condición sine qua non del mantenimiento de la dictadura proletaria, a la que, en efecto, salvó. Era impensable la capitulación del proletariado, ningún compromiso político con la burguesía debía realizarse, sino, únicamente, un repliegue económico que facilitara la recuperación de las posiciones de partida para una evolución progresiva de la economía. En realidad, la guerra de clases, al desplazarse del terreno de la lucha armada al de la lucha económica, al tomar otras formas, menos brutales pero más insidiosas y más temibles también, no estaba abocada a relajarse, sino todo lo contrario. Lo central, para el proletariado, era llevar esa lucha hacia su propio reforzamiento y siempre vinculada a las fluctuaciones de la lucha internacional. La NEP generó agentes del enemigo capitalista, como economía de transición que era, ni más ni menos. Pero lo que era decisivo es que se mantuviera en una línea de clase firme, pues lo que será siempre decisivo es la política proletaria. Solo sobre esta base puede analizarse la evolución del Estado soviético. Hemos de volver sobre esto.

El programa económico de una revolución proletaria

En los límites históricos asignados al programa económico de una revolución proletaria, sus puntos fundamentales pueden resumirse así: a) la colectivización de los medios de producción e intercambio ya "socializados" por el capitalismo; b) monopolio del comercio exterior por el Estado proletario, arma económica de importancia decisiva; c) plan de producción y de reparto de las fuerzas productivas, inspirándose en las características estructurales de la economía y de la función específica que deberá ejercer en la división mundial y social del trabajo, pero que deberá dedicarse a mejorar la situación material del proletariado en lo económico y lo social; d) un plan de enlace con el mercado capitalista mundial, basado en el monopolio del comercio exterior para obtener los medios de producción y los objetos de consumo insuficientes, un plan que debe subordinarse al plan fundamental de producción. Las dos directivas esenciales deberán ser: resistir a la presión y las fluctuaciones del mercado mundial e impedir la integración de la economía proletaria en ese mercado.

La realización de ese programa depende, en gran medida, del grado de desarrollo de las fuerzas productivas y del nivel cultural de las masas obreras. Y es ahí donde se dirige esencialmente el poder político del proletariado, su solidez, la relación de fuerzas entre las clases a escala nacional e internacional sin que puedan disociarse entre sí los factores materiales, culturales y políticos, estrechamente relacionados. Repetimos, sin embargo, que en lo referente a la apropiación de las riquezas sociales, por ejemplo, aunque la colectivización es una medida jurídica tan necesaria a la instauración del socialismo como lo fue la abolición de la propiedad feudal en la instauración del capitalismo, no por eso acarrea automáticamente un cambio total en el proceso de la producción. Engels ya nos puso en guardia contra la tendencia a considerar la propiedad colectiva como la panacea social, cuando mostró que en el seno de la sociedad capitalista:
"Ni la transformación en sociedades por acciones ni la transformación en propiedad del Estado suprime la propiedad del capital sobre las fuerzas productivas. En el caso de las sociedades por acciones, la cosa es obvia. Y el Estado moderno, por su parte, no es más que la organización que se da la sociedad burguesa para sostener las condiciones generales externas del modo de producción capitalista contra ataques de los trabajadores o de los capitalistas individuales. El Estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista, un Estado de los capitalistas: el capitalista total ideal. Cuantas más fuerzas productivas asume en propio, tanto más se hace capitalista total, y tantos más ciudadanos explota. Los obreros siguen siendo asalariados, proletarios. No se supera la relación capitalista, sino que, más bien, se exacerba. Pero en el ápice se produce la mutación. La propiedad estatal de las fuerzas productivas no es la solución del conflicto, pero lleva ya en sí el medio formal, el mecanismo de la solución" (Anti Duhring "Sección tercera: Socialismo; nociones teóricas").

Y Engels añade que la solución consiste en aprehender la naturaleza y la función de las fuerzas sociales que actúan en las fuerzas productivas, para después someterlas a la voluntad de todos y transformar los medios de producción, "amos despóticos en servidores dóciles".

Esa voluntad colectiva sólo el poder político del proletariado puede evidentemente determinarla y hacer que el carácter social de la propiedad se transforme y pierda su carácter de clase.

Los efectos jurídicos de la colectivización pueden estar sensiblemente limitados por una economía atrasada, la cual hace que sea todavía más decisivo el factor político.

En Rusia existía una masa enorme de elementos capaz de engendrar une nueva acumulación capitalista y una diferenciación peligrosa de clases, lo cual solo podía ser frenado por el proletariado mediante la política de clase más enérgica, única capaz de conservar el Estado para la lucha proletaria.

