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1992 - 68 a 71

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58 a 71

Revista internacional n° 68 - 1er trimestre de 1992

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Revista internacional n° 68 - 1er trimestre de 1992

Dislocación de la URSS, matanzas en Yugoslavia

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Dislocación de la URSS, matanzas en Yugoslavia

Únicamente la clase obrera internacional podrá hacer que la humanidad se libre de la barbarie

El “nuevo orden mundial” anunciado hace menos de dos años por el presidente Bush lo único que está haciendo es acumular horrores y cadáveres. Nada más terminadas las masacres de la guerra del Golfo (las provocadas directamente por la coalición, pues la de los kurdos sigue) ya se encendía la guerra en plena Europa, en lo que ha sido Yugoslavia. El horror descubierto tras la toma de Vukovar por los ejércitos serbios ilustra una vez más hasta qué punto eran falsos los discursos sobre la “nueva era“ de paz , de prosperidad y de respeto de los derechos humanos, era que se iba a iniciar con el hundimiento de los regímenes estalinistas de Europa y la desaparición del antiguo bloque del Este. Al mismo tiempo, la independencia de Ukrania y, más todavía, la constitución de una “Comunidad de Estados “ formada por ese país, Rusia y Bielorrusia [1] han acabado formalizando lo que ya era un hecho patente desde el verano   : la URSS ha dejado de existir. Pero eso no impide, ni mucho menos, que los trozos de ese difunto país sigan descomponiéndose: hoy la amenaza de estallido se cierne sobre la Federación Rusa misma, o sea sobre la más poderosa de las repúblicas del que fuera Imperio soviético. Frente al caos en el que se están hundiendo cada día más el planeta, los países más adelantados, y ante todo el primero de ellos, los Estados Unidos, pretenden aparecer cual oasis de estabilidad, garante del orden mundial. En realidad, esos países tampoco están a salvo de las convulsiones mortales en las que se está hundiendo la sociedad humana. El estado más poderoso de la Tierra, por mucho que se aproveche de su enorme superioridad militar sobre el resto, para reivindicar el papel de “gendarme mundial “, como acabamos de comprobar con la Conferencia sobre Oriente Medio, nada puede hacer, en cambio, para atajar la inexorable crisis económica  que es base y raíz de todas las convulsiones que agitan la humanidad. La barbarie del mundo de hoy pone de relieve la gran responsabilidad que le incumbe al proletariado mundial, un proletariado que debe hacer frente al desencadenamiento de una campaña y a unas maniobras de intensidad nunca vista, destinadas a desviarlo no sólo de su perspectiva histórica sino también de la lucha por sus intereses más elementales.

Hemos analizado regularmente en  nuestra Revista la evolución de la  situación en la antigua URSS[2] Desde el verano de 1989 (o sea dos meses antes de la caída del muro de Berlín), la CCI ha ido insistiendo en la extrema gravedad de las convulsiones que sacudían a todos los países que se pretendían “socialistas “[3]Hoy, cada día que pasa viene a ilustrar un poco más la amplitud de la catástrofe que se ha desencadenado en esa parte del mundo.

La ex URSS en el abismo

Desde el golpe fallido de agosto pasado, las cosas han ido precipitándose sin parar en la antigua URSS. La salida de los países bálticos de la “Unión “parece ahora algo de un remoto pasado. Ahora es Ucrania la que se proclama independiente, o sea, la segunda república de la Unión, que cuenta 52 millones de habitantes, su “granero de trigo “, 25 % de su producción industrial. Además, Ucrania posee en su territorio una cantidad importante de armas atómicas de la ex URSS. Sólo ella ya dispone de un potencial de destrucción superior a los de Gran Bretaña y Francia juntas. En este sentido, la decisión de Gorbachov, el 5 de Octubre, de reducir de 12 000 a 2 000 la cantidad de cargas nucleares tácticas de la URSS no sólo era la respuesta a la decisión similar adoptada por Bush una semana antes. Tampoco era la simple plasmación de la desaparición del antagonismo imperialista, que había dominado el mundo durante cuatro décadas, entre EEUU y la URSS. Era una medida de prudencia elemental para impedir que las repúblicas en cuyo territorio se encuentran esas armas, y especialmente Ucrania, las usaran como armas de chantaje. Por eso se han negado hasta ahora las autoridades ucranias a devolver ese armamento. No hubo que esperar mucho tiempo para que se viera lo justificada que estaba la inquietud de Gorbachov y de la mayoría de quienes gobiernan este mundo, frente al problema de la diseminación nuclear. A primeros de Noviembre estallaba el conflicto entre la autoridad central rusa y la república autónoma de Checheno-Ingushetia, la cual acababa de proclamar, también ella, su “independencia “. Contra la decisión de Yeltsin de instaurar allí el estado de emergencia con las fuerzas especiales del KGB, Dudáiev, ex general del ejército “rojo“ reconvertido en pequeño sátrapa independentista, amenazaba con recurrir a actos terroristas contra las instalaciones nucleares de la región. Además, ante el peligro de enfrentamientos sangrientos, las tropas encargadas de la represión se negaron a obedecer, siendo, al cabo, el Parlamento ruso quien sacara a Yeltsin del aprieto anulando las decisiones de éste. Este suceso, además de evidenciar la amenaza real que representan los enormes medios nucleares desplegados en toda la ex URSS en el momento mismo en que esta antigua superpotencia se desintegra, también pone de relieve el nivel de caos en que se encuentran hoy esas regiones del mundo. Ya no es sólo la URSS la que se está desmoronando, sino también la mayor república, Rusia, amenazada de explosión sin poseer los medios, si no es el de alguna que otra matanza de incierto desenlace, para hacer respetar el orden.

Bancarrota económica total

Esa tendencia al desmoronamiento de la misma Rusia también se plasma en las disensiones entre los “reformadores “de la camarilla actualmente gobernante. Por ejemplo, las medidas de “liberalismo salvaje “propuestas por el presidente ruso a finales de octubre han provocado las protestas de los alcaldes de las dos ciudades mayores del país. Gavril Popov, alcalde de Moscú, ha declarado que “él no cargará con la responsabilidad de la liberación de los precios “y su colega de San Petersburgo, Anatoli Sobchak ha acusado a Yeltsin de querer “matar de hambre a Rusia “. De hecho, esos enfrentamientos entre políticos sobre cuestiones económicas, hacen aparecer el atolladero en que se encuentra la economía de la ex URSS. Todos sus dirigentes políticos, empezando por Gorbachov, no paran de lanzar alarmas ante la amenaza de hambrunas para este invierno. El 10 de Noviembre, Sobchak avisaba: “No hemos acumulado las reservas alimenticias suficientes, sin las cuales las grandes ciudades soviéticas y los grandes centros industriales del país no podrán, sencillamente, sobrevivir “.

También en lo financiero, la situación se ha vuelto de auténtica pesadilla. El Banco Central, el Gosbank, está dándole a la máquina de billetes a ritmo intensivo, lo que acarrea una devaluación del rublo de 3 % por semana. El 29 de Noviembre, ese banco anuncia que ya no se pagarán los sueldos de los funcionarios. El origen de este decisión está en la negativa de los diputados rusos (mayoritarios) en el Congreso de votar una autorización de crédito de 90 mil millones de rublos pedida por Gorbachov. Al día siguiente, Yeltsin, para así apuntarse un nuevo tanto en su pugna de influencia contra Gorbachov, aseguró que Rusia se encargaba del pago de los funcionarios.

En realidad, la quiebra del banco central no se debe únicamente a la negativa de las repúblicas de hacer entrega de la recaudación de impuestos al “centro “. Tampoco ellas son capaces de recaudar los fondos indispensables para funcionar. Las repúblicas autónomas de Yakutia y Buriatia, por ejemplo, bloquean desde hace meses sus entregas de oro y diamantes, entregas que permitirían alimentar en divisas las arcas de Rusia y de la Unión. Las empresas, por su parte, pagan cada vez menos impuestos, ya sea porque tienen las arcas también vacías, ya sea porque consideran (como así ocurre con las empresas privadas más “prósperas “) que “liberalización “significa abolición de los impuestos. La ex URSS se encuentra así metida en una espiral de locura. Tanto las reformas como los conflictos políticos resultantes de la catástrofe económica agravan todavía más esta catástrofe, lo que desemboca en una nueva huida ciega en unas “reformas “ ya muertas al nacer y en enfrentamientos entre camarillas.

Los gobiernos de los países más avanzados son muy conscientes de la amplitud de la catástrofe, cuyas repercusiones, claro está, no van a parase en seco en las fronteras de la antigua URSS. [4]Por eso, se han elaborado planes de urgencia para transportar hacia aquella zona productos de primera necesidad. Pero nadie puede garantizar que esas ayudas lleguen a su destino, a causa de la insondable corrupción reinante a todos los niveles de la economía, a causa de la parálisis de todo el aparato político-administrativo (ante la inestabilidad y las amenazas de despidos, la preocupación principal de la mayoría de los “agentes de decisión “ es la de no tomar ninguna), a causa de la desorganización completa de los medios de transporte (faltan recambios para el mantenimiento de la maquinaria, hay cortes en el abastecimiento de combustible, se producen desórdenes de todo tipo que afectan regularmente a muchas partes del territorio).

También, para aliviar un poquito el estrangulamiento financiero de la ex URSS, los países del G-7 han decidido otorgar un plazo de un año para el reembolso de los intereses de la deuda soviética, la cual asciende hoy a 80 mil millones de dólares. Pero eso es como un esparadrapo en una pata de palo, pues los préstamos otorgados parecen caer en un pozo sin fondo. Hace dos años, nos habían cantado la coplilla de los “nuevos mercados “que quedaban abiertos gracias al desplome de los regímenes estalinianos. Ahora, cuando la crisis económica mundial se está plasmando, entre otras cosas, en una crisis aguda de liquidez[5], los bancos se hacen cada día más remolones para invertir sus capitales en esa parte del mundo. Así se quejaba recientemente un banquero francés: “Allí, no sabe uno a quién le presta ni a quiénes podrá exigir los reembolsos “.

Incluso a los políticos burgueses más optimistas, les resulta difícil imaginarse cómo podría enderezarse tal situación tanto en lo económico como en lo político, del país que, hasta hace poco tiempo, era la segunda potencia mundial. La independencia de cada república, presentada por los diversos demagogos locales como una “solución “ para no hundirse con el navío entero, no hará sino poner todavía peor las dificultades de una economía basada durante décadas en una extrema división del trabajo (algunos productos son fabricados por una sola fábrica para toda la URSS). Además, esas independencias llevan consigo el resurgir de otras reivindicaciones particulares de minorías repartidas por todo el territorio de la ex URSS (existen unas cuarenta “regiones autónomas “y un montón de etnias). Ya ahora, con los enfrentamientos sangrientos entre armenios y azeríes a propósito de Nagorno-Karabaj, entre osetios y georgianos en Osetia del Sur, entre kirghizios, uzbekos y tadyiks en Kirghizia, puede uno hacerse una idea de lo que le espera al conjunto del territorio de la ex URSS. Además, las poblaciones rusas, que están repartidas por toda la ex Unión (38 % de la población de Kazajstán, 22 % en Ucrania, por ejemplo), podrían pagar los platos rotos de esas “independencias “. Yeltsin, por otra parte, ha avisado que él se consideraría “protector “de los 26 millones de rusos que viven fuera de Rusia y que habría que reconsiderar la cuestión de las fronteras de su república con algunas otras. Este tipo de discurso ya se lo hemos oído, hace poco tiempo, al dirigente serbio Milosevic ; cuando se ve lo que está ocurriendo en Yugoslavia, puede uno entender perfectamente la siniestra realidad que tales discursos anuncian para el futuro, y eso a una escala mucho mayor .[6]

Yugoslavia: barbarie y antagonismos entre grandes potencias

En unos cuantos meses, Yugoslavia se ha hundido en los infiernos. Día tras día, los telediarios nos dan imágenes de una barbarie sin nombre que se ha desencadenado a unos cientos de kilómetros de las metrópolis industriales de Italia del Norte y de Austria. Ciudades enteramente destruidas, cadáveres amontonados por las calles, mutilaciones, torturas, muertos por doquier. Desde que terminó la IIª Guerra mundial, ningún país de Europa había conocido semejantes atrocidades. Desde ahora, el horror que parecía reservado a los países del llamado tercer mundo, está alcanzando las zonas inmediatas al corazón del capitalismo. Ése es el “gran progreso “que acaba de realizar la burguesía: crear un Beirut de Danubio, a una hora escasa de Milán y de Viena. El infierno en que viven desde hace décadas los países más pobres del planeta siempre ha sido insoportable, una vergüenza para la humanidad. Que ese infierno esté ahora a las puertas de Europa no es ni más ni menos escandaloso. Pero sí que es el indiscutible signo del grado de putrefacción que ha alcanzado un sistema que durante cuarenta años había conseguido repeler hacia su periferia los aspectos más abominables de la barbarie que él engendra. Es la expresión evidente de que el capitalismo ha entrado en una nueva etapa, la última, de su decadencia: la de la descomposición general de la sociedad[7].

Una de las ilustraciones de esta descomposición es la irracionalidad total con la que se conducen las principales fuerzas políticas en presencia. Por parte de las autoridades de Croacia, la reivindicación de independencia no se basa en la más mínima posibilidad de mejora de las posiciones de su capital nacional. Basta con consultar un mapa para darse cuenta de las dificultades suplementarias que surgirán sin la menor duda cuando esta “nación “ haya alcanzado su “independencia “, dificultades debidas a la conformación misma de sus fronteras. Para ir de Dubrovnik a Vukovar, suponiendo que estas dos ciudades puedan ser un día reconstruidas y pertenezcan a una Croacia independiente, no será por Zagreb por donde habría que pasar, salvo si se quieren recorrer 500 kilómetros suplementarios, sino por Sarajevo, capital de otra república, Bosnia-Herzegovina.

Del lado de las autoridades “federales “(serbias, en realidad), los intentos por someter a Croacia, o al menos de mantener dentro de una “Gran Serbia “el control de las provincias croatas en las que viven serbios, tampoco va a permitir obtener grandes beneficios económicos: el coste de la guerra actual y las destrucciones que está provocando no hacen sino agravar más todavía el marasmo económico en que está metido el país.

Disensiones entre Estados europeos

Desde el inicio de las masacres yugoslavas, los especialistas de la bondad y caridad mediáticas se emocionaron muchísimo; “¡algo hay que hacer!”, venían a decir. Es cierto que los horrores sufridos por los kurdos de Irak se venden hoy peor que hace algunos meses [8]. Sin embargo, para Yugoslavia, la “solicitud” ha ido bastante más allá que el puro “Charity Business”, pues la Comunidad Europea ha organizado una conferencia especial, llamada de La Haya, para poner fin a la guerra. Tras casi veinte ridículos;  alto el fuego y los múltiples viajes del negociador Lord Carrington, las matanzas siguen y siguen. De hecho, la impotencia de Europa para acabar con este conflicto, cuya total absurdez es subrayada por todos, es una ilustración patente de las disensiones que existen entre los Estados que la componen. Estas disensiones no son ni circunstanciales ni secundarias. Esas disensiones cubren, por el contrario, intereses imperialistas muy determinados y antagónicos. El que Alemania haya sido favorable, desde el principio, a la independencia de Eslovenia y de Croacia no es algo fortuito. Para esa potencia, esas independencias son ahora la condición necesaria para acceder al Mediterráneo, mar cuya importancia estratégica es evidente [9]. Por su parte las demás potencias imperialistas presentes en el Mediterráneo, no tienen el más mínimo interés en que Alemania vuelva a asomarse a él. Por eso, al iniciarse el conflicto yugoslavo, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia (sin contar a la URSS, tradicional “protector” de Serbia, pero que bastante tiene con lo suyo) se pronunciaron por el mantenimiento de Yugoslavia unificada.[10]

La tragedia yugoslava ha puesto de relieve que el “nuevo orden mundial” no significa otra cosa que el recrudecimiento de las tensiones no sólo entre nacionalidades o etnias en algunas partes del mundo como en la Europa del Este y Central, en donde el desarrollo tardío del capitalismo impidió la formación de Estados nacionales viables y estables, sino y sobre todo entre los viejos Estados capitalistas formados desde hace ya tiempo y que, hasta hace poco, estaban aliados contra la potencia imperialista soviética. El caos en que se está hundiendo el planeta ya no es sólo algo “típico” de los países de la periferia del capitalismo. Ese caos también está y seguirá afectando cada día más a los países centrales pues tiene sus raíces, no en los problemas específicos de los países subdesarrollados, sino en un fenómeno mundial: la descomposición general de la sociedad capitalista, que no cesará de agravarse al mismo tiempo que se agrava la crisis irreversible de su economía.

La conferencia sobre Oriente Medio afirmación del liderazgo de EE.UU.

Para intentar atajar el caos en que se está precipitando el planeta entero, le incumbe a la primera potencia mundial el desempeñar el papel de gendarme. Es evidente que las motivaciones estadounidenses para hacer ese papel no son desinteresadas, ni mucho menos. A quien más se aprovecha del “orden mundial” actual, le incumbe, sobre todo a él, preservarlo. La guerra del Golfo ha sido una operación de policía ejemplar para disuadir a todos los demás países, grandes o pequeños, de participar en la desestabilización de tal orden. Ahora, la “conferencia de paz” sobre Oriente Medio es otro aspecto, complementario de la guerra, en la estrategia americana. Tras haber demostrado que estaban dispuestos a “mantener el orden” a costa de la mayor brutalidad, los Estados Unidos tenían que dar la prueba de que sólo ellos tienen los medios para ser eficaces en arreglar conflictos que llevan ensangrentando el planeta desde hace décadas. Para ello, la cuestión de Oriente Medio es, evidentemente, una de las más significativas.

En efecto, debe subrayarse la importancia histórica considerable de tal acontecimiento. Es la primera vez en 43 años (desde el reparto de Palestina por la ONU en noviembre del 47 y el final del protectorado inglés en mayo del 48) que Israel se encuentra en la misma mesa junto con sus vecinos árabes con quienes ha hecho ya cinco guerras (1948, 1956, 1967, 1973, 1982). De hecho, esa conferencia internacional es consecuencia directa del hundimiento del bloque ruso en 1989 y de la guerra del Golfo de principios del 91. Ha podido realizarse porque los Estados árabes (incluida la OLP) al igual que Israel ya no pueden seguir jugando con la rivalidad Este-Oeste para hacer prevalecer sus intereses.

Los Estados árabes que pretendían confrontarse con Israel han perdido definitivamente a su “protector” soviético. Y por lo tanto, Israel ha perdido una de las atribuciones que le granjeaba el apoyo total de Estados Unidos, la de ser el principal gendarme del bloque USA en la región frente a las pretensiones del bloque ruso.[11]

Sin embargo, aunque es cierto que la cuestión de Oriente Medio, por su importancia histórica y estratégica, ya da de por sí gran relieve a la conferencia abierta a finales de octubre en Madrid y que proseguirá en Washington en diciembre, su significado va mucho más allá de los problemas de esa parte del mundo. EE.UU. no sólo afirma su autoridad ante los países de la región, sino, y sobre todo, ante las demás grandes potencias que pretendieran jugar una baza “independiente”.

 

Las potencias europeas metidas en cintura

En Madrid, en efecto, al no tener la ONU [12] la menor función (a petición de Israel, pero eso les venía muy bien a los americanos), la única gran potencia presente, al lado de EE.UU, era... ¡la URSS! (lo de “gran potencia”, es un decir). El simple hecho que Bush propusiera la copresidencia de la conferencia a un Gorbachov totalmente devaluado y dirigente de un país ya inexistente, es una afrenta a países que hasta hace poco tenían pretensiones en Oriente Medio. Este era el caso de Francia (definitivamente expulsada de Líbano, totalmente ahora bajo control de Siria) y también de Gran Bretaña (principal potencia presente en la región hasta la IIª Guerra mundial y “ex protectora” de Palestina, Jordania y Egipto). La cosa no es muy grave en el caso de Gran Bretaña, la cual no concibe la defensa de sus intereses imperialistas sino es en el marco de una estrecha alianza con el gran hermano americano. En cambio, en el caso de Francia, es una nuevo ejemplo del segundo orden que Estados Unidos le tiene ya asignado a pesar, y en parte a causa, de sus intentos por llevar a cabo una política “independiente”. Y detrás de Francia, el mensaje también iba dirigido indirectamente a Alemania. Alemania ya no tiene, desde hace tiempo, intereses en la zona (excepto los económicos, claro está). Pero, la afrenta recibida por Francia, país en el que Alemania intenta apoyarse actualmente, tanto en las instituciones europeas como en lo militar, para afirmar sus intereses, también a ella la alcanza. El lugar reservado a Europa en la conferencia de Madrid (la presencia, como observador, del ministro de Asuntos exteriores de Holanda) da una clara idea del papel que Estados Unidos pretende reservar para los Estados europeos o a cualquier alianza entre ellos en los grandes asuntos internacionales  un papel de comparsa.

Y organizar una conferencia sobre Oriente Medio cuando esos mismos Estados europeos lucen un día tras otro su total impotencia ante la situación yugoslava, pone en evidencia una vez más que el único gendarme capaz de asegurar un poco de orden en el mundo es el Tío Sam. Este último ha sido capaz de dar “solución” a uno de los conflictos más antiguos y graves del planeta y que se desarrollaba a 10 000 km de sus fronteras, mientras que los países europeos no logran poner orden del otro lado de las suyas. Así, con la conferencia sobre Oriente Medio se ha reafirmado el mensaje esencial que EE.UU. quería mandar con la guerra del Golfo  sólo de la potencia estadounidense, de su enorme superioridad militar (y también económica) depende “el orden mundial”. Todos los países, incluidos quienes quieren jugar sus propias cartas, necesitan a ese gendarme [13]. El interés de esos países será pues el de facilitar la política de la primera potencia mundial.

