El Movimiento 15 M en España –nombrado por su fecha inicial, 15 de mayo– es un acontecimiento de gran magnitud con características inéditas. En esta editorial queremos narrar los episodios más notables y al hilo del relato sacar lecciones y perspectivas para el porvenir.
Dar una idea de lo que realmente ha pasado es una contribución necesaria para comprender la dinámica que está tomando la lucha de clases internacional hacia movimientos masivos de la clase obrera, los cuales le ayudarán a recuperar la confianza en sí misma y le darán los medios para presentar una alternativa frente a esta sociedad moribunda ([1]).
La palabra crisis tiene una traducción dramática para millones de personas, afectadas por una avalancha de miseria, que va desde el creciente deterioro de las condiciones de vida, pasando por el desempleo que se prolonga durante años, la precariedad que hace imposible la más mínima estabilidad vital, hasta las situaciones más extremas que hablan directamente de pobreza y hambre, y en algunas partes, de muerte ([2]).
Pero lo que más angustia provoca es la ausencia de futuro. Como denuncia la Asamblea de Detenidos de Madrid ([3]) en un comunicado que, como vamos a ver, fue la chispa del movimiento: “nos encontramos ante un panorama sin ninguna esperanza y sin un futuro que nos incite a vivir tranquilos y poder dedicarnos a lo que nos gusta a cada uno” ([4]). Cuando según la OCDE, España necesitará 15 años para recuperar el nivel de empleo de 2007 –¡casi una generación entera impedida para trabajar!– y cuando datos parecidos pueden extrapolarse a Estados Unidos o Gran Bretaña, se hace palpable hasta qué punto esta sociedad se precipita en un torbellino sin retorno de miseria, desempleo y barbarie.
Aparentemente, el movimiento se ha polarizado contra “el sistema bipartidista” dominante en España (2 partidos, PP de derecha y PSOE de izquierda concentran el 86 % de los cargos electos) ([5]). Este factor ha jugado un papel pero precisamente en relación a esa ausencia de futuro, puesto que, en un país donde la Derecha tiene una acreditada fama de autoritaria, arrogante y anti-obrera, amplios sectores de la población han visto con inquietud cómo tras los ataques gubernamentales propinados por los falsos amigos (el PSOE), los enemigos declarados (el PP) amenazan con instalarse en el poder durante muchos años sin alternativa dentro del juego electoral, reflejando el bloqueo general de la sociedad.
Ese mismo sentimiento se ha visto alentado por la actitud de los sindicatos que primero convocaron una “huelga general” el 29 de septiembre, que resultó ser una pantomima desmovilizadora, y después firmaron con el gobierno un Pacto Social en enero de 2011, que aceptaba una cruel reforma de las pensiones y daba un portazo a toda posibilidad de movilizaciones masivas bajo su batuta.
A esos factores se ha unido un profundo sentimiento de indignación. Una de las consecuencias de la crisis es que, como se dijo en la Asamblea de Valencia, “los pocos que tienen mucho son más pocos y tienen mucho más, mientras que los muchos que tienen poco son mucho más y tienen mucho menos”. Los capitalistas y su personal político se vuelven cada vez más arrogantes, voraces y corruptos; no dudan en acaparar riquezas inmensas, mientras a su alrededor cunde la miseria y la desolación. Todo esto hace comprender que existen clases y que no somos “ciudadanos iguales”.
Ante ello, desde fines de 2010, han surgido colectivos que agitaban ideas como la de unirse en la calle, actuar al margen de partidos y sindicatos, organizarse en asambleas... ¡El “Viejo Topo”, del que habla Marx, preparaba en las profundidades de la sociedad una maduración subterránea que ha estallado a plena luz en mayo! La movilización de Juventud Sin Futuro en abril congregó 5000 jóvenes en Madrid. Por otro lado, el éxito de unas manifestaciones de jóvenes en Portugal –Generaçao a rasca, Generación Precaria– que aglutinaron a más de 200.000 personas y el ejemplo muy popular de la Plaza Tahrir de Egipto, han estado entre los estímulos del movimiento.
El 15 de mayo, se habían convocado por un conjunto de más de 100 organizaciones –llamado Democracia Real Ya (DRY) ([6])– manifestaciones en las capitales de provincia dirigidas “contra los políticos” y reclamando una “democracia de verdad”.
Pequeños grupos de jóvenes (desempleados, precarios y estudiantes), inconformes con el carácter de válvula de escape del descontento social que pretendían darle los organizadores, trataron de establecer una acampada en la plaza principal en Madrid, Granada y otras ciudades, para darle continuidad a la protesta. DRY los desautorizó y dejó que las tropas policiales ejercieran una brutal represión, especialmente en las comisarías. Sin embargo, los afectados se constituyeron en Asamblea de Detenidos de Madrid y emitieron rápidamente un comunicado donde esos tratos degradantes fueron claramente denunciados (ver nota 4). Esto produjo una fuerte impresión lo que animó a numerosos jóvenes a sumarse a las acampadas.
El martes 17, mientras DRY quería encerrar las Acampadas en actos simbólicos de protesta, la enorme masa que afluía a ellas impuso la celebración de asambleas. El miércoles y jueves, las asambleas multitudinarias se extienden a más de 73 ciudades. En ellas se exponen reflexiones interesantes, propuestas juiciosas, pasando revista a aspectos de la vida social, política, económica, cultural. ¡Nada de lo humano le es ajeno a esa inmensa ágora improvisada!
Una manifestante madrileña exclamaba “lo mejor son las asambleas, la palabra se libera, la gente se entiende, piensas en voz alta, podemos llegar a acuerdos comunes miles de desconocidos ¿No es maravilloso?”. En contraste con el ambiente sombrío que reina en las mesas de votación o el entusiasmo de mercadotecnia de los actos electorales, las asambleas eran otro mundo:
“La multitud que inundaba las calles de la mañana al atardecer se confundía en abrazos fraternales, gritos de gozo y entusiasmo, canciones de libertad, risas alegres, humor y alegría. Los ánimos estaban exaltados; casi se podía creer que una vida nueva y mejor comenzaba en el mundo. Un espectáculo muy solemne, y al mismo tiempo idílico, conmovedor” ([7]).
Miles de personas discutían apasionadamente en un ambiente de respeto profundo, de orden admirable, de escucha atenta. Les unía la indignación y la inquietud ante el futuro, pero sobre todo, la voluntad de comprender sus causas, de ahí ese esfuerzo de debate, de análisis sobre múltiples cuestiones, de cientos de reuniones, de creación de bibliotecas callejeras... Un esfuerzo aparentemente sin resultado concreto, pero que ha removido las mentes y ha sembrado granos de conciencia en los campos del porvenir.
En el terreno subjetivo, la lucha de la clase obrera tiene dos pilares: por un lado la conciencia, de otro lado la confianza y la solidaridad. En este último, las asambleas han sembrado igualmente cara al porvenir, los lazos humanos que se tejían, la corriente de empatía que recorría las plazas, la solidaridad y la unidad que florecían tenían tanta importancia como tomar una decisión o acordar una reivindicación. Esto enfurecía a los políticos y a la prensa que con el típico inmediatismo y utilitarismo que caracteriza a la ideología burguesa reclamaban que el movimiento condensara sus demandas en una “lista reivindicativa”, lo que DRY trataba de convertir en un “Decálogo” que recogía ridículas y gastadas medidas democráticas tales como las listas abiertas, las iniciativas legislativas populares y la reforma de la ley electoral.
La resistencia encarnizada con la que han tropezado estas medidas precipitadas ha mostrado que el movimiento expresa el porvenir de la lucha de clases. En Madrid se gritaba “no vamos lentos sino que vamos muy lejos”. En una Carta Abierta a las asambleas, un grupo de Madrid decía:
“sintetizar lo que esta protesta que estamos realizando quiere, es lo más difícil. Estamos convencidos de que no será a la carrera, como interesadamente quieren que hagamos los políticos y todos aquellos que quieren que nada cambie, o mejor dicho los que quieren cambiar pequeños detalles para que todo siga igual. Que no será proponiendo de repente una tabla de reivindicaciones, como conseguiremos sintetizar lo que queremos todos los que luchamos, no será creando un amasijo de reivindicaciones como nuestras protestas se expresen y se fortalezcan” ([8]).
La tentativa de comprender las causas de una situación dramática y de un futuro incierto, así como la forma de luchar en consecuencia, ha sido el eje de las asambleas, de ahí su carácter deliberativo que ha desorientado a quienes esperaban una lucha centrada en reivindicaciones precisas. Igualmente la reflexión sobre temas éticos, culturales, incluso artísticos y literarios –había intervenciones en forma de canciones o poesías– ha creado la sensación engañosa de un movimiento pequeño burgués de “indignados”. Aquí debemos separar el trigo de la cizaña. Hay cizaña en el cascarón democrático y ciudadano que ha envuelto en muchas ocasiones esas preocupaciones. Pero estas son trigo limpio pues la transformación revolucionaria del mundo se apoya, a la vez que lo estimula, en un gigantesco cambio cultural y ético; “Cambiar el mundo y cambiar la vida, cambiándonos a nosotros mismos”, tal es la divisa revolucionaria que hace más de siglo y medio Marx y Engels formularan en La ideología alemana:
“Para engendrar en masa la conciencia comunista, como para llevar adelante el cambio mismo, es necesaria una transformación en masa de los hombres, que sólo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución; por consiguiente, la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino porque únicamente mediante una revolución logrará la clase oprimida salir del cieno en el que está hundida y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases” ([9]).
Las asambleas constituyen una primera tentativa de respuesta a un problema general de la sociedad que hemos puesto de relieve desde hace más de 20 años: la descomposición social del capitalismo. En las “Tesis sobre la descomposición”, que entonces escribimos ([10]) señalábamos la tendencia a la descomposición de la ideología y las superestructuras de la sociedad capitalista y la creciente dislocación de las relaciones sociales que suponía, todo lo cual afecta tanto a la burguesía como a la pequeña-burguesía. Igualmente golpea de lleno a la clase obrera, entre otras razones porque esas clases conviven con ésta última. Alertábamos en dicho documento de los efectos de este proceso:
“1) la acción colectiva, la solidaridad, encuentran frente a ellas la atomización, el “sálvese quien pueda” el “arreglárselas por su cuenta”; 2) la necesidad de organización choca contra la descomposición social, la dislocación de las relaciones en que se basa cualquier vida en sociedad; 3) la confianza en el porvenir y en sus propias fuerzas se ve minada constantemente por la desesperanza general que invade la sociedad, el nihilismo, el “no future”; 4) la conciencia, la clarividencia, la coherencia y unidad de pensamiento, el gusto por la teoría, deben abrirse un difícil camino en medio de la huida hacia quimeras, drogas, sectas, misticismos, rechazo de la reflexión y destrucción del pensamiento que están definiendo a nuestra época”.
Sin embargo, lo que muestran las asambleas masivas en España –como igualmente apuntaron las que hubo durante el movimiento de estudiantes en Francia en 2006 ([11])– es que los sectores más vulnerables a esos efectos –los jóvenes, los desempleados, debido a la poca experiencia que han podido apenas desarrollar de trabajo colectivo– son los que han estado en la vanguardia de las asambleas y del esfuerzo de conciencia por un lado, y de solidaridad y empatía por otro.
Por todas las razones anteriores, las asambleas masivas han sido un primer reconocimiento de todo lo que se avecina. Ello puede parecer muy poco a quienes esperan que el proletariado, como una tempestad repentina en un cielo azul, se manifieste claramente y sin ambages como la clase revolucionaria de la sociedad, pero desde un punto de vista histórico y comprendiendo las enormes dificultades que el proletariado encontrará para alcanzar ese objetivo, ha sido un buen comienzo, pues ha empezado preparando con rigor el terreno subjetivo.
Pero ello ha sido paradójicamente el talón de Aquiles del movimiento 15 M, tal cual se ha expresado en una primera etapa de su desarrollo. Al no haber surgido sobre un objetivo concreto, el cansancio, la dificultad para ir más allá de una primera aproximación a los graves problemas planteados, la ausencia de condiciones para que el proletariado entrara en lucha desde los centros de trabajo, todo esto ha sumido el movimiento en una suerte de vacío e indefinición que no podía durar mucho tiempo y que DRY ha intentado llenar con objetivos de “reforma democrática” supuestamente “fáciles” y “realizables” pero en realidad utópicamente reaccionarios.
Durante casi dos décadas, el proletariado mundial ha realizado una travesía del desierto caracterizada por la ausencia de luchas masivas y sobre todo por una falta de confianza en sí mismo y una pérdida de su propia identidad como clase ([12]). Aunque esta atmósfera se iba rompiendo gradualmente desde 2003 con luchas significativas en un buen número de países y por la aparición de una nueva generación de minorías revolucionarias, dominaba la imagen estereotipada de una clase obrera que “no se mueve”, que está “completamente ausente”.
La irrupción repentina de grandes masas en la escena social tenía que cargar con ese lastre del pasado, acrecentado por la presencia en el movimiento de capas sociales en trance de proletarización, más vulnerables a los planteamientos ciudadanos y democráticos. Ello, unido a que el movimiento no surgía a partir del combate contra una medida concreta, ha producido la paradoja –que no es nueva en la historia ([13])– de que las dos grandes clases de la sociedad –el proletariado y la burguesía– parecieran rehuir el cuerpo a cuerpo declarado, todo lo cual ha dado la impresión de un movimiento pacífico, que gozaba del “beneplácito de todos” ([14]).
Pero en realidad, la confrontación entre las clases ha estado presente desde el primer día. ¿No fue la brutal represión sobre un puñado de jóvenes la primera respuesta del Gobierno PSOE? ¿No fue la rápida y apasionada respuesta de la Asamblea de Detenidos de Madrid la que desencadenó el movimiento? ¿No fue esta denuncia la que abrió los ojos a muchos jóvenes que gritaron desde entonces “le llaman democracia y no lo es”, consigna ambigua que una minoría ha convertido en “le llaman dictadura y sí lo es”?
Para todos aquellos que creen que la lucha de clases es una sucesión de “emociones fuertes”, el aspecto “tranquilo” que han manifestado las asambleas, les ha llevado a creer que éstas no van más allá del ejercicio de un “inofensivo derecho constitucional”, puede incluso que muchos participantes creyeran que se estaban limitando a eso.
Sin embargo, las asambleas masivas en la plaza pública, el eslogan de “¡Toma la plaza!”, significan un desafío en toda la regla al orden democrático. Lo que las relaciones sociales determinan y las leyes santifican, es que la mayoría explotada se encierre en “lo suyo”, y si quiere “participar” en los asuntos públicos utilice el voto y la protesta sindical que la atomizan e individualizan aún más. Unirse, vivir la solidaridad, discutir colectivamente, empezar a actuar como un cuerpo social independiente, constituye la violencia más irresistible sobre el orden burgués.
La burguesía ha hecho lo imposible para acabar con las asambleas. Cara a la galería, con la asquerosa hipocresía que le distingue, todo eran alabanzas y guiños de complicidad hacia los “indignados”, pero los hechos –que son los que realmente cuentan– desmentían esa aparente complacencia.
Ante la proximidad de la jornada electoral –el domingo 22 de mayo– la Junta Electoral Central acuerda prohibir las asambleas en todo el país el sábado 21 considerado “jornada de reflexión”. A las 0 horas del sábado un enorme dispositivo policial rodea la Acampada de la Puerta del Sol, pero rápidamente una masa gigantesca cerca a su vez el cordón policial por lo que el propio ministro del Interior da la orden de retirada. Más de 20.000 personas ocupan la Plaza en medio de una gran explosión de alegría. Vemos aquí otro episodio de confrontación de clases aunque la violencia explícita haya quedado reducida a algunos forcejeos.
DRY propone mantenerse en las Acampadas pero guardando silencio para respetar la jornada de reflexión y, por tanto, no realizar asambleas. Pero nadie le hace caso, las asambleas del sábado 21, formalmente ilegales, registran los máximos niveles de asistencia. En la Asamblea de Barcelona, carteles, gritos y pancartas proclaman que “estamos reflexionando” en irónica respuesta a la Junta Electoral.
El domingo 22, jornada electoral, se produce una nueva tentativa de acabar con las asambleas. DRY dice que “se ha alcanzado el objetivo” y que se debe terminar el movimiento. La respuesta es unánime: “no estamos aquí por las elecciones”. El lunes 23 y el martes 24, las asambleas llegan a su punto álgido tanto en asistencia como en la riqueza de los debates. Proliferan intervenciones, consignas, carteles, que muestran una aguda reflexión: “¿Dónde está la Izquierda? Al fondo a la derecha”, “Nuestros sueños no caben en las urnas”, “600 euros al mes, ¡eso sí es violencia!”, “Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”, “Sin trabajo, sin casa, sin miedo”, “engañaron a los abuelos, engañaron a los hijos, ¡qué no engañen a los nietos!”. Pero muestran igualmente una conciencia sobre la perspectiva: “Nosotros somos el futuro, el capitalismo es el pasado”, “Todo el poder a las asambleas”, “No hay evolución sin revolución”, “El futuro empieza ahora”, “¿Sigues pensando que es una utopía?”...
A partir de este momento cumbre, las asambleas comienzan a decaer. En parte es debido al cansancio, pero el continuo bombardeo de DRY para que se adoptara su “decálogo democrático” ha jugado un papel importante. Los puntos del decálogo no son neutrales sino que van directamente CONTRA las ASAMBLEAS. Por ceñirse a la reivindicación más “radical”, una Iniciativa Legislativa Popular ([15]), aparte de que supone una inacabable tramitación parlamentaria que desmoviliza al más activo, lo más importante que hace es que reemplaza el debate masivo donde todos pueden sentirse como parte de un cuerpo colectivo, con actos individuales, puramente ciudadanos, de protesta encerrada en las cuatro paredes del YO ([16]).
El sabotaje desde dentro se ha reforzado con el ataque represivo desde fuera, demostrando que la burguesía no se cree para nada que las asambleas sean “un derecho constitucional de reunión”. El viernes 27, el Gobierno catalán –coordinado con el gobierno central– da un golpe de fuerza: los “mossos de esquadra” (policía autonómica) invaden la Plaza de Cataluña de Barcelona y reprimen salvajemente produciendo numerosos heridos y llevándose un buen número de detenidos. La Asamblea de Barcelona –hasta entonces la más orientada hacia planteamientos de clase– se ve entrampada en las típicas reivindicaciones democráticas: petición de dimisión del consejero del Interior, rechazo de la “represión desproporcionada” ([17]), reclamación de un “control democrático de la policía”. Su retroceso es tan evidente que cede al veneno nacionalista e incluye en sus demandas el “derecho de autodeterminación”.
Los episodios represivos durante la semana del 5 al 12 de junio, se multiplican: Valencia, Santiago, Salamanca... Pero el golpe más brutal sucede los días 14 y 15 de junio en Barcelona. El Parlamento catalán discutía una llamada Ley Ómnibus que consagraba violentos recortes sociales principalmente en sanidad y educación (entre otros 15.000 despidos en Sanidad). Fuera de toda dinámica de discusión en asambleas de trabajadores, DRY convoca una “protesta pacífica” consistente en rodear el Parlamento para “impedir a los diputados votar una ley injusta”. Se trata de la típica acción puramente simbólica dirigida a la “conciencia” de los diputados y no al combate contra una ley y las instituciones que la imponen, es decir, el terreno democrático por excelencia que entrampa a los manifestantes en una falsa elección: o la violencia “radical” de una minoría, o el lamento impotente y pasivo de la mayoría.
Los insultos y zarandeos de algunos diputados dan pie a una histérica campaña que criminaliza a los “violentos” (metiendo en ese saco a los que defienden posturas de clase) y llama a “defender las instituciones democráticas amenazadas”. Cerrando con broche de oro, DRY enarbola el pacifismo para reclamar que los propios manifestantes ejerzan la violencia sobre los “violentos” ([18]), pero va más lejos aún: pide abiertamente la entrega a la policía de los “violentos” y que los manifestantes ¡aplaudan a la policía por sus “buenos servicios”!
Desde el principio, el movimiento ha tenido dos “almas”: un alma democrática alimentada por las confusiones y dudas muy extendidas, su carácter socialmente heterogéneo y la tendencia a rehuir la confrontación abierta. Pero igualmente estaba presente un alma proletaria, materializada en las asambleas ([19]) y en una pulsión siempre presente de “ir hacia la clase obrera”.
En la Asamblea de Barcelona, trabajadores de Telefónica, sanitarios, bomberos, estudiantes de universidad, movilizados contra los recortes sociales, participan activamente en ella, se crea una “Comisión de Extensión y Huelga General” donde hay debates muy animados y se organiza una red de Trabajadores Indignados de Barcelona que convoca una Asamblea de Empresas en Lucha el sábado 11 de junio y un nuevo Encuentro el sábado 3 de julio. El viernes 3 de junio, parados y activos realizan en torno a la Plaza Cataluña una manifestación tras una pancarta que dice “¡Abajo la burocracia sindical!, ¡Huelga general!”. En Valencia la Asamblea apoya una protesta de trabajadores de autobuses y también una manifestación de vecinos contra los recortes en la enseñanza. En Zaragoza, los trabajadores de autobús se unen a los congregados con gran entusiasmo ([20]). En las asambleas se decide la formación de Asambleas de Barrio ([21]).
No obstante, la manifestación del 19 de junio expresa otro impulso del “alma proletaria”. Esta manifestación había sido convocada por las Asambleas de Barcelona, Valencia y Málaga con el objetivo de luchar contra los recortes sociales. DRY había intentado desvirtuarla dándole exclusivamente lemas democráticos. Esto provocó una resistencia que se plasmó en Madrid con una iniciativa espontánea de ir al Congreso a manifestarse contra los recortes sociales con más de 5000 participantes. Por otra parte, una coordinadora de Asambleas de Barrio del Sur de Madrid, surgidas en respuesta al fiasco de la huelga del 29 septiembre y con una orientación muy similar a las Asambleas Generales Interprofesionales, creadas en Francia al calor del movimiento del pasado otoño, convocó:
“desde los pueblos y barrios de trabajador@s de Madrid, VAMOS AL CONGRESO, donde deciden estos recortes sin consultarnos, para decir BASTA (...) Esta iniciativa nace de una concepción asamblearia de base de la lucha obrera, frente a quienes adoptan decisiones a espaldas de l@s trabajador@s y no las someten al refrendo de los mismos. Como la lucha es larga, te animamos a organizarte en asambleas de barrio o locales, y en los centros de trabajo y estudio”.
Las manifestaciones del 19 de junio constituyen un nuevo éxito, la asistencia es masiva en más de 60 ciudades pero aún más importante es su contenido. Se responde a la brutal campaña “contra los violentos”. Expresando una maduración a la que habían contribuido numerosos debates en los medios más activos([22]). La consigna más coreada en la manifestación de Bilbao es “violencia es no llegar a fin de mes” mientras que en Valladolid se grita “la violencia es también el paro y los desahucios”.
Sin embargo, es sobre todo la manifestación de Madrid la que marca el viraje que representa el 19 de junio cara a la perspectiva futura. La convoca un organismo directamente vinculado a la clase obrera y nacido de sus minorías más activas ([23]). Su lema es “Caminemos juntos contra la crisis y el Capital”, sus reivindicaciones:
“No a los recortes laborales, de pensiones ni sociales, contra el paro, lucha obrera. Abajo los precios, arriba los salarios. Subida de impuestos a los que más ganan. En defensa de los servicios públicos, no a la privatización de sanidad, educación, cajas de ahorro y otros sin importar el lugar de origen, viva la unidad de la clase obrera” ([24]).
Un colectivo en Alicante adopta el mismo manifiesto. En Valencia un Bloque Autónomo y Anti-capitalista formado por varios grupos muy activos en las asambleas, difunde un manifiesto donde se dice: “Queremos una respuesta al paro. Que los parados, los precarios, los afectados por el trabajo en negro, se reúnan en asambleas, acuerden colectivamente sus reivindicaciones y que estas sean aplicadas. Queremos la retirada de la ley de la reforma laboral y de la que autoriza el ERE’s ([25]) sin control y con indemnización de 20 días. Queremos que se retire la ley de reforma de las pensiones pues tras toda una vida de privaciones y miserias no queremos hundirnos en más miseria e incertidumbre. Queremos que se acaben los desahucios. La necesidad humana de una vivienda está por encima de las leyes ciegas del negocio y la máxima ganancia. Decimos NO a los recortes en educación y sanidad, a los nuevos despidos, que tras las recientes elecciones se preparan en Autonomías y Ayuntamientos” ([26]).
La marcha de Madrid se organiza en varias columnas que parten de siete poblaciones o barrios de la periferia a las que se va sumando un gentío cada vez mayor. Estas “culebras” recuperan la tradición proletaria de las huelgas de 1972-76 en España (e igualmente en Francia en Mayo 68) donde a partir de una concentración obrera –entonces una fábrica “faro” como la Standard madrileña– los manifestantes iban recogiendo masas crecientes de obreros, vecinos, desempleados, jóvenes, hasta converger en el centro. Esta tradición reapareció en las luchas de Vigo de 2006 y 2009 ([27]).
En Madrid, el manifiesto leído en la concentración llama a “asambleas para preparar una huelga general” y es acogido por gritos masivos de “¡Viva la clase obrera!”.
Las manifestaciones del 19 de junio producen un sentimiento de entusiasmo, un manifestante madrileño dice:
“El ambiente era una auténtica fiesta. Caminábamos juntos gente de lo más variopinto y de todas las edades: veinteañeros, jubilados, familias con niños, los que no estamos en ninguno de los grupos anteriores... y esto mientras algunos vecinos se asomaban al balcón a aplaudirnos. Llegué agotado a casa, pero con una sonrisa de oreja a oreja. No sólo tenía la sensación de haber participado en una causa justa, sino que además me lo pasé muy, muy bien”.
Otro dice:
“me resulta muy interesante ver a la gente en una plaza, hablando de política o luchando por sus derechos. ¿No os da la sensación de que estamos recuperando la calle?”.