Es innegable que junto con el problema agrario, el de la pequeña industria es el escollo para toda dictadura proletaria, una pesada herencia que el capitalismo transmite al proletariado y que no desaparecerá a golpe de decretos. Puede afirmarse que el problema central que se impondrá a la revolución proletaria en todos los países capitalistas (salvo quizás en Inglaterra), es la lucha más implacable contra los pequeños productores de mercancías y los pequeños campesinos, lucha tanto más ardua porque deberá excluirse totalmente la expropiación forzosa de esas capas sociales por la violencia. La expropiación de la producción privada solo es económicamente realizable con las empresas ya centralizadas y "socializadas" y no con las empresas individuales que el proletariado es todavía incapaz de gestionar a menor coste y hacer más productivas, a las que no puede por lo tanto integrar y controlar sino es mediante el mercado; es éste el medio necesario para organizar la transición del trabajo individual al trabajo colectivo. Es además imposible considerar la estructura de la economía proletaria de una manera abstracta, como una especie de yuxtaposición de tipos de producción en estado puro, basados en relaciones sociales opuestas, "socialistas", capitalistas o precapitalistas y que solo evolucionarían sometidos a la competencia. Es ésa la tesis que el centrismo tomó de Bujarin quien consideraba que todo lo que se colectivizaba se convertía ipso facto en socialista de modo que el sector pequeño burgués y campesino se integraban así en la esfera socialista. En realidad, sin embargo, cada ámbito lleva en sí más o menos el sello de su origen capitalista y no hay yuxtaposición, sino penetración mutua de elementos contradictorios que se combaten bajo el empuje de una lucha de clases que se desarrolla con mayor encono aunque con formas menos brutales que durante el período de guerra civil abierta. En esta batalla, la directiva del proletariado, apoyándose en la industria colectivizada, deberá ser la de someter a su control, hasta la desaparición total, de todas las fuerzas económicas y sociales de un capitalismo derrotado políticamente. Pero no deberá cometer el error fatal de creer que, puesto que ha nacionalizado la tierra y los medios de producción básicos, ya ha levantado una barrera infranqueable contra la actividad de los agentes burgueses. El proceso, tanto político como económico sigue su curso dialéctico y el proletariado sólo podrá orientarlo hacia la sociedad sin clases a condición de reforzarse tanto interior como exteriormente.

La cuestión agraria

La cuestión agraria es sin duda uno de los elementos esenciales del problema complejo de las relaciones entre proletariado y pequeña burguesía que se plantea después de la revolución. Rosa Luxemburg afirmaba muy justamente que incluso el proletariado occidental en el poder, aún actuando en las condiciones más favorables en ese terreno, "se rompería más de un diente con esa nuez tan dura antes de haber salido de las peores entre las mil dificultades complejas de esa labor gigantesca".

No se trata para nosotros de zanjar esa cuestión, ni siquiera en sus líneas esenciales. Nos limitaremos a situar sus elementos básicos: la nacionalización íntegra del suelo y la fusión de la industria y la agricultura.

La primera medida es un acto jurídico perfectamente realizable, inmediatamente tras la toma del poder, a la vez que la colectivización de los medios de producción, mientras que la segunda solo podrá ser el resultado de un proceso del conjunto de la economía, un resultado que se integre en la organización socialista mundial. No son pues dos actos simultáneos, sino escalonados en el tiempo, el primero condiciona el segundo y ambos reunidos condicionan la socialización agraria. En sí, la nacionalización del suelo o la abolición de la propiedad privada no es una medida específicamente socialista, sino, ante todo, burguesa, pues es la que habría permitido rematar la revolución burguesa democrática.

Conjugada con el disfrute común de la tierra, es la etapa más extrema de esa revolución, aún siendo, a la vez, según la expresión de Lenin, "el fundamento más perfecto desde el punto de vista del desarrollo del capitalismo, y, al mismo tiempo, es el régimen agrario más flexible para el paso al socialismo". La debilidad de las críticas de R. Luxemburg al programa agrario de los bolcheviques (La Revolución rusa) se expresa precisamente en los siguientes puntos: en primer lugar, Rosa no subrayó que "la apropiación directa de la tierra por los campesinos" aunque "no tiene nada en común con la economía socialista" (en esto estamos plenamente de acuerdo) era, sin embargo, una etapa inevitable y transitoria (sobre todo en Rusia) del capitalismo al socialismo, y aunque tuviera que considerar que "con toda seguridad la solución del problema a través de la expropiación y distribución directas e inmediatas de la tierra por los campesinos era la manera más breve y simple de lograr dos cosas distintas: romper con la gran propiedad terrateniente y ligar inmediatamente a los campesinos al gobierno revolucionario. Como medida política para fortalecer el gobierno proletario socialista, constituía un excelente movimiento táctico", que era lo fundamental en la situación. En segundo lugar, Rosa no puso de relieve que la consigna "la tierra a los campesinos", tomada por los bolcheviques del programa de los socialistas revolucionarios (SR) se aplicó suprimiendo íntegramente la propiedad privada de tierras y no, como lo afirma Rosa Luxemburg, pasando de la gran propiedad a una multitud de pequeñas propiedades campesinas individuales. No es justo decir (basta con leer los decretos sobre la nacionalización) que el reparto de tierras se extendió a las grandes explotaciones técnicamente desarrolladas, puesto que éstas, al contrario, formarían más tarde la estructura de los "sovjoses"; eran, es cierto, muy poco importantes respecto al total de la economía agraria.

