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"Las luces brillantes, la gran ciudad, se han subido a la cabeza de mi bebé" –Canción de Jimmy y Mary Reed, 1961
Este artículo se escribe en medio de la crisis mundial del Covid-19, una asombrosa confirmación de que estamos viviendo la fase terminal de la decadencia capitalista. La pandemia, que es producto de la relación profundamente distorsionada entre la humanidad y el mundo natural bajo el reinado del capital, pone de relieve el problema de la urbanización capitalista que los revolucionarios anteriores, en particular Engels y Bordiga, han analizado con cierta profundidad. Aunque hemos examinado sus contribuciones sobre esta cuestión en artículos anteriores de esta serie[[1]], parece oportuno, volver a plantear la cuestión. También nos acercamos al 50 aniversario de la muerte de Bordiga, en julio de 1970, por lo que el artículo también puede servir como parte de nuestro homenaje a un comunista cuyo trabajo valoramos mucho, a pesar de nuestros desacuerdos con muchas de sus ideas. Con este artículo, comenzamos un nuevo "volumen" de la serie sobre el comunismo, específicamente dirigido a examinar las posibilidades y problemas de la revolución proletaria en la fase de descomposición capitalista.
En una parte anterior de esta serie, publicamos varios artículos en los cuales se analizaba la manera en que los partidos comunistas surgidos durante la gran oleada revolucionaria de 1917-23 habían tratado de llevar el programa comunista de lo abstracto a lo concreto -para formular una serie de medidas que debían tomar los consejos obreros en el proceso de toma del poder de las manos de la clase capitalista[[2]]. Y pensamos que sigue siendo perfectamente válido que los revolucionarios se planteen la pregunta: ¿Cuáles serían los fundamentos del programa que la organización comunista del futuro -el partido mundial- se vería obligada a presentar en un auténtico auge revolucionario? ¿Cuáles serían las tareas más urgentes a las que se enfrentaría la clase obrera cuando se dirige hacia la toma del poder político a escala mundial? ¿Cuáles serían las medidas clave (políticas, económicas y sociales) a ser implementadas por la dictadura del proletariado, que sigue siendo la condición política previa necesaria para la construcción de una sociedad comunista?
Los movimientos revolucionarios de 1917-23, como la guerra imperialista mundial que los impulsó, fueron una prueba clara de que el capitalismo había entrado en su "época de revolución social", de decadencia[3]. En adelante, el progreso e incluso la supervivencia de la humanidad se verían cada vez más amenazados a menos que se superara la relación social capitalista a escala mundial. En este sentido, los objetivos fundamentales de una futura revolución proletaria, están en plena continuidad con los programas que se plantearon al inicio del período de decadencia. Pero este período ha durado ya más de un siglo y, desde nuestro punto de vista, las contradicciones acumuladas durante este siglo han abierto una fase terminal de la decadencia capitalista, la fase que llamamos de descomposición, en la que la continuación del sistema capitalista contiene el creciente peligro de que se socaven las condiciones mismas para una futura sociedad comunista[4]. Esto es particularmente evidente a nivel "ecológico": en 1917-23, los problemas planteados por la contaminación y la destrucción del medio ambiente natural estaban mucho menos desarrollados que en la actualidad. El capitalismo ha distorsionado tanto el "intercambio metabólico" entre el hombre y la naturaleza, que, como mínimo, una revolución victoriosa tendría que dedicar una enorme cantidad de recursos humanos y técnicos simplemente para limpiar el desorden que el capitalismo nos habrá legado. Del mismo modo, todo el proceso de descomposición, que ha exacerbado la tendencia a la atomización social, a la actitud del "cada uno para sí" inherente a la sociedad capitalista, dejará una huella muy perjudicial en los seres humanos que tendrán que construir una nueva comunidad basada en la asociación y la solidaridad. También hay que recordar una lección de la Revolución Rusa: dada la certeza de que la burguesía resistirá con todas sus fuerzas frente a la revolución proletaria, la victoria de ésta implicará una guerra civil que podría causar daños incalculables, no sólo en términos de vidas humanas y mayor destrucción ecológica, sino también a nivel de conciencia, ya que el terreno militar no es en absoluto el más propicio para el florecimiento de la auto organización, la conciencia y la moral proletaria. En Rusia en 1920, el Estado soviético salió victorioso en la guerra civil, pero el proletariado había perdido en gran medida el control sobre él. Así pues, al tratar de comprender los problemas de la sociedad comunista "tal como surge de la sociedad capitalista; que por lo tanto, en todos los aspectos: económico, moral e intelectual, todavía está estampada con las marcas de nacimiento de la vieja sociedad de cuyo vientre surge”[[5]], debemos reconocer que estas marcas de nacimiento serán probablemente mucho más feas y potencialmente más dañinas que en los días de Marx e incluso de Lenin. Así, las primeras fases del comunismo no serán un idílico despertar en una mañana de mayo, sino un largo e intenso trabajo de reconstrucción a partir de las ruinas. Este reconocimiento deberá pasar por nuestra comprensión de todas las tareas del período de transición, aunque sigamos basando nuestras anticipaciones del futuro en la convicción de que el proletariado puede efectivamente llevar a cabo su misión revolucionaria, a pesar de todo.
A lo largo de esta extensa serie, hemos tratado de entender el desarrollo del proyecto comunista como el fruto de la experiencia histórica real de la lucha de clases y de la reflexión sobre esa experiencia por parte de las minorías más conscientes del proletariado. Y en este artículo queremos proceder con este método histórico, intentando elaborar una versión actualizada de los "programas inmediatos" de 1917-23, que, a su vez, se ha convertido en parte de la historia del movimiento comunista. Nos referimos al texto escrito por Amadeo Bordiga en 1953 y publicado en Sul Filo del Tempo, "El programa inmediato de la revolución", que ya hemos mencionado en un artículo anterior de esta serie[[6]] con la promesa de volver a él con más detalle. En nuestra opinión, es esencial que cualquier intento futuro de formular un "programa inmediato" de este tipo se base en los puntos fuertes de estos esfuerzos anteriores, a la vez que se critican radicalmente sus debilidades. El texto completo, que tiene el mérito de ser muy sucinto, es el que sigue.
1. Con el resurgimiento del movimiento que se produjo a escala mundial después de la Primera Guerra Mundial y que se expresó en Italia con la fundación del PCI, quedó claro que la cuestión más apremiante era la toma del poder político, el cual el proletariado no podía lograr por medios legales, sino a través de la violencia; que la mejor oportunidad para alcanzar ese fin era la derrota militar del propio país, y que la forma política después de la victoria, debía ser la dictadura del proletariado, que, a su vez, es la primera condición previa para la siguiente tarea de derrocamiento socioeconómico.
2. El "Manifiesto Comunista" señaló claramente que las diferentes medidas deben ser tomadas lo más gradualmente posible y "despóticamente" -porque el camino hacia el comunismo completo es muy largo- en dependencia del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas en el país en el que el proletariado alcance primero la victoria, y de acuerdo con la rapidez con que esta victoria se extienda a otros países. Designa las medidas que en 1848 estaban a la orden del día para los países avanzados y subraya que no deben tratarse como un socialismo completo sino como pasos que deben identificarse como preliminares, inmediatos y esencialmente "contradictorios".
3. Más tarde, en algunos países, muchas de las medidas consideradas en ese momento como las de la dictadura proletaria fueron aplicadas por la propia burguesía: por ejemplo, la educación pública gratuita, un banco nacional, etc.
Este fue uno de los aspectos que engañó a quienes no seguían una teoría fija, sino creían que se requería un desarrollo ulterior perpetuo como resultado del cambio histórico.
El hecho de que la propia burguesía haya tomado estas medidas específicas, no significa que las leyes y predicciones exactas sobre la transición del modo de producción capitalista al socialista tengan que ser cambiadas en toda su configuración económica, política y social; sólo significa que las primeras etapas postrevolucionarias, las etapas inferiores y la etapa superior final del socialismo (o comunismo total) son todavía períodos precedentes, lo que significa que la economía de transición será algo más fácil.
1. El rasgo distintivo del oportunismo clásico era hacer creer que el Estado democrático burgués podía llevar a cabo todas estas medidas de principio a fin si sólo el proletariado ejercía suficiente presión, y que incluso era posible llevarlas a cabo de manera legal. Sin embargo, estas diversas "correcciones" -en la medida en que eran compatibles con el modo de producción capitalista- fueron en ese caso en interés de la supervivencia del capitalismo, y su aplicación sirvió para posponer su colapso, mientras que las que no eran compatibles naturalmente no se aplicaron.
2. Con su fórmula de una democracia popular cada vez más desarrollada, en el contexto de la constitución parlamentaria, el oportunismo contemporáneo ha asumido un deber diferente y más malvado.
No sólo hace creer al proletariado que un Estado que se sitúa por encima de las clases y los partidos es capaz de llevar a cabo algunas de sus propias tareas fundamentales (es decir, difunde el derrotismo con respecto a la dictadura, como la socialdemocracia antes de esta), despliega a las masas que organiza en luchas por acuerdos sociales "democráticos y progresistas", en oposición diametral a los que el poder proletario se ha fijado como objetivo desde 1848 y en el "Manifiesto".
1. Nada ilustra mejor la magnitud total de este retroceso que una lista de las medidas a tomar tras la toma del poder en un país del Occidente capitalista. Después de un siglo estas "correcciones" son diferentes de las enumeradas en el "Manifiesto", sin embargo sus características son las mismas.
2. Una lista de estas demandas se ve así:
1. "Desinversión de capital": se asigna a los medios de producción una proporción menor en relación con los bienes de consumo.
2. "Aumento de los costos de producción" de tal manera que -mientras existan los salarios, el dinero y el mercado- se intercambie más remuneración por menos tiempo de trabajo.
3. "Reducción drástica del tiempo de trabajo" -por lo menos a la mitad, ya que el desempleo y las actividades socialmente inútiles y perjudiciales pronto serán cosas del pasado.
4. Una reducción de la masa de lo producido mediante un "plan de subproducción", es decir, la concentración de la producción en lo necesario, así como una "regulación autoritaria del consumo" mediante la cual se combate la promoción de bienes de consumo inútiles, perjudiciales y de lujo y se prohíben violentamente las actividades que propagan una mentalidad reaccionaria.
5. Rápida "disolución de los límites de la empresa" por la que las decisiones sobre la producción no se asignan a la fuerza de trabajo, sino que el nuevo plan de consumo determina lo que se debe producir.
6. "Rápida abolición de los servicios sociales", en virtud de la cual las limosnas de caridad características de la producción de mercancías se sustituyen por una provisión social (mínima inicial) para los incapacitados para trabajar.
7. "Congelación de la construcción" en los anillos de viviendas y lugares de trabajo en torno a las ciudades grandes y pequeñas a fin de que la población se distribuya cada vez más equitativamente en toda la superficie terrestre del país. Con la prohibición del transporte innecesario, la limitación del tráfico y la velocidad del transporte.
8. "Una lucha decisiva contra la especialización profesional" y la división social del trabajo mediante la eliminación de toda posibilidad de hacer carrera o de obtener un título.
9. Medidas inmediatas políticamente determinadas para poner las escuelas, la prensa, todos los medios de comunicación e información, así como todo el espectro de la cultura y el entretenimiento bajo el control del Estado comunista.
2. No es de extrañar que los estalinistas y sus afines, junto con sus partidos en Occidente, exijan hoy precisamente lo contrario, no sólo en lo que respecta a los objetivos "institucionales" y también político-jurídicos, sino incluso en lo que respecta a los objetivos "estructurales", es decir, socioeconómicos.
La causa de ello es su coordinación con el partido que preside el Estado ruso y sus países hermanos, donde la tarea de la transformación social sigue siendo la de la transición de las formas pre capitalistas al capitalismo: Con todas las correspondientes demandas y pretensiones ideológicas, políticas, sociales y económicas en su equipaje, apuntando hacia un cénit burgués; se alejan con horror solamente de un nadir medieval.
Sus compinches occidentales siguen siendo nauseabundos renegados en la medida en que el peligro feudal (que sigue siendo material y real en las zonas insurgentes de Asia) es inexistente y falso en lo que respecta al hinchado supercapitalismo del otro lado del Atlántico, y para los proletarios que se estancan bajo su nervio civilizado, liberal y nacionalista es una mentira.
El texto fue publicado el año siguiente a la escisión del Partido Comunista Internacionalista que se había formado en Italia durante la guerra tras una importante oleada de luchas obreras[[7]]. Sin embargo, la escisión -como la disolución del grupo de Marc, la Gauche Communiste de France, que también tuvo lugar en 1952- fue una expresión del hecho de que, en contra de las esperanzas de muchos revolucionarios, la guerra no había dado lugar a un nuevo auge proletario sino a la profundización de la contrarrevolución. Los desacuerdos entre los "Damenistas" y los "Bordiguistas" del Partito Comunista Internazionalista de Italia se debieron en parte a las diferentes apreciaciones del período de posguerra. Bordiga y sus seguidores tendían a comprender mejor el hecho de que el período era de creciente reacción[[8]]. Y sin embargo, aquí tenemos a Bordiga formulando una lista de demandas que serían más adecuadas para un momento de lucha revolucionaria abierta. Este texto aparece así, más como una especie de experimento de pensamiento que como una plataforma para ser tomada por un movimiento de masas. Esto podría explicar, en cierta medida, algunas de las debilidades y lagunas más evidentes del documento, aunque en un sentido más profundo son el producto de contradicciones e inconsistencias que ya estaban incrustadas en la visión del mundo de los Bordiguistas.
Leyendo las observaciones que introducen y concluyen el texto, también podemos ver que fue escrito como parte de una polémica más amplia contra lo que los bordiguistas describen como las corrientes "reformistas"; en particular los estalinistas, esos falsos herederos de la tradición de Marx, Engels y Lenin. La principal razón por la que los bordiguistas calificaron a los partidos comunistas oficiales como reformistas no fue tanto que compartieran las ilusiones de los trotskistas, de que éstos seguían siendo organizaciones obreras, sino más bien porque los estalinistas se habían vuelto cada vez más partidarios de formar frentes nacionales con los partidos burgueses tradicionales y abogaban por una "transición" gradual al socialismo mediante la formación de "democracias populares" y diversas coaliciones parlamentarias. Contra estas aberraciones, Bordiga reafirma los fundamentos del Manifiesto Comunista que toma como punto de partida la necesidad de la conquista violenta del poder por el proletariado (en retrospectiva, también podemos señalar aquí el abismo que separa a Bordiga de muchos que "hablan en su nombre", en particular las corrientes de "comunización" que a menudo citan a Bordiga pero que se atragantan ante su insistencia en la necesidad de la dictadura proletaria y de un partido comunista). Al mismo tiempo, aún con la vista puesta en los estalinistas, Bordiga deja claro que aunque las medidas "transitorias" específicas defendidas al final del segundo capítulo del Manifiesto de 1848 -el creciente impuesto progresivo sobre la renta, la formación de un banco estatal, el control estatal de las comunicaciones y las industrias clave, etc.- pueden constituir la espina dorsal del programa económico de los "reformistas", no deben considerarse como verdades eternas: el propio Manifiesto subrayaba que "no deben tratarse como un socialismo completo, sino como pasos que deben identificarse como preliminares, inmediatos y esencialmente contradictorios", y que correspondían al bajo nivel de desarrollo capitalista en el momento de su elaboración; y de hecho bastantes de ellos ya han sido implementados por la propia burguesía.
Se le podría perdonar que tome esto como una refutación de la invariabilidad, la idea de que el programa comunista ha permanecido esencialmente inalterado desde al menos 1848. De hecho, Bordiga castiga a los estalinistas porque ellos "no seguían una teoría fija, sino que creían que se requería un desarrollo ulterior perpetuo como resultado del cambio histórico". Y de nuevo, argumenta que sus "correcciones" propuestas para el programa inmediato "son diferentes de las enumeradas en el 'Manifiesto'; sin embargo, sus características son las mismas". Encontramos esto contradictorio y no convincente. Si bien es cierto que ciertos elementos clave del programa comunista, como la necesidad de la dictadura proletaria, no cambian, la experiencia histórica ha aportado, en efecto, profundos desarrollos en la comprensión de cómo puede surgir esta dictadura y las formas políticas que la compondrán. Esto no tiene nada que ver con el "revisionismo" de los socialdemócratas, los estalinistas u otros que pueden haber usado la excusa de "cambiar con los tiempos" para justificar su deserción del campo proletario.
Examinando las "correcciones" de Bordiga a las medidas propuestas por el Manifiesto, también se le podría perdonar que sólo viera sus debilidades, principalmente:
Sin embargo, el documento conserva un interés considerable para nosotros al tratar de comprender cuáles serían los principales problemas y prioridades de una revolución comunista que tendría lugar no en los albores de la decadencia del capitalismo, como en 1917-23, sino después de todo un siglo en el que el deslizamiento hacia la barbarie ha seguido acelerándose, y la amenaza para la supervivencia misma de la humanidad es mucho mayor que hace cien años.
El documento de Bordiga no intenta hacer un balance de los éxitos y fracasos de la Revolución Rusa a nivel político, y de hecho sólo hace una referencia superficial a la oleada revolucionaria que siguió a la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, en un aspecto, trata de aplicar una importante lección de las políticas económicas adoptadas por los bolcheviques: las propuestas de Bordiga son pertinentes porque reconocen que el camino hacia la abundancia material y una sociedad sin clases no puede basarse en un programa de "acumulación socialista", en el que el consumo sigue estando sujeto a la "producción por la producción" (que en realidad es la producción por el valor), el trabajo vivo sujeto al trabajo muerto. Sin duda, la revolución comunista se ha convertido en una necesidad histórica porque las relaciones sociales capitalistas se han convertido en un grillete para el desarrollo de las fuerzas productivas. Pero desde el punto de vista comunista, el desarrollo de las fuerzas productivas tiene un contenido muy diferente de su aplicación en la sociedad capitalista, donde está impulsado por el afán de lucro y, por tanto, la urgencia de la acumulación. El comunismo ciertamente aprovechará plenamente los avances científicos y tecnológicos logrados bajo el capitalismo, pero los volcará al uso humano, para que se conviertan en servidores del verdadero "desarrollo" que plantea el comunismo: el pleno florecimiento de las fuerzas productivas, es decir, las fuerzas creativas de los individuos asociados. Un ejemplo bastará aquí: con el desarrollo de la informática y la robotización, el capitalismo nos ha prometido el fin de la monotonía y una "sociedad del ocio". En realidad, estos potenciales beneficios han traído la miseria del desempleo o el trabajo precario a algunos, y una mayor carga de trabajo a otros, con la creciente presión sobre los empleados para seguir trabajando en sus computadoras en cualquier lugar y a cualquier hora del día.
Concretamente, los primeros cuatro puntos de su programa incluyen: la exigencia de dejar de centrarse en la producción de máquinas para producir más máquinas, y la orientación de la producción hacia el consumo directo. En el capitalismo, por supuesto, esto último ha significado la producción de cada vez más "bienes de consumo inútiles, perjudiciales y lujosos", lo que se ejemplifica hoy en día en la producción de computadoras o teléfonos móviles cada vez más sofisticados que están diseñados para fallar después de un período limitado y no pueden ser reparados, o en las industrias inmensamente contaminantes del automóvil y la moda rápida, en las que la "demanda de los consumidores" es llevada al punto de frenesí por la publicidad y los medios sociales de información. Para la clase trabajadora en el poder, la reorientación del consumo se centrará en la necesidad urgente de proporcionar a todos los seres humanos, en todo el planeta, las necesidades fundamentales de la vida. Tendremos que volver a estas cuestiones en otros artículos pero podemos mencionar algunas de las más obvias:
Pero al mismo tiempo, estas tareas realmente inmensas, que no son más que el punto de partida de una nueva cultura humana, no se pueden concebir como el resultado de un aumento brutal de la jornada laboral. Por el contrario, deben ir ligadas a una drástica reducción del tiempo de trabajo, sin la cual, hay que añadir, la participación directa de los productores en la vida política de las asambleas generales y consejos no será factible. Y esta reducción se logrará en gran medida mediante la eliminación del despilfarro: el despilfarro del desempleo y de "actividades socialmente inútiles y perjudiciales".
Ya en los inicios del capitalismo, en un discurso en Elberfeld en 1845, Engels estigmatizó la forma en que el capitalismo no podía evitar un terrible mal uso de la energía humana e insistió en que sólo una transformación comunista podía resolver el problema.
"Desde el punto de vista económico, la actual organización de la sociedad es seguramente la más irracional y poco práctica que podemos concebir. La oposición de intereses tiene como resultado que una gran cantidad de la fuerza de trabajo sea utilizada de manera que la sociedad no gane nada, y que una cantidad sustancial de capital se pierda innecesariamente sin reproducirse. Ya lo vemos en las crisis comerciales; vemos cómo masas de mercancías, todas ellas producidas por los hombres con gran esfuerzo, se tiran a precios que causan pérdidas a los vendedores; vemos cómo masas de capital, acumuladas con gran esfuerzo, desaparecen ante los ojos de sus propietarios como resultado de las quiebras. Sin embargo, discutamos el comercio actual con un poco más de detalle. Consideren a través de cuántas manos debe pasar cada producto antes de que llegue al consumidor real. Consideren, caballeros, ¡cuántos intermediarios, especuladores superfluos y estafadores se han metido entre el productor y el consumidor! Tomemos, por ejemplo, un fardo de algodón producido en América del Norte. La bala pasa de las manos del plantador a las del agente en alguna estación del Mississippi y viaja por el río hasta Nueva Orleans. Aquí se vende -por segunda vez, porque el agente ya lo ha comprado al plantador- vendido, bien podría ser, al especulador, que lo vende una vez más, al exportador. La bala viaja ahora a Liverpool donde, una vez más, un especulador codicioso extiende sus manos hacia ella y la agarra. Este hombre la cambia entonces a un comisionista que, asumamos, es un comprador de una casa alemana. Así pues, la bala viaja a Rotterdam, a orillas del Rin, a través de otra docena de manos de transportistas, siendo descargada y cargada una docena de veces, y sólo entonces llega a las manos, no del consumidor, sino del fabricante, que primero la convierte en un artículo de consumo, y que tal vez vende su hilo a un tejedor, que dispone lo que ha tejido al impresor textil, que luego hace negocios con el mayorista, que luego trata con el minorista, que finalmente vende la mercancía al consumidor. Y todos esos millones de estafadores intermediarios, especuladores, agentes, exportadores, comisionistas, transportistas, mayoristas y minoristas, que en realidad no aportan nada al producto en sí -todos quieren vivir y obtener ganancias- y también lo hacen, en promedio, de lo contrario no podrían subsistir. Caballeros, ¿no hay otra forma más sencilla y barata de traer una bala de algodón de América a Alemania y de hacer llegar el producto fabricado con ella a las manos del verdadero consumidor, que este complicado negocio de diez veces vender y cien veces cargar, descargar y transportar de un almacén a otro? ¿No es éste un ejemplo sorprendente del múltiple desperdicio de la fuerza de trabajo provocado por la divergencia de intereses? Tal forma tan complicada de transporte está fuera de discusión en una sociedad racionalmente organizada. Siguiendo nuestro ejemplo, así como se puede saber fácilmente cuánto algodón o productos manufacturados de algodón necesita una colonia individual, será igualmente fácil para la autoridad central determinar cuánto necesitan todas las aldeas y municipios del país. Una vez elaboradas esas estadísticas -lo que puede hacerse fácilmente en uno o dos años- el consumo medio anual sólo cambiará en proporción al aumento de la población; por lo tanto, en el momento oportuno es fácil determinar de antemano la cantidad de cada artículo concreto que la gente necesitará; toda la gran cantidad se pedirá directamente a la fuente de suministro; será entonces posible adquirirlo directamente, sin intermediarios, sin más demora y descarga de lo que realmente requiere la naturaleza del viaje, es decir, con un gran ahorro de mano de obra; no será necesario pagar a los especuladores, a los comerciantes grandes y pequeños, su rastrillaje. Pero esto no es todo -de esta manera estos intermediarios no sólo se hacen inofensivos para la sociedad, sino que, de hecho, se hacen útiles para ella. Mientras que ahora realizan en perjuicio de todos los demás un tipo de trabajo que es, en el mejor de los casos, superfluo pero que, sin embargo, les permite ganarse la vida, incluso en muchos casos con grandes riquezas, y si, por lo tanto, en la actualidad perjudican directamente el bien común, quedarán entonces en libertad para realizar un trabajo útil y asumir una ocupación en la que puedan demostrar que son miembros reales, y no meramente aparentes, falsos miembros, de la sociedad humana, y participantes en su actividad como conjunto”[[11]].
Engels enumera a continuación otros ejemplos de este despilfarro: la necesidad, en una sociedad basada en la competencia y la desigualdad, de mantener instituciones sumamente costosas pero totalmente improductivas, como los ejércitos permanentes, las fuerzas de policía y las prisiones; el trabajo humano que se dedica a servir lo que William Morris denominó "el sucio lujo de los ricos"; y por último, pero no por ello menos importante, el enorme despilfarro de mano de obra que genera el desempleo, que alcanza niveles particularmente escandalosos durante las periódicas crisis "comerciales" del sistema. A continuación, contrasta el derroche del capitalismo con la simplicidad esencial de la producción y distribución comunista, que se calcula sobre la base de lo que los seres humanos necesitan y el tiempo total necesario para el trabajo que satisfará esta necesidad.
Todos estos sufrimientos capitalistas, observables durante el período de crecimiento y expansión del capitalismo, se han vuelto mucho más destructivos y peligrosos durante la época de decadencia del capitalismo: la guerra y el militarismo se han apoderado cada vez más de todo el aparato económico, y constituyen una amenaza tan grande para la humanidad que ciertamente es una de las prioridades más urgentes que enfrentará la dictadura proletaria (una que Bordiga no menciona, aunque la "era atómica" ya había aparecido claramente en el momento de escribir este texto) será librar al planeta de las armas de destrucción masiva acumuladas por el capitalismo, sobre todo porque no hay garantía de que, ante su derrocamiento definitivo por la clase obrera, la burguesía o facciones de ella prefieran destruir a la humanidad que sacrificar su dominio de clase.
Un capitalismo militarizado también sólo puede operar a través del crecimiento canceroso del Estado, con su propio ejército permanente de burócratas, policías y espías. Los servicios de seguridad, en particular, se han hinchado hasta alcanzar proporciones gigantescas, al igual que su contra imagen, las bandas mafiosas que imponen su orden brutal en muchos países de la periferia capitalista.