Tras la primera explosión marcada por unas asambleas “en búsqueda”, ahora empieza a buscarse la lucha abierta, empieza a vislumbrarse que la solidaridad, la unión, la construcción de una fuerza colectiva, pueden llevarse a cabo ([28]). Empieza a desarrollarse la idea de que “Podemos tener fuerza frente al Capital y su Estado” y que la clave de ello es la entrada en lucha de la clase obrera. En las Asambleas de Barrio de Madrid surge un debate sobre la convocatoria de una huelga general en octubre para “echar atrás los recortes sociales”. Los sindicatos CCOO y UGT ponen el grito en el cielo diciendo que tal convocatoria sería “ilegal” y que sólo ellos están autorizados para hacerlo, a lo que muchos sectores responden tajantemente: “sólo las asambleas masivas pueden convocarla”.
Sin embargo no debemos caer en la euforia, la entrada en combate de la clase obrera no va a ser un proceso fácil. Pesan ilusiones y confusiones sobre la democracia, el planteamiento ciudadano, las “reformas”, reforzadas por la presión de DRY, de los políticos, de los medios de comunicación que explotan las dudas existentes, el inmediatismo que empuja a obtener “resultados rápidos y palpables”, el miedo ante la magnitud de todo lo que se plantea. Pero lo más importante es comprender que la movilización directa en los lugares de trabajo es hoy verdaderamente difícil, a causa del chantaje del desempleo, del riesgo real de que cualquier pérdida de ingresos, por nimia que sea, puede hacer cruzar la frontera, no tanto entre una vida aceptable y la miseria, sino entre ésta y el hambre.
Los criterios democráticos y sindicales enfocan la lucha de clase como una suma de decisiones individuales. ¿No estáis descontentos? ¿No os sentís pisoteados? Entonces, ¿por qué no os rebeláis? La cosa sería tan sencilla como que cada obrero solo ante su conciencia, de la misma manera que cuando está en la cabina de voto, “decidiera libremente” elegir entre ser un “valiente” o ser un “cobarde”. Pero la lucha de clases no sigue ese esquema idealista y falsificador; los actos de lucha son resultado de una fuerza y una conciencia colectivas. Estas se forjan no solamente por el malestar que produce una situación insostenible, sino porque se vislumbra que es posible actuar en común y que un mínimo de solidaridad y determinación pueden sostenerlo.
Ese estado colectivo no aparece de la noche a la mañana ni es el producto mecánico del aguijón de la miseria, resulta de un proceso subterráneo que tiene 3 pilares: Organización en asambleas abiertas que permiten visualizar la fuerza de que se dispone y el camino para construirla. Conciencia para determinar qué queremos y cómo podemos conseguirlo. Combate frente a labor de zapa de los sindicatos y de todos los organismos de mistificación.
Ese proceso está en camino, pero es difícil determinar cuándo y cómo va a manifestarse. Quizá una comparación nos pueda ayudar. En la gran lucha masiva de Mayo 68 ([29]), el 13 de mayo de 1968 hubo una gigantesca manifestación en París en apoyo a los estudiantes brutalmente reprimidos. El sentimiento de fuerza que aquella generó se tradujo de forma fulminante, al día siguiente, en el estallido de numerosas huelgas espontáneas empezando por la Renault de Cléon y a continuación la de París.
Pero eso no se ha producido tras las grandes manifestaciones del 19 de junio. ¿Por qué?
En mayo 68, la burguesía estaba poco preparada políticamente para enfrentar a la clase obrera, la represión enardeció los ánimos y acabó echando la leña al fuego; hoy la burguesía cuenta en gran número de países con un aparato ultra-sofisticado de sindicatos, partidos, campañas ideológicas, vertebrado precisamente en la democracia, que permite un uso políticamente muy eficaz de una represión selectiva. El estallido de la lucha requiere de un esfuerzo mucho mayor que en el pasado de conciencia y solidaridad.
En mayo 68, la crisis apenas empezaba a apuntar sus primeros indicios, hoy constituye un callejón sin salida. Eso intimida, hace difícil entrar en huelga incluso por un motivo tan “simple” como el aumento de los salarios. La gravedad de la situación hace que las luchas estallen porque se “colma el vaso de la paciencia” pero también porque se empieza a entender que: “Los proletarios no tienen nada que perder en esta sociedad más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar” (El Manifiesto Comunista).
Sí, el camino es pues más largo y doloroso que en mayo 68, sin embargo las bases que está construyendo son mucho más firmes. La más determinante es intentar concebirse como parte de un movimiento internacional. Tras una etapa de “tanteos” con algunos movimientos masivos (el movimiento de los estudiantes en Francia en 2006 y las revueltas de la juventud en Grecia en 2008 ([30])), desde hace 9 meses se suceden movimientos que tiene una mayor amplitud y permiten vislumbrar la posibilidad de acabar por paralizar la mano bárbara del capitalismo: Francia noviembre 2010, Gran Bretaña noviembre –diciembre 2010, Egipto y Túnez 2011, España mayo 2011, Grecia 2011...
La comprensión de que el movimiento 15 M forma parte de esta cadena internacional, ha empezado a desarrollarse embrionariamente. En una manifestación en Valencia se gritaba “Este movimiento no tiene fronteras”. Se organizaron en varias acampadas manifestaciones “por la Revolución europea”, el 15 de junio hubo manifestaciones en apoyo a la lucha en Grecia, que han vuelto a repetirse el 29 de junio. El 19J los eslóganes internacionalistas asomaron minoritariamente: una pancarta decía “Feliz unión mundial”, otra ponía en inglés “World Revolution”.
Durante años, lo que llamaban la “globalización de la economía” servía a la burguesía de izquierdas para provocar reflejos nacionalistas, su discurso consistía en reivindicar frente a los “mercados apátridas” la “soberanía nacional”, es decir, ¡proponían a los obreros ser más nacionalistas que la propia burguesía! Con el desarrollo de la crisis, pero igualmente con la popularización del uso de Internet, las redes sociales, etc., la juventud obrera empieza a darle la vuelta contra sus promotores. Se abre paso la idea de que “frente a la globalización de la economía hay que responder con la globalización internacional de las luchas”, ante una miseria mundial la única respuesta posible es una lucha mundial.
El 15 M ha tenido una amplia repercusión internacional. Las movilizaciones que se dan en Grecia desde hace 2 semanas siguiendo el mismo “modelo” de asambleas masivas en las plazas principales, se han inspirado conscientemente en los acontecimientos de España ([31]). Según Kaosenlared, el 19 de junio:
“Miles de personas de todas las edades se manifestaron este domingo en la plaza Syntagma, ante el Parlamento griego, por cuarto domingo consecutivo en respuesta a un llamado del movimiento paneuropeo de “indignados” para protestar contra las medidas de austeridad”.
En Francia, Bélgica, México, Portugal, tienen lugar asambleas regulares más minoritarias donde la solidaridad con los indignados y la tentativa de impulsar un debate y una respuesta, se abren paso. En Portugal,
“Unas 300 personas, en su mayoría jóvenes, marcharon el domingo por la tarde por el centro de Lisboa convocados por el movimiento “Democracia Real Ya”, inspirado de los “indignados” españoles. Los manifestantes portugueses marcharon en calma tras una pancarta en la que podía leerse “Europa despierta”, “España, Grecia, Irlanda, Portugal: nuestra lucha es internacional” ([32]).
La crisis de la deuda muestra la crisis sin salida del capitalismo. Tanto en España como en los demás países diluvian ataques frontales y no se vislumbra ningún respiro sino nuevos y peores golpes bajos a nuestras condiciones de vida. La clase obrera necesita responder y para ello debe apoyarse en el impulso dado por las asambleas de mayo y las manifestaciones del 19 de junio.
Para preparar esas respuestas, la clase obrera segrega en su seno minorías activas, compañeros que tratan de comprender lo que está pasando, se politizan, animan debates, acciones, reuniones, asambleas, intentan convencer a los que dudan, aportar argumentos a los que buscan... Como vimos al principio, esas minorías contribuyeron al surgimiento del 15 M.
La CCI con sus modestas fuerzas ha participado en el movimiento. Su labor principal es de orientación. “Durante un conflicto entre clases, se asiste a fluctuaciones importantes, muy rápidas, ante las cuales hay que saber orientarse, guiándose con los principios y los análisis. Hay que estar en la corriente del movimiento, saber concretizar los “fines generales” para responder a las preocupaciones reales de una lucha, para poder apoyar y estimular las tendencias positivas que aparecen” ([33]), hemos realizado artículos tratando de comprender las distintas fases por las que ha pasado el movimiento y haciendo propuestas de marcha concretas y realizables –la emergencia de las asambleas y su vitalidad, la ofensiva de DRY contra ellas, la trampa de la represión, el giro que representan las manifestaciones del 19 de junio ([34]).
Otra necesidad del movimiento era el debate para lo cual hemos establecido una rúbrica en nuestra Web en español –Debates del 15 M [2]– donde compañeros con diversos análisis y desde distintas posturas han podido expresarse.
Trabajar junto con otros colectivos y minorías activas ha sido otra de nuestras prioridades. Con el Círculo Obrero de Debate de Barcelona, con la Red de Solidaridad de Alicante, con varios colectivos asamblearios de Valencia, nos hemos coordinado, hemos participado en iniciativas comunes.
En las asambleas, los militantes han hablado sobre puntos concretos: defensa de las asambleas, orientar la lucha hacia la clase obrera, impulsar asambleas masivas en los centros de trabajo y estudio, rechazar las reivindicaciones democráticas poniendo en su lugar la lucha contra los recortes sociales, el capitalismo no se puede reformar ni democratizar, la única posibilidad realista es destruirlo ([35])... Del mismo modo, en la medida de nuestras posibilidades hemos participado activamente en Asambleas de Barrio.
La minoría que está por una orientación de clase se ha amplificado y se ha hecho más dinámica e influyente tras el 15 M; ahora debe mantenerse unida, articular un debate, coordinarse a nivel nacional e internacional. Ante el conjunto de la clase debe hacerse visible una postura que recoja sus necesidades y aspiraciones más profundas: frente al engaño democrático, la perspectiva que se encierra tras el lema “Todo el poder a las asambleas”; frente a las reivindicaciones de “reforma democrática”, la lucha consecuente contra los recortes sociales; ante las ilusorias “reformas” del capitalismo, la lucha tenaz y perseverante en la perspectiva de destrucción del capitalismo.
Lo importante es que en este medio se desarrolle un debate y un combate. Un debate sobre las numerosas cuestiones que se han planteado en el último mes: ¿Reforma o revolución? ¿Democracia o asambleas? ¿Movimiento ciudadano o movimiento de clase? ¿Reivindicaciones democráticas o reivindicaciones contra los recortes sociales? ¿Pacifismo ciudadano o violencia de clase? ¿Apoliticismo o política de clase? ¿Huelga general o huelgas masivas? ¿Sindicatos o asambleas?, etcétera. Un combate para impulsar la auto-organización y la lucha independiente, pero sobre todo para saber captar y superar las numerosas trampas que nos van a ser tendidas.
C. Mir (01-07-11)
[1]) Ver en la Revista Internacional nº 144: “Francia, Gran Bretaña, Túnez – El porvenir es que la clase obrera desarrolle internacionalmente sus luchas y sea dueña de ellas”, /revista-internacional/201102/3054/francia-gran-bretana-tunez-el-porvenir-es-que-la-clase-obrera-desa [3]
[2]) Un responsable de Cáritas española, ONG eclesiástica ocupada de la pobreza, señalaba “Hablamos ya de más de 8 millones de personas en proceso de exclusión y otros 10 millones bajo el umbral de pobreza”, fuente: https://www.burbuja.info/inmobiliaria/index.php?threads/230828/ [4]
¡18 millones equivalen a UN TERCIO de la población española! Evidentemente, esto no es una peculiaridad española, en un año el nivel de vida de los griegos ha retrocedido en un 8 %.
[3]) Hablaremos de ella en el siguiente apartado: “las Asambleas, una primera ojeada al porvenir”.
[4]) Ver /cci-online/201106/3128/comunicado-de-lxs-detenidxs-en-la-manifestacion-del-15-de-mayo-de-2011 [5] y, en francés: https://fr.internationalism.org/content/4696/communique-methodes-policieres-redige-des-personnes-arretees-a-suite-manifestation-du [6]
[5]) Dos eslóganes muy repetidos eran “¡PSOE-PP, la misma mierda es!” o “¡Con rosas y gaviotas nos toman por idiotas!”, la rosa es el símbolo del PSOE y la gaviota el del PP.
[6]) Para hacerse una idea de este movimiento y de sus métodos se puede consultar nuestro artículo “Movimiento Ciudadano Democracia Real Ya, la dictadura del Estado contra las asambleas masivas”, /cci-online/201106/3118/movimiento-ciudadano-democracia-real-ya-dictadura-del-estado-contra-las-asamb [7], traducido igualmente a varios idiomas.
[7]) Esta cita de Rosa Luxemburgo en Huelga de masas, partido y sindicatos, referido a la gran huelga del sur de Rusia en 1903, viene como anillo al dedo al ambiente existente en las asambleas, un siglo después.
[8]) Ver Carta Abierta a las Asambleas,
[9]) Ver Capítulo I, “Feuerbach. Contraposición entre la concepción materialista y la idealista”, “Introducción”. Apartado C, “El Comunismo. Producción de la forma misma de intercambio”, página 82, edición española.
[10]) Ver /revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo [9].
[11]) Tesis sobre el movimiento de los estudiantes en Francia, Revista Internacional no 125,
[12]) A nuestro juicio, la causa fundamental de esas dificultades reside en los acontecimientos de 1989 que barrieron los regímenes del Este falsamente identificados como “socialistas” y que permitieron a la burguesía una campaña arrolladora sobre la “caída del comunismo”, el “fin de la lucha de clases”, el “fracaso del marxismo” etc., que afectaron duramente a varias generaciones obreras. Ver “Dificultades creciente para el proletariado”, Revista Internacional no 60.
[13]) Recordemos cómo en Francia, entre febrero y junio de 1848, se da igualmente esa “gran fiesta de todas las clases sociales” lo que se romperá con los enfrentamientos de junio, donde el proletariado se batirá con las armas en la mano contra el Gobierno Provisional. Igualmente, en la Revolución Rusa de 1917, de febrero a abril reina el mismo ambiente de todos unidos bajo la “democracia revolucionaria”.
[14]) Salvo la extrema derecha, quien llevada por su irrefrenable odio anti-proletario expresaba en voz alta lo que las demás fracciones burguesas se guardaban para la intimidad de sus despachos.
[15]) Posibilidad de que los ciudadanos recogiendo un cierto número de firmas puedan plantear leyes y reformas al parlamento.
[16]) La democracia se basa en la pasividad y la atomización de la inmensa mayoría reducida a una suma de individuos que cuanto más soberanos creen ser sobre su propio Yo más indefensos y vulnerables resultan. En cambio, las asambleas parten del postulado opuesto: los individuos son fuertes porque se apoyan sobre la “riqueza de sus lazos sociales” (Marx), al integrarse y ser parte activa de un vasto cuerpo colectivo.
[17]) ¡Lo que permite introducir la idea de que existiría una represión “proporcionada”!
[18]) Pide que si se detecta un “violento” o un “sospechoso de ser violento” –sic–, se le rodee y se le critique públicamente su “comportamiento”.
[19]) Su origen más remoto son las reuniones de distrito en la Comuna de París, pero es con el movimiento revolucionario en Rusia 1905 cuando se afirman y desde entonces todo gran movimiento de clase las verá nacer bajo diferentes formas y nombres: Rusia 1917, Alemania 1918, Hungría 1919 y 1956, Polonia 1980... En España hubo en Vigo 1972 una Asamblea General de Ciudad que se repitió en Pamplona 1973 y Vitoria 1976, para reaparecer de nuevo en Vigo en 2006. Hemos escrito diferentes artículos sobre el origen de las asambleas obreras. Ver en particular la serie “¿Qué son los Consejos Obreros?” cuyo primer artículo está publicado en la Revista Internacional no 140.
/revista-internacional/201002/2769/que-son-los-consejos-obreros-i [11]
[20]) Además, en Cádiz la Asamblea General organiza un debate sobre la precariedad con fuerte asistencia. En Cáceres se denuncia la desinformación sobre el movimiento en Grecia, en Almería se organiza para el 15 de junio una reunión sobre “la situación del movimiento obrero”.
[21]) Estas son un arma de doble filo: contienen como puntos favorables, la extensión del debate masivo a capas más profundas de la población trabajadora y la posibilidad –como ya ha empezado a darse– de impulsar Asambleas Contra el Paro y la Precariedad, rompiendo la atomización y el sentimiento de vergüenza que domina a muchos trabajadores desempleados y también con la situación de total indefensión en la que se encuentran los trabajadores precarios de los pequeños negocios. Pero simultáneamente sirven para dispersar el movimiento, hacerle perder las preocupaciones globales y encerrarlo en dinámicas ciudadanas dado que el barrio –entidad donde conviven obreros con pequeña burguesía, empresarios etc.– da más cancha a semejante planteamiento.
[22]) Ver entre otros, “Un protocolo anti-violencia” en esparevol.forumotion.net/t317-a-proposito-de-un-protocolo-anti-violencia#487.
[23]) En la Coordinadora de Asambleas de Barrios y Pueblos del Sur de Madrid hay fundamentalmente asambleas de trabajadores de diversos sectores aunque igualmente participan pequeños sindicatos radicalizados. Ver https://asambleaautonomazonasur.blogspot.com/ [12]
[24]) La privatización de servicios públicos y cajas de ahorro es una respuesta del capitalismo a la agravación de la crisis y, más concretamente, a que los Estados, cada vez más endeudados, se ven obligados a reducir los gastos recurriendo para ello a degradar servicios esenciales de manera insoportable. Sin embargo, es importante comprender que la alternativa a las privatizaciones no es el mantenimiento de esos servicios bajo titularidad estatal. En primer lugar, porque los servicios “privatizados” siguen controlados orgánicamente por instituciones estatales que subcontratan los servicios a empresas privadas. Y en segundo lugar porque el Estado y la propiedad estatal no tienen nada de “social” o de “bienestar ciudadano”. El Estado es el órgano exclusivo y excluyente en manos de la clase dominante, y la propiedad estatal se basa en la explotación asalariada. Esta problemática ha empezado a plantearse en ciertos medios obreros. Por ejemplo, en una reunión en Valencia contra el paro y la precariedad. Ver kaosenlared.net/noticia/cronica-libre-reunion-contra-paro-precariedad.
[25]) ERE: Expediente de Regulación de Empleo, procedimiento legal para despedir trabajadores temporal o definitivamente.
[27]) Ver “Huelga del metal en Vigo: los métodos proletarios de lucha”, /content/910/huelga-del-metal-de-vigo-los-metodos-proletarios-de-lucha [14] y “Vigo, los métodos sindicales conducen a la derrota”, https://es.internationalism.org/node/2585 [15].
[28]) Lo que no significa subestimar los graves obstáculos que la naturaleza intrínseca del capitalismo, basada en la competencia a muerte y la desconfianza de todos sobre todos, opone a ese proceso de unificación. Éste solamente podrá realizarse al precio de enormes y complicados esfuerzos basándose en la lucha unitaria y masiva de la clase obrera, una clase que al ser la productora colectiva y asociada de las principales riquezas sociales, lleva en su seno la reconstrucción del ser social de la humanidad.
[29]) Ver la serie “Mayo 68 y la perspectiva revolucionaria”, primera parte publicada en la Revista Internacional no 133, /revista-internacional/200806/2281/mayo-del-68-y-la-perspectiva-revolucionaria-1a-parte-el-movimiento [16].
[30]) Ver “Las revueltas de la juventud en Grecia confirman el desarrollo de la lucha de clases”,
[31]) La censura sobre lo que ocurre en Grecia a nivel de movimientos masivos es total, lo que nos impide hacer un análisis.
[32]) Datos recogidos de Kaosenlared, https://kaosenlared.net/ [18]
[33]) Revista Internacional nº 20, “Acerca de la intervención de los revolucionarios, respuesta nuestros censores”,
[34]) Ver en nuestra prensa los diferentes artículos que puntualizan cada uno de esos momentos.
[35]) Esto no era una insistencia específica de la CCI, una consigna bastante popular decía “Ser realista es ser anti-capitalista”, una pancarta rezaba “El sistema es inhumano seamos anti-sistema”.
La Comuna de París, que existió entre marzo y junio de 1871, es el primer ejemplo en la historia de toma del poder político por la clase obrera. La Comuna desmontó el antiguo Estado burgués y construyó un poder directamente controlado desde abajo: los delegados de la Comuna, elegidos por las asambleas populares de los barrios de París, eran revocables en todo momento y su sueldo no era superior a la media del sueldo obrero. La Comuna llamó a que su ejemplo se extendiera por toda Francia, echó abajo la columna Vendôme, símbolo del chovinismo nacional francés y declaró que su bandera roja era la bandera de la republica universal. Evidentemente, semejante crimen contra el “orden natural” debía ser castigado sin piedad. El periódico liberal británico The Guardian publicó entonces un informe muy crítico de la venganza sangrienta perpetrada por la clase dominante francesa:
“El gobierno civil está suspendido temporalmente en París. La ciudad se divide en cuatro distritos militares, bajo el mando de los generales Ladmirault, Cissky, Douay y Vinoy. Todo el poder de las autoridades civiles en el mantenimiento del orden ha sido transferido a los militares. Las ejecuciones sumarias prosiguen y los desertores del ejército, los incendiarios y los miembros de la Comuna son asesinados sin piedad. Cuentan que el marqués de Gallifet ha provocado un ligero descontento al hacer ejecutar a unos inocentes cerca del Arco de Triunfo. Se ha de recordar que el marqués (que estuvo con Bazaine en México) ordenó que 80 personas, sacadas de un gran convoy de prisioneros, fueran fusiladas cerca del Arco. Ahora se dice que eran inocentes. Si se le preguntase, el marqués expresaría sin lugar a dudas un pésame cortés por haberse producido semejante acontecimiento nefasto… ¿y qué más se podría pedir a un “verdadero amigo del orden”? (Manchester, 1º de junio de 1871, Resumen de las noticias, Extranjero).
En apenas ocho días, 30.000 comuneros fueron masacrados. Y los que les infligieron ese suplicio no solo fueron los Gallifet y sus mandos franceses. Los prusianos, cuya guerra contra Francia había provocado el levantamiento de París, dejaron de lado sus intereses divergentes de los de la burguesía francesa para permitirle a ésta aplastar a la Comuna: fue aquél el primer ejemplo patente de que por muy feroces que sean las rivalidades nacionales que oponen entre sí a las diferentes fracciones de la clase dominante, éstas se ayudan mutuamente cuando están enfrentadas a la amenaza proletaria.
La Comuna fue totalmente vencida, pero es una fuente inestimable de lecciones políticas para el movimiento obrero. Permitió que Marx y Engels revisaran su visión de la revolución proletaria y dedujeran de ella que la clase obrera no podía tomar el control del antiguo Estado burgués sino que debía destruirlo y sustituirlo por una nueva forma de poder político. Los bolcheviques y los espartaquistas de las revoluciones rusa y alemana de 1917-19 se inspiraron de la Comuna y consideraron que los consejos obreros, o soviets, nacidos de esas revoluciones, eran la continuación y el desarrollo de los principios de la Comuna. La Izquierda Comunista de los años 1930 y 40, que intentó entender las razones de la derrota de la Revolución Rusa, volvió sobre la experiencia de la Comuna y examinó sus aportes acerca del problema del Estado en el período de transición. Siguiendo esa tradición, nuestra Corriente ha publicado varios artículos sobre la Comuna. El primer volumen de nuestra serie “El comunismo no es un bello ideal sino una necesidad material”, que estudia la evolución del programa comunista en el movimiento obrero durante el siglo XIX, dedica un capítulo a la Comuna y examina cómo esa experiencia clarificó la actitud que la clase obrera ha de adoptar tanto con respecto al Estado burgués como con el Estado postrevolucionario, con respecto a las demás capas no explotadoras de la sociedad, con respecto a las medidas políticas y económicas necesarias para avanzar en la dirección de una sociedad sin clases y sin Estado ([1]).
Hemos vuelto a publicar en nuestra prensa territorial en francés un artículo redactado con ocasión del 120º aniversario de la Comuna en 1991 ([2]). Ese artículo denuncia los intentos actuales de recuperar la Comuna tergiversando su carácter esencialmente internacionalista y revolucionario, presentándola como un momento de la lucha patriotera por las libertades democráticas.
Entre 1855 y 1914, el proletariado que surgía en la colonia de AOF (África Occidental Francesa) hacía el aprendizaje de la lucha de clases intentando agruparse y organizarse con el fin de defenderse de sus explotadores capitalistas. En efecto, a pesar de su extrema debilidad numérica, pudo demostrar su voluntad de luchar y tomar conciencia de su fuerza como clase explotada. Por otra parte, el desarrollo de las fuerzas productivas en la colonia en vísperas de la Primera Guerra Mundial era suficiente para dar lugar a un choque frontal entre la burguesía y la clase obrera.
El descontento y la inquietud de la población iban acumulándose desde hacía más de un año, aunque a principios de 1914 aún no lograba expresarse en huelgas y manifestaciones, pero en mayo se desbordó el vaso de la rabia conduciendo a la clase obrera a desencadenar una huelga general insurreccional.
Esta huelga fue, ante todo, una respuesta de la población de Dakar a las enormes provocaciones del poder colonial cuando las elecciones legislativas de mayo, cuando el “comercio gordo” ([1]) y el alcalde de la ciudad amenazaron con cortar el agua y la electricidad a todos aquellos que querían votar por el candidato autóctono (un tal Blaise Diagne, del que ya hablaremos). Por casualidad estalló en aquel momento una epidemia de peste y el alcalde de Dakar (el colono Masson), para evitar que se propagase a los barrios residenciales (en los que vivían los europeos) decretó de buenas a primeras la quema de todas las viviendas sospechosas de estar infectadas, que evidentemente pertenecían a la población local.