Sin embargo, la disciplina que la primera potencia mundial está logrando todavía imponer no puede ocultar la situación catastrófica en que se encuentra el mundo capitalista, situación que seguirá agravándose sin remedio. Para empezar, el método empleado para garantizar esa disciplina es ya de por sí generador de nuevos desórdenes. Eso es lo que hemos podido ver con la guerra del Golfo y todas sus desastrosas consecuencias en la región, especialmente en la cuestión kurda; eso es lo que estamos comprobando con Yugoslavia, en donde el mantenimiento de la autoridad norteamericana ha puesto a sangre y fuego al país. Como lo han afirmado siempre los marxistas, no hay sitio, en el capitalismo decadente, para una no se sabe qué “paz general”. Aunque se apagaran en Oriente Medio, las tensiones entre bandas rivales de los gánsteres capitalistas se encenderán en otras partes. Y eso tanto más por cuanto la crisis económica del modo de producción capitalista, que es, en última instancia, la raíz de los enfrentamientos imperialistas, es insoluble y además seguirá agravándose como puede comprobarse en estos días.

Agravación de la crisis y ataques contra la clase obrera

A la vez que Bush celebra sus triunfos diplomáticos y militares, su “frente interior” no para de degradarse, sobre todo con la nueva agravación de la recesión. Durante algunos meses, la burguesía norteamericana y, con ella, la burguesía del mundo entero, se había hecho la ilusión de que la recesión abierta que se había iniciado antes de la guerra del Golfo iba a ser pasajera. Ha llegado hoy el tiempo de las decepciones a pesar de todos los esfuerzos de los gobiernos (que además pretenden que no hay que intervenir en la economía y dejar funcionar las leyes del mercado, cuando en realidad hacen lo contrario) el marasmo se prolonga sin que se le vea salida. En realidad, estamos ante una nueva agravación de la crisis del capital, agravación que ya ha sumido en el pánico a cantidad de sectores de la burguesía.

Tal agravación no va a tener otra consecuencia que la intensificación de los ataques contra la clase obrera. Ya hoy se han ido desencadenando esos ataques por doquier: despidos masivos (incluidos sectores “punta” como la informática, bloqueo de salarios, erosión de subsidios sociales (pensiones, subsidios de desempleo, gastos médicos, etc.), aumento de las cadencias en el trabajo. Sería imposible hacer una lista de todos los tipos de agresiones que en los diferentes países está sufriendo la clase obrera. Son todos los obreros de todos los países quienes están soportando en carne viva las cornadas de la crisis capitalista. Esos ataques producen un evidente descontento en la clase obrera. En muchos países puede efectivamente observarse una agitación social en aumento. Lo que es, sin embargo, significativo es que, al contrario de las grandes luchas que marcaron los años de mitad de los 80, luchas que los medios de comunicación se esmeraron en ocultar casi por completo, la agitación actual, en cambio, nos la brindan en espectáculo en los medios de comunicación. Estamos asistiendo a una de esas maniobras de envergadura con las que la burguesía de la mayoría de los países más desarrollados intenta minar el terreno de los verdaderos combates de clase.

Para la clase obrera no son equivalentes la indignación y la combatividad, como tampoco son equivalentes la combatividad y la conciencia, por mucho que entre ellas haya una estrecha relación. La situación de los obreros de los países ex “socialistas” nos los demuestra cada día. Esos obreros tienen hoy que encarar condiciones de vida que se resumen en una miseria desconocida desde hace décadas. Y sin embargo, sus luchas contra la explotación son de muy flojo alcance y cuando se despliegan es para caer en las trampas más groseras que la burguesía pueda tenderles, en especial las nacionalistas como hemos podido ver en la primavera del 91 con la huelga de los mineros de Ucrania. La situación dista mucho de ser tan catastrófica en los países “adelantados”, tanto desde el punto de vista de los ataques capitalistas como de las mistificaciones que pesan en la conciencia de los obreros. En cambio, sí que hay que subrayar las dificultades con las que en el momento actual se está encontrando el proletariado de estos países. La clase enemiga está empleando todos los medios a su alcance para utilizar esas dificultades y aumentarlas.

Los acontecimientos tan importantes que se han venido sucediendo desde hace dos años han sido ampliamente utilizados por la burguesía para atajar la combatividad de la clase obrera y, sobre todo, intentar destruir su conciencia. Y así, repitiendo hasta el asco que el estalinismo era el “comunismo”, que los regímenes estalinistas, cuya bancarrota se había hecho evidente, eran algo así como la consecuencia inevitable de la revolución proletaria, todas esas campañas propagandísticas de la burguesía han tenido el objetivo de desviar a los obreros de la menor perspectiva de una sociedad diferente, dándoles a entender que la “democracia liberal” sería la única sociedad viable para siempre jamás. Lo que se ha hundido en el Este es una forma particular de capitalismo, y se ha hundido precisamente a causa de la presión de la crisis general del sistema. Y esos acontecimientos, los medios de comunicación no han cesado de presentárnoslos como un “triunfo” del capitalismo.

Esas campañas han tenido un impacto nada desdeñable en los medios obreros, afectándoles en su combatividad y sobre todo en su conciencia. La combatividad obrera estaba viviendo un nuevo ímpetu en la primavera de 1990, como consecuencia, en particular, de los ataques debidos al inicio de la recesión. Pero la crisis del Golfo y la guerra volvieron a minar esa combatividad. Estos trágicos acontecimientos permitieron que apareciera claramente la mentira sobre el “nuevo orden mundial “que nos anunciaba la burguesía tras la desaparición del bloque del Este, el cual habría sido el principal responsable de las tensiones militares. Las matanzas perpetradas por las “grandes democracias”, por los “países civilizados” contra las poblaciones iraquíes permitieron que muchos obreros comprendieran cuán falsos eran los discursos de esas mismas “democracias”, sobre la “paz” y los “derechos humanos”. Pero, al mismo tiempo, la gran mayoría de la clase obrera de los países avanzados, tras las nuevas campañas de mentiras de la burguesía, soportó esta guerra con un fuerte sentimiento de impotencia que ha acabado debilitando sus luchas. El golpe del verano de 1991 en la URSS y la nueva desestabilización que ha acarreado, así como la guerra civil en Yugoslavia, han venido a incrementar ese sentimiento de impotencia. El estallido de la URSS y la barbarie guerrera desencadenada en Yugoslavia son expresiones del grado de descomposición alcanzado hoy por la sociedad capitalista. Pero, gracias a todas las mentiras machacadas una y otra vez por los media, la burguesía ha conseguido ocultar las causas reales de esos acontecimientos, presentándolos como una nueva consecuencia de la “muerte del comunismo” e incluso de un problema de “derecho de los pueblos a la autodeterminación”, hechos ante los cuales a los obreros no les quedaría otro remedio que el ser espectadores pasivos y confiar plenamente en la “sabia cordura” de sus gobernantes.

Las maniobras de la burguesía contra la clase obrera

Así pues, tras haber tenido que soportar durante dos años semejante ametrallamiento propagandístico, la clase obrera ha acusado el golpe, expresándose en un desaliento y un fuerte sentimiento de impotencia. Y es precisamente ese sentimiento de impotencia lo que la burguesía procura utilizar e incrementar con una serie de maniobras con las que cortar de raíz toda posibilidad de renacimiento de la combatividad, provocando enfrentamientos prematuros, en un terreno elegido por la propia burguesía, para que esos enfrentamientos se agoten en el aislamiento y terminen metiéndose en callejones sin salida. Variados son los métodos empleados, pero todos tienen algo común y es que en todos los casos siempre están presentes los sindicatos en actividad intensiva.

En España, por ejemplo, será el terreno minado del nacionalismo y el regionalismo el usado por los sindicatos (Comisiones Obreras próximas al PC y la UGT cercana al PSOE) por el que llevarán a los obreros al aislamiento. El 23 de Octubre convocaron una huelga general en Asturias, en donde van a desaparecer cerca de 50 000 empleos según los planes de “racionalización” de las minas y de la siderurgia, tras la consigna de “defensa de Asturias”. Con semejante consigna, el “movimiento” ha obtenido el apoyo de los comerciantes, los artesanos, los agricultores, los futbolistas y hasta de los curas. A causa de la ira y la inquietud que anima a los obreros, el movimiento ha sido muy seguido, pero semejante reivindicación no podía sino favorecer su encierro en la región, cuando no es en su barrio, como ha ocurrido en el País Vasco, en Bilbao, en donde eran convocados a movilizarse tras una moción del Parlamento autónomo para “salvar la margen izquierda del Nervión”.

En Holanda y en Italia, los sindicatos han echado mano de otros medios. Han convocado a una movilización nacional con grandes manifestaciones callejeras, en cuanto se dio a conocer el presupuesto de 1992, que contiene importantes ataques contra los subsidios sociales, los salarios y los empleos. En Holanda, el movimiento ha sido un éxito para los sindicatos; dos manifestaciones, la del 17 de Septiembre y la del 5 de Octubre, fueron las más importantes desde la guerra. Fue una ocasión para los aparatos sindicales de incrementar el encuadramiento de la clase obrera en previsión de luchas futuras, a la vez que desviaban el descontento hacia el terreno de la “defensa de las adquisiciones sociales de la democracia holandesa”. En Italia, en donde vive uno de los proletariados más combativos del mundo, en donde los sindicatos están muy desprestigiados, la maniobra ha sido más sutil. Dicha maniobra consistió en dividir y desalentar a los obreros mediante un reparto de tareas entre, por un lado, las tres grandes centrales (CGIL, CSIL y UIL) que convocaban a manifestaciones para el 22 de Octubre y, del otro, los sindicatos “de base” (las COBAS) que convocaban a una “huelga alternativa” para... el 25 de Octubre.

En Francia, otra táctica: encerrar a los obreros en el corporativismo. Los sindicatos lanzaron toda una serie de “movimientos”, ampliamente repercutidos por los media, en fechas y por reivindicaciones diferentes: ferrocarriles, trasportes aéreos y urbanos, puertos, siderurgia, enseñanza, asistentes sociales, etc. Hemos podido asistir a una maniobra especialmente asquerosa en el sector de la salud: los sindicatos oficiales, notoriamente desprestigiados, abogaban por “la unidad” entre las diversas categorías, mientras que las coordinadoras, que ya se ilustraron en la huelga del otoño de 1988[14], cultivaban el corporativismo y lo “específico”, en especial entre las enfermeras. El gobierno ya se las arregló para echar oportunamente pimienta “radical” al movimiento de éstas mediante las violencias policiacas en una de sus manifestaciones, violencias ampliamente trasmitidas por los medios de comunicación. El colmo fue cuando los trabajadores de ese sector fueron llamados a manifestarse junto con los médicos liberales, los grandes caciques de la medicina hospitalaria y los farmacéuticos, por la “defensa de la salud”. Al mismo tiempo, los sindicatos, con el apoyo activo de las organizaciones izquierdistas, lanzaron la huelga en la factoría Renault de Cleon, o sea en la empresa “faro” para el proletariado de Francia. Durante semanas los sindicatos no cesaron en sus discursos radicales, a la vez que mantenían encerrados a los obreros en la fábrica, hasta el momento en que, repentinamente, se cambiaron de chaqueta llamando a los obreros a la vuelta al trabajo y eso que la dirección sólo había otorgado unas cuantas migajas. Y en cuanto se reanudó el trabajo en Cleon, convocaron a la huelga en otra factoría del mismo grupo, en Le Mans.

Esos sólo son unos cuantos ejemplos entre muchos, pero son significativos de la estrategia de conjunto elaborada por la burguesía contra los obreros. La burguesía sabe muy bien que, a pesar de las campañas machacadas desde hace dos años, no ha obtenido un éxito definitivo y por eso está desplegando hoy todas esas maniobras apoyándose en las dificultades actuales de la clase obrera.

Pues esas dificultades no son definitivas. La intensificación y el carácter más y más masivo de los ataques que el capitalismo deberá necesariamente desencadenar va a obligar a la clase obrera a reanudar sus combates de gran envergadura. Al mismo tiempo, y eso es lo que en fin de cuentas teme la burguesía, la comprobación de la bancarrota creciente de un capitalismo que nos presentaban como “triunfante” permitirá que se tambaleen las mentiras propaladas desde la muerte del estalinismo. Y, en fin, la intensificación inevitable de las tensiones bélicas que implicarán no sólo a los pequeños Estados de la periferia sino y sobre todo a los países centrales del capitalismo, allí donde están concentrados los destacamentos más fuertes del proletariado mundial, de todo lo cual ya nos ha dado una primera idea la guerra del Golfo, servirá para asestarle un golpe de primera importancia a las mentiras de la burguesía y a poner en evidencia los peligros que para el conjunto de la humanidad entraña la pervivencia del capitalismo.

El camino que le espera a la clase obrera es un camino largo y difícil. Les incumbe a las organizaciones revolucionarias, con la denuncia tanto de las campañas ideológicas del “final del comunismo” como de las maniobras con las que hoy intentan arrastrar a los obreros hacia callejones sin salida, el contribuir activamente en la futura reanudación de los combates de su clase en el camino de ésta hacia su emancipación.

FM, 6/12/91   

 

[1] La noticia de la formación de esa “comunidad” ha llegado cuando ya teníamos cerrado este número de nuestra Revista. Sobre el tema puede leerse la nota 6.

[2] Ver Revista Internacional nº 66 y 67.

[3] “... Pero cualquiera que sea la evolución futura de la situación en los países del Este, los acontecimientos que hoy los están zarandeando son la confirmación de la crisis histórica, del desmoronamiento definitivo del estalinismo (...) En esos países se ha abierto un período de inestabilidad, de sacudidas, de convulsiones, de caos sin precedentes cuyas implicaciones irán mucho más allá de sus fronteras (...) Los movimientos nacionalistas que, favorecidos por el relajamiento del control central del partido ruso, se desarrollan hoy (en la URSS) (...) llevan consigo una dinámica de separación de Rusia. En fin de cuentas, si el poder central de Moscú no reaccionara, asistiríamos a un fenómeno de explosión, no sólo del bloque ruso, sino igualmente de su potencia dominante. En una dinámica así, la burguesía rusa, clase hoy dominante de la segunda potencia mundial, no se encontraría a la cabeza más que de una potencia de segundo orden, mucho más débil que Alemania, por ejemplo “ (“Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este “, 15 de Septiembre de 1989, Revista Internacional nº 60).

[4] Ver editorial de la Revista Internacional nº 67.

[5] Leer el artículo sobre la recesión en esta misma Revista.

[6] La formación el 8 de diciembre de una “Comunidad de Estados” por Rusia, Ucrania y Bielorrusia no hará sino agravar las cosas. Esa especie de sucedáneo de Unión que sólo agrupa a las repúblicas eslavas avivará el nacionalismo entre las poblaciones no eslavas en las demás repúblicas de la ex URSS, pero también en Rusia misma. Lejos de estabilizar la situación, el acuerdo entre Yeltsin y sus acólitos contribuye a poner aún peor la situación en una región del mundo atiborrada de armas nucleares.

[7] Sobre la descomposición, ver en especial la Revista Internacional nº 57, 62 y 64.

[8] Con el invierno cerca, la situación de las poblaciones kurdas es todavía peor que la que vivieron tras la guerra del Golfo. Pero como se ve que nadie sabe qué hacer con ellas y que empiezan a ser un “fardo”, sobre todo para los países vecinos (en especial Turquía, la cual no vacila en usar los mismos métodos que Saddam Husein como los bombardeos aéreos masivos, y eso que Turquía estaba en el campo de los “buenos” durante la guerra), es preferible suspender discretamente toda ayuda internacional y marcharse de allí sin hacer ruido, aconsejando a los kurdos que vuelvan a sus pueblos, o sea a caer en manos de sus verdugos. La matanza de los kurdos por las hordas de Saddam Husein era un tema excelente para las primeras planas de los telediarios cuando se trataba de justificar a posteriori la guerra contra Irak. Para eso habían preparado los “coaligados” la matanza azuzando, durante la guerra, a las poblaciones kurdas a rebelarse contra Bagdad, dejando a Saddam, después de la guerra, las tropas necesarias para tal “operación de policía”. En cambio, hoy, el calvario de los kurdos ha perdido su interés para las campañas de propaganda: desde ahora, para la burguesía “civilizada”, es preferible que revienten en silencio.

[9] Véase “Hacia el mayor caos de la historia”, en este número.

[10] Eso no quiere decir que haya una “armonía” real entre esas otras potencias. Así, Francia, que tiene la ambición de resistir al liderazgo estadounidense, ha formado contra Gran Bretaña una alianza con Alemania en el seno de la CEE con el objetivo de contrarrestar la influencia de EEUU y a la vez “controlar” las ambiciones de gran potencia de su aliado alemán, sobre el cual tiene al menos la ventaja de disponer del arma atómica. Además es por esta razón por la que Francia es una ardiente partidaria de los proyectos que permitan que la Comunidad Europea, como un todo, pueda afirmar cierta independencia militar: construcción de una nave espacial europea, formación de una división mixta franco-alemana, aumento de las competencias diplomáticas del ejecutivo europeo, sumisión de la Unión de Europa Occidental (único organismo europeo con atribuciones militares) al Consejo de Europa (y no a la OTAN, dominada por EEUU). Y de eso, claro está, Gran Bretaña no quiere ni saber nada.

[11] Aunque ya no posee el mismo margen de maniobra que antes, Israel, país que supo dar pruebas de su “sentido de la responsabilidad” durante la guerra del Golfo en beneficio de EEUU, sigue siendo el peón fundamental de la política americana en la región: dispone del ejército más poderoso y moderno (con más de doscientas cabezas nucleares además) y sigue incrementando su potencial militar, gracias, en particular, a los 3000 millones de dólares anuales de ayuda americana). Además, Israel está dirigido por un régimen más estable que el de cualquier país árabe. Por eso, EEUU no está dispuesto a soltar lo seguro por lo incierto cambiando sus alianzas privilegiadas. Por eso, todos los meandros de Israel ante la presión de EEUU antes de la cumbre de Madrid y de Washington, eran más bien un medio de hacer puja ante los países árabes y no la expresión de una oposición de fondo entre los dos Estados.

[12] Puede verse ahí hasta qué punto la ONU se ha convertido en mero instrumento de la política americana: se la solicita activamente cuando se trata de implicar a aliados recalcitrantes (como con la guerra del Golfo), y, en cambio, se la deja de lado cuando podría permitir que esos mismos aliados desempeñaran un papel en el ruedo internacional.

[13] Por eso es por lo que, a pesar de que ha desaparecido el bloque occidental (desaparición resultante de la de su rival del Este), no existen actualmente peligros para la estructura fundamental que había construido el bloque, la OTAN, totalmente dominada por los Estados Unidos. Eso es lo que expresa el documento adoptado el 8 de noviembre en la cumbre de esa Alianza: “La amenaza de ataques masivos y simultáneos en todos los frentes europeos ha desparecido del todo... (los nuevos riesgos provienen) de las consecuencias negativas de la inestabilidad que podrían provocar las graves dificultades económicas, sociales y políticas, incluidas las rivalidades étnicas y los litigios territoriales que hoy conocen muchos países de la Europa central y oriental...”. En el contexto mundial de la desaparición de los bloques, estamos asistiendo a una reconversión de la OTAN, lo cual ha permitido a Bush afirmar con satisfacción al final del encuentro: “Hemos demostrado que no necesitamos la amenaza soviética para existir”.

[14] Puede leerse: “Francia: las “coordinadoras” sabotean las luchas”, Revista Internacional nº 56, 1er trimestre de 1989.

I - Del comunismo primitivo al socialismo utópico

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Desde su fundación, pero sobre todo  desde los acontecimientos decisivos  que han producido el hundimiento del bloque imperialista del Este y de la URSS, la CCI ha publicado numerosos artículos atacando la mentira de que los regímenes estalinistas fueran un ejemplo de “comunismo”, y por consiguiente de que la muerte del estalinismo significara la muerte del comunismo.

Hemos demostrado la enormidad de esta mentira contrastando la realidad del estalinismo con las metas reales y los principios del comunismo. El comunismo es internacional e internacionalista y pugna por un mundo sin naciones-Estado; el estalinismo es ferozmente nacionalista e imperialista. El comunismo significa abolición del trabajo asalariado y de todas las formas de explotación; el estalinismo impone los niveles más salvajes de explotación precisamente a través del sistema de trabajo asalariado; el comunismo supone una sociedad sin Estado, una sociedad sin clases en la que los seres humanos controlen libremente sus propias fuerzas sociales; el estalinismo significa la presencia aplastante de un estado totalitario, una disciplina jerárquica y militarista impuesta sobre la mayoría por una minoría privilegiada de burócratas. Y así sucesivamente[1]. En suma, el estalinismo no es nada más que una expresión aberrante y brutal del capitalismo decadente.

También hemos mostrado cómo se utiliza esta campaña de mentiras para desorientar y confundir a la única fuerza social capaz de construir una genuina sociedad comunista: la clase obrera. En el Este, la clase obrera ha vivido directamente bajo la sombra de la mentira estalinista y eso ha tenido el efecto desastroso de llenar a la gran mayoría de obreros de un odio feroz por todo lo que tenga que ver con el marxismo, el comunismo y la revolución proletaria de 1917. Como resultado, con el hundimiento de la cárcel estalinista, han caído en las garras de las ideologías más reaccionarias –nacionalismo, racismo, religión y la perniciosa creencia de que su salvación está en el seguimiento de las formas “democráticas” occidentales.

En Occidente, esta campaña se utiliza para bloquear la maduración de la conciencia que se desarrollaba en la clase obrera durante la década de los 80. La trampa esencial ha sido privar a la clase obrera de toda perspectiva para sus combates. La mayor parte de la

Charlatanería triunfalista sobre la victoria del capitalismo, el “nuevo orden” de paz y armonía tras el fin de la “guerra fría” puede que suene cada vez más hueca teniendo en cuenta los sucesos de los dos últimos años (guerra del Golfo, Yugoslavia, hambrunas, recesión...). Pero lo que realmente importa para el capitalismo es que cuele la parte negativa de este mensaje: que el fin del comunismo significa el fin de cualquier esperanza de cambiar el presente orden de cosas; que las revoluciones terminan inevitablemente creando algo peor incluso de lo que surgieron; que no hay nada que hacer más que someterse a la ideología del “cada uno a la suya “del capitalismo en descomposición. En esta ideología burguesa de desesperanza, no sólo el comunismo, sino también la lucha de clases se convierten en una utopía pasada de moda y desprestigiada.

