El conflicto vasco ha entrado en una nueva fase más virulenta con la presentación por parte del ejecutivo autónomo del “Plan Ibarretxe” que plantea una apenas disimulada puesta en cuestión de la Constitución (la soberanía recaería sobre el “pueblo vasco”), “revisando las relaciones entre Euskadi y España” (el primero pasaría a ser un “estado libre asociado” a la segunda),... Este nuevo paso de la confrontación entre una fracción de la burguesía vasca agrupada en torno al PNV y el resto de la burguesía española supone una confirmación patente de nuestros análisis (1). En el último artículo que dedicamos al conflicto vasco (AP nº 158: “Un conflicto sin solución bajo el capitalismo”) señalábamos que el revés sufrido por la burguesía españolista (el Frente Nacional Español que integran PP y PSOE uncidos por su Pacto Antiterrorista) en las elecciones autonómicas de Mayo de 2001, no iba a rebajar la tensión sino todo lo contrario: la burguesía española iba a acentuar la presión contra el PNV, y éste iba a responder, para salvaguardar su propia existencia, lanzando el órdago soberanista,.... como así ha sucedido.
Esta sobrepuja irracional y sin salida en la que ninguna de las fracciones capitalistas puede imponerse efectivamente a sus rivales, es una expresión más de la tendencia irracional al puro caos, y a la barbarie sin solución que caracterizan las peleas ínter burguesas en la fase terminal del capitalismo. Pero ese terreno podrido de reyerta gangsteril entre diferentes fracciones de la clase explotadora, que aparece machaconamente en periódicos, radios y TV como el “principal obstáculo a la convivencia pacífica entre los ciudadanos”, representa también un peligrosísimo veneno para la clase explotada, a través de cuál se cuelan el interclasismo, la “defensa de la democracia”, que actúan en contra de la perspectiva emancipadora del proletariado (la lucha clase contra clase, el internacionalismo,...), única posibilidad de que la humanidad se libere precisamente de ese futuro de caos y barbarie que es lo que único que puede ofrecer el sistema capitalista.
Los sesudos analistas de los medios de comunicación ofrecen argumentos de lo más peregrino para tratar de explicar ese creciente enconamiento del conflicto vasco. Para los más alineados con los postulados del PP y del PSOE (incluyendo los muy “izquierdistas” de Unificación “Comunista”), el PNV se habría “quitado la careta” (después de más de cien años ¿?) y mostraría hoy su auténtica faz “independentista” (2). Para los contrarios al discurso del PP (lo que abarca Izquierda Unida, la gran mayoría de grupos izquierdistas y lógicamente otras burguesías nacionalistas como la catalana, etc.), la causa del aumento de la crispación entre el Estado y el PNV sería la vuelta a sus rancias raíces centralistas del carpetovetónico Aznar. Pero de ser así ¿cómo explicar que el PSOE, o el gobierno francés (en su día encabezado por el muy “socialista” Jospin), compartan, en lo sustancial, esa estrategia de “acoso y derribo” al PNV? (3).
Sólo un análisis marxista, como el que hemos ido desarrollando, puede explicar el curso del llamado “conflicto vasco”:
“- tal y como han venido analizando los marxistas (desde Marx a la Izquierda Comunista italiana – Bilan-), el trasfondo de dicho conflicto es un problema histórico de soldadura nacional del capital español (ver AP nº 145: “Ni nacionalismo vasco, ni nacionalismo español: ¡Autonomía política del proletariado!”).
-ese problema histórico que la burguesía española fue incapaz de resolver en el período ascendente del capitalismo –época de la construcción de las naciones capitalistas viables- queda ya irresoluble en su etapa de decadencia histórica. Es más, en la etapa terminal de su decadencia, lo que nosotros hemos calificado como su etapa de descomposición, estos problemas tienden a agravarse ya que se desarrolla el caos tanto en el concierto imperialista mundial como al interior de los diferentes Estados nacionales, agudizándose en estos el ‘cada uno a la suya’, de las distintas fracciones burguesas, las tendencias a la dislocación y la disgregación” (AP nº 150: “Gresca entre nacionalistas vascos y españolistas.: Con la excusa de la “paz” quieren embarcarnos en sus peleas de gángsteres”).
La pelea entre el sector de la burguesía vasca en torno al PNV, y la burguesía “españolista” se entiende precisamente según las leyes que rigen las peleas ínter burguesas en el período de la descomposición capitalista:
1.- expresa la tendencia al cisma y la disgregación característicos de la etapa de decadencia capitalista, de una forma aún más irracional, sin perspectiva alguna de solución. Como vemos en Oriente Medio, Colombia, etc, los conflictos que enfrentan a fracciones de la clase dominante lejos de atenuarse o “solucionarse” tienden, por el contrario, a enconarse cada vez más. En el caso del País Vasco ni el PNV puede lograr constituir Euskadi como nación viable, ni la burguesía españolista puede lograr el sometimiento del PNV a sus dictados. Sin embargo esa falta de perspectivas no logra contener la pugna, sino que la agudiza. La política actual del “bloque españolista”, ya no es la de contener al PNV como fue el caso de los pactos PNV-PSOE o los gobiernos Andanza, sino descaradamente la de desalojar al PNV de su principal resorte de poder: la administración de la autonomía vasca. Por su parte, la fracción burguesa en torno al PNV ya no se limita a obtener mayores prebendas económicas, fiscales, o una mayor parte del aparato de Estado (policía, competencias en educación, trabajo,...) sino que abre la puerta del cuestionamiento del “Estado de las autonomías”, alentando los ánimos de otras burguesías regionales (en particular sectores de la burguesía catalana,...).