Notemos de paso que R. Luxemburg al establecer su programa agrario, no mencionaba la expropiación íntegra del suelo que facilitaba las medidas posteriores, mientras que ella sólo se planteaba la nacionalización de las propiedades grandes y medianas.

En fin, en tercer lugar, R. Luxemburg se limitó a mostrar los aspectos negativos del reparto de tierras (mal inevitable), denunciando que ese reparto no podía suprimir "sino incrementar la desigualdad social y económica en el campesinado y los antagonismos de clase se agudizaron", cuando en realidad fue justamente el desarrollo de la lucha de clases en el campo lo que le permitió al poder proletario consolidarse ganándose a proletarios y semiproletarios del campo, formándose así una base social que con una firme dirección de la lucha, habría extendido cada día más la influencia del proletariado, asegurándole la victoria en los campos. R. Luxemburg subestimaba sin duda ese aspecto político del problema agrario y el papel fundamental que debía desempeñar el proletariado ahí, apoyándose en la dominación política y la posesión de la gran industria.

No hay que olvidar nunca que el proletariado ruso se encontraba ante situaciones muy complejas. Los efectos de la nacionalización quedaron muy limitados a causa de la enorme dispersión de los pequeños campesinos. No hay que olvidar que la colectivización del suelo no acarrea necesariamente la de los medios de producción necesarios para esa producción. Sólo el 8 % de ésos medios fueron colectivizados, mientras que el 92 % restante quedó en manos privadas de campesinos, cuando, en cambio, en la industria, la colectivización alcanzó el 89 % de las fuerzas productivas, 97 % si se añaden los ferrocarriles y 99 % de la industria pesada ([3]).

Aunque la maquinaria agrícola no representaba sino un poco más de la tercera parte del total de maquinaria, ya antes de la Revolución existía una base extensa para un desarrollo favorable de relaciones capitalistas, habida cuenta de la enorme masa de campesinos. Es evidente que desde el punto de vista económico, el objetivo central de la dictadura proletaria para contener y absorber ese desarrollo sólo podía realizarse gracias a una gran producción agrícola industrializada, de alta tecnicidad. Pero eso estaba subordinado a la industrialización general y, por consiguiente, a la ayuda proletaria de los países avanzados. Para no dejarse encerrar en el dilema: perecer o aportar herramientas y objetos de consumo a los pequeños campesinos, el proletariado - aún haciendo lo máximo por alcanzar un equilibrio entre producción agrícola y producción industrial - debía llevar su esfuerzo principal a la lucha de clases tanto en el campo como en la ciudad, con la perspectiva siempre de vincular la lucha al movimiento revolucionario mundial. Ganarse al campesino pobre para luchar contra el campesino capitalista y a la vez continuar el proceso de desaparición de los pequeños productores, condición para crear la producción colectiva, ésa era la tarea aparentemente contradictoria que se le imponía al proletariado en su política hacia los campos.

Para Lenin, esa alianza era la única capaz de salvaguardar la revolución proletaria hasta la insurrección de otros proletariados. Pero eso implicaba no, desde luego, la capitulación del proletariado ante el campesinado, sino acabar con la vacilación pequeño burguesa de los campesinos, oscilando entre burguesía y proletariado, por su situación económica y social y su incapacidad para llevar a cabo una política independiente, para acabar por integrarlos en el proceso del trabajo colectivo. "Hacer desaparecer" a los pequeños productores no significa ni mucho menos, aplastarlos por la violencia, sino, como decía Lenin (en 1918) "ayudarles a ir hasta el capitalismo ‘ideal', pues la igualdad en el disfrute de la tierra es el capitalismo llevado hasta su ideal desde el punto de vista del pequeño productor; y al mismo tiempo, hay que hacerles ver los aspectos defectuosos de ese sistema y la necesidad del paso a la agricultura colectiva." No es de extrañar que durante los tres años terribles de guerra civil, el método experimental no pudiera esclarecer la conciencia "socialista" de los campesinos rusos. Aunque para conservar las tierras frente a los ejércitos blancos apoyaron al proletariado, fue a costa de su empobrecimiento económico y de unas requisiciones que eran vitales para el Estado proletario.

Y la NEP, aunque restableció un terreno experimental más normal, también restableció la "libertad y el capitalismo", sobre todo a favor de los campesinos capitalistas, pagando un compensación enorme que hizo decir a Lenin que con el impuesto en especie, "los kulaks iban a crecer allí donde nunca antes habían crecido". Bajo la dirección del centrismo, incapaz de resistir a esa presión de la burguesía renaciente sobre el aparato económico, sobre los órganos estatales y el partido, y que incitaba, al contrario, a los campesinos medios a enriquecerse, rompiendo con los campesinos pobres y el proletariado, el resultado no podía ser otro que el que ahora estamos viendo. Coincidencia perfectamente lógica: 10 años después de la insurrección proletaria, el desplazamiento considerable de la relación de fuerzas a favor de los elementos burgueses correspondió a la introducción de los planes quinquenales sobre cuya realización iba a imponerse una explotación monstruosa del proletariado.