Del mismo modo, la decadencia capitalista, con su vasto aparato bancario, financiero y publicitario, que es más esencial que nunca para la circulación de las mercancías realmente producidas, ha inflado enormemente el número de personas que participan en formas fundamentalmente inútiles de la actividad diaria; y las sucesivas olas de "globalización" han hecho aún más evidentes los absurdos que implica la circulación planetaria de mercancías, por no hablar de su creciente coste a nivel ecológico. Y la cantidad de trabajo dedicado a las demandas de lo que hoy se llama "super ricos" no es menos chocante que en los tiempos de Engels -no sólo en su inagotable necesidad de sirvientes sino también en su sed de lujos verdaderamente inútiles como jets privados, yates y palacios. Y en el polo opuesto, en una época en la que la crisis económica del sistema ha tendido a hacerse permanente, el desempleo es menos un azote cíclico que permanente, incluso cuando se disfraza a través de la proliferación de empleos a corto plazo y del subempleo. En el llamado tercer mundo, la destrucción de las economías tradicionales ha dado lugar a algunas zonas de desarrollo capitalista intensivo, pero también ha creado un gigantesco "subproletariado" que vive la existencia más precaria como habitantes de chabolas en las poblaciones de África o las "favelas" de Brasil y toda América Latina.
Así, Bordiga -aunque no era coherente en su comprensión de la decadencia del sistema- había comprendido que la implementación del programa comunista en esta época no significa avanzar hacia la abundancia a través de un proceso muy rápido de industrialización, como los bolcheviques habían tendido a suponer, dadas las condiciones "atrasadas" que se enfrentaban en Rusia después de 1917. Ciertamente, requerirá el desarrollo y la aplicación de las tecnologías más avanzadas, pero inicialmente tomará la forma de un desmantelamiento planificado de todo lo que es dañino e inútil en el aparato de producción existente, y una reorganización mundial de los recursos humanos reales que el capitalismo continuamente despilfarra y destruye.
El movimiento comunista de hoy -aunque haya tardado en reconocer la magnitud del problema- no puede ayudar sin ser consciente del costo ecológico del desarrollo capitalista en el siglo pasado, y sobre todo desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Para nosotros es más evidente que para los bolcheviques, que no podemos llegar al comunismo a través de los métodos de la industrialización capitalista, que sacrifican tanto la fuerza de trabajo humana, como la riqueza natural a las exigencias de la ganancia, al ídolo del valor auto expandido. Ahora entendemos que una de las principales tareas que enfrenta el proletariado, es la de detener la amenaza de un calentamiento global galopante y aclarar el gigantesco desorden que el capitalismo nos habrá legado: la destrucción gratuita de los bosques y las tierras vírgenes, el envenenamiento del aire, la tierra y el agua por el sistema de producción y transporte existente. Algunas partes de esta "herencia" requerirán muchos años de paciente investigación y trabajo para superar la contaminación de los mares y la cadena alimenticia por los residuos plásticos, que es sólo un ejemplo. Y como ya hemos mencionado, la satisfacción de las necesidades más básicas de la población mundial (alimentación, vivienda, salud, etc.) tendrá que ser coherente con este proyecto global de armonización entre el hombre y la naturaleza.
El mérito de Bordiga es que ya tomó conciencia de este problema a principios de los años 50: su intuición de lo central de esta dimensión se muestra sobre todo en su posición sobre el problema de las "grandes ciudades", que está plenamente en consonancia con el pensamiento de Marx y especialmente de Engels.
La ciudad y la civilización derivan de las mismas raíces, histórica y etimológicamente. A veces el término "civilización" se extiende de nuevo para incluir la totalidad de la cultura y la moral humana[[12]]; en este sentido los cazadores-recolectores de Australia o África también constituyen una civilización. Pero no hay duda de que la transición a la vida en las ciudades, que es la definición de civilización más utilizada, representó un desarrollo cualitativo en la historia de la humanidad: un factor de avance de la cultura y de registro de la propia historia, pero también los comienzos definitivos de la explotación de las clases y del Estado. Incluso antes del capitalismo, como muestra Weber, la ciudad es también inseparable del comercio y la economía del dinero[[13]]. Pero la burguesía es la clase urbana por excelencia, y las ciudades medievales se convirtieron en los centros de resistencia a la hegemonía de la aristocracia feudal, cuya riqueza se basaba sobre todo en la propiedad de la tierra y la explotación de los campesinos. El proletariado moderno no es menos que una clase urbana, formada a partir de la expropiación de los campesinos y la ruina de los artesanos. Conducida a las zonas conurbanas construidas apresuradamente de Manchester, Glasgow o París; fue aquí donde la clase obrera se dio cuenta por primera vez de que era una clase distinta, opuesta a la burguesía, y comenzó a concebir un mundo más allá del capitalismo.
En el plano de la relación del hombre con la naturaleza, la ciudad presenta el mismo aspecto dual: el centro del desarrollo científico y tecnológico, abriendo el potencial de liberación de la escasez y la enfermedad. Pero este creciente "dominio de la naturaleza", que tiene lugar en condiciones de alienación del hombre de sí mismo y de la naturaleza, es también inseparable de la destrucción de la naturaleza y de una serie de catástrofes ecológicas. Así, la decadencia de las culturas de las ciudades sumerias o mayas se ha explicado como el resultado de que la ciudad se extralimitó, agotando el medio circundante de bosques y agricultura, cuyo colapso asestaba terribles golpes a la arrogancia de las civilizaciones que habían empezado a olvidar su íntima dependencia de la naturaleza. Así también las ciudades, en la medida en que presionaron a los seres humanos a juntarse como sardinas, no lograron resolver el problema básico de la eliminación de residuos, e invirtieron las relaciones seculares entre los seres humanos y los animales, se convirtieron en el caldo de cultivo de plagas como la Peste Negra en el período de decadencia feudal o el cólera y el tifus que asolaron las ciudades industriales del capitalismo temprano. Pero, de nuevo, hay que considerar el otro lado de la dialéctica: la burguesía en ascenso fue capaz de entender que las enfermedades que atacan a sus esclavos asalariados también podían llegar a las puertas de los capitalistas y socavar todo su edificio económico. De este modo, pudo comenzar y llevar a cabo asombrosas proezas de ingeniería en la construcción de sistemas de alcantarillado que siguen funcionando hoy en día, mientras que se aplicaron conocimientos médicos en rápida evolución para la eliminación de formas de enfermedad hasta ahora crónicas.
En la obra de Federico Engels en particular, podemos encontrar los elementos fundamentales para una historia de la ciudad desde un punto de vista proletario. En El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, traza la disolución de las antiguas "gens", la organización tribal basada en los lazos de parentesco, a la nueva organización territorial de la ciudad, que marca la división irreversible en clases antagónicas y con ella el surgimiento del poder estatal, cuya tarea es evitar que estas divisiones desgarren la sociedad. En La condición de la clase obrera en Inglaterra, dibuja un cuadro de las infernales condiciones de vida del joven proletariado, la suciedad y la enfermedad cotidiana de los barrios bajos de Manchester, pero también el empuje a la conciencia de clase y la organización que, al final, desempeñarán el papel decisivo de obligar a la clase dirigente a conceder reformas significativas a los trabajadores.
En dos obras posteriores, El Anti-Duhring y La Cuestión de la Vivienda, Engels se embarca en un debate sobre la ciudad capitalista en una fase en la que el capitalismo ya ha triunfado en el corazón de Europa y los EE.UU. y está a punto de conquistar el mundo entero. Y es notable que ya concluye que las grandes ciudades se han extralimitado y tendrán que desaparecer para cumplir la exigencia del Manifiesto Comunista: la abolición de la separación entre la ciudad y el campo. Cabe recordar que en la década de 1860, Marx también estaba cada vez más preocupado por el impacto destructivo de la agricultura capitalista en la fertilidad del suelo, y señaló, en la obra de Liebig, que la aniquilación de la cubierta forestal en algunas partes de Europa estaba repercutiendo en el clima, aumentando las temperaturas locales y disminuyendo las precipitaciones[[14]]. En otras palabras: así como Marx percibió los signos de la decadencia política de la clase burguesa después de su aplastamiento de la Comuna de París y, en su correspondencia con los revolucionarios rusos hacia el final de su vida, buscaba la manera de que las regiones donde el capitalismo aún no había triunfado plenamente pudieran evitar el purgatorio del desarrollo capitalista; tanto él como Engels habían empezado a preguntarse si, en lo que concernía al capitalismo, ya era suficiente[[15]]. ¿Quizás ya se habían sentado las bases materiales para una sociedad comunista mundial, y un mayor "progreso" para el capital tendría un resultado cada vez más destructivo? Sabemos que el sistema, a través de su expansión imperialista en las últimas décadas del siglo 19º, prolongaría su vida por varias décadas más y proporcionaría la base para una fase asombrosa de crecimiento y desarrollo, llevando a algunos elementos del movimiento obrero a cuestionar el análisis marxista de la inevitabilidad de la crisis y la decadencia capitalista, sólo para que las contradicciones no resueltas del capital explotaran a la vista en la guerra de 1914-18 (que Engels también había anticipado). Pero las preguntas de búsqueda sobre el futuro que habían empezado a plantearse precisamente cuando el capitalismo había llegado a su cénit eran perfectamente válidas en ese momento y son más relevantes hoy en día.
En "La transformación de las relaciones sociales", Revista Internacional 85, examinamos cómo los revolucionarios del siglo XIX -en particular Engels, pero también Bebel y William Morris- habían argumentado que el crecimiento de las grandes ciudades ya había llegado al punto en que la abolición del antagonismo entre la ciudad y el campo se había convertido en una necesidad real, por lo que la expansión de las grandes ciudades debe llegar a su fin en favor de una mayor unidad entre la industria y la agricultura y una distribución más uniforme de las viviendas humanas en toda la Tierra. Era una necesidad no sólo para resolver problemas acuciantes como la eliminación de desechos y la prevención del hacinamiento, la contaminación y las enfermedades, sino también como base para un ritmo de vida más humano en armonía con la naturaleza.
En "Damen, Bordiga y la pasión por el comunismo", Revista Internacional 158[16], mostramos que Bordiga -quizás más que cualquier otro marxista del siglo 20º- se había mantenido fiel a este aspecto esencial del programa comunista, citando por ejemplo su artículo de 1953 "Espacio contra cemento"[[17]], que es una polémica apasionante contra las tendencias contemporáneas de la arquitectura y el urbanismo (un área en la que el propio Bordiga estaba profesionalmente calificado), que fueron impulsadas por la necesidad del capital de acumular el mayor número posible de seres humanos en espacios cada vez más restringidos, una tendencia tipificada por la rápida construcción de torres de bloques supuestamente inspiradas en las teorías arquitectónicas de Le Corbusier. Bordiga es despiadado con los proveedores de la ideología moderna de planificación urbana:
"Cualquiera que aplauda tales tendencias no debe ser considerado sólo como defensor de las doctrinas, ideales e intereses capitalistas, sino como cómplice de las tendencias patológicas de la etapa suprema del capitalismo en decadencia y disolución" (¡no hay dudas sobre la decadencia aquí, entonces!). En otra parte del mismo artículo afirma:
"Verticalismo", se llama esta doctrina deformada; el capitalismo es verticalista. El comunismo será 'horizontalista". Y al final del artículo anticipa con alegría el día en que "los monstruos de cemento serán ridiculizados y suprimidos" y las "ciudades gigantes desinfladas" para "hacer la densidad de la vida y el trabajo uniformes sobre la tierra habitable".
En otro trabajo, "La especie humana y la corteza terrestre"[[18]], Bordiga cita extensamente la obra de Engels Sobre la Cuestión de la Vivienda, y no podemos evitar la tentación de hacer lo mismo. Esto es de la última sección del panfleto, donde Engels culpa al seguidor de Proudhon, Mülberger, por afirmar que es utópico por querer superar el "inevitable" antagonismo entre la ciudad y el campo:
"La abolición de la antítesis entre la ciudad y el campo no es ni más ni menos utópica que la abolición de la antítesis entre los capitalistas y los trabajadores asalariados. Día a día se está convirtiendo cada vez más en una demanda práctica de la producción industrial y agrícola. Nadie ha exigido esto con más energía que Liebig en sus escritos sobre la química de la agricultura, en los que su primera exigencia siempre ha sido que el hombre devuelva a la tierra lo que toma de ella, y en los que demuestra que sólo la existencia de las ciudades, y en particular de las grandes ciudades, lo impide. Cuando se observa cómo sólo aquí en Londres se vierte cada día al mar una cantidad de estiércol mayor que la que produce todo el reino de Sajonia, con un gasto de enormes sumas, y cuando se observa los colosales trabajos que son necesarios para evitar que este estiércol envenene a todo Londres, entonces la propuesta utópica de abolir la antítesis entre la ciudad y el campo recibe una base peculiarmente práctica. Y hasta el Berlín comparativamente insignificante se ha estado revolcando en su propia mugre por lo menos durante treinta años.
Por otra parte, es completamente utópico querer, como Proudhon, transformar la sociedad burguesa actual manteniendo al campesino como tal. Sólo una distribución lo más uniforme posible de la población en todo el país, sólo una conexión integral entre la producción industrial y la agrícola, junto con la extensión, por tanto necesaria, de los medios de comunicación -presuponiendo la abolición del modo de producción capitalista- podría salvar a la población rural del aislamiento y el estupor en el que ha vegetado casi sin cambios durante miles de años"[[19]].
Se sugieren varias líneas de pensamiento en este pasaje, y Bordiga es muy consciente de ellas. En primer lugar, Engels insiste en que la superación del antagonismo entre la ciudad y el campo está íntimamente ligada a la superación de la división general del trabajo capitalista -un tema desarrollado más adelante en el Anti-Dühring, en particular la división entre el trabajo mental y manual que parece tan insalvable en el proceso de producción capitalista. Ambas separaciones, nada menos que la división entre el capitalista y el trabajador asalariado, son indispensables para el surgimiento de un ser humano completo. Y contrariamente a los esquemas de los retrógrados proudhonistas, la abolición de la relación social capitalista no implica la preservación de la propiedad a pequeña escala de los campesinos o artesanos; trascendiendo las divisiones ciudad-campo, industria-agricultura, se rescatará al campesino del aislamiento y la vegetación intelectual tanto como liberará a los habitantes de la ciudad del hacinamiento y la contaminación.
En segundo lugar, Engels plantea aquí, como en otros lugares, el simple pero a menudo evitado problema de los excrementos humanos. En sus primeras formas "salvajes", las ciudades capitalistas casi no previeron el tratamiento de los desechos humanos, y muy rápidamente pagaron el precio en la generación de enfermedades epidémicas, en particular la disentería y el cólera, flagelos que todavía persisten en las chabolas de la periferia capitalista, donde es notoria la ausencia de medios básicos de higiene. La construcción de la red de alcantarillado representó sin duda un paso adelante en la historia de la ciudad burguesa. Pero el simple hecho de eliminar los desechos humanos es en sí mismo una forma de desecho, ya que podría ser utilizado como un fertilizante natural (como de hecho lo fue en la historia anterior de la ciudad).
Mirando hacia atrás al Londres o Manchester de la época de Engels, uno podría decir fácilmente: pensaban que estas ciudades ya habían crecido demasiado, demasiado separadas de su entorno natural. ¿Qué habrían hecho con los modernos avatares de estas ciudades? La ONU ha estimado que alrededor del 55% de la población mundial vive actualmente en grandes ciudades, pero si el crecimiento actual de las ciudades continúa, esta cifra aumentará a alrededor del 68% en 2050[[20]].
Este es un verdadero ejemplo de lo que Marx ya postuló en los Grundrisse: "el desarrollo como decadencia", y Bordiga fue previsor al ver esto en el período de reconstrucción después de la Segunda Guerra Mundial. Los antropólogos que buscan definir la apertura del período de lo que llaman la "Era Antropocena" (que básicamente significa la era en la que la actividad humana ha tenido un impacto fundamental y cualitativo en la ecología del planeta), suelen remontarse a la expansión de la industria moderna a principios del siglo XIX, en resumen, a la victoria del capitalismo. Pero algunos de ellos también hablan de una "Gran Aceleración" que tuvo lugar después de 1945, y podemos ver que el monstruo se aceleró aún más después de 1989 con el ascenso de China y otros países "en desarrollo".
Las consecuencias de este crecimiento son bien conocidas: la contribución de la megalópolis al calentamiento global mediante la construcción sin obstáculos, el consumo de energía y las emisiones de la industria y el transporte, que también hacen que el aire sea irrespirable en muchas ciudades (ya señalado por Bordiga en "La especie humana y la corteza terrestre": "En cuanto a la democracia burguesa, se ha rebajado tanto que ha renunciado a la libertad de respirar"). La propagación incontrolada de la urbanización ha sido un factor primordial en la destrucción de los hábitats naturales y en la extinción de especies; y por último, pero no menos importante, las mega ciudades han revelado su papel como incubadoras de nuevas enfermedades pandémicas, la más mortífera y contagiosa de las cuales -Covid-19- está en el momento de escribir este artículo, paralizando la economía mundial y dejando un rastro mundial de muerte y sufrimiento. De hecho, las dos últimas "contribuciones" probablemente se han unido en la epidemia de Covid-19, que es una de las numerosas en las que un virus ha saltado de una especie a otra. Esto se ha convertido en un problema importante en países como China y en muchas partes de África, donde los hábitats de los animales están siendo destruidos, lo que ha dado lugar a una considerable expansión del consumo de "carne de animales salvajes", y donde las nuevas ciudades, construidas para servir al frenesí de crecimiento económico de China, tienen mínimos controles de higiene.
En la lista de medidas revolucionarias que figura en el artículo de Bordiga, el punto 7 es el más relevante para el proyecto de abolir el antagonismo entre la ciudad y el campo:
"‘Congelación de la construcción’ en los anillos de viviendas y lugares de trabajo alrededor de las grandes y pequeñas ciudades con el fin de distribuir la población cada vez más equitativamente en toda la superficie terrestre del país. Con la prohibición del transporte innecesario, la limitación del tráfico y la velocidad del transporte".
Este punto parece especialmente contemporáneo hoy en día, cuando prácticamente todas las ciudades son el teatro de una implacable elevación "vertical" (la construcción de enormes rascacielos, sobre todo en los centros de las ciudades) y de una extensión "horizontal", que se come el campo circundante. La demanda es simplemente esta: detenerse. La hinchazón de las ciudades y la concentración insostenible de la población dentro de ellas es el resultado de la anarquía capitalista y, por lo tanto, esencialmente no es planificada, ni centralizada. La energía humana y las posibilidades tecnológicas que actualmente están comprometidas en este crecimiento canceroso deben, desde el principio del proceso revolucionario, ser movilizadas en una dirección diferente. Aunque la población mundial ha crecido considerablemente desde que Bordiga calculó, en Espacio contra Cemento, que "en promedio nuestra especie tiene un kilómetro cuadrado por cada veinte de sus miembros"[[21]], sigue existiendo la posibilidad de una distribución mucho más racional y armoniosa de la población en todo el planeta, incluso teniendo en cuenta la necesidad de preservar grandes zonas de tierras vírgenes, necesidad que se comprende mejor hoy en día porque se ha establecido científicamente la inmensa importancia de preservar la biodiversidad en todo el planeta, pero era algo que ya había previsto Trotsky en Literatura y Revolución[[22]].
El significado de la abolición del antagonismo ciudad-campo fue distorsionada por el estalinismo: pavimentar sobre todo, construir "cuarteles de trabajadores" y nuevas fábricas sobre cada campo y bosque. Para el comunismo auténtico significará cultivar campos y plantar bosques en medio de las ciudades, pero también que las comunidades viables pueden ubicarse en una asombrosa variedad de lugares sin destruir todo lo que les rodea, y no estarán aisladas porque tendrán a su disposición los medios de comunicación que el capitalismo ha desarrollado efectivamente, a una velocidad desconcertante. Engels ya se había referido a esta posibilidad en "La Cuestión de la Vivienda" y Bordiga la retoma en "El espacio contra el cemento":
"Las formas de producción más modernas, que utilizan redes de estaciones de todo tipo, como las centrales hidroeléctricas, las comunicaciones, la radio, la televisión, dan cada vez más una disciplina operacional única a los trabajadores dispersos en pequeños grupos a lo largo de enormes distancias. El trabajo combinado permanece, en tejidos cada vez más grandes y maravillosos, y la producción autónoma desaparece cada vez más. Pero la densidad tecnológica mencionada anteriormente está disminuyendo constantemente. La aglomeración urbana y productiva permanece, por lo tanto, no por razones dependientes de lo óptimo de la producción, sino por la durabilidad de la economía de la ganancia y la dictadura social del capital".
La tecnología digital, por supuesto, ha avanzado aún más este potencial. Pero bajo el capitalismo, el resultado general de la "revolución de Internet" ha sido acelerar la atomización del individuo, mientras que la tendencia a "trabajar desde casa" -particularmente puesta de relieve por la crisis del Covid-19 y las medidas de aislamiento social que la acompañan- no ha reducido en absoluto la tendencia a la aglomeración urbana. El conflicto entre, por un lado, el deseo de vivir y trabajar en asociación con otros y, por otro, la necesidad de encontrar un espacio en el que moverse y respirar, sólo puede resolverse en una sociedad en la que el individuo ya no esté en desacuerdo con la comunidad.
Al igual que con la construcción de viviendas humanas, lo mismo ocurre con la loca carrera del transporte moderno: ¡deténgase, o al menos, reduzca la velocidad!
Aquí de nuevo, Bordiga se adelanta a su tiempo. Los métodos de transporte capitalista por tierra, mar y aire, basados en su inmensa mayoría en la quema de combustibles fósiles, representan más del 20% de las emisiones mundiales de dióxido de carbono[[23]], mientras que las ciudades se han convertido en una de las principales fuentes de enfermedades cardíacas y pulmonares, que afectan especialmente a los niños. El número de muertes anuales en el mundo por accidentes de tráfico asciende a la asombrosa cifra de 1,35 millones, más de la mitad de los cuales son usuarios "vulnerables" de las carreteras: peatones, ciclistas y motociclistas[[24]]. Y estas son solo algunas de las más obvias desventajas del actual sistema de transporte. El ruido constante que genera cala los nervios de los habitantes de la ciudad, y la subordinación del urbanismo a las necesidades del automóvil (y de la industria automovilística, tan central en la economía capitalista existente) produce ciudades que están infinitamente fragmentadas, con zonas residenciales divididas entre sí por el incesante flujo de tráfico. Mientras tanto, la atomización social, una característica esencial de la sociedad burguesa y de la ciudad capitalista en particular, no sólo se ilustra sino que se refuerza por el solitario propietario y conductor de un automóvil que compite por el espacio vial con millones de almas igualmente separadas.
Por supuesto, el capitalismo ha tenido que tomar medidas para tratar de mitigar los peores efectos de todo esto: "compensación de emisiones de carbono" para balancear el exceso de vuelos, "calmar el tráfico" y los paseos sin coches en los centros de las ciudades, el paso al coche eléctrico.
Ninguna de estas "reformas" se acerca a la solución del problema porque ninguna de ellas aborda la relación social capitalista que se encuentra en su raíz. Tomemos el coche eléctrico por ejemplo: la industria automovilística “lo ha visto escrito en la pared” y tiende a cambiar cada vez más hacia esta forma de transporte. Pero incluso dejando de lado el problema de la extracción y eliminación del litio necesario para las baterías, o la necesidad de aumentar la producción de electricidad para alimentar estos vehículos -todo lo cual tiene un costo ecológico sustancial- una ciudad llena de vehículos eléctricos sería marginalmente más silenciosa y algo menos contaminada, pero aun así sería peligroso caminar por ella y con riesgo de ser atropellados en las esquinas.
Es posible que el comunismo haga un uso extensivo (aunque sin duda no exclusivo) de los vehículos eléctricos. Pero el verdadero problema está en otra parte. El capitalismo necesita operar a una velocidad vertiginosa porque el tiempo es dinero y el transporte se rige por las necesidades de la acumulación, que incluye el tiempo de "rotación" y por lo tanto el transporte en sus cálculos generales. El capitalismo está igualmente impulsado por la necesidad de vender el mayor número posible de productos, de ahí la constante presión para que cada individuo tenga su propia posesión personal -de nuevo tipificada por el coche privado que se ha convertido en un símbolo de riqueza y prestigio personal- la clave del "libre tránsito” en una era de incesantes atascos de tráfico.
El ritmo de vida en las ciudades actuales es mucho mayor (incluso con los atascos) que en la segunda parte del siglo XIX, pero en Mujer y socialismo, publicado por primera vez en 1879, August Bebel ya esperaba con impaciencia la ciudad del futuro, donde "el ruido angustioso, la aglomeración y el ajetreo de nuestras grandes ciudades con sus miles de vehículos de todo tipo cesa sustancialmente: la sociedad asume un aspecto de mayor reposo" (p. 300)[25].
Las prisas y la congestión que hacen que la vida en la ciudad sea tan estresante sólo pueden superarse cuando se ha suprimido el impulso de acumular, en favor de una producción planificada para distribuir libremente los valores de uso necesarios. En la elaboración de las redes de transporte del futuro, un factor clave será obviamente mantener al mínimo las emisiones de carbono y otras formas de contaminación, pero la necesidad de lograr un "mayor reposo", un cierto grado de paz y tranquilidad tanto para los residentes como para los viajeros, se tendrá ciertamente en cuenta en el plan general. Como hay mucha menos presión para ir de A a B a la mayor velocidad posible, los viajeros tendrán más tiempo para disfrutar del viaje en sí: tal vez, en un mundo así, el caballo volverá a algunas partes de la tierra, los veleros al mar, los dirigibles al cielo, mientras que también será posible utilizar medios de transporte mucho más rápidos cuando sea necesario[[26]]. Al mismo tiempo, el volumen de tráfico se reducirá enormemente si se puede romper la adicción a la propiedad personal de los vehículos, y los viajeros pueden tener acceso a transporte público gratuito de diversos tipos (autobuses, trenes, barcos, taxis y vehículos de autoconducción sin propietario). También debemos tener en cuenta que, a diferencia de muchas ciudades capitalistas occidentales, donde la mitad de los apartamentos están ocupados por propietarios o inquilinos solteros, el comunismo será un experimento de formas de vida más comunales; y en tal sociedad viajar en compañía de otros puede convertirse en un placer más que en una carrera desesperada entre competidores hostiles.
También hay que tener en cuenta que muchos de los viajes que obstruyen el sistema de transporte, los que implican viajar a trabajos inútiles como los relacionados con las finanzas, los seguros o la publicidad, no tendrán cabida en una sociedad sin dinero. La hora pico diaria será cosa del pasado. Al mismo tiempo, la producción de objetos útiles puede rediseñarse y reubicarse para evitar la necesidad de transportar los productos a largas distancias, lo que en el capitalismo suele estar determinado únicamente por el objetivo de encontrar mano de obra menos remunerada u otras ventajas (para el capital) como la falta de reglamentación ambiental. Toda la producción y distribución de los valores de uso que necesitamos se reorganizará y ya no serán necesarios tantos viajes entre los lugares de producción y las viviendas.