2.- La llamada “comunidad internacional”, es decir el resto de potencias capitalistas, en vez de influir en pro de un apaciguamiento, tratan de aprovecharse de esas peleas para obtener elementos de presión sobre la burguesía española. En el caso vasco ya hemos mostrado como tanto la burguesía francesa (en el pasado principal beneficiario del terrorismo etarra para presionar a sus cofrades españoles, hoy principal correligionario de Aznar para evitar la extensión del conflicto vasco en sus departamentos pirenaicos), la burguesía alemana ( a través de la influencia de la Iglesia ), o la norteamericana, tratan de jugar sus bazas en el “conflicto vasco”. Si la división del mundo en bloques pudo jugar en el pasado un papel de contención en las pugnas ínter burguesas, hoy el caos imperialista mundial (4) es, por el contrario, un poderoso estimulante.
3.- Son las fracciones capitalistas más poderosas quienes más azuzan los conflictos. Si en el escenario imperialista mundial, USA es quien actúa más impulsivamente como un auténtico “bombero pirómano”, en Afganistán, Irak,... para tratar de frenar cualquier cuestionamiento de su papel como única potencia mundial, en el caso de la burguesía española, es el propio gobierno español (respaldado, insistimos, por el principal partido de la “oposición”) quien tiene una estrategia más decididamente de hostigamiento a los “nacionalistas” porque es incapaz de admitir cuestionamiento alguno de su “orden” (la raya trazada por la Constitución de 1978 y los estatutos de Autonomía concedidos a continuación). Por ello la burguesía española:
* ha forzado una ruptura con el PNV de sectores claves de la burguesía vasca (los máximos representantes de la banca, o de los empresarios vascos han mostrado una beligerancia manifiesta al Plan Ibarretxe).
* se plantea abiertamente desde el año 2000 desalojar al PNV del gobierno (lo que supondría privarle de su principal resorte de poder). Tras el fracaso de la “coalición antiterrorista” en 2001, la burguesía españolista se ha acantonado en su dominio de Alava (las juntas forales de esta provincia han sido las primeras en recurrir ante los juzgados el Plan Ibarretxe), y ha creado hoy una Plataforma – en la que se incluyen también ONG, sindicatos – para un gobierno “no nacionalista” de Euskadi.
* intentó enfrentar a los sectores nacionalistas vascos, forzando a través de la llamada “ley de partidos políticos” del verano pasado a que fuera la propia policía vasca la que ejecutara las detenciones de los dirigentes de Batasuna (rama política de ETA).
* ha dejado entrever que en caso de que el PNV persista en su desobediencia a los dictámenes de los tribunales españoles, podría llegar a suspender la “autonomía vasca”, lo que supondría un auténtico varapalo para los nacionalistas (redespliegue de las fuerzas policiales españolas, fin de los conciertos fiscales,....).
4.- Como sucede también, en la arena imperialista mundial, los “challengers”, es decir las fracciones de la burguesía en posición de neta inferioridad, son quienes más abogan por el “diálogo”, quienes se presentan como “víctimas” de las actuaciones desmesuradas de la superpotencia. Esto es así porque son perfectamente conscientes de que a corto plazo no tienen medios efectivos para impedir los puñetazos en la mesa de la fracción más poderosa, y también porque entienden que a medio y largo plazo, el propio pudrimiento del conflicto y las demostraciones de fuerza estériles acaben socavando aún más la dominación del gángster principal (5). Así, el PNV:
* reclutó el voto de todos los sectores nacionalistas para impedir el triunfo del “bloque españolista” en las elecciones del 2001. Tanto es así, que tras esas elecciones, el plan Ibarretxe ha sido consagrado incluso por los sectores más radicales (ETA, o los adictos a la “kale borroka”) como la alternativa “realista” a la dominación “española”, y prácticamente desde entonces haya desaparecido los atentados y los disturbios callejeros..
* acató la ley de partidos, pero ha puesto mil y una trabas a su ejecución práctica, desobedeciendo por ejemplo las sentencias del Tribunal Supremo para eliminar el grupo parlamentario de los antiguos “batasunos”.
* ha planteado el Plan Ibarretxe como un auténtico laberinto jurídico de tal manera que aún cuando se respeten formalmente las normas del llamado “estado de derecho”, puedan seguir impulsando iniciativas para seguir su ejecución (convertir el Plan Ibarretxe en decreto-ley del Parlamento Vasco, disolución del Parlamento y nuevas elecciones autonómicas si prosperan los recursos del gobierno central, referéndum en el País vasco si las Cortes españolas lo desaprobaran, etc.), revestido todo ello con continuos llamamientos al “diálogo”, la “negociación”, etc.
Las luchas nacionales: un veneno para la conciencia revolucionaria de la clase obrera.
Estamos pues ante una pelea entre fracciones de la clase explotadora que expresa todo el pudrimiento, toda la tendencia al caos y al retroceso en la barbarie que existe en la sociedad capitalista actual, y debemos alertar al proletariado del riesgo de dejarse arrastrar, de tomar partido por alguno de los bandos de esa pugna.