Esto no hizo sino encender la mecha, desencadenando la huelga general y un motín contra los métodos criminales de las autoridades coloniales. Un grupo de jóvenes, llamado “Juventudes senegalesas” llamo al boicot económico, llenando las calles de Dakar con carteles que decían: “¡Matemos de hambre a los que nos matan de hambre!”, retomando así la consigna del candidato y futuro diputado negro.
Por su parte, y disimulando mal su inquietud, el “comercio gordo” lanzó una violenta campaña de disuasión contra los huelguistas a través del periódico El AOF, diciendo:
“He aquí nuestros estibadores, carreteros y demás mano de obra privados de sus salarios (…) ¿Con qué van a comer? (…) sus huelgas, las que afectarían la vida del puerto, dificultarán más la vida de los desgraciados que la de los afortunados: paralizarían el desarrollo de Dakar desalentando a quienes podrían venir a instalarse” ([2]).
Pero no hubo nada que hacer, nada pudo impedir la huelga. Por el contrario, ésta se extendió al resto de sectores, especialmente a los sectores clave de la economía de la colonia, o sea el puerto y el ferrocarril, afectando también al comercio y los servicios, empleados públicos y del sector privado. Las memorias secretas del Gobernador de la colonia, Williams Ponty, dan buena cuenta de sus consecuencias:
“La huelga (añadía el Gobernador general), por la abstención fomentada desde bajo, estaba perfectamente organizada y fue un gran éxito. Fue (…) la primera manifestación de este tipo que se ha podido ver tan unánime en estas regiones” (Thiam, idem).
La huelga duró 5 días (del 20 al 25 de mayo) y sus autores terminaron acorralando a las autoridades coloniales que tuvieron que apagar el incendio que ellas mismas habían provocado. En efecto, ¡qué huelga ejemplar! He aquí una lucha que supuso un giro esencial en la confrontación entre la burguesía y la clase obrera del AOF. Era la primera vez que una huelga se generalizaba más allá de las categorías profesionales, reuniendo a los obreros y la población de Dakar y su región en un mismo combate contra el poder dominante. Claramente, fue una lucha que modificó bruscamente la relación de fuerzas en favor de los oprimidos, de ahí la decisión del mismísimo Gobernador (con el aval de París) de ceder a las pretensiones de los huelguistas:
“Cese de los incendios de cabañas, devolución de los cadáveres a sus familias, reconstrucción de los edificios destruidos con materiales duros, desaparición total en el conjunto de la ciudad de las chabolas de paja y otros materiales blandos y su sustitución por inmuebles de cemento, viviendas a buen precio” (Thiam, ídem).
Sin embargo, este Gobernador no dice nada sobre el número de víctimas quemadas dentro de sus propias casas o acribillados por las balas de las fuerzas del orden. A lo sumo, las autoridades locales de la colonia únicamente hacen mención de “la restitución de los cadáveres”, pero no dicen ni pío sobre las condiciones de las matanzas o su amplitud.
Pero a pesar de la censura sobre los actos y palabras de la clase obrera de aquel período, es lícito pensar que los obreros no quedaron pasivos viendo como quemaban sus casas y las de sus vecinos, y que sin duda libraron una encarnizada batalla. La clase obrera, aunque muy minoritaria, fue sin duda un elemento decisivo en los enfrentamientos que doblegaron a las fuerzas del capital colonial. Pero, sobre todo, la huelga tenía un carácter muy político:
“Ciertamente se trataba de una huelga económica, pero también política, una huelga de protesta, una huelga de sanción, una huelga de represalias, decidida y aplicada por toda la población del Cabo Verde (…). Su huelga tenía pues un carácter claramente político, la reacción de las autoridades también lo tuvo (…) La administración estaba tan sorprendida como desarmada. Sorprendida porque nunca había tenido que hacer frente a una manifestación de este tipo y desarmada porque lo que tenía enfrente no era una organización sindical clásica con despachos, estatutos, sino un movimiento general de toda una población cuya dirección era invisible porque el mismo movimiento la había tomado a su cargo” (Thiam, ídem).
De acuerdo con la opinión de este autor, hay que concluir que se trataba de una huelga eminentemente política que expresaba un alto grado de conciencia proletaria. Fenómeno tanto más notable pues se situaba en un contexto poco favorable a la clase obrera, marcado en lo exterior por el ruido de botas y en lo interior por luchas de poder y arreglos de cuentas entre fracciones de la burguesía, a través de unas elecciones legislativas en las que –por primera vez en la historia– se jugaba la elección de un diputado del continente negro. Esa era la trampa mortal que la clase obrera supo volver contra la clase dominante, desencadenando la huelga victoriosa con la población.
Como es sabido, el período de 1914/1916 se caracterizó en el mundo en general y en África en particular por un sentimiento de terror y abatimiento desencadenado por el estallido de la primera carnicería mundial. Es cierto que justo antes del comienzo de la guerra se había producido el formidable combate de clase en Dakar en 1914 ([3]) y también una dura huelga de mineros en Guinea en 1916; pero, en general, lo que dominaba era un estado de impotencia en la clase obrera al mismo tiempo que se deterioraban sus condiciones de vida en todos los planos. En efecto, fue necesario esperar a 1917 (¿pura casualidad?) para volver a ver nuevas expresiones consecuentes de lucha en la colonia:
“La acumulación de efectos de la inflación galopante, el bloqueo de salarios y todo tipo de molestias, por un lado ponen al desnudo la naturaleza de las estrechas relaciones de dependencia existentes entre la colonia y la metrópoli así como la imbricación de Senegal en el sistema capitalista mundial, y por otro habían causado una ruptura del equilibrio social y favorecido la afirmación de la conciencia y de la voluntad de lucha de los trabajadores. Los informes políticos señalan que desde 1917, cara a la situación de crisis, al marasmo de los negocios, a la fiscalización aplastante, a la pauperización de las masas, siempre más trabajadores, en situación de precariedad creciente, reivindican aumentos salariales” (Thiam, ídem).
Efectivamente, huelgas estallaron entre diciembre de 1917 y febrero de 1918 contra la miseria y la degradación de las condiciones de vida de la clase obrera, y esto a pesar de la instauración del estado de sitio en toda la colonia, acompañado de una censura implacable. Sin embargo, incluso con los pocos detalles sobre las causas y resultados de las huelgas de este tiempo, se puede ver a través de algunas notas confidenciales la existencia de verdaderas confrontaciones de clases. Así pues, en una nota del Gobernador William Ponty (a su ministerio) sobre el movimiento de huelga de los carboneros de la empresa italiana El Senegal, se puede leer:
“(…) Dado que se les dio satisfacción enseguida, el trabajo se reanudó al día siguiente (…)”.
O también:
“Una pequeña huelga de dos días también se produjo durante el trimestre en las obras de las empresas Bouquereau y Leblanc. Portugueses sustituyeron a la mayoría de los huelguistas” (Thiam, ídem).
Pero, sin que se pueda saber cuál fue la reacción de los obreros sustituidos por “esquiroles”, el Gobernador general indicaba sin embargo que: “Los obreros de todas las profesiones debían hacer huelga general el 1 de enero”. Más adelante, informa a su Ministro que albañiles distribuidos en una decena de obras se pusieron en huelga el 20 de febrero reivindicando un aumento de salario de 6 a 8 francos al día, y que “la satisfacción [de la pretensión] puso fin a la huelga”.
Como puede verse, entre 1917 y 1918, la combatividad obrera fue tal que las confrontaciones entre la burguesía y el proletariado desembocaron a menudo en victorias de éste, como certifican las citas de los distintos informes u observaciones secretas de las autoridades coloniales. Las luchas de los trabajadores en ese período no pueden comprenderse sin tener en cuenta el contexto histórico de la Revolución Rusa en particular y de Europa en general:
“La concentración de trabajadores asalariados en los puertos, los ferrocarriles, crea las condiciones para la aparición de las primeras manifestaciones del movimiento obrero. (…) Por fin, los sufrimientos de la guerra –esfuerzo de guerra, pruebas sufridas por los combatientes– crean la necesidad de una distensión, la esperanza de un cambio. Ahora bien, los ecos de la Revolución Rusa de octubre llegaron a África; había tropas senegalesas entre las unidades en Rumania que se negaron a ir contra los soviets; había marineros negros en las unidades navales amotinadas del Mediterráneo; algunos asistieron a los motines de 1917, vivieron o siguieron el desarrollo revolucionario de los años del final de la guerra y de los de posguerra en Francia” (Jean Suret-Canale, op. cit.).
Los ecos de la Revolución Rusa de octubre de 1917 llegaron hasta África, especialmente a la juventud que en gran parte había sido reclutada por el imperialismo francés y expedida como carne de cañón a Europa para la carnicería de 1914-18. En este contexto, se comprende mejor la pertinencia de las inquietudes de la burguesía francesa, sobre todo teniendo en cuenta que continuaba la ola de luchas.
1919 fue un año de intensas luchas de los trabajadores y también de la aparición de múltiples estructuras asociativas de carácter profesional aunque la autoridad colonial seguía prohibiendo, en AOF, cualquier organización sindical y coalición de trabajadores superior a veinte personas. Sin embargo, muchos trabajadores tomaban la iniciativa de crear asociaciones profesionales (“peñas”) susceptibles de asumir la defensa de sus intereses. La prohibición se dirigía en especial a los trabajadores indígenas y correspondió por lo tanto a sus camaradas europeos, en este caso a los ferroviarios, la iniciativa de crear la primera “peña profesional” en 1918. Los ferroviarios ya estuvieron en el origen de un primer intento (público) en 1907.
Estas “peñas” profesionales fueron los jalones de las primeras organizaciones sindicales reconocidas en la colonia:
“(…) Poco a poco, saliendo del marco estrecho de la empresa, el proceso de coalición de los trabajadores progresaba, se emancipaba por cierto con bastante rapidez, pasando primero por la unión a nivel de ciudad como en San Luis o Dakar, luego reagrupando a nivel de la colonia a todos aquellos que sus obligaciones profesionales asociaban en las mismas servidumbres profesionales. Tenemos ejemplos en los maestros, carteros, mecanógrafas, trabajadores del comercio. (…) Así nacía el movimiento sindical, reforzando sus posiciones de clase. Ampliaba el campo y el marco de su acción, y disponía de unas fuerzas de asalto cuya activación podía ser particularmente eficaz contra el patrón. Así pues, el espíritu de solidaridad entre trabajadores tomaba cuerpo poco a poco. Hay incluso pruebas de que los elementos más avanzados estaban tomando conciencia de los límites del corporativismo y sentando las bases de una unión interprofesional de los trabajadores de un mismo sector en un marco geográfico mucho más amplio” (Thiam, op. cit.) ([4]).
En efecto, como sabremos más tarde por un informe policial sacado de los archivos, existía una Federación de las Asociaciones de los Funcionarios Coloniales del AOF.
Pero en cuanto tuvo conocimiento de la magnitud del peligro que representaba la aparición de los grupos obreros federados, el Gobernador pidió una investigación sobre las actividades de los sindicatos emergentes y encargó a su Secretario General eliminar esas organizaciones y a sus responsables:
“1) ver si es posible liquidar todos los indígenas destacados;
“2) saber en qué condiciones se les contrató;
“3) guardar a buen recaudo esta nota y devolvérmela personalmente con la información requerida” (Thiam, ídem).
¡Vaya vocabulario y cinismo se gasta ese Sr. Gobernador! Hizo lógicamente aplicar tal sucia “misión”, que efectivamente se concretó por despidos masivos y por la “caza al obrero” y de cualquier trabajador susceptible de pertenecer a una organización sindical o similar. La actitud del gobernador fue lisa y llanamente la de un capo de Estado policial en sus obras más criminales y, en ese sentido, también utilizó a fondo la segregación entre obreros europeos y obreros “indígenas” como se pone de manifiesto en este documento de archivo:
“Que las leyes civiles metropolitanas se extiendan a los ciudadanos habitantes de las colonias se concibe, puesto que se trata de miembros de una sociedad evolucionada o de originarios acostumbrados desde hace tiempo a nuestras costumbres y vida cívica; pero querer aplicarlas a razas que siguen estando en un estado próximo a la barbarie o, cuanto menos, totalmente ajenas a nuestra civilización, es a menudo imposible, cuando no es un deplorable error” (Thiam, ídem).
He aquí un Gobernador perfectamente despectivo aplicando una política de apartheid. De hecho, no contento con haber decidido liquidar a los obreros indígenas, se permite el lujo de justificar sus actos con teorías claramente racistas.
A pesar de esta criminal política anti-proletaria, la clase obrera de aquel entonces (obreros europeos y africanos) se negó a capitular y siguió luchando con más fuerza por la defensa de sus intereses de clase.
1919 fue un año de fuerte agitación social en el que varios sectores entraron en lucha con diversas reivindicaciones, tanto de carácter salarial como por el derecho a constituir organizaciones de defensa de sus intereses como trabajadores.
Los ferroviarios fueron los primeros en entrar en huelga, entre el 13 y el 15 de abril, empezando por dirigir una advertencia al patrono:
“El 8 de abril de 1919, apenas siete meses después del final de las hostilidades, estalló un movimiento reivindicativo en los servicios del ferrocarril Dakar-San Luis (DSL) a iniciativa de los trabajadores europeos e indígenas que mandaron un telegrama anónimo al Inspector general de obras públicas, en los siguientes términos: “los ferroviarios de Dakar-San Luis, de acuerdo unánimemente, presentan las siguientes reivindicaciones: aumento de sueldo para el personal europeo e indígena, aumento regular y consolidado de las indemnizaciones, mejora salarial y de las indemnizaciones por baja médica… dejarán de trabajar dentro de ciento veinte horas a partir de este día, es decir el 12 de abril, si no hay una respuesta favorable a todos los puntos. Firmado: Ferroviarios Dakar-San Luis”” (Thiam, ídem).
Con este tono particularmente firme y combativo, los obreros del ferrocarril anunciaron a sus patronos que si no atendían sus reivindicaciones irían a la huelga. Así mismo cabe destacar que la huelga tenía un carácter realmente unitario. Por primera vez, de manera consciente, europeos y africanos elaboraron juntos su lista de reivindicaciones. Aquí asistimos a una muestra de internacionalismo del que solo la clase obrera es auténticamente portadora. Fue un paso de gigante que pudieron hacer los ferroviarios esforzándose por superar las fronteras étnicas con que su enemigo de clase trata sistemáticamente de dividirlos para derrotarlos.
El Gobernador general, nada más al recibir el telegrama de los obreros, convocó a los miembros de su administración y a los jefes del ejército para requerir inmediatamente al conjunto del personal y de la administración de la línea del Dakar-San Luis, poniéndolo a las órdenes de la autoridad militar. Así puede verse en el decreto del Gobernador:
“La tropa empleará primero la culata de sus fusiles. A un ataque con armas blancas, responderá con las bayonetas (…) Será indispensable para las tropas abrir fuego si la seguridad del personal de la administración está en peligro así como la suya misma (…)”
Y la autoridad francesa concluye que las leyes y los reglamentos que regulan la actuación del ejército son inmediatamente aplicables.
Sin embargo, ni esa terrible decisión abiertamente represiva, ni el estruendo que las acompañó lograron impedir la huelga:
“A las 18 h 30, Lachère (jefe civil de la red ferroviaria) telegrafió al jefe de la Federación informándole que “trenes impares no han salido hoy; los trenes cuatro y seis sí, el dos se paró en Rufisque (…)” y pidiéndole instrucciones urgentes sobre cómo proceder con respecto a las reivindicaciones de los trabajadores. En realidad el tráfico ferroviario estaba casi completamente paralizado. Lo mismo ocurría en Dakar, San Luis o Rufisque. Toda la red estaba en huelga, tanto europeos como africanos (…); las detenciones hechas aquí o allá, los intentos de oponer a los trabajadores de una raza contra otra no funcionaron. El personal o se quedaba en las estaciones sin trabajar o sencillamente se iba. En Rufisque, el 15 de abril por la mañana, la huelga fue total. Ningún operador ni europeo ni africano estaba en su puesto. Por tanto se ordenó cerrar la estación. Allí estaba el centro del movimiento de huelga. Senegal jamás había vivido un movimiento de tal amplitud. Por primera vez, europeos y africanos protagonizaban juntos una huelga además hecha con éxito, y a escala territorial. Los medios económicos enloquecieron. Giraud, Presidente de la Cámara de Comercio, entró en contacto con los ferroviarios tratando de conciliar. La firma Maurel y PROM alertó a su dirección en Burdeos. La firma Maison Vieille dirigió a su sede en Marsella el siguiente telegrama alarmista: “Situación intolerable, actuad”. Giraud volvió a la carga dirigiéndose directamente al Presidente del Sindicato de defensa de los intereses senegaleses (patronal) en Burdeos, estigmatizando la dejadez de las autoridades” (Thiam, ídem).
Cundió el pánico entre los dirigentes de la administración colonial ante tales llamas de la lucha obrera. En efecto, a raíz de las presiones de los poderes económicos de la colonia tanto sobre sus sedes en las metrópolis como sobre el Gobierno central, las autoridades en París dieron luz verde para negociar con los huelguistas. Entonces el Gobernador general convocó a los representantes de los huelguistas (al segundo día de la huelga) con propuestas que iban en el sentido de sus reivindicaciones. Pero cuando el Gobernador expresó su deseo de entrevistarse con la delegación de los ferroviarios sólo compuesta de europeos, los obreros se negaron a acudir si no estuviesen presentes los delegados africanos en pie de igualdad de derechos con sus camaradas blancos. En efecto, los obreros en huelga desconfiaban de sus interlocutores, no sin razón, ya que después de haber dado satisfacción a los ferroviarios en cuanto a los puntos principales de sus reivindicaciones, las autoridades prosiguieron sus maniobras tergiversando algunas de las reivindicaciones de los indígenas. Lo que aumentó la combatividad de los ferroviarios que decidieron seguir la huelga haciendo que una vez más los representantes de la burguesía francesa en Dakar presionaran al Gobierno central de París, como muestran los sucesivos telegramas:
“Urge satisfacer al personal del DSL y que esa decisión se notifique sin demora o nos arriesgamos a una nueva huelga” (el representante del “comercio gordo”);
“Les pido insistentemente (…) que aprueben la mediación del Gobernador general transmitida en mi cable del 16… de toda urgencia antes del 1o de mayo, porque de lo contrario vamos (si quieren) hacia una nueva huelga en esa fecha” (el Director de ferrocarriles);
“Pese a mis consejos, si la compañía no da satisfacción, la huelga se reanudará” (el Gobernador general)” (Thiam, idem).
Obviamente el pánico cundió entre todos los estamentos de las autoridades coloniales. En resumen, el Gobierno francés dio finalmente su aprobación al arbitraje de su Gobernador, abalando los acuerdos negociados con los huelguistas, y el trabajo se reanudó el 16 de abril. Una vez más, la clase obrera arrancó una victoria a las fuerzas del capital gracias a su unidad de clase explotada por un mismo explotador y, sobre todo, al desarrollo de su conciencia de clase.
Este movimiento, más allá de lograr las reivindicaciones de los ferroviarios, tuvo consecuencias positivas para el resto de los trabajadores, como por ejemplo la extensión de la jornada de 8 horas a toda la colonia inmediatamente después de la huelga. Sin embargo, ante la resistencia a aplicarlas por parte de la patronal y la dinámica de lucha creada por los ferroviarios, los obreros de otras ramas también se deciden a luchar para hacerse oír.
Para ganar aumentos de salarios y mejores condiciones de trabajo, los carteros de San Luis se pusieron en huelga el 1º de mayo de 1919. Esta duro 12 días y tuvo como resultado la parálisis casi total de los servicios postales. Cara a la amplitud del movimiento, las autoridades requirieron al ejército para que éste les procure las fuerzas especializadas en correos para poder proseguir el servicio público. Dado que este cuerpo militar no era capaz ni mucho menos de hacer eficazmente de esquiroles, la autoridad administrativa tuvo que resolverse a negociar con el comité de huelga de los carteros al que se propuso un aumento de sueldo de 100 %. Efectivamente:
“La perfidia de las autoridades coloniales relanzó inmediatamente el movimiento de huelga que se disparó con un vigor nuevo, sin duda tonificado por las perspectivas apetitosas que fueron entrevistas. Duró hasta el 12 de mayo y se acabo triunfalmente” (Thiam, ibíd.).
Es una vez más una victoria para los obreros de correos, ganada gracias a la tenacidad de su lucha. Decididamente, los obreros se volvían siempre más conscientes de su fuerza y de su identidad de clase.
En realidad, es todo el sector público el que fue más o menos concernido por el movimiento. Muchas categorías profesionales pudieron ampliamente beneficiarse de las consecuencias del éxito de la lucha en correos: los fuertes aumentos de salarios que ganaron se repercutieron sobre los agentes de obras públicas, los agentes de cultura, maestros, auxiliares de salud, etc. Pero el éxito del movimiento no cesaba; los representantes del capital, una vez más, se negaron a abdicar.
Tras el movimiento de los obreros de correos y seis meses apenas luego del final victorioso de su propio movimiento, los empleados de ferrocarriles indígenas decidieron salir en lucha sin sus camaradas europeos, dirigiendo a las autoridades nuevas reivindicaciones:
“Por esta carta, pedimos una mejora del sueldo y algunas modificaciones del reglamento del Personal indígena. (…) Nos permitimos decirles que no podemos seguir con esta vida de galera y esperamos que evitarán ustedes llevarnos a medidas de las que ustedes serían los responsables. (…) y queremos, como el personal sedentario (formado casi únicamente por europeos) ser recompensados. Actuad con nosotros como actuáis con ellos, y todo irá a pedir de boca” (Thiam, idem).
De hecho, los ferroviarios indígenas querían también gozar de unas ventajas materiales que ciertos funcionarios habían ganado con la huelga de los empleados de correo. Sobre todo, reclamaban una igualdad de tratamiento con los ferroviarios europeos, amenazando con otra huelga.
“La iniciativa de los agentes indígenas del DSL suscitó, naturalmente, mucho interés en el campo patronal. La unidad de acción que permitió el triunfo del movimiento del 13 al 15 de abril había dejado de existir, y había que hacerlo todo para que la fosa que se había abierto entre trabajadores indígenas y europeos no se cerrara nunca más. Ese era el medio para debilitar al movimiento obrero, dejándolo gastarse en rivalidades fratricidas que volverían ineficaz cualquier intento de coalición por venir.
La administración de la red se esforzó entonces, partiendo de ese análisis, de acentuar las disparidades para aumentar las frustraciones de los medios indígenas con vistas a solidificar la ruptura que iba naciendo” (Thiam, ídem).
Los responsables coloniales pasaron cínicamente a la acción decidiendo no ajustar los ingresos de los indígenas con los de los europeos, sino al contrario, aumentar escandalosamente a éstos mientras posponían satisfacer las reivindicaciones de los ferroviarios autóctonos, con la voluntad evidente de ahondar la fosa que separaba a ambos grupos para que se enfrenten entre ellos, logrando así neutralizarlos.
Felizmente, los ferroviarios indígenas olieron la trampa que preparaban las autoridades coloniales y evitaron salir a la huelga en esas condiciones, esperando días más favorables. Ya veremos más adelante que si daban la impresión en aquel entonces de haber olvidado la importancia de la unidad de clase que habían manifestado aliándose a sus compañeros europeos, los ferroviarios indígenas supieron sin embargo decidir ampliar su movimiento a otras categorías obreras (empleados de servicios públicos y privados, europeos como africanos). De todos modos, es conveniente tomar en cuenta que lo que aquí importa es el carácter balbuceante de la unidad de clase entre los obreros, doblada por una conciencia que se iba desarrollando lentamente y con dientes de sierra. Recordemos también que el poder colonial institucionalizó las divisiones raciales y étnicas en cuanto aparecieron los primeros contactos entre las poblaciones europea y africana. Lo que no significa para nada que no habría otros intentos de unificación entre obreros europeos y africanos.
A partir de las memorias de un cónsul francés se conoce la existencia de un movimiento de lucha de los marinos del vapor Provence (matriculado en Marsella) en Santos en mayo de 1920, donde tuvo lugar una lucha de solidaridad obrera seguida de una feroz represión policial. Veamos cómo el diplomático relata el incidente:
“Al haberse producido actos de indisciplina a bordo del vapor Provence (…) he ido hasta Santos y, tras investigación, he castigado a los principales culpables. (…) Cuatro días de prisión y además los he hecho llevar a la cárcel de la ciudad para proteger la seguridad del barco. (…) Todos los choferes senegaleses se solidarizaron con sus camaradas, adoptaron una actitud amenazante y quisieron bajarse del barco a pesar de mi prohibición formal. (…) Los senegaleses intentaron liberar a sus camaradas, siguieron los policías amenazando e injuriándolos, las autoridades tuvieron finalmente que detenerlos” (Thiam, ídem).
Se trataba de obreros marinos (choferes, engrasadores, marineros) inscritos tanto en Dakar como en Marsella, empleados por el “comercio gordo” francés para el transporte de mercancías entre los tres continentes. Las notas del diplomático se quedan desgraciadamente mudas sobre la causa de la revuelta. Sin embargo parece que ese movimiento puede estar enlazado con otro que ocurrió en 1919 cuando marinos senegaleses, tras una pelea, fueron desembarcados y remplazados por europeos (según fuentes policiales). Tras la huelga que provocó ese incidente, muchos sindicados indígenas dimitieron de la CGT que había aprobado la decisión de adherirse a la CGT-U (una escisión de aquella).
De todos modos, este acontecimiento parece haber preocupado suficientemente a las autoridades coloniales, como lo demuestra el relato que de él se hizo:
“El cónsul no dejaba de espetar, pidiendo de forma vehemente que los culpables fueran deferidos en cuanto llegaran a Dakar ante los tribunales competentes, y expresaba su sorpresa e indignación en estas palabras: “La actitud de estos individuos es tal que se convierte en verdadero peligro para los barcos en los que se embarquen en el porvenir, y para la seguridad de los estados mayores y de los equipajes. Están animados de un espíritu negativo, han perdido si alguna vez lo tuvieron el menor respeto hacia la disciplina y se creen que pueden darle órdenes al comandante.”