La Revolución rusa intentó resolver el problema complejo de las relaciones entre proletariado y campesinado. Fracasó, no porque, en su caso, una revolución proletaria no habría podido triunfar y que nos encontraríamos ante una revolución burguesa, como Otto Bauer, Kautsky y demás tanto afirmaron, sino porque los bolcheviques carecían de principios de gestión basados en la experiencia histórica, que les habrían asegurado la victoria económica y política.

Por haber expresado y haber hecho emerger la importancia política del problema agrario, la Revolución rusa significó, a pesar del fracaso, un aporte a la suma de adquisiciones históricas del proletariado mundial. Hay que añadir que las Tesis del IIo Congreso de la Internacional comunista (IC) sobre esta cuestión no podían mantenerse íntegras, especialmente la consigna "la tierra a los campesinos" que debe ser reexaminada para limitar su alcance.

Inspirándose en los trabajos de Marx sobre la Comuna París y comentados por Lenin, los marxistas han conseguido establecer una clara demarcación entre el centralismo que expresa la forma necesaria y progresiva de la evolución social y ese centralismo opresivo que se plasma en el Estado burgués. Apoyándose en el primero, lucharon por la destrucción del segundo. Fue basándose en esa posición materialista indestructible cómo vencieron científicamente a la ideología anarquista. Y, sin embargo, la Revolución rusa ha vuelto a plantear esa célebre controversia que parecía ya bien enterrada.

Muchas críticas han vuelto a sacar el tema de que la evolución contrarrevolucionaria de la URSS se debería sobre todo a que el centralismo económico y social no se hubiera abolido al mismo tiempo que la máquina estatal del capitalismo, sustituyéndolo por una especie de sistema de "autodeterminación de las masas obreras". Era, en fin de cuentas, exigir al proletariado ruso que diera un salto por encima del período transitorio, al igual que cuando algunos preconizaban que se suprimiera el valor, el marcado, las desigualdades salariales y demás restos burgueses. Es confundir dos nociones del centralismo, totalmente opuestas en el tiempo, y, al mismo tiempo, unirse, se quiera o no, a la oposición utópica de los anarquistas al "autoritarismo" que, aun retrocediendo por etapas, predomina durante el período de transición. Es abstracto oponer el principio de autonomía al principio de autoridad. Como lo hacía notar Engels, en 1873, son nociones relativas ligadas a la evolución histórica y al proceso de producción.

El centralismo económico y político de la dictadura del proletariado

Sobre la base de una evolución que va desde el comunismo primitivo al capitalismo imperialista para "volver" al comunismo civilizado, las formas orgánicas centralizadas, los "carteles" y los "trusts" capitalistas, fueron creciendo sobre la autonomía social primitiva para dirigirse hacia "la administración de las cosas". "Administración de las cosas" es precisamente esa organización "anárquica"; seguirá manteniéndose, sin embargo, la autoridad en cierta medida, pero "quedará limitada a un marco dentro del cual las condiciones de la producción hagan inevitable esa autoridad" (Engels). Lo esencial es por lo tanto, no andar buscando quemar etapas, una utopía, ni creer que se va a cambiar la naturaleza del centralismo y el principio de autoridad porque se les haya cambiado el nombre. Los internacionalistas holandeses, por ejemplo, no han podido evitar hacer análisis basados en la anticipación utópica ni a la "comodidad" teórica que ese tipo de análisis proporciona (cf. la obra por ellos escrita y ya citada: Ensayo sobre el desarrollo de la sociedad comunista).

Su crítica al centralismo basándose en la experiencia rusa fue tanto más fácil porque se centró únicamente en la fase del "comunismo de guerra" engendrador de la dictadura burocrática sobre la economía, cuando, en realidad, sabemos muy bien que, después, la NEP favoreció, al contrario, una amplia "descentralización" económica. Los bolcheviques "habrían querido" suprimir el mercado (bien sabemos que no fue ni mucho menos el caso), poniendo en su lugar el Consejo económico superior, y, de ese modo, habrían tomado la responsabilidad de haber transformado la dictadura del proletariado en dictadura sobre el proletariado. Así pues, para los camaradas holandeses, ya que, a causa de las necesidades impuestas por la guerra civil, el proletariado ruso tuvo que imponerse un aparato económico y político centralizado y simplificado al extremo, perdiendo así el control de su dictadura, cuando, en realidad, al mismo tiempo estaba precisamente destruyendo políticamente a la clase enemiga. Sobre este aspecto político de la cuestión, para nosotros fundamental, los camaradas holandeses, lamentablemente, no se han detenido...