Ya a lo largo de todo el siglo pasado los revolucionarios hemos advertido de la trampa que han representado las llamadas luchas nacionales (6), en las que el papel de la población ha sido el de servir de “carne de cañón” de las luchas entre gángsteres capitalistas. El hecho de que en los países centrales esas pugnas no se planteen hoy como guerras abiertas sino como “conflictos” entre fracciones aparentemente “civilizadas”, o que exista una disparidad real de fuerzas entre los bandos enfrentados, no disminuye, sino que al contrario acentúa, la nefasta influencia que puedan tener estas mistificaciones en sectores de la clase obrera, de manera que frente a las barbaridades de uno de los bandos, el rival aparezca como “mal menor”, “fracción menos reaccionaria” etc. Así sucede por ejemplo cuando ante los atentados de ETA o las atrocidades etnicistas del Sr. Arzallus, la burguesía nacionalista española aparece como más “pacífica”, “democrática”, cuando en realidad son directamente responsables del terror de la explotación capitalista (decenas de muertos en accidentes de trabajo, precariedad, paro, desmantelamiento de prestaciones sociales,...), de las guerras (desde el Golfo en 1991, a la reciente de Irak,...). Lo mismo sucede en el bando de los “nacionalistas vascos” que se presentan como víctimas del furor centralista del Gobierno Aznar, cuando su programa y su actuación son tan reaccionarios como los del otro padrino. Recordemos cuál ha sido el futuro de la población en los Estados “socialistas” fruto de la “liberación nacional” de los años 70 por ejemplo (Vietnam, Camboya, Nicaragua,...), y recordemos también cómo los métodos de estos gángsteres de “segunda” son, a escala si cabe más chapucera, una reproducción de los “métodos” de chantaje, terror y barbarie de sus cofrades mayores.
Hoy no existen las condiciones para que el proletariado se deje arrastrar alegremente a una guerra abierta entre fracciones de la burguesía. A pesar de sus evidentes debilidades, la clase obrera no está derrotada, pero las simpatías, las ilusiones en alguno de los bandos de las confrontaciones ínter burguesas no atenúan esas debilidades, sino que las acentúan. Es una ilusión pensar que la “combatividad” de los radicales vascos por ejemplo puede contagiar una combatividad contra el capitalismo en sectores de la clase obrera vasca, precisamente porque lo que hace es desviar la rabia y el descontento que surgen de la explotación o de la marginación de los jóvenes a un terreno podrido de lucha entre sectores de la burguesía, y a no a su verdadero terreno de lucha clase explotadora contra todas las fracciones de la clase explotadora. Del mismo modo supone una criminal ilusión pensar que las movilizaciones contra el “terrorismo” puedan inducir cualquier toma de conciencia para luchar contra el terror capitalistas de las guerras, precisamente porque en esas movilizaciones se hace creer que el terror es únicamente patrimonio de fracciones particulares de la burguesía, y no el modo de vida del sistema capitalista entero (7).
Las debilidades que hoy frenan el desarrollo de la lucha de clases son precisamente la pérdida de la identidad de clase, y la pérdida momentánea de la perspectiva emancipadora que contiene la lucha de clases: una sociedad verdaderamente humana, sin banderas, Estados o naciones: la sociedad comunista. En este sentido cualquier concesión a cualquiera de los bandos burgueses en conflicto no hace más que ahondar la herida: en lugar de la recuperación de la identidad de clase, es decir la comprensión de que todos los explotados del mundo tenemos los mismos intereses que nos oponen a todas las fracciones de la clase explotadora, la lucha “nacionalista” plantea en cambio el interclasismo, la disolución de la clase obrera en el magma de intereses contrapuestos que se llama “pueblo español” o “pueblo vasco”, y en definitiva la sumisión de los trabajadores de cada región o país a su propia burguesía, y por lo tanto la oposición a los trabajadores de la “región” o el país rival. Del mismo modo la lucha nacionalista no sólo no constituye un terreno en el que la clase obrera pueda ir desarrollando las armas de su lucha contra el capitalismo que son en esencia las bases de la sociedad comunista: la autoorganización consciente, la solidaridad, el internacionalismo, la confianza en la perspectiva de un mundo sin explotación, ni guerras, sino que al contrario se basa en el terreno opuesto: las movilizaciones al dictado de los explotadores, la defensa de los particularismos, la justificación del terror, la resignación ante la barbarie tratando de sacar la mejor tajada de ella,...
Por todo ello, la única perspectiva para que la sociedad deje de desangrarse a través de la multiplicación de conflictos que van a extenderse como resultado de su hundimiento en la descomposición, es la reafirmación de la única lucha que puede emanciparla de todos ellos: la lucha de clases.
Etsoem: 15 de Noviembre de 2003.
Notas:
(1) En los números más recientes de nuestra publicación hemos dedicado artículos al conflicto vasco en AP nº 141, 143, 150, 152, 154, 155, 158. Animamos a los lectores interesados en nuestros análisis a que nos los soliciten escribiéndonos a nuestro apartado de correos o dirección de correo electrónico.
(2) Del PNV siempre se ha dicho que contenía un “doble alma” soberanista y autonomista. Lo cierto es que a lo largo de su existencia, e incluso en los discursos de su fundador Sabino Arana se han alternado fases de “verborrea independentista” sobre todo para consumo de bases, con políticas “realistas” de autonomismo, y llegado el caso incluso de sometimiento abierto al Estado español (especialmente frente a momentos ascendentes de luchas obreras).