La fuerza de la ideología burguesa está esencialmente en que la burguesía monopoliza los medios de comunicación de masas, repite sin fin las mismas mentiras y no permite que se aireen posiciones realmente alternativas. En este sentido, Goebbels es sin duda el “teórico” de la propaganda burguesa: una mentira que se repite lo suficiente acaba siendo verdad y cuanto mayor sea la mentira, mejor cuela. Y la mentira de que el estalinismo es lo mismo que el comunismo es ciertamente una gran mentira que salta a la vista, una mentira estúpida, obvia, y despreciable sin más.

La mentira es tan evidente para cualquiera que se pare a pensar unos minutos, que la burguesía no puede dejarla correr sin tapujos. En todo tipo de discurso político, gente que está tremendamente confusa sobre la naturaleza de los regímenes estalinistas, que se refiere a ellos como comunismo y los opone al capitalismo, admite a renglón seguido que “por supuesto eso no es verdadero comunismo, no es la idea que Karl Marx tenía sobre el comunismo”. Esta contradicción es potencialmente peligrosa para la clase dominante, y tiene que atajarla por lo sano antes de que pueda llevar a una verdadera clarificación sobre el tema. Eso lo hace de varios modos. Ante los elementos más conscientes políticamente, plantea sofisticadas alternativas “marxistas”, como el trotskismo, que se especializa en denunciar el “papel contrarrevolucionario del estalinismo” —para argumentar simultáneamente que los regímenes estalinistas todavía tienen “conquistas obreras” que defender, como sería la propiedad estatal de los medios de producción, y que aún estarían, no se sabe por qué razones, “en transición” hacia el comunismo auténtico. En otras palabras, la misma mentira con envoltorio “revolucionari”.Pero vivimos en un mundo en el que la mayoría de trabajadores no quiere saber nada de política (lo cual es, en buena medida, resultado de la pesadilla estalinista, que durante años ha servido para asquear a los trabajadores sobre cualquier tipo de actividad política). Para apoyar su gran mentira sobre el estalinismo, la ideología burguesa necesita algo más elaborado y masticado para las masas, algo menos abiertamente político que el trotskismo o sus variantes. Así que plantea más que nada un cliché bondadoso en el que puede confiar para atrapar incluso, especialmente, a los que ven que el estalinismo no es el comunismo: nos referimos a la cantinela tantas veces machacada de que “el comunismo es un bello ideal, pero nunca funcionar”.El primer propósito de la serie de artículos que empezamos aquí es reafirmar la posición marxista de que el comunismo no es un bello ideal. Como planteó Marx, “Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente” (La Ideología alemana, 4ª Ed., Grijalbo S.A., Barcelona 1972, pag. 37). Aproximadamente quince años después, Marx expresaba el mismo pensamiento en sus reflexiones sobre la experiencia de la Comuna de París: “Los obreros no tienen ninguna utopía lista para implantarla por decreto del pueblo. Saben que para conseguir su propia emancipación, y con ella esa forma superior de vida hacia la que tiende irresistiblemente la sociedad actual por su propio desarrollo económico, tendrán que pasar por largas luchas, por toda una serie de procesos históricos, que transformarán las circunstancias y los hombres. Ellos no tienen que realizar ningún ideal, sino simplemente dar rienda suelta a los elementos de la nueva sociedad que la vieja sociedad burguesa agonizante lleva en su seno” (La Guerra civil en Francia, en : “Obras escogidas de Marx y Engels “, Ed. Ayuso, Madrid 1975, pag. 512).

Contra la noción de que el comunismo no es más que “una utopía lista para servir” inventada por Marx u otras almas piadosas, el marxismo insiste en que la tendencia al comunismo ya está contenida en esta sociedad. Antes del pasaje que hemos citado de La Ideología alemana, Marx señala “las premisas que existen ya” para la transformación comunista:

  • El desarrollo de las fuerzas productivas acometido por el propio capital, sin el cual no podría haber abundancia ni satisfacción generalizada de las necesidades humanas; sin el cual, en otras palabras: “sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la inmundicia anterior” (Ídem, pag. 36);
  • La existencia de un mercado mundial sobre las bases de este desarrollo, sin el cual: “el comunismo sólo llegaría a existir como fenómeno local”, mientras que: “el comunismo, empíricamente, sólo puede darse como la acción “coincidente” o simultánea de los pueblos dominantes, lo que presupone el desarrollo universal de las fuerzas productivas y el intercambio universal que lleva aparejado” (Ídem, pag. 37);
  • la creación de una inmensa masa desposeída, el proletariado, que se confronta a este mercado mundial como un poder ajeno intolerable;
  • la contradicción creciente entre la capacidad del sistema capitalista para producir riquezas y la miseria que experimenta el proletariado.

En la cita de La Guerra civil en Francia, Marx aborda otra cuestión que hoy es más relevante que nunca: el proletariado simplemente tiene que liberar el potencial que contiene “la vieja sociedad burguesa agonizante”. Como desarrollaremos en otra parte, el comunismo se revela aquí como una posibilidad y una necesidad : una posibilidad porque el capitalismo ha creado las fuerzas productivas que pueden satisfacer las necesidades materiales de la humanidad, y la fuerza social, el proletariado, que tiene un interés directo y “egoísta” en derrocar el capitalismo y crear el comunismo; y una necesidad porque en cierto momento de su desarrollo, estas mismas fuerzas productivas se rebelan contra las relaciones capitalistas dentro de las que se desarrollaron y prosperaron previamente, e inauguran un periodo de catástrofe que amenaza la existencia misma de la sociedad y de la humanidad.

En 1871 Marx se precipitó al declarar que la sociedad burguesa estaba agonizante; hoy, en las últimas fases del capitalismo decadente, la agonía está por todas partes a nuestro alrededor, y nunca ha sido mayor la necesidad de la revolución comunista.

El comunismo anterior al proletariado

El comunismo es el movimiento real, y el movimiento real es el movimiento del proletariado. Un movimiento que empieza en el terreno de la defensa de los intereses materiales contra las usurpaciones del capital, pero que se ve impulsado a poner en entredicho y en último extremo, a enfrentarse a las bases mismas de la sociedad burguesa. Un movimiento que se hace consciente de sí mismo a través de su propia práctica, que avanza hacia su meta por una constante autocrítica. El comunismo es pues “científico” (Engels); es “comunismo crítico” (Labriola). El principal propósito de estos artículos será demostrar, precisamente, que para el proletariado el comunismo no es “una utopía lista para servir”, una idea estática, sino una concepción que evoluciona y se desarrolla, que va madurando y profundizándose con el desarrollo objetivo de las fuerzas productivas y la maduración subjetiva del proletariado a través de su experiencia histórica acumulada. Examinaremos por tanto, cómo la noción de comunismo y los medios para instaurarlo, han ganado en profundidad y claridad por los trabajos de Marx y Engels, las contribuciones del ala izquierda de la socialdemocracia y las reflexiones sobre el triunfo y la derrota de la Revolución de Octubre de las fracciones de la Izquierda comunista, etc. Pero el comunismo es más viejo que el proletariado: de acuerdo con Marx incluso podemos decir que “todo el movimiento de la historia es el acto de génesis” del comunismo (Manuscritos económicos y filosóficos). Para mostrar que el comunismo es más que un ideal, es preciso poner de manifiesto que el comunismo surge del movimiento proletario y, por tanto, precede a Marx; pero para mostrar lo específico del “moderno” comunismo proletario, también es preciso compararlo y contrastarlo con las formas de comunismo que precedieron al proletariado y con las primeras formas inmaduras de comunismo proletario que marcan un proceso de transición entre el comunismo pre-proletario y su forma moderna, científica. Como planteó Labriola: “El comunismo crítico no se ha negado nunca, ni se niega, a dar la bienvenida a las ricas y múltiples sugerencias que puedan venir del estudio y conocimiento de todas las formas de comunismo, desde Phales el calcedonio a Cabet. Y lo que es más, a través del estudio y conocimiento de esas formas podemos desarrollar y establecer una comprensión de la separación entre el socialismo científico y el resto” (In Memory of the Communist Manifesto, 1895).

La sociedad de clases representa sólo una pequeña parte de la historia de la humanidad

Según el “sentido común” convencional, el comunismo no podrá funcionar nunca porque “va contra la naturaleza humana”. La competencia, la codicia, la necesidad de ser mejor que el prójimo, el deseo de acumular riquezas, la necesidad del Estado..., todo eso, nos dicen, es inherente a la naturaleza humana, tan básico como la necesidad de alimentarse o el impulso sexual. Sin embargo esa versión de la naturaleza humana no resiste un mínimo cotejo con la historia de la humanidad. Durante la mayor parte de su historia, durante cientos de miles, quizás millones de años, la humanidad vivió en una sociedad sin clases, una comunidad donde las riquezas esenciales se repartían sin mediación del intercambio y el dinero; una sociedad que no estaba organizada por los reyes, los curas, o un aparato estatal, sino por la asamblea tribal. Los marxistas nos referimos a esta sociedad como comunismo primitivo. Esta noción de “comunismo primitivo” es profundamente desconcertante para la burguesía y su ideología, y por eso hace todo lo que puede para negarla o minimizar su significado. Consciente de que la concepción marxista de la sociedad primitiva fue influida en gran parte por el trabajo de Lewis Henry Morgan sobre los iroqueses y otras tribus indias americanas, los antropólogos universitarios modernos vierten todo tipo de desdenes sobre el trabajo de Morgan, descubriendo tal o cual inconsistencia en sus descubrimientos, tal o cual error secundario, y poniendo en cuestión así la totalidad de su contribución. O, cayendo de nuevo en el empirismo más estrecho de miras, niegan que sea posible saber algo de la prehistoria humana a partir del estudio de lo que sobrevive de los pueblos primitivos. O apuntan a los múltiples y variados defectos y limitaciones de las sociedades primitivas para “matar un fantasma”: la idea de que estas sociedades serían una especie de paraíso libre de sufrimientos y alienación.

El marxismo, sin embargo, no idealiza esas sociedades. Es consciente de que fueron un resultado necesario, no de una especie de bondad humana innata, sino del escaso desarrollo de las fuerzas productivas, que impulsó a las primeras comunidades humanas a adoptar una estructura “comunista” simplemente para sobrevivir y determinó la imposibilidad de producir suficiente plus valor para nutrir la existencia de una clase privilegiada. Es consciente, por tanto, de que este comunismo fue restrictivo, y no permitió el desarrollo pleno de los individuos. Por eso Engels, aunque habló de “la dignidad personal, la honradez, la firmeza de carácter y la valentía “de los pueblos primitivos supervivientes, en su libro esencial : El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado añadió que en esas comunidades “la tribu era una atadura para el hombre, respecto a sí mismo y a los demás : la tribu, los gens y sus instituciones eran sagradas e inviolables, un poder superior instituido por la naturaleza, al cual quedaban sujetos los sentimientos, los pensamientos y los hechos de los individuos. Por muy impresionantes que puedan parecernos los pueblos de esta época, no se diferencian uno de otro; aún están atados, como dice Marx, al cordón umbilical de la comunidad primitiva”.

Este comunismo de pequeños grupos, hostiles a menudo a otros grupos tribales; este comunismo en que el individuo estaba dominado por la comunidad; este comunismo de escasez es muy diferente del comunismo más avanzado de mañana que supondrá la unificación de la especie humana, la realización mutua del individuo y la sociedad, y un comunismo de abundancia. Por eso el marxismo no tiene nada en común con las distintas ideologías “primitivistas” que idealizan la condición arcaica del hombre y expresan una añoranza nostálgica de volver a ella[2].

Sin embargo, el mismo hecho de que existieran esas comunidades, y existieran como resultado de una necesidad material, da pruebas de que el comunismo, ni es meramente “un bello ideal”, ni algo que nunca “puede funcionar”. Rosa Luxemburgo destacó este punto en su Introducción a la economía política: “Morgan ha aportado un nuevo y potente sustento al socialismo científico. Mientras que Marx y Engels, en sus análisis económicos del capitalismo, demostraron el paso inevitable de la sociedad, en un próximo futuro, a una economía mundial comunista, y así dieron un sólido fundamento científico a las aspiraciones socialistas, en cierta medida Morgan ha subrayado el trabajo de Marx y Engels al demostrar que la sociedad comunista democrática, no obstante sus formas primitivas, ha acompañado todo el largo pasado de la historia humana antes de la civilización presente. La noble tradición del pasado distante extiende así su brazo a las aspiraciones revolucionarias del futuro, el círculo del conocimiento se completa armoniosamente, y en esta perspectiva, la existencia de un mundo de gobierno de clases y explotación, que pretende ser el no va más de la civilización, el fin supremo de la historia universal, es simplemente un minúsculo tránsito de paso en el gran movimiento de la humanidad”.

El comunismo como el sueño de los oprimidos

El comunismo primitivo no fue estático. Evolucionó a través de varios estadios y, finalmente, confrontado a contradicciones irresolubles, dio origen a las primeras sociedades de clases. Pero las desigualdades de la sociedad de clases a su vez originaron mitos y filosofías que expresaban un deseo más o menos consciente de acabar con los antagonismos de clase y la propiedad privada. Los mitólogos clásicos como Hesiodo y Ovidio contaron el mito de la Edad de Oro, cuando no había distinción entre lo “mío” y lo “tuyo”; algunos de los últimos filósofos griegos “inventaron” sociedades perfectas en las que todas las cosas se tenían en común. En esas inspiraciones, la memoria no tan remota de una verdadera comunidad tribal se fusionaba con mitos mucho más antiguos sobre la caída del hombre de un paraíso original.

Pero las ideas comunistas fueron popularizándose y extendiéndose, dando lugar a intentos más recientes en la historia de realizarlas en la práctica, en tiempos de crisis social y revueltas de masas contra el sistema de clases en vigor. En la gran revuelta de Espartaco contra el imperio decadente romano, los esclavos rebeldes hicieron algunos intentos desesperados y de corta duración, de establecer comunidades basadas en la hermandad y la igualdad ; pero la tendencia “comunista” paradigmática de esta época fue por supuesto el cristianismo, que, como señalaron Engels y Luxemburg, empezó como una revuelta de los esclavos y otras clases aplastadas por el sistema romano antes de que fuera adoptado más tarde como la ideología oficial del orden feudal que emergía. Las primeras comunidades cristianas predicaban la hermandad humana universal e intentaron instituir un comunismo de los bienes. Pero como argumentó Rosa Luxemburgo en su texto El Socialismo y las Iglesias, ésta fue precisamente la limitación del comunismo cristiano: no se proponía la expropiación revolucionaria de la clase gobernante y la colectivización de la producción, como el comunismo moderno. Únicamente abogaba por que los ricos fueran caritativos y compartieran sus bienes con los pobres; fue una doctrina de pacifismo social y de colaboración de clases que se pudo adaptar fácilmente a las necesidades de una clase dominante. La inmadurez de esta visión del comunismo fue producto de la inmadurez de las fuerzas productivas. Y ello tanto respecto a las capacidades productivas de la época porque en una sociedad moribunda por una crisis de subproducción quienes se rebelaban contra ella no podían vislumbrar nada mejor que un reparto de la pobreza—, como al carácter de las clases explotadas y oprimidas que fueron la fuerza motriz en el origen de la revuelta cristiana. Eran clases sin objetivos comunes ni perspectiva histórica: “no había absolutamente ninguna vía común hacia la emancipación para todos esos elementos. Para todos ellos el paraíso yacía perdido tras ellos; para los hombres libres arruinados estaba en la antigua “polis”, la ciudad y el Estado al mismo tiempo, de la cual sus antecesores habían sido ciudadanos libres; para los esclavos cautivos de guerra en el tiempo de libertad; para los pequeños campesinos en el sistema social gentil abolido y en la propiedad comunal de la tierra”. Así es como Engels, en “Historia del primer cristianismo” (Die Neue Zeit, vol. 1, 1894-5) señala la visión esencialmente nostálgica y de añoranza de la revuelta cristiana. Es cierto que el cristianismo, en continuidad con la religión hebrea, marcó un paso adelante respecto a las diferentes mitologías paganas, por cuanto que contenía una ruptura con las antiguas visiones cíclicas del tiempo y postulaba que la humanidad estaba metida en un drama histórico que avanzaba. Pero las limitaciones inherentes a las clases que sostenían la revuelta, garantizaban que la historia se interpretara todavía en términos mesiánicos y mistificados y que la salvación futura que prometía fuera un fin último más allá de las fronteras de este mundo.

Poco más o menos se puede decir lo mismo de las numerosas revueltas campesinas contra el feudalismo, aunque se sabe que el apasionado predicador Lolardo John Ball, uno de los líderes de la gran revuelta campesina en Inglaterra en 1381, dijo que: “las cosas no pueden ir bien en Inglaterra hasta que todo sea de todos; cuando no hayan vasallos ni señores...”: esas reivindicaciones van más allá de un mero comunismo de las propiedades, hacia una visión en la que toda la riqueza social se hace propiedad común (esto bien podría ser porque los Lolardos fueron los precursores de movimientos posteriores característicos de la emergencia del capitalismo). Pero en general las revueltas campesinas sufrieron las mismas limitaciones fundamentales que las revueltas de esclavos. La famosa consigna de la revuelta de 1381 —“¿Quién era el señor y quien el vasallo cuando Adán cavaba la tierra y Eva hilaba?”— tenía una maravillosa fuerza poética, pero también condensaba las limitaciones del comunismo campesino que, como antes las revueltas cristianas, estaba condenado a volver la vista atrás hacia un idílico pasado, hacia el paraíso, a los primeros cristianos, a “la verdadera libertad inglesa antes del yugo normando”[3]... O, si miraba hacia adelante, veía, con los ojos de los primeros cristianos, un milenio apocalíptico que se implantaría por la vuelta de Cristo en todo su esplendor. Los campesinos no fueron las clases revolucionarias de la sociedad feudal, aunque sus revueltas pudieron contribuir a socavar las bases del orden feudal y allanar el camino así para la emergencia del capitalismo. Y puesto que ellas mismas no contenían ningún proyecto de reorganización de la sociedad, sólo podían ver la salvación fuera de ella —en Jesús, en los “buenos reyes “ malaconsejados por consejeros traidores, en los héroes del pueblo como Robin Hood.

El hecho de que esos sueños comunistas calaran en las masas muestra que correspondían a necesidades materiales reales, de igual modo que los sueños del individuo expresan profundos deseos insatisfechos. Pero como las condiciones de la historia no permitían su realización, se vieron condenados a no ser más que sueños.

Los primeros movimientos del proletariado

“Desde el momento mismo en que nació, la burguesía llevaba en sus entrañas a su propia antítesis, pues los capitalistas, no pueden existir sin obreros asalariados, y en la misma proporción en que los maestros de los gremios medievales se convertían en burgueses modernos, los oficiales y los jornaleros fuera de los gremios se convirtieron en proletarios. Y aunque de manera general en su lucha contra la nobleza la burguesía pudiera arrogarse el derecho de representar al conjunto de las clases trabajadoras de la época, en cada gran movimiento burgués hubo estallidos independientes de aquella clase que era el precedente más o menos desarrollado del proletariado moderno. Tal fue en la época de la reforma y de las guerras campesinas en Alemania la tendencia de los anabaptistas y de Thomas Munzer; en la gran revolución inglesa, los Niveladores; en la gran revolución francesa, Babeuf” (Engels, Socialismo utópico y socialismo científico).

Munzer y el Reino de Dios

En La guerra campesina en Alemania, Engels elabora sus tesis sobre Munzer y los Anabaptistas. Consideraba que representaban una corriente proletaria embrionaria dentro de un movimiento “plebeyo-campesino” mucho más ecléctico. Los Anabaptistas aún eran una secta cristiana, pero extremadamente hereje; las enseñanzas “teológicas” de Munzer viraban peligrosamente hacia una forma de ateísmo, en continuidad con tendencias místicas en Alemania y en otras partes (por ej. Meister Eckhart). A nivel político y social, “su programa político y social se acercaba al comunismo, e incluso en vísperas de la revolución de Febrero,  más de una de las sectas comunistas actuales le gustaría tener un marco de comprensión teórica tan desarrollado como el de Munzer en el siglo XVI. Este programa, que era menos una recopilación de las reivindicaciones de los plebeyos de entonces, que una anticipación visionaria de las condiciones de emancipación de los elementos proletarios que escasamente habían empezado a desarrollarse entre los plebeyos —este programa pedía el establecimiento inmediato del Reino de Dios, el milenio profetizado, restaurando la Iglesia a su condición original y aboliendo todas las instituciones que entraran en conflicto con esta Iglesia supuestamente cristiana primitiva, pero muy moderna en realidad. Munzer entendía por el Reino de Dios una sociedad en la que no hubiera diferencias de clase ni propiedad privada, ni autoridad estatal independiente de los miembros de la sociedad o extraña a ellos. En la medida en que se negaran a someterse y unirse a la revolución, todas las autoridades serían derrocadas, todo el trabajo y las propiedades se poseerían en común y se instauraría la igualdad completa. Tendría que establecerse una unión para cumplir todo esto, no sólo en Alemania, sino en toda la cristiandad”.