Así, las calles de una ciudad donde el furioso rugido del tráfico se ha reducido a un ronroneo, recuperarán algunas de sus antiguas ventajas y usos, como por ejemplo, los parques infantiles.
Una vez más, no subestimamos la magnitud de las tareas involucradas aquí. Aunque la posibilidad de vivir de manera más comunal o asociada está contenida en la transición a un modo de producción comunista, los prejuicios egoístas que se han exacerbado enormemente por varios cientos de años de capitalismo, no desaparecerán de manera automática y, de hecho, a menudo operarán como serios obstáculos al proceso de comunización. Como dijo Marx,
"La propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos y unilaterales que un objeto sólo es nuestro cuando lo tenemos, cuando existe para nosotros como capital o cuando lo poseemos directamente, lo comemos, bebemos, vestimos, habitamos, etc., en definitiva cuando lo usamos. Aunque la propiedad privada concibe todas estas realizaciones inmediatas de la posesión sólo como medios de vida, y la vida a la que sirven es la vida de la propiedad privada, el trabajo y la capitalización. Por lo tanto, todos los sentidos físicos e intelectuales han sido reemplazados por el simple distanciamiento de todos estos sentidos -el sentido de tener" (Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844, capítulo sobre "Propiedad privada y comunismo")[27].
Rosa Luxemburgo siempre sostuvo que la lucha por el socialismo no era sólo una cuestión de "pan y mantequilla", sino que "moralmente... la lucha de la clase obrera denota la renovación cultural de la sociedad"[[28]]. Este aspecto cultural y moral de la lucha de clases, y sobre todo la lucha contra el "sentido del tener", continuará sin duda durante la transición al comunismo.
CDW
[1] “La transformación de las relaciones sociales”, Revista International 85: https://es.internationalism.org/revista-internacional/199607/1775/xiii-la-transformacion-de-las-relaciones-sociales-segun-los-revolu [2]
“Damen, Bordiga, y la pasión por el Comunismo”, Revista Internacional 158, https://es.internationalism.org/revista-internacional/201708/4225/el-comunismo-esta-a-la-orden-del-dia-de-la-historia-los-anos-1950- [3]
[2] “1918: El programa del Partido Comunista Alemán, Revista Internacional 93, https://es.internationalism.org/revista-internacional/199802/1204/iii-1918-el-programa-del-partido-comunista-de-alemania [4] y “1919: el programa de la dictadura del proletariado” en Revista Internacional 95, https://es.internationalism.org/revista-internacional/199810/1187/v-1919-el-programa-de-la-dictadura-del-proletariado [5]
“El programa del KAPD”, Revista Internacional 97, https://es.internationalism.org/revista-internacional/199904/1169/vii-1920-el-programa-del-kapd [6]
[3] Hemos escrito muchos textos desarrollando esta noción fundamental para comprender la situación histórica que se arrastra desde hace más de un siglo y, en consecuencia, cuales son las tareas del proletariado. Ver por ejemplo, La decadencia : un concepto básico del marxismo https://es.internationalism.org/revista-internacional/200604/829/la-decadencia-un-concepto-basico-del-marxismo [7]
[4] Ver nuestras Tesis sobre la Descomposición https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo [8]
[5] Marx, Crítica del Programa de Gotha.
[6] “Damen, Bordiga y la pasión por el comunismo”, ver nota 1.
[7] Debemos señalar que el texto fue adoptado como un "documento del partido" de la nueva organización en lugar de ser simplemente una contribución individual.
[8] Pero los Damenistas fueron mucho más claros sobre muchas de las lecciones de la derrota de la revolución rusa y las posiciones del proletariado en la fase decadente del capitalismo. Ver "Damen, Bordiga y la pasión por el comunismo".
[9] https://es.internationalism.org/content/4544/marc-chirik-y-el-estado-en-el-periodo-de-transicion [9]
[10] Ver “Damen, Bordiga...”, obra citada.
[11] marxists.catbull.com/archive/marx/works/1845/02/15.htm.
[12] Ver por el ejemplo “El efecto Darwin en Patrick Tort” https://es.internationalism.org/cci-online/200904/2538/a-proposito-del-libro-el-efecto-darwin-una-concepcion-materialista-de-los-ori [10]
[13] Max Weber, La Ciudad, 1921.
[14] Ver Kohei Saito, El Ecosocialismo de Karl Marx, Nueva York, 2017.
[15] Sobre Marx y la cuestión Rusa, ver un artículo previo en esta serie, “El Marx maduro: Comunismo pasado y futuro”, Revista Internacional 81, https://es.internationalism.org/revista-internacional/199507/1824/xi-el-marx-de-la-madurez-comunismo-del-pasado-comunismo-del-futuro [11]
[16] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201708/4225/el-comunismo-esta-a-la-orden-del-dia-de-la-historia-los-anos-1950- [3]
[17] Il Programma Comunista, Núm. 1, 8-24 enero de 1953. materialnecessity.org/2020/04/02/space-versus-cement-il-programa-comunista.
[18] Il Programma Comunista, Núm. 6, 18 de diciembre, 1952, https://libcom.org/article/human-species-and-earths-crust-amadeo-bordiga [12]
[20] https://www.cnbc.com/2018/05/17/two-thirds-of-global-population-will-live-in-cities-by-2050-un-says.html [14]
[21] Bordiga dio la cifra de 2.5 billones, hoy es más de 6.8 billion: https://www.quora.com/In-2009-the-world-population-was-6-8-billion-Exponential-growth-rate-was-1-13-per-year-What-is-the-estimated-world-population-in-2012-and-2020 [15]
[22] https://www.marxists.org/archive/trotsky/1924/lit_revo/ [16] Ver también Revista Internacional 111, “Trotsky y la cultura del comunismo”, https://en.internationalism.org/internationalreview/200210/9651/trotsky-and-culture-communism [17]
[26] Por supuesto, la gente puede seguir disfrutando de la emoción de viajar a una velocidad vertiginosa, pero tal vez en una sociedad racional tales placeres se obtendrán principalmente en pistas reservadas para ese propósito.
[28] “Estancamiento y progreso del marxismo”, 1903, https://www.marxists.org/espanol/luxem/03Estancamientoyprogresodelmarxismo_0.pdf [22]
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Este informe se escribió para un congreso reciente de nuestra sección francesa, al que seguirán otros informes de la situación internacional[1].
El desastre continúa… y empeora: oficialmente, tenemos 36 millones de infectados y más de un millón de muertos en todo el mundo[2]. Las diferentes facciones de la burguesía mundial, después de haber pospuesto temerariamente las contra- medidas de prevención frente a la expansión del virus, y más tarde, habiendo impuesto un cierre brutal a amplios sectores de la economía, ahora apuestan por la recuperación económica a expensas de un número aún mayor de víctimas, reabriendo toda la economía cuando la pandemia sólo ha sido temporalmente aplacada en unos pocos países. Con el invierno acercándose, está claro que la apuesta no ha tenido éxito, con expectativas de empeoramiento al menos a medio plazo, tanto en términos de salud como económicos. La carga de este desastre cae sobre los hombros de la clase obrera mundial.
Hasta ahora, una de las dificultades para entender la entrada del capitalismo en su última fase de declive histórico – la de la descomposición social – es que esta época, definitivamente inaugurada por el colapso del Bloque del Este en 1989, había aparecido sólo superficialmente, en la forma de una proliferación de síntomas varios sin conexión aparente, al contrario que en periodos previos de decadencia capitalista que estuvieron definidos y dominados por puntos de inflexión evidentes, como la guerra mundial o la revolución proletaria[3]. Pero ahora en el año 2020, la pandemia de Covid, la crisis más significativa de la historia desde la Segunda Guerra Mundial se ha convertido en emblema indiscutible de todo este periodo de descomposición, reuniendo toda una serie de elementos de caos que representan la putrefacción generalizada del sistema capitalista. Entre estos incluimos:
Así, el Covid-19 ha reunido en todos los niveles de la sociedad capitalista, de la forma más clara, el impacto de la descomposición – a nivel económico, imperialista, político, ideológico y social.
La situación actual también ha dejado en la irrelevancia una serie de fenómenos que, supuestamente, contradecían el análisis de que el capitalismo había entrado en un periodo de caos y derrumbe social. Estos fenómenos, decían nuestros críticos, probaban que nuestro análisis debía ``ponerse en cuestión´´ o, simplemente, ignorarse. Se trata principalmente de los significativos niveles de crecimiento de la economía china hace unos años, que según nuestros críticos refutaban la noción de que estamos en un periodo de descomposición o, incluso, de decadencia histórica. Lo que les ha ocurrido a nuestros críticos, en realidad, es que se han dejado llevar por el ``perfume de la modernidad´´ emitido por el crecimiento industrial chino. Hoy día, como resultado de la pandemia, no sólo se ha estancado la economía china, sino que ha revelado un atraso crónico que despide el peor de los aromas: el del subdesarrollo y el desmoronamiento.
La perspectiva de la CCI, que afirma la entrada del capitalismo mundial en una fase final de disolución interna desde 1989, ha sido plenamente confirmada, porque está basada en el método marxista de análisis de las tendencias mundiales y a largo plazo, y no en ir corriendo detrás de las novedades circunstanciales o en aferrarse a fórmulas obsoletas.
La crisis sanitaria actual revela, sobre todo, una creciente pérdida de control de la clase capitalista sobre su propio sistema, y su cada vez menor perspectiva de una sociedad humana como tal. Se palpa cada vez más la creciente pérdida de control de los medios que la misma burguesía se había dado hasta hoy para limitar y encauzar los efectos del declive histórico de su modo de producción.
Por añadidura, esta situación deja claro hasta qué punto la clase capitalista no sólo está siendo cada día más incapaz de evitar el caos social, sino que está agravando aún más la misma descomposición que hasta hoy había mantenido bajo control.
Para entender mejor por qué la pandemia de Covid es como un Gran Símbolo del periodo de descomposición capitalista, tenemos que entender por qué no habría podido ocurrir en épocas anteriores, tal y como lo ha hecho hoy.
Las pandemias, claro está, han ocurrido en sociedades anteriores y han tenido un impacto devastador en las mismas, siendo un factor de aceleración en la caída de sociedades de clases del pasado: por ejemplo, la Plaga de Justiniano al final de la sociedad esclavista antigua o la Peste Negra en el último periodo de la servidumbre feudal. Pero la decadencia feudal no conoció un periodo de descomposición: un nuevo modo de producción, el capitalismo, tomaba forma dentro y alrededor del viejo. La devastación de la plaga consiguió incluso acelerar el desarrollo temprano de la burguesía.
La decadencia del capitalismo, el sistema de explotación del trabajo más dinámico de la historia envuelve necesariamente a toda la sociedad e impide el surgimiento de cualquier otra forma nueva de producción. Este es el motivo por el que, en ausencia de la posibilidad de una nueva guerra mundial o del resurgimiento de la alternativa proletaria, el capitalismo entra en un periodo de ``ultra- decadencia´´, como lo expresaron las Tesis sobre la Descomposición de la CCI[5]. Así, la presente pandemia no dará lugar a ninguna regeneración de las fuerzas productivas de la humanidad en el marco de la sociedad existente, sino que nos obliga a vislumbrar el colapso inevitable de la sociedad humana en su totalidad… a no ser que el capitalismo mundial sea completamente derrocado. El recurso a métodos medievales de cuarentena como respuesta al Covid, cuando el capitalismo ha desarrollado los medios científicos, tecnológicos y sociales suficientes para comprender, prevenir y contener la erupción de plagas (aunque sea incapaz de desplegarlos) es testimonio fiel del impasse de una sociedad que se está ``pudriendo sobre sus propias base´´, y que es cada día más incapaz de aprovechar las fuerzas productivas que ha puesto en pie.
La historia del impacto social de las enfermedades infecciosas en la vida del capitalismo nos da la posibilidad de estudiar más en profundidad la diferencia entre la decadencia de un sistema cualquiera y el periodo de descomposición específico dentro de su periodo de decadencia, que comenzó en 1914. El ascenso del capitalismo, e incluso la historia de la mayor parte de su decadencia, muestra ciertamente un dominio creciente de la ciencia médica y la salud pública sobre las enfermedades infecciosas, especialmente en los países más avanzados. El fomento de la higiene y saneamiento públicos, la victoria contra la viruela y la polio y el retroceso de la malaria, son ejemplos de este progreso. Finalmente, tras la Segunda Guerra Mundial, las enfermedades no-transmisibles se convirtieron en la primera causa de muerte prematura en el corazón del capitalismo. No debemos pensar que este aumento del poder de la epidemiología tuvo lugar por las preocupaciones humanitarias que la burguesía dice tener. Su objetivo primordial era crear un ambiente estable para la intensificación de la explotación que exigía la crisis permanente del capitalismo, y, sobre todo, como preparación para la eventual movilización total de la población de acuerdo a los intereses militares de los bloques imperialistas.
Desde los años 80, las tendencias positivas en materia de enfermedades infecciosas empezaron a revertirse. Patógenos nuevos o evolucionados empezaron a surgir, como el VIH, el Zika, el Ébola, el SARS, el MERS, el Nipah, el N5N1, la fiebre del Dengue, etc. Enfermedades ya superadas empiezan a mostrar resistencia a los antibióticos. Este desarrollo, en especial de virus zoonóticos, está ligado al crecimiento urbano en las regiones periféricas del capitalismo – en especial de los barrios chabolistas, que representan el 40% de este crecimiento – así como a la deforestación y el creciente cambio climático. Mientras que la epidemiología ha sido capaz de entender y rastrear el origen de estos virus, las contra- medidas estatales no han estado a la altura de la amenaza. La respuesta caótica e insuficiente de todas las burguesías al Covid-19 es una llamativa confirmación de la creciente negligencia del Estado capitalista con respecto al resurgimiento de enfermedades infecciosas y las cuestiones de salud pública, así como de su indiferencia hacia las medidas de protección social más básicas. Este aumento de la incompetencia social del Estado burgués está ligado a décadas de recortes del ``salario social´´, particularmente, en el ámbito de los servicios de salud. Pero la creciente indiferencia hacia la salud pública sólo puede entenderse verdaderamente en el marco del periodo de la descomposición, que favorece las respuestas irresponsables y a corto plazo de importantes sectores de la clase dominante.
Las conclusiones que destacar de este retroceso en el control de las enfermedades infecciosas en las últimas décadas son ineludibles: queda ilustrada la transición del capitalismo en decadencia a su periodo final de descomposición.
Por supuesto, el empeoramiento de la crisis económica permanente del capitalismo es la causa fundamental de esta transición, una crisis presente en todos los periodos de la decadencia. Pero es la gestión – o mejor dicho la cada vez peor gestión – de los efectos de esta crisis lo que ha cambiado, y lo que supone un componente clave de los desastres presentes y futuros que serán característicos del periodo específico de la descomposición.
Las explicaciones que no tienen en cuenta esta transformación, como las de la Tendencia Comunista Internacional, por ejemplo, se quedan en la perogrullada de que la búsqueda de beneficios es lo que está detrás de la pandemia. Para ellos las circunstancias específicas, la cadencia y la amplitud de la calamidad siguen siendo un misterio.
Y lo que tampoco se puede hacer es explicar la reacción de la burguesía a la pandemia volviendo al esquema de la Guerra Fría, como si las potencias imperialistas hubieran ``instrumentalizado´´ al Covid con un propósito militar, diciendo que las cuarentenas masivas son una movilización de la población en este sentido. Este punto de vista ignora que las principales potencias imperialistas no están ya organizadas en bloques rivales y que no tienen las manos libres para movilizar a la población tras sus objetivos de guerra. Esto es lo esencial del estancamiento entre las dos clases principales, lo que está en la raíz del periodo de descomposición.
En términos generales, no son los virus sino las vacunas las que juegan en favor de las ambiciones de los bloques imperialistas militares[6]. La burguesía ha aprendido las lecciones de la gripe española de 1918 a este respecto. Las infecciones descontroladas suponen una enorme desventaja para los ejércitos, como lo demuestra la desmovilización de varios portaaviones estadounidenses y un portaaviones francés por el Covid-19. En contraste, mantener ciertos patógenos letales bajo control estricto siempre ha sido una exigencia de la capacidad para la guerra biológica de cada potencia imperialista.
Esto no quiere decir que las potencias imperialistas no hayan usado las crisis sanitarias en provecho de sus intereses y en detrimento de sus rivales. Pero todos estos esfuerzos muestran, en conjunto, el vacío de poder en el liderazgo mundial imperialista que ha dejado Estados Unidos, sin ninguna otra potencia, incluida China, que haya sido capaz de asumir este papel o de crear un polo de atracción opuesto. La catástrofe del Covid ha subrayado el caos que existe a nivel de los conflictos imperialistas.
A las cuarentenas masivas impuestas por los Estados imperialistas las ha seguido, ciertamente, una mayor presencia militar en la vida cotidiana y el uso de exhortaciones llenas de lenguaje bélico por parte de los Estados. Pero esta desmovilización de la población está inspirada, principalmente, por el miedo de los Estados a la amenaza del desorden social en un periodo en el que la clase obrera, aunque silente, sigue sin haber sido derrotada.
La tendencia fundamental a la autodestrucción, característica común de todos los periodos de la decadencia capitalista, se ha visto transformada en sus expresiones más claras en el periodo de descomposición: de la guerra mundial ha pasado a un caos mundial que agrava aún más la amenaza que supone el capitalismo para la sociedad y la humanidad en su conjunto.
La pérdida de control por parte de la burguesía que ha caracterizado a la pandemia ha estado mediada por el instrumento del Estado. ¿Qué nos dice este desastre sobre el capitalismo de Estado en el periodo de descomposición?
Haremos referencia para ayudarnos a entender esta cuestión a la parte del folleto de la CCI, La Decadencia del Capitalismo, que habla del ``derrumbe superestructural´´ y de cómo una cada vez mayor presencia del Estado en la sociedad es algo característico de la decadencia de todos los modos de producción. El desarrollo del capitalismo de Estado es una expresión extrema de este fenómeno histórico general.
Como señalaba la GCF[7] en 1952, el capitalismo de Estado no es una solución a las contradicciones del capitalismo, aunque sea capaz de retrasar sus efectos, sino que es expresión de esas contradicciones. La capacidad del Estado para mantener la cohesión de una sociedad en decadencia, por invasivo que se vuelva, está destinada a debilitarse con el tiempo y convertirse, eventualmente, en un factor de agravación de las mismas contradicciones que intentaba contener. La descomposición del capitalismo es la época en la que una creciente pérdida de control por parte de la clase dominante y su Estado se convierte en la tendencia dominante de la evolución social, que el Covid ha puesto en evidencia de forma tan dramática.
Sin embargo, no sería acertado a pensar que esta pérdida de control se desarrolla uniformemente a todos los niveles de la acción del Estado, o que afecta a todos los países de la misma forma o como un fenómeno de corta duración.
Con el colapso del Bloque del Este y la consecuente inutilidad del Bloque Occidental, estructuras militares como la OTAN tendieron a perder su cohesión, como mostraron las experiencias de la guerra de los Balcanes y del Golfo. La dislocación militar y estratégica ha estado acompañada, inevitablemente, por la pérdida de influencia – a diferentes ritmos – de todas las agencias inter- estatales que se fundaron bajo la égida del imperialismo norteamericano tras la 2ª Guerra Mundial, tales como la OMS y la UNESCO, en el ámbito social, y la UE (en su anterior configuración), el Banco Mundial, el FMI y la Organización Mundial del Comercio en el ámbito económico. Estas agencias estaban diseñadas para mantener la estabilidad y la ``dictablanda´´ del bloque Occidental bajo el liderazgo de los Estados Unidos.
El proceso de disolución y el debilitamiento de estas organizaciones inter- estatales se han intensificado, visiblemente, con la victoria de Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas de 2016.
La relativa impotencia de la OMS durante la pandemia habla por sí sola a este respecto, ligada al caótico ``cada uno para sí´´ de los Estados que ha arrojado los desastrosos resultados que ya conocemos. La ``guerra de las mascarillas´´ y la próxima guerra de las vacunas[8], la retirada de la OMS propuesta por Estados Unidos, la intentona china de manipular esta institución para beneficio propio… casi que no necesitan comentarse.
La impotencia de las agencias inter- estatales, y el cada uno para sí resultante entre los diferentes Estados nacionales competidores, ha ayudado a convertir el patógeno en un desastre global.
Sin embargo, en el plano de la economía mundial – a pesar de la aceleración de la guerra comercial y las tendencias a la regionalización – las diferentes burguesías han sido capaces de coordinarse en torno a medidas esenciales, como la de la Reserva Federal a la hora de preservar la liquidez del dólar a nivel mundial en marzo, al empezar los cierres en la economía. Alemania, tras reticencias iniciales, decidió intentar coordinarse con Francia para lanzar un paquete de ayuda económica para toda la UE en su conjunto.
No obstante, si bien la burguesía mundial es todavía capaz de impedir un desplome absoluto de las partes más vitales de la economía mundial, no ha sido capaz de evitar el enorme deterioro a largo plazo que el cierre de la economía le ha infligido al crecimiento económico y el mercado mundial, impuesto por las respuestas tardías e incoherentes al Covid-19. Comparada con la respuesta del G7 al crash financiero de 2008, la situación actual muestra el prolongado desgaste de la burguesía a la hora de orquestar medidas coordinadas de ralentización de la crisis.
Ciertamente, la tendencia al ``cada uno para sí´´ siempre ha formado parte de la naturaleza competitiva del capitalismo y su división en Estados nacionales. Pero hoy, es la ausencia de la disciplina de bloque y su perspectiva lo que ha alimentado el resurgimiento de esta tendencia, en un periodo de declive e impasse económico. Donde antes se mantenía cierto nivel de cooperación internacional, el Covid-19 ha revelado su ausencia cada vez más evidente.
En el punto 10 de las Tesis sobre la Descomposición, decíamos que la desaparición de la posibilidad de una guerra mundial tensa al máximo las rivalidades entre las camarillas internas de cada Estado nacional, así como entre los Estados mismos. La dislocación y falta de previsión con respecto al Covid-19 en el plano internacional han tenido su paralelismo, en mayor o menor medida, en cada Estado nacional, especialmente en el poder ejecutivo:
``Entre las características más importantes de la descomposición de la sociedad capitalista, hay que subrayar la creciente dificultad de la burguesía para controlar la evolución de la situación en el plano político´´ (tesis 9 Tesis sobre la Descomposición).
Este fue el factor principal a tener en cuenta en el colapso del Bloque del Este, agravado por la naturaleza aberrante del régimen estalinista (un Estado de Partido único que abarcaba a toda la clase dominante). Pero las causas subyacentes de los conflictos en el ``comité ejecutivo´´ de toda la burguesía – la crisis económica crónica, la pérdida de perspectiva estratégica, los fiascos en política exterior, la desafección de la población – están golpeando hoy día a las zonas más avanzadas del capitalismo, lo que podemos observar de la forma más clara en los principales Estados en los que hay gobiernos populistas o influenciados por el populismo, especialmente los que lideran Trump y Boris Johnson. Los conflictos que afectan a estos Estados más poderosos reverberan en otros que, por el momento, han seguido una política más racional.
En el pasado estos dos países fueron símbolos de la relativa estabilidad y fuerza del capitalismo mundial; hoy, la actuación patética de sus burguesías los convierte en faros de la irracionalidad y el desorden.
Tanto la administración estadounidense como la británica, guiadas por la fanfarronada nacionalista, ignoraron conscientemente y retrasaron su respuesta al Covid, e incluso animaron a la población a seguirles en su falta de respeto por el peligro que suponía; ambas han minusvalorado los consejos de las autoridades científicas y están reabriendo la economía mientras el virus aún campa a sus anchas. Ambas administraciones descartaron formar grupos de trabajo especiales para la pandemia en la misma víspera de la crisis del Covid.
Los dos gobiernos, a su manera, han vandalizado los procedimientos establecidos del Estado democrático y han sembrado la discordia entre los diferentes departamentos de Estado, como hizo Trump con su omisión del protocolo militar en su respuesta a las protestas de Black Lives Matter, así como su fraudulenta manipulación de la judicatura, o la presente disrupción de Johnson en la burocracia del servicio civil.
Es cierto que en un periodo de ``cada uno para sí´´, cada Estado nacional ha seguido su propio camino, inevitablemente. Sin embargo, los Estados que han actuado con más inteligencia también se enfrentan a divisiones cada vez mayores y a una pérdida de control.
El populismo confirma la idea de las Tesis sobre la Descomposición de que el capitalismo, en su senilidad, intenta volver a una ``segunda infancia´´. La ideología populista supone que el sistema puede volver a un periodo juvenil de dinamismo capitalista, con menos burocracia, simplemente por arte de frases demagógicas e iniciativas disruptivas. Pero la realidad del capitalismo en decadencia y en fase de descomposición está agotando todos los paliativos.
Mientras que el populismo atrae las ilusiones xenófobas y pequeñoburguesas de una población descontenta, desorientada temporalmente por la ausencia del resurgimiento proletario, la actual crisis sanitaria deja claro que el programa – o anti-programa – populista ha nacido de la burguesía y su Estado.
No es casualidad que los Estados Unidos y Reino Unido, dos de los países más avanzados, hayan sufrido los peores niveles de víctimas de la pandemia.
Sin embargo, debemos tener en cuenta que las agencias económicas del Estado, en la mayoría de los países desarrollados, han conservado la estabilidad y su capacidad para tomar medidas rápidas de emergencia que evitaran la entrada de la economía en caída libre, retrasando los efectos del desempleo masivo sobre la población.
Así, como resultado de la acción de los bancos centrales, hemos visto crecer significativamente la intervención estatal en la economía. Por ejemplo:
``Morgan Stanley [banco de inversión] señaló que los bancos centrales de los países del G4 – Estados Unidos, Japón, Europa y Reino Unido – expandirán colectivamente sus hojas de balances en un 28% de producción doméstica bruta en este ciclo. El equivalente de la crisis financiera de 2008 fue un 7%´´. Financial Times, 27 de junio de 2020.
Esta perspectiva de desarrollo del capitalismo de Estado, no obstante, y en esencia, es un síntoma de que la capacidad del Estado para contener la crisis y la descomposición del capitalismo está disminuyendo.
El peso creciente de la intervención del Estado en todos los aspectos de la vida social no es una solución a la creciente descomposición de ésta.
No debemos olvidar que hay una fuerte resistencia en todos los Estados al vandalismo de los populistas, por parte de los partidos liberales tradicionales o secciones considerables de los mismos. Este sector de la burguesía ha formado una oposición vocal, especialmente a través de los medios de comunicación, que aparte de ridiculizar las payasadas de los populistas pretende mantener cierta esperanza en la población de una vuelta al orden democrático racional, incluso si no existe una capacidad real a día de hoy para cerrar la caja de Pandora populista.