(3) Para ver las motivaciones y los “matices” de esta Alianza Nacional ver nuestro articulo sobre el Pacto Antiterrorista en AP nº 156.
(4) Ver Revista Internacional nº 114: “El nuevo orden mundial significa siempre más caos”.
(5) Ídem.
(6) Ver nuestro folleto “Nación o Clase”.
(7) Ver nuestro suplemento dedicado a las movilizaciones antiterroristas: “La alternativa no es ‘democracia o terrorismo’, sino comunismo o barbarie”, así como el articulo “El terrorismo arma de guerra del capitalismo”, en AP nº 168.
A continuación publicamos un Comunicado que los compañeros de un Círculo de discusión en Barcelona han enviado a los grupos del medio político proletario llamando a reaccionar de forma firme contra los comportamientos de soplones tales como los que han protagonizado los elementos de la llamada FICCI[1].
Saludamos la contribución de estos compañeros porque defienden de forma consecuente reglas elementales de “higiene política” que históricamente siempre ha defendido el movimiento obrero en su seno. Invitamos a todos los lectores, simpatizantes y grupos a pronunciarse también sobre este problema vital.
Compañeros:
A través de la prensa internacional de la CCI, de sus publicaciones territoriales y en conversaciones personales con algunos de sus militantes, hemos seguido el asunto de la llamada Fracción Interna de la CCI (FICCI), sin que en ningún momento haya sido expresamente objeto de un debate en el seno del Círculo al que, por entonces convenía más abordar discusiones relativas a la guerra imperialista, crisis económica, sindicalismo, parlamentarismo, cuestiones de organización, etc., en el marco de la decadencia del capitalismo.
Era una cuestión indudablemente grave y de máximo interés para todos los internacionalistas, pero el Círculo de Barcelona nunca se planteó, como tal, un pronunciamiento sobre las cuestiones de la FICCI.
Tampoco, por ahora, los compañeros que componemos el Círculo, vamos a efectuar ninguna reflexión ni toma de postura sobre el fondo de la trama, pues ésta ha sido bastante examinada y aireada por la prensa de la CCI y en sus reuniones públicas.
Pero hay algo sobre lo que no podemos callarnos y como internacionalistas que buscan la claridad política, tenemos el deber, para con nuestra clase y con nosotros mismos, de denunciar en voz alta de ser cierto.
Además de en las publicaciones, algunos militantes de la sección en España de la CCI en las reuniones públicas nos han informado de que se ha producido por parte de la FICCI actos de revelación o chivatazo relativo a fechas y lugares donde debían celebrarse reuniones con anterioridad a éstas, así como señalar las iniciales verdaderas de un militante de la CCI; en aras de la brevedad nos atenemos al relato que de los hechos se hacen en la publicación en España “ACCIÓN PROLETARIA” nº 168 (Enero/Marzo 2003) en el artículo que se titula “Los métodos policiales de la FICCI”.
Pues bien de ser ciertos, repetimos de ser ciertos, los hechos en resumen aludidos, este Círculo entiende que sería una ignominia no denunciar a los cuatro vientos semejantes conductas, impropias y aborrecibles de quienes se dicen de las tradiciones de la Izquierda Comunista y, eso sí, típica de gente turbia y provocadores natos. Tal vez algunos piensen que tratamos este asunto con exageración, que no es para tanto, etc.; nosotros no lo vemos así, por el contrario, y lo decimos una vez más, de ser ciertos los hechos mencionados, se trataría, a juicio de este Círculo no solo de conductas políticamente repulsivas, sino además extrañas a las mejores tradiciones organizativas del proletariado y más bien de naturaleza parasitaria.
Por lo que este Círculo sabe, la CCI no efectuó ningún tipo de expulsión colectiva o selectiva de elementos críticos, sino la de un tal Jonás, por su conducta política y personal de artimañas al margen y en secreto respecto a la organización, y los demás militantes, siguiendo a aquél abandonaron la organización.
Tales manejos comportaban una política desleal y su objetivo, por la información que disponemos, era inyectar la desconfianza en el interior de una organización del proletariado, arma ésta (la desconfianza) mucho más peligrosa y mortífera que la misma represión de los Tribunales Capitalistas y su policía.
Antes de señalar los acuerdos adoptados queremos rematar esta previa explicación con una cita del texto de Víctor Serge, titulado “Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión” (Ediciones Era 1972, pag 93): “Resumiendo: el estudio del mecanismo de la Ojrana (policía política rusa en el época zarista) nos revela que el fin inmediato de la policía es más conocer que reprimir. Conocer para poder reprimir a la hora señalada, en la medida deseada, si no totalmente”.
Dicho lo anterior, el Círculo de Barcelona acuerda lo siguientes extremos:
1º) Mostrar nuestro apoyo y solidaridad con la CCI y a los compañeros afectados en lo relativo a los procedimientos delatores empleados contra su organización en México y a la identificación de uno de sus militantes, por parte de la llamada FICCI.
2º) Instar a las organizaciones que se denominan de la Izquierda Comunista (lo que la CCI llama medio político proletario) a que rompan el silencio y se pronuncien con franqueza y públicamente acera del comportamiento de la llamada FICCI.