No es necesario decir, puesto que se estaba en los albores de la sociedad burguesa, que las condiciones materiales para tan radical transformación estaban completamente ausentes. Esto se reflejaba subjetivamente en el hecho de que las concepciones mesiánico-religiosas todavía definían la ideología de este movimiento. Desde el punto de vista objetivo, la aproximación ineluctable de la dominación del capital, convertía todas estas reivindicaciones radicales comunistas en sugerencias prácticas para el desarrollo de la sociedad burguesa. Esto se aclaró sin duda cuando el partido de Munzer fue catapultado al poder en la ciudad de Mulhausen en Marzo de 1525: “La posición de Munzer a la cabeza del “eterno” consejo de Mulhausen fue realmente mucho más precaria que la de cualquier agente revolucionario moderno. No sólo el movimiento de su época, sino la misma época, no estaba madura para las ideas de las cuales Munzer sólo tenía una tenue noción. La clase que representaba estaba apenas naciendo. Todavía no era capaz de asumir el liderazgo de la sociedad y transformarla. Los cambios sociales que evocaba esta quimera tenían pocas bases en las condiciones existentes. Y lo que es más, esas condiciones estaban despejando el camino para un sistema social que era diametralmente opuesto a lo que aspiraba. Sin embargo, Munzer quedó atado a su sermón cristiano originario de igualdad y comunidad evangélica de la propiedad y se vio impulsado, al menos, a intentar realizarlo. Se proclamó la comunidad de las propiedades, el trabajo universal e igual, y la abolición del derecho a ejercer la autoridad. Pero en realidad Mulhausen siguió siendo una ciudad republicana imperial con una constitución democratizada de alguna manera, un senado elegido por sufragio universal y controlado por una Asamblea de Ciudadanos, y con un sistema improvisado de asistencia a los pobres. La sacudida social que tanto horrorizó a los Protestantes burgueses contemporáneos, nunca pasó de ser un débil, inconsciente y prematuro intento de establecer la sociedad burguesa de un periodo posterior” (Ídem).

Winstanley y la verdadera comunidad

Los fundadores del marxismo no estaban tan familiarizados con la revolución burguesa en Inglaterra como con la reforma en Alemania o la revolución francesa. Y fue una lástima, porque como han puesto de manifiesto historiadores como Christopher Hill, esta revolución dio lugar a una explosión de pensamiento creativo, a una deslumbrante profusión de partidos, sectas y movimientos audazmente radicales. Los Niveladores, a los que Engels se refiere alguna vez, fueron más un movimiento heterogéneo que un partido formal. Su ala moderada no eran más que demócratas radicales que defendían ardientemente el derecho del individuo a disponer de su propiedad. Pero teniendo en cuenta la profundidad de la movilización social que impulsó la revolución burguesa, inevitablemente dio lugar a un ala izquierda que se implicó más y más con las necesidades de las masas desposeídas y que tomó un carácter claramente comunista. Esta ala estuvo representada por los “verdaderos Niveladores” o los Enterradores y su portavoz más coherente fue Gerrard Winstanley.

En los escritos de Winstanley, especialmente su último trabajo, hay un alejamiento mucho más claro de las concepciones religioso-mesiánicas que en todo lo que pudo hacer Munzer. Su obra más importante, La ley de la Libertad en Plataforma, representa, cómo su nombre indica, un giro definitivo hacia el terreno del discurso explícitamente político: las referencias que aún subsisten a la Biblia, particularmente al mito de la pérdida del paraíso, son esencialmente alegóricas y tienen una función simbólica. Sobre todo para Winstanley, contrariamente a los Niveladores moderados, “no puede haber libertad universal hasta que no se establezca la comunidad universal” (citado por Hill en su introducción a The Law of Freedom and other writings, 1973, Penguin ed., p. 49): los derechos político-constitucionales que dejaban intactas las relaciones de propiedad existentes eran un fraude. Y así señala, con gran detalle, su visión de una verdadera comunidad, en la que el trabajo asalariado y la compraventa se abolirían, donde se promovería la educación y la ciencia en lugar del oscurantismo religioso y la Iglesia, y donde las funciones del Estado se reducirían a un estricto mínimo. Veía incluso más allá de su tiempo, cuando “toda la tierra sea de nuevo un tesoro común, como tiene que ser... entonces cesará toda esa enemistad entre todos los territorios y nadie osará buscar el dominio sobre los demás” ya que “los alegatos en favor de la propiedad y el interés privado dividen el pueblo de un territorio y el mundo entero en partes diferentes, y esa es la causa de todas las guerras, las masacres y las disputas por todas partes” (citado por Hill en The world turned upside down, p. 139, 1984, Peregrin ed.).

También en este caso, lo que Engels dice sobre Munzer viene a cuento con Winstanley: la nueva sociedad que emergió de esta gran revolución no fue la “comunidad universal” sino la sociedad capitalista. La visión de Winstanley fue un escalón más hacia el comunismo “moderno”, pero seguía siendo totalmente utópica. Esto se expresaba sobre todo en la incapacidad de los verdaderos Niveladores para ver cómo se produciría la gran transformación. El movimiento de los Enterradores, que apareció durante la guerra civil, se limitó a intentos de pequeñas bandas de desposeídos de cultivar tierras perdidas y comunales. Las comunidades de Enterradores tenían que servir como un ejemplo de no-violencia para todos los pobres y desposeídos, pero pronto fueron disueltas por las fuerzas del orden cromwelliano, y en cualquier caso, sus horizontes no iban realmente más allá de la que otrora fuera honrosa reivindicación de los antiguos derechos comunales. Tras la supresión de este movimiento y de la corriente niveladora en general, Winstanley escribió la Ley de la libertad para sacar las lecciones de la derrota. Pero fue una ironía significativa que, mientras que este trabajo expresó el punto más álgido de la teoría comunista en su época, fuera dedicado nada menos que a Oliver Cromwell, que sólo tres años antes, en 1649, había aplastado la revuelta Niveladora por la fuerza de las armas para salvaguardar la propiedad y el orden burgués. Dándose cuenta de que no había ninguna fuerza homogénea capaz de conducir la revolución desde abajo, Winstanley se vio reducido a la vana esperanza de una revolución desde arriba.

Babeuf y la República de los Iguales

En la gran Revolución francesa apareció una corriente muy similar: en la marea menguante del movimiento, emergió un ala extrema izquierda que expresaba su insatisfacción con las libertades puramente políticas que pretendía contener la nueva constitución, puesto que favorecían sobre todo la libertad del capital para explotar a la mayoría desposeída. La corriente de Babeuf expresaba los esfuerzos del proletariado urbano emergente, que había hecho tantos sacrificios por la revolución burguesa, de luchar por sus propios intereses de clase, y por eso ineluctablemente llegaba a la reivindicación del comunismo. En el Manifiesto de los Iguales proclamaba la perspectiva de una nueva y final revolución: “La Revolución francesa no es más que el antecedente de otra revolución, mucho más grande, mucho más solemne, y que será la última...”. A nivel teórico, los Iguales fueron una expresión más madura del impulso comunista que los Verdaderos Niveladores de un siglo y medio antes. No sólo se habían librado casi completamente de la vieja terminología religiosa, sino que avanzaban a tientas hacia una concepción materialista de la historia como la historia de la lucha de clases. De manera aún más significativa, reconocieron la inevitabilidad de la insurrección armada contra el poder de la clase dominante: en la “Conspiración de los Iguales” en 1796 se concretó esa comprensión. Basándose en la experiencia directa que habían desarrollado en las secciones de París y la “Comuna” del 93, también imaginaron un Estado revolucionario que fuera más allá del parlamentarismo convencional imponiendo el principio de revocabilidad para los oficialmente elegidos.

Pero otra vez la inmadurez de las condiciones materiales encontró su expresión en la inmadurez política del “partido” de Babeuf. Puesto que el proletariado de París no había emergido claramente como una fuerza distinta de los “sans culottes”, los pobres urbanos en general, los propios babeuvistas no tenían claro quién podía ser el sujeto revolucionario : el Manifiesto de los Iguales no se dirigía al proletariado, sino al “pueblo de Francia”. En ausencia de una visión clara del sujeto revolucionario, la posición de los babeuvistas sobre la insurrección y la dictadura revolucionaria era esencialmente elitista: unos pocos seleccionados tomarían el poder en nombre de la masa informe y detentarían en el poder hasta que esas masas fueran capaces de gobernarse por sí mismas (posiciones de ese tipo persistirían en el movimiento obrero durante algunas décadas después de la revolución francesa, sobre todo en la tendencia blanquista, que descendía orgánicamente del babeuvismo, particularmente a través de la persona de Buonarotti ).

Pero la inmadurez del babeuvismo no sólo se expresaba en los medios por los que abogaba (que en cualquier caso terminaron en un fiasco total en el golpe de 1796), sino también en la tosquedad de su concepción de la sociedad comunista. En los Manuscritos económicos y filosóficos, Marx ponía como un trapo a los herederos de Babeuf, como expresiones de “ese comunismo burdo e instintivo” que “se manifiesta como una tentativa de nivelar por lo bajo a partir de un mínimo preconcebido... Lo que prueba lo poco que tiene que ver la abolición de la propiedad privada con una apropiación real es la negación abstracta de todo el mundo de la cultura y la civilización, la regresión a la simplicidad artificial del hombre desposeído y sin inquietudes, que no sólo no va más allá de la propiedad privada, sino que no ha llegado a ella todavía” (del capítulo “Propiedad privada y comunismo “)[4]. Marx fue incluso más lejos y dijo que ese burdo comunismo sólo podría ser realmente la continuación del capitalismo: “esa comunidad es sólo una comunidad de trabajo, y de igualdad de salarios pagados por el capital comunal —la comunidad como el capitalista universal”. El ataque de Marx a los herederos de Babeuf, cuyas posiciones habían llegado a ser reaccionarias estaba más que justificado, pero el problema original era real. A finales del siglo XVIII, Francia era aún en su mayor parte una sociedad agrícola, y los comunistas de entonces no podían haber visto fácilmente la posibilidad de una sociedad de abundancia. Por ello su comunismo sólo podía ser “ascético, que denunciaba todos los placeres de la vida, espartano” (Engels, Socialismo utópico y socialismo científico), un mero “nivelar por lo bajo a partir de un mínimo preconcebido”. Fue otra ironía de la historia el que tuvieran que suceder las inmensas privaciones de la revolución industrial para despertar en la clase explotada la posibilidad de una sociedad en la que el esparcimiento y el goce de los sentidos sustituirían a su negación espartana.

Los inventores de la utopía

El reflujo del gran movimiento revolucionario de finales de la década de los 90 del siglo XVIII, la incapacidad del proletariado de actuar como una fuerza política independiente, no significaba que el virus del comunismo se hubiera erradicado. Tomó una nueva forma: la de los socialistas utopistas. Los utopistas —Saint-Simon, Fourier, Owen y otros— fueron menos insurrecionales y estaban menos relacionados con la lucha revolucionaria de las masas que los babeuvistas. A primera vista podían parecer por tanto un paso atrás. Es verdad que fueron el producto característico de un período de reacción y representaban un alejamiento del combate político. Sin embargo Marx y Engels siempre reconocieron su deuda a los utopistas y consideraron que habían hecho avances significativos respecto al “comunismo burdo” de los Iguales, sobre todo en su crítica de la civilización capitalista y su elaboración de una posible alternativa comunista: “Mas estas obras socialistas y comunistas encierran también elementos críticos. Atacan todas las bases de la sociedad existente. Y de este modo han proporcionado materiales de un gran valor para instruir a los obreros. Sus tesis positivas referentes a la sociedad futura, tales como la desaparición del contraste entre la ciudad y el campo, la abolición de la familia, de la ganancia privada y del trabajo asalariado, la proclamación de la armonía social y la transformación del estado en una simple administración de la producción ; todas estas tesis no hacen sino enunciar la desaparición del antagonismo de las clases, antagonismo que comienza solamente a perfilarse y del que los inventores de sistemas no conocen todavía sino las primeras formas indistintas y confusas” (El Manifiesto comunista, “El socialismo y el comunismo crítico-utópicos”).

En Socialismo utópico y socialismo científico, Engels entra en más detalles sobre las contribuciones específicas de los principales pensadores utopistas: a Saint-Simon le atribuye el mérito de reconocer la revolución francesa como una guerra de clase, y de prever la absorción total de la política por la economía y, por tanto, la posible abolición del Estado. A Fourier lo presenta como un brillante crítico-satírico de la hipocresía, la miseria y la alienación burguesa, que utilizó magistralmente el método dialéctico para comprender las principales etapas de la evolución histórica. Deberíamos añadir que, en particular con Fourier, hay una ruptura definitiva con el comunismo ascético de los Iguales, sobre todo por su profunda preocupación de sustituir el trabajo alienado por el disfrute y la actividad creativa. La breve biografía de Robert Owen, que escribió Engels, se focaliza sobre todo en sus investigaciones más prácticas, anglosajonas, sobre una alternativa a la explotación capitalista, sea en las hilanderías de algodón “ideales” de New Lanark, o sus diversas experiencias de vida de cooperativa y en comuna. Pero Engels también reconoce la valentía de Owen de romper con su propia clase y unirse al proletariado; sus últimos esfuerzos por construir un gran sindicato para todos los trabajadores de Inglaterra van más allá de la filantropía bienintencionada y forman parte de los primeros intentos del proletariado para encontrar su propia identidad de clase y su organización.

Pero en último extremo, lo que se aplica a los primeros movimientos del comunismo proletario se aplica en igual medida a los utopistas: la tosquedad de sus teorías era resultado de las toscas condiciones de la producción capitalista en las que emergieron. Incapaces de ver las contradicciones económicas y sociales que llevarían finalmente al derrocamiento de la explotación capitalista, sólo podían imaginar la nueva sociedad como resultado de planes e invenciones elaborados por ellos. Incapaces de reconocer el potencial revolucionario de la clase obrera, “se consideran muy por encima de todo antagonismo de clase. Desean mejorar las condiciones de vida de todos los miembros de la sociedad, incluso de los más privilegiados. Por eso, no cesan de apelar a toda la sociedad sin distinción, e incluso se dirigen con preferencia a la clase dominante. Porque basta con comprender su sistema, para reconocer que es el mejor de todos los planes posibles de la mejor de todas las sociedades posibles” (Manifiesto comunista).

Los utopistas terminaron, no sólo construyendo castillos en el aire, sino predicando la colaboración de clases y el pacifismo social. Pero lo que era sin duda comprensible teniendo en cuenta la inmadurez de las condiciones objetivas en las primeras décadas del siglo xix, resultaba imperdonable después, cuando se escribió el Manifiesto comunista. En este momento, los descendientes de los utopistas fueron un obstáculo importante para el desarrollo del comunismo científico representado por la fracción Marx-Engels en la Liga de los Comunistas.

En el próximo artículo de esta serie examinaremos la emergencia y maduración de la visión marxista de la sociedad comunista y del camino que lleva hasta ella.

CDW   


[1] Véase, por ejemplo, el editorial de la Revista internacional nº 67 : “No es el capitalismo lo que se hunde, sino que es el caos capitalista lo que se acelera”; la serie sobre “El estalinismo enemigo del comunismo”, en Acción proletaria, y el Manifiesto del IXº Congreso de la CCI: Revolución comunista o destrucción de la humanidad.

[2] En la mayoría de los casos, esas ideologías son hoy expresiones características del impacto de la descomposición en la pequeña burguesía, en particular de las corrientes anarquistas que están desilusionadas, no sólo de la clase obrera, sino de toda la historia desde el amanecer de la civilización, y se consuelan proyectando el mito del paraíso perdido en las primeras comunidades humanas. Una ironía que a menudo pasa desapercibida es que, cuando se investigan las creencias de los pueblos primitivos, está claro que también ellos tenían su “paraíso perdido” sepultado en un lejano y mítico pasado. Si consideramos que esos mitos expresan el deseo irrealizado de trascender los límites de la alienación, es obvio que el hombre primitivo experimentaba también una forma de alienación, conclusión coherente con la visión marxista de esas sociedades.

[3] La naturaleza conservadora de esas revueltas se veía reforzada por el hecho de que, en mayor o menor medida, en todas las sociedades de clase que precedieron al capitalismo quedaban vestigios de los originales lazos comunales. Esto significa que las revueltas de las clases explotadas estuvieron siempre fuertemente influidas por un deseo de defender y preservar los derechos comunales tradicionales que la extensión de la propiedad privada les había usurpado.

[4] En esta crítica del “babeuvismo”, se puede notar que Marx presiente ya que el capitalismo no se basa únicamente en la propiedad privada individual, cuando habla de un “capital colectivo”. También se aprecia lo opuesto que es la idea de Marx sobre el comunismo, y eso desde el principio, a esa gran mentira de este siglo que ha consistido en presentarnos al capitalismo de Estado de la URSS como “comunista”, porque allí la burguesía privada había sido expropiada.

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material [1]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Utopistas [2]

Cuestiones teóricas: 

  • Comunismo [3]

Crisis Económica - Crisis del crédito, relanzamiento económico imposible y una recesión cada vez más profunda

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Crisis Económica

Crisis del crédito, relanzamiento económico imposible y una recesión cada vez más profunda

La economía americana sigue hundiéndose en el infierno de la recesión arrastrando con ella al resto de la producción mundial. El optimismo del que alardeaban los dirigentes americanos desde la primavera del 1991 no ha durado más allá del verano. Desde Septiembre las cifras se encargan de tirar por tierra toda clase de ilusiones. La confianza en la perspectiva siempre renovada del capitalismo que, como el ave fénix, renacería eternamente de sus cenizas y la idea de que será siempre capaz, tras una recesión pasajera, de volver a encontrar el camino hacia un crecimiento sin límite, es algo que ya no se sostiene en pie. La dura realidad de la crisis económica hace trizas las declaraciones triunfales de aquellos que, hace apenas dos años, al hundirse el “modelo” estalinista de capitalismo, saludaban la victoria del capitalismo liberal como la única forma viable para la sobrevivencia de la humanidad (véase cuadro).

Enfangados en la recesión

La economía americana patina desde hace dos años en su propio estiércol, incapaz de salir del marasmo económico en el que se halla. Desde que llegó Bush a la presidencia el “crecimiento“medio del PNB ha sido del 0,3 %.

El que después de tres trimestres de recesión del PNB haya habido una mejora en el tercer trimestre de este año con un  2,4 % de crecimiento, según cifras oficiales, es algo que no tranquiliza a ningún capitalista. Los responsables económicos esperaban un resultado bastante mejor, de un 3 a un 3,5 %. La publicación al mismo tiempo de las cifras mensuales de la producción industrial en el mes de Setiembre: 0,1 % en descenso regular desde junio, reforzaba el siniestro ambiente que existía entre los altos responsables de la burguesía.

La economía americana ve como avanza ante sí la perspectiva de un hundimiento aun más profundo en la recesión, estremeciéndose al mismo tiempo los pilares mismos de la economía mundial.

Junto con los índices de todo tipo que se publican diariamente en el mundo entero, cada día que pasa trae consigo un raudal de malas noticias.

La cifra “optimista” de un 2,4 % de crecimiento para el tercer trimestre de 1991 no significa una mejora para las empresas, al contrario, la competencia se exacerba y la guerra de precios se pone al rojo vivo a la vez que los márgenes de beneficio se derriten como hielo al sol. En consecuencia, no son solamente los beneficios los que caen en picado sino que además las pérdidas acumuladas son enormes. Todos los sectores están afectados. Citemos, entre otros muchos ejemplos que no cabrían en esta publicación, algunos de los resultados más sonados y espectaculares de la economía americana durante este período.

Para encarrilar estos desastrosos balances, los “planes de reconversión” suceden a los “planes de reestructuración”, lo que se ha concretado en cierres de empresas y en consecuencia, en despidos y en ataques contra los salarios. Las empresas más débiles suspenden pagos y sus empleados, tirados a la calle sin contemplaciones, acaban incrementando la creciente cohorte de parados y miserables.

Mientras pudo, Reagan se jactaba de haber enterrado el paro aunque fue, claro está, a costa de recurrir sobre todo al desarrollo de “pequeños negocios” precarios y mal remunerados y manipulando vergonzosamente las modalidades de cálculo del número de parados. Con todo aparecían cifras que mostraban un crecimiento regular del número de parados que iba desde un 5,3 % de la población activa a finales de 1988 hasta un 6,8 % en Octubre de 1991. Conviene no perder de vista que un aumento del 0,1 %, aparentemente una cantidad insignificante en esas tasas, significa alrededor de 130 000 parados más. Todo esto además según las cifras que difunde el gobierno que, como bien se sabe, suelen subestimar la realidad. La tendencia es a la aceleración: solamente en el mes de Octubre de 1991 se han perdido 132 000 empleos en la industria manufacturera, 47 000 en el sector de la venta al público y 29 000 en el de la construcción. No obstante lo peor está por venir... decenas de miles de despidos anunciados pero que aún no se han contabilizado, entre otros en el sector informático: 20 000 en la IBM, 18 000 en la NCR, 10 000 en Digital  Equipment, etc.

El potencial de la primera economía del mundo, de la súper-liberal, del símbolo del capitalismo triunfante, de la superpotencia imperialista que tras el hundimiento económico de su gran rival “soviético”, domina con mucho la escena internacional, está minado interiormente por los destrozos de la crisis económica que afecta al capital en el mundo entero. La locomotora que tiró a la economía mundial durante decenios se ha averiado. Con la caída de la economía americana en la recesión toda la economía mundial se ralentiza y se hunde tras sus pasos.

En todos los países las tasas de crecimiento son revisadas a la baja incluso en las “estrellas “de la economía mundial como Alemania y Japón. En aquellos que están ya inmersos en la recesión, como Canadá y Gran Bretaña, las ilusiones de recuperar los índices de crecimiento pasados se esfuman con las de los EEUU.

El corazón industrial del mundo capitalista está en vías de sumergirse aún  más en la catástrofe económica. El derrumbe de la economía capitalista en los países más desarrollados da al traste con las ilusorias esperanzas acerca de una posible reconstrucción económica en los países surgidos tras el estallido del bloque ruso o de cualquier salida en  los países de África, de América del Sur o de Asia, para la horrible miseria en la que les tiene embarrancados la recesión desde los inicios de los años ochenta.

En esa dinámica de hundimiento en que se halla la economía mundial, la perspectiva hacia la que se precipita el conjunto del mundo industrial es la misma que hoy podemos ver ya claramente expresada en el caos económico que reina en los países subdesarrollados.

Un nuevo “relanzamiento” es imposible

Las previsiones de los revolucionarios sobre la irremediable y catastrófica perspectiva de la crisis económica mundial resultado de las contradicciones insuperables del sistema capitalista, se ven, hoy más que nunca, confirmadas.