Por otra parte, al rechazar el análisis dialéctico saltándose el obstáculo del centralismo, lo único que hacen es llenarse la boca de palabras al considerar no el período transitorio, que es, desde el punto de vista de las soluciones prácticas, el que interesa a los marxistas, sino la fase evolucionada del comunismo. Entonces sí que es fácil hablar de una "contabilidad social general, centro económico al que afluyen todas las corrientes de la vida económica, pero que no posee la dirección de la administración ni el derecho a disponer de la producción y de la distribución, que solo puede disponer de sí misma" (¡!) (p. 100/101.)

Y añaden que "en la asociación de productores libres e iguales, el control de la vida económica no procede de personas o de organismos, sino que es el resultado de la información pública del discurrir verdadero de la vida económica. Esto significa que la producción está controlada por la reproducción" (p. 135) ; o dicho de otra manera,: "la vida económica se controla por sí misma mediante el tiempo de producción social medio" (¡!)

Con fórmulas así, las soluciones para una gestión proletaria no pueden dar ni un paso adelante, pues la cuestión candente que se le planea al proletariado no es intentar adivinar el mecanismo de la sociedad comunista, sino el camino que lleva a ella.

Los camaradas holandeses han propuesto una solución inmediata: nada de centralización ni económica ni política que sólo puede adoptar formas opresivas, sino transferencia de la gestión a las organizaciones de empresa que coordinarán la producción mediante una "ley económica general". Para ellos, abolir la explotación y, por lo tanto las clases, no parece que tenga que realizarse a través de un largo proceso histórico, que vaya registrando una participación cada día mayor de las masas en la administración social, sino en la colectivización de los medios de producción, con tal de que esa colectivización implique que los consejos de empresa tengan el derecho de disponer tanto de esos medios de producción como del producto social. Pero, además de que se trata aquí de una formulación que contiene su propia contradicción (puesto que significa oponer la colectivización íntegra -propiedad de todos y de nadie en particular- a una especie de "colectivización" restringida, dispersa entre los grupos sociales, la sociedad anónima también es una forma parcial de colectivización...), a lo único que tiende es a sustituir una solución jurídica (el derecho a disponer por parte de las empresas) a otra solución jurídica, que es la expropiación de la burguesía. Ahora bien, ya hemos visto anteriormente que esa expropiación de la burguesía no es más que la condición inicial de la transformación social (y además, la colectivización íntegra no es inmediatamente realizable), mientras que la lucha de clases continúa, como antes de la Revolución, pero con bases políticas que permiten al proletariado imprimirle un curso decisivo.

El análisis de los internacionalistas holandeses se aleja del marxismo, porque no pone en evidencia una verdad de base: el proletariado estará obligado a soportar la "plaga" del Estado hasta la desaparición de las clases, o sea hasta la abolición del capitalismo mundial. Pero subrayar esa necesidad histórica es admitir que las funciones estatales se confunden todavía temporalmente con la centralización, aunque ésta, gracias a la destrucción de la máquina opresiva del capitalismo, ya no se opone al desarrollo de la cultura y de la capacidad de gestión de las masas obreras. En lugar de buscar la solución de ese desarrollo en los límites históricos y políticos, los internacionalistas holandeses han creído encontrarla en una fórmula de la apropiación a la vez utópica y retrógrada que, además, tampoco se opone tanto como ellos lo creen al "derecho burgués". Además, si se admite que le proletariado, en su conjunto, no está nada preparado culturalmente para resolver "por sí mismo" los problemas complejos de gestión social (y ésta es una realidad que se aplica tanto al proletariado más avanzado como al más inculto) ¿qué vale entonces, concretamente, que se le "garantice" "el derecho a disponer" de las fábricas y de la producción?

Los obreros rusos tuvieron efectivamente en sus manos las fábricas, pero no pudieron gestionarlas. ¿Significa eso que no hubieran debido expropiar a los capitalistas ni tomar el poder? ¿Deberían "haber esperado" a entrar en la escuela del capitalismo occidental, a haber adquirido la cultura del obrero inglés o alemán?... Si bien es verdad que éstos son ya cien veces más capaces para encarar las tareas gigantescas de la gestión proletaria que lo era el obrero ruso en 1917, también es verdad que les es imposible forjar, en el ambiente pestilente del capitalismo y de la ideología burguesa, una conciencia social "total" que, para resolver todos los problemas planteados, ya debería ser la misma que solo podrán poseer en el comunismo culminado. Históricamente, es el partido el que concentra esa conciencia social, pero solo puede desarrollarse basándose en la experiencia; o sea que no aporta soluciones ya bien acabadas, sino que las elabora al calor de la lucha social, tanto después (sobre todo después) como antes de la revolución. Y en esta inmensa tarea no se opone ni mucho menos al proletariado, sino que se confunde con él, pues sin la colaboración activa y creciente de las masas, acabaría siendo presa de las fuerzas enemigas. "La administración por todos" es la clave de toda revolución proletaria. Pero la Historia plantea la única alternativa: o empezamos la revolución socialista "con los hombres tal como son hoy y que no podrán prescindir ni de subordinación ni de control ni de contramaestre ni de contables" (Lenin) o, si no, no habrá Revolución.