Podemos estar seguros de que la burguesía de estos países no ha olvidado por nada del mundo al proletariado, y será capaz de desplegar a todas sus leales agencias cuando llegue el momento.
El Informe sobre la Descomposición de 2017 destaca el hecho de que en las primeras décadas tras el surgimiento de la crisis económica de finales de los años 60, los países más ricos desplazaron los efectos de la crisis a la periferia del sistema, mientras que en el periodo de la descomposición, la tendencia parece revertirse o rebotar hacia el corazón del capitalismo – como muestran la expansión del terrorismo, el influjo masivo de refugiados y migrantes, el desempleo masivo, la destrucción medioambiental y ahora las epidemias mortales en Europa y América. La situación actual, en la que el país capitalista más poderoso del mundo se ha llevado la peor parte de la pandemia, es una confirmación de esta tendencia.
El Informe señalaba a su vez, de forma premonitoria:
``Por otro lado, consideramos que [la descomposición] no tuvo un impacto real en la evolución de la crisis del capitalismo. Si el actual ascenso del populismo llevara a la llegada al poder de esta corriente en algunos de los principales países europeos, podríamos ver cómo se desarrolla este impacto de la descomposición´´.
Uno de los aspectos más significativos de este desastre es que la descomposición ha repercutido de forma terrible en la economía. Y esta experiencia no parece aplacar el apetito del populismo por el caos económico, como muestra la persistente guerra comercial de los Estados Unidos contra China, o la voluntad del gobierno británico de ir hasta el final con el curso destructivo y suicida del Brexit.
La descomposición de la superestructura se toma su ``venganza´´ sobre los fundamentos económicos del capitalismo que le dieron vida.
``Cuando la economía tiembla, toda la superestructura que depende de ella entra en un estado de crisis y descomposición… de consecuencia del sistema pasa a ser un factor acelerador en el proceso de su declive´´. Decadencia del Capitalismo, capítulo 1.
16-7-20
[1] Ya hemos publicado La irrupción de la descomposición en el terreno económico: Informe sobre la crisis económica https://es.internationalism.org/content/4629/la-irrupcion-de-la-descomposicion-en-el-terreno-economico-informe-sobre-la-crisis [28]
[2] A 9 de octubre de 2020
[3] Este problema de percepción ya aparece referido en el Informe sobre la Descomposición del 22º Congreso de la CCI en 2017 (Revista Internacional nº163)
[4] Esta larga crisis, que ha durado más de cinco décadas, surgió a finales de los años 60 tras dos décadas de prosperidad de post- guerra en los países avanzados. El empeoramiento de esta crisis ha estado marcado por varias recesiones y recuperaciones más específicas, que no han resuelto el impasse de fondo.
[5] Revista Internacional nº107, 1990 https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo [8]
[6] Las propiedades antibióticas de la penicilina fueron descubiertas en 1928. Durante la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos la fabricaron en masa y prepararon 2’3 millones de dosis para el Día D (junio 1944).
[7] Gauche Communiste de France, precursora de la CCI.
[8] Ver un dossier global de artículos sobre el COVID en https://es.internationalism.org/content/4566/dossier-especial-covid19-el-verdadero-asesino-es-el-capitalismo [29] y de forma más específica https://es.internationalism.org/content/4593/guerras-de-vacunas-el-capitalismo-es-un-obstaculo-para-encontrar-un-tratamiento [30] y https://es.internationalism.org/content/4560/guerra-de-las-mascarillas-la-burguesia-es-una-clase-de-matones [31]
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La crisis económica mundial está empeorando ahora de manera drástica. Concretamente, y sin duda alguna, la clase obrera de todo el mundo sufrirá la explosión del desempleo, la explotación, la precariedad y la pobreza.
Con este nuevo paso, el capitalismo va más allá en el camino de su decadencia, lo que obliga a las organizaciones revolucionarias a aclarar las siguientes cuestiones:
1) ¿Cuál es el significado histórico de esta crisis en ciernes, la más grave de la decadencia, incluida la que comenzó en 1929?
2) ¿Cuáles son las implicaciones del que los efectos de la descomposición de la sociedad tendrán un peso muy importante en la evolución de esta nueva fase de la crisis abierta de la economía capitalista?
Al mismo tiempo, hay que tener cuidado con una visión inmediatista y economicista de la crisis, como se argumenta en el informe que presentamos: evitar cualquier pronóstico arriesgado, teniendo en cuenta las sobreestimaciones pasadas por nuestra parte en cuanto al ritmo de la crisis y una cierta visión catastrofista con la idea de que la burguesía estaba en un punto muerto. Además de la falta de dominio de la teoría de Rosa Luxemburgo, subestimamos la capacidad del capitalismo de Estado para actuar frente a las manifestaciones de la crisis abierta, para acompañar su crisis histórica cada vez más profunda y permitir así la supervivencia de este sistema[1]. Sus armas: la intervención permanente en el campo económico, la manipulación y la trampa con la ley del valor... Al hacerlo, la burguesía ha mantenido la ilusión dentro del proletariado de que el capitalismo no es un sistema en bancarrota, siendo sus convulsiones sólo transitorias, producto de crisis cíclicas necesariamente seguidas de un período de desarrollo general intensivo.
En los siglos XVIII y XIX, las grandes naciones capitalistas se enzarzaron en una frenética carrera por conquistar nuevos mercados y territorios. Pero alrededor de 1900, se encontraron con un pequeño problema: la tierra era redonda y no tan grande. Así, incluso antes de que estallara una crisis económica mundial, las tensiones imperialistas alcanzaron su punto culminante, estalló la guerra mundial y el capitalismo entró en decadencia.
La guerra de 1914-18 fue la manifestación de la más extrema barbarie, consecuencia del hecho de que "En una cierta etapa del desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en conflicto con las relaciones de producción existentes (...) De formas de desarrollo de las fuerzas productivas estas relaciones se convierten en sus trabas". (Prefacio a la Crítica de la Economía Política, 1859[2]).
Sólo a finales de los años 20 las diferentes burguesías nacionales se enfrentarán por primera vez a la manifestación directamente "económica" de esta entrada en decadencia: la crisis de sobreproducción generalizada e histórica. Citamos de nuevo a Marx:
"Cuanto más se desarrolla la producción capitalista, más se ve obligada a producir a una escala que no tiene nada que ver con la demanda inmediata, sino que depende de una constante expansión del mercado mundial (...) [Porque] la mercancía tiene que ser convertida en dinero. La demanda de los trabajadores no es suficiente, ya que el beneficio surge precisamente del hecho de que la demanda de los trabajadores es menor que el valor de su producto. La demanda de los capitalistas entre ellos es igualmente insuficiente." (Teorías del Valor Excedente Parte 2, Capítulo 16). "Si finalmente se dice que los capitalistas sólo tienen que intercambiar y consumir sus mercancías entre ellos, entonces se pierde de vista toda la naturaleza del modo de producción capitalista; y también se olvida el hecho de que se trata de expandir el valor del capital, no de consumirlo". (Capital Volumen 3, Capítulo 15).
En otras palabras, la crisis de sobreproducción generalizada que apareció a plena luz del día en 1929 no está vinculada a un tipo de disfunción que la burguesía pueda regular o superar. Al contrario, es la consecuencia de una contradicción fundamental e insuperable inscrita en la naturaleza misma del capitalismo.
Las burguesías nacionales sacaron lecciones de la catastrófica crisis de 1929: la necesidad de desarrollar el capitalismo de Estado y de establecer organizaciones internacionales para gestionar la crisis de manera que no se reproduzca el error de las políticas proteccionistas.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, la burguesía puso en práctica las lecciones de 1929. El boom de la posguerra sembró la ilusión de que el capitalismo había recuperado la prosperidad, borrando momentáneamente la pesadilla de la Gran Depresión de los años 30 y los horrores de la guerra. Pero, inevitablemente, las contradicciones inherentes a la naturaleza misma del capitalismo permanecieron ¡su crisis histórica no había desaparecido! Esto es lo que revela el retorno de la crisis abierta de 1967-1968.
Desde entonces, desde los planes de estímulo hasta recesiones más profundas, la burguesía se ha visto atrapada en una precipitada carrera hacia el endeudamiento, en un intento de desplazar constantemente hacia el futuro los efectos de la bancarrota histórica de su sistema. La deuda mundial se ha vuelto cada vez más masiva, no sólo de forma absoluta sino también en comparación con la evolución del PIB mundial. Al mismo tiempo que esta precipitada carrera, los países centrales cambiaron la organización de la economía mundial:
Si esta "cooperación internacional" ha sido capaz, en cierta medida y durante un tiempo, de frenar y mitigar los efectos de la economía de todos los Estados, ha sido incapaz de frenar la tendencia subyacente inherente a la entrada del capitalismo, al mismo tiempo, en su fase de descomposición.
Hoy en día, la burguesía ha acumulado una inmensa experiencia en la reducción de los efectos de su crisis histórica, prolongando así su agonía aún más. Por lo tanto, debemos ser extremadamente cuidadosos con nuestras previsiones y tener cuidado con cualquier catastrofismo. En el actual empeoramiento de la crisis económica mundial, son sobre todo las principales tendencias históricas subyacentes las que debemos destacar.
A partir de 1929, la burguesía aprendió a apoyar su economía en declive, en particular mediante la "cooperación internacional". Incluso en 2008, el famoso G20 demostró esta capacidad de las grandes burguesías para mantener una cierta cohesión a fin de gestionar la crisis con el menor daño posible. El año 2020 marca la creciente dificultad de mantener esta organización mundial, la irracionalidad ligada a la descomposición que golpea las más altas cumbres del Estado. El Cada uno a la suya, que ha salido a la luz con la calamitosa gestión de la pandemia, es su expresión más espectacular. Esta fuerza centrífuga tiene dos raíces:
"El desarrollo actual de la crisis, a través de las crecientes perturbaciones que provoca en la organización de la producción en una vasta construcción multilateral a nivel internacional, unificada por reglas comunes, muestra los límites de la 'globalización'. La necesidad cada vez mayor de unidad (que nunca ha significado otra cosa que la imposición de la ley del más fuerte sobre el más débil) debido al entrelazamiento "transnacional" de la producción altamente segmentada país por país (en unidades fundamentalmente divididas por la competencia donde cualquier producto se diseña aquí, ensamblado allí con la ayuda de elementos producidos en otro lugar) choca con la naturaleza nacional de cada capital, con los límites mismos del capitalismo, que está irremediablemente dividido en naciones competidoras y rivales. Este es el grado máximo de unidad que es imposible de superar para el mundo burgués. La profundización de la crisis (así como las exigencias de la rivalidad imperialista) está poniendo a prueba las instituciones y mecanismos multilaterales" (Punto 20)[3].
Lo que vemos es que, en respuesta a la pandemia, se ha empezado a desarrollar un avance muy significativo en las medidas de "reubicación nacional" de la producción, la preservación de sectores clave en cada capital nacional, el desarrollo de barreras a la circulación internacional de bienes y personas, etc., que sólo puede tener consecuencias muy graves para la evolución de la economía mundial y la capacidad general de la burguesía para responder a la crisis. El declive nacional sólo puede empeorar la crisis, conduciendo a una fragmentación de las cadenas de producción que anteriormente tenían una dimensión global, que a cambio sólo puede causar estragos en las políticas monetarias, financieras, comerciales... Esto podría llegar a bloquear e incluso provocar un colapso parcial de algunas economías nacionales.
Es demasiado pronto para medir las consecuencias de esta relativa parálisis del aparato económico. Sin embargo, lo más grave y significativo es que esta parálisis se está produciendo a nivel internacional.
La actual aceleración de la crisis económica mundial forma parte de la evolución general de la decadencia del capitalismo. Más allá de los fenómenos visibles vinculados a la actual "crisis abierta", lo que nos importa es comprender mejor el reforzamiento de las profundas contradicciones del capitalismo y, por tanto, el agravamiento de su crisis histórica.
1) La crisis que se avecina será, en su alcance histórico, la más grave del período de decadencia, superando en este aspecto a la que se inició en 1929.
2) Lo novedoso en la historia del capitalismo es que los efectos de la descomposición tendrán un peso muy importante en la economía y en la evolución de la nueva fase abierta de la crisis.
Sin embargo, más allá de la validez de estas previsiones generales, la situación sin precedentes que se ha abierto estará más que nunca dominada por una fuerte incertidumbre. Más precisamente, en la etapa actual alcanzada por la crisis histórica de sobreproducción, la irrupción de la descomposición en el terreno económico perturba profundamente los mecanismos del capitalismo de Estado destinados a acompañar y limitar el impacto de la crisis. Sin embargo, sería falso y peligroso llegar a la conclusión de que la burguesía no utilizará al máximo sus capacidades políticas para responder, en la medida de sus posibilidades, a la crisis económica mundial que se está desencadenando. La irrupción del peso de la descomposición significa además que existe un factor de inestabilidad y fragilidad en el funcionamiento económico que dificulta especialmente el análisis de la evolución de la situación.
En el pasado, con demasiada frecuencia hemos fijado nuestra mirada sólo en los aspectos de la situación que empujaban a la crisis económica del capital hacia su inexorable empeoramiento, olvidando tener suficientemente en cuenta todos los factores que tendían a frenar su desarrollo. Sin embargo, para ser fieles al método marxista de análisis, hay que identificar, no sólo las tendencias históricas importantes desde las perspectivas que se abren, sino también las contra -tendencias que activará la burguesía. Por lo tanto, es nuestro deber identificar, con la mayor claridad posible, las líneas generales de la evolución futura, sin caer en previsiones arriesgadas e inciertas. Debemos armarnos para hacer frente a la situación, asegurándonos de que desarrollamos y ponemos en práctica nuestra capacidad de reflexión y respuesta rápida a los acontecimientos de gran importancia que seguramente se desarrollarán. Nuestro método debe inspirarse en el enfoque ya recordado en nuestros debates:
"El marxismo sólo puede trazar con certeza las líneas y tendencias históricas generales. La tarea de las organizaciones revolucionarias debe consistir, evidentemente, en identificar perspectivas para su intervención en la clase, pero estas perspectivas no pueden ser 'predicciones' basadas en modelos matemáticos deterministas (y menos aun tomando al pie de la letra las predicciones de los 'expertos' de la burguesía, ya sea en el sentido de un falso 'optimismo' o de un 'alarmismo' igualmente desconcertante)". (citado por un documento de debate interno).
La crisis de 2008 fue un momento muy importante para el capitalismo. La recuperación (2013-2018) ha sido muy débil, la más débil desde 1967. Fue descrita por la burguesía como una recuperación "suave". En el decenio 2010-2020, antes de la crisis de Covid 19, la web Cycle Business Bourse evaluó el crecimiento mundial en un promedio anual ligeramente inferior al 3%. La crisis económica que surgió con la pandemia ya había visto sus primeras expresiones claras, especialmente a partir de 2018. Lo anticipamos en el informe y la Resolución sobre la situación internacional en el 23º Congreso de la CCI (2019):
"En el plano económico, desde principios de 2018, la situación del capitalismo se ha caracterizado por una fuerte desaceleración del crecimiento mundial (del 4% en 2017 al 3,3% en 2019), que la burguesía prevé que empeorará en 2019-20. Esta desaceleración resultó ser mayor de lo previsto en 2018, ya que el FMI tuvo que reducir sus previsiones para los próximos dos años y está afectando prácticamente a todas las partes del capitalismo de forma simultánea: China, los Estados Unidos y la Zona Euro. En 2019, el 70% de la economía mundial se ha ralentizado, sobre todo en los países "avanzados" (Alemania, Reino Unido). Algunos de los países emergentes ya están en recesión (Brasil, Argentina, Turquía), mientras que China, que se está desacelerando desde 2017 y se espera que crezca un 6,2% en 2019, está experimentando sus cifras de crecimiento más bajas en 30 años". (Punto 16 de la Resolución).
En este contexto de ralentización del crecimiento la pandemia se ha convertido en un poderoso acelerador de la crisis, poniendo en primer plano tres factores:
- El grado en que los sistemas de salud pública, uno de los elementos clave del capitalismo de Estado desde 1945, se han visto socavados. Este proceso de debilitamiento del sistema de salud está vinculado a la crisis económica y se ha acelerado considerablemente con la crisis de 2008. En la gran mayoría de los Estados los sistemas de salud no han podido hacer frente a la pandemia, lo que ha obligado a adoptar medidas de contención que han dado lugar a un brutal cierre económico nunca experimentado en tiempo de paz. Para el capitalismo, dispuesto a sacrificar la vida de millones de personas en guerras imperialistas, el dilema no era si salvar vidas o mantener la producción, sino cómo mantener simultáneamente la producción, la competitividad económica y el rango imperialista, ya que el pleno florecimiento de la pandemia sólo podía perjudicar gravemente la producción y la posición comercial e imperialista de cada potencia.
- El creciente grado de pérdida de todo sentido de responsabilidad y la negligencia de la mayoría de las fracciones burguesas en todos los países y especialmente en los países centrales, factor vinculado a la descomposición de la sociedad[4].
- La brutal irrupción de cada uno a la suya en el plano económico, factor también vinculado a la descomposición pero que tiene consecuencias muy importantes en ese terreno.
La manifestación más importante de la gravedad de la crisis es que, a diferencia de 2008, los países centrales (Alemania, China y sobre todo los Estados Unidos) son los más afectados; aunque desplieguen todos los medios para amortiguar la crisis, la onda expansiva que provocan desestabilizará fuertemente la economía mundial.
La brutal caída de los precios del petróleo ha golpeado duramente a los Estados Unidos. Antes de que estallara la crisis de la pandemia, hubo una "guerra de precios" por el petróleo. Como resultado, los precios del petróleo se volvieron negativos, quizás por primera vez en la historia:
"Incluso los más optimistas expertos en energía predicen el colapso de cientos de compañías petroleras en los Estados Unidos. Algunas han acumulado miles de millones de dólares en deuda, en gran parte de alto riesgo. El primer foco de riesgo en la deuda corporativa es la energía", dice Capital Economics, “Una cadena de impagos en el sector petrolero aumentaría el riesgo de una crisis financiera. Y si uno de los gigantes petroleros más endeudados del mundo - Shell, por ejemplo, tiene una deuda de 77.000 millones de dólares, una de las más altas del mundo - tuviera problemas, las repercusiones serían devastadoras"[5].
Estos precios negativos son una perfecta ilustración del nivel de irracionalidad del capital. La sobreproducción de petróleo y la especulación desenfrenada en este sector ha llevado a los propietarios de las compañías petroleras a pagar para deshacerse del petróleo que ya no puede ser almacenado por falta de espacio.
Mientras que en 2008 la quiebra de los bancos fue impulsada principalmente por la especulación inmobiliaria, hoy en día son las empresas directamente productivas las que los ponen en riesgo:
"Los cuatro mayores prestamistas americanos, JP Morgan, Bank of America, Citigroup y Wells Fargo, han invertido cada uno más de 10.000 millones de dólares en el sector de la fractura petrolífera sólo en 2019, según Statista. Y ahora estas compañías petroleras están en serio riesgo de ser insolventes, dejando a los bancos con fuertes negativos en sus balances (...) Según Moody's, el 91% de las quiebras corporativas estadounidenses en el último trimestre del año pasado ocurrieron en el sector del petróleo y el gas. Los datos proporcionados por Energy Economics and Financial Analysis indican que el año pasado, las empresas de fraccionamiento de petróleo no pudieron pagar 26.000 millones de dólares de deuda"[6]. Con la pandemia, la situación está empeorando seriamente: "Rystad Energy Consulting estima que incluso si se recuperan los 20 dólares por barril, 533 compañías petroleras de EE.UU. podrían llegar a ser insolventes en 2021. Pero si los precios se mantienen en 10 dólares, podría haber más de 1.100 quiebras, con prácticamente todas las empresas afectadas"(ibid.).
El capitalismo - a través del capitalismo de estado - realiza un enorme esfuerzo para proteger sus centros vitales y evitar una caída brutal, como dice el informe sobre la crisis del 23º Congreso: "Apoyándose en las palancas del capitalismo de estado y sacando las lecciones de 1929, el capitalismo es capaz de preservar sus centros vitales (especialmente los EE.UU. y Alemania), acompañar la evolución de la crisis, atenuar sus efectos pasándolos a los países más débiles, ralentizar su ritmo alargándolo en el tiempo".
El capitalismo de Estado ha pasado por diferentes fases que hemos empezado a abordar, en particular en una jornada de estudio en 2019. Desde 1945, las necesidades de los bloques han impuesto una cierta coordinación de la gestión estatal de la economía a nivel internacional, sobre todo en el bloque estadounidense, con la creación de organismos internacionales de "cooperación" (OCDE, FMI, la primera etapa de la UE) y organizaciones comerciales (GATT).
En los años 80, el capital de los países centrales, abrumado por el aumento de la crisis y sufriendo una fuerte caída de los beneficios, trató de trasladar sectores enteros de la producción a países con mano de obra barata como China. Para ello, fue necesaria una "liberalización" financiera muy fuerte a escala mundial para movilizar el capital con el que realizar las inversiones necesarias. En los años 90, tras la caída del bloque del Este, se reforzaron las organizaciones internacionales, dando lugar a una estructura de "cooperación internacional" a nivel monetario y financiero, para la coordinación de las políticas económicas, el establecimiento de cadenas de producción internacionales, la estimulación del comercio mundial mediante la eliminación de las barreras aduaneras, etc. Este marco fue diseñado para beneficiar a los países más fuertes: podían conquistar nuevos mercados, reubicar su producción y hacerse cargo de las empresas más rentables de los países más débiles. Estos últimos se vieron obligados a cambiar su propia política de Estado. De ahora en adelante, la defensa del interés nacional no se hizo a través de la protección aduanera de las industrias clave sino a través del desarrollo de la infraestructura, la formación de la mano de obra, la expansión internacional de sus empresas más potentes, la captación de inversiones internacionales, etc.
Entre 1990 y 2008 se produjo "una vasta reorganización de la producción capitalista a escala mundial (...) Siguiendo el modelo de referencia de la UE de eliminar las barreras aduaneras entre los Estados miembros, se ha reforzado la integración de muchas ramas de la producción mundial mediante el desarrollo de verdaderas cadenas de producción a escala mundial. Al combinar la logística, la informática y las telecomunicaciones, permitiendo economías de escala, la mayor explotación de la fuerza de trabajo del proletariado (mediante el aumento de la productividad, la competencia internacional, la libre circulación de la mano de obra para imponer salarios más bajos), la sumisión de la producción a la lógica financiera de la máxima rentabilidad, el comercio mundial ha seguido aumentando, aunque en menor medida, estimulando la economía mundial, proporcionando un "segundo aliento" que ha prolongado la existencia del sistema capitalista". (Punto 8 de la Resolución del 23º Congreso).
Esta "cooperación internacional" fue una política muy arriesgada y audaz para aliviar la crisis y mitigar algunos de los efectos de la decadencia en la economía, tratando de limitar el impacto de la contradicción capitalista entre la naturaleza social y global de la producción y la naturaleza privada de la apropiación de la plusvalía por parte de las naciones capitalistas competidoras. Tal evolución del capitalismo decadente se explica en nuestro folleto sobre la decadencia donde, criticando la visión según la cual la decadencia es sinónimo de bloqueo definitivo y permanente del desarrollo de las fuerzas productivas, se argumenta:
"Si defendemos la hipótesis de la detención definitiva y permanente del desarrollo de las fuerzas productivas, la profundización de esta contradicción sólo podría demostrarse si los límites exteriores de las relaciones de propiedad existentes retrocedieran 'absolutamente'. Sin embargo, sucede que el movimiento característico de los diferentes períodos de decadencia de la historia (incluido el sistema capitalista) tiende más bien hacia la expansión de estas fronteras hasta sus límites finales que hacia su restricción. Bajo la égida del Estado y bajo la presión de las necesidades económicas y sociales, el cadáver del sistema se hincha mientras se desecha todo lo que resulta superfluo para las relaciones de producción, todo lo que no es estrictamente necesario para la supervivencia del sistema. El sistema se refuerza hasta sus últimos límites". Esto es aún más cierto en el capitalismo, el modo de producción más elástico y dinámico de la historia conocida.
Como muestra el Informe del 23º Congreso sobre la crisis económica y la Resolución sobre la situación internacional, esta "organización mundial de la producción" comenzó a ser sacudida durante la década de 2010: China, después de haberse beneficiado enormemente de los mecanismos del comercio mundial (OMC), comenzó a desarrollar un mecanismo económico, comercial e imperialista paralelo (la Nueva Ruta de la Seda); Alemania ha tomado medidas proteccionistas; la guerra comercial se ha acelerado con la llegada al poder de Trump... Estos fenómenos expresan claramente el hecho de que el capitalismo ha encontrado cada vez más dificultades en su tendencia a ampliar las fronteras citadas en nuestro folleto sobre la decadencia.
"Desde los años sesenta, este indicador [que mide la proporción de exportaciones e importaciones en cada economía nacional] ha seguido una tendencia al alza que se ha ralentizado en los últimos 18 meses. Durante este período, ha pasado de alrededor del 23% a una estabilización en torno al 60%, y desde 2010 ha ido disminuyendo de forma constante"[7].
Tres factores en el origen de la crisis de la pandemia muestran la irrupción de los efectos de la descomposición en el terreno económico: (1) El Cada uno a la suya, (2) la negligencia de los gobiernos y (3) la pérdida de control del aparato político. Dos de ellos tienen su origen directamente en la descomposición capitalista: el Cada uno a la suya y la pérdida de control. Se trata de factores muy sensibles que la burguesía -al menos en los países centrales- había logrado controlar lo mejor que pudo, aunque cada vez con mayor dificultad. En la etapa actual alcanzada por el desarrollo de las contradicciones internas del capital, y dada la forma en que se manifiestan en la evolución de la crisis, la explosión de los efectos de la descomposición se convierte ahora en un factor de agravamiento de la crisis económica mundial, de la que sólo hemos visto las primeras consecuencias. Este factor influirá en la evolución de la crisis al constituir un obstáculo a la eficacia de las políticas del capitalismo de Estado en la crisis actual.
"En comparación con las respuestas a las crisis de 1975, 1992, 1998 y 2008, vemos como perspectiva una considerable reducción de la capacidad de la burguesía para limitar los efectos de la descomposición en el terreno económico. Hasta ahora, la burguesía ha logrado preservar el terreno vital de la economía y el comercio mundial de los efectos centrífugos altamente peligrosos de la descomposición. Lo ha hecho a través de la "cooperación internacional" de los mecanismos del capitalismo de estado - lo que se ha llamado "globalización". En el punto álgido de la convulsión económica de 2007-2008 y en 2009-2011, con la crisis de la 'deuda soberana', la burguesía pudo coordinar sus respuestas, lo que contribuyó a suavizar un poco el golpe de la crisis y a garantizar una 'recuperación' anémica durante la fase 2013-2018"[8].