La clase dominante no puede aceptar la constatación del implacable fracaso de la economía capitalista, pues eso significaría la aceptación de su propia desaparición. Por esa razón, todas sus hermosas frases sobre la futura “reactivación” de la economía lo que revelan es la necesidad que tiene la burguesía tanto de calmar las inquietudes de las masas, como de persuadirse a sí misma de la eternidad de su sistema. Aunque bien es verdad que la capacidad que tuvo el capitalismo en el pasado de eludir y enmascarar los efectos más brutales de la crisis le ayudan hoy a reforzar esa ilusión.

 

Las medidas para “reactivar” la economía están gastadas y agravan la situación.

Desde finales de los años sesenta, con el retorno de la crisis abierta del capitalismo que acaba con los años de crecimiento de la reconstrucción que siguió a la Segunda Guerra mundial, la economía americana y, a renglón seguido la economía mundial, se han visto metidas en sucesivos periodos recesivos : 1967, 1969-70, 1974-75, 1981-82. En cada uno de ellos los capitalistas creían haber vencido definitivamente al espectro del retroceso de la producción. Se felicitaban por haber encontrado el remedio eficaz para arrojar al basurero de la historia las previsiones de los marxistas. Pero los hechos eran tercos  en cada nuevo período los efectos de la crisis volvían a reproducirse y cada vez de manera mucho más extensa, más dura y más profunda.

Los famosos remedios, presentados como innovaciones decisivas (no hace mucho los economistas enfatizaban en sus discursos a los “reaganomics” para saludar las “cruciales aportaciones”  de Reagan a la ciencia económica), no son, de hecho, otra cosa que las medidas preconizadas y teorizadas por Keynes y que fueron aplicadas a partir de los años treinta. Son pura y simplemente una política de capitalismo de Estado caracterizado por: la reducción de los tipos de interés de los bancos centrales, el recurso al déficit presupuestario, la intervención masiva, cada vez más restrictiva y agobiante, del Estado en todos los sectores de la economía y añadido a esto la puesta en práctica generalizada de la economía de guerra. No es, ni más ni menos, que una imitación de la economía de capitalismo de Estado empleada por Hitler, o sea, la aplicación práctica de las teorías keynesianas. Estas genialidades económicas se fundamentan, sencillamente, en el recurso, ad infinitum, al crédito y en el endeudamiento creciente.

La crisis económica del capitalismo es una crisis de sobreproducción generalizada, ocasionada por la incapacidad para encontrar, a escala planetaria, los mercados solventes que sean capaces de absorber la producción. En esta situación el desarrollo del crédito es el medio óptimo para ampliar artificialmente los limitados mercados existentes aplazando los pagos para el futuro (incierto además). Sin embargo esta política de endeudamiento generalizado encontró límites a su desarrollo. Durante los años setenta el relanzamiento conseguido a base de créditos fáciles se hizo a costa de un endeudamiento que cayó como una losa sobre los países subdesarrollados, pero que permitió al conjunto de la economía mundial superar las fases de recesión de este período. Algo seguía fallando, la “recuperación triunfal” de la economía que siguió a la recesión de 1981-82 empezaba a mostrar los límites de esa política. Aplastados por el peso de una deuda de casi 120 000 millones de dólares, los países subdesarrollados se veían definitivamente incapaces de hacer frente a los vencimientos de su deuda y a partir de ese momento no podrán absorber el sobrante de la producción de los países industrializados. Los países del Este, a pesar de la creciente cantidad de préstamos concedidos por Occidente a lo largo de los ochenta, se acaban hundiendo en un marasmo económico que será la causa de la implosión del bloque imperialista que formaban.

Únicamente se han mantenido a flote las economías de los países más desarrollados gracias sobre todo a la política de endeudamiento de los Estados Unidos, una política, como hemos visto, de auténtica huída hacia adelante. Los USA absorben excedentes de la producción mundial que no pueden venderse en el “tercer mundo” metiéndose en deudas comerciales gigantescas que sirven sobre todo para financiar la producción de armamentos. El desarrollo de una especulación desenfrenada en mercados inmobiliarios y bursátiles permite atraer a los EE.UU. capitales del mundo entero con lo que se van a inflar artificialmente los balances de las empresas y crear la peligrosa impresión de una intensa actividad económica.

A finales de los ochenta el capital americano flotaba en un fenomenal océano de deudas tanto más difíciles de cuantificar si se tiene en cuenta que al estar el dólar impuesto como la moneda internacional utilizada en todo el planeta, no era, en consecuencia, realmente posible distinguir la deuda externa de la interna. Si la deuda externa USA se puede estimar hoy, aproximadamente, en 900 000 millones de dólares, batiendo así todos los records, la deuda interior alcanza los 10 billones de dólares, dos veces el PNB anual de los Estados Unidos. Es decir que para recuperarla sería necesario que todos los trabajadores norteamericanos trabajaran durante dos años seguidos ¡sin cobrar un solo duro!

Esta huída de los USA hacia el endeudamiento no sólo no ha permitido relanzar el conjunto de la economía mundial durante los años ochenta, sino que tampoco ha podido impedir que poco a poco los signos de la crisis abierta y de la recesión surjan con mayor fuerza al final del decenio. El derrumbe continuado de la especulación bursátil a partir de 1987, el declive acelerado de la especulación inmobiliaria desde 1988 y que provocó bancarrotas en serie, han sido los indicadores de la caída de la producción que determinó la recesión abierta, oficialmente reconocida desde finales de 1990.

 

El crédito a punto de ahogarse

En estas condiciones una nueva caída en la recesión, comenzada con el decenio, no traduce únicamente la incapacidad fundamental del capitalismo para encontrar mercados solventes en los que colocar su producción, sino también el desgaste de los instrumentos económicos que hasta ahora ha utilizado para paliar esta insuperable contradicción de su sistema. Las distintas “recuperaciones” acometidas durante 20 años han acabado en  crisis crediticia y en el corazón de esta crisis, la primera potencia mundial: los EEUU.

Mientras que en los inicios de los ochenta es la deuda de los países subdesarrollados lo que hace estremecerse al sistema financiero internacional, en los principios de los noventa es la deuda de los Estados Unidos lo que hace temblar las bases mismas del sistema financiero mundial. Esta simple constatación muestra suficientemente que lejos de ser años de prosperidad, los ochenta fueron tiempos de agravación cualitativa de la crisis. La poción mágica del crédito se mostró como el remedio a medias que es y sobre todo como algo ilusorio ya que una vez se habían quedado atrás las oportunidades para que pudiera causar efectos positivos, lo que hizo fue agravar aún más los problemas y llevar las contradicciones más allá de cualquier solución posible. Si bien es verdad que el crédito ha sido tradicionalmente necesario para el buen funcionamiento y el desarrollo del capital, empleado en dosis abusivas, como fue el caso de los años veinte, se convierte en un veneno mortífero.

Desde el mismo momento en que el capitalismo occidental festejaba su victoria sobre su rival del Este y expresaba su contento con toda una sarta de declaraciones triunfales acerca de la “superioridad del capitalismo liberal”, capaz de sobreponerse a todas las crisis y acerca de la infalibilidad de la ley del mercado que barrería de un plumazo todas las brutales y caricaturescas fullerías del capitalismo de Estado de estilo estalinista, esta misma ley del mercado comenzaba rápidamente a tomarse la revancha poniendo al desnudo todas las mentiras vertidas en el Oeste. Si durante dos años el Banco Federal americano hizo bajar diecinueve veces consecutivas sus tipos de interés, medida clásica de todo capitalismo de Estado que se precie, la economía real no fue capaz de responder a este estímulo. No sólo la oferta de nuevos créditos no ha bastado para relanzar ni las inversiones, ni el consumo interior, ni por lo tanto, la producción; sino además, lo que es peor, los bancos se resisten, cada vez más, a prestar capitales, a sabiendas de que no los recuperarán jamás; lo que por otro lado también  forma parte de la lógica del mercado capitalista.

Tras las debacles bursátiles de 1987 y 1989, Wall Street, el 15 de noviembre de 1991, registra la quinta bajada más fuerte de su historia. Este rebrote de debilidad, a pesar de que se tomaron, a partir de 1989, toda una serie de medidas draconianas de control, es el reflejo de las contradicciones de fondo entre el desarrollo desenfrenado de la especulación, que alcanzó su cenit pasado 1989 y la realidad económica, prácticamente en números rojos.

El factor coyuntural, la chispa, que desencadenó en USA esta nueva caída en las cotizaciones de bolsa es también significativa: fue el descontento de los bancos ante la voluntad del gobierno de imponer por decreto la bajada de los tipos de interés de los títulos bancarios. Mientras los bancos acumulan deudas crediticias y son obligados a cubrir fondos perdidos cada vez más grandes, los altos intereses sobre los créditos concedidos para obtener bienes de consumo, –un 19 %–, son el único medio del que disponen para restablecer sus deficitarias arcas. Ante las protestas de los banqueros Bush se ha visto forzado a dar marcha atrás para tranquilizar al mercado financiero y ha tenido que tragarse que el Congreso aplazara su primer proyecto de reforma del sistema bancario que habría supuesto la quiebra en cascada de los bancos más frágiles de todo el país. Todo el sistema crediticio estadounidense está al borde de la asfixia, justo en un momento, además, en que el Estado necesita cada día más esos préstamos para intentar financiar el relanzamiento. Ya se entrevén quiebras estrepitosas a no muy largo plazo y a las que el Congreso ha empezado a plantar cara, votando una asignación de setenta mil millones de dólares para el FDIC, el Fondo de Garantía Federal para la Banca. No obstante, esta suma, que parece enorme así de golpe, será, como veremos, del todo insuficiente para cubrir las pérdidas que se anuncian. Para hacerse una idea sobre ese futuro basta con acordarse de 1989: el socavón que abrió el derrumbe de cientos de Cajas de Ahorros cuando se vino abajo el mercado inmobiliario fue de un billón de dólares.

El hecho de que el Estado socorra a bancos en quiebra, no resuelve en absoluto las cosas. Al contrario, lo que hace es situar el problema en un nivel de mayor dificultad. Estas repetidas sangrías a los presupuestos y a expensas del Estado, agotan aún más las arcas de éste en un momento en que disminuyen los ingresos fiscales debido al freno de la actividad económica. Para 1991, ciertas estimaciones cuentan con un nuevo record en el déficit presupuestario: alrededor de 400 000 millones de dólares. Para tapar ese hoyo que se ahonda año tras año, el Estado norteamericano necesita recurrir a capitales del mundo entero, colocando en el mercado mundial sus bonos del Tesoro.

 

Ya no quedan “locomotoras” para la economía mundial

Los EEUU, en su huída hacia adelante en el endeudamiento, tropiezan ya con los límites de esa “solución“. Los inversores del mundo entero empiezan a desconfiar, y mucho, de la economía norteamericana. No sólo el fabuloso endeudamiento del capital estadounidense plantea la duda de su capacidad para devolver lo que se le prestó, sino que además, la situación de recesión en que se halla, hace temer lo peor. Y no solamente los bajos tipos de interés ofertados, forzados por la exigencia de la recuperación, hacen poco atrayente la inversión, sino que además el conjunto del planeta está enfrentado a una escasez enorme de créditos. Veamos: los principales abastecedores de fondos capitalistas del decenio precedente no están hoy tan disponibles: Alemania necesita también dinero para financiar la integración de la ex-RDA y el Japón, que ha prestado al mundo entero y que no ve sus créditos reembolsados, comienza a mostrar signos de debilidad: el hundimiento de la especulación inmobiliaria local y la caída de la bolsa de Tokio colocan a los bancos japoneses en una posición delicada. La crisis de confianza que afecta a EE.UU. se ve concretamente en la caída en picado del porcentaje de inversiones extranjeras en ese país: alrededor de un setenta por ciento menos durante el primer semestre de 1991, con relación al mismo semestre del año precedente. En cuanto a las inversiones japonesas, que fueron las más importantes durante los años 80, han caído en ese mismo período desde 12 300 a 800 millones de dólares.

En el mundo entero, la demanda de nuevos créditos aumenta mientras que la oferta disminuye. La URSS, cuyos días están contados, pide insistentemente nuevos créditos, simplemente para poder pasar el invierno sin hambre. Kuwait necesita capitales para reconstruir. Los países subdesarrollados necesitan nuevos créditos para poder devolver los anteriores, etc. Mientras la economía cae en la recesión, todos los países corren frenéticos a la búsqueda de esa droga que los enganchó y los sumió durante años en el sueño ilusorio de una salida a la crisis. Por todas partes son iguales los signos que anuncian una gran crisis financiera, un seísmo cuyo epicentro es la principal moneda del mundo, el dólar.

Los capitalistas del mundo entero aguardan angustiados el fatídico momento en que los USA dejen de colocar sus bonos del Tesoro en los mercados internacionales, momento que se aproxima ineludiblemente y que va a estremecer todo el sistema financiero, bancario y monetario internacional, precipitando la economía en la sima insondable de una crisis generalizada que tendrá efectos explosivos en todos los aspectos.

Cualesquiera que sean las fluctuaciones inmediatas de la economía americana, que centran la atención diaria de los capitalistas del mundo entero, la dinámica hacia la caída está ya trazada y un sobresalto del crecimiento en estas condiciones (1), no haría sino prolongar algunos meses el sueño ilusorio de la recuperación del enfermo, sin que en realidad se resuelva la enfermedad. Frente a tal situación, los economistas de todo el planeta buscan desesperadamente el remedio pero todas las medidas dirigidas a manipularla, se enfrentan a la terca realidad de los hechos y son, en cualquier caso, ilusorias o catastróficas, impotentes para regular la crisis.

 

Una recesión inevitable y el retorno de la inflación

El método de purga brutal que puso en práctica Reagan tras su llegada a la presidencia en 1980, elevando los tipos de interés y que provocó la recesión mundial que comenzó en 1981, no consiguió otro resultado que acelerar inmediata y dramáticamente la recesión que ya estaba presente. Ésta desestabilizó violentamente el conjunto de la economía mundial abriendo una verdadera “caja de Pandora” de fenómenos completamente caóticos e incontrolables a escala planetaria, uno de cuyos ejemplos lo tenemos en lo que queda de la URSS.

Recordemos lo que pasó : Reagan mismo cortó rápidamente con esa política de rigor que implicaba un alto riesgo, sustituyéndola inmediatamente por su inversa lo que permitió al capitalismo americano mantener una relativa estabilidad en los países más industrializados, y con ello la defensa de sus intereses capitalistas.

Es ese segundo elemento de la política reaganiana, el del “relanzamiento”, el que está dando, hoy ya, las últimas bocanadas. Relanzar el consumo a base de bajar los impuestos se hace cada vez más difícil, y más cuando el déficit presupuestario ha alcanzado una profundidad abismal. En cuanto al relanzamiento por medio del recurso al crédito, como se ha visto ya, choca con los límites del mercado de capitales, prácticamente seco de tanto préstamo como se le ha sacado al Estado norteamericano al cabo de años. El dinero fresco que EE.UU. necesita para hacer carburar su máquina económica y que no puede encontrar en el mercado mundial no tiene más remedio que sacarlo haciendo girar la “máquina de billetes”. El resultado de esa política es obvio: la vuelta de la inflación. Esta “solución” por así decirlo, de “mal menor”, frenará, por poco tiempo, el hundimiento en la recesión.

Esta política de “soluciones” de ese tipo, además de acabar definitivamente con el dogma de la lucha contra la inflación, caballo de batalla de la clase dominante, durante años, para justificar los sacrificios exigidos a los proletarios, también será el origen del caos creciente de la economía capitalista, y sobre todo del sistema monetario internacional.

La política que ha seguido la administración USA es típicamente inflacionista, lo que se traduce en una fuerte caída de la cotización del dólar. Si la inflación ha podido ser controlada, hasta el presente, tanto en EEUU como en los otros países desarrollados, ha sido esencialmente por el desarrollo de la competencia frente a un mercado que se reduce día a día provocando la caída de la cotización de las materias primas, empujando a las empresas a recortar sus márgenes de beneficio y atacando a fondo las condiciones de vida de la clase obrera con lo que se logra hacer bajar el “precio de la fuerza de trabajo”.

Estos aspectos, típicos de los efectos de la recesión, van, a la larga, a darse de bruces con sus propios límites. Las condiciones para una nueva hoguera inflacionista están a punto de reunirse. De entrada no hay que olvidar que fuera de los países más industrializados, la inflación sigue asentada y arruinando la economía de los países subdesarrollados y que está cerca el momento de instalarse con fuerza en los países del viejo bloque del Este.

Nunca en toda la historia del capitalismo la perspectiva ha sido tan sombría para su economía. Lo que las frías cifras y los índices abstractos de sus economistas anuncian es pura y simplemente la catástrofe en la que el mundo está a punto de hundirse.

El corazón del capitalismo, los países más desarrollados, donde se concentran los principales bastiones del proletariado mundial, está ahora en el ojo del huracán. La gran manta de miseria que arropa a los explotados del “tercer mundo” y de los países del ex-bloque del Este desde hace años, va a extender su sombra sobre los obreros de los países “ricos”. La certeza de que el capitalismo lleva a la humanidad al estancamiento absoluto, de que la perspectiva de ese sistema es un porvenir de miseria y de muerte vuelve a plantear a toda la especie humana la necesidad de buscar la única salida válida para hacer frente a esa tragedia, de volver a poner a la orden del día la verdadera perspectiva comunista. Los proletarios y los explotados del mundo entero van a tener que aprender y comprender esa exigencia en el dolor de una amputación tan brutal y tan dramática de sus condiciones de vida como jamás la habían conocido hasta ahora.

JJ, 28-11-91  

 

Esta mentira de la prosperidad económica capitalista, ha sido denunciada constantemente por la CCI en su prensa.

La presente recesión abierta, con todas sus características, no supone ninguna sorpresa, sino que es la escandalosa confirmación de la naturaleza irremediable y catastrófica de la economía capitalista. Esto, que ha sido puesto en evidencia por los marxistas durante generaciones, lo ha defendido la CCI a lo largo de toda su historia. Para comprobarlo basta consultar los artículos de la rúbrica: “¿Por dónde va la crisis económica?” de nuestra Revista Internacional que recomendamos a los lectores interesados:

“No está descartada la perspectiva de una recesión, al contrario”, No. 54, 2o trimestre 1988.

“El crédito no es una solución eterna”, No 56, 1er trimestre 1989.

“Balance económico de los años ochentas, la bárbara agonía del capitalismo decadente”, No 57, 2o trimestre 1989.

“Tras el Este, el Oeste”, No  60, 1er trimestre 1990.

“La crisis del capitalismo de Estado, la economía mundial se hunde en el caos” No 61, 2o trimestre 1990.

“La economía mundial al borde del abismo”, No 64, 1er trimestre 1991.

“La reactivación... de la caída de la economía mundial”, No. 66, 3er trimestre 1991.

Notas sobre el imperialismo y la descomposición - Hacia el mayor caos de la historia

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¿Van a iniciar una era más pacífica los enormes cambios provocados por el hundimiento del bloque del Este y la dislocación de la URSS? Frente al caos, ¿va a atenuarse la brutalidad en las relaciones entre potencias imperialistas? ¿Cabe la posibilidad de que se formen nuevos bloques imperialistas? ¿Qué nuevas contradicciones hace surgir la descomposición capitalista a nivel del imperialismo mundial?

Las rivalidades entre potencias no desaparecen, sino que se extremizan

El mundo se ha modificado profundamente desde el desmoronamiento del bloque del Este. En cambio, sí que permanecen las leyes salvajes que rigen la supervivencia de este sistema moribundo. Y, conforme el capitalismo se hunde en la descomposición, se va reforzando su carácter destructor, poniendo en peligro la existencia misma de la humanidad. La plaga de la guerra, ese hijo monstruoso pero natural del imperialismo, está y estará cada día más presente, y la lepra del caos, tras haber sumido a las poblaciones del Tercer mundo en una pesadilla sin nombre, está ahora haciendo sus estragos en todo el Este de Europa.

Tras las proclamas pacifistas de las grandes potencias imperialistas del antiguo bloque occidental, tras las respetables caretas de buen entendimiento con que se disfrazan, las relaciones entre los Estados del ya inexistente bloque occidental, están en realidad regidas por la ley del hampa. Entre bastidores, como cualquier gánster, lo que les importa es saber si podrán robarle su parte de acera al otro, con quién entenderse para deshacerse de un competidor de uñas demasiado afiladas, cómo hacer para quitarse de encima a un “padrino” muy poderoso. Ésas son los verdaderos temas de los “debates” entre las burguesías de los “grandes países civilizados y democráticos”.

“La política imperialista no es propia de un país o de un grupo de países. Es el producto de la evolución mundial del capitalismo... Es un fenómeno internacional por naturaleza... al cual ningún Estado podría sustraerse” [1].Desde que se inició la decadencia del capitalismo, el imperialismo domina el planeta entero, “se ha convertido en el medio de subsistir de todas las naciones, grandes o pequeñas” [2]. No se trata de una política “escogida” por la burguesía, o de una u otra de sus fracciones, sino de una necesidad absoluta que se le impone.

Por eso, la desaparición del bloque imperialista del Este y, por consiguiente, la del bloque del Oeste, no significa ni mucho menos el final del “reino del imperialismo”. El que se haya terminado el reparto del mundo entre “bloques”, tal como había surgido de la Segunda Guerra mundial, está, al contrario, abriendo de par en par las puertas al desencadenamiento de nuevas tensiones imperialistas, a la multiplicación de guerras locales, a la agudización de las rivalidades entre las grandes potencias que antes estaban más o menos controladas por el bloque occidental.

Las rivalidades dentro del mismo bloque han existido siempre, declarándose incluso abiertamente en algunas ocasiones como entre Turquía y Grecia, miembros ambos de la OTAN, a causa de la situación en Chipre en 1974. Sin embargo, esos antagonismos permanecían sólidamente contenidos dentro del férreo armazón del bloque tutelar. Una vez desaparecido ese armazón, las tensiones, hasta ahora reprimidas, van a dispararse sin remedio.