3º)Formular un llamamiento a la responsabilidad del medio, con el fin de no dejarse encandilar frente a una circunstancial crisis interna de una organización del proletariado, pues con ello quien, en definitiva, sale perdiendo es éste y la perspectiva de la revolución comunista que ya de por si se enfrente a dificultades gigantescas.
4º) Remitir el presente comunicado, rogando su publicación, a toda la prensa internacionalista.
Barcelona, 11 de Octubre de 2003.
[1] Ver Acción Proletaria nº172
Muchos trabajadores se preguntan por qué los sindicatos siempre les traicionan. ¿Por qué en Puertollano se hicieron cómplices de la política de la empresa que provocó 8 muertos por accidente laboral[1]? ¿Por qué siempre apoyan abierta o solapadamente los planes de despidos? ¿Por qué pactan con el gobierno las políticas de precariedad laboral, recorte de los subsidios de paro o de hachazo a las indemnizaciones sociales? ¿Por qué convocan simulacros como el 20-J y, sin embargo, sabotean la lucha cuando los obreros tienen un mínimo de fuerza?
Para dar respuesta a ese interrogante se desarrollan en los medios obreros y politizados las más diversas explicaciones. Hay quienes hablan de “burocratización” de los sindicatos. Otros dicen que la culpa reside en que los sindicatos están instrumentalizados por los partidos políticos. Otra explicación habla de los “malos dirigentes” que andarían siempre vendiendo a la base. En fin, una teoría muy en boga es la que dice que “los obreros tienen los sindicatos que se merecen”, que sí éstos son reaccionarios es porque aquellos estarían aburguesados.
Este texto no tiene como objetivo responder a esas explicaciones. En nuestro folleto LOS SINDICATOS CONTRA LA CLASE OBRERA y en numerosos artículos –entre los que destacamos “Sindicatos: 70 al servicio del capital”, aparecido en Acción Proletaria nº 55- las hemos rebatido detalladamente dando argumentos apoyados en la experiencia histórica del proletariado. Nuestro objetivo es más limitado: queremos continuar el debate que en el número anterior de Acción Proletaria mantuvimos con los compañeros del grupo Comunistas Revolucionarios de Ferrol cuya contribución publicamos en dicho número[2].
Los compañeros hacen denuncias muy justas de los sindicatos: dicen que “actuaron y actúan como agentes del capital estatal”. Consideran que realizan “maniobras y chalaneos anti-proletarios”. Denuncian igualmente a los Comités de Empresa, esas instituciones del sindicalismo que muchas veces “se distancian” de los jerarcas sindicales para mejor hacer pasar los planes del capital. Los compañeros llaman a “la organización del poder proletario y la destrucción de los sindicatos” intuyendo que la revolución proletaria conllevará el enfrentamiento y la destrucción de los sindicatos, guardianes últimos del Estado Capitalista.
Todos estos elementos son muy positivos y animamos a los compañeros –así como a todos los que compartan esas posturas- a profundizar en ellos, a darles una base sólida y científica apoyándose en la comprensión de la experiencia histórica y mundial de la clase obrera y de sus posiciones programáticas.
Precisamente con ese objetivo queremos polemizar con ciertas afirmaciones del texto de los compañeros.
Del texto de los compañeros que publicamos en Acción Proletaria nº 172 parece desprenderse que sí los sindicatos son así es porque serían la expresión de una minoría de trabajadores fijos, privilegiados, una “aristocracia obrera”. Veamos algunas citas significativas:
“La demostración más grave del corporativismo sindical y aristocrático de este sector de trabajadores, cuyas condiciones laborales y sociales están ampliamente por encima de la mayoría de los asalariados, y que para nada intentan, ni siquiera minoritariamente, oponerse al menos a sus dirigentes sindicales (que los llevan años vendiendo, dicho sea de paso), puede verse en las connivencias con la patronal. Se han atrevido incluso a cambiar un día de "paro" para evitar la demora en las nuevas fragatas que están construyendo en la factoría de Ferrol, con objeto de no "perjudicar a la competitividad de la empresa”.
Refiriéndose a la actitud de los sindicatos, los compañeros afirman “Y ellos también han sacado sus lecciones: saben perfectamente que nuestra precariedad y sobreexplotación es la base de su función de servidores del capital, y la base de su posición dirigente gracias al acomodamiento del estrato de clase que representan (…)En este contexto de estratificación de la clase en un sector con trabajo garantizado y un sector precarizado, con condiciones de trabajo y de vida ampliamente diferenciadas, y encuadradas por los sindicatos en el marco institucional y legal establecido para las relaciones laborales, las luchas obreras en IZAR son en su naturaleza esencial luchas reaccionarias por conservar una posición privilegiada”, en oposición a las luchas de los compañeros precarios que serían “esencialmente revolucionarias, puesto que luchan por la igualdad de condiciones laborales con los obreros de la empresa principal y contra los fundamentos del capitalismo actual”.
No vamos a entrar a rebatir la falsedad de la teoría de la “aristocracia obrera” pues ya lo hicimos en la primera parte de nuestra respuesta aparecida en Acción Proletaria nº 172. Lo que aquí vamos a abordar es la tesis según la cual los sindicatos representan a una minoría de trabajadores privilegiados, la llamada “aristocracia obrera”.