Con la pandemia hemos visto como la burguesía trata de unir a la población detrás del estado, renovando la unidad nacional. A diferencia de 2008, cuando el tono nacionalista no era tan fuerte, ahora las burguesías de todo el mundo han cerrado sus fronteras, difundiendo el mensaje: "detrás de las fronteras nacionales se encuentra la protección, las fronteras ayudan a contener el virus". Esta es una manera de que los diferentes estados traten de reunir a la población detrás de ellos; hablan en todas partes en términos marciales: "estamos en guerra, y la guerra necesita de la unidad nacional", con el mensaje "el estado te ayudará": "os sacaremos de apuros"; "cerrando la frontera, mantendremos el virus alejado"; imponiendo planes de emergencia, organizando cierres, los estados quieren transmitir el mensaje: "un estado fuerte es tu mejor aliado".
"La OMS ha sido completamente inoperante cuando su intervención era vital para desarrollar una acción médica eficaz. Cada estado, temiendo una pérdida de posición competitiva, ha retrasado de manera suicida la respuesta a la pandemia. La obtención de equipo médico vio el asombroso espectáculo de todo tipo de robos entre estados (e incluso dentro de cada estado). En la UE, donde la 'cooperación entre Estados' ha llegado lo más lejos posible, hemos visto el desarrollo incontrolado de una oleada brutal de proteccionismo y del cada uno por su cuenta: "No es sólo que la UE no tenga ninguna posibilidad legal de imponer sus normas en el sector de la salud, sino que sobre todo cada país tomó medidas para defender sus fronteras, sus cadenas de suministro; y hemos visto, si no por primera vez, un verdadero bloqueo de mercancías, la confiscación de equipos sanitarios - y la prohibición de entregarlos a otros países europeos" (de otra contribución interna).
Tenemos aquí una ilustración, más seria, de la perspectiva establecida en la resolución sobre la situación internacional en nuestro último congreso internacional:
"La evolución actual de la crisis, a través de las crecientes perturbaciones que provoca en la organización de la producción en una vasta construcción multilateral a nivel internacional, unificada por reglas comunes, muestra los límites de la 'globalización'. La necesidad cada vez mayor de unidad (que nunca ha significado otra cosa que la imposición de la ley del más fuerte sobre el más débil) debido al entrelazamiento "transnacional" de la producción altamente segmentada país por país (en unidades fundamentalmente divididas por la competencia donde cualquier producto se diseña aquí, ensamblado allí con la ayuda de elementos producidos en otro lugar) choca con la naturaleza nacional de cada capital, con los límites mismos del capitalismo, que está irremediablemente dividido en naciones competidoras y rivales. Este es el grado máximo de unidad que es imposible de superar para el mundo burgués. La profundización de la crisis (así como las exigencias de la rivalidad imperialista) está poniendo a prueba las instituciones y mecanismos multilaterales". (Punto 20).
Lo que vemos es que en respuesta a la pandemia ha habido un retorno muy significativo a las medidas de "reubicación nacional" de la producción, preservación de sectores clave en cada capital nacional, desarrollo de barreras a la circulación internacional de bienes y personas, etc., lo que sólo puede tener consecuencias de gran alcance para la evolución de la economía mundial y la capacidad global de la burguesía para responder a la crisis. El repliegue nacional no puede sino agravar la crisis, provocando una fragmentación de las cadenas de producción que antes tenían una dimensión mundial, lo que no puede sino causar estragos en las políticas monetarias, financieras y comerciales. Esto podría conducir al bloqueo e incluso al colapso parcial de algunas economías nacionales. Es demasiado pronto para medir las consecuencias de esta relativa parálisis del sistema económico. Sin embargo, lo más grave y significativo es que esta parálisis se está produciendo a escala internacional.
La respuesta generalizada de los estados a la pandemia ilustra la validez de un análisis ya realizado en el Informe del 23º Congreso sobre la crisis económica:
"Una de las mayores contradicciones del capitalismo es la que surge del conflicto entre la naturaleza cada vez más global de la producción y la estructura necesariamente nacional del capital. Al llevar las posibilidades económicas, financieras y productivas de las 'asociaciones' de naciones a sus límites últimos, el capitalismo ha obtenido un importante 'soplo de aire fresco' en su lucha contra la crisis que lo aqueja, pero al mismo tiempo se ha puesto en una situación de riesgo. Esta precipitada carrera hacia el multilateralismo se desarrolla en un contexto de descomposición, es decir, en una situación en la que la indisciplina, las tendencias centrífugas, el arraigo en la estructura nacional, son cada vez más poderosos y afectan no sólo a fracciones de cada burguesía nacional, sino que llevan a amplios sectores de la pequeña burguesía e incluso a franjas de proletarios que creen erróneamente que su interés está ligado a la nación. Todo esto cristaliza en una especie de 'revuelta nacionalista nihilista' contra la 'globalización'".
Vamos a examinar la respuesta iniciada por la burguesía que se articulará en 3 partes: 1) continuación de los niveles astronómicos de deuda; 2) repliegue en cada nación; 3) ataque brutal a las condiciones de vida de los trabajadores.
La deuda mundial se situaba en 255.000 millones de dólares, es decir, el 322% del PIB mundial, mientras que antes de la crisis de 2008 ascendía a 60.000 millones de dólares, y el PIB mundial sólo ha progresado de manera relativamente "lenta". Tenemos aquí un panorama de la evolución de la deuda privada y pública en los últimos trece años, que ha contribuido a sostener lo que la burguesía ha llamado un crecimiento "lento". Frente a la violenta aceleración de la crisis económica inducida por la pandemia, la burguesía ha reaccionado en todo el mundo con la creación de dinero emitido por los bancos centrales de todos los países desarrollados y emergentes. A diferencia de la crisis de 2008, no se ha puesto en práctica ninguna coordinación entre los principales bancos centrales del mundo. Esta creación masiva de dinero central y de deuda ha estado a la altura de la ansiedad que se apoderó inmediatamente de la clase burguesa ante la magnitud de la recesión que parece abrirse ante ella. Tomando un promedio de las cifras dadas por la burguesía a finales de mayo, tenemos las siguientes previsiones de caídas en el crecimiento:
- El 6,8% del PIB para el conjunto de la UE y del 11 al 12% para los países del sur del Mediterráneo...
- Para los Estados Unidos las cifras dadas expresan la dificultad o perfidia ideológica de la burguesía en su evaluación, ¡dando cifras que van del 6,5% al 30%! En términos estadísticos esto nunca se ha visto antes. La FED de Filadelfia incluso presentó la cifra del 35%.
- China anunció una caída de su PIB del 3,5% y un descenso del 13% en su actividad industrial.
Si tomamos la hipótesis más baja planteada por la burguesía y en ausencia de una segunda ola de la pandemia, se espera que el crecimiento mundial en 2020 experimente una fuerte contracción de al menos un 3%, una disminución mucho más aguda que durante la crisis de 2008-2009.
A continuación, se presenta un resumen de las inciertas perspectivas expresadas por el FMI (que se ajusta al promedio de las previsiones realizadas por los organismos oficiales a nivel internacional del crecimiento en porcentaje del PIB):
País |
2019 |
2020 |
Países avanzados |
2.9 |
-3 |
Eurozona |
1.7 |
-6.1 |
Alemania |
0.6 |
-7 |
Francia |
1.3 |
-7.2 |
Italia |
0.3 |
-9.1 |
España |
2 |
-8 |
Japón |
0.7 |
-5.2 |
GB |
1.4 |
-6.5 |
China |
6.1 |
1.2 |
India |
4.2 |
1.9 |
Brasil |
1.1 |
-5.3 |
Rusia |
1.3 |
-5.5 |
Total mundial |
2.4 |
-4.2 |
A continuación, presentamos las previsiones de evolución del comercio mundial (igualmente en porcentajes):
|
2019 |
2020 |
Importaciones países avanzados |
1.5 |
-11.5 |
Importaciones de países emergentes o desarrollados |
0.8 |
-8.2 |
Exportaciones por países emergentes o desarrollados |
0.8 |
-9.6 |
En estos cuadros se ofrece un panorama general no sólo del proceso recesivo previsto, sino también del nivel de contracción previsto en el comercio mundial.
Una síntesis de nuestra discusión da las siguientes cifras, que son bastante reveladoras:
"La situación sólo es sostenible porque las deudas del Estado y su reembolso son asumidas por los bancos centrales; así pues, la FED está inyectando en la economía de los Estados Unidos 625.000 millones de dólares a la semana, mientras que el Plan Paulson, lanzado en 2009 para detener las quiebras bancarias, fue a nivel mundial de 750.000 millones de dólares (aunque es cierto que en los próximos años se lanzarán otros planes de recompra de deudas por parte de la FED)". "La respuesta más sorprendente de todas ha venido de Alemania, aunque es sólo una parte de una reacción europea más amplia a la aceleración de la crisis económica. La razón por la cual las medidas proyectadas por el gobierno alemán son de especial importancia se explica en un artículo del Financial Times del lunes 23 de marzo: "Las medidas propuestas por Olaf Scholtz, ministro de finanzas, representan una ruptura decisiva con la estricta adhesión del gobierno a la política de "schwarze Null" o "black zero" de presupuestos equilibrados y sin nuevos préstamos"[9] (...) "Desde febrero se han liberado 14.000 mil millones de dólares, para evitar el colapso. Todo esto tiene lugar en un contexto completamente diferente del pasado. ¿Cómo han podido estas políticas 'expansionistas', que han superado las diferencias entre los bancos centrales y los estados, la recuperación, los planes de rescate, cómo pueden ser eficaces?"[10].
Un ejemplo menos conocido es el de China, que es uno de los países más endeudados del mundo, aunque también tiene importantes ventajas que no deben subestimarse. La deuda mundial de China en 2019 equivale al 300% de su PIB, o sea 43 billones de dólares. Además, el 30% de las empresas de China están clasificadas como "empresas zombis". Este es el porcentaje más alto del mundo. También es en este país donde la tasa de utilización de la capacidad de producción es la más baja; de hecho, todos los países desarrollados están experimentando este fenómeno de exceso de capacidad de producción. Oficialmente, las tasas de utilización de la capacidad industrial de las dos principales potencias mundiales - y esto antes de Covid-19 - fueron del 76,4% en China y del 78,2% en Estados Unidos. El paquete de estímulo implementado en China ascendería a 64 billones de dólares, lo cual es faraónico y probablemente destinado en gran parte a la propaganda ideológica. El paquete de estímulo está previsto para un mínimo de cinco a veinte años, e independientemente de cuál sea la realidad, no puede ser ajeno a los objetivos económicos y hegemónicos imperialistas de China. El paquete de estímulo de los Estados Unidos ha alcanzado los 10 billones de dólares. En comparación, el plan de recuperación de la UE parece casi ridículo, ya que, según se informa, asciende a 1,29 billones de dólares en forma de préstamos, financiados en parte por los mercados financieros y en parte directamente por el BCE. En realidad, el dinero inyectado por el BCE en toda la economía, bancos y empresas privadas y en la sombra, asciende a varios miles de millones de euros. ¡Los Estados, especialmente Alemania, garantizarán por mutualización una parte de este plan que será en forma de subvenciones y préstamos reembolsables entre 2028 y 2058! En realidad, la clase burguesa admite que gran parte de la deuda del mundo nunca será pagada. Lo que nos lleva a los aspectos que vamos a discutir ahora.
No podemos describir en el marco de este informe todas las operaciones monetarias en curso en toda su extensión, ni detallar todos los planes de recuperación. Si todo esto parece más allá de la imaginación, el hecho es que el capitalismo está usando esta astronómica creación monetaria para invertir y hacer sus bienes. Desde este punto de vista, la creación monetaria central y privada debe crecer exponencialmente (en diferentes formas) para permitir que se mantenga la acumulación en la medida de lo posible y, en la medida en que la situación actual lo permita, frenar la caída en la depresión. Esta depresión contiene dentro de sí el peligro de la deflación, pero sobre todo de la estanflación. La devaluación de las monedas, incluso más allá de la guerra monetaria actual, se inscribe en la perspectiva de la crisis del capitalismo. La aceleración de la crisis actual es un paso muy significativo en esta dirección. El quid de la cuestión es: en cada país, cada vez más, el capital global está hipotecando el valor futuro que se producirá y realizará para permitir el crecimiento actual y continuar la acumulación. Por lo tanto, es en gran medida gracias a esta anticipación que el capitalismo logra capitalizar e invertir. Este proceso se materializa en el hecho de que, cada vez más, la colosal deuda emitida está cada vez menos cubierta por el plusvalor ya producido y realizado. Esto abre la perspectiva de cada vez más caídas financieras y destrucción de capital financiero. Lógicamente, este proceso implica que el mercado interno de capitales no puede crecer infinitamente, aunque no haya un límite fijo en la materia. En este contexto la crisis de sobreproducción en la etapa actual de su desarrollo plantea un problema de rentabilidad para el capitalismo. La burguesía estima que alrededor del 20% de las fuerzas productivas del mundo están sin utilizar. La sobreproducción de los medios de producción es particularmente visible y afecta a Europa, Estados Unidos, India, Japón, etc.
Esto es importante si queremos establecer cómo el capitalismo de estado debe fortalecerse absolutamente ante la crisis que se avecina, pero también cómo los planes de recuperación contienen límites muy fuertes y pueden provocar efectos cada vez más perversos. Y cómo el "cada uno para sí mismo", en este contexto, es el producto de la descomposición, pero también del creciente estancamiento económico, una tendencia de la que el capitalismo no puede escapar, pero que también es históricamente una dinámica mortal. Será importante en este sentido, en el período venidero, estudiar y comparar la historia de las crisis abiertas del capitalismo, en particular las de 1929, 1945, 1975, 1998, 2008.
La situación que se está abriendo con la muy profunda aceleración de la crisis actual vuelve a poner en primer plano el papel de los estados (y por lo tanto de sus bancos centrales, porque el mito de su independencia ha terminado). Sería interesante mostrar cuáles fueron las políticas económicas, el papel de los Estados y el keynesianismo en términos concretos en los períodos de 1930 y 1945, y luego mostrar la diferencia con la forma en que la burguesía enfrentó la situación en 2008. Hay durante todo este período diferencias de gran importancia: por ejemplo, está la cuestión de la existencia de mercados y zonas extra -capitalistas, pero también la amplitud de la economía mundial y las grandes potencias imperialistas y económicas, además de la cuestión de los bloques, etc. Pero en esta crisis, los planes de recuperación se han hecho en forma de déficit público y deuda estatal y no, como en los años 30 y 40, aprovechando la mayor parte de la plusvalía ya realizada y acaparada, a la que se añadió una parte de deuda que no tiene nada que ver con la de hoy. Los actuales planes de estímulo resultarán cada vez más difíciles de sostener en su financiación, ya que los niveles de deuda que requieren son inversamente proporcionales al crecimiento que generan. Sin embargo, se plantean varias cuestiones.
Las lecciones de la crisis de 1929 llevaron a la burguesía, a pesar de su propia "naturaleza" y en contra de ella, a avanzar hacia una mayor cooperación para frenar en lo posible el desarrollo de su crisis, ya sea mediante políticas keynesianas o mediante la orquestación de la globalización por parte de los Estados. Aunque en la situación actual se produzca efectivamente un retorno a las políticas de tipo keynesiano, en el marco de una tendencia creciente hacia cada uno por su cuenta, su eficacia, en lo que respecta a los medios aplicados, no será comparable con la de períodos anteriores.
Hay que ver a este respecto la tendencia a un mayor peso, en comparación con el período anterior, de las respuestas aisladas de la burguesía a nivel nacional. Por ejemplo, la nueva tendencia consistente en cerrar las fronteras para detener el transporte de pasajeros de un continente a otro, o en cerrar las fronteras nacionales, como si el virus respetara el aislamiento nacional; todo ello es mucho más un reflejo de la impotencia y del estado de ánimo que una decisión de cuarentena con base científica destinada a conjurar el virus. ¿De qué manera hay más riesgo de contraer el virus en un tren internacional entre Stuttgart y París que entre Stuttgart y Hamburgo en un tren nacional? Cerrar las fronteras nacionales no ayuda; expresa los "límites" de los medios de la burguesía.
La repatriación de la producción a los países centrales va en aumento: con la pandemia 208 empresas europeas han decidido traer de vuelta la producción de China: "Según un reciente estudio de 12 industrias mundiales, 10 de ellas -incluidas las industrias de la automoción, los semiconductores y el equipo médico- ya están trasladando sus cadenas de suministro, principalmente fuera de China. Japón ofrece 2.000 millones de dólares a las empresas para que trasladen sus fábricas fuera de China y vuelvan al archipiélago japonés"[11]. Un presidente como Macron, que parece ser un defensor del multilateralismo, ha dicho que "delegar" los suministros de alimentos y médicos es una "locura". Su ministro de finanzas, Bruno Le Maire, llama al 'patriotismo económico' para que los franceses consuman productos nacionales.
En todos los países se favorecen los planes económicos locales, consumiendo preferentemente productos locales o nacionales. Es un repliegue centrífugo que tiende a romper las cadenas de producción industrial, alimentaria y de otro tipo, diseñadas a escala mundial, y que tienen costes muy reducidos.
Puede concluirse, pues, que estas tendencias centrífugas "cada uno por sí mismo" han alcanzado un nuevo nivel, mientras que al mismo tiempo cada país, el Estado y cada banco nacional ha inyectado o prometido inyectar sumas gigantescas (ilimitadas en el caso de Alemania) en la industria. Ninguna de estas medidas ha sido adoptada y armonizada por el BCE o el FMI; hay que añadir que no sólo el populista Trump ha actuado como defensor de cada uno por sí mismo; Alemania -con el acuerdo de los principales partidos- ha actuado en la misma dirección, al igual que Macron. Así pues, populistas o no, todos los gobiernos han actuado en la misma dirección; reduciendo detrás de las fronteras nacionales, "cada uno para sí mismo" - con sólo un mínimo de coordinación internacional o europea.
Las consecuencias de estas acciones parecen ser contraproducentes para todas las capitales nacionales y aún peores para la economía mundial: "Entre 2007 y 2008, debido a una fatídica convergencia de factores desfavorables - malas cosechas, aumento de los precios del petróleo y los fertilizantes, un auge de los biocombustibles, etc. - 33 países limitaron sus exportaciones para proteger su "soberanía alimentaria". Pero el remedio fue peor que la enfermedad. Las restricciones aumentaron los precios del arroz (116%), del trigo (40%) y del maíz (25%), según las estimaciones del Banco Mundial (...). El ejemplo de China, primer país afectado por la epidemia no augura nada bueno: las amenazas a las cadenas de suministro mundiales ya han provocado un aumento del 15% y del 22% de los alimentos en este país asiático desde principios de año".
La burguesía seguro que reaccionará. En el ámbito de la UE, Alemania ha aceptado finalmente la "mutualización de deudas", lo que demuestra que las contra -tendencias funcionan ante esta oleada de descomposición. Tal vez la burguesía estadounidense saque a Trump en las próximas elecciones a favor de los demócratas que son partidarios tradicionales del "multilateralismo"[12]. Además, "el 22 de abril, los 164 países miembros de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que representan el 63% de las exportaciones agroalimentarias mundiales, se comprometieron a no intervenir en sus mercados. Al mismo tiempo, los ministros de agricultura de 25 países de América Latina y el Caribe firmaron un acuerdo vinculante para garantizar el suministro a 620 millones de personas".
Con el plan de "transición ecológica" y la promoción de una "economía verde", se harán esfuerzos para reorganizar la economía - al menos a nivel de la UE: con el desarrollo masivo de las telecomunicaciones, la aplicación de la robótica y la informática, materiales nuevos y mucho más ligeros, la biotecnología, los aviones no tripulados, los coches eléctricos, etc., la industria pesada tradicional basada en los combustibles fósiles tiende a quedar obsoleta, incluso en el ámbito militar. La imposición de "nuevas normas" de organización económica se está convirtiendo en una ventaja para los países centrales, especialmente Alemania, Estados Unidos y China.
La burguesía luchará paso a paso contra esta marea de fragmentación nacional de la economía. Pero se enfrenta a la fuerza creciente de su contradicción histórica entre la naturaleza nacional del capital y la naturaleza global de la producción. Esta tendencia de cada burguesía a querer salvar su economía a expensas de otras es una tendencia irracional que sería desastrosa para todos los países y para toda la economía mundial, aunque haya diferencias entre los países. La tendencia de cada uno para sí mismo puede ser incluso irreversible y la irracionalidad que la acompaña pone en tela de juicio las enseñanzas extraídas de la crisis de 1929 por la burguesía.
Como el Manifiesto de 1919 de la Internacional Comunista declaró, "El resultado final del modo de producción capitalista es el caos". El capitalismo ha resistido a este caos de muchas maneras durante su decadencia y ha seguido resistiendo durante su fase de descomposición. Las tendencias contrarias seguirán surgiendo. Sin embargo, la situación que se está abriendo hoy en día es una de una importante agravación del caos, especialmente en el terreno económico, que es muy peligroso desde el punto de vista histórico.
La Resolución del 23º Congreso sobre la situación internacional dio el siguiente marco:
"En cuanto al proletariado, estas nuevas convulsiones sólo pueden dar lugar a ataques aún más graves contra sus condiciones de vida y de trabajo a todos los niveles y en todo el mundo, en particular:
- reforzando la explotación de la fuerza de trabajo mediante la continua reducción de los salarios y el aumento de las tasas de explotación y de productividad en todos los sectores;
- continuando el desmantelamiento de lo que queda del Estado de bienestar (restricciones adicionales a los diversos sistemas de prestaciones para los desempleados, la asistencia social y los sistemas de pensiones); y, más en general, abandonando "suavemente" la financiación de todas las formas de asistencia o apoyo social del sector voluntario o semipúblico;
- la reducción por parte de los estados de los costos que representan la educación y la salud en la producción y el mantenimiento de la fuerza de trabajo del proletariado (y, por lo tanto, los importantes ataques contra los proletarios en estos sectores públicos);
- el agravamiento y el desarrollo de la precariedad como medio para imponer y hacer evolucionar el desempleo masivo en todos los sectores de la clase.
- ataques camuflados detrás de las operaciones financieras, como los tipos de interés negativos que erosionan las pequeñas cuentas de ahorro y los planes de pensiones. Y aunque las tasas oficiales de inflación de los bienes de consumo son bajas en muchos países, las burbujas especulativas han contribuido a una verdadera explosión del costo de la vivienda.
- el aumento del coste de la vida, en particular de los impuestos y el precio de los bienes de primera necesidad". (Punto 23)
Este marco ha sido fuertemente confirmado pero la situación también se ha agravado seriamente con el brote de la pandemia. En el centro de la situación económica está el ataque a las condiciones del proletariado en todo el mundo.
En 2019, según la ONU, 135 millones de personas padecían hambre; en abril de 2020, con el estallido de la pandemia, la ONU proyecta que 265 millones de personas estarán en esta situación. El Banco Mundial declaró en marzo que la población pobre alcanzaría los 3.500 millones de personas con una aceleración repentina de más de 500.000 por mes. Desde entonces este ritmo parece haber continuado, particularmente en América Central y del Sur, así como en Asia, incluidas Filipinas, la India y China. El empobrecimiento de los trabajadores se acelerará. Según el informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), "la presión sobre los ingresos resultante de la disminución de la actividad económica tendrá un efecto devastador sobre los trabajadores que están cerca o por debajo del umbral de pobreza". Entre 8,8 y 35 millones de trabajadores más estarán en la pobreza en todo el mundo, en comparación con la estimación inicial para 2020 (que preveía una disminución de 14 millones en todo el mundo).
En la India y China, el número de proletarios desempleados se cuenta, según el FMI, en cientos de miles. Sitios Web como Bussiness Bourse habla de varios millones de trabajadores que han perdido su trabajo en China. Todas estas cifras deben ser tomadas con mucha precaución ya que a menudo varían de un sitio de noticias a otro. Lo que es cierto aquí es el aspecto masivo de este fenómeno y su rápida extensión debido a la contención y cierre de una gran parte de la actividad mundial. Durante el mismo período, el desempleo masivo ha alcanzado los 35 millones de personas en los Estados Unidos y, a pesar de la excepcional ayuda estatal, las colas en los puntos de distribución de alimentos son cada vez más largas, pareciéndose a las imágenes de los años 30 en los Estados Unidos. El mismo fenómeno se está produciendo en el Brasil, donde los desempleados ya ni siquiera están registrados oficialmente. En Francia el desempleo podría llegar a 7 millones en pocos meses. La explosión del desempleo masivo está tomando el mismo ritmo en Italia y España. En este momento, empiezan a llegar planes de despidos masivos, como en las líneas aéreas y la construcción de aviones, pero también en la industria del automóvil, la producción de petróleo, etc. La lista será cada vez más larga en el próximo período.
En una evaluación inicial de las consecuencias de la pandemia, la OIT estimó que la pandemia causaría la pérdida permanente de 25 millones de puestos de trabajo en todo el mundo, mientras que la precariedad aumentaría considerablemente: "También se prevé que el subempleo aumente exponencialmente, ya que las consecuencias económicas de la epidemia del virus se reflejan en la reducción de las horas de trabajo y los salarios. En los países en desarrollo, las restricciones a la circulación de personas (por ejemplo, los proveedores de servicios) y bienes pueden anular esta vez el efecto amortiguador que ha tenido el empleo por cuenta propia en esos países"[13]. Además, en la economía informal decenas de miles de trabajadores -que no encajan en ninguna estadística y que no reúnen las condiciones para recibir apoyo financiero del Estado- están sin trabajo. Por el momento es demasiado pronto para tener una idea del nivel de deterioro general de los niveles de vida.
Recortes salariales, aumento de las horas de trabajo, reducción de las pensiones y de las prestaciones sociales. También parece, como en Francia, que la burguesía está tratando de extender el tiempo de trabajo real. Pero también está bajando los salarios directos, en particular por medio de nuevos impuestos, como pretexto. La Unión Europea, por ejemplo, está considerando seriamente un impuesto Covid, ¡un programa completo!
La deuda es cada vez más colosal, y conlleva necesariamente una contrapartida: la intensificación de las medidas de austeridad contra los trabajadores. Es en este marco que debemos examinar el significado de la renta básica universal como medio para contener las tensiones sociales y dar un golpe importante a las condiciones de vida como un paso organizado por el Estado hacia el empobrecimiento universal.