El capital estadounidense frente a los nuevos apetitos de sus vasallos

La sumisión de Europa y Japón a Estados Unidos ha sido, durante décadas, el precio a pagar por su protección frente a la amenaza soviética. Esta amenaza ha desaparecido hoy y Europa y Japón no tienen ya el mismo interés en obedecer a las órdenes norteamericanas. Hoy se está desarrollando plenamente la tendencia a que cada cual tire por su cuenta.

Eso ya se manifestó claramente durante todo el otoño de 1990, con Alemania, Japón y Francia intentando impedir que se declarara una guerra cuyo resultado no podía ser otro que el de reforzar más todavía la superioridad estadounidense[3]. Estados Unidos, al imponer la solución bélica, al obligar a Alemania y Japón a pagar por la guerra, al forzar a Francia a participar en ella, alcanzó una clara victoria, pues dejaron bien patente la debilidad de aquéllos que pretendiesen poner en entredicho su dominación. Estados Unidos lució su enorme superpotencia militar para así demostrar que ningún otro Estado, sea cual fuere su potencia económica, podría rivalizar con él en el terreno militar.

El “Escudo” y después la “Tempestad del desierto” de siniestra memoria, guerra impuesta y llevada de cabo a rabo por Bush y su equipo, ha hecho acallar las pretensiones de los países centrales. En última instancia, el objetivo principal de la guerra del Golfo ha sido prevenir, frenar la eventual formación de un bloque rival y mantener para Estados Unidos su estatuto de única superpotencia.

“Sin embargo, el éxito inmediato de la política norteamericana no será un factor de estabilización duradera de la situación mundial, pues no afecta en nada a las causas mismas del caos en que se hunde la sociedad. Si bien las demás potencias tendrán que reprimir por algún tiempo sus ambiciones, no por ello han desaparecido sus antagonismos de fondo con los Estados Unidos. Es esto lo que expresa la hostilidad larvada de países como Francia o Alemania respecto a los proyectos norteamericanos de utilizar las estructuras de la OTAN para una “fuerza de intervención rápida”, que estaría al mando, y no es casualidad, del único aliado de confianza de Estados Unidos, o sea, Gran Bretaña” [4].

Desde entonces, la evolución de la situación ha confirmado plenamente ese análisis. Las relaciones entre los Estados de la CEE, y en especial entre algunos de ellos como Francia y Alemania, y Estados Unidos, ya sea a propósito del futuro de la OTAN y de la “defensa europea”, ya sea sobre la crisis yugoslava, ponen bien de relieve los límites del frenazo que la guerra del Golfo ha sido contra la tendencia de las principales potencias a ir cada una por su cuenta.

Quien hoy ponga en entredicho el reparto imperialista actual, reparto siempre impuesto por la fuerza, está atacando directamente a la primera potencia mundial, los Estados Unidos, al ser este país el primer beneficiario de dicho reparto. Y como a la ex URSS ya no le queda la más mínima posibilidad de participar en primera fila en la arrebatiña imperialista, las más fuertes tensiones imperialistas van a producirse entre los propios “vencedores de la guerra fría”, o sea, entre los Estados centrales del extinto bloque del Oeste [5]

Y en esa pugna de golpes bajos que es el imperialismo, la desaparición del sistema de bloques va obligatoriamente a engendrar una tendencia a la formación de nuevos bloques, pues cada estado necesita aliados para llevar a cabo una lucha, por definición, mundial. Los bloques son, en efecto, “la estructura clásica que adoptan los principales Estados en el período de decadencia para “organizar” sus enfrentamientos armados” [6].

¿Hacia nuevos bloques?

El aumento actual de las tensiones imperialistas lleva consigo la tendencia hacia la formación de nuevos bloques, uno de los cuales estaría obligatoriamente dirigido contra Estados Unidos. Sin embargo, el interés por esa formación es muy variable según qué países.

¿Quién?

Gran Bretaña no tiene ningún interés en formar un nuevo bloque pues defiende mejor los suyos en una indefectible alianza con la política estadounidense [7].

Toda una serie de países, como Holanda o Dinamarca, tienen la aprehensión de que quedarían prácticamente absorbidos en caso de que se convirtieran en aliados de una posible superpotencia alemana en Europa, alianza favorecida por los lazos económicos ya existentes y la proximidad geográfica y lingüística. Según el viejo principio de estrategia militar que recomienda no aliarse con un vecino demasiado poderoso, ese tipo de países tienen poco interés en poner en entredicho la prepotencia norteamericana.

Para una potencia más importante, pero mediana, como lo es Francia, cuestionar el liderazgo americano y participar en un nuevo bloque tampoco es algo evidente, pues, para ello, estaría obligada a seguirle los pasos a la política alemana, cuando Alemania es para el imperialismo francés el rival más inmediato y más peligroso. Cogida entre el martillo americano y el yunque alemán, lo único que puede hacer la política imperialista de Francia es oscilar entre ambos. El imperialismo no es, sin embargo, un fenómeno racional como tampoco lo es el modo de producción del que es expresión. Francia, por mucho que acabe perdiendo en el asunto, por muy dudosos que sean los beneficios, está, por ahora, jugando la baza alemana, tendiendo a oponerse a la tutela norteamericana; esto se ha visto en su actitud respecto a la OTAN y con la creación de una brigada franco-alemana. Pero no por eso quedan excluidos otros posibles cambios de rumbo.

Las cosas son mucho más claras para potencias de primer plano como Alemania y Japón. Para éstas, volver a ocupar el rango imperialista equiparable a su fuerza económica, implicará obligatoriamente cuestionar la dominación mundial ejercida por los USA. Además, únicamente esos dos Estados poseen los medios para pretender desempeñar un papel mundial.

Pero las posibilidades de Alemania y Japón, en la carrera por el liderazgo de un futuro bloque enemigo de EEUU no son las mismas.

No deben subestimarse la fuerza y las ambiciones del imperialismo japonés. También él está intentando entrar en la arrebatiña imperialista. De ello son testimonio el proyecto de modificar la constitución para que quede autorizado el envío de tropas japonesas al extranjero, el reforzamiento importante de su armada, su voluntad afirmada con mayor fuerza de recuperar las islas Kuriles a expensas de la URSS, cuando no se trata de declaraciones sin rodeos de dirigentes japoneses de que “ya va siendo hora de que el Japón se deshaga de los lazos que lo unen a los Estados Unidos“[8]Sin embargo, Japón, a causa de su posición geográfica descentrada respecto a la mayor concentración industrial del mundo, o sea Europa, que sigue siendo el principal campo en las rivalidades imperialistas, no puede competir realmente en esa carrera con Alemania. El imperialismo japonés está intentando extender su influencia y tener las manos más libres, procurando por ahora no enfrentarse demasiado abiertamente al gran “padrino” norteamericano. Alemania, en cambio, por el lugar central que ocupa en Europa, por su potencia económica, se ve cada día más obligada a enfrentarse a la política estadounidense, encontrándose a menudo en el centro de las tensiones imperialistas, como lo expresan sus reticencias frente a los proyectos norteamericanos para la OTAN, su voluntad de construir un embrión de “defensa europea“, y, sobre todo, su actitud en Yugoslavia.

 El capital alemán, en el papel de “inductor de violencia” en Yugoslavia

El imperialismo alemán ha desempeñado en Yugoslavia el papel de auténtico “instigador de crímenes”, azuzando y apoyando las veleidades secesionistas eslovenas y sobre todo croatas, como demuestra la voluntad reiterada de Alemania de reconocer unilateralmente la independencia de Croacia. Históricamente, el Estado yugoslavo fue un montaje hecho de retales para atajar el expansionismo alemán, cerrándole la salida al Mediterráneo [9]. Así que en cuanto se manifestó la voluntad de independencia de Croacia, la burguesía alemana entrevió la oportunidad y ha intentado sacar el mejor partido de la situación. Gracias a sus estrechos lazos con los dirigentes de Zagreb, capital croata, Alemania esperaba, en caso de independencia, utilizar los valiosos puertos del Adriático. Y ha sido así cómo Alemania, con la ayuda de Austria [10] no ha cesado de echar leña al fuego apoyando abiertamente o entre bastidores el secesionismo croata, lo cual no ha hecho sino acelerar la dislocación de Yugoslavia.[11]

EEUU para los pies a Alemania

La burguesía norteamericana, consciente de la gravedad de lo que está en juego y tras una aparente discreción, lo ha hecho todo por frenar y quebrar, con la ayuda de Inglaterra y de Holanda, ese intento de penetración del imperialismo alemán. Su caballo de Troya en la CEE, Gran Bretaña, se ha opuesto sistemáticamente a todo envío de tropas europeas de intervención. El aparato militar-estaliniano serbio, tras firmar y violar sistemáticamente todos los alto el fuego organizados por la impotente y lloricona CEE, ha podido llevar a cabo una auténtica guerra de reconquista, gracias al silencio complaciente de Estados Unidos.

El fracaso alemán en Yugoslavia ya es patente, como lo son la división e impotencia completa de la CEE. Este fracaso pone de relieve toda la fuerza, todas las ventajas que posee la primera potencia mundial en su lucha por mantener su hegemonía, pone de relieve las enormes dificultades que tendrá el imperialismo alemán para alcanzar la capacidad de cuestionar realmente a Estados Unidos en su dominación mundial.

*

Todo eso no significa, ni mucho menos, ni la vuelta a cierta estabilidad en Yugoslavia, pues la dinámica que en ese país se ha desatado lo condena a hundirse más y más en una situación “a la libanesa“, ni que Alemania vaya ahora a renunciar y doblegarse dócilmente ante las órdenes del “Tío Sam”. El imperialismo alemán ha perdido una batalla, pero no puede renunciar a sus intentos de quitarse de encima la tutela americana, de lo cual es testimonio su decisión, junto con Francia, de formar un cuerpo de ejército, dejando así clara su voluntad de ganar una mayor autonomía respecto a la OTAN y, por lo tanto, de los Estados Unidos.

El caos entorpece la formación de nuevos bloques

Aunque hay que reconocer que hay, desde ya, una tendencia a la reconstitución de nuevos bloques imperialistas, proceso en el cual Alemania ocupa, y ocupará cada día más, un lugar central, nada permite afirmar que esta tendencia podría realizarse de verdad, pues se enfrenta, a causa de la descomposición social reinante, a toda una serie de obstáculos y contradicciones muy importantes y, en gran parte, desconocidos hasta hoy.

Para empezar, Alemania no posee por ahora, y es una diferencia fundamental con la situación previa a la Primera y a la Segunda Guerras mundiales, los medios militares para sus ambiciones imperialistas. Alemania está muy desprotegida frente a la impresionante superpotencia norteamericana.[12] Para reunir los medios en conformidad con sus ambiciones, Alemania necesitaría tiempo, entre 10 y 15 años como mínimo, mientras que EEUU lo hacen todo por impedir que tales medios puedan desplegarse. Pero lo que es más, para instaurar la economía de guerra necesaria a tal esfuerzo de armamento, la burguesía debería antes imponer al proletariado en Alemania una auténtica militarización en el trabajo. Y esto sólo podría obtenerlo infligiendo una derrota total a la clase obrera; ahora bien, por el momento, las condiciones para una derrota así no están reunidas, ni mucho menos. Sólo con esto, los obstáculos que Alemania debe franquear son ya enormes.

Pero, además, hay otro factor, tan importante como los mencionados, que se opone a la tendencia hacia la formación de un bloque liderado por Alemania: el caos que está invadiendo a cada día más países. La disciplina necesaria para instaurar un bloque de alianzas imperialistas se hace mucho más difícil en medio de ese caos, un caos cuyo avance ya está preocupando seriamente a la burguesía alemana, como a la del resto de los países más desarrollados, pero sobre todo a ella a causa de su posición geográfica. Es este temor, al que hay que añadir evidentemente las presiones estadounidenses, lo que hizo que Alemania, a pesar de todas sus reticencias, acabara apoyando a Bush, al igual que Japón y Francia, en su guerra del Golfo. Por muy deseosa que esté de sacudirse la tutela americana, la burguesía alemana sabe muy bien que, hoy por hoy, únicamente EEUU tiene los medios para poner freno, por poco que sea, al caos.

A ninguna gran potencia imperialista le interesa que el caos se extienda, con sus secuelas: llegada masiva de inmigrantes, a quienes resulta imposible integrar en la producción en un momento en que se está produciendo despidos a mansalva, diseminación incontrolada de armamento, incluidas las enormes cantidades de armas atómicas almacenadas, riesgos de catástrofes industriales de primer orden, y especialmente nucleares, etc. Lo único a lo que lleva tal situación es a desestabilizar a los estados más expuestos a ella, lo cual hace todavía más difícil la gestión de su capital nacional. La putrefacción del sistema es, en las condiciones actuales, muy negativa para el conjunto de la clase obrera, pero también es una amenaza para la burguesía y el funcionamiento de su sistema de explotación. Al estar en primera línea frente a las consecuencias más peligrosas del hundimiento del bloque del Este, frente a la implosión de la ex URSS, Alemania está obligada a acatar, al menos en parte, las órdenes del único país capaz hoy de desempeñar el papel de “gendarme” a nivel internacional, los Estados Unidos.

En este período de descomposición, cada burguesía nacional de los países más desarrollados se encuentra, por lo tanto, ante una nueva contradicción:

  • asumir la defensa de sus propios intereses imperialistas, enfrentando a sus competidores de igual rango, a riesgo de acelerar la situación de caos;
  • defenderse contra la inestabilidad y las manifestaciones peligrosas de la descomposición, preservando el “orden” mundial gracias al cual ha podido conservar su rango de potencia imperialista, en detrimento de sus propios intereses imperialistas frente a sus grandes rivales.

Es posible que la tendencia a la formación de nuevos bloques imperialistas, inscrita en la tendencia general del imperialismo hacia el enfrentamiento entre las potencias mayores, ante tal contradicción no pueda realizarse plenamente nunca.

Ni siquiera el “gendarme del mundo”, Estados Unidos, país para el cual la lucha contra el caos se identifica más plena e inmediatamente con la lucha por el mantenimiento del statu quo reinante, que a él le beneficia por su posición hegemónica, puede evitar el dilema. Al desencadenar la guerra del Golfo, Estados Unidos quería dar un ejemplo de su capacidad para “mantener el orden”, obligando a ponerse firmes a quienes pretendieran cuestionar su liderazgo mundial. El resultado ha sido una mayor inestabilidad en toda la región, de Turquía a Siria, con la continuación, entre otras cosas, de la matanza de las poblaciones de Kurdistán y no sólo por la soldadesca iraquí, sino también por el ejército turco. En Yugoslavia, el apoyo implícito de Estados Unidos al bloque serbio le ha permitido cerrar el camino a las intentonas de Alemania de conseguir un acceso al Mediterráneo, pero a su vez, eso ha sido como echar leña al fuego, contribuyendo en la extensión de la barbarie a todo el territorio yugoslavo, propagando la inestabilidad a toda la región de los Balcanes. El único medio, en última instancia, del que dispone el “gendarme mundial”, o sea el militarismo y la guerra, acentúa todavía más la barbarie llevándola a sus extremos.

La dislocación de la URSS agudiza la contradicción entre la tendencia a ir cada cual por su cuenta y la necesidad de atajar el caos

La dislocación de la URSS, por sus dimensiones, su profundidad (la amenaza de desintegración está afectando ahora a Rusia) es un factor de agravación considerable del caos a escala mundial: riesgo de los mayores éxodos de población de la historia, riesgos nucleares gravísimos[13]. Ante semejante cataclismo, la contradicción ante la que se encuentran las grandes potencias va a agudizarse al extremo. Por un lado, un mínimo de unidad es necesario para encarar la situación, por otro lado, el desmoronamiento del ex imperio soviético está excitando las ansias imperialistas.

En esto también, Alemania está en situación delicada. El Este de Europa, incluida Rusia, es para el imperialismo alemán una zona de influencia y de expansión privilegiada. Las alianzas y los enfrentamientos con Rusia han sido siempre algo central en la historia del capitalismo alemán. Tanto la historia como la geografía empujan al capital alemán a extender su influencia hacia el Este, y deberá sacar tajada del desmoronamiento del bloque del Este y de su cabeza. Desde la caída del muro de Berlín, es, evidentemente, el capital alemán el que está más presente, en lo económico como en lo diplomático, en Checoslovaquia, Hungría y, en general, en todos los países del Este, excepto quizás en Polonia, la cual, a pesar de los lazos económicos con Alemania, intenta resistir ante ella, por razones históricas.

Sin embargo, ante la dislocación completa de la URSS, las cosas se están volviendo mucho más difíciles y complejas para la primera potencia económica europea. Alemania podrá intentar aprovecharse de la situación para defender sus intereses, en especial el de construir una auténtica “Mittel Europa”, una Europa Central bajo su influencia, pero el desmoronamiento soviético, con el hundimiento de todos los países del Este, es también una amenaza directa, mucho más peligrosa para Alemania que para cualquier otro país del corazón del sistema capitalista internacional.

“La unificación “, la integración de la ex RDA, ya de por sí es un pesado fardo que está entorpeciendo y seguirá entorpeciendo más y más la competitividad del capital alemán. La llegada masiva de emigrantes para quienes Alemania es como la “tierra prometida”, conjugada con los riesgos nucleares mencionados arriba, están provocando gran inquietud en la clase dominante de Alemania.

Contrariamente a la situación en Yugoslavia, situación que, a pesar de ser muy grave, afecta a una país de 22 millones de personas, la de la ex URSS inspira mayor prudencia a la burguesía germana. Por ello, a la vez que procura ampliar su influencia, también hace todos sus esfuerzos por estabilizar un mínimo la situación, evitando cuidadosamente no echar leña al fuego[14]. Por eso, la burguesía alemana  ha sido el más firme apoyo a Gorbachov y el principal sostén económico del ex imperio. Y está siguiendo globalmente la política llevada por EEUU respecto a la ex URSS. No le ha quedado más remedio que apoyar la reciente iniciativa sobre “desarme” nuclear táctico, en la medida en que con esa iniciativa se intenta ayudar y obligar a lo que queda de poder central en la ex URSS para que destruya sus armas, pues su diseminación es como una verdadera espada de Damocles nuclear sobre la URSS, pero también sobre gran parte de Europa[15].

La amplitud de los peligros de caos obliga a los estados más desarrollados a cierta unidad para hacerles frente, y ninguno de ellos se dedica por ahora a echar leña al fuego en la ex URSS. Esta unidad es, sin embargo,  muy puntual y limitada. El caos y sus consecuencias nunca podrán acallar sus rivalidades imperialistas. O sea que el capitalismo alemán no puede renunciar, ni renunciará, a sus naturales impulsos imperialistas; y lo mismo les ocurre a las demás potencias centrales.

Incluso enfrentada a los gravísimos peligros que entraña la desintegración del bloque del Este y de la URSS, cada imperialismo va a intentar preservar del mejor modo posible sus propios intereses. Así, en el encuentro de Bangkok sobre la ayuda económica que aportar al ex país líder del ex bloque del Este, todos los gobiernos presentes eran conscientes de la necesidad de reforzar las ayudas para así frenar la posible explosión de catástrofes en un futuro cercano. Pero cada cual procuró que la cosa le costara lo menos posible y que fueran los demás, rivales y competidores, quienes soportaran la pesada carga. Estados Unidos hizo la “generosísima” propuesta de que se anulara una parte de la deuda soviética, propuesta rechazada firmemente por Alemania por la sencilla razón de que sólo a ella le corresponde casi el 40 % de esa deuda.

Esa contradicción entre la necesidad para las grandes potencias de poner freno al caos, limitar al máximo su extensión, y la necesidad, tan vital como aquélla, de defender sus propios intereses imperialistas, ha ido alcanzando su paroxismo a medida que lo que queda de lo que fue Unión Soviética se muere y se desintegra.

El caos está ganando la partida

La descomposición del capitalismo, al agudizar las taras de su decadencia, y en especial las del imperialismo, trastorna de manera cualitativa la situación mundial, en especial, las relaciones interimperalistas.

En un contexto de barbarie cada día más sanguinaria, barbarie de horrores tan monstruosos como absurdos, absurdos como lo es un modo de producción, el capitalismo, que se ha vuelto totalmente caduco desde un punto de vista histórico, la clase explotadora no puede ofrecer otro porvenir a la humanidad que el mayor caos de toda la historia.

Las rivalidades imperialistas entre los Estados más desarrollados del difunto bloque occidental se están desencadenando en el contexto de putrefacción de raíz del sistema capitalista. Las tensiones entre las “grandes democracias” van a avivarse, en especial entre Estados Unidos y la potencia dominante del continente europeo, Alemania. Este enfrentamiento se ha desarrollado hasta ahora de manera solapada, pero no por eso deja de ser muy real.

Aunque las fracciones nacionales más poderosas de la burguesía mundial tienen un interés común frente al caos, tal comunidad de intereses sólo puede ser circunstancial y limitada. No puede anular la tendencia natural y orgánica del imperialismo al desencadenamiento de la competencia, de la rivalidad y de las tensiones bélicas.

La pugna en la que ya están metidas y en la que se meterán cada día más las grandes potencias imperialistas, sólo puede acabar en mayor caos en el corazón mismo de Europa, como lo está ilustrando trágicamente la barbarie guerrera en Yugoslavia.

La política oscilante e incoherente de los Estados más fuertes del mundo capitalista se traduce en una inestabilidad creciente de las alianzas. Estas serán cada vez más circunstanciales y estarán sometidas a múltiples cambios. Francia, por ejemplo, tras haberse acercado a Alemania, puede muy bien apostar mañana por Estados Unidos, para acabar después yendo en otra dirección. Alemania, que hasta hoy apoyaba al “centro” en la ex URSS, puede muy bien escoger las repúblicas secesionistas. El carácter contradictorio e incoherente de la política imperialista de las grandes potencias expresa en última instancia la tendencia de la clase dominante a perder el control de un sistema devastado por su decadencia avanzada, por la descomposición.