Que esta posición no es exclusiva de los compañeros, lo demuestra el que muchos jóvenes precarios dicen francamente que los sindicatos no les representan para añadir a continuación que ello es debido a que “sólo defienden a los fijos”. Del mismo modo, se ha repetido hasta la nausea que los parados son despreciados por los sindicatos que solo se ocuparían de los funcionarios o los empleados fijos.
Vivimos bajo el peso de la ideología democrática. Esta ideología le sirve a la burguesía para justificar todas las tropelías que comete contra los obreros y la humanidad entera. Sí el gobierno español envía tropas a Irak o lleva una política económica que perjudica a la mayoría sería por culpa de todos los “ciudadanos” (incluidos los obreros) que le habrían votado. De todas las formas de Estado que han existido en la historia la más cínica y retorcida es la democrática. El Estado democrático defiende los intereses de la clase capitalista y en su nombre adopta medidas de despido, miseria y guerra, pero todo lo justifica con el argumento universal de que “representa” a la “mayoría”, de que expresa la “voluntad” de los ciudadanos.
Esa ideología democrática nos dice que toda capa de la población tiene también una “representación particular” que en el caso de los obreros estaría constituida por los Sindicatos. Así pues, sí los sindicatos firman Pactos y Convenios que van contra los intereses de los trabajadores, sí se cargan huelgas, sí avalan medidas que provocan mortales accidentes laborales, sería “por culpa de los obreros” que les habrían dado su representación.
Hay compañeros que reaccionan contra los sindicatos pero siguiendo todavía bajo el influjo de la ideología democrática se empeñan en encontrarles a toda costa una representatividad. ¿Y donde la encuentran? Pues, según ellos, los sindicatos son traidores porque representan a una capa especial de obreros –la aristocracia obrera- que habría traicionado a su clase por las migajas del privilegio de tener un “puesto fijo”[3].
La trampa está en pensar que el Estado democrático es “representativo” y que los sindicatos son “representativos”, es decir, aceptar aunque sea a regañadientes, la mistificación más peligrosa con la cual el capitalismo justifica su dominación. Contra ello, el marxismo demuestra[4] que el Estado representa únicamente al Capital, únicamente vela por el interés nacional del Capital, sirve exclusivamente a la minoría constituida por la clase capitalista en su conjunto.
En consonancia con lo anterior, los sindicatos no representan a ninguna categoría de obreros, sino que representan al Estado Capitalista, son expresión del interés del Capital Nacional, su papel es imponer en los centros de trabajo lo que los capitalistas como clase necesitan.
El Estado democrático del capital pretende integrar en su seno a todos los sectores de la sociedad como supuesto órgano neutral “situado por encima de las clases”. En realidad, lo que hace es justamente lo contrario: prolongar sus tentáculos en todos los sectores sociales –y muy particularmente en la clase obrera- de tal forma que estén convenientemente controlados. Lo que la ideología democrática llama “integración” y “representación” es en realidad control opresivo y subordinación al servicio de la explotación.
Dentro de esos tentáculos, los sindicatos cumplen un papel particular: controlar a la clase obrera, dividirla, destrozar sus luchas, hacerle tragar los planes de despido y liquidación de costes sociales que el Interés Nacional del Capital exige como un dios déspota e insaciable.
¿Es que acaso la división de la clase obrera entre precarios y fijos ha nacido de la “voluntad” de los fijos que pretenderían “conservar sus privilegios”? Esta “explicación” niega la historia de la clase obrera en los últimos 80 años que muestra a los sindicatos como enemigos de todas las categorías de obreros: fijos, precarios, jornaleros o emigrantes etc. Por limitarse a los últimos 30 años: en 1968 en Francia cuando apenas existía el empleo precario se dedicaron a sabotear la huelga de 10 millones de obreros. Lo mismo pasó en Gran Bretaña, en Italia, en Argentina etc. En España, se dedicaron a atacar las huelgas de 1971-76 (cuando ni siquiera estaban reconocidos por el franquismo) y después apoyaron los Pactos de la Moncloa, los Acuerdos de Reconversión, la reforma de la Seguridad Social. Frente a las huelgas de 1983-87 contra las reconversiones –que supusieron cerca de UN MILLON de despidos- hicieron a los fijos la peor de las faenas: contribuir a que fueran a la calle.
¿Cómo ha surgido el trabajo precario? ¿Es que acaso resultó ser la expresión de un “anhelo social” en el que convergería el interés de los empresarios y de los aristocráticos trabajadores fijos? Semejante “explicación” es una más de las que nos machaca todos los días la ideología democrática. La precarización fue impuesta por las necesidades del Capital frente a la agravación incontenible de la crisis. En España, las primeras medidas en ese sentido fueron introducidas por el Gobierno “socialista”[5] en 1984 desarrollando el cauce legal que dos años antes, CCOO y UGT y el gobierno de Calvo Sotelo habían creado con el ANE (“Acuerdo Nacional sobre el Empleo”). En 1992 (gobierno PSOE) y después en 1997 (gobierno PP) con el aval de los dos sindicatos se impusieron medidas que facilitaban todavía más la eventualidad y los contratos basura.