La dualidad del Estado en el periodo de transición en el análisis marxista

En el capítulo que trata sobre el Estado transitorio, ya hemos recordado que el Estado debe su existencia a la división de la sociedad en clases. En el comunismo primitivo, no había Estado. Y tampoco lo habrá en el comunismo superior. El Estado desaparecerá con lo que lo hizo nacer: la explotación de clase. Pero mientras exista el Estado, sea cual sea, conserva sus rasgos específicos, no puede cambiar de naturaleza, no puede dejar de ser lo que es, o sea un organismo opresivo, coercitivo, corruptivo. Lo que ha cambiado a lo largo de la historia es su función. En lugar de ser el instrumento de los amos de esclavos, lo será después de los señores feudales y más tarde de la burguesía. Será el instrumento de hecho de la conservación de los privilegios de la clase dominante, de modo que ésta no podrá estar nunca amenazada por su propio Estado, sino por nuevos privilegios que se desarrollan en el seno de la sociedad en favor de una clase ascendente. La revolución política que vendrá después será la consecuencia jurídica de una transformación de la estructura económica ya iniciada, el triunfo de una nueva forma de explotación sobre la antigua. Por eso es por lo que la clase revolucionaria, basándose en las condiciones materiales que habrá construido y consolidado en el seno de la antigua sociedad durante siglos, podrá sin temor ni recelo apoyarse en su Estado que no será sino el perfeccionamiento del anterior para organizar y desarrollar su sistema de producción. Eso es aún más verdad para la clase burguesa, primera clase en la historia que ejerce una dominación mundial y cuyo Estado concentra todo lo que una clase explotadora puede acumular en medios de opresión. No hay oposición, sino íntima colusión entre la burguesía y su Estado. Esta solidaridad no se para en las fronteras nacionales, sino que las desborda, porque depende de raíces profundas en el capitalismo internacional.

Y, al contrario, con la fundación del Estado proletario, la relación histórica entre la clase dominante y el Estado se modifica. El Estado proletario, construido sobre las ruinas del Estado burgués es el instrumento de la dominación del proletariado. Sin embargo, no se concibe como defensor de privilegios sociales cuyas bases materiales se habrían construido ya en el interior de la sociedad burguesa, sino en destructor de todo privilegio. Expresa una nueva relación de dominación (de la mayoría sobre la minoría), una nueva relación jurídica (la apropiación colectiva). En cambio, en permanecer bajo la influencia del ambiente capitalista (pues no puede haber simultaneidad en la revolución), sigue siendo representativo del "derecho burgués". Este permanece no sólo en la vida social y económica, sino en el cerebro de millones de proletarios. Es aquí donde aparece la dualidad del Estado transitorio: por un lado, como arma dirigida contra la clase expropiada, aparece en su aspecto "fuerte"; por otra parte, en tanto que organismo llamado no a consolidar un nuevo sistema de explotación sino a abolirlos a todos, deja al descubierto su aspecto "débil", pues, por naturaleza y definición, tiende a convertirse en polo de atracción de los privilegios capitalistas. Por eso es por lo que, si bien entre la burguesía y el Estado burgués no puede haber antagonismos, sí aparece uno entre proletariado y Estado transitorio.

Este problema histórico encuentra su expresión negativa en que el Estado transitorio puede muy bien ser llevado a desempeñar un papel contrarrevolucionario en la lucha internacional de clases, y a la vez conservar su aspecto proletario si las bases en las que se ha edificado no han sido modificadas. La única manera con la que el proletariado puede oponerse al desarrollo de esa contradicción latente es mediante la política de clase de su partido y la existencia vigilante de sus organizaciones de masas (sindicato, soviets, etc.) mediante las cuales ejercerá un control indispensable en la actividad estatal y defenderá sus intereses específicos. Estas organizaciones sólo podrán desaparecer cuando desaparezca la necesidad que las hizo surgir, o sea, cuando desaparezca la lucha de clases. Lo único que inspira esa idea son las enseñanzas marxistas, pues la noción de antídoto proletario en el Estado de transición fue defendida por Marx y Engels y también por Lenin, como así lo hemos afirmado anteriormente.

La presencia activa de órganos proletarios es la condición para que el Estado siga estando sometido al proletariado y no se vuelva contra los obreros. Negar el dualismo contradictorio del Estado proletario, es falsear el significado histórico del período de transición.