En los países centrales y sobre todo en Europa occidental, la burguesía tratará de administrar los ataques de la manera más juiciosa posible y de hacerlos aplicar de manera "política", provocando las mayores divisiones en el seno del proletariado. Aunque el margen de maniobra de la burguesía en este terreno tenderá a disminuir, no debemos olvidarlo:
"Al mismo tiempo, los países más desarrollados, en el norte de Europa, los EE.UU. y Japón, están todavía muy lejos de tal situación. Por una parte, porque sus economías nacionales están más capacitadas para resistir la crisis, pero también, y, sobre todo, porque hoy en día el proletariado de estos países, y especialmente en Europa, no está dispuesto a aceptar tal nivel de ataques a sus condiciones. Así, uno de los principales componentes de la evolución de la crisis escapa de un estricto determinismo económico y pasa al nivel social, a la relación de fuerzas entre las dos grandes clases de la sociedad, la burguesía y el proletariado". (Resolución del 20º Congreso sobre la situación internacional)
[1] Ver Crisis económica (I) - Treinta años de crisis abierta del capitalismo https://es.internationalism.org/revista-internacional/199901/1175/crisis-economica-i-treinta-anos-de-crisis-abierta-del-capitalismo [35]
[3] 23º Congreso de la CCI: Resolución sobre la situación internacional (2019): los conflictos imperialistas, la vida de la burguesía, la crisis económica https://es.internationalism.org/content/4447/resolucion-sobre-la-situacion-internacional-2019-los-conflictos-imperialistas-la-vida [37]
[4] Ver nuestras Tesis sobre la Descomposición https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo [8]
[5] La Vanguardia, 25 abril 2020, "Las zonas de riesgo del sistema financiero [38]".
[6]La Vanguardia, 22 abril 2020, "La quiebra de las petroleras golpeará a los mayores bancos de EE.UU [39]
[7] La Vanguardia, 23 Abril 2020, "Cómo el coronavirus está acelerando el proceso de desglobalización [40]".
[8] Tomado de una contribución a la discusión interna internacional de la CCI
[9] BBC World Service, 6 Abril 2020
[10]Presentación de una reunión de la organización sobre la crisis económica
[12] Sin embargo, dentro del Partido Demócrata se están desarrollando posiciones proteccionistas similares a las de Trump. Dos congresistas demócratas presentaron en marzo de 2020 una propuesta para retirar a los Estados Unidos de la OMC
[13] Informe de la OIT marzo 2020
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La última vez que esta serie examinó específicamente el problema del Estado en el período de transición fue en nuestra introducción a las tesis sobre el Estado producidas por la Izquierda Comunista de Francia (ICF) en 1946[1]. Presentamos este texto como una importante continuación del trabajo de la Izquierda Italiana que, durante la década de 1930, produjo una serie de artículos examinando las lecciones de la derrota de la Revolución Rusa, en la que el problema del Estado era visto como central. Basándose en las advertencias de Marx y Engels contra la tendencia del Estado a alejarse de la sociedad, la caracterización del Estado como un flagelo temporal que el proletariado tendrá que utilizar limitando al mismo tiempo al máximo sus aspectos más dañinos, los artículos de Vercesi y en particular de Mitchell (miembro de la Fracción Belga) ya habían establecido una distinción entre la función necesaria del "Estado proletario" y el poder real, efectivo del proletariado. El texto de la ICF dio un paso adelante al argumentar que el Estado, por su propia naturaleza, es ajeno al proletariado como portador del comunismo y, por lo tanto, de una sociedad sin Estado.
En nuestra introducción a las Tesis observamos algunas debilidades o ambigüedades en el texto del 46 (sobre los sindicatos, el papel del partido, el programa económico de la revolución), la mayoría de las cuales se superarían sustancialmente mediante el proceso de discusión y clarificación que estaba en el centro de las actividades de la ICF. Pero estos avances -especialmente sobre los sindicatos y el partido- se corrigieron en otros textos[3] ya que, hasta donde sabemos, el grupo no produjo más documentos sobre la cuestión del propio período de transición.
Las tesis de 1946 fueron producto del trabajo colectivo de la ICF y redactadas por Marc Chirik, quien jugó un papel clave en la formación y desarrollo teórico del grupo. Cuando el grupo se separó después de 1952 (a pesar de los esfuerzos de Marc para mantenerlo), Marc fue "exiliado" a Venezuela, donde no estuvo involucrado en ninguna actividad política organizada durante más de una década. Sin embargo, este no fue un período de desvinculación de la reflexión política por su parte y tan pronto como los tiempos comenzaron a cambiar, a principios y mediados de los años 60, Marc formó un círculo de discusión con algunos elementos jóvenes, cuyo resultado fue la formación del Grupo Internacionalismo en 1964. Este grupo a su vez posteriormente se convirtió en la sección en Venezuela de la CCI.
Marc regresó a Europa para participar en los acontecimientos históricos de mayo-junio de 1968 y se quedó para ayudar a formar el grupo Révolution Internationale, que se convertiría en la sección francesa de la CCI.
Para la generación de revolucionarios que emergieron de la oleada internacional de luchas que se desató en mayo del 68, la revolución no parecía una perspectiva tan lejana. Varios grupos nuevos y militantes, después de haber redescubierto la tradición de la Izquierda Comunista, no sólo se dedicaron a delimitarse del ala izquierda del capital reapropiándose de las posiciones de clase elaboradas durante el periodo de la contrarrevolución, pero también se sumergieron en debatir el carácter de la anticipada revolución y el camino hacia una sociedad comunista. El enfoque hacia el período de transición y su semi-estado que había sido planteado por la ICF y elaborado por Marc pronto se convirtió en un punto focal para muchos debates apasionados entre los nuevos grupos. La mayoría de RI y los grupos alineados con ella estaban convencidos por los argumentos de Marc, pero se dejó claro desde el principio que este análisis en particular no podía considerarse como una frontera de clase porque la historia aún no había establecido definitivamente su veracidad. Así, el debate continuó en el seno de la recién formada CCI y con otros grupos que participaron en los debates sobre el reagrupamiento internacional de las fuerzas revolucionarias emergentes que marcaron esta fase. El primer número de la Revista Internacional contenía contribuciones sobre el período de transición de Marc (en nombre de Révolution Internationale) y un largo artículo en desarrollo de ideas en la misma línea escritas por el joven CD Ward en nombre de World Revolution en Gran Bretaña, así como un texto de Rivoluzione Internazionale en Italia que argumentaba a favor del carácter proletario del Estado de transición, y una nueva contribución de Perspectiva Comunista, que fue el núcleo de Communist Workers´ Organisation. Estos textos fueron escritos para la conferencia de 1975 que vio la constitución formal de la CCI; Aunque no hubo tiempo para celebrar el debate durante la reunión, se publicaron como contribución a un debate en curso.
No es exagerado decir que estos debates fueron acalorados. El grupo Workers Voice de Liverpool pronto se separó de las discusiones de reagrupamiento, citando la futura posición mayoritaria de la CCI sobre el período de transición como prueba de su carácter contrarrevolucionario, ya que supuestamente significaba en un futuro proceso revolucionario, abogar por un Estado que dominaría a los consejos obreros. Como argumentamos en ese momento ("Sectarismo ilimitado" en World Revolution 3), esta no sólo fue una falsa acusación, sino también en gran medida un pretexto destinado a preservar la autonomía local de WV de la amenaza de ser tragado por una organización internacional más grande; pero otras reacciones de la época revelaron hasta qué punto las adquisiciones de la Izquierda Comunista Italiana se habían perdido en la niebla de la contrarrevolución. En el Segundo congreso de la CCI en 1977, por ejemplo, donde una resolución (y contra-resolución) sobre El Estado en el periodo de transición estaban en el orden del día, un delegado de Battaglia Comunista, que entonces y aún hoy afirma ser la más consistente continuación de la tradición de la Izquierda Italiana, parecía aturdido por la mera noción de cuestionar el carácter proletario del Estado de transición, aún si este punto de vista era una lógica conclusión extraída de las contribuciones de Bilan en los años 1930.
En efecto, aunque la resolución que expresaba la posición mayoritaria fue finalmente adoptada en el Tercer Congreso de la CCI en 1979, en el congreso de 1977 se consideró que el debate no había madurado lo suficiente y debía continuar. Varias de las contribuciones a este debate se publicaron posteriormente en un folleto que muestra la riqueza del debate[4]. En el seno de la CCI, la minoría no era homogénea, sino que tendía a la idea de que la posición de Bilan sobre el Estado en el período de transición había sido la correcta, mientras que la ICF se había alejado de la concepción marxista. Algunos camaradas de la minoría se unieron más tarde a la posición mayoritaria, mientras que otros comenzaron a cuestionar otros desarrollos clave realizados por la ICF y retomados por la CCI, en particular sobre la cuestión del partido. La mayoría de ellos se dispersaron en diferentes direcciones -uno hacia una posición más ortodoxa de los Bordiguistas, otro embarcándose en un breve intento de formar una nueva versión de Bilan (Fraction Communiste Internationaliste), mientras que otros imbuyeron el peligroso brebaje del anarquismo, el Bordigismo y la defensa del llamado "terrorismo obrero" que marcó la trayectoria del Grupo Comunista Internacionalista[5].
En este artículo, nos vamos a centrar en tres contribuciones a la discusión dentro de la CCI de ese periodo escritas por Marck Chirik. Este enfoque continúa y concluye los tres artículos precedentes de esta serie que han considerado la contribución a la teoría comunista hecha por individuos particulares dentro del movimiento político proletario durante el periodo de la contrarrevolución (es decir, Damen, Bordiga, Munis y Castoriadis) Esto no se debe a que nos acerquemos a estos comunistas individuales a la manera de las revistas académicas en las que la teoría siempre es vista como la propiedad intelectual de tal o cual especialista; por el contrario, como militantes de clase, estos camaradas solo podían hacer sus contribuciones con el objetivo de desarrollar algo que, lejos de ser el derecho de autor de los individuos, solo existe para convertirse en la propiedad universal del proletariado: el programa comunista. Pero para nosotros el programa comunista es un trabajo de asociación en el que los camaradas individuales pueden hacer su contribución particular dentro de una colectividad más amplia. Y precisamente la cualidad sobresaliente de Marck Chirik era su capacidad de “universalizar” lo que había adquirido, a través de la experiencia vivida, a nivel organizativo y programático –para transmitirlo a otros camaradas. Así pues, dentro de la historia de la CCI, ha habido una serie de contribuciones importantes a este esfuerzo general por iluminar el camino hacia el comunismo por parte de otros camaradas de la organización – algunos de las cuales mencionaremos en este artículo. Pero no cabe duda de que los textos escritos por MC son ejemplos de su profundo conocimiento del método marxista y merecen ser reexaminados con cierto detalle. Pedimos disculpas de ante mano por la extensión de algunas citas de estos artículos, pero creemos que es mejor dejar que las palabras de Marc hablen por sí mismas en la medida de lo posible.
El artículo publicado en Revista Internacional número 1 es notable por plantear la cuestión de los “periodos de transición” en un amplio marco histórico.
“La historia humana está formada por diferentes sociedades estables vinculadas a un modo de producción determinado y, por lo tanto, a relaciones sociales estables. Estas sociedades se basan en las leyes económicas dominantes inherentes a ellas. Se componen de clases sociales fijas y se basan en superestructuras apropiadas. Las sociedades estables básicas en la historia escrita han sido: sociedad esclavista, sociedad asiática, sociedad feudal y sociedad capitalista.
Lo que distingue los periodos de transición de los periodos en que la sociedad es estable es la descomposición de las viejas estructuras sociales y la formación de nuevas estructuras. Ambos están vinculados al desarrollo de las fuerzas productivas y están acompañados por la aparición y el desarrollo de nuevas clases, así como el desarrollo de ideas e instituciones correspondientes a estas clases. El periodo de transición no es un modo de producción distinto, sino un vínculo entre dos modos de producción: el antiguo y el nuevo. Es el periodo durante el cual los gérmenes del nuevo modo de producción se desarrollan lentamente en detrimento de los viejos, hasta que suplanta el viejo modo de producción y constituyen un nuevo modo de producción dominante.
Entre dos sociedades estables (y esto será cierto para el período entre el capitalismo y el comunismo como lo ha sido en el pasado), el período de transición es una necesidad absoluta. Esto se debe al hecho de que el socavamiento de la base de la existencia de la vieja sociedad no implica automáticamente la maduración y preparación de las condiciones de la nueva. En otras palabras, el declive de la vieja sociedad no significa automáticamente la maduración de la nueva, sino que es sólo la condición para que ésta tenga lugar.
La decadencia y el período de transición son dos fenómenos muy distintos. Cada período de transición presupone la descomposición de la vieja sociedad cuyo modo y relaciones de producción han alcanzado el límite extremo de su posible desarrollo. Sin embargo, cada período de decadencia no significa necesariamente un período de transición, en la medida en que el período de transición representa un paso hacia un nuevo modo de producción. Del mismo modo, la antigua Grecia no disfrutaba de las condiciones históricas necesarias para una transcendencia de la esclavitud; tampoco lo hizo el antiguo Egipto.
Decadencia significa el agotamiento del antiguo modo social de producción; transición significa el surgimiento de las nuevas fuerzas y condiciones que permitirán una resolución y transcendencia de las viejas contradicciones."
En el momento de la redacción de este texto, el movimiento revolucionario emergente ya se enfrentaba a la influencia de los precursores de la actual corriente de "comunización", particularmente en los escritos de Jacques Camatte y Jean Barrot (Dauvé). En efecto, la CCI ya había sufrido una escisión por parte de un grupo de miembros que provenían de la organización trotskista Lutte Ouvrière, pero que rápidamente habían caído en las nociones pseudo-radicales que marcaban lo que en ese momento llamábamos "modernismo": que la clase obrera se había convertido, en esencia, en una clase para el capital, que su lucha por reivindicaciones inmediatas era un callejón sin salida, y que la revolución comunista significaba la inmediata autonegación de la clase obrera en lugar de su afirmación política a través de la dictadura del proletariado. En esta visión, la idea de un período de transición dirigido por el proletariado fue denunciada como la perpetuación del capital: el proceso de comunización obviaría cualquier necesidad de una fase de transición entre el capitalismo y el comunismo[6]. Que tales ideas estaban ganando terreno en el movimiento revolucionario también quedó demostrado por la evolución de uno de los grupos que asistieron a la conferencia -Revolutionary Workers' Group, con sede en Chicago, que también había salido del trotskismo pero que ahora estaba descubriendo la inutilidad de la lucha por las reivindicaciones económicas (ver el Prefacio de la Revista Internacional nº 1). Mientras tanto, el grupo Revolutionary Perspectives insistía en que un bastión proletario aislado debía aislarse conscientemente del mercado mundial mientras implementaba todo tipo de medidas comunistas dentro de sus fronteras: esto era menos una aberración modernista que una tardía apología del "comunismo de guerra" del período 1918-21 en Rusia, pero comparte con los comunizadores la idea de que es posible introducir auténticas medidas comunistas en un solo país o región[7].
El texto de Marc nos proporciona un sólido punto de partida para criticar todos estos enfoques. Por un lado, insiste en que cada nuevo modo de producción ha sido el producto de un período de transición más o menos largo, que "no es un modo de producción distinto, sino un vínculo entre dos modos de producción: el antiguo y el nuevo". Esto se aplica, sin duda, al período de transición al comunismo, que es todo menos un modo de producción estable (que a veces se describe erróneamente como "socialismo"). Al contrario, será el teatro de un combate sostenido para impulsar la transformación comunista de las relaciones sociales contra el inmenso peso económico e ideológico de la vieja sociedad y, de hecho, de los miles de años de sociedad de clases que precedieron al capitalismo. Eso será cierto incluso después de que el proletariado haya conquistado el poder a nivel mundial y es más aplicable a situaciones en que los primeros puestos de avanzada proletaria enfrenten un ambiente capitalista hostil.
Al mismo tiempo, el texto explica que el período de transición al comunismo difiere profundamente de todas las transiciones anteriores:
La consecuencia de todo esto es que el período de transición al comunismo no puede comenzar dentro del capitalismo, a través de una acumulación de cambios económicos que sirven como base del poder de la nueva clase dominante, sino sólo después de un acto esencialmente político - el desmantelamiento violento de la máquina estatal existente. Este es el punto de partida para el rechazo de cualquier idea de que un verdadero proceso de comunización[8] puede comenzar antes de la destrucción del poder mundial de la burguesía. Cualquier cambio económico y social emprendido antes de que se haya alcanzado ese punto son esencialmente recursos, medidas contingentes y de emergencia que no deberían ser pintadas como una especie de "comunismo realmente existente", y su objetivo principal sería reforzar el dominio político de la clase trabajadora en un área determinada.
De hecho, incluso después del comienzo del período de transición propiamente dicho, el texto advierte contra la idealización de las medidas inmediatas adoptadas por la clase obrera:
"En el plano económico, el período de transición consiste en una política económica (y ya no una economía política) del proletariado con miras a acelerar el proceso de socialización universal de la producción y la distribución. Pero la realización de este programa de comunismo integral a todos los niveles, si bien es la meta afirmada y seguida por la clase obrera, seguirá estando sujeta a condiciones inmediatas, coyunturales y contingentes en el período de transición que sólo el puro voluntarismo utópico ignoraría. El proletariado tratará de avanzar inmediatamente en la medida de lo posible hacia su meta, reconociendo al mismo tiempo las inevitables concesiones que se verá obligado a tolerar. Dos peligros amenazan tal política:
Todo el espíritu que recorre el texto es el de un realismo revolucionario. Estamos hablando de la transformación social más radical desde el advenimiento de la especie humana y es absurdo pensar que este proceso - que para la gran mayoría de la humanidad hoy en día es visto como imposible, contrario a la naturaleza humana, o en el mejor de los casos "una bonita idea que nunca funcionaría" - podría de hecho llevarse a cabo de una sola vez: en términos históricos, de la noche a la mañana.
A continuación, el texto esboza algunos aspectos más específicos de esta "política económica", que de hecho siguen siendo bastante generales:
- La socialización inmediata de las grandes concentraciones capitalistas y de los principales centros de actividad productiva.
- Planificación de la producción y la distribución: el criterio de la producción debe ser la máxima satisfacción de las necesidades y ya no la acumulación.
- Reducción masiva de la jornada laboral.
- Aumento sustancial del nivel de vida.
- Intento de abolir la remuneración basada en el salario y en su forma monetaria.
- Socialización del consumo y de la satisfacción de las necesidades (transporte, ocio, alimentos, etc.).
- La relación entre los sectores colectivizados y los sectores de producción que siguen siendo individuales -especialmente en el campo- debe tender a un intercambio colectivo organizado a través de las cooperativas, suprimiendo así el mercado y el intercambio individual.
El texto de Marc comienza con la siguiente advertencia: "es siempre con la mayor precaución que los revolucionarios han planteado la cuestión del período de transición. El número, la complejidad y, sobre todo, la novedad de los problemas que el proletariado debe resolver impide cualquier elaboración de planes detallados de la sociedad futura; cualquier intento de hacerlo corre el riesgo de convertirse en una camisa de fuerza que ahogue la actividad revolucionaria de la clase". Es muy comprensible que Marc sólo nos dé un esbozo muy general de una posible "política económica" del proletariado. Uno de los puntos es demasiado general - "aumento sustancial del nivel de vida"-, pero los otros sí indican la dirección general; y uno marca claramente un avance sobre el texto de 1946, por ejemplo cuando dice que "el criterio de la producción debe ser la máxima satisfacción de las necesidades y ya no la acumulación", ya que el texto de 1946 todavía tendía a ver el "desarrollo de las fuerzas productivas" del proletariado como un proceso de acumulación que sólo puede significar la expansión del valor. De hecho, hoy en día somos muy conscientes de que tanto la crisis económica como ecológica del sistema son el resultado de una "sobreacumulación" y que el verdadero desarrollo tendrá que tomar necesariamente la forma de una profunda transformación y reorganización de las fuerzas productivas acumuladas bajo el capitalismo (implicando, por ejemplo, la conversión de formas de producción, energía y transporte altamente contaminantes, la reducción de las mega-ciudades capitalistas a una escala mucho más humana, la reforestación masiva, etc.).
En cuanto a la distribución del producto social en el período de transición, el texto no se pronuncia sobre el debate de los "bonos de tiempo de trabajo" basado en las propuestas de Marx en la Crítica del Programa Gotha y fuertemente defendidos, por ejemplo, por los comunistas de consejos holandés del GIC en el Grundprinzipien[9] y por la CWO en su más reciente artículo sobre el período de transición[10], pero el texto de Marc marca la pauta al insistir tanto en el intento de deshacerse de las formas salariales y monetarias como en la socialización generalizada del consumo: gratuidad del transporte, comidas comunitarias, etc. En el texto del WR en la Revista Internacional nº 1 la posición es más explícita en su rechazo de los vales de tiempo de trabajo. Aunque Marx no consideraba estos vales como una forma de dinero, ya que no se podían acumular, el artículo de WR sostiene que el sistema de tiempo de trabajo “no va realmente más allá de la noción capitalista de trabajo como un 'intercambio' entre el individuo, el trabajador atomizado y la 'sociedad'. El sistema de bonos de tiempo de trabajo tendería a dividir a los proletarios capaces de trabajar de los que no lo son (situación que bien puede intensificarse en un período de crisis revolucionaria internacional), y además abriría una brecha entre los proletarios y otras capas, inhibiendo el proceso de integración social. Tal sistema exigiría una inmensa supervisión burocrática de la labor de cada trabajador, y degeneraría muy fácilmente en una forma de salarios monetarios en un momento de declive de la revolución (estos inconvenientes se aplican tanto al período de la guerra civil como al propio período de transición).
Un sistema de racionamiento bajo el control de los consejos obreros se prestaría más fácilmente a la regulación democrática de los recursos totales de un bastión proletario y al fomento de sentimientos de solidaridad entre todos los miembros de la clase. Pero no nos hacemos ilusiones de que éste o cualquier otro sistema represente una 'garantía' contra el retorno de la esclavitud asalariada en su forma más desnuda".
Sin embargo, no creemos que se pueda decir con mayor certeza que en 1975 que este debate sobre las medidas económicas inmediatas del proletariado en el poder se ha resuelto de una vez por todas. Por el contrario, si bien puede y debe continuar hoy (nos proponemos volver a la cuestión en un futuro artículo de esta serie), solo puede resolverse con una futura praxis revolucionaria.
Una vez definido el carácter general del período de transición, el texto reafirma la posición sobre el Estado que ya había sido esbozada por el texto de la ICF en 1946:
"La sociedad de transición sigue siendo una sociedad dividida en clases y, por lo tanto, surgirá necesariamente en ella esa institución propia de todas las sociedades divididas en clases: el ESTADO. Con todas las limitaciones y medidas cautelares con las que rodearemos esta institución (los funcionarios serán elegidos y revocables, su consumo será igual al de un trabajador, existirá una unificación entre las funciones legislativas y ejecutivas, etc.), y que hacen de este estado un 'semi-estado', no debemos perder nunca de vista la naturaleza histórica antisocialista, y por lo tanto anti- proletaria y esencialmente conservadora, del Estado. El Estado sigue siendo el guardián del statu quo.
Reconocemos la inevitabilidad de esta institución que el proletariado tendrá que utilizar como un mal necesario para: romper la resistencia de la menguante clase capitalista y preservar un marco administrativo y político unido en este período en que la sociedad todavía está desgarrada por intereses antagónicos.
Pero rechazamos categóricamente la idea de hacer que este Estado sea el abanderado del comunismo. Por su propia naturaleza ('naturaleza burguesa en su esencia'--Marx), es esencialmente un órgano para la conservación del statu quo y una restricción del comunismo. Por lo tanto, el Estado no puede identificarse con el comunismo ni con el proletariado que es portador del comunismo. El proletariado es, por definición, la clase más dinámica de la historia ya que lleva a cabo la supresión de todas las clases, incluida la suya propia. Por eso, al utilizar el Estado, el proletariado expresa su dictadura no a través del Estado, sino sobre el Estado. Por eso el proletariado no puede permitir bajo ninguna circunstancia que esta institución (el Estado) intervenga con violencia dentro de la clase, ni que sea el árbitro de las discusiones y actividades de los órganos de clase - los consejos y el partido revolucionario".
Fue esta posición en particular -la naturaleza conservadora y no proletaria del Estado- que fue objeto de argumentos divergentes dentro de la CCI, no sólo con respecto al Estado de transición, sino al Estado en general.
El folleto de 1981 incluía un texto de Marc llamado 'Los orígenes del Estado y demás cuestiones’, que era una respuesta a un texto[11] escrito por dos camaradas de la minoría, M y S, defendiendo la noción de Estado proletario sobre la base de un examen de los orígenes históricos del Estado. M y S argumentaban que, dado que el Estado es en esencia la creación y el instrumento de una clase dominante, puede desempeñar un papel revolucionario en períodos en que esa clase es en sí misma una fuerza revolucionaria o al menos activamente progresista, mientras que sólo está condenado a desempeñar un papel reaccionario cuando esa clase en sí misma se vuelve decadente u obsoleta. Por lo tanto, su texto rechaza la definición del Estado como "conservador" en su naturaleza esencial. En cuanto a su función esencial, es como un instrumento de represión de una clase por otra. Por consiguiente, durante el período de transición el Estado puede y debe tener un carácter proletario, ya que no es más que la creación de la clase obrera con el fin de ejercer su dictadura.
En su respuesta, Marc ofrece una breve pero perspicaz historia de la forma en que el movimiento proletario ha desarrollado, a través de sus propios debates y sobre todo de sus propias experiencias en la lucha de clases, su comprensión de la cuestión del Estado: desde las primeras ideas de Babeuf y los Iguales sobre la conquista del Estado por la revolución armada hasta las intuiciones de los utópicos sobre el comunismo como una sociedad sin Estado; desde la crítica de la adoración al Estado de Hegel por el joven Marx hasta las lecciones extraídas por la Liga de los Comunistas de las revoluciones de 1848 y sobre todo por Marx y Engels de la Comuna de París de 1871, cuando se hizo evidente por primera vez que el Estado existente debía ser desmantelado y no conquistado. A continuación, se mencionan los estudios sobre el comunismo primitivo de Morgan que permitieron a Engels analizar los orígenes históricos del Estado, pasando por las fuerzas, debilidades y percepciones incompletas de Lenin en relación con la experiencia de la Revolución Rusa, y finalmente a los esfuerzos de la Izquierda Comunista para sintetizar y desarrollar todos los avances realizados por las expresiones precedentes del movimiento obrero. El objetivo aquí es mostrar que nuestro entendimiento del problema del Estado y el período de transición no es el producto de una ortodoxia marxista invariable, sino que ha evolucionado y de hecho continuará evolucionando a la luz de la experiencia real y la reflexión sobre esa experiencia.