“Descubría, ciertamente por primera vez, el estado de ánimo de los senegaleses tras la Primera Guerra Mundial y estaba manifiestamente escandalizado por el espíritu de contestación y su determinación a no aceptar sin protestar lo que consideraban ser atentados contra sus derechos y libertades. La clase obrera estaba madurando política y sindicalmente” (Thiam, ídem).
Se asistió efectivamente a un magnífico combate de clase por parte de los obreros marineros que, a pesar de una relación de fuerzas desfavorable, pudieron mostrar al enemigo su determinación de hacerse respetar siendo solidarios en la lucha.
Ya vimos cómo, en 1919, tras el movimiento victorioso en los correos, los ferroviarios indígenas querían precipitarse por la brecha abierta para relanzar la huelga, antes de decidir finalmente anular su acción debido a condiciones desfavorables.
Seis meses tras ese episodio, decidieron relanzar de una buena vez su acción reivindicativa. El movimiento de los ferroviarios tuvo como motivo la degradación general de las condiciones de vida debida a las consecuencias desastrosas de la Gran Guerra, que acentuó el descontento previsible de los trabajadores y de la población en general. Así, por ejemplo, el precio del kilo de mijo, que en diciembre de 1919 era de 0,75 francos, se multiplicó por tres en sólo cuatro meses; el kilo de carne pasó de 5 a 7 F, el de pollo de 6 a 10 F, etc.
Lo que hizo colmar el vaso y despertó el descontento latente de los ferroviarios que se gestaba desde su movimiento reivindicativo de diciembre de 1919, fue una nota del Inspector General de Obras Públicas del 13 de abril, en la que pedía a sus superiores administrativos el permiso para no aplicar la ley sobre la jornada de 8 horas en la colonia. Los obreros de las rieles pasaron a la acción el primero de junio de 1920:
“Fue el primer movimiento de huelga hecho a escala étnica por los obreros de ferrocarriles, lo que explica la rapidez y unanimidad con la que los medios económicos reaccionaron al episodio y se resolvieron a remediarlo. (…) El mismo 1º de junio se celebraron los “Estados Generales” del Comercio Colonial en Senegal, dirigieron su preocupación al Jefe de la Federación, invitándolo a no asistir pasivamente a la deterioración del clima social” (Thiam, idem).
Los ferroviarios indígenas decidieron lanzarse nuevamente con brazo de hierro contra las autoridades coloniales para lograr las mismas reivindicaciones. Pero esta vez, los ferroviarios africanos habían sacado las lecciones de la acción entonces abortada y ampliaron la base social del movimiento, con varios delegados representantes de cada oficio, plenamente investidos para negociar colectivamente con los responsables políticos y económicos. La inquietud nace desde el segundo día de huelga en los principales responsables coloniales. Alertado por los responsables económicos de Dakar, el ministro de Colonias manda un telegrama al Gobernador:
“Tengo sabido que debido a la huelga, 35.000 toneladas de granos no protegidos están en suspenso en diferentes estaciones del Dakar-San Luis”.
La presión fue entonces acrecentada sobre el director del ferrocarril para que responda a las reivindicaciones de los asalariados. Y el “Jefe de Estación” así contestó a sus superiores:
“Tememos que si acordamos semejante aumento de salario, tan importante y poco justificada, haya repercusiones generales en cuanto a las pretensiones del conjunto del personal y sea una incitación para nuevas reivindicaciones.”
Desde entonces, la Dirección de ferrocarriles se esforzó por romper la huelga utilizando a los blancos contra los negros (lo que ya había dado resultados). Así es como al tercer día del movimiento, logró formar un tren de mercancías y de viajantes gracias a un mecánico europeo y a choferes de la Marina, bien protegido por las fuerzas del orden. Pero cuando quiso repetir la maniobra, no encontró ningún asalariado que se preste a ella, pues los ferroviarios europeos habían decidido su “neutralidad”, ayudados para eso por fuertes presiones ejercidas por huelguistas indígenas. Sabemos el desenlace gracias a un informe del delegado del Gobernador de Senegal ([5]):
“Los empleados del Dakar-San Luis han declarado que si no han obtenido satisfacción al cabo de un mes, se irán de Dakar para cultivar “lougans” ([6]) en las tierras de la colonia.”
El Gobernador de Senegal convocó inmediatamente (al sexto día de la huelga) al conjunto de sus colaboradores sociales para notificarles una serie de medidas elaboradas por sus servicios con vistas a darle satisfacción a los huelguistas y, a final de cuentas, éstos ganaron lo que querían. O sea que los obreros lograron claramente una victoria gracias a su combatividad y a una mejor organización de la huelga, pues esto es lo que les permitió imponer una relación de fuerzas a los representantes de la burguesía:
“Lo que parece ser seguro, es que la mentalidad obrera a lo largo de las pruebas se iba reforzando y afinando, imaginando, con vistas a los retos, formas de lucha más extendidas e intentos de coordinación sindical en una especie de amplio frente de clase, cara a una patronal combativa” (Thiam, ídem).
Pero todavía más significativo de ese auge del desarrollo del frente de clase fueron los acontecimientos del 1º de junio de l920, día en que los ferroviarios desencadenaron la huelga y en el que:
“(…) los equipajes de los remolcadores dejaron el trabajo unas horas después, a pesar de la promesa hecha de esperar el resultado de las negociaciones de las que se había encargado Martin, jefe de servicio de la Inspección marítima, señalaba el Delegado del Gobierno. Ahí tenemos entonces un primer intento deliberado de coordinación voluntaria de movimientos de huelga simultáneos, desencadenados por ferroviarios y obreros de los equipajes del puerto, o sea por el personal de dos sectores que son el pulmón de la colonia cuya parálisis concertada bloqueaba toda la actividad económica, comercial, al entrar como al salir. (…) La situación se hacía tanto más preocupante (para la Administración) pues los panaderos de Dakar también amenazaban con hacer estallar una huelga, precisamente el 1º de junio, y no cabe duda que lo hubiesen hecho si no se les hubieran concedido aumentos inmediatos de salarios” (Thiam, ídem).
Otros movimientos de huelga estallaron simultáneamente en “Obras Han/Thiaroye” y en “Obras de la carretera de Dakar”, en Rufisque. Las fuentes policiales que relatan este acontecimiento no dicen nada sobre el origen del estallido simultáneo de ambos movimientos. Sin embargo, el análisis de varios elementos de información de esta misma policía colonial permite concluir que la extensión del movimiento estaba ligada con los intentos del Gobernador para romper la huelga de los transportes marítimos. Sin decirlo abiertamente, el representante del Estado colonial empezó por llamar efectivamente a la Marina y a unos equipajes civiles europeos para mantener los servicios de transporte entre Dakar y Gorea ([7]). Parece que esta maniobra puede haber provocado acciones de solidaridad en los obreros de otros sectores:
“¿Tuvo un papel esa intervención del Estado defendiendo a la patronal para provocar la solidaridad de las demás ramas profesionales? Sin poder afirmarlo de forma perentoria, no podemos dejar de observar que la huelga estalló casi simultáneamente a los intentos por romper el movimiento de reivindicaciones de los equipajes, en las obras publicas” (Thiam, ídem).
Sabemos efectivamente que el movimiento se estaba cansando al cabo del quinto día, gastado por la presión de la represión estatal y los rumores de la decisión de la patronal de remplazar a los huelguistas por esquiroles.
“Los trabajadores, sintiendo que la larga duración de la lucha y la intervención de los militares podían modificar la relación de fuerzas y comprometer el triunfo de su acción, suavizaron el séptimo día de huelga las exigencias iniciales reformulando su plataforma (…). La administración y la patronal hicieron frente para rechazar estas nuevas propuestas, obligando así a los huelguistas a proseguir desesperadamente su movimiento o dejarlo aceptando las condiciones de las autoridades locales. Adoptaron esta solución” (Thiam, ídem).
O sea que los huelguistas volvieron al trabajo con sus antiguos salarios mas la “ración”, constatando la modificación de la relación de fuerzas claramente a favor de la burguesía y midiendo los peligros que corrían al proseguir su movimiento de forma aislada. Se puede constatar que la clase obrera sufrió ahí una derrota pero el haber sabido hacer marcha atrás de forma organizada permitió que no sea demasiado profunda, como tampoco borró en las conciencias obreras los triunfos numerosos y más importantes que habían logrado.
En resumen, ese período que va de 1914 a 1920 estuvo marcado fuertemente por intensos enfrentamientos de clase entre la burguesía colonial y la clase obrera emergente en la colonia del AOF, en el contexto revolucionario a escala mundial, algo que el capital francés concientizaba perfectamente al sentirse sacudido por las luchas ejemplares del proletariado.
“Las actividades del movimiento comunista mundial conocieron, durante el mismo período, un desarrollo ininterrumpido marcado en particular por la entrada en la arena del primer africano de formación marxista ([8]); rompiendo con el enfoque utópico que sus hermanos tenían sobre las cuestiones coloniales, intentó la primera explicación autóctona conocida actualmente, y la primera crítica seria y profunda del colonialismo como sistema organizado de explotación y dominación” (Thiam, ídem).
En el período de 1914 a 1920, entre los obreros que se pusieron a la cabeza de los movimientos huelguísticos en Senegal, ciertos pudieron frecuentar a antiguos “jóvenes tiradores” desmovilizados o supervivientes de la Primera Guerra mundial. Las mismas fuentes informan de la existencia, en aquel entonces, de un puñado de sindicalistas senegaleses entre los cuales estuvo un tal Louis Ndiaye (joven marinero a los 13 años) que militó en la CGT desde 1905 y que fue representante de esa organización en las colonias entre 1914 y 1930. Como muchos “jóvenes tiradores”, fue movilizado en 1914-18 en la Marina, en donde se jugó la vida. Él y el joven senegalés Lamine Senghor (próximo del PCF en los años 20) fueron sensiblemente influenciados por las ideas de la Internacional Comunista. En ese sentido, juntos con otras figuras de los años 20, se considera que desempeñaron un papel destacable y dinamizador en el proceso de politización y de desarrollo de la conciencia de clase en las filas obreras de la primera colonia de AOF.
Lassou (seguirá)
[1]) Así se llamaba en aquel entonces el comercio que no era local, esencialmente el import/export controlado por unas cuantas familias.
[2]) Iba Der Thiam, Histoire du Mouvement syndical africain 1790-1929, Ediciones L’Harmattan, Francia, 1991.
[3]) Véase Afrique noire, l’ère coloniale 1900-1945, Jean Suret-Canale, Éditions Sociales, París, 1961.
[4]) Aquí hemos de recordar lo que ya señalamos cuando la publicación de la primera parte de este artículo en la Revista Internacional no 145 : “Por otra parte, aunque sí reconocemos la seriedad de los investigadores que transmiten las referencias, sin embargo, no compartimos ciertas interpretaciones de los acontecimientos históricos. Lo mismo ocurre con algunas nociones como cuando hablan de “conciencia sindical” en lugar de “conciencia de clase” (obrera), o, también, de “movimiento sindical” (por movimiento obrero). Lo cual no quita que, por ahora, confiamos en su rigor científico mientras sus tesis no choquen contra los acontecimientos históricos o impidan otras interpretaciones.” Mas generalmente, subrayamos aquí una vez más que si los sindicatos fueron durante el primer período de la vida del capitalismo verdaderos órganos de la clase obrera con vistas a la defensa de sus intereses inmediatos en el seno del capitalismo, fueron a continuación absorbidos por el Estado capitalista y perdieron definitivamente cualquier posibilidad de ser utilizados por la clase obrera en su lucha contra la explotación.
[5]) El Gobernador de Senegal era subalterno del Gobernador general de AOF.
[6]) Campos cultivados sobre chamicera.
[7]) Isla senegalesa situada en la bahía de Dakar.
[8]) Se trataba de Lamine Senghor.
La CCI ha celebrado su XIXo Congreso este mes de mayo. Un Congreso, en general, es el momento más importante en la vida de las organizaciones revolucionarias y, en la medida en que forman parte integrante de la clase obrera, han de hacerle parte de las principales lecciones de sus trabajos. Éste es el objetivo del presente artículo. Se ha de señalar de entrada que el Congreso ha concretizado una voluntad de apertura hacia el exterior por parte de la organización, ya que estaban presentes, además de las delegaciones de las secciones de la CCI, no sólo simpatizantes de la organización o miembros de los círculos de discusión en los que participan sus militantes sino también delegaciones de otros grupos con quienes la CCI está en contacto y en discusión: dos grupos de Corea y OPOP de Brasil ([1]). Otros grupos habían sido invitados pero no pudieron estar presentes debido a las barreras siempre más rígidas que la burguesía europea impone a los residentes de países no europeos.
Según los estatutos de nuestra organización:
“El Congreso Internacional es el órgano soberano de la CCI. Tiene como tareas:
– elaborar los análisis y orientaciones generales de la organización, especialmente en lo que concierne a la situación internacional;
– examinar y hacer balance de las actividades de la organización desde el congreso precedente;
– definir sus perspectivas de trabajo para el futuro.”
Es basándonos en estos elementos que podemos sacar el balance y las lecciones del XIXo Congreso.
El primer punto importante a tratar toca a nuestros análisis y discusiones sobre la situación internacional. Efectivamente, si la organización no es capaz de elaborar una comprensión clara de ésta, se incapacita para intervenir de forma adecuada. La historia nos enseña lo catastrófico que puede revelarse una evaluación errónea de la situación internacional por parte de organizaciones revolucionarias. Se pueden citar los casos mas dramáticos, como la subestimación del peligro de guerra por parte de la mayoría de la IIa Internacional en vísperas de la Primera Carnicería Mundial, aún mismo cuando en el período precedente, impulsados por la Izquierda de la Internacional, sus Congresos habían correctamente alertado y llamado a la movilización del proletariado contra ese peligro.
Otro ejemplo es el del análisis de Trotski en los años 30, cuando equivocadamente vio en las huelgas obreras en Francia de 1936 o en la Guerra Civil española las primicias de una nueva oleada revolucionaria internacional. Ese análisis lo llevo a fundar una IVa Internacional en 1938 para, cara a la “política conservadora de los partidos comunistas y socialistas”, tomar su puesto a la cabeza de “masas de millones de hombres [que] no dejan de comprometerse en la vía de la revolución”. Este error contribuyó fuertemente al paso de las secciones de la IVa Internacional al campo de la burguesía durante la Segunda Guerra Mundial: al querer a toda costa “pegarse a las masas”, se precipitaron en las políticas de “Resistencia” de los partidos “socialistas” y “comunistas”, o sea apoyaron al campo imperialista de los Aliados.
Más recientemente, hemos podido ver cómo ciertos grupos que se reclamaban de la Izquierda Comunista dejaron de lado la huelga generalizada de Mayo del 68 en Francia y al conjunto del movimiento internacional que siguió por considerar que no era sino un “movimiento estudiantil”. También podemos constatar el destino cruel de otros grupos que, tras haber considerado que Mayo del 68 era una “revolución”, se hundieron en la desesperanza y acabaron desapareciendo cuando se verificó que aquel movimiento no cumplía con las promesas que ellos habían visto.
Es entonces de la mayor importancia hoy para los revolucionarios elaborar un análisis correcto de los retos de la situación internacional precisamente porque han adquirido una importancia particular durante el último período.
Publicamos en este número de la Revista Internacional la Resolución adoptada por el Congreso y no vamos a repetir todos los puntos que contiene, solo poner en evidencia los aspectos más importantes.
El primer aspecto, el fundamental, es el paso decisivo que acaba de dar la crisis del capitalismo con la crisis de la deuda soberana de ciertos Estados europeos como Grecia.
“De hecho, esta quiebra potencial de un número creciente de Estados, es una nueva etapa en el hundimiento del capitalismo en su crisis insalvable. Ésta pone de relieve los límites de las políticas con las cuales la burguesía logró frenar la evolución de la crisis capitalista durante varias décadas. (…) Las medidas adoptadas por el G20 de marzo del 2009 para evitar una “Gran Depresión”, son significativas de la política de la clase dominante desde hace varias décadas: se pueden resumir en la inyección de masas considerables de créditos en las economías. Tales medidas no son nuevas. De hecho, desde hace más de 35 años, están en el corazón mismo de las políticas llevadas por la clase dominante para intentar escapar a la principal contradicción del modo de producción capitalista: su incapacidad para encontrar mercados solventes capaces de absorber su producción. (…) La quiebra potencial del sistema bancario y la recesión, obligaron a todos los Estados a inyectar sumas considerables en su economía mientras que las ganancias estaban en caída libre debido al retroceso de la producción. Por eso, los déficits públicos conocieron, en la mayoría de los países, un aumento considerable. Para los más expuestos de entre ellos, como Irlanda, Grecia o Portugal, esto significó una situación de quiebra potencial; la incapacidad de pagar a sus funcionarios y de rembolsar sus deudas. (…) Los “planes de salvación”, por parte de la Banca Europea y del Fondo Monetario Internacional, no son sino nuevas deudas cuyo rembolso se añade al de las deudas precedentes. Es algo más que un círculo vicioso; es una espiral infernal. (…) La crisis de la deuda soberana de los PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia, España) no es sino una parte ínfima del sismo que amenaza la economía mundial. No es porque se benefician todavía, por el momento, de la nota AAA en el índice de confianza de las agencias de notación…, que están mucho mejor las grandes potencias industriales. (…) La primera potencia mundial corre el riesgo de ver retirar la confianza “oficial” en cuanto a su capacidad a rembolsar sus deudas, si no es con un dólar fuertemente devaluado. (…) Para todos los países, la situación no ha hecho sino agravarse con los diversos planes de relanzamiento. Así, la quiebra de los PIIGS no es sino la punta del iceberg de la quiebra de una economía mundial que no puede sobrevivir, desde hace décadas, más que por una huida desesperada en el endeudamiento. (…) La crisis del endeudamiento no hace sino marcar la entrada del modo de producción capitalista en una nueva fase de su crisis aguda en la que se van a agravar, aún más considerablemente, la violencia y la extensión de sus convulsiones. No hay “salida del túnel” para el capitalismo. Este sistema no puede sino arrastrar a la sociedad hacia una barbarie siempre creciente.”
El período que ha seguido al Congreso confirmó estos análisis. Por un lado, la crisis de las deudas soberanas de los países europeos –hoy queda claro que no concierne únicamente a los “PIIGS” sino que amenaza a toda la zona euro– ocupa un lugar central en la actualidad, de forma siempre más insistente. Y no es el pretendido “éxito” de la cumbre europea del 22 de julio sobre Grecia el que cambiará algo. Todas las cumbres precedentes debían resolver duraderamente las dificultades de ese país, ¡y ya vemos su eficacia!
Por el otro, al mismo tiempo, los medias descubren, dadas las dificultades de Obama al hacer adoptar su política presupuestaria, que EE.UU. también está confrontado a una deuda soberana colosal, cuyo nivel (130 % del PNB) no tiene nada que envidiar al de los PIIGS. Esta confirmación de los análisis que se sacaron en el Congreso no se debe a un mérito particular de nuestra organización. El único mérito del que se reivindica es el de seguir fiel a los análisis clásicos del movimiento obrero que siempre han puesto por adelante, partiendo del desarrollo de la teoría marxista, que como cualquier otro modo de producción, el capitalismo no es sino transitorio y que no puede, a largo plazo, lograr sobrepasar sus contradicciones económicas. Y las discusiones del Congreso se han desarrollado en el marco del análisis marxista. Puntos de vista diferentes se han expresado, en particular sobre las causas últimas de las contradicciones del capitalismo (que coinciden en gran parte con las que se expresaron en nuestro debate sobre los Treinta Gloriosos ([2])) o también sobre la posibilidad de que la economía mundial se hunda en la hiperinflación debido a la utilización desenfrenada de la maquinita de hacer dinero por los Estados, en particular por EE.UU. Sin embargo, una homogeneidad real se ha destacado para subrayar la gravedad de la situación actual como lo hace la resolución adoptada por unanimidad.
El Congreso también ha examinado la evolución de los conflictos imperialistas, como se puede ver en la Resolución. Sobre este tema, los dos años que nos separan del Congreso precedente no han aportado elementos fundamentalmente nuevos sino una confirmación de que a pesar de todos sus esfuerzo militares, la primera potencia mundial es incapaz de restablecer el liderazgo que fue suyo cuando la “Guerra Fría” y que los conflictos en Irak y Afganistán no han logrado imponer la “Pax americana”, ni mucho menos:
“El “nuevo orden mundial” previsto hace diez años por Georges Bush padre, y que éste soñaba bajo la égida de Estados Unidos, no puede sino presentarse cada vez más como un “caos mundial”, un caos que las convulsiones de la economía capitalista agravarán aún más” (punto 8 de la Resolución).
Importaba que el Congreso analizara más particularmente la actual evolución de la lucha de clases ya que, más allá de la importancia particular que tiene esta cuestión para los revolucionarios, el proletariado está hoy confrontado en todos los países a ataques sin precedentes de sus condiciones de existencia. Éstos son particularmente brutales en los países apuntalados por el Banco Europeo y el Fondo Monetario Internacional, como actualmente Grecia. Pero es en todos los países que se nos ataca, debido al estallido del desempleo y sobre todo a la necesidad para todos los gobiernos de reducir los déficits presupuestarios.
La Resolución adoptada cuando el precedente Congreso afirmaba:
“la forma principal que toma hoy este ataque, el de los despidos masivos, no favorece, en un primer tiempo, la emergencia de tales movimientos [de luchas masivas]. (…) En una segunda etapa, cuando la clase trabajadora sea capaz de resistir a los chantajes de la burguesía, cuando se imponga la idea de que sólo la lucha unida y solidaria puede frenar la brutalidad de los ataques de la clase dominante, sobre todo cuando ésta intente hacer pagar a todos los trabajadores los colosales déficits presupuestarios que ya se están acumulando a causa de los planes de salvamento de los bancos y del “relanzamiento” de la economía, será entonces cuando combates obreros de gran amplitud podrán desarrollarse mucho más.”
El XIXo Congreso ha constatado que:
“Los dos años que nos separan del Congreso precedente han confirmado ampliamente esta previsión. Ese período no ha conocido luchas de amplitud contra los despidos masivos y contra el auge sin precedentes del desempleo sufrido por la clase obrera en los países más desarrollados. En contrapartida, es a partir de los ataques hechos directamente por los gobiernos al aplicar planes “de saneamiento de las cuentas públicas” que empezaron a desarrollarse luchas significativas.”
Sin embargo, el Congreso ha señalado que:
“Esta respuesta es aún muy tímida, particularmente ahí donde esos planes de austeridad han tomado las formas más violentas: países como Grecia o España, por ejemplo, en donde, por tanto, la clase obrera había mostrado, en un pasado reciente, una combatividad relativamente importante. De cierta forma, parece que la misma brutalidad de los ataques provoca un sentimiento de impotencia en las filas obreras, tanto más que son aplicados por gobiernos “de izquierda”.”
Desde entonces, la clase obrera ha demostrado en esos mismos países que no se resignaba. Es en particular el caso de España, en el que el movimiento de los “Indignados” se ha vuelto por meses una especie de “faro” para los demás países de Europa y otros continentes.
Este movimiento empezó en el mismo momento en que se celebraba el Congreso y éste no pudo, evidentemente, discutirlo. Dicho esto, sí discutió los movimientos sociales que tocaron a los países árabes a finales del año pasado. No hubo total homogeneidad en las discusiones sobre el tema, especialmente debido a su carácter inédito, pero el conjunto del Congreso se acuerpó en torno al análisis de la Resolución:
“los movimientos más masivos que se han conocido en el curso del último período no vinieron de los países más industrializados, sino de países de la periferia del capitalismo, principalmente de varios países del mundo árabe y más precisamente de Túnez y Egipto en donde, finalmente, tras haber intentado acallarlos por una represión feroz, la burguesía ha tenido que despedir a los dictadores reinantes. Esos movimientos no eran luchas obreras clásicas como las que esos países ya habían conocido recientemente (por ejemplo las luchas en Gafsa, Túnez 2008, o las huelgas masivas en la industria textil en Egipto, durante el otoño de 2007, que encontraron la solidaridad activa por parte de muchos otros sectores). Esos movimientos han tomado a menudo la forma de revueltas sociales en las que se encontraban asociados todo tipo de sectores de la sociedad: trabajadores del sector público y del privado, desempleados, pero también pequeños comerciantes, artesanos, profesionistas liberales, la juventud escolarizada, etcétera. Es por eso que el proletariado, la mayor parte del tiempo, no apareció directamente identificado, (como de forma distinta lo estuvo, por ejemplo, en las huelgas en Egipto al terminarse las revueltas), menos aún asumiendo el papel de fuerza dirigente. Sin embargo, al origen de esos movimientos (lo que se reflejaba en muchas de las reivindicaciones planteadas) se encuentran fundamentalmente las mismas causas que están al origen de las luchas obreras en los demás países: la considerable agravación de la crisis, la miseria creciente que ella provoca en el conjunto de la población no explotadora. Y si, en general, el proletariado no apareció directamente como clase en esos movimientos, su huella estaba presente en los países en los que tiene una importancia significativa, en particular por la profunda solidaridad que manifestó durante las revueltas, por su capacidad de evitar lanzarse a actos de violencia ciega y desesperada a pesar de la terrible represión que tuvieron que enfrentar. A final de cuentas, si la burguesía en Túnez y en Egipto resolvió finalmente “siguiendo los buenos consejos de la burguesía norteamericana” despedir a los viejos dictadores, fue, en gran parte, debido a la presencia de la clase obrera en esos movimientos.”