Algunos camaradas consideran, al contrario, que este período debe expresar la identificación de las organizaciones obreras con el Estado (Hennaut, "Naturaleza y evolución del Estado ruso", Bilan, n° 34). Los internacionalistas holandeses van incluso más lejos cuando dicen que, puesto que el "tiempo de trabajo" es la medida de la distribución del producto social y que la distribución entera queda fuera de toda "política", a los sindicatos ya no les queda ninguna función en el comunismo puesto que ya ha cesado la lucha por la mejora de las condiciones de vida (p. 115 de su obra)

El centrismo también parte de esa idea de que, puesto que el Estado soviético era un Estado obrero, cualquier reivindicación de los proletarios se convertía en acto hostil hacia "su" Estado, justificando así la sumisión total de los sindicatos y comités de fábrica al mecanismo estatal.

Si ahora, en base a lo dicho antes, decimos que el Estado soviético ha conservado un carácter proletario, aunque esté dirigido contra el proletariado, ¿se trata únicamente de un sutil distingo que no tiene nada que ver con la realidad y que nosotros mismos rechazaríamos puesto que nos negamos a defender a la URSS? ¡No! Y nosotros creemos que esa tesis debe mantenerse: en primer lugar porque es justa desde el punto de vista del materialismo histórico; segundo, porque las conclusiones sobre la evolución de la Revolución rusa que puedan sacarse de ella no están viciadas en sus premisas puesto que se niega la identificación entre el proletariado y el Estado y que no se crea ninguna confusión entre el carácter del Estado y su función.

Pero si el Estado soviético no fuera ya un Estado proletario, ¿qué sería pues? Los que niegan el carácter proletario no se empeñan mucho en demostrar que se trata de un Estado capitalista, pues se perderían en la demostración. ¿Pero lo demuestran mejor cuando hablan de un Estado burocrático y cuando descubren en la burocracia rusa una clase dominante totalmente nueva en la historia, y refiriéndose entonces a un nuevo modo de explotación y de producción?. En realidad, una explicación así da la espalda al materialismo marxista.

Aunque la burocracia ha sido un instrumento indispensable al funcionamiento de todo sistema social, no hay ninguna huella en la historia de una capa social que se haya transformado en una clase explotadora por cuenta propia. Y, sin embargo, abundan los ejemplos de burocracias poderosas, omnipotentes, en el seno de una sociedad; pero nunca se confundieron con la clase actuante en la producción, excepto casos individuales. En el Capital, Marx, al tratar de la colonización de India, muestra que la burocracia apareció entonces con la forma de la "Compañía de las Indias Orientales"; y que ésta tenía intereses económicos en la circulación de mercancías - no con la producción - a la vez que ejercía realmente el poder político, pero por cuenta del capitalismo metropolitano.

El marxismo ha dado una definición científica de la clase. Si nos atenemos a esa definición, hay que afirmar que la burocracia rusa no es una clase, menos todavía una clase dominante, habida cuenta de que no existen derechos particulares sobre la producción fuera de la propiedad privada de los medios de producción y de que, en Rusia, la colectivización subsiste en sus bases. Cierto es que la burocracia rusa consume una gran porción del trabajo social: pero así ha sido siempre con cualquier tipo de parasitismo al que no hay que confundir, sin embargo, con la explotación de clase.

No hay duda de que en Rusia, la relación social se concreta en una explotación descomunal de los obreros, pero no se debe al ejercicio de un derecho de propiedad individual o de grupo, sino a todo un proceso económico y político cuya causa ni siquiera es la burocracia, sino que ésta es una manifestación, incluso a nuestro parecer secundaria, cuando en realidad esta evolución es el resultado de la política del centrismo que se reveló incapaz de frenar el empuje de las fuerzas enemigas en el interior como en el ámbito internacional. Ahí reside la originalidad del contenido social en Rusia, debida a una situación histórica sin precedentes: la existencia de un Estado proletario en el seno de un mundo capitalista.

La explotación del proletariado aumenta en la medida en que la presión de las clases no proletarias se empezó a ejercer y se incrementó sobre el aparato estatal, después sobre el aparato del partido y, por consiguiente, sobre la política del partido.

No hay necesidad alguna de explicar esa explotación con la existencia de una clase burocrática que se beneficiaría del trabajo sobrante extirpado a los obreros. Hay que explicarlo por la influencia enemiga en las decisiones del partido, el cual, encima, se iba integrando en el mecanismo estatal en lugar de proseguir su misión política y educativa en las masas. Trotski (la IC después de Lenin) subrayó el carácter de clase del yugo que pesaba cada vez más sobre el partido: colusión que vincula a quienes pertenecen al aparato del partido; enlace entre muchos eslabones del partido, por un lado, y la burocracia del Estado, los intelectuales burgueses, la pequeña burguesía y los kulaks por otro; presión de la burguesía mundial sobre el mecanismo de las fuerzas actuantes. Por eso, las raíces de la burocracia y los gérmenes de la degeneración política deben buscarse en ese fenómeno social de interpenetración del partido y del Estado pero también en una situación internacional desfavorable y no en el "comunismo de guerra" que alzó el poder político del proletariado a su nivel más elevado, como tampoco debe buscarse en la NEP. Fue a la vez una expresión de las complicidades y el régimen normal de economía proletaria. Excepto Suvarin, quien en su Perspectiva histórica del bolchevismo, le dio la vuelta a la relación real entre el partido y el Estado considerando que fue el predominio mecánico del aparato del partido el que se ejerció en todos los engranajes del Estado. Caracterizó muy justamente la Revolución rusa como "una metamorfosis del régimen que se fue realizando poco a poco sin que sus beneficiarios se dieran cuenta, sin premeditación ni plan preconcebido, por el triple efecto de la incultura general, de la apatía de unas masas agotadas y el esfuerzo de los bolcheviques por dominar el caos" (p. 245).