El núcleo central del texto es la referencia al famoso pasaje de Engels sobre cómo el Estado aparece por primera vez en el largo período de transición cuando la sociedad comunista primitiva está dando paso al surgimiento de divisiones de clase definidas - no como la creación consciente ex nihilo de una clase dominante sino como una emanación de la sociedad en cierta etapa de su desarrollo: "El Estado no es, por lo tanto, de ninguna manera un poder impuesto a la sociedad desde el exterior; tampoco es 'la realidad de la idea moral', 'la imagen y la realidad de la razón', como sostiene Hegel. Más bien, es un producto de la sociedad en una etapa particular de desarrollo; es la admisión de que esta sociedad se ha involucrado en una autocontradicción insoluble y está dividida en antagonismos irreconciliables que no puede exorcizar. Pero para que estos antagonismos, clases con intereses económicos conflictivos, no se consuman a sí mismos y a la sociedad en una lucha infructuosa, se ha vuelto necesario un poder, aparentemente por encima de la sociedad, para moderar el conflicto y mantenerlo dentro de los límites del 'orden'; y este poder, surgido de la sociedad, pero colocándose por encima de ella y alienándose cada vez más de ella, es el Estado".[12]
Marc explica que esto no significa que el Estado tenga un papel neutral o mediador en la sociedad, pero muestra que simplemente definir el Estado como 'cuerpo de hombres armados' cuya función es ejercer la represión contra las clases explotadas u oprimidas es inadecuado, porque el papel principal del Estado es mantener unida a la sociedad y esta represión nunca será suficiente. De ahí la necesidad de utilizar instituciones ideológicas, formas de representación política, etc. Como dijo Marx en El rey de Prusia y la reforma social (1844), "desde el punto de vista político, el Estado y la organización de la sociedad no son dos cosas diferentes. El estado es la organización de la sociedad" - con la calificación, por supuesto, de que todavía estamos hablando de una sociedad dividida en clases.
Marc vuelve entonces a Engels para subrayar que esta función de organizar la sociedad, de mantenerla unida, significa preservar las relaciones de producción existentes y por lo tanto "Como el Estado surgió de la necesidad de mantener a raya los antagonismos de clase, pero también surgió en lo más reñido de la lucha entre las clases, normalmente es el Estado de la clase dominante económicamente más poderosa, que por sus medios se convierte también en la clase políticamente dominante, y por lo tanto adquiere nuevos medios de mantener y explotar a la clase oprimida"[13] .
Sin embargo, esta necesaria identificación con el Estado por parte de las clases explotadoras del pasado no se aplica al proletariado porque, como clase explotada, no tiene su propia economía. Y podemos agregar: ante una situación en que el viejo Estado se ha desmantelado y la vieja sociedad burguesa está en condiciones de disolverse, el proletariado todavía necesitará un instrumento para impedir que los conflictos entre él y las demás clases no explotadoras desgarren la sociedad. Y como esta situación es, en cierto sentido, un retorno a las condiciones originales que llevaron a la formación del Estado, las formas estatales aparecerán, surgirán, se manifestarán, le guste o no a la clase obrera. Y precisamente por ello, el Estado de transición, por mucho que el proletariado pueda dominarlo, no será un órgano puramente proletario, sino que -como ya pudo discernir la Oposición Obrera en relación con el Estado soviético en 1921- tendrá un carácter "heterogéneo"[14], basado en comunas territoriales o en organismos de tipo soviético en los que estará necesariamente representada toda la población no explotadora.
En cuanto al papel "conservador" del Estado, es necesario aclarar el texto original de 1946, en el que se dice que "en el curso de la historia, el Estado ha aparecido como un factor conservador y reaccionario". Pero conservador y reaccionario no son exactamente lo mismo. La función del Estado es siempre conservadora en el sentido de proteger, codificar y estabilizar los acontecimientos que tienen lugar en la economía y la sociedad. Dependiendo de la época, este papel puede servir globalmente al desarrollo progresivo de las fuerzas productivas; en períodos de decadencia, el mismo papel se vuelve abiertamente reaccionario en el sentido de mirar hacia atrás, preservando todo lo que es pasado y obsoleto. La diferencia clave con la minoría no estaba aquí, sino en su idea de que el movimiento dinámico -el movimiento hacia el futuro- provenía del Estado y no de la sociedad. Un artículo publicado en la Revista Internacional 11[15] y firmado por RV argumenta con fuerza que, incluso en la revolución burguesa, a la cual los camaradas de la minoría les gustaba más referirse como ejemplo de que el Estado era un instrumento revolucionario, el movimiento realmente radical que impulsaba el derrocamiento del viejo régimen venía de "abajo", del movimiento "plebeyo" en las calles, las asambleas generales en las "secciones", o la primera Comuna de París de 1793 - que se enfrentaban constantemente a las fronteras económicas y políticas impuestas por el poder estatal central de la burguesía en su búsqueda de orden y estabilidad. Esto es aún más cierto en el caso de la revolución proletaria, donde la transformación comunista dirigida por la clase obrera tendrá que ir constantemente más allá de los límites legalmente definidos por la organización oficial de la sociedad de transición, el Estado.
En el tercer texto, publicado en 1978 en la RInt 15[16], Marc profundiza en algunas de las cuestiones planteadas en los dos artículos anteriores, pero en particular recoge y desarrolla una idea clave en la cita de Engels utilizada en el artículo anterior: "este poder, surgido de la sociedad, pero que se sitúa por encima de ella y se aleja cada vez más de ella, es el Estado".[17]
Como señala Marc, el reconocimiento del Estado como una de las manifestaciones más primordiales de la alienación del hombre de sí mismo, o de lo que puede ser, es una de las primeras ideas políticas de Marx y fue clave para su Crítica de la filosofía hegeliana:
"En su Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel[18], con la que comenzó su vida como pensador y militante revolucionario, Marx no sólo luchó contra el idealismo de Hegel que sostenía que la idea era el punto de partida de todo movimiento (haciendo de la “idea el sujeto, el sujeto real, o propiamente dicho, el predicado” en todos los casos, como escribió en la Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel, también denunció con vehemencia las conclusiones de esta filosofía, que hacen del Estado el mediador entre el hombre social y el hombre político universal, el reconciliador de la escisión entre el hombre privado y el hombre universal. Hegel, constatando el creciente conflicto entre la sociedad civil y el Estado, quiso que la solución de esta contradicción se encontrara en la autolimitación de la sociedad civil y en su integración voluntaria en el Estado, pues, como dijo, "sólo en el Estado el hombre tiene una existencia conforme a la razón" y "todo lo que el hombre es, se lo debe al Estado y es allí donde reside su ser". Todo su valor y realidad espiritual, el hombre sólo los tiene a través del Estado" (Hegel, La Razón en la Historia). Contra esta delirante apología del Estado, Marx dijo que 'la emancipación humana sólo se completa cuando el hombre ha reconocido y organizado sus propias fuerzas como fuerzas sociales, de modo que la fuerza social ya no está separada de sí misma en forma de fuerza política', es decir, el Estado (de La cuestión judía)".
Por lo tanto, desde el principio, el trabajo teórico de Marx tomó una posición contra el Estado como tal, que era un producto, una expresión y un factor activo de la alienación de la humanidad. En contra de la demanda de Hegel de fortalecer el Estado y de absorber la sociedad civil, Marx insistió resueltamente en que la desaparición del Estado era sinónimo de emancipación de la humanidad, y que esta noción fundamental se enriquecería y desarrollaría a lo largo de su vida y su obra.
Esto se argumenta de manera más explícita en la sección de la Crítica que trata sobre la cuestión del voto, que para Hegel mantenía estrictamente la separación entre la asamblea legislativa y la sociedad civil, ya que los electores no ejercían en ningún sentido un mandato sobre los elegidos. Marx veía un potencial diferente, si el voto iba a ser universal y si "los electores tenían la opción de deliberar y decidir sobre los asuntos públicos por sí mismos o de delegar a individuos específicos para que realizaran estas tareas en su nombre". El resultado de tal "democracia directa" sería este:
"En el sufragio irrestricto, tanto activo como pasivo, la sociedad civil se ha elevado por primera vez a una abstracción de sí misma, a la existencia política como su verdadera existencia universal y esencial. Pero el pleno logro de esta abstracción es a la vez también la trascendencia [Aufhebung] de la abstracción. Al establecer su existencia política como su verdadera existencia, la sociedad civil ha establecido simultáneamente su existencia civil, en distinción de su existencia política, como no esencial. Y con una separada, la otra, su opuesto, cae. Dentro del Estado político abstracto, la reforma del voto adelanta la disolución [Auflösung] de este estado político, pero también la disolución de la sociedad civil".
Estas palabras pueden estar todavía redactadas en el lenguaje de la democracia, pero también tienden a trascenderla, ya que anticipan no sólo la disolución del Estado sino también de la sociedad civil - es decir, burguesa. Y en el año siguiente Marx escribirá la "Introducción" a la Crítica, que a diferencia de ésta última se publicó en realidad (en los Anales francoalemanes de 1844) y compondrá los Manuscritos económicos y filosóficos. En el primero, Marx identifica al proletariado como el agente del cambio revolucionario, y en el segundo, declara definitivamente que el comunismo es el único futuro posible para la sociedad humana.
Volviendo al texto de Marc, es significativo que de nuevo enmarque toda su línea de investigación en un arco histórico muy amplio. Al igual que en el texto anterior sobre los orígenes del Estado, donde habla con cierto detalle sobre la sociedad "gentilicia" y su desaparición, comienza con la disolución de la sociedad comunista primitiva y el primer surgimiento del Estado. El define esto como la antítesis o negación inicial que asegura que todas las sociedades de clases subsiguientes, a pesar de todos los cambios que han tenido lugar de un modo de producción a otro, mantengan una unidad y continuidad esenciales - hasta la futura abolición de las clases y, por lo tanto, la desaparición del Estado, que es la síntesis, la "Negación de la negación, la restauración de la comunidad humana en un nivel superior".
En toda la larga época de la primera negación, de la sociedad de clases, el Estado tiende cada vez más a perpetuarse a sí mismo y a sus propios intereses privados, a alienarse cada vez más de la sociedad. Así, el poder cada vez más totalitario del Estado alcanza su punto culminante en el fenómeno del capitalismo de Estado que pertenece a la época de la decadencia del capitalismo. "Con el capitalismo, la explotación y la opresión han alcanzado un paroxismo, porque el capitalismo es el producto condensado de todas las sociedades anteriores de explotación del hombre por el hombre. El Estado en el capitalismo ha logrado su destino, convirtiéndose en el monstruo horrible y sangriento que conocemos hoy en día. Con el capitalismo de Estado ha realizado la absorción de la sociedad civil, se ha convertido en el gestor de la economía, en el jefe de la producción, en el amo absoluto e indiscutible de todos los miembros de la sociedad, de sus vidas y actividades; ha desatado el terror y la muerte y ha presidido una barbarie generalizada".
Por lo tanto, todo este proceso es clave para medir la distancia entre la humanidad tal como podría ser y la humanidad tal como está ahora: en resumen, la espiral de alienación de la humanidad, que ha llegado a su punto más extremo en la sociedad burguesa. En oposición a esto corre el "movimiento real", el desarrollo del comunismo, que, como condición previa a su futuro florecimiento, debe asegurar el marchitamiento del Estado, cumpliendo la promesa de Marx de un tiempo "en que el hombre ha reconocido y organizado sus propias fuerzas como fuerzas sociales".
Esta visión panorámica de la historia nos permite entender mejor la naturaleza esencialmente conservadora del Estado, su necesario antagonismo con la dinámica que surge de la esfera social, la humana:
"Debemos tener mucho cuidado de no caer en la confusión y el eclecticismo que sostiene que el Estado es a la vez conservador y revolucionario. Esto daría la vuelta a la realidad y abriría la puerta al error de Hegel que hace del Estado el sujeto del movimiento de la sociedad.
La tesis de la naturaleza conservadora del Estado, que se preocupa sobre todo de su propia conservación, está estrecha y dialécticamente vinculada a la noción de que la emancipación de la humanidad puede identificarse con la desaparición del Estado".
En el artículo de Marc, en el párrafo que abre esta sección, se señala que el error cardinal de Hegel sobre la historia, en el que ve la verdadera fuerza que avanza como el Estado, también se comete el error a nivel lógico, en su confusión entre sujeto y predicado, idea y realidad, que Marx también critica ampliamente en la Crítica: "La familia y la sociedad civil son los presupuestos del Estado; son las cosas realmente activas; pero en la filosofía especulativa se invierte. Pero si la Idea se hace sujeto, entonces los sujetos reales -sociedad civil, familia, circunstancias, capricho, etc. - se vuelven irreales y asumen el significado diferente de los momentos objetivos de la Idea".
El artículo de la Revista Internacional 15 también entra en mayores detalles sobre la forma del Estado en el periodo de transición:
"Podemos proponer los siguientes principios para la estructura de la sociedad de transición:
1. Toda la población no explotada se organiza sobre la base de soviets territoriales o comunas, centralizados de abajo hacia arriba, y dando lugar al Estado-Comuna.
2. Los trabajadores participan en esta organización soviética, individualmente como todos los miembros de la sociedad, y colectivamente a través de sus órganos de clase autónomos, en todos los niveles de la organización soviética.
3. El proletariado se asegura de tener una representación preponderante en todos los niveles, pero especialmente en los niveles superiores.
4. El proletariado conserva y mantiene una completa libertad en relación con el Estado. El proletariado no subordina en ningún caso el poder de decisión de sus propios órganos, los consejos obreros, al del Estado, sino que debe procurar que ocurra lo contrario.
5. En particular, no tolerará la injerencia del Estado en la vida y la actividad de la clase organizada; le privará de todo derecho o posibilidad de reprimir a la clase obrera.
6. El proletariado conserva sus armas fuera de todo control del Estado".
Estas perspectivas no son recetas para los libros de cocina del futuro; "no se basan en modo alguno en ideas o principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo" (Manifiesto Comunista). Al contrario, son las conclusiones que hay que sacar de la experiencia real de la Revolución Rusa. Aquí, en su primer período heroico, los órganos específicos de la clase obrera -comités de fábrica, Guardias Rojas, soviets elegidos por las asambleas de los lugares de trabajo- formaban parte de una red más amplia de soviets que abarcaba a toda la población no explotadora. Pero el esbozo de Marc sobre la estructura del Estado de transición hace más explícita la necesidad de que la clase obrera ejerza su control sobre este aparato estatal general, una idea que hasta ahora sólo estaba implícita en la Revolución Rusa, por ejemplo, en la noción de que los votos de las asambleas obreras y los delegados deben contar más que los votos de los delegados de los campesinos y otras clases no explotadoras. Al mismo tiempo, el bosquejo supera ciertos errores clave cometidos en la Rusia de 1917, en particular el hecho de que, una vez iniciada la Guerra Civil en 1918, las milicias de las fábricas, los Guardias Rojos, fueron disueltos en el Ejército Rojo territorial. Esto significó que los trabajadores se vieron privados de un instrumento crucial para defender sus intereses específicos, incluso contra el Estado de transición y su ejército, si fuera necesario. El párrafo que sigue en el texto de Marc también insiste en otra lección esencial de la experiencia rusa:
"Sólo nos queda afirmar que el partido político de la clase no es un órgano estatal. Durante mucho tiempo los revolucionarios no mantuvieron este punto de vista, pero esto fue un signo de la inmadurez de la situación objetiva y de su propia falta de experiencia. La experiencia de la Revolución Rusa ha demostrado que este punto de vista es obsoleto. La estructura de un Estado basado en partidos políticos es típica de la democracia burguesa, del Estado burgués. La sociedad en el período de transición no puede delegar su poder a los partidos políticos, es decir, a organismos especializados. El semi- estado se basará en el sistema soviético, en la participación directa y constante de las masas en la vida y el funcionamiento de la sociedad. Esto implica que las masas pueden en cualquier momento retirar a sus representantes, reemplazarlos, ejercer un control constante y directo sobre ellos. La delegación del poder a los partidos, de cualquier tipo, reintroduce la división entre el poder y la sociedad y, por lo tanto, es una barrera importante para su emancipación.
Además, la asunción o la participación en el poder estatal por parte del partido proletario alterarán profundamente sus funciones, como lo demuestra la experiencia rusa. Sin entrar en una discusión sobre la función del partido y su relación con la clase -lo que plantea otro debate-, basta con decir aquí que las exigencias contingentes del Estado terminarían prevaleciendo sobre el partido, haciéndolo identificar con el Estado y separarse de la clase, hasta el punto de oponerse a ella".
Hay que preguntarse sobre este esbozo de un posible Estado de transición del futuro. Se basa en el principio fundamental de que el proletariado, como única clase comunista, debe mantener en todo momento su autonomía de todas las demás clases. La traducción directa de este concepto es el llamado a los consejos obreros a ejercer su dictadura sobre el Estado, y la composición social de estos consejos es clara: son consejos de toda la ciudad compuestos por delegados elegidos por todos los lugares de trabajo de esa ciudad. El problema para nosotros es que esta noción fue planteada en un momento - en los años 70 - en que la clase obrera todavía tenía un sentido definido de identidad de clase y, en los países centrales del capital, se concentraba en grandes lugares de trabajo como fábricas, minas, astilleros, etc. Pero en las últimas décadas estas concentraciones han sido en gran medida disueltas por el proceso de "globalización" y la clase obrera no sólo ha sido atomizada materialmente por estos cambios sino que también ha sido sometida a una implacable ofensiva ideológica, sobre todo desde el colapso del llamado "comunismo" después de 1989: una ofensiva basada en la idea de que la clase obrera ya no existe, que es ahora, en el mejor de los casos, una especie de subclase, incluso una subclase racial, como en la repugnante noción de que la clase obrera es por definición "blanca". De la misma manera, nuestra clase se ha fragmentado aún más por el proceso de "Uberización" que busca presentar a cada trabajador como un empresario individual. Pero sobre todo ha sido asaltada por la propaganda que afirma que la lucha de clases es un anacronismo total y que sólo puede conducir no a la formación de una sociedad más humana, sino a las peores formas de terror de Estado, como en la URSS de Stalin[19].
Estos cambios y campañas han traído grandes dificultades para la clase obrera y plantean verdaderos problemas sobre la formación de los consejos obreros del futuro. No es que la idea de los consejos haya desaparecido totalmente o se haya convertido en un mero apéndice de la democracia burguesa. La noción subyacente apareció, por ejemplo, en las asambleas de masas del movimiento de los Indignados en España en 2011 - y contra aquellos grupos como Democracia Ahora que querían usar las asambleas para dar una especie de vida vampírica al sistema parlamentario, había quienes en el movimiento argumentaban que estas asambleas eran una forma más alta de autogobierno que el viejo sistema parlamentario. La mayoría de los protagonistas de estas asambleas eran efectivamente proletarios, pero eran principalmente estudiantes, desempleados, trabajadores precarios, y superaron su atomización reuniéndose en las plazas de las ciudades o en asambleas de barrios más locales. Al mismo tiempo, había poca o ninguna tendencia a celebrar asambleas en los lugares de trabajo más grandes.
En cierto sentido, esta forma de organización de asambleas fue una vuelta a la forma de la Comuna en 1871, que estaba formada por delegados de los barrios (pero sobre todo de los barrios obreros) de París. Los consejos obreros o soviets de 1905 o 1917 habían sido un paso adelante respecto de la Comuna porque eran un medio definitivo para permitir a la clase organizarse como clase. La forma "territorial", por el contrario, es mucho más vulnerable a la idea de que son los ciudadanos los que se reúnen, no una clase con su propio programa, y vimos esta debilidad muy claramente en el movimiento de los indignados. Y más recientemente, las revueltas sociales que han ido arrasando el globo desde el Medio Oriente hasta Sudamérica han mostrado aún más claramente el peligro del interclasismo, de que el proletariado se ahogue en las protestas de la población en general, que están dominadas por la ideología democrática por un lado y, por otro, por la violencia desesperada y desorganizada que caracteriza al lumpen proletariado[20].
No podemos estar seguros de cómo se abordará este problema en un futuro movimiento de masas, que bien puede ver al proletariado organizándose mediante una combinación de asambleas de masas en el lugar de trabajo y en la calle. También puede ser que la autonomía de la clase obrera tenga que asumir un carácter más directamente político en el futuro: en otras palabras, que los órganos de clase de la próxima revolución se definan mucho más que en el pasado sobre la base de su capacidad de asumir y defender posiciones políticas proletarias (como la oposición al parlamento y a los sindicatos, el desenmascaramiento de la izquierda capitalista, etc.). Esto no implica de ninguna manera que los lugares de trabajo, y los consejos que emanan de ellos, dejarán de ser un foco crucial para el encuentro de la clase obrera como clase. Este será ciertamente el caso en países como China, cuya frenética industrialización ha sido el contrapunto a la desindustrialización de partes del capitalismo en Occidente. Pero incluso en este último, todavía hay concentraciones considerables de trabajadores en sectores como la salud, transporte, comunicación, administración y educación (y el sector manufacturero)…). Y hemos visto algunos ejemplos de cómo los trabajadores pueden superar las desventajas de estar dispersos en pequeñas empresas, por ejemplo, en la lucha de los trabajadores del acero en Vigo, España, en 2006, donde asambleas de huelguistas en el centro de la ciudad agruparon a los trabajadores de varias pequeñas fábricas de acero. Volveremos a estas cuestiones en un futuro artículo. Pero lo que es seguro es que, en cualquier levantamiento revolucionario futuro, la autonomía de clase del proletariado implicará una verdadera asimilación de la experiencia de las revoluciones anteriores y, sobre todo, de la experiencia del Estado post-revolucionario. Podemos decir con cierta confianza que la crítica del Estado elaborada por una línea de revolucionarios que vincula a Marx, Engels y Lenin con Bilan y Marc Chirik tanto en la ICF como en la CCI, será indispensable para la readquisición, por parte de la clase obrera, de su propia historia y, por tanto, para la realización de su futuro comunista.
C D Ward, agosto de 2019
[1] https://en.internationalism.org/content/9523/aftermath-world-war-two-debates-how-workers-will-hold-power-after-revolution [44]
[2] Varios artículos y nuestros análisis pueden encontrarse aquí: https://en.internationalism.org/series/395 [45]
[3] Por ejemplo: https://es.internationalism.org/revista-internacional/201410/4055/sobre-la-naturaleza-y-la-funcion-del-partido-politico-del-proletar [46]
[4]El folleto original de El periodo de transición del capitalismo al socialismo está agotado, pero pueden solicitarse fotocopias. Ver también en https://es.internationalism.org/series/488 [47] y https://es.internationalism.org/content/4459/debate-sobre-el-comunismo-y-el-periodo-de-transicion-del-capitalismo-al-comunismo [48]
[5] La evolución de este grupo, en particular su apología del terrorismo y sus amenazas violentas contra camaradas de la CCI, se sale de las fronteras del campo proletario, ver: https://es.internationalism.org/revista-internacional/200602/516/para-que-sirve-el-grupo-comunista-internacionalista-gci [49]
[6] Uno de los grupos que más recientemente se ha convertido a esta idea es Internationalist Perspective (internationalist-perspective.org/IP/ip-texts/communisation.html). Una respuesta interesante a quienes rechazan la necesidad del periodo de transición fue publicado en 2014 por CWO (https://www.leftcom.org/en/articles/2014-10-07/the-period-of-transition-and-its-dissenters [50]
[7] Ver nuestra crítica de Dauvé sobre los acontecimientos de España en 1936 https://en.internationalism.org/wr/230_Fbarrot.htm [51]. También Las confusiones del FOR sobre Octubre 1917 y España 1936 (https://es.internationalism.org/content/4388/las-confusiones-del-sobre-octubre-1917-y-espana-1936 [52] ) y ¿Una revolución más profunda que la revolución rusa de 1917? https://es.internationalism.org/cci/200602/754/2-una-revolucion-mas-profunda-que-la-revolucion-rusa-de-1917 [53]
[8] En sí mismo el término comunización es válido, ya que es perfectamente cierto que las relaciones sociales comunistas no son producto de los decretos del Estado sino del "movimiento real que suprime el estado de cosas actual” como dijo Marx. Pero rechazamos la idea de que este proceso pueda tener lugar sin la toma del poder por la clase obrera.
[9] El comunismo no es una "buena idea", Vol. 3 Parte 10, "Bilan, la Izquierda Holandesa y la transición al comunismo", Revista Internacional 151, https://es.internationalism.org/revista-internacional/201305/3732/bilan-la-izquierda-holandesa-y-la-transicion-al-comunismo [54]
[10] Ver nota de pie de página 6.
[11] "El Estado en el período de transición", S y M, mayo de 1977
[12] El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Capítulo IX https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/index.htm [55]
[13] Engels utiliza el término "normalmente" porque continúa diciendo que "los períodos excepcionales, sin embargo, ocurren cuando las clases en conflicto son casi tan iguales en fuerzas que el poder estatal, como mediador aparente, adquiere por el momento una cierta independencia en relación con ambos. Esto se aplica a la monarquía absoluta de los siglos XVII y XVIII, que equilibra la nobleza y la burguesía entre sí; y al bonapartismo del Primer y particularmente del Segundo Imperio Francés, que enfrentó al proletariado contra la burguesía y a la burguesía contra el proletariado". Marc comenta estas excepciones en "Orígenes del Estado y demás cuestiones", dando ejemplos en los que, en el marco de la sociedad de clases, la forma de Estado que corresponde generalmente al modo de producción dominante puede servir también para proteger las relaciones de producción que han reaparecido después de una larga ausencia, como es el caso de la esclavitud en los siglos XVII-XIX.
[14] “1921: El proletariado y el periodo de transición”, Revista Internacional 100, https://en.internationalism.org/internationalreview/200001/9646/1921-proletariat-and-transitional-state [56]
[15] "Estado y dictadura del proletariado", https://es.internationalism.org/revista-internacional/197710/1075/estado-y-dictadura-del-proletariado [57]
[16] “El Estado en el período de transición” Revista Internacional 115, https://en.internationalism.org/content/2648/state-period-transition [58]
[17] El Origen de la Familia, la propiedad privada y el Estado, Capítulo IX
[19]El informe sobre la lucha de clases del último congreso de la CCI se centra en esta cuestión de la identidad de clase. https://es.internationalism.org/content/4452/informe-sobre-la-lucha-de-clases-formacion-perdida-y-reconquista-de-la-identidad-de [60]
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pandemias_del_pasado.pdf [63] | 192.33 KB |
En su libro publicado en 2017, ``Pale Rider´´[1] (``La Grande Tueuse´´ en francés, La Gran Cazadora en español), Laura Spinney, periodista científica, nos muestra cómo el contexto internacional y el funcionamiento de la sociedad en 1918 contribuyeron de forma decisiva al desenlace de lo que acabó llamándose la ``Gripe española´´: ``En esencia, lo que nos enseña la gripe española es que una nueva gripe pandémica es inevitable. Pero su resultado neto – ya sean 10 o 100 millones de víctimas – sólo depende de la sociedad en la que se origina´´. El mundo lleva ya muchos meses enfrentándose al Covid-19, lo que nos lleva a cuestionarnos qué nos enseña esta pandemia sobre el mundo en el que vivimos. La relación entre el desarrollo de los contagios, por un lado, y la organización del Estado y de la sociedad por otro, no es algo que concierne exclusivamente al brote de Gripe española de 1918-20. El marxismo ya ha descubierto efectivamente que el modo de producción, en cualquier época, condiciona toda la organización social y, por extensión, todo lo que afecta a los individuos de esa sociedad.