El medio más importante que el Capital tiene para responder a la crisis que le golpea es abaratar los costes de la fuerza de trabajo. Para ello, por una parte, elimina las llamadas “prestaciones sociales”: sanidad, pensiones, subsidio de paro, indemnizaciones por despido etc.; y, por otro lado, adopta medidas que hacen el empleo cada vez más precario. Pero mientras los hachazos a las “prestaciones sociales” suponen un ataque a todos los trabajadores (precarios, fijos, parados, emigrantes), las medidas de precarización dan al Capital una enorme ventaja política pues le sirven para sembrar la cizaña dentro de la clase obrera, atizando la concurrencia en sus filas.
Los sindicatos se han dedicado en cuerpo y alma a ahondar en esa cizaña que ellos han contribuido a crear. Ellos tienen dos discursos: a los fijos les dicen que los eventuales, los de contratas, los jóvenes con contrato basura, son sus rivales cuya íntima aspiración es “quitarles lo que tienen”. Pero con los precarios sueltan otro discurso completamente opuesto: los fijos serían unos vagos insolidarios y privilegiados, una “aristocracia del trabajo”, con los que no hay que contar a la hora de hacer una huelga.
En la situación actual donde está madurando penosamente la combatividad y la conciencia obrera, el mayor triunfo de los sindicatos (de todas las gamas y colores) es lanzar a los obreros unos contra otros. Por el momento, la combatividad no es homogénea en el conjunto de la clase, hay sectores mucho más combativos que el resto. Esta dificultad es aprovechada por los sindicatos para impedir que los más combativos contagien su espíritu de lucha al resto de la clase. Su labor “sanitaria” para detener la epidemia es encerrarlos en una lucha aislada y dirigida no tanto contra el capital o el Estado sino contra el resto de la clase obrera.
En Puertollano ha sido claro. En agosto cuando los obreros de las contratas se lanzaron a la huelga los sindicatos hicieron lo imposible para mantener a los fijos pasivos orquestando una asquerosa campaña de calumnias contra los compañeros de las contratas. Pero resulta que en octubre han hecho al revés: han llamado a una huelga exclusivamente de los subcontratados y a estos les han dicho que los fijos “no quieren luchar”, que “no se mueven”, que “tienen problemas distintos”. Ahora, la campaña de calumnias se ha dirigido contra los fijos.
Actualmente existen dos grandes generaciones de obreros. Por un lado, están los que tienen entre 45-55 años que vivieron las grandes luchas autónomas de los 70 y los combates contra las reconversiones del gobierno “socialista” durante los 80. Estos compañeros tienen experiencia sobre lo que son los sindicatos y lo que es la lucha obrera directa fuera de los cauces castradores que despliega el Estado capitalista pero, al mismo tiempo, sufren los males del escepticismo, la desorientación y son reticentes en muchos casos a luchar por miedo a sufrir otro palo más. Por otra parte, están los jóvenes, en su inmensa mayoría precarizados, sufriendo unas condiciones de trabajo extremadamente duras, con grandes interrogantes sobre el porvenir que les ofrece esta sociedad. Muchos de ellos tienen ganas de luchar pero apenas tienen experiencia y guardan ilusiones sobre los sindicatos. Lo que la clase obrera necesita es la unidad entre las dos generaciones, el debate y la lucha común, para unir experiencias y combatividad, y poder forjar su conciencia y de esta forma avanzar juntos hacia la lucha revolucionaria. Pero el interés de la burguesía –y por tanto de sus Sindicatos- es justo el contrario: se trata de crear un Muro de Berlín entre una y otra generación, oponerlas, separarlas, lanzar una contra otra. De ahí los dos discursos que cínicamente despliegan estos servidores del Estado burgués.
En el siglo XIX los sindicatos nacieron de la clase obrera, de sus combates, de sus esfuerzos de organización y de unidad. En aquella época, el capitalismo, al ser un sistema en desarrollo, podía conceder a los trabajadores auténticas mejoras y reformas que hacían progresar sus condiciones de vida. Así, la jornada laboral pasó de unas 16-18 horas a principios de siglo a unas 10 horas a finales y a 8 horas en algunos países antes de la guerra de 1914.
En esta época, el proletariado podía dotarse de organizaciones de masas de tipo sindical con dos características esenciales: organización permanente que aspiraba a tener un reconocimiento legal por parte del Estado burgués y que tenía como meta la mejora progresiva de las condiciones de vida de los obreros.
Pero esas dos características no son posibles en el período histórico actual que es el de la decadencia del capitalismo. A principios del siglo XX el capitalismo conquista el mercado mundial, con ello sus contradicciones se hacen cada vez más agudas hasta el extremo de transformarse en un sistema que provoca destrucciones cada vez más brutales y somete a la humanidad a la amenaza de su aniquilación definitiva. Con esto, “el margen de maniobra que poseían los capitales nacionales y que permitía al proletariado llevar una lucha dentro de la sociedad burguesa por la obtención de reformas, queda reducido a la nada. La guerra despiadada que sostienen entre sí los distintos capitales nacionales se traduce en una guerra interna del Capital contra toda mejora de las condiciones de la clase productora” (de nuestro folleto LOS SINDICATOS CONTRA LA CLASE OBRERA página 24.). Por otro lado, en cada Estado nacional “los sectores más potentes del capital nacional se imponen al resto de su clase, concentrando progresivamente todo el poder en manos del Ejecutivo del Estado (gobierno), transformándose el parlamento en una simple correa de transmisión del gobierno que sólo mantiene en vida por razones de mistificación política” (ídem, página 25). De esta forma, el proletariado tiene enfrente no tanto a patronos individuales dispersos sino a todo el Estado burgués que actúa de forma coordinada y centralizada en su contra, un Estado que “no puede ofrecerle más que una explotación cada vez más implacable y alistarle como carne de cañón en los conflictos ínter imperialistas” (ídem.).