Ese surgimiento de la clase obrera en los países de la periferia del capitalismo ha llevado a nuestro Congreso al examen del análisis elaborado por nuestra organización tras las huelgas de masa de 1980 en Polonia:
“La CCI puso en evidencia, basándose en las posiciones elaboradas por Marx y Engels, que será de los países centrales del capitalismo, y particularmente de los viejos países industriales de Europa, que vendrá la señal de la revolución proletaria mundial, debido a la concentración del proletariado de esos países y más aún debido a su experiencia histórica, que le dan las mejores armas para acabar deshaciendo las trampas ideológicas más sofisticadas elaboradas desde hace mucho tiempo por la burguesía. Así, una de las etapas fundamentales del movimiento de la clase obrera mundial en el porvenir está constituida no sólo por el desarrollo de las luchas masivas en los países centrales de Europa occidental, sino también por su capacidad para desmontar las trampas democrática y sindical, particularmente por la toma en manos de las luchas por los mismos trabajadores. Esos movimientos serán el faro para la clase obrera mundial, incluyendo la clase obrera de la principal potencia capitalista, Estados Unidos, cuyo hundimiento en la miseria creciente, una miseria que ya afecta a decenas de millones de trabajadores, va a transformar el “sueño americano” en verdadera pesadilla.”
Este análisis ha visto un principio de verificación con el reciente movimiento de los “Indignados”. Mientras los manifestantes de Túnez o del Cairo enarbolaban la bandera nacional como emblema de su lucha, las banderas nacionales estaban ausentes en la mayor parte de las ciudades europeas a finales de la pasada primavera (en España en particular). Claro que el movimiento de los “Indignados” sigue empapado de ilusiones democráticas, pero tiene el merito de haber puesto en evidencia que cualquier Estado, aún sea el más “democrático” y hasta de “zquierdas”, es un enemigo feroz de los explotados.
Como lo vimos más arriba, la capacidad de las organizaciones revolucionarias para analizar correctamente la situación histórica en la que actúan, así como saber cuestionar eventualmente aquellos análisis que la realidad de los hechos ha infirmado, condiciona la cualidad en forma y contenido de su intervención en la clase obrera, o sea, a fin de cuentas, la de su capacidad para estar a la altura de la responsabilidad para la que ésta les hizo surgir.
El XIXo Congreso de la CCI, basándose en su análisis de la crisis económica y de los terribles ataques que ésta va provocar contra la clase obrera, basándose en las primeras respuestas de ésta a esos ataques, ha considerado que entramos en un período de desarrollo de luchas proletarias mucho más intensas y masivas que en el período que va del 2003 hasta hoy. En ese terreno, más aun quizá que en el de la evolución de la crisis que lo determina en gran parte, es difícil hacer previsiones a corto plazo. Sería ilusorio intentar prever cuándo y dónde se desencadenarán las próximas luchas de clase importantes. Lo que interesa, en cambio, es destacar una tendencia general y estar particularmente vigilantes cara a la evolución de la situación para poder reaccionar rápidamente y de forma apropiada cuando ésta lo requiera, tanto en el plano de las tomas de posición como en el de la intervención directa en las luchas.
El XIXo Congreso ha considerado que el balance de la intervención de la CCI desde el precedente Congreso era indiscutiblemente positivo. Cada vez que ha sido necesario, y a menudo muy rápidamente, tomas de posición han sido publicadas en varios idiomas en nuestro sitio de Internet y en nuestra prensa territorial impresa. En la medida de nuestras pocas fuerzas, ésta fue difundida ampliamente en las manifestaciones que han acompañado a los movimientos sociales que hemos conocido durante este período, en particular cuando el movimiento contra la reforma de las jubilaciones en Francia durante el otoño de 2010 y cuando las movilizaciones de la juventud escolarizada contra los ataques que apuntaban particularmente a aquellos estudiantes hijos de la clase obrera (como el aumento considerable de los derechos de inscripción en las universidades británicas a finales de 2010). La CCI ha celebrado al mismo tiempo reuniones públicas en varios países y continentes abordando los movimientos sociales en curso. También los militantes de la CCI han intervenido, cada vez que fue posible, en asambleas, comités de lucha, círculos de discusión y foros de Internet para defender las posiciones y análisis de la organización y participar al debate internacional que suscitaron esos movimientos.
Este balance no es en nada un alarde destinado a consolar a los militantes o a embaucar a los que lean este artículo. Puede ser tanto verificado como cuestionado por todos aquellos que han seguido las actividades de nuestra organización puesto que tocan, por definición, actividades públicas.
El Congreso también ha sacado un balance positivo de nuestra intervención en dirección de los elementos y grupos que defienden posiciones comunistas o que se acercan a esas posiciones.
Efectivamente, la perspectiva de un desarrollo significativo de las luchas obreras conlleva la del surgimiento de minorías revolucionarias. Incluso antes de que el proletariado mundial se movilice en luchas masivas, hemos podido constatar (como ya lo señaló la Resolución adoptada por el XVIIo Congreso ([3])), que ese surgimiento empezaba a nacer, debido en particular a que la clase obrera empezó, a partir del 2003, a sobrepasar el retroceso que había sufrido tras el hundimiento del bloque dicho “socialista” en 1989 y las formidables campañas sobre “el fin del comunismo”. Desde entonces, aunque de forma aún tímida, esa tendencia ha ido confirmándose lo que ha favorecido contactos y discusiones con elementos y grupos en una cantidad significativa de países.
“Ese fenómeno de desarrollo de los contactos toca tanto a países en los que la CCI no tiene sección como en los que ya está presente. Sin embargo, el flujo de contactos no es inmediatamente palpable en todos los países en que existe la CCI, ni mucho menos. Hasta podemos decir que sus manifestaciones más evidentes todavía están reservadas a una minoría de secciones de la CCI” (Presentación al Congreso del Informe sobre Contactos).
Muy a menudo, los nuevos contactos han surgido en países en donde no existe (todavía) sección de nuestra organización. Es lo que hemos podido constatar por ejemplo cuando la conferencia “Panamericana” que se celebró en el 2010 y en la que estuvieron presentes tanto OPOP y otros compañeros de Brasil como compañeros de Perú, República Dominicana y Ecuador ([4]). Debido al desarrollo de nuestro medio de contactos,
“... nuestra intervención en [su] dirección ha sufrido una aceleración muy importante, que requiere una inversión militante y financiera como nunca nuestra organización había hecho para este tipo de actividad, para asegurar que se celebren las reuniones y debates más numerosos y ricos de toda nuestra existencia” (Informe sobre Contactos presentado al Congreso).
Ese Informe:
“... enfatiza las novedades de la situación en lo que concierne a los contactos, en particular sobre nuestra colaboración con anarquistas. Hemos logrado, en ciertas ocasiones de lucha, hacer causa común con elementos o grupos que se sitúan en el mismo campo que nosotros, el del internacionalismo”.
Esa colaboración con elementos y grupos reclamándose del anarquismo ha provocado en nuestra organización numerosas y ricas discusiones que nos han permitido conocer mejor las diferentes caras de esa corriente, y en particular la heterogeneidad existente en sus filas (desde puros izquierdistas dispuestos a apoyar cualquier tipo de movimientos o ideologías burguesas, tales como el nacionalismo, hasta elementos auténticamente proletarios y de un internacionalismo intachable).
“Otra novedad, es la colaboración, en París, con elementos que se reclaman del trotskismo (…). En lo esencial, estos elementos (…) eran muy activos [cuando la movilización contra la reforma de las jubilaciones] en el sentido de favorecer el que la clase se haga cargo de sus propias luchas, fuera del marco sindical e, igualmente, favorecían el desarrollo de las discusiones tal como hubiera podido hacerlo la CCI. Por ello teníamos todas las razones de unirnos a ese esfuerzo. El que su actitud entre en contradicción con la practica clásica del trotskismo sólo puede alegrarnos” (Presentación al Congreso del Informe sobre contactos).
Así es como el Congreso también ha podido sacar un balance positivo de la política de la organización con respecto a elementos que defienden posiciones revolucionarias o que se acercan. Esa es una parte muy importante de nuestra intervención en dirección de la clase obrera, la que participa a la futura constitución de un partido revolucionario indispensable para el triunfo de la revolución comunista ([5]).
Cualquier discusión sobre las actividades de una organización revolucionaria debe reflexionar sobre el balance de su funcionamiento. Basándose en diferentes informes, es en ese plano que el Congreso ha constatado las mayores debilidades de nuestra organización. Ya hemos tratado públicamente, en nuestra prensa como también en reuniones públicas, las dificultades organizacionales que ha conocido la CCI en su historia. No es por exhibicionismo, es una práctica clásica del movimiento obrero. El Congreso ha dedicado mucho tiempo a esas dificultades, y en particular al estado a menudo deteriorado del tejido organizacional y del trabajo colectivo que afecta a varias secciones. No pensamos que la CCI conozca hoy una crisis como así lo fue en 1981, 1993 o 2001. En el 81, asistimos al abandono por una parte significativa de la organización de los principios políticos y organizacionales en base a los que se había fundado, lo que conllevó a convulsiones muy serias y, en particular, a la pérdida de la mitad de nuestra sección en Gran Bretaña. En el 93 y 2001, la CCI tuvo que enfrentarse a dificultades de tipo clánico que conllevaron al rechazo de la lealtad organizacional y la salida de militantes (particularmente de miembros de la sección de París en el 95 y de miembros del órgano central en 2001 ([6])). Entre las causas de estas dos últimas crisis, la CCI ha identificado el peso de las consecuencias del hundimiento del bloque “socialista” que provocó un retroceso muy importante de la conciencia en las filas del proletariado y, más generalmente, de la descomposición social que afecta hoy a la sociedad capitalista moribunda. Las causas de las dificultades actuales son en parte debidas a lo mismo, pero no conllevan fenómenos como la pérdida de convicción o deslealtad. Todos los militantes de las secciones en que se manifiestan esas dificultades están firmemente convencidos de la validez de la lucha llevada por la CCI, son totalmente leales a su respecto y siguen manifestando su entrega en ella. Incluso cuando la CCI tuvo que encarar el período más oscuro conocido por la clase obrera después del fin de la contrarrevolución –marcado brillantemente por el movimiento de Mayo del 68 en Francia–, el de un retroceso general de su conciencia y combatividad a partir de principios de los 90, esos militantes siguieron firmes en la lucha. Estos compañeros se conocen a menudo desde hace más de treinta años. También existen a menudo entre ellos fuertes lazos de amistad y de confianza. Pero los pequeños defectos, las debilidades, las diferencias de carácter que cada cual debe poder aceptar en los demás han llevado a menudo al desarrollo de tensiones o a una dificultad creciente para trabajar juntos durante decenios, en pequeñas secciones que no han sido irrigadas por la “sangre nueva” de nuevos militantes precisamente debido al retroceso general sufrido por la clase obrera a nivel de su conciencia. Hoy en día, esa “sangre nueva” viene a alimentar ciertas secciones de la CCI, pero está claro que los nuevos miembros no podrán ser correctamente integrados si no se mejora el tejido organizacional. El Congreso ha debatido con mucha franqueza esas dificultades, lo que ha favorecido el que ciertos grupos invitados también den a conocer sur propias dificultades organizacionales. Sin embargo, no ha aportado ninguna “solución milagro” a las dificultades, que ya fueron constatadas en los precedentes congresos. La Resolución de Actividades que adoptó recordó el enfoque ya adoptado por la organización y llama al conjunto de los militantes y secciones a que lo asuman de forma más sistemática:
“Desde 2001, la CCI ha lanzado un proyecto teórico ambicioso que fue concebido, entre otras cosas, para explicar y desarrollar lo que es el espíritu de partido. Ha sido un esfuerzo creativo para entender a nivel más profundo:
– - las raíces de la solidaridad y de la confianza proletarias;
– - la moral y la dimensión ética del marxismo;
– - la democracia y el democratismo y su hostilidad con respecto al militantismo comunista;
– - la psicología y la antropología y su relación con el proyecto comunista;
– - el centralismo y el trabajo colectivo;
– - la cultura del debate proletario;
– - el marxismo y la ciencia.
En pocas palabras, la CCI se ha comprometido en un esfuerzo para restablecer una mejor comprensión de la dimensión humana de la perspectiva comunista y de la organización comunista, para descubrir de nuevo la amplitud de miras sobre el militantismo que casi se perdió durante la contrarrevolución y para premunirse contra la reaparición de círculos, de clanes, que se desarrollan en un clima de ignorancia o de negación de esas cuestiones más generales de organización y de militantismo. (…)
La realización de los principios unitarios de la organización –el trabajo colectivo– requiere el desarrollo de todas las cualidades humanas junto con el esfuerzo teórico para considerar el militantismo comunista de forma positiva al que nos referimos en el punto 7. Eso implica que el respeto mutuo, la solidaridad, los reflejos de cooperación, un estado de ánimo de comprensión y de simpatía hacia los demás, los lazos sociales y la generosidad han de desarrollarse.”
Una de las insistencias de las discusiones y de la Resolución adoptada por el Congreso concierne a la necesidad de profundizar los aspectos teóricos de las cuestiones a las que estamos confrontados. Es por ello que, como para los precedentes Congresos, hemos dedicado un punto de la orden del día a una cuestión teórica, “Marxismo y Ciencia”, que como las demás cuestiones teóricas que hemos debatido, dará lugar a la publicación de uno o de varios documentos. No vamos a relatar aquí los elementos abordados en la discusión, que prosiguió los numerosos debates que se habían desarrollado precedentemente en las secciones. Hemos de señalar en particular la gran satisfacción que han manifestado las delegaciones por esa discusión, satisfacción que debe mucho a las contribuciones de un científico, Chris, Knight ([7]), que invitamos a participar en el Congreso. No es la primera vez que la CCI invita a un científico a participar en un Congreso. Hace dos años, Jean-Louis Dessalles vino a presentar sus reflexiones sobre el origen del lenguaje, lo que provocó discusiones muy animadas e interesantes ([8]). Ante todo queremos agradecerle a Chris Knight haber aceptado nuestra invitación y queremos saludar la calidad de sus intervenciones así como su carácter muy vivo y accesible para los no-especialistas que son la mayor parte de los militantes de la CCI. Chris Knight intervino tres veces ([9]). Tomó la palabra en el debate general y todos los participantes fueron impresionados no sólo por la calidad de los argumentos sino también por la destacable disciplina que manifestó, respetando estrictamente su tiempo de palabra y el marco del debate (disciplina que tenemos ciertas dificultades para respetar muchos miembros de la CCI).
Luego presentó de forma muy animada un resumen de su teoría sobre el origen de la civilización y del lenguaje humano, evocando la primera de las “revoluciones” conocidas por la humanidad, en la que la mujer desempeño un papel central (idea que retoma de Engels), revolución que abrió paso a muchas más, permitiendo progresar a la sociedad. Inscribe la revolución comunista como punto culminante de esa serie de revoluciones y considera que, como para las precedentes, la humanidad dispone de los medios para hacerla triunfar.
La tercera intervención de Chris Knight fue un saludo muy simpático dirigido a nuestro Congreso.
Tras el Congreso, el conjunto de las delegaciones ha considerado que la discusión sobre “Marxismo y Ciencia”, como también la participación de Chris Knight, fueron uno de los momentos más interesantes y satisfactorios del Congreso, un momento que anima al conjunto de las secciones a proseguir y profundizar el interés para las cuestiones teóricas.
Antes de concluir este artículo, queremos señalar que los participantes del XIXo Congreso de la CCI (delegaciones, grupos y compañeros invitados), que se celebró 140 años, casi día por día, tras la Semana Sangrienta que acabó con la Comuna de París, han manifestado su voluntad de saludar la memoria de los luchadores de ese primer intento revolucionario del proletariado ([10]).
No sacamos un balance triunfalista del XIXo Congreso de la CCI, ni del que ese Congreso haya sido capaz de tomar la medida de las dificultades organizacionales que conoce nuestra organización, dificultades que tendrá que sobrepasar si quiere seguir estando presente en las citas que da la historia a las organizaciones revolucionarias. Es entonces una lucha larga y difícil que tendrá que librar nuestra organización. Pero esa perspectiva no puede desanimarnos. Al fin y al cabo, la lucha del conjunto de la clase obrera también es larga y difícil, repleta de obstáculos y derrotas. Lo que ha de inspirar a los militantes esta perspectiva, es la firme voluntad de librar la batalla. Al fin y al cabo, una de las características fundamental de cualquier militante comunista es la de ser un luchador.
CCI (31/07/2011)
[1]) OPOP ya estuvo presente en los dos precedentes congresos de la CCI. Véanse los artículos dedicados al XVIIo y XVIIIo Congresos de la CCI en los nos 130 y 138 de la Revista Internacional.
[2]) Véanse al respecto las Revista Internacional nos 133, 135-136, 138 y 141.
[3]) “Hoy como en 1968, el retomar los combates de clase se acompaña de una reflexión en profundidad cuya aparición de nuevos elementos interesados por las posiciones de la Izquierda Comunista no constituye sino la punta emergente del iceberg” (punto 17).
[4]) Véase sobre el tema nuestro artículo “Vª Conferencia Panamericana de la Corriente Comunista Internacional – Un paso importante hacia la unidad de la clase obrera”,
[5]) El Congreso ha discutido y asumido una crítica expresada en el Informe sobre Contactos que concierne a una formulación contenida en la Resolución sobre la situación internacional del XVIo Congreso de la CCI: “la CCI ya constituye el esqueleto del futuro partido”. Efectivamente, “no es posible definir desde ahora la forma que tomará la participación organizacional de la CCI en la formación del futuro partido, puesto que eso dependerá del estado general y de la configuración del nuevo medio, pero también de nuestra propia organización”. Dicho esto, la CCI tiene la responsabilidad de mantener vivo y enriquecer el patrimonio heredado de la Izquierda Comunista para que pueda beneficiar a las generaciones actuales y futuras de revolucionarios, y entonces al futuro partido. En otros términos, tiene la responsabilidad de participar para cumplir con la función de puente entre la oleada revolucionaria de los años 1917-20 y la futura oleada revolucionaria.
[6]) Esos elementos que rechazan su lealtad con respecto a la organización a menudo están conducidos a asumir un enfoque que calificamos de “parasitario”: mientras pretenden seguir defendiendo “las verdaderas posiciones de la organización”, dedican la mayor parte de sus esfuerzos a denigrarla o intentar desacreditarla. Hemos dedicado un documento al fenómeno del parasitismo político (véase “Construcción de la organización revolucionaria: Tesis sobre el parasitismo”, en la Revista Internacional no 94). Hay que señalar que ciertos compañeros de la CCI, mientras constatan ese tipo de comportamientos y reivindicando firmemente la necesidad de defender la organización en su contra, no comparten ese análisis del parasitismo, desacuerdo que se expresó durante el Congreso.
[7]) Chris Knight es un universitario británico que enseño antropología hasta 2009 en el London East College. Es autor de Blood Relations, Menstruation and the Origins of Culture, que ya señalamos en nuestro sitio de Internet en lengua inglesa (https://en.internationalism.org/2008/10/Chris-Knight [26]) y que se basa de forma muy fiel en la teoría de la evolución de Darwin así como en los trabajos de Marx y sobre todo de Engels (en particular en El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado). Se dice 100 % “marxista” en antropología. Por otra parte, es un militante político que anima el grupo Radical Anthtopology que tiene como principal modo de intervención la organización de representaciones teatrales de calle denunciando y ridiculizando a las instituciones capitalistas. Fue expulsado de la Universidad por haber organizado manifestaciones contra el G20 en Londres en marzo del 2009. Fue acusado en particular de “incitación al asesinato” por haber ahorcado a la imagen de banqueros y haber enarbolado un cartel que decía “Eat the banquers” (“Cómanse a los banqueros”). No compartimos cierto número de posiciones políticas como tampoco los modos de acción de Chris Knight pero, por discutir con él desde hace algún tiempo, queremos afirmar nuestra convicción en su sinceridad total, su real dedicación a la causa de la emancipación del proletariado y su firme convicción de que la ciencia y el conocimiento son armas fundamentales de ésta. En ese sentido, queremos expresarle nuestra solidaridad calurosa cara a las medidas de represión de las que fue víctima (despido y detención).
[8]) Véase nuestro artículo sobre el XVIIIo Congreso en la Revista Internacional no 138.
[9]) Publicaremos en nuestro sitio de Internet extractos de las intervenciones de Chris Knight.
[10]) Los participantes del XIXo Congreso de la CCI dedican este Congreso a la memoria de los luchadores de la Comuna de París que cayeron, hace exactamente 140 años, frente a la burguesía enfurecida que les hizo pagar muy caro su voluntad de lanzarse “al asalto del cielo”. En Mayo de 1871, por primera vez en la historia, el proletariado hizo temblar a la clase dominante. Es ese miedo de la burguesía frente al sepulturero del capitalismo el que explica la furia y la barbarie de la sangrienta represión de los insurgentes de la Comuna. La experiencia de la Comuna de París aportó lecciones fundamentales para las generaciones siguientes de la clase obrera, lecciones que les permitieron lanzarse a la Revolución Rusa de 1917. Los luchadores de la Comuna de París, caídos bajo la metralla del Capital, no habrán derramado su sangre en vano si, en sus combates futuros, la clase obrera es capaz de inspirarse de su ejemplo para derrocar al capitalismo. “El París de los obreros, con su Comuna, será eternamente ensalzado como heraldo glorioso de una nueva sociedad. Sus mártires tienen su santuario en el gran corazón de la clase obrera. Y a sus exterminadores la historia los ha clavado ya en una picota eterna, de la que no lograrán redimirlos todas las preces de su clerigalla” (Karl Marx, La Guerra civil en Francia).
1. La resolución adoptada por el precedente Congreso de la CCI ponía de entrada en evidencia, cómo la realidad asestaba un duro golpe y desmentía rotundamente las previsiones optimistas de los dirigentes de la clase burguesa a principios de la última década del siglo XX, particularmente tras el hundimiento de ese “Imperio del mal” constituido por el bloque imperialista supuestamente socialista. Citaba la declaración, ahora famosa, del presidente George Bush padre de marzo de 1991, anunciando el nacimiento de un “Nuevo Orden Mundial” basado en el “respecto del derecho internacional” y ponía en evidencia su carácter surrealista de frente al caos creciente en el que se está hundiendo hoy la sociedad capitalista. Veinte años después de ese “profético” discurso, y particularmente desde principios de esta nueva década, el mundo ha dado una imagen de caos como jamás la había dado desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Con unas semanas de intervalo, hemos asistido a una nueva guerra en Libia que se ha añadido a todos los conflictos sangrientos que han tocado el planeta durante el último periodo, hemos asistido a nuevas masacres en Costa de Marfil y también a la tragedia que ha afectado a Japón, uno de los países más potentes y modernos del mundo. El terremoto que asoló parte de ese país puso en evidencia, una vez más, que no existen “catástrofes naturales” sino consecuencias catastróficas a fenómenos naturales. Mostró que la sociedad dispone hoy de medios para construir edificios que resisten a los sismos y que permitirían evitar tragedias como la de Haití el año pasado, pero mostró también la falta de previsión de la que es capaz un Estado tan avanzado como Japón. En sí mismo, el sismo hizo pocas víctimas, pero el tsunami que lo siguió mató unas 30.000 personas en unos minutos. Más aun, al provocar un nuevo Chernobil, puso en evidencia no sólo la falta de previsión de la clase dominante, sino también su enfoque de aprendiz de brujo, incapaz de dominar las fuerzas que pone en movimiento. La empresa Tepco, que explota la central atómica de Fukushima, no es la primera, y menos aún, la única responsable de la catástrofe. Es el sistema capitalista en su conjunto –basado en la búsqueda desenfrenada de la ganancia, así como en la competencia entre sectores nacionales, y no sobre la satisfacción de las necesidades de la humanidad– el que es el responsable fundamental de las catástrofes presentes y futuras sufridas por la especie humana. A fin de cuentas, “el Chernobil japonés” es una nueva ilustración de la quiebra definitiva del modo de producción capitalista, cuya sobrevivencia es una amenaza creciente para la sobrevivencia de la misma humanidad.
2. Es evidentemente la crisis actual del capitalismo mundial la que expresa más directamente la quiebra histórica de este modo de producción. Hace dos años, la burguesía de todos los países fue invadida por un tremendo pánico ante la gravedad de la situación económica. La OCDE no vacilaba en escribir: “La economía mundial está presa de la recesión más profunda y sincronizada desde décadas” (Informe intermediario de marzo del 2009). Cuando se sabe con qué moderación se expresa habitualmente esta venerable institución, uno puede hacerse una idea del pavor sentido por la clase dominante frente a la quiebra potencial del sistema financiero internacional, la caída brutal del comercio mundial (más de 13 % en 2009), la brutalidad de la recesión de las principales economías, la oleada de quiebras que golpea o amenaza a empresas emblemáticas de la industria tales como General Motors o Chrysler. Ese pavor de la burguesía la condujo a convocar cumbres del G20, como la de marzo del 2009 en Londres, que decidió, en particular, duplicar las reservas del Fondo Monetario Internacional, y la inyección masiva de dinero por parte de los Estados en la economía, para salvar un sistema bancario moribundo y relanzar así, la producción. El fantasma de la “Gran Depresión de los años 30” aparecía en las mentes, lo que llevaba al mismo OCDE a conjurar esos demonios escribiendo: “A pesar de que se haya calificado a veces esta severa recesión mundial de “gran recesión”, estamos muy lejos de una nueva “gran depresión”, como la de los años 30, gracias a la calidad y la intensidad de las medidas que los gobiernos toman actualmente” (ídem). Pero como decía la resolución del XVIII Congreso de la CCI, “lo propio de los discursos de la clase dominante hoy, es olvidarse de sus discursos de ayer”, y el mismo informe intermediario de la OCDE de la primavera del 2011 expresa un verdadero alivio con la restauración de la situación del sistema bancario y la reanudación económica. La clase dominante no puede hacer otra cosa. Incapaz de dotarse de una visión lúcida, de conjunto e histórica, de las dificultades de su sistema –puesto que esa visión la conduciría a descubrir el callejón sin salida definitivo en el que éste está metido– no puede sino comentar día a día las fluctuaciones de la situación inmediata intentando encontrar en ésta motivos de consuelo. Entretanto, está obligada a subestimar, a pesar que de cuando en cuando los medios masivos de información adoptan un tono algo alarmista sobre el tema, el significado del fenómeno mayor que ha salido a la luz desde hace dos años: la crisis de la deuda soberana de varios Estados europeos. De hecho, esta quiebra potencial de un número creciente de Estados, es una nueva etapa en el hundimiento del capitalismo en su crisis insalvable. Ésta pone de relieve los límites de las políticas con las cuales la burguesía logró frenar la evolución de la crisis capitalista durante varias décadas.