Putrefacción, dislocación creciente del conjunto de la sociedad, ésa es la “radiante” perspectiva que ofrece a la humanidad este sistema agonizante, lo cual pone de relieve la importancia y la gravedad de lo que está en juego en el período actual. También pone de relieve la gran responsabilidad de la única clase portadora de verdadero porvenir: el proletariado.

RN, 18/11/1991   


[1] Rosa Luxemburg, La crisis de la Socialdemocracia (Folleto de Junius).

[2] Plataforma de la Corriente Comunista Internacional.

[3] Sobre la falsa unidad de los países industrializados durante la guerra del Golfo, véase el artículo editorial de la Revista Internacional nº 64, 1er trimestre de 1991

[4] “Resolución sobre la situación internacional“, punto 5, ídem.

[5] “La URSS en trizas“, “Ex URSS: No es el comunismo lo que se hunde...”, artículos de la Revista Internacional nº 67 y 68 (3º y 4º trimestre de 1991).

[6] “Resolución sobre la situación internacional“, punto 4, julio de 1991. IXº Congreso de la CCI, Revista Internacional nº 67.

[7] Sobre la actitud de Gran Bretaña y Francia para con EEUU, véase el “Informe sobre la situación internacional, extractos”, nota 1, Revista Internacional nº 67.

[8] T. Kunugi, ex secretario adjunto de la ONU, en el diario francés Liberation, 27/9/91.

[9] Véase “Balance de 70 años de “liberación nacional”, en este número.

 

[10] Francia e Italia, con sus interminables oscilaciones, también han contribuido en esa empresa de desestabilización asesina.

[11] Alemania, como ningún otro Estado capitalista, no podría evitar las leyes del imperialismo que rigen toda la vida del capitalismo en su decadencia. El problema frente a los avances del imperialismo alemán no es en sí el deseo o la voluntad de la burguesía alemana. Nadie duda de que esta burguesía, o al menos algunas de sus fracciones, estén inquietas frente a la actual fiebre de arrebatiña imperialista. Pero, sean cuales fueran sus inquietudes, está obligada, aunque sólo sea por impedir que un competidor le coja el sitio, a afirmar cada día más sus intenciones imperialistas. Como en el caso de la burguesía japonesa en 1940, cuando muchas de sus fracciones eran reticentes para entrar en guerra, lo que cuenta no es la voluntad, sino lo que la burguesía está obligada a hacer.

[12] Alemania está todavía ocupada militarmente por EE.UU. y, en lo esencial, el control sobre el conjunto de las municiones del ejército alemán, lo sigue ejerciendo el estado mayor norteamericano. Las tropas alemanas no tienen una autonomía de más de unos cuantos días. La brigada franco-alemana tiene el objetivo, entre otros, de darle mayor autonomía al ejército alemán.

[13] Recientemente, los nacionalistas chechenos amenazaban con atentados a centrales nucleares; trenes blindados con armas nucleares tácticas circulan por las fronteras de la ex URSS fuera de todo control.

[14] Véase por un lado la actitud de Alemania respecto a los países bálticos y sus pretensiones para que se cree una “República alemana de Volga” y, por otro lado, su apoyo, hasta el final, de lo poco que quedaba de “centro” en la URSS.

[15] Y eso por no hablar de la mentira del “desarme”, que no suprime sino las armas caducas y que de todos modos iban a acabar en chatarra y ser sustituidas por armas más modernas y sofisticadas.

 

Series: 

  • Entender la descomposición [4]

Cuestiones teóricas: 

  • Descomposición [5]
  • Imperialismo [6]

Balance de 70 años de luchas de “liberación nacional” II —En el siglo XX, la “liberación nacional”, eslabón fuerte de la cadena imperialista

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Marx decía que la verdad de una teoría se demuestra en la práctica. Setenta años de experiencias trágicas para el proletariado han zanjado claramente el debate sobre la cuestión nacional en favor de la postura de Rosa Luxemburgo desarrollada posteriormente por los grupos de la Izquierda Comunista y especialmente por Bilan, Internationalisme y nuestra Corriente : en la 1ª parte de este artículo vimos cómo el apoyo a la “liberación nacional de los pueblos” desempeñó un papel clave en la derrota del primer intento revolucionario internacional del proletariado en 1917-23 (ver Revista Internacional, n° 66). En esta 2ª parte vamos a ver de qué modo las luchas de “liberación nacional” han sido un instrumento de las guerras y enfrentamientos imperialistas que han devastado el planeta durante los últimos 70 años.

1919-45: detrás de la “liberación nacional”, las maniobras imperialistas

La Primera Guerra mundial marca el fin del período ascendente del capitalismo y su hundimiento en el marasmo de la lucha entre Estados nacionales por el reparto de un mercado mundial fundamentalmente saturado. En este marco, la formación de nuevas naciones y las luchas de liberación nacional dejan de ser un instrumento de expansión de las relaciones capitalistas y desarrollo de las fuerzas productivas para convertirse en un engranaje de la tensión imperialista generalizada entre los distintos bandos capitalistas. Ya antes de la Iª Guerra mundial, con las guerras balcánicas que habían dado la independencia a Serbia, Montenegro, Albania... Rosa Luxemburgo había constatado que esas nuevas naciones tenían un comportamiento tan imperialista como las viejas potencias y se insertaban claramente en la espiral sangrienta hacia la guerra generalizada: “Serbia participa desde el punto de vista formal en una guerra de defensa nacional. Pero su monarquía y sus clases dominantes están tan animadas de deseos expansionistas como todas las clases dominantes de los Estados modernos... Serbia extiende sus brazos hacia la costa del Adriático donde está librando un conflicto netamente imperialista con Italia a costa de los albaneses... Pero, por encima de todo no debemos olvidar que detrás del nacionalismo serbio está el imperialismo ruso“[1].

El mundo tal y como sale tras la terminación de la Primera Guerra mundial impuesta por el desarrollo revolucionario del proletariado, está marcado por dos perspectivas históricas contrapuestas: la extensión de la Revolución mundial o la supervivencia del capitalismo decadente atrapado en una espiral de crisis y guerras. El aplastamiento de la oleada proletaria mundial marca la agudización de las tensiones entre el bloque vencedor (Gran Bretaña y Francia) y el gran vencido (Alemania) todo ello trastornado y agravado por la expansión, que amenaza a todos, de Estados Unidos.

En este contexto histórico-mundial la “liberación nacional” no se puede ver desde el punto de vista de la situación de un país sino que “desde el punto de vista marxista sería absurdo examinar la situación de un solo país al hablar del imperialismo, ya que los diferentes países capitalistas están vinculados entre sí del modo más estrecho. Y hoy, en plena guerra, esta vinculación es inconmensurablemente mayor. Toda la humanidad se ha convertido en un amasijo sanguinolento y es imposible salir de él aisladamente. Sí bien hay países más desarrollados y menos desarrollados, la guerra actual los ha atado a todos de tal manera que es imposible y disparatado que ningún país pueda salir de él solo de la conflagración”[2]. Con este método podemos comprender cómo la “liberación nacional” se convierte en el santo y seña de la política imperialista de todos los Estados: los vencedores directos de la Primera Guerra mundial, Gran Bretaña y Francia, la emplean para justificar la desmembración de los imperios derrotados (el Austro-Húngaro, el Otomano y el Zarista) y crear un cordón sanitario alrededor de la Revolución de Octubre. Estados Unidos la eleva a doctrina universal, “principio” de la Sociedad de naciones, para, por un lado, combatir la Revolución proletaria, y, por otra parte, ir minando los imperios coloniales de Gran Bretaña y Francia que constituyen el obstáculo principal a su expansión imperialista. Alemania, ya desde los primeros años 20, hace de su “independencia nacional” frente al Tratado de Versalles la bandera de su recuperación como potencia imperialista. El principio “justo” y “progresista” de la “liberación nacional de Alemania”, defendido en 1923 por el KPD (Partido comunista de Alemania) y la IC (Internacional comunista) a partir del segundo congreso, se transformó en manos del partido nazi en el “derecho de Alemania a tener un espacio vital”. Por su parte, la Italia de Mussolini se considera una “nación proletaria”[3] y reivindica sus “derechos naturales” en África, los Balcanes etc.

La obra del Tratado de Versalles

Durante los primeros años 20 las potencias vencedoras tratan de implantar un “nuevo orden mundial” a la medida de sus intereses. Su principal instrumento es el Tratado de Versalles (1919), basado oficialmente en la “paz democrática” y el “derecho de autodeterminación de los pueblos”, que otorga la independencia a un conjunto de naciones en Europa Oriental y Central: Finlandia, países bálticos, Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia, Polonia...

La independencia de estas naciones responde a dos objetivos del imperialismo británico y francés: por un lado, como analizamos en la primera parte de esta serie (Revista internacional, nº 66) enfrentar la Revolución proletaria y, por otro lado, crear alrededor del imperialismo alemán derrotado una cadena de naciones hostiles que bloquearan su expansión en esa zona que por razones estratégicas, económicas e históricas constituye su área de influencia natural.

El maquiavelismo más retorcido no podía haber concebido Estados más inestables, más abocados desde el principio a violentos conflictos internos y externos, más obligados a ponerse bajo la tutela de potencias superiores y a servir a su juego guerrero. Checoslovaquia contenía dos nacionalidades históricamente rivales, checa y eslovaca, y una importante minoría alemana en los Sudeste; los Estados bálticos encerraban importantes minorías polacas, rusas y alemanas; Rumania húngaras; Bulgaria turcas; Polonia alemanas... Pero la obra cumbre fue, sin lugar a dudas, Yugoslavia (hoy de triste actualidad por los horribles baños de sangre que la sacuden). La “nueva” nación contenía 6 nacionalidades con los niveles de desarrollo económico más disparatados que imaginarse pueda (desde el alto nivel económico de Eslovenia y Croacia al nivel semifeudal de Montenegro), cuyas áreas de integración económica estaban en países fronterizos (Eslovenia es complementaria con Austria, la Voivodina —perteneciente a Serbia— es una prolongación natural de la llanura húngara ; Macedonia está separada del resto por una barrera montañosa que la une a Grecia y Bulgaria), y pertenecientes a tres religiones clásicamente enfrentadas : católicos, ortodoxos y musulmanes. Para colmo, cada una de las “nacionalidades” contenía minorías de la nacionalidad vecina y, lo que es peor, de Estados vecinos: Serbia de albaneses y húngaros; Croacia de italianos y serbios; Bosnia-Herzegovina de serbios, musulmanes y croatas.

“Los pequeños Estados burgueses recientemente creados solo son subproductos del imperialismo. Al crear, para contar con un apoyo provisorio, toda una serie de pequeñas naciones, en realidad vasallos —Austria, Hungría, Polonia, Yugoslavia, Bohemia, Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Armenia, Georgia etc. Dominándolas mediante los bancos, los ferrocarriles, el monopolio del carbón, el imperialismo los condena a sufrir dificultades económicas y nacionales intolerables, conflictos interminables, sangrientas querellas”[4].

Las nuevas naciones tuvieron desde el principio un claro comportamiento imperialista, como dejó claro la IC : “Los pequeños Estados creados artificialmente, divididos, ahogados desde el punto de vista económico en los límites que les han sido prescritos combaten entre sí para tratar de ganar puertos, provincias, pequeñas ciudades, cualquier cosa. Buscan la protección de los Estados más fuertes, cuyo antagonismo crece día a día“[5]. Polonia manifestó sus ambiciones sobre Ucrania provocando la guerra contra el bastión proletario en 1920. También ejerció presión sobre Lituania apelando a la defensa de la minoría polaca en ese país. Para contrarrestar a Alemania se alió con Francia, sirviendo fielmente a sus designios imperialistas.

La Polonia “liberada” cayó bajo la feroz dictadura de Pildsuski. Esta tendencia a anular rápidamente las formalidades de la “democracia parlamentaria” que se desarrolló en los demás países “nuevos” (con la excepción de Finlandia y Checoslovaquia) contradecía la ilusión —sobre la cual había especulado la IC en degeneración— de que la “ liberación nacional” iría unida a la “más amplia democracia”. Al contrario, el entorno imperialista mundial, sus propias tendencias imperialistas, la crisis económica crónica y su inestabilidad congénita, les hacía expresar de manera extrema y caricaturesca —dictaduras militares— la tendencia general del capitalismo decadente al capitalismo de Estado.

Los años 30 iban a poner la tensión imperialista al rojo vivo demostrando que el Tratado de Versalles no era un instrumento de “paz democrática” sino el combustible de nuevos y mayores incendios imperialistas. El reconstituido imperialismo alemán emprende la lucha abierta contra el “orden de Versalles” tratando de reconquistar la Europa Central y Oriental. Su principal arma ideológica será la “liberación nacional”: invocará el “derecho de las minorías nacionales” para hacerse con los Sudetes en Checoslovaquia, impulsará la “liberación nacional” de Croacia para quebrar la hostilidad serbia y poner un pie en el Mediterráneo, en Austria su discurso será la “unión con Alemania”, a los Estados bálticos les ofrecerá “protección” contra Rusia...

El “orden de Versalles” se derrumbaba estrepitosamente. La pretensión de que los nuevos Estados podrían ser una garantía de “paz y estabilidad” —sobre la cual tanto habían insistido los kautskistas y los social-demócratas avalando la “paz de Versalles”— quedaba totalmente desmentida. Metidos en el torbellino imperialista mundial no tenían otra opción que zambullirse en él contribuyendo a amplificarlo y agravarlo.

China: la masacre del proletariado da luz verde a los antagonismos imperialistas

Junto a Europa Central y Oriental, China será otro de los puntos calientes de la tensión imperialista mundial. La burguesía china intentó en 1911 una revolución democrática tardía, débil y rápidamente condenada al fracaso. El derrumbe del Estado imperial dio paso a la desintegración general del país en mil reinos de Taifas dominados por Señores de la Guerra enfrentados entre sí, los cuales, a su vez, serán manipulados por Gran Bretaña, Japón, USA y Rusia en la batalla sangrienta que libran por el dominio del estratégico subcontinente chino.

Para el imperialismo japonés China era clave para dominar todo el Extremo Oriente. Con este objetivo se presta “desinteresadamente” a la causa de la independencia de Manchuria, la zona más industrial de China, centro neurálgico para el control de Siberia, Mongolia y todo el centro de China. Tras haber utilizado entre 1924-28 los servicios de Chang-Tso-Long, un antiguo bandolero convertido en Mariscal y después en Virrey de Manchuria, se desprende de él mediante un atentado provocado para, en 1931, invadir y ocupar toda Manchuria, convertirla en Estado soberano y elevarla a la categoría de “Imperio” con Picuyi, el último descendiente de la dinastía manchú, al frente.

La expansión japonesa chocaba con la Rusia estalinista que tenía en China un campo de expansión natural. Para hacer valer sus intereses, Stalin utiliza la traición abierta contra el proletariado chino con lo que se puso en evidencia el antagonismo irreconciliable que existe entre “liberación nacional” y Revolución Proletaria e, inversamente, la completa solidaridad entre “liberación nacional” e imperialismo: “En China, donde se desarrollaba una lucha revolucionaria proletaria, la Rusia estalinista busca sus alianzas con el Kuomitang de Tchan-Kai-Tchek, obligando al joven partido comunista chino a renunciar a su autonomía organizacional, haciéndole adherir al Kuomitang, proclamado para la ocasión, como el “Frente de las 4 Clases”... Sin embargo, la situación económica desesperada y el empuje de millones de trabajadores, llevan a los obreros de Shanghái a la insurrección y toma de la ciudad en contra de los imperialistas y del Kuomitang al mismo tiempo. Los obreros insurrectos, organizados por la base del PCCh, deciden enfrentarse al Ejército de Liberación de Tchan-Khai-Tchek apoyado por Stalin. Este ordena entonces a los cuadros de la Internacional la ignominiosa tarea de llevar de nuevo a los obreros bajo las órdenes de Tchang-Khai-Tchek, cosa que se logra a duras penas“[6].

Este fuego cruzado de intereses imperialistas, al que se sumaron activamente las maniobras de los imperialismos yanqui y británico, provocó una larguísima guerra de más de 30 años que sembró la muerte, la destrucción, la desolación, en los obreros y campesinos chinos.

La guerra de Etiopía: un momento crucial en la pendiente hacia la IIª Guerra mundial

El imperialismo italiano que había ocupado Libia y después Somalia, al invadir Etiopía atentaba, amenazando su posición en Egipto, contra el sistema de dominación imperialista británica sobre el Mediterráneo, África y las comunicaciones con la India.

La guerra de Etiopía marca un paso decisivo, junto con la guerra de España de 1936[7], en la pendiente hacia la Segunda Guerra mundial. Por ello, un aspecto importante de esta masacre fue los enormes esfuerzos de propaganda y movilización ideológica de la población desplegados por ambos bandos y especialmente por el “democrático” (Francia y Gran Bretaña). Este, interesado en la “independencia” de Etiopía levanta la bandera de su “libertad nacional”, mientras que el imperialismo italiano invoca una misión “humanitaria” y “liberadora” para justificar la invasión: el Negus no ha abolido la esclavitud como había prometido.

La guerra etíope evidencia la “liberación nacional” como banderín de enganche ideológico para la guerra imperialista, como preparación para la orgía de nacionalismo y chauvinismo que van a desencadenar los dos bandos imperialistas como medio de movilización para las matanzas a lo largo de la Segunda Guerra mundial. Como denunció Rosa Luxemburgo : “Hoy la nación no es sino un manto ideológico que cubre los deseos imperialistas, un grito de combate para las rivalidades imperialistas, la última medida ideológica con la que se pueden convencer a las masas para que hagan de carne de cañón en las guerras imperialistas”[8].

1945-89: la “liberación nacional”, instrumento de los bloques imperialistas

El desenlace de la Segunda Guerra mundial con la victoria de los imperialismos aliados marca una agravación cualitativa de las tendencias del capitalismo decadente hacia el militarismo y la economía de guerra permanente. El bloque vencedor se divide en dos bloques imperialistas rivales —Estados Unidos y la URSS— que estructuran rígidamente sus áreas de influencia con una tupida red de alianzas militares —la OTAN y el Pacto de Varsovia— y las someten al control de una selva de organismos de “cooperación económica”, regulación monetaria, etc. Todo esto se ve respaldado por el desarrollo de alucinantes arsenales nucleares cuyo nivel, a principios de los años 60, permite destruir todo el mundo.

En tales condiciones hablar de “liberación nacional” es una broma macabra: “La independencia nacional es concretamente imposible, irrealizable, en el marco del capitalismo actual. Los grandes bloques imperialistas dirigen la vida de todo el capitalismo y ningún país puede escapar de un bloque imperialista sin caer bajo la férula del otro... Es absolutamente evidente que los movimientos de liberación nacional no son peones que Stalin o Truman manejarían a su antojo el uno contra el otro. Pero no es menos verdad que, el mismísimo Ho-Chi-Minh, expresión de la miseria annamita, sí quiere asentar su poder, deberá, haciendo luchar a sus hombres con el encarnizamiento de la desesperación, ponerse a la merced de las competiciones imperialistas y resignarse a abrazar la causa de uno de ellos”[9].

En este periodo histórico las guerras regionales, presentadas sistemáticamente como “movimientos de liberación nacional” no son sino los distintos episodios de la concurrencia imperialista sangrienta entre los dos bloques.

La descolonización

La oleada de “independencias nacionales” en África, Asia, Oceanía etc. que sacudió el mundo entre 1945-60 se inscribe en la larga lucha del imperialismo americano por desalojar de sus posiciones a los viejos imperialismos coloniales y, principalmente, a su rival más directo por la riqueza económica y la posición estratégica de sus posesiones y por su poderío naval, el imperialismo británico.

Al mismo tiempo, los viejos imperios coloniales se habían convertido en una traba para las metrópolis: con la saturación del mercado y el desarrollo de la competencia a escala mundial, con los costes cada vez mayores del ejército y la administración coloniales, de fuente de beneficios se estaban transformando en un pasivo cada vez más gravoso.

Ciertamente, las burguesías locales estaban interesadas en arrebatar el poder a los viejos amos y su organización en movimientos guerrilleros o en partidos de “desobediencia civil”, todos ellos bajo la bandera de la Unión Nacional que preconizaba la sumisión del proletariado local a la “liberación nacional”, jugó un papel en el proceso, pero este papel fue esencialmente secundario y supeditado siempre a los designios del bloque americano o a las tentativas del bloque ruso de aprovechar los procesos de “descolonización” más conflictivos para conquistar posiciones estratégicas más allá de su zona de influencia euro-asiática.

La descolonización del imperio británico ilustra lo anterior de la manera más clara : “Las retiradas británicas en India y Palestina fueron los momentos más espectaculares del desmoronamiento del Imperio y el fiasco de Suez en 1956 acabó con toda ilusión de que Gran Bretaña fuese una potencia mundial de primer orden”[10].

Los nuevos Estados “descolonizados” nacen con taras aún peores que la hornada de Versalles en 1919. Fronteras totalmente artificiales trazadas con escuadra y cartabón ; divisiones étnicas, tribales, religiosas ; economías de monocultivo agrario o minero ; burguesías débiles o inexistentes ; élites administrativas y técnicas poco preparadas y dependientes de la vieja potencia colonial... Un ejemplo de esta situación catastrófica nos lo da la India: el Estado recién nacido sufre en 1947 una apocalíptica guerra entre musulmanes e hindúes que desemboca en la secesión de Pakistán donde se agrupa la gran mayoría de los musulmanes. Los dos Estados han librado desde entonces guerras devastadoras y hoy la tensión imperialista es uno de los mayores factores de inestabilidad mundial. Ambos países —donde el nivel de vida de la población es uno de los más bajos del mundo— mantienen sin embargo costosas inversiones en instalaciones nucleares que les permite poseer la bomba atómica. En el marco de esta confrontación imperialista permanente, India en 1971 propició una guerra de “liberación nacional” de la parte oriental de Pakistán —Bangla Desh—, la cual, otra de las absurdeces del imperialismo, ¡está a más de 2 000 kilómetros de Pakistán! Esta guerra que costó cientos de miles de muertos dio lugar a un nuevo Estado “independiente” que no ha conocido más que golpes de Estado, masacres, dictaduras..., mientras la población muere de hambre o por devastadoras inundaciones.