Estos dos rasgos esenciales de la sociedad del capitalismo decadente, que hemos podido comprobar a lo largo de todo el siglo XX en todos los Estados –desde los democráticos hasta los dictatoriales, desde los más “avanzados” hasta los más “atrasados”- hacen imposible la existencia de los sindicatos como organizaciones obreras.
En primer lugar, el balance de las condiciones de vida de la gran mayoría del proletariado y de la población mundial durante los últimos 100 años es realmente sobrecogedor: dos guerras mundiales con más de 60 millones de muertos, innumerables guerras “regionales” con cerca de 50 millones de asesinados, la miseria permanente en la mayoría de países del mundo mientras que en los países más industrializados tras el corto lapso de relativo bienestar durante los años 60-70 asistimos en los últimos 20 años a una caída en picado de sus condiciones de existencia que amenaza con retrotraerlos a una situación peor que a principios del siglo XIX. El primer fundamento que hacía de los sindicatos una organización obrera –el fundamento económico- ha sido radicalmente eliminado por la evolución del capitalismo.
En segundo lugar, el Estado ya no puede tolerar una organización de masas permanente que esté bajo el control de su enemigo proletario: tiene que integrarla completamente en sus engranajes bien a través del sometimiento directo y por decreto –regímenes fascistas o estalinistas- , bien por los medios sutiles e indirectos, pero mucho más eficaces, de los regímenes democráticos. “En estas condiciones, toda organización sindical, forzada por la naturaleza misma de su función a buscar la legalidad, sufre de manera permanente una presión que tiende a transformarla en correa de transmisión del Estado, por el único juego del respeto a las leyes capitalistas cuya aceptación tiene que imponer por lo tanto a los trabajadores. En el totalitarismo del capitalismo decadente los engranajes del Estado poseen un poder de integración que cuya potencia no puede ser combatida más que por la acción revolucionaria directa contra el Estado mismo. Al no asentar su actividad en ese terreno los sindicatos no tienen ninguna fuerza para resistirlo” (ídem, página 29). Así, pues, queda igualmente abolido el segundo fundamento (el fundamento político) que hacía de los sindicatos un organismo obrero.
La decadencia del capitalismo “pone violentamente al proletariado frente a la alternativa: GUERRA O REVOLUCION, COMUNISMO O BARBARIE. O el proletariado se compromete en un combate revolucionario de masas abandonando los viejos métodos de lucha parlamentaria y sindical, o se somete a la barbarie capitalista” (ídem., página 25). La prueba de que el proletariado comprendió ese envite planteado por la historia lo muestra el que, desde 1905, sus luchas tendieran hacia la lucha revolucionaria: la acción directa de masas (frente a los viejos métodos de lucha sindicalistas y parlamentarios) y la organización general en Asambleas y Consejos Obreros (frente a las viejas estructuras sindicales). Contra estas formas de lucha, estos contenidos y esta organización, los sindicatos se oponen con todas sus fuerzas, por ello desde hace casi un siglo no hacen otra cosa que servir al Capital: en 1914 se dedicaron a reclutar a los obreros para la guerra en nombre de la “defensa de la nación” prohibiendo las huelgas. Después, cuando desde 1917 surgen por todas partes los intentos revolucionarios del proletariado, los sindicatos se ponen del lado del capital constituyendo en Alemania el último recurso del Estado frente a las insurrecciones obreras. Desde entonces, el historial de los sindicatos se une indisolublemente al Capital: 1936 con la CNT en España, en la segunda guerra mundial, su reacción de oposición a las huelgas en 1968, su sabotaje de la huelga de masas en Polonia en 1980 etc.
Acción Proletaria / Corriente Comunista Internacional
[1] Ver Acción Proletaria nº 172
[2] Ver igualmente en Acción Proletaria nº 172 el debate sobre la teoría de la “aristocracia obrera”.
[3] Hay compañeros que rechazan la “democracia”y la ideología democrática pero que quieren dar una “explicación materialista” a la traición de los sindicatos y la creen encontrar en que representarían los intereses económicos mezquinos de “la aristocracia obrera”. Esta visión economicista y sociológica que se presenta como “materialista” es en realidad materialista vulgar y tributaria de la ideología democrática que ve las instituciones del Estado (y entre ellas los sindicatos) como representantes de categorías sociológicas. La ideología democrática no rechaza el que las diferentes capas sociales tengan intereses económicos “legítimos” es decir compatibles con el interés general del Capital nacional.
[4] Ver las Tesis sobre la Democracia burguesa del Primer Congreso de la Internacional Comunista (1919)
[5] El entonces ministro de Trabajo, Joaquín Almunia –que en las elecciones del 2000 se convirtió en candidato de un “radical” frente de izquierdas junto con IU- declaró la guerra a los trabajadores diciendo que “había que acabar con la propiedad privada del puesto de trabajo”.
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/tag/situacion-nacional/espana
[2] https://es.internationalism.org/tag/situacion-nacional/conflictos-nacionalistas
[3] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/cartas-de-los-lectores
[4] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/parasitismo
[5] https://es.internationalism.org/tag/2/30/la-cuestion-sindical