3. Son ahora más de cuarenta años que el capitalismo está confrontado a la crisis. Mayo del 68 en Francia y el conjunto de luchas proletarias que siguieron internacionalmente, no alcanzaron semejante amplitud sino porque estaban alimentadas por una agravación mundial de las condiciones de vida de la clase obrera, agravación resultante de los primeros perjuicios de la crisis capitalista, en particular, el aumento del desempleo. Esta crisis conoció una brutal aceleración en 1973-75 con la primera gran recesión internacional de posguerra. Desde entonces, nuevas recesiones, siempre más profundas y ampliadas, golpearon a la economía mundial hasta culminar con la del 2008-09 que rememoró en las mentes el fantasma de los años 30. Las medidas adoptadas por el G20 de marzo del 2009 para evitar una “Gran Depresión”, son significativas de la política de la clase dominante desde hace varias décadas: se pueden resumir en la inyección de masas considerables de créditos en las economías. Tales medidas no son nuevas. De hecho, desde hace más de 35 años, están en el corazón mismo de las políticas llevadas por la clase dominante para intentar escapar a la principal contradicción del modo de producción capitalista: su incapacidad para encontrar mercados solventes capaces de absorber su producción. La recesión de 1973-75 fue sobrepasada por los créditos masivos dedicados a los países del Tercer Mundo pero, desde principios de los años 80, con la crisis de la deuda de esos países, la burguesía de los países más desarrollados tuvo que renunciar a ese pulmón de su economía. Fueron entonces los Estados de los países más avanzados, y en primer lugar el de los Estados Unidos, que tomaron el relevo como “locomotoras” de la economía mundial. Los “reaganomics” (política neoliberal de la administración Reagan) de principios de los años 80, que habían permitido un relanzamiento significativo de la economía de ese país, se basaban en una erosión inédita y considerable de los déficits presupuestarios mientras que Ronald Reagan afirmaba que “el Estado no era la solución, sino el problema”. Al mismo tiempo, los déficits comerciales igualmente considerables de esa potencia, permitían que las mercancías producidas por otros países encontraran salidas. Durante los años 90, los “tigres” y “dragones” asiáticos (Singapur, Taiwán, Corea del Sur, etc.) acompañaron por un tiempo a los Estados Unidos en ese papel de “locomotora”: su tasa de crecimiento espectacular los convertía en destino importante para las mercancías de los países más industrializados. Pero esta “historia exitosa” se fabricó al precio de un endeudamiento considerable que condujo a esos países a mayores convulsiones en 1997 de la misma manera que la Rusia “nueva” y “democrática”, que estuvo en suspensión de pagos, decepcionó cruelmente a los que habían apostado sobre “el fin del comunismo” para relanzar durablemente la economía mundial. A principios de los años 2000, el endeudamiento conoció una nueva aceleración, en particular gracias al desarrollo asombroso de los préstamos hipotecarios a la construcción en varios países, en particular en Estados Unidos. Entonces este país acentuó su papel de “locomotora de la economía mundial” pero al precio de un crecimiento abismal de las deudas –particularmente en la población norteamericana– basadas sobre todo tipo de “productos financieros” supuestamente considerados para prevenir contra los riesgos de cese de pagos. En realidad, la dispersión de los créditos dudosos no suprimió en nada el carácter de espada de Damocles suspendida encima de la economía norteamericana y mundial. Muy por el contrario, esa dispersión no hizo sino acumular “activos tóxicos” en el capital de los bancos que estuvieron en el origen del hundimiento de éstos a partir del 2007 y estuvieron en el origen de la brutal recesión mundial de 2008-2009.
4. Así, como lo decía la resolución adoptada por el precedente congreso de la CCI, “no es pues la crisis financiera lo que ha originado la recesión actual. Muy al contrario, lo que hace la crisis financiera es ilustrar que la huida hacia el endeudamiento, que permitió superar la sobreproducción, no puede proseguir eternamente. Tarde o temprano, la “economía real” se desquita; es decir, que lo que está en la base de las contradicciones del capitalismo –la sobreproducción, la incapacidad de los mercados de absorber la totalidad de las mercancías fabricadas– vuelve a la escena.” Y esta misma resolución precisaba, tras la cumbre del G20 de marzo del 2009, que: “la huida ciega en la deuda es uno de los ingredientes de la brutalidad de la recesión actual. La única “solución” que la burguesía es capaz de instaurar es... una nueva huida ciega en el endeudamiento. El G20 no ha podido inventar una solución a la crisis por la sencilla razón de que ésta no tiene solución.”
La crisis de las deudas soberanas que se está propagando hoy, el que los Estados sean incapaces de saldar sus deudas, constituye una ilustración espectacular de esa realidad. La quiebra potencial del sistema bancario y la recesión, obligaron a todos los Estados a inyectar sumas considerables en su economía mientras que las ganancias estaban en caída libre debido al retroceso de la producción. Por eso, los déficits públicos conocieron, en la mayoría de los países, un aumento considerable. Para los más expuestos de entre ellos, como Irlanda, Grecia o Portugal, esto significó una situación de quiebra potencial; la incapacidad de pagar a sus funcionarios y de rembolsar sus deudas. Los bancos ahora se niegan a concederles nuevos préstamos si no son a tasas exorbitantes, ya que no tienen ninguna garantía de que les sean rembolsados. Los “planes de salvación”, por parte de la Banca Europea y del Fondo Monetario Internacional, no son sino nuevas deudas cuyo rembolso se añade al de las deudas precedentes. Es algo más que un círculo vicioso; es una espiral infernal. La única “eficacia” de esos planes está en el ataque sin precedentes contra los trabajadores que éstos representan; contra los funcionarios cuyos sueldos y efectivo son drásticamente reducidos, pero también contra el conjunto de la clase obrera por intermedio de recortes tremendos en la educación, la salud y las pensiones de jubilación así como por aumentos mayores de los impuestos. Pero todos esos ataques anti-obreros, al reducir masivamente el poder de compra de los trabajadores, no podrán sino ser una contribución suplementaria para una nueva recesión.
5. La crisis de la deuda soberana de los PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia, España) no es sino una parte ínfima del sismo que amenaza la economía mundial. No es porque se benefician todavía, por el momento, de la nota AAA en el índice de confianza de las agencias de notación (esas mismas agencias que, hasta la víspera de la desbandada de los bancos en el 2008, les habían dado la nota máxima), que están mucho mejor las grandes potencias industriales. A finales de abril del 2011, la agencia Standard and Poor’s emitía una opinión negativa con respecto a la perspectiva de un Quantitative Easing no 3, o sea un tercer plan de relanzamiento del Estado federal norteamericano destinado a apoyar la economía. En otras palabras, la primera potencia mundial corre el riesgo de ver retirar la confianza “oficial” en cuanto a su capacidad a rembolsar sus deudas, si no es con un dólar fuertemente devaluado. De hecho, de forma oficiosa, esa confianza empieza a fallar con la decisión de China y Japón, desde el otoño pasado, de comprar masivamente oro y demás materias primas en lugar de bonos del Tesoro americano, lo que obliga hoy al Banco Federal Americano a comprar entre el 70 y 90 % de su emisión. Y ésta pérdida de confianza se justifica perfectamente cuando se constata el increíble nivel de endeudamiento de la economía norteamericana: en enero del 2010, el endeudamiento público (Estado federal, Estados, municipios, etc.) representa cerca del 100 % del PIB, lo que no es sino una parte del endeudamiento total del país (que comprende también las deudas de las familias y de las empresas no financieras) que alcanza un 300 % del PIB. Y la situación no es mejor para los demás grandes países en que la deuda total representa, en la misma fecha, importes del 280 % del PIB para Alemania, 320 % para Francia, 470 % para el Reino Unido y Japón. En este país, la deuda pública sola alcanza un 200 % del PIB. Y desde entonces, para todos los países, la situación no ha hecho sino agravarse con los diversos planes de relanzamiento.
Así, la quiebra de los PIIGS no es sino la punta saliente de la quiebra de una economía mundial que no puede sobrevivir, desde hace décadas, mas que por una huida desesperada en el endeudamiento. Los Estados que disponen de su propia moneda como el Reino-Unido, Japón y evidentemente los Estados Unidos, pudieron enmascarar esa quiebra haciendo funcionar la máquina de hacer billetes a todo vapor (contrariamente a los de la zona Euro, como Grecia, Irlanda o Portugal, que no disponen de semejante posibilidad). Pero ese trampeo permanente de los Estados, que se han convertido en verdaderos falsificadores tras su jefe de banda que es el Estado norteamericano, no podrá proseguir indefinidamente del mismo modo; así como no pudieron proseguirse las trampas al sistema financiero, como lo demostró su crisis en el 2008, que casi lo hizo estallar. Una de las manifestaciones visibles de esta realidad está en la aceleración actual de la inflación mundial. Al volcarse de la esfera de los bancos a la de los Estados, la crisis del endeudamiento no hace sino marcar la entrada del modo de producción capitalista en una nueva fase de su crisis aguda en la que se van a agravar, aún más considerablemente, la violencia y la extensión de sus convulsiones. No hay “salida del túnel” para el capitalismo. Este sistema no puede sino arrastrar a la sociedad hacia una barbarie siempre creciente.
6. La guerra imperialista sigue siendo la mayor manifestación de la barbarie hacia la que el capitalismo decadente está precipitando a la sociedad humana. La trágica historia del siglo xx constituye la manifestación más evidente: frente al callejón sin salida histórico en el que está su modo de producción, frente a la exacerbación de las rivalidades comerciales entre los Estados, la clase dominante está conducida a una huida ciega hacia las políticas guerreras, hacia los enfrentamientos militares.
Para la mayor parte de los historiadores, incluso para los que no se reivindican del marxismo, queda claro que la Segunda Guerra Mundial es hija de la Gran Depresión de los años 30. Del mismo modo, la agravación de las tensiones imperialistas a finales de los años 70 y principios de los 80, entre los dos bloques de entonces, el norteamericano y el ruso (invasión de Afganistán por la URSS en el 79, cruzada contra el Imperio del Mal de la administración Reagan), provenían en gran parte de la vuelta de la crisis abierta de la economía a finales de los 60. Sin embargo, la historia ha mostrado que ese lazo entre agravación de los enfrentamientos imperialistas y crisis económica del capitalismo no es directo o inmediato. La intensificación de la Guerra Fría se saldó finalmente por la victoria del bloque occidental y la implosión del bloque adverso, lo que a su vez generó la propia disgregación del primero. Aunque escapaba de la amenaza de una nueva guerra generalizada que podría haber desembocado en la desaparición de la especie humana, el mundo no ha podido salvarse del estallido de tensiones y enfrentamientos militares: el fin de los bloques rivales ha significado el fin de la disciplina que lograban imponer en sus territorios respectivos. Desde entonces, la arena imperialista planetaria está dominada por el intento de la primera potencia mundial de mantener su liderazgo en el mundo, y en primer lugar, mantener su liderazgo sobre sus antiguos aliados. En 1991, la primera guerra del Golfo ya había puesto en evidencia ese objetivo, pero la historia de los 90, particularmente la guerra en Yugoslavia, ha mostrado la quiebra de esa ambición. La “guerra contra el terrorismo mundial”, declarada por los Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre del 2001, pretendía ser un nuevo intento para reafirmar su liderazgo, pero su hundimiento en Afganistán e Irak ha subrayado una vez más su incapacidad para lograrlo.
7. Esos fracasos de Estados Unidos no han desanimado a esta potencia para proseguir la política ofensiva que lleva desde principios de los 90 y que la convierte en el principal factor de inestabilidad de la escena mundial. Como decía la resolución del precedente congreso: “Ante esta situación, lo único que podrán hacer Obama y su administración es proseguir la política belicista de sus predecesores… Obama previó retirar las fuerzas norteamericanas de Irak, pero ha sido para reforzar su alistamiento en Afganistán y en Pakistán”. Es lo que ha sido ilustrado recientemente con la ejecución de Bin Laden por un comando norteamericano en territorio pakistaní. Es evidente que esa operación heroica tiene una vocación electoral a un año y medio de las elecciones norteamericanas. Desarma particularmente las críticas de los republicanos que reprochan a Obama su indolencia en la afirmación de la preeminencia de Estados Unidos en el plano militar; críticas que se radicalizaron con la intervención en Libia en donde el liderazgo de la operación había sido dejado a la coalición franco-británica. También significa que tras haber hecho desempeñar a Bin Laden el papel del “malo” de la historia durante 10 años, ya era tiempo de liquidarlo so pena de pasar por ser unos impotentes. Eso permitió también a la potencia norteamericana probar que ella era la única que tenía los medios militares, tecnológicos y logísticos para lograr ese tipo de operación, precisamente en el momento en que Francia y el Reino Unido tenían dificultades para llevar a cabo su operación anti-Gadafi. Mostraba al mundo que no vacilaría en violar la “soberanía nacional” de un “aliado”; que estaba dispuesta a establecer las reglas del juego en cualquier sitio donde lo considerase necesario. En fin, lograba obligar a la mayor parte de los gobiernos del mundo a saludar, a menudo de mala gana, el valor de esa proeza.
8. Dicho esto, el efecto logrado por Obama en Pakistán no le permitirá estabilizar la situación en la región, en particular en el mismo Pakistán en donde el desaire sufrido en el “orgullo nacional” puede atizar los antiguos conflictos entre diversos sectores de la burguesía y del aparato estatal. La muerte de Bin Laden tampoco permitirá a Estados Unidos, ni a otros países comprometidos en Afganistán, tomar el control del país y asegurar la autoridad de un gobierno Karzaï, totalmente minado por la corrupción y el tribalismo. Más generalmente, no permitirá, de ningún modo, poner un freno a las tendencias al “cada uno para sí” y a la contestación de la autoridad de la primera potencia mundial tal como sigue manifestándose, como se ha podido ver recientemente con la constitución de una serie de alianzas puntuales sorprendentes: acercamiento entre Turquía e Irán, alianza entre Brasil y Venezuela (estratégica y anti-EUA), entre India e Israel (militar y ruptura de aislamiento), entre China y Arabia Saudita (militar y estratégica), etcétera. En particular, no podría desanimar a China para hacer prevalecer sus ambiciones imperialistas que le permiten su estatuto reciente de gran potencia industrial. Es claro que ese país, a pesar de su importancia demográfica y económica, no tiene, absolutamente, los medios militares o tecnológicos, y no está cerca de tenerlos, para constituirse como una nueva cabeza de bloque. Sin embargo, tiene los medios de perturbar, aún más, las ambiciones norteamericanas –ya sea en África, en Irán, en Corea del Norte, o en Birmania– y aportar su piedra a la inestabilidad creciente que caracteriza a las relaciones imperialistas. El “nuevo orden mundial” previsto hace diez años por Georges Bush padre, y que éste soñaba bajo la égida de Estados Unidos, no puede sino presentarse cada vez más como un “caos mundial”, un caos que las convulsiones de la economía capitalista agravaran aún más.
9. Frente al caos que está afectando la sociedad burguesa en todos los planos –económico, guerrero y también medioambiental, como lo acabamos de ver en Japón– sólo el proletariado puede aportar una solución, SU solución: la revolución comunista. La crisis insoluble de la economía capitalista, las convulsiones cada vez mayores que va a conocer, constituyen condiciones objetivas para ésta. Por un lado, porque obliga a la clase obrera a desarrollar sus luchas de forma creciente frente a los ataques dramáticos que va a sufrir por parte de la clase explotadora. Por otro lado, permitiéndole comprender que esas luchas toman todo su significado como momentos de preparación de su enfrentamiento decisivo con un modo de producción –el capitalismo– condenado por la historia para ser sustituido por otro nuevo.
Sin embargo, como decía la resolución del precedente Congreso internacional: “El camino que conduce a los combates revolucionarios y al derrocamiento del capitalismo es todavía largo y difícil. (…) Para que la conciencia de la posibilidad de la revolución comunista pueda ganar un terreno significativo al seno de la clase obrera, es necesario que ésta pueda tomar confianza en sus propias fuerzas, y eso pasa por el desarrollo de sus luchas masivas”. De forma mucho más inmediata, la resolución precisaba que: “la forma principal que toma hoy este ataque, el de los despidos masivos, no favorece, en un primer tiempo, la emergencia de tales movimientos. (…) En una segunda etapa, cuando la clase trabajadora sea capaz de resistir a los chantajes de la burguesía, cuando se imponga la idea de que sólo la lucha unida y solidaria puede frenar la brutalidad de los ataques de la clase dominante, sobre todo cuando ésta intente hacer pagar a todos los trabajadores los colosales déficits presupuestarios que ya se están acumulando a causa de los planes de salvamento de los bancos y del “relanzamiento” de la economía, será entonces cuando combates obreros de gran amplitud podrán desarrollarse mucho más.”
10. Los dos años que nos separan del congreso precedente han confirmado ampliamente esta previsión. Ese período no ha conocido luchas de amplitud contra los despidos masivos y contra el auge sin precedentes del desempleo sufrido por la clase obrera en los países más desarrollados. En contrapartida, es a partir de los ataques hechos directamente por los gobiernos al aplicar planes “de saneamiento de las cuentas públicas” que empezaron a desarrollarse luchas significativas. Esta respuesta es aún muy tímida, particularmente ahí donde esos planes de austeridad han tomado las formas más violentas: países como Grecia o España, por ejemplo, en donde, por tanto, la clase obrera había mostrado, en un pasado reciente, una combatividad relativamente importante. De cierta forma, parece que la misma brutalidad de los ataques provoca un sentimiento de impotencia en las filas obreras, tanto más que son aplicados por gobiernos “de izquierda”. Paradójicamente, es ahí en donde los ataques parecen ser los menos violentos, en Francia por ejemplo, que la combatividad obrera se ha expresado lo más masivamente con el movimiento contra la reforma de las jubilaciones del otoño del 2010.
11. Al mismo tiempo, los movimientos más masivos que se han conocido en el curso del último período no vinieron de los países más industrializados, sino de países de la periferia del capitalismo, principalmente de varios países del mundo árabe y más precisamente de Túnez y Egipto en donde, finalmente, tras haber intentado acallarlos por una represión feroz, la burguesía ha tenido que despedir a los dictadores reinantes. Esos movimientos no eran luchas obreras clásicas como las que esos países ya habían conocido recientemente (por ejemplo las luchas en Gafsa, Túnez 2008, o las huelgas masivas en la industria textil en Egipto, durante el otoño de 2007, que encontraron la solidaridad activa por parte de muchos otros sectores). Esos movimientos han tomado a menudo la forma de revueltas sociales en las que se encontraban asociados todo tipo de sectores de la sociedad: trabajadores del sector público y del privado, desempleados, pero también pequeños comerciantes, artesanos, profesionistas liberales, la juventud escolarizada, etcétera. Es por eso que el proletariado, la mayor parte del tiempo, no apareció directamente identificado, (como de forma distinta lo estuvo, por ejemplo, en las huelgas en Egipto al terminarse las revueltas), menos aún asumiendo el papel de fuerza dirigente. Sin embargo, al origen de esos movimientos (lo que se reflejaba en muchas de las reivindicaciones planteadas) se encuentran fundamentalmente las mismas causas que están al origen de las luchas obreras en los demás países: la considerable agravación de la crisis, la miseria creciente que ella provoca en el conjunto de la población no explotadora. Y si, en general, el proletariado no apareció directamente como clase en esos movimientos, su huella estaba presente en los países en los que tiene una importancia significativa, en particular por la profunda solidaridad que manifestó durante las revueltas, por su capacidad de evitar lanzarse a actos de violencia ciega y desesperada a pesar de la terrible represión que tuvieron que enfrentar. A final de cuentas, si la burguesía en Túnez y en Egipto resolvió finalmente –siguiendo los buenos consejos de la burguesía norteamericana– despedir a los viejos dictadores, fue, en gran parte, debido a la presencia de la clase obrera en esos movimientos. Una de las pruebas, en negativo, de esa realidad, está en la salida que tuvieron los movimientos en Libia: no se logró el derrumbe del viejo dictador Gadafi, sino el enfrentamiento militar entre fracciones burguesas en el que los explotados son enrolados como carne de cañón. En ese país, una gran parte de la clase obrera estaba compuesta de trabajadores inmigrados (egipcios, tunecinos, chinos, subsaharianos, bengalíes) cuya reacción principal fue huir de la represión que se desencadenó ferozmente desde los primeros días.
12. La salida guerrera del movimiento en Libia, con la participación de los países de la OTAN, ha permitido a la burguesía promover campañas de mistificación en dirección de los obreros de los países avanzados cuya reacción espontánea fue de sentirse solidarios con los manifestantes de Túnez y el Cairo, saludando su valentía y determinación. En particular, la presencia masiva de las jóvenes generaciones en el movimiento, particularmente de la juventud escolarizada cuyo porvenir está hecho de desempleo y de miseria, hacía eco a los recientes movimientos que animaron a los estudiantes en varios países europeos en el periodo reciente: movimiento contra el CPE en Francia en la primavera del 2006, revueltas y huelgas en Grecia a finales del 2008, manifestaciones y huelgas de los desempleados y estudiantes en Gran Bretaña a finales del 2010, los movimientos estudiantiles en Italia en 2008 y en Estados Unidos en 2010, etc.). Esas campañas burguesas para desnaturalizar, ante los ojos de los obreros de otros países, el significado de las revueltas en Túnez y en Egipto, han sido evidentemente facilitadas por las ilusiones que siguen pesando fuertemente sobre la clase obrera de esos países: las ilusiones nacionalistas, democráticas y sindicalistas en particular, como fue el caso en el 80-81 con la lucha del proletariado polaco.
13. Ese movimiento de hace 30 años permitió a la CCI poner en evidencia su análisis crítico de la teoría de los “eslabones débiles” desarrollada en particular por Lenin al momento de la revolución en Rusia. La CCI puso en evidencia, basándose en las posiciones elaboradas por Marx y Engels, que será de los países centrales del capitalismo, y particularmente de los viejos países industriales de Europa, que vendrá la señal de la revolución proletaria mundial, debido a la concentración del proletariado de esos países y más aún debido a su experiencia histórica, que le dan las mejores armas para acabar deshaciendo las trampas ideológicas más sofisticadas elaboradas desde hace mucho tiempo por la burguesía. Así, una de las etapas fundamentales del movimiento de la clase obrera mundial en el porvenir está constituida no sólo por el desarrollo de las luchas masivas en los países centrales de Europa occidental, sino también por su capacidad para desmontar las trampas democrática y sindical, particularmente por la toma en manos de las luchas por los mismos trabajadores. Esos movimientos serán el faro para la clase obrera mundial, incluyendo la clase obrera de la principal potencia capitalista, Estados Unidos, cuyo hundimiento en la miseria creciente, una miseria que ya afecta a decenas de millones de trabajadores, va a transformar el “sueño americano” en verdadera pesadilla.
CCI (mayo del 2011)
No hubo recuperación verdadera del capitalismo mundial tras la devastación de la Primera Guerra mundial. La mayoría de las economías de Europa se estancaron, incapaces de resolver los problemas planteados por la ruptura resultante de la guerra y la revolución, por la existencia de unas fábricas vetustas y un desempleo masivo.
No hubo recuperación verdadera del capitalismo mundial tras la devastación de la Primera Guerra mundial. La mayoría de las economías de Europa se estancaron, incapaces de resolver los problemas planteados por la ruptura resultante de la guerra y la revolución, por la existencia de unas fábricas vetustas y un desempleo masivo. La difícil situación de la economía británica, que había sido la más poderosa, es típica de aquel contexto cuando en 1926 tiene que recurrir a bajas de salarios para intentar recuperar en vano su ventaja en la competencia del mercado mundial. El resultado fue una huelga de diez días en solidaridad con los mineros cuyos salarios y condiciones de vida eran el objetivo principal del ataque. El único verdadero boom se produjo en Estados Unidos, país que, a la vez, se benefició de las dificultades de sus antiguos rivales y del desarrollo acelerado de la producción en serie, cuyo símbolo eran las cadenas de montaje de Detroit donde se producía el Ford T. La coronación de Estados Unidos como primera potencia económica mundial permitió además sacar a la economía alemana del marasmo gracias a la inyección de préstamos masivos. Pero todo el ruido que se hizo en torno a los “rugientes años 20” ([1]) en EEUU y otros países, no pudo ocultar que aquel relanzamiento no se basó en ninguna ampliación sustancial del mercado mundial, muy al contrario de lo ocurrido durante las últimas décadas del siglo XIX. El boom, ya en gran parte alimentado por la especulación y las deudas impagables, preparó el terreno a la crisis de sobreproducción que estalló en 1929 y que sumió rápidamente a la economía mundial en la mayor y más profunda depresión nunca antes conocida (ver el primer artículo de esta serie, en la Revista Internacional no 132).
No se trataba de un retorno al ciclo “expansión-recesión” del siglo XIX, sino de una enfermedad totalmente nueva: la primera gran crisis económica de una nueva era en la vida del capitalismo. Era una confirmación de la conclusión a la había llegado la mayoría de los revolucionarios en respuesta a la guerra de 1914: el modo de producción burgués se había vuelto caduco, se había vuelto un sistema decadente. Casi todas las expresiones políticas de la clase obrera interpretaron la Gran Depresión de los años 1930 como una nueva confirmación de ese diagnostico. A esto se añadió la evidencia de que durante los años anteriores a 1929 no se había producido ninguna recuperación económica espontánea y de que la crisis empujaba el sistema hacia un segundo reparto imperialista del mundo.