Pero entonces, si los revolucionarios no quieren hundirse en el fatalismo, antítesis del marxismo, la "inmadurez" de las condiciones materiales y la "incapacidad" cultural de las masas, si no quieren sacar la conclusión de que la Revolución rusa no fue una revolución proletaria (aún cuando las condiciones históricas y objetivas existían y siguen existiendo mundialmente para la revolución proletaria, única base desde el punto de vista marxista), tendrán que fijarse obligatoriamente en el elemento central del problema por resolver: el factor político, o sea, el partido, instrumento indispensable para el proletariado considerado desde un punto de vista de las necesidades históricas. También deberán concluir que en la revolución, la única forma de autoridad posible para el partido es la forma dictatorial. Y que no se intente restringir el problema hablando de una oposición irreductible entre la dictadura del partido y el proletariado, pues entonces lo único que se hace es dar la espalda a la revolución proletaria misma. Repetimos, la dictadura del partido es una expresión inevitable del periodo transitorio, tanto en un país muy desarrollado por el capitalismo como en la más atrasada de las colonias. La tarea fundamental de los marxistas es precisamente examinar, basándose en la enorme experiencia rusa, cómo puede mantenerse dicha dictadura al servicio del proletariado, o sea cómo una revolución proletaria puede y debe integrarse en la revolución mundial.

Lamentablemente, los "fatalistas" en potencia ni siquiera han intentado abordarla. Por otro lado, si la solución no ha progresado mucho, las dificultades se deben tanto al penoso aislamiento de los débiles núcleos revolucionarios como a la gran complejidad de los elementos del problema. En realidad, el problema consiste esencialmente en el vínculo entre el partido y la lucha de clases, en función de la cual deben resolverse las cuestiones de organización y de vida interna del partido.

Los camaradas de Bilan tienen razón en haber centrado sus investigaciones en dos actividades del partido, consideradas como fundamentales para la preparación de la revolución (como lo demuestra la historia del partido bolchevique): la lucha interna de fracciones y la lucha en el interior de las organizaciones de masas. La cuestión es saber si esas formas de actividad deben desaparecer o transformarse radicalmente después de la revolución, en una situación en que la lucha de clases no disminuye ni mucho menos, sino que se desarrolla aunque sea con otras formas. Lo que es evidente es que ningún método, ninguna fórmula organizativa podrá impedir nunca que la lucha de clases repercuta dentro del partido, plasmándose en el aumento de tendencias y fracciones.

La unidad a toda costa de la oposición rusa trotskista, al igual que el "monolitismo" del centrismo contradicen la realidad histórica. Y, al contrario, el reconocimiento de las fracciones nos parece mucho más dialéctico. Pero la simple afirmación no resuelve el problema, no hace sino plantearlo o más bien replantearlo en toda su amplitud. Los camaradas de Bilan estarán sin duda de acuerdo para decir que unas cuantas frases lapidarias no son una solución. Queda por examinar a fondo cómo puede conciliarse la lucha de fracciones y la oposición de programas resultante con la necesidad de una dirección homogénea y una disciplina revolucionaria. Igualmente habrá que ver en qué medida la libertad de fracciones dentro de las organizaciones sindicales puede compaginarse con la existencia del partido único del proletariado. No es exagerado decir que el futuro de las revoluciones proletarias depende en gran parte de la respuesta que se dé.

(Continuará)

Mitchell

 


[1]) El escepticismo que hoy declaran algunos comunistas internacionalistas no puede, ni mucho menos, hacer tambalear nuestra convicción al respecto. El camarada Hennaut, en Bilan (n° 34) declara con aplomo que: "La revolución bolchevique la realizó el proletariado, pero no fue una revolución proletaria". Semejante afirmación es sencillamente absurda pues eso significaría que una revolución "no proletaria" habría engendrado el arma proletaria más temible que hasta ahora haya amenazado a la burguesía, o sea la Internacional comunista.

[2]) Como ya hemos dicho en los artículos precedentes, "centrismo" era la palabra que usaba la Izquierda italiana para nombrar al estalinismo en los años 30 (ndlr).

[3]) Situación en 1925.

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