En la época del declive del Imperio Romano Occidental, las condiciones de vida y la política expansionista imperial posibilitaron que ciertos bacilos (un tipo de bacterias), agentes de la plaga, se propagaran como un incendio, desatando una hecatombe sobre toda la población: ``… los baños públicos se convirtieron en placas de Petri: las aguas fecales se atascaban y descomponían en los pueblos y ciudades; los graneros eran auténticos criaderos de ratas; las rutas comerciales que conectaban todo el Imperio ayudaron a propagar la epidemia desde el Mar Caspio hasta el Muro de Adriano[2], con una rapidez nunca vista´´[3].
La Peste Negra, que asoló la Europa del siglo XIV, halló lo necesario para expandirse tanto en el desarrollo del comercio con Asia, Rusia y Oriente Medio como en el avance de las guerras, ligadas particularmente a la islamización de regiones asiáticas.
Estas dos pandemias representaron fielmente el declive de las sociedades esclavista y feudal, arrasando partes importantes de las mismas y desorganizándolas. No es la enfermedad en sí la que provoca la caída de un sistema de producción, sino, sobre todo, la decadencia de estos sistemas la que favorece la expansión de los microorganismos. La Plaga de Justiniano y la Peste Negra contribuyeron, e indudablemente dieron impulso, a la expansión de fuerzas destructivas que se habían puesto en marcha hacía ya mucho tiempo.
Desde los inicios del capitalismo, las enfermedades han sido un obstáculo constante para el buen funcionamiento de la producción, limitando la fuerza de trabajo indispensable para la creación del valor y maniatando las ambiciones imperialistas al debilitar a los ejércitos en campaña.
El virus de la Gripe española empezó a afectar a la especie humana cuando el capitalismo mundial necesitaba, más que nunca, una fuerza de trabajo al máximo nivel de capacidad. Sin embargo, esta necesidad dependía de las condiciones que, a su vez, fueron el semillero de la pandemia que mató a entre 50 y 100 millones de seres humanos; entre el 2’5 y el 5% de la población mundial. El mundo de la Gripe española estaba sumido en la guerra. Habiéndose iniciado cuatro años antes y a punto de acabar, la Primera Guerra Mundial ya había forjado un mundo “nuevo”: el del capitalismo en decadencia, las crisis económicas interminables y las tensiones imperialistas en alza constante.
Pero la guerra aún no había acabado. Las tropas seguían masificándose tanto en el frente como en retaguardia, creando las condiciones idóneas para los contagios. El transporte de soldados de América a Europa, en particular, se hizo por barco en condiciones lamentables: el virus se propagó enormemente y, por supuesto, con los desembarcos, los soldados llevaron el virus a la población local. Al acabar la guerra, las desmovilizaciones y la vuelta a casa de los soldados fueron un poderoso vector del desarrollo de la epidemia, y mucho más al tratarse de soldados debilitados, malnutridos y que habían recibido una atención médica bajo mínimos durante cuatro años de guerra. Al tratarse de la Gripe española se piensa necesariamente en la guerra, pero esta no fue el único factor de propagación de la enfermedad; nada más lejos de la verdad. El mundo de 1918 era un mundo en el que el capitalismo ya se había impuesto a sus anchas; en el que sus intereses lo habían hecho expandirse e imponer condiciones terribles de explotación. Era un mundo en el que los trabajadores eran hacinados en masa al pie de las fábricas, en un ambiente de miseria, desnutrición y servicios sanitarios inexistentes en su mayor parte. Si los obreros enfermaban, se les mandaba de vuelta a su pueblo, donde acababan infectando a la mayoría de los habitantes. Era un mundo donde los mineros eran confinados bajo tierra durante todo el día, picando piedras para extraer carbón, oro u otros minerales que, a menudo, expulsaban sustancias químicas que destruían sus órganos y debilitaban sus sistemas inmunológicos; por la noche, los obreros y sus familias dormían en espacios reducidos. Era también el mundo del esfuerzo bélico, para el que la enfermedad no podía ser impedimento para que los obreros siguieran yendo a trabajar y, por tanto, contagiaran a sus compañeros.
En general, el mundo de la Gripe española era a su vez un mundo en el que no había apenas conocimiento sobre el origen de las enfermedades y sus vectores de contagio. La teoría de los gérmenes, que propuso el concepto de los agentes infecciosos externos al organismo que sufre la enfermedad, apenas había terminado de nacer. Si bien se había empezado a observar a ciertos microorganismos, la existencia de los virus era aún una hipótesis marginal: 20 veces más pequeños que una bacteria, los virus no eran observables para los microscopios ópticos de la época. La medicina se había desarrollado poco aún y era inaccesible a la gran mayoría de la población. Los remedios tradicionales y todo tipo de supersticiones dominaron la lucha contra una enfermedad desconocida, a menudo vista como algo terrible y sobrecogedor.
La envergadura del desastre humano que supuso la pandemia de Gripe española debió haberla convertido en la última gran catástrofe sanitaria de la humanidad. Las lecciones que pudieron extraerse de ella, la subsiguiente investigación sobre enfermedades infecciosas, el desarrollo tecnológico sin precedentes desde los inicios del capitalismo… todo ello podría llevarnos a pensar que la humanidad tendría que ser capaz de ganarle la partida a las enfermedades.
La clase dominante comprende los riesgos que entraña la cuestión sanitaria para su sistema. Este entendimiento no implica ninguna razón humanitaria o progresista, sino la voluntad de hacer lo que esté en su mano para que la fuerza de trabajo se vea afectada lo menos posible y siga siendo lo más productiva y rentable que se pueda. Esta preocupación de la burguesía apareció ya en el ascenso histórico del capitalismo, tras las pandemias de cólera en Europa en los años 1803 y 1840. El desarrollo del capitalismo vino acompañado de una intensificación del intercambio comercial internacional y, al mismo tiempo, de la comprensión de que los patógenos no se detenían ante las fronteras impuestas por el capitalismo[4]. La burguesía empezó entonces a sostener una política sanitaria multilateral, con las primeras convenciones internacionales de 1850, y sobre todo con las creación de la Oficina Internacional de Higiene Pública (IOPH por sus siglas en inglés) en 1907. En aquel momento el objetivo de la burguesía estaba más que claro: se trataba de medidas destinadas esencialmente a salvaguardar a los países industriales y proteger su indispensable crecimiento comercial y económico. La IOPH contaba sólo con 13 países miembros. Tras la guerra, la Liga de las Naciones creó un comité de higiene de vocación más internacional (abarcando su campo de acción hasta el 70% del planeta) y con un programa que apuntaba abiertamente a asegurar que hasta el último engranaje de la máquina capitalista funcionara correctamente, mediante la promoción de medidas sanitarias. Tras la Segunda Guerra Mundial tuvo lugar un acercamiento más sistemático a la cuestión sanitaria con la creación de la Organización Mundial de la Salud (OMS), y especialmente con la creación de un programa para la mejora de los estándares sanitarios, dirigido no ya a los Estados miembros sino a toda la población mundial. Provista de los medios necesarios, la OMS organizó y financió sus operaciones en torno a un gran número de enfermedades, poniendo énfasis en la prevención e investigación.
Nuevamente, nada nos llama a ver aquí un aparente arrebato de humanitarismo por parte de la clase dominante. En el marco de la Guerra Fría, las medidas sanitarias eran vistas como una forma de asegurarse, tras la post-guerra, la posibilidad de obtener una fuerza de trabajo lo más productiva y numerosa posible, logrando conservar, durante este periodo de reconstrucción, una cierta presencia y dominación sobre los países en desarrollo y sus poblaciones: la prevención era vista como una forma de ahorrar costes frente al cuidado hospitalario.
A su vez, empezaron a desarrollarse las investigaciones y medicamentos que permitían una mejor comprensión de los agentes infecciosos, de su funcionamiento y de los medios para combatirlos, en particular los antibióticos gracias a los cuales empezaron a tener cura una cantidad cada vez mayor de enfermedades bacterianas, así como el desarrollo de vacunas. Se llegó al punto de que la burguesía, en los años 70, empezó a creer que la guerra estaba ganada y que buena parte de las enfermedades infecciosas eran cosa del pasado: el progreso de las vacunaciones, en especial de niños, y el acceso a un sistema sanitario mejor preparado, llevó a que enfermedades infantiles como el sarampión y las paperas fueran ya poco frecuentes; la viruela, junto con la poliomielitis, fueron erradicadas en casi todo el mundo[5]. El capital podía contar entonces con una fuerza de trabajo invulnerable, con total disposición para ser explotada.
El desarrollo anárquico del capitalismo en su fase de decadencia histórica, ya comenzado el siglo XX, generó una intensa transición demográfica, una aguda destrucción medioambiental (en especial por la deforestación), intensificación del desplazamiento de personas, urbanización descontrolada, inestabilidad política y cambios climáticos que son, además, factores de origen y difusión de enfermedades infecciosas[6]. Así, a finales de los años 70, apareció una nueva pandemia vírica que aún hoy afecta a toda la especie humana: el SIDA. Las esperanzas de la burguesía murieron antes de nacer, ya que al mismo tiempo el sistema capitalista entró en el último periodo de su vida: su descomposición histórica. El origen y consecuencias de la descomposición del capitalismo escapan al tema de este artículo, pero podemos subrayar que las manifestaciones más explosivas de esta descomposición afectaron muy rápidamente a la cuestión sanitaria: el ``cada uno a la suya´´, la visión a corto plazo y la pérdida de control paulatina de la burguesía sobre su propio sistema, todo ello en el contexto de una crisis económica aún más profunda, que cada vez es más difícil de contrarrestar para la clase dominante[7].
La pandemia actual de Covid-19 es una manifestación ejemplar de la descomposición histórica del capitalismo. Es resultado de la cada vez mayor incapacidad de la clase dominante para solucionar un problema que se planteó ya, en principio, con la creación de la OMS en 1947: llevar la mejor cobertura sanitaria posible a la población. Un siglo después de la Gripe española, el conocimiento científico acerca de las enfermedades, su origen, sus agentes infecciosos, los virus… se ha desarrollado a un nivel incomparable. La codificación genética permite a día de hoy identificar virus, monitorizar sus mutaciones y desarrollar vacunas más eficaces. La medicina ha hecho progresos inmensos y se ha ido imponiendo cada vez más a las tradiciones y la religión. Se ha dotado, a su vez, de una importante dimensión preventiva.
Sin embargo, es la impotencia de los Estados y el pánico ante lo desconocido lo que ha dominado las medidas tomadas ante la pandemia de Covid-19. Mientras que hace ya un siglo que la humanidad alcanzó un estado de dominio progresivo sobre las leyes naturales, actualmente nos hallamos ante una situación donde ocurre cada vez más lo contrario.
El Covid-19 está muy lejos de ser un relámpago en un cielo azul: el VIH ya nos avisó de las pandemias que podía traer el futuro. Pero es que además, desde entonces han aparecido también el SARS, el MERS (Síndrome Respiratorio de Oriente Medio), la Gripe porcina, el Zika, el Ébola, el Chikungunya (parecido al Zika y propagado por mosquitos), el BSE (enfermedad de las vacas locas)… algunas enfermedades que habían desaparecido, o casi desaparecido, como la tuberculosis, el sarampión, la rubeola, el escorbuto, la sífilis o la sarna, junto con la poliomielitis, han vuelto a aparecer. Todos estos signos deberían haber sido suficientes para que hubiera habido más investigación y acciones preventivas; lo cual no fue el caso en absoluto. Y no fue por negligencia o fallo de cálculo, sino porque el capitalismo en descomposición, necesariamente, es cada vez más y más prisionero de visiones cortoplacistas que le llevan a perder paulatinamente el control de sus propias herramientas de regulación, las mismas que hasta ahora le habían permitido limitar los daños causados por la competencia sin frenos en la que participan todos los actores del mundo capitalista.
En los años 80 empezaron a hacerse notar las primeras críticas de Estados miembros de la OMS sobre el coste excesivo de las estrategias de prevención, sobre todo por el hecho de que no suponían ningún beneficio directo para sus capitales nacionales. Empezaron a decaer las vacunaciones. Empezó a ser más difícil acceder a la sanidad como resultado de los recortes en los sistemas sanitarios públicos. Este paso atrás, colateralmente, dio origen a la ``medicina alternativa´´ que empezó a nutrirse del clima de irracionalidad favorecido por la descomposición. Así, un siglo después de la época en la que ni siquiera se sabía que estas enfermedades las provocaba un virus, el ``remedio´´ recomendado contra el Covid es el mismo que el que se prescribía para la Gripe española (descanso, alimentarse e hidratarse).
La ciencia ha perdido credibilidad a nivel global, y con ella, el crédito y los subsidios que la acompañaban. Las investigaciones sobre virus, enfermedades infecciosas y los medios para combatirlas se han parado en seco en casi todas partes por falta de fondos. Y no porque sean costosas, sino porque su falta de rentabilidad inmediata las convierte en una inversión sin interés. La OMS ha abandonado su investigación sobre la tuberculosis, siendo interpelada por el gobierno norteamericano con amenazas de cesar su contribución financiera (la más importante para la OMS, el 25% del total) si no se centra en enfermedades que EEUU considera más prioritarias.
Las necesidades de la ciencia, que sigue tendiendo a trabajar a largo plazo, no son compatibles con las restricciones que le impone un sistema en crisis, dominado por una acuciante necesidad de obtener beneficios inmediatos de todas sus inversiones. Por ejemplo, tras reconocerse a nivel global que el virus del Zika era un agente patogénico, responsable de descensos en la tasa de natalidad, no hubo investigación alguna ni se llegó a dar término al desarrollo de ninguna vacuna. Dos años y medio después, se pospusieron los ensayos clínicos. La ausencia de mercado, tras dos epidemias, hizo que ni un solo Estado o farmacéutica invirtiera en la investigación[8].
A día de hoy la OMS ha quedado reducida al silencio, y la investigación sobre enfermedades está en manos de un Banco Mundial que exige un enfoque basado en el beneficio (con la implementación de su indicador DALY, que maneja un ratio de costes/beneficios en cifras de años de vidas perdidas).
Así, cuando un especialista en el coronavirus como Bruno Canard, habla de ``un trabajo a largo plazo que debería haber comenzado en 2003 con la llegada del primer SARS´´, y cuando su compañero virólogo, Johan Neyts, habla con pesar de que ``por 150 millones de euros podríamos haber tenido, en 10 años, un antiviral de amplio espectro contra el coronavirus que se podría haber entregado a los chinos en enero. Habiendo hecho esto, no estaríamos en la situación en la que estamos hoy´´[9], se posicionan en contra de la dinámica actual del capitalismo.
Estamos ante la demostración de lo que Marx ya escribió en 1859 en la Contribución a la crítica de la economía política: ``Al alcanzar cierto nivel de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en conflicto con las relaciones de producción existentes (…) De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en obstáculos´´.
Mientras que la humanidad posee mejores medios científicos y tecnológicos que nunca para combatir a las enfermedades, la continuación de la sociedad capitalista supone un obstáculo para la realización de estos medios.
La humanidad, en el año 2020, es capaz de entender a los organismos vivos en todas sus formas y sabe cómo describir su funcionamiento, mientras que al mismo tiempo se ve forzada a asumir los ``remedios´´ de la época en la que reinaba el oscurantismo. La burguesía cierra sus fronteras para protegerse del virus tal y como lo hizo en el siglo XVIII, cuando se levantó un muro para aislar Provenza de la plaga. Se pone en cuarentena a enfermos o casos sospechosos, se cierran los puertos a barcos extranjeros… justo como en los tiempos de la Peste Negra. Poblaciones enteras son confinadas, se cierran espacios públicos, se prohíben reuniones y actividades, se decretan toques de queda… justo como en las grandes ciudades estadounidenses en la época de la Gripe española.
No se ha pensado en nada más efectivo que esto desde entonces, y el retorno de estos métodos violentos, arcaicos y obsoletos muestra la impotencia de la clase dominante al enfrentarse a la pandemia. La competencia, pilar del capitalismo, no desaparece ante tan grave situación: cada capital nacional debe superar al otro o morir. Así, al mismo tiempo que empezaban a acumularse las muertes y los hospitales empezaban a no ser capaces de admitir a un solo paciente más, todos los Estados intentaban confinar a todo el mundo, algunos más tarde que otros. Unas semanas más tarde, nos encontramos ante la urgencia de levantar los confinamientos y poner en marcha cuanto antes la máquina de la economía para la conquista de mercados competitivos. Estas medidas no mostraron otra cosa más que desprecio por la salud humana y se tomaron a pesar de las advertencias de la comunidad científica de que el SARS-Covd 2 estaba aún más que vivo y en proceso de mutación. La clase dominante no es capaz de ir más allá de la lógica de la competencia absoluta que reina sobre todos los niveles de su sociedad. Simplemente es incapaz de configurar una estrategia común de lucha contra el virus, como también se da en el caso del cambio climático.
La Plaga de Justiniano precipitó la caída del Imperio Romano y su sistema esclavista; la Peste Negra empujó al feudalismo a su final. Estas pandemias fueron producto de sistemas en decadencia en los que ``las fuerzas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes´´, y fueron a su vez factores de aceleración de su caída. La pandemia de Covid-19 también es producto de un orden mundial en decadencia y descomposición; y también impulsará su desaparición.
¿Debería alegrarnos una caída del capitalismo acelerada por la pandemia? ¿Podría avanzar el comunismo como lo hizo el capitalismo sobre las ruinas de la sociedad feudal? La comparación con las pandemias del pasado acaba aquí. En las sociedades esclavista y feudal las bases de una organización nueva, adaptada al desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas, ya estaban presentes en la vieja sociedad. Los métodos de producción existentes, habiendo alcanzado ya su límite, dejaron sitio a una nueva clase dominante capaz de portar relaciones de producción nuevas y más adecuadas. A finales de la Edad Media, el capitalismo ya había asumido una parte considerable de la producción social.
El capitalismo es la última sociedad de clases de la historia. Tras haber puesto bajo su control la casi-totalidad de la producción humana, no puede dejar sitio a ninguna otra forma de organización antes de desaparecer, y no hay otra sociedad de clases que pueda reemplazarlo. La clase revolucionaria, el proletariado, debe antes que nada destruir el presente sistema para poder sentar las bases de una nueva era. Si una serie de pandemias u otras catástrofes precipitaran la caída del capitalismo, y el proletariado fuera incapaz de reaccionar e imponerse con sus propias fuerzas… entonces todo el conjunto de la humanidad sería arrastrado a la destrucción.
Lo que está en juego en nuestra era reside, ciertamente, en la capacidad de la clase obrera para resistir la desorganización e ineficacia del capitalismo, y desde ahí, en si progresivamente será capaz de ir entendiendo sus fundamentos y asumiendo su responsabilidad histórica. Así es como termina la cita anteriormente mencionada de Marx:
``Al alcanzar cierto nivel de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en conflicto con las relaciones de producción existentes (…) De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en obstáculos. Se abre así una época de revolución social´´.
GD (octubre 2020)
[2] Construido en el centro de Inglaterra por dicho emperador en el siglo II
[4] ``A new twenty-first century science for effective epidemics response´´, Nature, Colección de Aniversario nº150, vol. 575, noviembre 2019, p. 131
[5] Íbid, p. 130
[6] Íbid
[7] Ver nuestras Tesis sobre la Descomposición https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo [8]
[8] Íbid, p. 134
[9] ``Covid-19 on the track of future treatments´´, Le Monde, 6 octubre 2020
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/files/es/bordiga_y_la_gran_ciudad.pdf
[2] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199607/1775/xiii-la-transformacion-de-las-relaciones-sociales-segun-los-revolu
[3] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201708/4225/el-comunismo-esta-a-la-orden-del-dia-de-la-historia-los-anos-1950-
[4] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199802/1204/iii-1918-el-programa-del-partido-comunista-de-alemania
[5] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199810/1187/v-1919-el-programa-de-la-dictadura-del-proletariado
[6] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199904/1169/vii-1920-el-programa-del-kapd
[7] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200604/829/la-decadencia-un-concepto-basico-del-marxismo
[8] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[9] https://es.internationalism.org/content/4544/marc-chirik-y-el-estado-en-el-periodo-de-transicion
[10] https://es.internationalism.org/cci-online/200904/2538/a-proposito-del-libro-el-efecto-darwin-una-concepcion-materialista-de-los-ori
[11] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199507/1824/xi-el-marx-de-la-madurez-comunismo-del-pasado-comunismo-del-futuro
[12] https://libcom.org/article/human-species-and-earths-crust-amadeo-bordiga
[13] https://www.marxists.org/archive/marx/works/1872/housing-question/
[14] https://www.cnbc.com/2018/05/17/two-thirds-of-global-population-will-live-in-cities-by-2050-un-says.html
[15] https://www.quora.com/In-2009-the-world-population-was-6-8-billion-Exponential-growth-rate-was-1-13-per-year-What-is-the-estimated-world-population-in-2012-and-2020
[16] https://www.marxists.org/archive/trotsky/1924/lit_revo/
[17] https://en.internationalism.org/internationalreview/200210/9651/trotsky-and-culture-communism
[18] https://www.ipcc.ch/site/assets/uploads/2018/02/ipcc_wg3_ar5_chapter8.pdf
[19] http://www.asirt.org/safe-travel/road-safety-facts
[20] https://www.marxists.org/espanol/bebel/1879/1879.htm
[21] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/manuscritos/index.htm
[22] https://www.marxists.org/espanol/luxem/03Estancamientoyprogresodelmarxismo_0.pdf
[23] https://es.internationalism.org/tag/21/356/que-es-el-comunismo
[24] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/bordiguismo
[25] https://es.internationalism.org/tag/2/26/la-revolucion-proletaria
[26] https://es.internationalism.org/tag/3/42/comunismo
[27] https://es.internationalism.org/files/es/informe_pandemia_descomposicion.pdf
[28] https://es.internationalism.org/content/4629/la-irrupcion-de-la-descomposicion-en-el-terreno-economico-informe-sobre-la-crisis
[29] https://es.internationalism.org/content/4566/dossier-especial-covid19-el-verdadero-asesino-es-el-capitalismo
[30] https://es.internationalism.org/content/4593/guerras-de-vacunas-el-capitalismo-es-un-obstaculo-para-encontrar-un-tratamiento
[31] https://es.internationalism.org/content/4560/guerra-de-las-mascarillas-la-burguesia-es-una-clase-de-matones
[32] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/resoluciones-de-congresos
[33] https://es.internationalism.org/tag/3/45/descomposicion
[34] https://es.internationalism.org/files/es/informe_crisis_economica.pdf
[35] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199901/1175/crisis-economica-i-treinta-anos-de-crisis-abierta-del-capitalismo
[36] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm
[37] https://es.internationalism.org/content/4447/resolucion-sobre-la-situacion-internacional-2019-los-conflictos-imperialistas-la-vida
[38] https://www.lavanguardia.com/economia/20200425/48717553726/las-zonas-de-riesgo-del-sistema-financiero.html?utm_source=newsletters&utm_medium=email&utm_campaign=economia&utm_term=20200426&utm_content=listado-de-noticias-de-la-seccion-de-economia
[39] https://www.lavanguardia.com/economia/20200422/48675143364/la-quiebra-de-las-petroleras-golpeara-a-los-mayores-bancos-de-eeuu.html?utm_source=newsletters&utm_medium=email&utm_campaign=economia&utm_term=20200422&utm_content=listado-de-noticias-de-la-seccion-de-economia
[40] https://www.lavanguardia.com/economia/20200423/48678195571/coronavirus-acelerando-proceso-desglobalizacion-brl.html?utm_source=newsletters&utm_medium=email&utm_campaign=economia&utm_term=20200423&utm_content=listado-de-noticias-de-la-seccion-de-economia
[41] https://www.politicaexterior.com/proteccionismo-la-proxima-pandemia/
[42] https://es.internationalism.org/tag/2/25/la-decadencia-del-capitalismo
[43] https://es.internationalism.org/files/es/el_periodo_de_trancision_mc.pdf
[44] https://en.internationalism.org/content/9523/aftermath-world-war-two-debates-how-workers-will-hold-power-after-revolution
[45] https://en.internationalism.org/series/395
[46] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201410/4055/sobre-la-naturaleza-y-la-funcion-del-partido-politico-del-proletar
[47] https://es.internationalism.org/series/488
[48] https://es.internationalism.org/content/4459/debate-sobre-el-comunismo-y-el-periodo-de-transicion-del-capitalismo-al-comunismo
[49] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200602/516/para-que-sirve-el-grupo-comunista-internacionalista-gci
[50] https://www.leftcom.org/en/articles/2014-10-07/the-period-of-transition-and-its-dissenters
[51] https://en.internationalism.org/wr/230_Fbarrot.htm
[52] https://es.internationalism.org/content/4388/las-confusiones-del-sobre-octubre-1917-y-espana-1936
[53] https://es.internationalism.org/cci/200602/754/2-una-revolucion-mas-profunda-que-la-revolucion-rusa-de-1917
[54] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201305/3732/bilan-la-izquierda-holandesa-y-la-transicion-al-comunismo
[55] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/index.htm
[56] https://en.internationalism.org/internationalreview/200001/9646/1921-proletariat-and-transitional-state
[57] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197710/1075/estado-y-dictadura-del-proletariado
[58] https://en.internationalism.org/content/2648/state-period-transition
[59] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1844/intro-hegel.htm
[60] https://es.internationalism.org/content/4452/informe-sobre-la-lucha-de-clases-formacion-perdida-y-reconquista-de-la-identidad-de
[61] https://es.internationalism.org/content/4495/ante-la-agravacion-de-la-crisis-economica-mundial-y-la-miseria-las-revueltas-populares
[62] https://es.internationalism.org/tag/2/38/la-dictadura-del-proletariado
[63] https://es.internationalism.org/files/es/pandemias_del_pasado.pdf
[64] https://www.science.org
[65] https://www.theguardian.com/books/2019/apr/11/fate-of-rome-kyle-harper-review