Esta nueva crisis, en cambio, no provocó una nueva oleada de luchas revolucionarias, a pesar de los movimientos de clase importantes ocurridos en varios países. La clase obrera había sufrido una derrota histórica tras los intentos revolucionarios en Alemania, Hungría, Italia y otros países, y tras la espantosa derrota y muerte de la revolución en Rusia. Con el triunfo del estalinismo en los partidos comunistas, las corrientes revolucionarias que pudieron sobrevivir quedaron reducidas a pequeñas minorías empeñadas en esclarecer las razones de semejante derrota e incapaces de ejercer una influencia significativa en la clase obrera. Pero eso sí, comprender la trayectoria histórica de la crisis del capitalismo fue un factor de la primera importancia para guiar a esos grupos durante aquellos años tan sombríos.
La corriente de Oposición de Izquierda formada en torno a Trotski, agrupada en una nueva Internacional, la Cuarta, editó su programa en 1938, con el título La agonía del capitalismo y las tareas de la Cuarta Internacional. En continuidad con la Tercera Internacional, afirmaba que el capitalismo había entrado en una decadencia irremediable.
“La premisa económica de la revolución proletaria ha llegado hace mucho tiempo al punto más alto que le sea dado alcanzar bajo el capitalismo. Las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer (…) Las charlatanerías de toda especie según las cuales las condiciones históricas no estarían todavía “maduras” para el socialismo no son sino el producto de la ignorancia o de un engaño consciente. Las condiciones objetivas de la revolución proletaria no sólo están maduras sino que han empezado a descomponerse” ([2]).
No es éste el lugar para hacer una crítica detallada del Programa de transición, nombre con el que se conoce ese texto. A pesar de su punto de partida marxista, ese texto da una visión de la relación entre condiciones objetivas y subjetivas que acaba cayendo a la vez en el materialismo vulgar y en el idealismo: por un lado, tiende a presentar la decadencia del sistema como un colapso total y absoluto de las fuerzas productivas; por otro, considera que una vez que se ha llegado a ese atolladero objetivo, lo único que falta es una dirección política correcta al proletariado para transformar la crisis en revolución. Y así, la introducción del documento afirma que “la crisis histórica de la humanidad se reduce a la dirección revolucionaria”. De ahí viene la tentativa voluntarista de crear una nueva Internacional en un período de contrarrevolución. Para Trotski, la derrota del proletariado es precisamente lo que hace necesaria la proclamación de la nueva Internacional: “Los escépticos preguntan: ¿Pero ha llegado el momento de crear una nueva Internacional? Es imposible, dicen, crear “artificialmente” una Internacional. Sólo pueden hacerla surgir los grandes acontecimientos, etc. (…) La Cuarta Internacional ya ha surgido de grandes acontecimientos; de las más grandes derrotas que el proletariado ha registrado en la historia”.
Razonando así, el nivel de conciencia de clase del proletariado y su capacidad para afirmarse como fuerza independiente quedan más o menos relegados a un papel marginal. Este enfoque tiene que ver con el contenido semirreformista y capitalista de Estado de muchas reivindicaciones transitorias del programa, pues a éstas no se las considera tanto como verdaderas soluciones al colapso de las fuerzas productivas, sino, más bien, como medios sofisticados para extraer al proletariado de la prisión en que lo tiene encerrado su corrupta dirección del momento, y guiarlo así hacia la buena dirección política. El programa de transición se estableció así basado en una separación total entre el análisis de la decadencia del capitalismo y sus consecuencias programáticas.
Los anarquistas suelen estar en desacuerdo con los marxistas sobre la insistencia de éstos en fundamentar las perspectivas de la revolución en las condiciones objetivas alcanzadas por el desarrollo capitalista. En el siglo XIX, época del capitalismo ascendente, anarquistas como Bakunin defendían la idea de que el levantamiento de las masas era posible en todo momento y acusaban a los marxistas de posponer la lucha revolucionaria a un futuro lejano. Por eso, durante la época que siguió a la Primera Guerra mundial, hubo pocos intentos por parte de las corrientes anarquistas para sacar las consecuencias de la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, puesto que, para la mayoría de ellos, nada había cambiado fundamentalmente. Sin embargo, la amplitud de la crisis económica de los años 1930 convenció a algunos de los mejores de ellos de que el capitalismo había llegado a su época de declive. El anarquista ruso exiliado G. Maximov, en Mi credo social, editado en 1933, afirma que: “ese proceso de declive empezó inmediatamente después de la Primera Guerra mundial, con la forma de unas crisis económicas cada vez más importantes y agudas, que durante años han estallado simultáneamente en los países vencedores y vencidos. En el momento de escribir este texto (1933-1934), una verdadera crisis mundial del sistema afecta a casi todos los países. Su carácter prolongado y su alcance universal no pueden explicarse ni mucho menos con la teoría de las crisis políticas periódicas” ([3]).
Y prosigue mostrando cómo los esfuerzos del capitalismo para salir de la crisis mediante medidas proteccionistas, bajas de salarios o la planificación estatal no hacen sino aumentar las contradicciones del sistema: “el capitalismo, que hizo nacer una plaga social, no puede deshacerse de su propia progenitura maléfica sin matarse a sí mismo. El desarrollo lógico de esa tendencia debe desembocar inevitablemente en el dilema siguiente: o se produce una desintegración total de la sociedad, o se llega a la abolición del capitalismo y se crea un nuevo sistema social más progresista. La forma moderna de organización social ha seguido su curso, demostrando, hoy mismo, que es a la vez un obstáculo al progreso de la humanidad y un factor de ruina social. Ese sistema caduco debe arrinconarse en el museo de reliquias de la evolución social” ([4]).
Cierto que en este texto, Maximov “suena” a muy marxista, como también cuando afirma que la incapacidad del capitalismo para extenderse impedirá que la crisis pueda resolverse de la misma manera que en épocas anteriores: “En el pasado, el capitalismo habría evitado la crisis mortal mediante los mercados coloniales y los de las naciones agrarias. Hoy, la mayoría de las colonias mismas compiten con los países metropolitanos en el mercado mundial, a la vez que las tierras agrícolas están industrializándose intensivamente” ([5]).
Y se observa la misma clarividencia sobre las características del nuevo período en los escritos del grupo británico Federación Comunista Antiparlamentaria (APCF), en la que la influencia de los marxistas de la Izquierda comunista germano-holandesa fue mucho más directa ([6]).
Lo dicho antes no es causal: fue la Izquierda comunista la más rigurosa en el análisis del significado histórico de la depresión económica como expresión de la decadencia del capitalismo y en los intentos para identificar las raíces de la crisis mediante la teoría marxista de la acumulación. Especialmente las fracciones italiana y belga de la Izquierda comunista basaron siempre sus posiciones programáticas en que la crisis del capitalismo era histórica y no sólo cíclica: por ejemplo, el rechazo de las luchas nacionales y de las reivindicaciones democráticas, que diferenció claramente a esa corriente del trotskismo, se basaba no en un sectarismo abstracto, sino en el cambio en las condiciones del capitalismo mundial que volvió caducos esos aspectos del programa del proletariado. Esa búsqueda de coherencia incitó a los camaradas de la Izquierda italiana y belga a lanzarse a un estudio profundizado de la dinámica interna de la crisis capitalista. Inspirado además en la traducción reciente al francés de La acumulación del capital de Rosa Luxemburg, ese estudio desembocó en unos artículos firmados por “Mitchell”: “Crisis y ciclos en le economía del capitalismo agonizante”, publicados en 1934 en los números 10 y 11 de Bilan ([7]).
Los artículos de Mitchell vuelven a Marx, examinan la naturaleza del valor y de la mercancía, el proceso de la explotación del trabajo y las condiciones fundamentales del sistema capitalista, que residen en la producción de la plusvalía misma. Para Mitchell, había una clara continuidad entre Marx y Rosa Luxemburg en el reconocimiento de que era imposible que toda la plusvalía pudiera obtenerse gracias al consumo de los trabajadores y de los capitalistas. Sobre los esquemas de la reproducción de Marx, que fueron el centro de la polémica que estalló tras la publicación del libro de Rosa Luxemburg, Mitchell escribió lo siguiente:
“… si Marx, en sus esquemas de la reproducción ampliada, emitió la hipótesis de una sociedad enteramente capitalista en la que sólo se opondrían capitalistas y proletarios fue, nos parece, para poder así demostrar lo absurdo de una producción capitalista que llegaría un día a equilibrarse y armonizarse con las necesidades de la humanidad. Eso significaría que la plusvalía acumulable, gracias a la ampliación de la producción, podría realizarse directamente, por una parte, mediante la compra de nuevos medios de producción necesarios, y, por otro, gracias a la demanda de los obreros suplementarios (¿dónde encontrarlos, por otra parte?) y así, los capitalistas, de lobos se habrían vuelto pacíficos progresistas.
“Marx, si hubiera podido seguir desarrollando sus esquemas, habría llegado a la conclusión opuesta: un mercado capitalista que no pudiera extenderse gracias a la incorporación de ámbitos no capitalistas, una producción enteramente capitalista – lo cual es históricamente imposible – significaría el cese del proceso de acumulación y el fin del capitalismo mismo. Por consiguiente, presentar los esquemas (como lo han hecho algunos “marxistas”) como si fueran la imagen de una producción capitalista que pudiera desarrollarse sin desequilibrios, sin sobreproducción, sin crisis, es falsificar, a sabiendas, la teoría marxista” ([8]).
Y el texto de Mitchell no se queda en lo abstracto. Nos presenta las fases principales de la ascendencia y del declive del sistema capitalista. Empezando por las crisis cíclicas del siglo XIX, Mitchell pone de relieve la interacción entre el problema de la producción de la plusvalía y la tendencia decreciente de la cuota de ganancia[9], el desarrollo del imperialismo y del monopolio y el final de las guerras nacionales después de los años 1870. Insiste en el papel creciente del capital financiero, criticando a la vez la idea de Bujarin de considerar que el imperialismo es la consecuencia del capital financiero y no la respuesta del capital a sus contradicciones internas. Analiza la carrera hacia las colonias y la competencia creciente entre las principales potencias imperialistas como los factores inmediatos de la Primera Guerra mundial, que marcó la entrada del sistema en su crisis senil. Identifica entonces algunas de las características principales del modo de vida del capitalismo en el nuevo período: recurso creciente a la deuda y al capital ficticio, interferencia masiva del Estado en la vida económica, una de cuyas expresiones típicas es el fascismo, en una tendencia general a una separación creciente entre el dinero y el valor real plasmada en el abandono del patrón oro. La recuperación de corta duración del capitalismo tras la Primera Guerra mundial se explica por diversos factores: la destrucción de capital sobreabundante; la demanda causada por la necesidad de reconstruir unas economías arruinadas; la posición única de Estados Unidos como nueva “locomotora” de la economía mundial; pero, sobre todo, la “prosperidad” ficticia creada por el crédito: ese crecimiento no se basó en una verdadera expansión del mercado global y era pues muy diferente de las recuperaciones del siglo XIX. Y así, la crisis mundial que estalló en 1929 fue muy diferente de las crisis cíclicas del siglo XIX, no sólo por su envergadura sino por su carácter insoluble, o sea que no vendría seguida automática o espontáneamente de un boom. El capitalismo iba a sobrevivir desde entonces quebrantando cada vez más sus propias leyes: “Refiriéndonos a los factores determinantes de la crisis general del capitalismo, podemos comprender por qué la crisis mundial no puede solucionarse mediante la acción “natural” de las leyes económicas capitalistas, por qué, al contrario, ésta han sido vaciadas por el poder conjugado del capital financiero y del Estado capitalista, que aplastan todas las expresiones de intereses capitalistas particulares” ([10]).
De ese modo, las manipulaciones del Estado permitieron un crecimiento de la producción, que se dedicó en gran parte al sector militar y a preparar una nueva guerra.
“Haga lo que haga, sea cual sea el medio que use para zafarse del estrangulamiento de la crisis, el capitalismo va empujado irresistiblemente hacia su destino, la guerra. Dónde y cómo surgirá es algo imposible de determinar hoy. Lo que importa es saber y afirmar que estallará por el reparto de Asia y que será mundial” ([11]).
No iremos aquí más allá en el análisis de los puntos fuertes y de algunos más flojos del análisis de Mitchell ([12]), pero, eso sí, ese texto es sobresaliente desde todos los puntos de vista, pues fue el primer intento por parte de la Izquierda comunista de hacer un análisis coherente, unificado e histórico del proceso de ascendencia y de decadencia del capitalismo.
En la tradición de la izquierda germano-holandesa, que había sido duramente diezmada por la represión contrarrevolucionaria en Alemania, el análisis luxemburguista seguía siendo la referencia para cierto número de grupos. Pero también había una tendencia importante, orientada en otra dirección, especialmente en la Izquierda holandesa y en el grupo formado en torno a Paul Mattick en Estados Unidos. En 1929, Henryk Grossman publicaba un trabajo importante sobre la teoría de las crisis: La ley de la acumulación y del hundimiento del sistema capitalista. El Groep van Internacionale Communisten (GIC) en Holanda calificó ese trabajo de “sobresaliente” ([13]) y, en 1934, Paul Mattick publicó un resumen (y un desarrollo) de las ideas de Grossman, titulado “La crisis permanente; la interpretación por Henryk Grossman de la teoría de Marx de la acumulación capitalista”, en el no 2 del volumen 1 de Internacional Council Correspondence. Este texto reconocía explícitamente el valor de la contribución de Grossman y a la vez desarrollaba algunos puntos. A pesar de que Grossman era simpatizante del KPD y de otros partidos estalinistas, y a pesar de que consideraba a Mattick como políticamente sectario ([14]), ambos mantuvieron una correspondencia durante cierto tiempo, en gran parte sobre problemas planteados en el libro de Grossman.
El libro de Grossman se publicó antes de la crisis mundial, e inspiró sin duda a bastantes revolucionarios para aplicarla a la realidad concreta de la Gran Depresión. Grossman insiste en la idea, central en su libro, de que la teoría del desmoronamiento del capitalismo es la médula misma de El Capital de Marx, por mucho que Marx no pudiera ir hasta sus últimas consecuencias. Los revisionistas del marxismo –Bernstein, Kautsky, Tugan Baranowski, Otto Bauer y demás– negaron la noción de desmoronamiento del capitalismo, en perfecta coherencia con su política reformista. Para Grossman, era algo indiscutible que el socialismo no habrá de llegar porque el capitalismo sea un sistema inmoral, sino porque su evolución histórica misma lo acabaría hundiendo en contradicciones insuperables, haciendo de él una traba para el crecimiento de las fuerzas productivas: “En cierta fase de su desarrollo histórico, el capitalismo ya no consigue engendrar un nuevo desarrollo de las fuerzas productivas. A partir de entonces, la caída del capitalismo se hace económicamente inevitable. La verdadera tarea que se dio Marx en El Capital era dar la descripción precisa de ese proceso y aprehender sus causas mediante un análisis científico del capitalismo” ([15]).
Por otro lado, “si no existe una razón económica que haga que el capitalismo acabe fracasando necesariamente, el socialismo solo podría entonces sustituir al capitalismo por razones que no tienen nada de económico, sino que son puramente políticas, psicológicas o morales. Y, en este caso, abandonamos las bases materialistas de un argumento científico en favor de la necesidad del socialismo, abandonamos la idea de que esa necesidad se deduce del propio proceso económico” ([16]).
Hasta ahí, Grossman está de acuerdo con Luxemburg, la cual había abierto la vía afirmando el papel central de la noción de desmoronamiento y, en ese punto, aquél está a su lado contra los revisionistas. Sin embargo, Grossman consideraba que la teoría de Luxemburg sobre la crisis contenía muchas debilidades pues se basaba en una mala comprensión del método que Marx desarrolló en su uso del esquema de la reproducción: “en lugar de examinar el esquema de la reproducción de Marx en el marco de su sistema total y especialmente de su teoría de la acumulación, en lugar de preguntarse qué papel desempeña ese marco metodológicamente en la estructura de su teoría, en lugar de analizar el esquema de la acumulación desde su principio hasta su conclusión final, Luxemburg estuvo inconscientemente influida por ellos [les epígonos revisionistas]. Ella acabó creyendo que los esquemas de Marx permiten una acumulación ilimitada” ([17]).
Por consiguiente, argumenta Grossman, Rosa Luxemburgo desplazó el problema de la esfera principal de la producción de la plusvalía hacia la esfera secundaria de la circulación. Grossman reexaminó el esquema de la reproducción que Otto Bauer había adaptado de Marx, en su crítica de La acumulación del capital ([18]). El objetivo de Bauer era entonces refutar la tesis de Luxemburg de que el capitalismo acabaría enfrentándose a un problema insoluble en la producción de la plusvalía, una vez que hubiera eliminado todos los mercados “exteriores” a su modo de producción. Para Bauer, el crecimiento demográfico del proletariado era suficiente para absorber toda la plusvalía requerida para permitir la acumulación. Hay que subrayar que Grossman no cometió el error de considerar el esquema de Bauer como una descripción real de la acumulación capitalista (contrariamente a lo que dijo Pannekoek, algo que veremos más adelante): “Demostraré que el esquema de Bauer refleja, y sólo puede reflejar, el aspecto del valor en el proceso de reproducción. En ese sentido, ese esquema no puede describir el proceso real de la acumulación en términos de valor y de valor de uso. Segundo, el error de Bauer consiste en que supone que el esquema de Marx es, en cierto modo, una ilustración de los procesos reales en el capitalismo, olvidándose de las simplificaciones que lo acompañan. Pero esos puntos débiles no quitan valor al esquema de Bauer” ([19]).
La intención de Grossman, cuando lleva el esquema de Bauer hasta su conclusión “matemática”, es demostrar que, incluso sin el problema de la realización de la plusvalía, el capitalismo chocaría contra barreras insuperables. Si se considera el aumento de la composición orgánica del capital y la tendencia decreciente de la cuota de ganancia resultante, la ampliación global del capital llegaría a un punto en el que la masa absoluta de la ganancia sería insuficiente para permitir seguir acumulando, llegando así el sistema a su desmoronamiento. En el uso que, según sus hipótesis, Grossman hace del esquema de Bauer, ese punto se alcanza al cabo de 35 años: a partir de entones, “ninguna nueva acumulación de capital en las condiciones postuladas podría realizarse. El capitalista gastaría sus esfuerzos en gestionar el sistema productivo cuyos frutos son enteramente absorbidos por la parte de los trabajadores. Si esa situación se mantuviera, eso significaría la destrucción del mecanismo capitalista, su fin económico. Para la clase de los empresarios, la acumulación no sólo sería insignificante, sino que sería objetivamente imposible porque el capital sobreacumulado queda sin explotar, no podría funcionar, sería incapaz de aportar ganancias” ([20]).
Esto llevó a algunos críticos de Grossman a decir que éste pensaba ser capaz de prever con una certidumbre absoluta el momento en que el capitalismo se volvería imposible. No fue ése, sin embargo, su objetivo. Grossman intentaba sencillamente recuperar la teoría de Marx del hundimiento explicando por qué éste había considerado la tendencia decreciente de la cuota de ganancia como la contradicción central en el proceso de acumulación.
“Esta baja de la cuota de ganancia en la etapa de sobreacumulación es diferente de la bajas de esas cuotas en las etapas precedentes de la acumulación del capital. Una cuota de ganancia en baja es un síntoma permanente del progreso de la acumulación durante sus diferentes etapas, pero, durante las primeras etapas de la acumulación, va paralela a una masa creciente de ganancia y un consumo capitalista también en alza. Sin embargo, más allá de ciertos límites, la baja de la cuota de ganancia se acompaña de una caída de la plusvalía afectada al consumo capitalista y, poco después, de la plusvalía destinada a la acumulación. “La baja de la cuota de ganancia se acompañaría esta vez de una disminución absoluta de la masa de ganancia” (Marx, El Capital, libro III, 3ª sección, “Las contradicciones internas de la ley”)” ([21]).
Para Grossman, la crisis no sobrevendría porque el capitalismo esté enfrentado a “demasiada” plusvalía, como así lo defendía Rosa Luxemburg, sino porque, al final, se acabaría por extraer muy poca plusvalía de la explotación de los trabajadores para poder realizar más inversiones rentables en la acumulación. Las crisis de superproducción se producen efectivamente, pero son básicamente la consecuencia de la sobreacumulación del capital constante: “La sobreproducción de mercancías es una consecuencia de una valorización insuficiente debida a la sobreacumulación. La crisis no la provoca la desproporción entre la expansión de la producción y la insuficiencia del poder adquisitivo, o sea de la penuria de consumidores. La crisis se produce porque no se hace ningún uso del poder adquisitivo existente. Y eso porque no es rentable aumentar la producción, porque este aumento no modifica la cantidad de plusvalía disponible. Y así, por un lado, el poder adquisitivo sigue sin emplearse, y, por otro, las mercancías producidas siguen sin venderse” ([22]).
El libro de Grossman significó un retorno a Marx y no vaciló en criticar a marxistas eminentes, como Lenin y Bujarin por la incapacidad de éstos para analizar las crisis o las acciones imperialistas del capitalismo como expresiones de las contradicciones internas del sistema, y, en cambio, se limitaron a las expresiones externas de esas contradicciones (como Lenin, por ejemplo, que veía a los monopolios como la causa del imperialismo). En la introducción a su libro, Grossman explica la premisa metodológica en la que se basa esa crítica: “He intentado demostrar por qué las tendencias que se descubren empíricamente de la economía mundial y que se consideran como características de la última etapa del capitalismo (monopolios, exportación de capitales, lucha por el reparto de las fuentes de materias primas, etc.) no son sino manifestaciones exteriores secundarias, resultantes de lo que es esencial: la acumulación capitalista que es la base de todo ello. Mediante ese mecanismo interno, es posible emplear un único principio, la ley marxista del valor, para explicar claramente todas las manifestaciones del capitalismo sin que sea necesario improvisar una teoría específica, ni tampoco tener que esclarecer su etapa postrera, el imperialismo. No quiero insistir en que es la única manera de demostrar la inmensa coherencia del sistema económico de Marx”.
Y, prosiguiendo en el mismo tono, Grossman se defiende entonces de antemano de toda acusación de “economismo puro”: “Puesto que, en este estudio, me limito deliberadamente a sólo describir los fundamentos económicos del desmoronamiento del capitalismo, permítanme despejar ya toda sospecha de economismo. Es inútil gastar papel sobre el vínculo entre las ciencias económicas y la política; es evidente la existencia de esa relación. Sin embargo, mientras que los marxistas han escrito cantidad de cosas sobre la revolución política, no se han preocupado, sin embargo, por tratar teóricamente el aspecto económico de esa cuestión y no han logrado captar el contenido real de la teoría de Marx sobre el desmoronamiento. Mi única preocupación aquí es rellenar ese hueco en la tradición marxista” ([23]).
No hay que olvidarse de lo anterior cuando se acusa a Grossman de sólo describir la crisis final del sistema por la incapacidad del aparato económico de seguir funcionando durante más tiempo. Y dejando de lado la impresión que dejan varias de sus formulaciones abstractas sobre el desmoronamiento, hay también un problema más fundamental en el intento de Grossman “de esclarecer la etapa postrera (del capitalismo), el imperialismo”.
A diferencia de Mitchell, por ejemplo, no concibe explícitamente su trabajo como algo que sirviera a esclarecer las conclusiones a las que llegó la IIIª Internacional, o sea que la Primera Guerra Mundial había iniciado la época de declive del capitalismo, la época de las guerras y de las revoluciones. En algunos pasajes reprocha, por ejemplo, a Bujarin que considere la guerra (mundial) como prueba de que llegó la época del hundimiento, tendiendo a reducir la importancia de la guerra mundial como expresión indudable de la senilidad del modo de producción capitalista. Sí, es cierto que Grossman acepta que “podría ser así”, y que su objeción principal al argumento de Bujarin es que para éste la guerra sería la causa y no el síntoma; pero Grossman también argumenta que: “lejos de ser una amenaza para el capitalismo, las guerras son el medio de prolongar su existencia como un todo. Los hechos muestran precisamente que tras cada guerra, el capitalismo conoce un nuevo período de crecimiento” ([24]).
Eso significa que Grossman subestima seriamente la amenaza que la guerra capitalista representa para la supervivencia de la humanidad y parece confirmar que para él, la crisis final será puramente económica. Además, aunque su trabajo da testimonio de sus esfuerzos por concretar su análisis (poniendo de relieve el crecimiento inevitable de las tensiones imperialistas provocado por la tendencia al hundimiento), su insistencia sobre lo inevitable de una crisis final que obligaría a la clase obrera a derrocar el sistema no hace aparecer claramente si se ha iniciado ya la época de la revolución proletaria.
Respecto a lo anterior, el texto de Mattick es más explicito que el libro de Grossman pues trata la crisis del capitalismo en el contexto general del materialismo histórico y, por lo tanto, mediante el concepto de ascendencia y de decadencia de los diferentes modos de producción. Y, así, el punto de partida del documento es la afirmación de que: “el capitalismo como sistema económico ha tenido la misión de desarrollar las fuerzas productivas de la sociedad hasta un nivel que ningún sistema anterior habría sido capaz de alcanzar. El motor del desarrollo de las fuerzas productivas en el capitalismo es la carrera por la ganancia. Y por esa misma razón, ese proceso sólo puede continuar mientras sea rentable. Desde ese punto de vista, el capital se convierte en una traba en cuanto ese desarrollo entra en conflicto con la necesidad de ganancia” ([25]).
A Mattick no le cabe la menor duda de que ha llegado la época de la decadencia capitalista y que estamos ahora en la fase de la crisis permanente como así lo dice el título de su texto, aunque pueda haber booms temporales gracias a las medidas tomadas para atajar el declive, tales como el incremento de la explotación absoluta. Esos booms temporales “dentro de la crisis mortal”, no son “una expresión del desarrollo, sino del desmoronamiento”. Mattick, quizás con mayor claridad que Grossman, tampoco aboga por un hundimiento automático una vez que la cuota de ganancia haya disminuido por debajo de cierto nivel. Y muestra la reacción del capitalismo ante su atolladero histórico: aumento de la explotación de la clase obrera para extraer las últimas gotas de plusvalía que requiere la acumulación, marcha hacia la guerra mundial para apropiarse de las materias primas con menos costes, conquista de mercados y anexión de nuevas fuentes de fuerza de trabajo. Y, al mismo tiempo, considera las guerras, al igual que la crisis económica misma, como “gigantescas desvalorizaciones de capital constante mediante la destrucción violenta de valor y de valores de uso que son su base material”. Esos dos factores conducen al incremento de la explotación y, según Mattick, la guerra mundial acarreará una reacción de la clase obrera que abrirá la perspectiva de la revolución proletaria. La Gran Depresión es ya “la mayor crisis en la historia capitalista”, pero “de la acción de los trabajadores dependerá que sea la última para el capitalismo, y también para ellos”.
La obra de Mattick se sitúa así claramente en la continuidad de los esfuerzos anteriores de la Internacional comunista y de la Izquierda comunista para comprender la decadencia del sistema. Y mientras que Grossman ya había examinado los límites de las contratendencias a la baja de la cuota de ganancia, Mattick las hizo más concretas gracias al análisis del desarrollo real de la crisis capitalista mundial durante el período abierto por el crac de 1929.
A nuestro entender, a pesar de las concreciones aportadas por Mattick a la teoría de Grossman, hay aspectos de su método general que siguen siendo abstractos. Uno se queda perplejo ante la afirmación de Grossman de que no hay “ninguna huella en Marx” de la existencias de un problema de insuficiencia de mercados ([26]). El problema de la realización de la plusvalía o de la “circulación” no está fuera del proceso de acumulación, sino que es una parte indispensable de él. Asimismo, Grossman parece minimizar el problema de la superproducción como si fuera un simple subproducto de la baja de la cuota de ganancia, ignorando así los pasajes de Marx que lo sitúan claramente dentro de las relaciones fundamentales entre trabajo asalariado y capital ([27]). Mientras que, analizando esos elementos, Luxemburg proporciona un marco coherente para comprender por qué el triunfo mismo del capitalismo como sistema global habría de impulsarlo hacia su era de declive, es más difícil saber cuándo el aumento de la composición orgánica del capital alcanza un nivel tal que las contratendencias se vuelven ineficaces y comienza el declive. En efecto, tras haber incluido el comercio exterior en el conjunto de esas contratendencias, Mattick se acerca incluso un poco a Rosa Luxemburg cuando argumenta que la transformación de las colonias en países capitalistas retira esa opción esencial: “Al transformar los países importadores de capitales en países exportadores de capitales, al acelerar su desarrollo industrial con un fuerte crecimiento local, el comercio exterior deja de ser una contratendencia [que contrarreste la baja de la cuota de ganancia]. Mientras que se anula el efecto de las contratendencias, la tendencia al desmoronamiento capitalista sigue siendo la dominante. Estamos entonces ante la crisis permanente, o crisis mortal del capitalismo. El único medio que le queda entonces al capitalismo para seguir existiendo es la pauperización permanente, absoluta y general del proletariado”.
A nuestro entender, tenemos ahí una indicación de que el problema de la realización (la necesidad de la extensión permanente del mercado global para compensar las contradicciones internas del capital) no puede retirarse tan fácilmente de la ecuación ([28]).
Sin embargo, el objetivo de este capítulo no es indagar en los argumentos a favor o en contra de la teoría de Luxemburg, sino demostrar que la explicación alternativa de la crisis contenida en la teoría de Grossman y Mattick se integra también plenamente en la comprensión de la decadencia del capitalismo. Y no ocurre lo mismo con la crítica principal hecha a la tesis de Grossman-Mattick en el seno de la Izquierda comunista durante los años 1930, “La teoría del hundimiento del capitalismo” de Pannekoek, texto editado por primera vez en Rätekorrespondenz en junio de 1934 ([29]).
Durante los años 1930, Pannekoek trabajó muy estrechamente con el Groep van Internationale Communisten y escribió sin duda su texto en respuesta a la creciente popularidad de las teorías de Grossman en el seno de la corriente comunista de consejos: menciona que esta teoría había sido ya integrada en el manifiesto del Partido Unido de Trabajadores de Mattick. Los párrafos introductorios del texto expresan una preocupación perfectamente comprensible cuyo objetivo era evitar ciertos errores de comunistas alemanes en los tiempos de la oleada revolucionaria, cuando se invocaba la idea de la “crisis mortal” para afirmar que el capitalismo ya había agotado todas las opciones y que bastaría con un ligero empujón para derrumbarlo por completo, un enfoque que se asociaba a menudo con las acciones voluntaristas y aventureristas. Sin embargo, como ya lo hemos escrito en otro lugar ([30]), la falla esencial en el razonamiento de quienes defienden la noción de crisis mortal en la posguerra no estriba en la noción misma de crisis catastrófica del capitalismo. Esta noción caracteriza un proceso que puede durar décadas y no un crac repentino que vendría de no se sabe dónde. Ese error estriba en la amalgama de dos fenómenos distintos: la decadencia histórica del capitalismo como modo de producción y la crisis económica coyuntural –sea cual sea su profundidad– que el sistema puede conocer en un momento dado. En su polémica contra la idea de un hundimiento del capitalismo como fenómeno inmediato y que sólo se produciría en el plano puramente económico, Pannekoek cae en el error de negar por completo la noción de decadencia del capitalismo, en coherencia con otras posiciones con las que estaba de acuerdo en aquel tiempo, como la posibilidad de revoluciones burguesas en las colonias y la “función burguesa del bolchevismo” en Rusia.
Pannekoek empezó criticando la teoría del desmoronamiento de Rosa Luxemburg. Retoma las críticas clásicas a esas teorías, de que éstas se basaban en un problema falso y que, matemáticamente hablando, los esquemas de la reproducción de Marx no presentan ningún problema de realización para el capitalismo. Pero el objetivo principal del texto de Pannekoek es la teoría de Grossman.
Pannekoek reprocha a Grossman dos aspectos esenciales: la falta de concordancia entre su teoría de las crisis y la de Marx; la tendencia a considerar la crisis como un factor automático en el advenimiento del socialismo, lo cual no requeriría demasiada acción consciente por parte de la clase obrera. Ciertas críticas de Pannekoek a Grosman por su uso de los esquemas de Bauer se basan en algo erróneo, pues acusa a Grossman de usarlas sin más y eso es falso. Hemos demostrado que eso es falso. Más seria es la acusación de que Grossman habría entendido mal, incluso habría cambiado conscientemente lo escrito por Marx sobre la relación entre la baja de la cuota de ganancia y el aumento de la masa de ganancia. Pannekoek insiste en que, puesto que la masa de ganancia siempre ha estado acompañada por la baja de la cuota de ganancia, Marx nunca imaginó una situación en la que habría una penuria absoluta de plusvalía: “Marx habla de una sobreacumulación que lleva a la crisis, un exceso de plusvalía acumulada que no encuentra dónde invertirse y pesa sobre la ganancia; el desmoronamiento de Grossmann procede de una insuficiencia de plusvalía acumulada” ([31]).
Es difícil aceptar esas críticas: no es contradictorio hablar de sobreacumulación por un lado, y, por otro, de una penuria de plusvalía: la “sobreacumulación” es otra manera de decir que hay exceso de capital constante, lo cual significará necesariamente que las mercancías producidas contendrán menos plusvalía y, por lo tanto, menos ganancia potencial para los capitalistas. Es cierto que Marx consideró que una baja de la cuota de ganancia sería compensada por un aumento de la masa de ganancia: esto depende, en particular, de la posibilidad de vender una cantidad cada vez mayor de mercancías, lo cual nos lleva al problema de la realización de la plusvalía, problema que no vamos a tratar aquí.
El problema más importante que queremos tratar aquí es la noción básica del desmoronamiento ([32]) capitalista y no sus explicaciones teóricas específicas. La idea de un desmoronamiento puramente económico (y es cierto que Grossman tiende hacia esa idea, con su visión de simple atasco de los mecanismos económicos del capitalismo) revela un enfoque muy mecánico del materialismo histórico en el que la acción humana casi sólo desempeñaría un papel ínfimo, incluso ningún papel; y, para Pannekoek, Marx siempre vio el final del capitalismo como el resultado de la acción consciente de la clase obrera. Esto es lo central en la crítica de Pannekoek a las teorías del desmoronamiento, porque estimaba que estas teorías tendían a subestimar la necesidad para la clase obrera de armarse para la lucha, de desarrollar su consciencia y su organización para llevar a cabo la inmensa tarea de echar abajo al capitalismo, el cual desde luego que no iba a caer como una fruta madura en manos del proletariado. Pannekoek aceptó que Grossman considerara que la llegada de la crisis final provocaría la lucha de clases, pero critica la visión puramente economicista de esa lucha. Para Pannekoek: “El que el capitalismo se desmorone económicamente y que la necesidad empuje a los hombres –a los obreros y a los demás– a crear una nueva organización, no significa que vaya a surgir el socialismo. Es lo contrario: al hacerse cada día el capitalismo, tal como hoy vive, más insoportable para los obreros, acaba empujándolos a la lucha, continuamente, hasta que se construye en ellos la voluntad y la fuerza de derrocar la dominación del capitalismo y de construir una nueva organización, y es entonces cuando se desmorona el capitalismo. No es porque se demuestre desde fuera lo insoportable del capitalismo, sino porque así se vive espontáneamente desde dentro, que lo insoportable impulsa a la acción” ([33]).
Ya un pasaje de Grossman anticipaba algunas de las críticas de Pannekoek: “La idea del desmoronamiento, necesaria por razones objetivas, no es contradictoria, ni mucho menos, con la lucha de clases. Es más, la acción viva de las clases en lucha puede influir mucho en ese desmoronamiento, dejando cierto espacio para una intervención activa de la clase. Sólo entonces se comprenderá por qué, al haberse alcanzado un alto nivel de acumulación del capital, es cada vez más difícil obtener alzas de salarios verdaderas, por qué cada lucha económica importante se convierte en un problema de existencia para el capitalismo, una cuestión de poder político… La lucha de la clase obrera por reivindicaciones cotidianas se enlaza así con su lucha por el objetivo final. La meta final por la que lucha la clase obrera no es un ideal introducido en el movimiento obrero desde fuera gracias a unos métodos especulativos hechos desde fuera del movimiento, y cuya realización, independiente de las luchas del presente, queda para un porvenir lejano. Es lo contrario, como lo demuestra la ley del desmoronamiento presentada aquí: [el objetivo final es] un resultado de las luchas cotidianas inmediatas y puede alcanzarse más rápidamente mediante esas luchas” ([34]).
Pero para Pannekoek, Grossman era: “un economista burgués que no tuvo nunca ninguna experiencia práctica de la lucha del proletariado, y, por consiguiente, se encuentra en una situación que le impide comprender la esencia del marxismo” ([35]).
Y aunque Grossman criticó aspectos del “viejo movimiento obrero” (socialdemocracia y “comunismo de partido”), no tenía nada en común con lo que los comunistas de consejos llamaban “nuevo movimiento obrero”, que era verdaderamente independiente del “viejo”. Pannekoek insiste en que por mucho que para Grossman exista una dimensión política en la lucha de clases, ésta es incumbencia esencialmente de la actividad de un partido de tipo bolchevique. Para aquél, Grossman fue en fin de cuentas un abogado de la economía planificada, y de la transición de la forma tradicional y anárquica del capital a la forma gestionada por el Estado, la cual podría fácilmente no necesitar la menor intervención del proletariado autoorganizado; todo lo que necesitaría, es la mano firme de una “vanguardia revolucionaria” en el momento de la crisis final.
No es del todo justo achacar a Grossman de no ser más que un economista burgués sin experiencia práctica de la lucha de los trabajadores: antes de la guerra estuvo muy involucrado en el movimiento de los trabajadores judíos en Polonia y, aunque tras la oleada revolucionaria, se mantuvo simpatizante de los partidos estalinistas (y años más tarde, poco antes de morir, trabajó en la universidad de Leipzig en la Alemania del Este estalinista), siempre mantuvo una independencia de espíritu, de modo que sus teorías no pueden ser apartadas como una simple apología del estalinismo. Como ya dijimos, no vaciló en criticar a Lenin; mantuvo una correspondencia con Mattick y, durante un breve período, a principios de los años 1930, estuvo atraído por la oposición trotskista. Está claro que, contrariamente a Rosa Luxemburg, a Mattick, o a Lenin, no pasó la mayor parte de su vida como revolucionario comunista, pero sería reductor considerar la totalidad de la teoría de Grossman como reflejo directo de su política ([36]).
Pannekoek resume su argumentación en “La teoría del desmoronamiento del capitalismo” de la manera siguiente: “El movimiento obrero no tiene que ponerse a esperar una catástrofe final, sino muchas catástrofes, catástrofes políticas –como las guerras– y económicas –como las crisis que se desencadenan periódicamente, tanto regular como irregularmente, pero que, en su conjunto, con la extensión del capitalismo, se vuelven cada vez más devastadoras. Eso acabará por provocar el desmoronamiento de las ilusiones y de las tendencias del proletariado a la tranquilidad, y al estallido de luchas cada vez más duras y profundas. Y aparece como una contradicción que la crisis actual –más profunda y devastadora que ninguna otra en el pasado– no deje entrever en absoluto el despertar de una revolución proletaria. Por eso, la primera tarea es eliminar las viejas ilusiones: en primer lugar, la ilusión de hacer soportable el capitalismo, gracias a unas reformas que obtendrían la política parlamentaria y la acción sindical; y, por otra parte, ilusión de poder echar abajo el capitalismo en un asalto dirigido por un partido comunista que se da aires revolucionarios. Es la clase obrera misma, como masa, la que debe llevar a cabo el combate, y todavía le cuesta reconocerse en las nuevas formas de lucha, mientras que la burguesía, por su parte, está solidificando cada vez más su poder. Tendrán que acabar llegando luchas serias. La crisis actual podrá quizás reabsorberse, pero llegarán nuevas crisis y nuevas luchas. En estas luchas, la clase obrera desarrollará su fuerza de combate, reconocerá sus objetivos, se formará, se hará autónoma y aprenderá a tomar por sí sola en sus manos su propio destino, o sea, la producción social. En ese proceso es el que se realizará la liquidación del capitalismo. La autoemancipación del proletariado, ése es el desmoronamiento del capitalismo” ([37]).
Hay muchas cosas correctas en esa visión, sobre todo la idea de la necesidad para toda la clase obrera de desarrollar su autonomía respecto a todas las fuerzas capitalistas que se presenten como sus salvadoras. Pannekoek, sin embargo, no explica por qué las crisis iban a ser cada vez más devastadoras; sólo menciona el tamaño del capitalismo como factor de ese carácter destructor ([38]). Pero tampoco se plantea la pregunta: ¿cuántas catástrofes devastadoras puede atravesar el capitalismo antes de destruirse a sí mismo y, junto con él, la posibilidad de una nueva sociedad? Dicho de otra manera, lo que ahí falta es la comprensión de que el capitalismo es un sistema limitado históricamente por sus propias contradicciones y que ya ha puesto a la humanidad ante la alternativa: socialismo o barbarie. Pannekoek tenía totalmente razón en insistir en que el desmoronamiento económico no iba a llevar, ni mucho menos, automáticamente al socialismo. Pero tenía tendencia a olvidarse de que ese sistema en declive si no es destruido por la clase obrera revolucionaria podría acabar en la ruina y destruir de paso toda posibilidad para el socialismo. Las líneas introductivas de El Manifiesto comunista dejan abierta la posibilidad de que las contradicciones crecientes de ese modo de producción puedan desembocar en la ruina mutua de las clases concernidas, si la clase oprimida no logra levar a cabo su transformación de la sociedad. En este sentido, el capitalismo está en efecto condenado a deteriorarse hasta su “crisis final”, y no existe ninguna garantía de que el comunismo pueda edificarse sobre el suelo de un desastre semejante. Esta toma de conciencia en nada hará disminuir la importancia de la acción determinada de la clase obrera para imponer su propia solución al desmoronamiento del capitalismo. Al contrario, hace todavía más urgente e indispensable la lucha consciente del proletariado y la actividad de las minorías revolucionarias en su seno.
Gerrard
[1]) Expresión anglófona que se refiere explícitamente al período entreguerras, y más concretamente a los años 20 como lo indica su nombre, un período en el que las actividades económicas y culturales están en su auge. Se designa así sobre todo a lo ocurrido en Norteamérica, en EEUU especialmente. Aunque también hubo algo parecido en Francia con los llamados années folles (“años locos”) (Wikipedia).
[2]) Trotski, Programa de transición.
[3]) Ese libro se publicó en ruso en EEUU. Nuestra traducción se ha hecho a partir del inglés. Existe también una traducción en francés. No sabemos si existe una traducción en castellano.
[4]) Ídem.
[5]) Ídem.
[6]) Por ejemplo, Advance (Progreso), periódico de la APCF, publicó un artículo en mayo 1936 de Willie McDougall, que explica la crisis económica a causa de la sobreproducción. Así concluye el artículo: “La misión histórica [del capitalismo] –la sustitución del feudalismo– fue cumplida. Elevó la producción à niveles que sus pioneros no podían ni imaginar. Pero ya se alcanzó el punto álgido y se ha iniciado el declive. Cada vez que un sistema se convierte en traba para el desarrollo o el funcionamiento mismo de las fuerzas productivas, una revolución es inminente y está obligado a dejar el sitio a un sucesor. Al igual que el feudalismo tuvo que dejar el sitio a un sistema más productivo como lo es el capitalismo, este último debe ser barrido del camino del progreso y dejar el sitio al socialismo” (Traducción nuestra del inglés).
[7]) Vueltos a publicar en los nos 102 y 103 de nuestra Revista Internacional
[8]) Bilan no 10.
[9]) “Tendencia decreciente de la cuota de ganancia” es la traducción de la edición de El Capital del FCE (México). Otras traducciones son : “baja tendencial de la tasa de ganancia”.
[10]) Bilan n° 11.
[11]) Ídem.
[12]) Especialmente los párrafos que tratan de la destrucción del capital y del trabajo en la guerra. Ver al respecto la introducción a la discusión sobre los factores en los que se basaron “los Treinta Gloriosos”, en la Revista Internacional no 133 y, también, la nota 2 a la segunda parte del articulo de Mitchell en la Revista internacional no 103.
[13]) PIC, Persdinst van de Groep van Internationale Communisten no 1, enero de 1930 “Een marwaardog boek”, citado en el libro de la CCI, La Izquierda Holandesa, p. 210 (en francés).
[14]) Rick Kuhn, Henryk Grossman and the Recovery of Marxism, Chicago 2007, p 184
[15]) La ley de la acumulación, edición abreviada en inglés, 1992, Pluto Press, p. 36. traducción nuestra.
[16]) ídem, p. 56.
[17]) ídem, p. 125.
[18]) Otto Bauer, “La acumulación del capital”, Die Neue Zeit, 1913.
[19]) La ley de la acumulación, op. cit., p. 69.
[20]) ídem, p. 76.
[21]) ídem, pp. 76-77.
[22]) ídem, p. 132.
[23]) Ídem, pp. 32-33.
[24]) Ídem, pp. 49-50.
[25]) Traducción nuestra.
[26]) La ley de la acumulación, p. 128.
[27]) Ver el artículo anterior de esta serie en la Revista Internacional no 139, “Las contradicciones mortales de la sociedad burguesa”.
[28]) En una obra posterior, Crisis y teoría de las crisis (1974), Mattick vuelve sobre el problema y reconoce que efectivamente Marx no concibe únicamente el problema de la sobreproducción como una consecuencia de la baja de la cuota de ganancia, sino como una contradicción real, resultante en particular del “poder de consumo restringido” de la clase obrera. De hecho, su honradez intelectual le lleva a hacerse una pregunta embarazosa: “Nos encontramos de nuevo ante la cuestión, ya considerada, de si Marx desarrolló dos teorías de las crisis: la que se deriva de la teoría del valor y se manifiesta en el descenso de la tasa de beneficio [cuota de ganancia] y la que se caracteriza por el consumo insuficiente de los trabajadores” (Crisis y teoría de las crisis, cap. III, “Los epígonos”, Ediciones Península, Barcelona, 1977). La respuesta que propone es que la afirmación de Marx “parece[n] más bien o un error conceptual o una falta de claridad en la expresión” (Ídem, “La teoría de las crisis en Marx”).
[29]) Traducción en inglés de Adam Buick en Capital and Class, en 1977. https://www.marxists.org/archive/pannekoe/1934/collapse.htm [28]. Existe en francés en https://www.marxists.org/francais/pannekoek/works/1934/00/pannekoek_19340001.htm [29].
[30]) “La edad de las catástrofes”, Revista Internacional no 143.
[31]) Pannekoek, traducido de La teoría del desmoronamiento del capitalismo, en su versión francesa
https://www.marxists.org/francais/pannekoek/works/1934/00/pannekoek_19340001.htm [29].
[32]) Preferimos “desmoronamiento” a otros términos que también se usan para expresar ese fenómeno: “derrumbe”, “hundimiento” o “desplome”.
[33]) Pannekoek, op. cit., nota 13.
[34]) Kuhn, op. cit., p. 135-6, cita sacada de la edición alemana completa de La ley de la acumulación. Traducción nuestra.
[35]) Pannekoek, op. cit., nota 13.
[36]) Sería ése, en cierto modo, un error similar al que hizo Pannekoek en Lenin filósofo en el que defendía que les influencias burguesas en los escritos filosóficos de Lenin demostraban el carácter burgués del bolchevismo y de la revolución de Octubre.
[37]) Pannekoek, op. cit., nota 13.
[38]) Ver nuestro folleto sobre La Izquierda holandesa (en francés), p. 211, en el que se hace una anotación parecida sobre la posición del GIC [Gruppe Internationale Communisten, Grupo de comunistas internacionales, de Holanda] en su conjunto: “Aún habiendo rechazado las ideas un tanto fatalistas de Grossman y de Mattick, el GIC abandonaba toda la herencia teórica de la izquierda alemana sobre las crisis. [Para el GIC] la crisis de 1929 ya no era una crisis generalizada que plasmaba el declive del sistema capitalista, sino una crisis cíclica. En un folleto aparecido en 1933, el GIC afirmaba que la Gran Crisis tenía un carácter crónico y no permanente, incluso después de 1914. El capitalismo se parecía al Ave Fénix del mito, renaciendo sin cesar de sus cenizas. Tras cada “regeneración” por la crisis aparecía “más grande y más poderoso que antes”. Pero esa regeneración no era eterna, ya que “el incendio amenaza de muerte con mayor violencia cada vez a todo el conjunto de la vida social”. En fin de cuentas, sólo el proletariado podría dar el “golpe mortal” al Fénix capitalista y transformar un ciclo de crisis en crisis final. Esta teoría era por lo tanto contradictoria, pues, por un lado retomaba la visión de las crisis cíclicas como las del siglo XIX, que ampliaban sin cesar la extensión del capitalismo, en un ascenso interrumpido; y, por otro lado, definía un ciclo de destrucciones y de reconstrucciones cada vez más ineluctable para la sociedad.” El folleto del que se extrajo esa cita es: De beweging van het kapitalistisch bedrijfsleven.
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/files/es/pdf/rint_146_pour_web_bd.pdf
[2] https://es.internationalism.org/cci-online/201106/3107/debate-sobre-el-movimiento-15m
[3] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201102/3054/francia-gran-bretana-tunez-el-porvenir-es-que-la-clase-obrera-desa
[4] https://www.burbuja.info/inmobiliaria/index.php?threads/230828/
[5] https://es.internationalism.org/cci-online/201106/3128/comunicado-de-lxs-detenidxs-en-la-manifestacion-del-15-de-mayo-de-2011
[6] https://fr.internationalism.org/content/4696/communique-methodes-policieres-redige-des-personnes-arretees-a-suite-manifestation-du
[7] https://es.internationalism.org/cci-online/201106/3118/movimiento-ciudadano-democracia-real-ya-dictadura-del-estado-contra-las-asamb
[8] https://es.internationalism.org/cci-online/201106/3120/carta-abierta-a-las-asambleas
[9] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[10] https://es.internationalism.org/rint/2006/125_tesis
[11] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201002/2769/que-son-los-consejos-obreros-i
[12] https://asambleaautonomazonasur.blogspot.com/
[13] https://infopunt-vlc.blogspot.com/2011/06/19-j-bloc-autonom-i-anticapitalista.html
[14] https://es.internationalism.org/content/910/huelga-del-metal-de-vigo-los-metodos-proletarios-de-lucha
[15] https://es.internationalism.org/cci-online/200906/2585/vigo-los-metodos-sindicales-conducen-a-la-derrota
[16] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200806/2281/mayo-del-68-y-la-perspectiva-revolucionaria-1a-parte-el-movimiento
[17] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200904/2483/las-revueltas-de-la-juventud-en-grecia-confirman-el-desarrollo-de-
[18] https://kaosenlared.net/
[19] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200801/2142/acerca-de-la-intervencion-de-los-revolucionarios-respuesta-a-nuest
[20] https://es.internationalism.org/tag/geografia/espana
[21] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199407/1852/viii-1871-la-primera-dictadura-del-proletariado
[22] https://fr.internationalism.org/ri423/la_commune_de_paris_premier_assaut_revolutionnaire_du_proletariat.html
[23] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1871-la-comuna-de-paris
[24] https://es.internationalism.org/tag/21/487/contribucion-a-la-historia-del-movimiento-obrero-en-africa
[25] https://es.internationalism.org/RM120-panamericana
[26] https://en.internationalism.org/2008/10/Chris-Knight
[27] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/resoluciones-de-congresos
[28] https://www.marxists.org/archive/pannekoe/1934/collapse.htm
[29] https://www.marxists.org/francais/pannekoek/works/1934/00/pannekoek_19340001.htm
[30] https://es.internationalism.org/tag/21/492/decadencia-del-capitalismo
[31] https://es.internationalism.org/tag/2/25/la-decadencia-del-capitalismo
[32] https://es.internationalism.org/tag/3/46/economia