Las guerras de Oriente Medio

Oriente Medio sigue siendo, desde hace cuarenta años, un foco de tensión imperialista a escala mundial por sus enormes reservas de petróleo y su papel estratégico vital. En manos del moribundo Imperio Otomano, antes de la guerra del 14 había sido presa de las ambiciones expansionistas de Alemania, Rusia, Francia, Gran Bretaña... Tras la guerra mundial fue el imperialismo británico el que se llevó el gato al agua con algunas migajas para el francés (Siria y Líbano).

Aunque ya en esa época las burguesías locales de la zona empezaban a empujar hacia la independencia, lo determinante en la configuración de esta región del mundo fueron las maniobras del imperialismo británico que en vez de atenuar las tensiones y rivalidades existentes en ella las iba a multiplicar a una escala más vasta. “El imperialismo inglés empujó a los latifundistas y burgueses árabes a entrar en guerra a su lado en la Primera Guerra mundial prometiéndoles la constitución de un Estado nacional árabe. La revuelta árabe fue decisiva en el hundimiento del frente turco-alemán en Oriente Próximo”[11]. Como “premio” Gran Bretaña creó un rosario de Estados “soberanos” en Irak, Transjordania, Arabia, Yemen... enfrentados entre sí, con territorios económicamente incoherentes, minados por divisiones étnicas y religiosas... Una sabia y típica manipulación del imperialismo británico que al tenerlos a todos divididos y con contenciosos permanentes sometía el conjunto de la zona a sus designios. Pero no se conformó con ello, además “solicitó y obtuvo como contrapartida el apoyo de los sionistas judíos diciéndoles que Palestina les sería entregada tanto desde el punto de vista de la administración como de la colonización”[12].

Si los judíos habían sido expulsados de muchos países durante la baja Edad Media, a lo que asistimos en el siglo XIX es a su integración, tanto en sus capas altas —en la burguesía— como en sus capas bajas —en el proletariado— dentro de las naciones donde viven. Esto revela la dinámica de integración y de relativa superación de las diferencias raciales y religiosas que desarrollan las naciones capitalistas en su época progresiva. Es únicamente a finales de siglo, es decir, con el creciente agotamiento de la dinámica de expansión capitalista, cuando sectores de la burguesía judía lanzan la ideología del sionismo (creación de un Estado en la “tierra prometida”). Su creación en 1948 no sólo constituye una maniobra del imperialismo americano para desalojar al británico de la zona y parar los pies a las tentativas rusas de inmiscuirse allí, también revela —en conexión con ese objetivo imperialista— el carácter reaccionario de la formación de nuevas naciones : no es una manifestación de una dinámica de integración de poblaciones como en el siglo pasado sino de separación y aislamiento de una etnia para utilizarla como palanca de exclusión de otra —la árabe.

El Estado israelí es desde el principio un inmenso cuartel en pie de guerra permanente que utiliza la colonización de las tierras desérticas como un arma militar: los colonos están encuadrados por el Ejército y reciben instrucción militar. En realidad, el Estado de Israel es en su conjunto una empresa económicamente ruinosa sostenida por enormes créditos de USA y basado en una explotación draconiana de los obreros, tanto judíos como palestinos[13].

La opción americana por Israel llevó a los Estados árabes más inestables y con mayores contradicciones internas y externas a la alianza con el imperialismo ruso. Su bandera ideológica fue desde el principio la “causa árabe” y la “liberación nacional del pueblo palestino” que se convirtió en un tema predilecto de la propaganda del bloque ruso.

Como en otros muchos casos lo que menos les importaba eran los palestinos. Estos fueron hacinados en campos de refugiados en Egipto, Siria, etc., en condiciones espantosas y utilizados como mano de obra barata en Kuwait, Arabia, Egipto, Líbano, Siria, Jordania, etc., de la misma forma que lo hacía Israel. La OLP, creada en 1963 como movimiento de “liberación nacional”, se ha constituido desde el principio como una banda de gánsteres que extorsiona a los obreros palestinos obligándoles a deducir un tributo de sus miserables salarios; en Israel, Líbano, etc., la OLP es un vulgar prestamista de mano de obra palestina de la que arranca hasta la mitad del salario que pagan los patronos. Sus métodos de disciplina en los campos de refugiados y en las comunidades palestinas no tienen nada que envidiar a los del ejército israelí.

Debemos recordar finalmente que las peores masacres de palestinos las han perpetrado sus gobiernos “hermanos” árabes: en Líbano, en Siria, en Egipto y, sobre todo, en Jordania, donde el “amigo” Hussein en septiembre de 1970 bombardeó brutalmente los campamentos palestinos causando millares de víctimas.

Es importante subrayar a este respecto la utilización sistemática que hace el imperialismo, tanto por parte de las grandes potencias como por las pequeñas, de las divisiones étnicas, religiosas, etc., especialmente importantes en las zonas más atrasadas del planeta : “Que las poblaciones judías y palestinas sirven de peones a las intrigas imperialistas internacionales, eso no lo duda nadie. Que para esto, los manipuladores del juego suscitan y explotan a fondo los sentimientos y prejuicios nacionales, atrasados y anacrónicos, fuertemente reforzados en las masas por las persecuciones de las que han sido objeto, esto no nos extraña. Así es como ha sido reanimado uno de estos incendios locales: la guerra de Palestina, donde judíos y árabes se matan unos a otros con un frenesí cada vez más sangriento”[14]. El imperialismo hace con estas manipulaciones el juego del aprendiz de brujo: las exalta, las radicaliza, las hace insolubles, porque esencialmente la crisis histórica del sistema no ofrece ningún terreno para poder absorberlas, hasta el extremo que, en ciertas ocasiones, acaban tomando “autonomía propia” agravando y haciendo más contradictorias y caóticas las tensiones imperialistas.

Las guerras de Oriente Medio no han tenido como objetivo real ni los “derechos palestinos” ni la “liberación nacional” del pueblo árabe. La de 1948 sirvió para desalojar al imperialismo británico de la zona. La de 1956 marcó el reforzamiento del control americano. Las de 1967, 1973 y 1982 marcaron la contraofensiva del imperialismo americano contra la creciente penetración del imperialismo ruso que había anudado alianzas, más o menos estables, con Siria, Egipto e Irak.

En todas ellas salieron bastante malparados los Estados árabes y militarmente reforzado el Estado judío pero el verdadero vencedor fue Estados Unidos.

La guerra de Corea (1950-53)

En esta guerra abierta en Extremo-Oriente entre el bloque imperialista ruso y el americano lo que estaba en juego era detener la expansión rusa, cosa que logró el bando americano.

El bando ruso presentó su empresa como un “movimiento de liberación nacional”: “La propaganda estalinista ha insistido especialmente en que sus “demócratas” estarían luchando por la emancipación nacional y dentro del marco del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos. La extraordinaria corrupción que reina al interior de la clase dirigente en Corea del Sur, sus métodos “japoneses” en materia de policía, su incapacidad de feudales para resolver la cuestión agraria... les aportarían argumentos indiscutibles. Hasta el extremo de que Kim Il Sung se presenta como el “nuevo Garibaldi”[15].

Otro aspecto sobresaliente de la guerra coreana es la formación, como resultado directo de la confrontación interimperialista, de dos Estados nacionales sobre el suelo de una misma nación: Corea del Norte y del Sur, Alemania del Este y del Oeste, Vietnam del Norte y del Sur... Esto, desde el punto de vista del desarrollo histórico del capitalismo es una completa aberración que pone aún más en evidencia la farsa sangrienta y ruinosa que es la “liberación nacional”. La existencia de esos Estados ha estado directamente ligada no a un hecho “nacional” sino al hecho imperialista de la lucha de un bloque contra otro. Esas “naciones” se han sostenido como tales, en la mayoría de los casos, por medio de una bárbara represión y su carácter artificial y contraproducente se ha podido comprobar con el estrepitoso derrumbe —en el marco general del colapso histórico del estalinismo— del Estado alemán oriental.

Vietnam

La lucha de “liberación nacional” de Vietnam, iniciada en los años 20, ha caído siempre en la órbita de un bando imperialista contra el otro. Durante la IIª Guerra mundial Ho-chi-Minh y su Viet-Minh fue abastecido de armas por los americanos y los ingleses pues jugaba un papel contra el imperialismo japonés. Después de la Segunda Guerra mundial americanos e ingleses apoyaron a Francia —potencia colonial en Indochina– dada la alineación pro-rusa de los dirigentes vietnamitas. Aún así, ambas partes llegan a un “compromiso” en 1946 pues, entretanto, una serie de revueltas obreras habían estallado en Hanoi y para aplastarlas “la burguesía vietnamita tenía igualmente necesidad de las tropas francesas para mantener el orden en sus asuntos”[16].

Sin embargo, desde 1952-53, con la derrota de la guerra de Corea, el imperialismo ruso se vuelve decididamente hacia Vietnam y durante 20 años, el Vietcong se enfrentará primero a Francia y después a Estados Unidos en una guerra salvaje donde ambos bandos cometerán todas las atrocidades imaginables y que dejará como resultado un país arruinado que, hoy, 16 años después de la  “liberación”, no sólo no se ha reconstruido sino que se ha hundido aún más en una situación catastrófica. Lo absurdo y degenerado de esta guerra se comprueba al ver que Vietnam pudo ser “libre” y “unido” porque Estados Unidos, entretanto, había ganado para su bloque imperialista la enorme pieza constituida por la China estalinista y, en consecuencia, el pigmeo vietnamita resultaba secundario para sus designios.

Hay que subrayar que el “nuevo Vietnam anti-imperialista” ejerce, incluso antes de 1975, como potencia imperialista regional en el conjunto de Indochina: sometiendo a su influencia Laos y Camboya donde, so pretexto de “liberar” al país de la barbarie de los Jemeres Rojos —ligados a Pekín ya atado al bloque americano— invadió el país e instaló un régimen basado en un ejército de ocupación.

La guerra del Vietnam, especialmente en los años 60, suscitó una formidable campaña de estalinistas, trotskistas, con la compañía de viaje de otros sectores burgueses con coloración “liberal“, presentando dicha barbarie como la punta de lanza del despertar del proletariado de los países industrializados. De manera grotesca los trotskistas pretendían resucitar los errores de la IC sobre la cuestión nacional y colonial acerca de la “unión entre las luchas obreras en las metrópolis y las luchas de emancipación nacional en el Tercer Mundo“[17].

Uno de los “argumentos” empleados para avalar esta mistificación era que la multiplicación de manifestaciones contra la guerra del Vietnam en USA y en Europa sería un factor del despertar histórico de las luchas obreras desde 1968. En realidad la defensa de las luchas de “liberación nacional”, junto a la defensa de los “países socialistas”, de moda sobre todo en los medios estudiantiles, jugaron al contrario un papel mistificador y constituyeron mas bien una barrera de primer orden contra la recuperación de la lucha proletaria.

Cuba

Durante los años 60, Cuba fue un fuerte eslabón de toda la propaganda “antiimperialista”. Todo estudiante politizado tenía que tener en su habitación un cartelito del “guerrillero heroico”, Che Guevara. Hoy, el desastre que vemos en Cuba (emigraciones masivas, escasez de todo, hasta de pan) ilustra perfectamente la total imposibilidad de una real “independencia nacional”. Al empezar, los barbudos de la Sierra Maestra no tenían, en principio, una especial inclinación pro-rusa, simplemente su intento de llevar una política mínimamente “autónoma” respecto a Estados Unidos, los empujó fatal e inevitablemente a los brazos rusos.

En realidad Fidel Castro encabezaba una fracción nacionalista de la burguesía cubana que adoptó el “socialismo científico”, liquidando a muchos de sus “compañeros” de primera hora —que han acabado en el bando de Miami, es decir, el del bloque americano— porque su única carta de supervivencia estaba en el bloque ruso. Este se ha cobrado con creces su “ayuda”, entre otras maneras, haciendo que Cuba ejerciera de sargento imperialista en Etiopía —en apoyo del régimen pro ruso—, en Yemen del Sur y, sobre todo, en Angola, donde Cuba llegó a destacar a 60 000 soldados. Este papel subimperialista de poner la carne de cañón en las guerras africanas ha costado la vida a muchos obreros cubanos —a añadir a los africanos muertos por su “liberación”— ha influido tanto como el manoseado bloqueo yanqui —que es real— en la miseria atroz a la que es sometido el proletariado y la población cubana.

Años 80: los “combatientes de la libertad”

Después de haber ido arrancando una tras otra las posiciones rusas en Oriente Medio, África, Asia, el bloque americano prosigue su ofensiva de completo cerco de la URSS. En este marco se incluye la guerra de Afganistán donde al zarpazo soviético invadiendo Afganistán en 1979, USA responde apadrinando una coalición de 7 grupos guerrilleros afganos a los que dota con las armas más sofisticadas con lo que acaba atrapando a las tropas rusas en un callejón sin salida, que alimenta el enorme descontento existente en toda la URSS y que contribuirá —en el marco más global de la descomposición del capitalismo y el derrumbe histórico del estalinismo— al espectacular colapso del bloque ruso en 1989.

Como traducción de este importante reforzamiento del bloque americano, éste podrá arrebatar al ruso la bandera ideológica de la “liberación nacional” que durante los últimos 30 años había monopolizado.

Como hemos mostrado a lo largo de este artículo, la “liberación nacional” ha sido un arma que pueden utilizar a su gusto los distintos imperialismos: el bando fascista la empleó en todas las salsas imaginables, al igual que el “democrático”. Sin embargo, desde los años 50, el estalinismo había conseguido presentarse como el bloque “progresista” y “anti-imperialista”, envolviendo sus designios tras el ropaje ideológico de representar a los “países socialistas” que no serían “imperialistas” sino al contrario “militantes anti-imperialistas” y llegando, en el colmo del delirio, a presentar la “liberación nacional” como paso directo al “socialismo”, superchería frente a la cual las Tesis sobre la cuestión nacional y colonial de la IC en 1920, a pesar de sus errores, habían insistido claramente en “la necesidad de luchar resueltamente contra los intentos hechos por los movimientos de liberación, que no son en realidad ni comunistas ni revolucionarios, de adoptar el color del comunismo”[18].

Todo este tinglado se vino abajo en los años 80. Junto al factor principal —el desarrollo de las luchas y la conciencia obrera— los interminables virajes y volteretas dictadas por las necesidades imperialistas de Rusia, propiciaron su desgaste: recordemos, entre otros muchos, el caso etíope. Hasta 1974, al estar el régimen del Negus en el bando occidental, Rusia apoyó el Frente de Liberación Nacional de Eritrea —convertido en paladín del “socialismo”— con el derrumbe del Negus, sustituido por los militares “nacionalistas “ que se orientaron hacia Rusia, las cosas cambiaron : ahora Etiopía se convertía en un régimen “socialista marxista-leninista” y el Frente Eritreo se transformaba de la noche a la mañana en un “agente del imperialismo”, al alinearse este tras el bloque americano.

Después de 1989: la “liberación nacional” punta de lanza del caos

Los acontecimientos de 1989, con la estrepitosa caída del bloque oriental y el hundimiento de los regímenes estalinistas, ha dado lugar a la desaparición de la anterior configuración imperialista del mundo, caracterizada por la división en dos grandes bloques enemigos y, por ende, a una explosión de conflictos nacionalistas.

El análisis marxista de esta nueva situación, que se enmarca en la comprensión del proceso de descomposición del capitalismo[19], permite ratificar de manera concluyente las posiciones de la Izquierda comunista contra la “liberación nacional”.

Respecto al primer aspecto de la cuestión —la explosión nacionalista— vemos cómo en el torbellino del hundimiento del estalinismo crea una espiral sangrienta de conflictos interétnicos, matanzas, pogromos[20]. Este fenómeno no es específico de los antiguos regímenes estalinistas. La mayoría de países africanos tienen viejos contenciosos tribales y étnicos que —en el marco del proceso de descomposición— se han acelerado en los últimos años conduciendo a matanzas y guerras interminables. Del mismo modo la India sufre idénticas tensiones nacionalistas, religiosas y étnicas que causan miles de víctimas.

“Los conflictos étnicos absurdos donde las poblaciones se masacran entre sí porque no tienen la misma religión o la misma lengua, porque perpetúan tradiciones folklóricas diferentes, parecían reservados desde hace decenios a los países del “Tercer Mundo”, África, India, Oriente Medio... Pero ahora es en Yugoslavia, a unos cientos de kilómetros de las metrópolis industriales de Italia del Norte y Austria, donde se desencadenan tales absurdos... El conjunto de estos movimientos revela un absurdo aún más grande: en el período en que la economía ha alcanzado un grado de mundialización desconocido en la historia, en que la burguesía de los países avanzados intenta, sin éxito, darse un marco más vasto que el de la nación para gestionar su economía —como es por ejemplo la CEE— la dislocación de los Estados que nos habían sido legados por la IIª Guerra mundial en una multitud de pequeños Estados es una pura aberración, incluso si se mira desde el punto de vista de los intereses capitalistas. En cuanto a las poblaciones de estas regiones su suerte no será mejor sino peor aún: desorden económico creciente, sumisión a demagogos chauvinistas y xenófobos, ajustes de cuentas y progromos entre comunidades que habían cohabitado hasta el presente y, sobre todo, división trágica entre los diferentes sectores de la clase obrera. Todavía más miseria, opresión, terror, destrucción de la solidaridad de clase entre los proletarios frente a sus explotadores, esto es lo que significa el nacionalismo hoy”[21].

Esta explosión nacionalista es la consecuencia extrema, la agudización hasta el colmo de sus contradicciones, de la política del imperialismo durante los últimos 70 años. Las tendencias destructivas y caóticas de la “liberación nacional”, ocultadas por las mistificaciones del “anti-imperialismo”, del “desarrollo económico”, etc. y que han sido claramente denunciadas por la Izquierda Comunista, aparecen hoy de manera brutal y extrema, superando en su furia aniquiladora las previsiones más pesimistas. La “liberación nacional” en la fase de descomposición se presenta como la fruta madura de toda la obra aberrante, destructiva, desarrollada por el imperialismo.

“La fase de descomposición es la resultante de la acumulación de todas las características de este sistema moribundo, la fase que remata tres cuartos de siglo de agonía de un modo de producción condenado por la historia. O sea, que no sólo el carácter imperialista de todos los Estados, la amenaza de la guerra mundial, la absorción de la sociedad civil por el monstruo estatal, la crisis permanente de la economía capitalista, se mantienen en la fase de la descomposición, sino que además, ésta aparece como la consecuencia última, como síntesis acabada de todos esos elemento” [22].

Los mini-Estados que emergen de la dislocación de la ex-URSS o de Yugoslavia dan sus primeros pasos caracterizados por el más brutal imperialismo. La Federación Rusa del “héroe democrático” Yeltsin amenaza a sus vecinos y reprime salvajemente el independentismo de la República autónoma Chechena. Lituania reprime a su minoría polaca. Moldavia a su minoría rusa. Azerbayán se enfrenta abiertamente con Armenia...

El inmenso subcontinente ex-soviético está dando lugar a 16 mini-Estados imperialistas que pueden muy bien enzarzarse en conflictos mutuos que dejarían la carnicería yugoslava a la altura del betún porque, entre otros peligros, podrían poner en juego los arsenales atómicos dispersos por la ex-URSS.

Las grandes potencias aprovechan, de manera relativa dado el caos existente, las tensiones nacionalistas y los impulsos independentistas de los nuevos mini-Estados. Esta enésima utilización de la “liberación nacional” no puede tener sino consecuencias aún más catastróficas y caóticas que en el pasado[23].

Hoy más que nunca, el proletariado debe reconocer en las “liberaciones nacionales”, las “independencias”, las “autonomías nacionales”, una política, una consigna, un estandarte, parte integrante al cien por cien del orden reaccionario y aniquilador del capitalismo decadente. Contra ellas debe desarrollar su propia política: el internacionalismo, la lucha por la revolución mundial.

Adalen, 18/11/1991


[1] La crisis de la socialdemocracia, parte VII

[2] Lenin: intervención en la VIIª Conferencia del POSDR mayo 1917, “Informe sobre la situación actual”.

[3] Concepto que luego sería retomado por el “marxista-leninista” Mao-Tse-Tung.

[4] IIº Congreso de la Internacional Comunista: “El mundo capitalista y la Internacional Comunista”, parte I : “ Las relaciones internacionales después de Versalles”.

[5] Ibídem.

[6] Internacionalismo, nº 1, “ Paz democrática, lucha armada y marxismo”, 1964.

[7] No analizamos en este artículo la guerra de España dado que hemos publicado numerosos artículos en esta Revista sobre ella (ver Revista Internacional nos 7, 25, 47) así como el folleto que recoge los textos de Bilan sobre la misma. Las mistificaciones antifascista y nacionalista que, en grandes dosis, cayeron sobre el proletariado local e internacional ocultaban la realidad de que la guerra española fue un episodio clave, junto a la etíope, en la maduración de la IIª Guerra mundial.

[8] La crisis de la socialdemocracia, parte VII.

[9] Internationalisme, nº 21, pag. 25, mayo 1947, “ El derecho de los pueblos a disponer de sí mismos”.

[10] “Gran Bretaña: evolución desde la IIª Guerra mundial”, parte 1ª, punto VII, artículo publicado en la Revista Internacional, nº 19.

[11] Bilan, nº32, “ El conflicto árabe-judío en Palestina”, junio-julio 1936

[12] Idem.

[13] Internationalisme, nº 35, junio 1948, pag.18.

[14] Internationalisme, órgano de la Gauche Communiste de France, nº 35, junio 1948).

 

[15] Internationalisme, nº 45, pag. 23, “ La Guerra en Corea”.

[16] Internationalisme, nº 13, “La cuestión nacional y colonial”, septiembre 1946.

[17] Ver crítica de esta posición en el primer artículo de esta serie.

[18] Tesis sobre la cuestión nacional y colonial, punto 5, IIº Congreso de la IC, marzo 1920.

[19] Ver Revista Internacional, nos 57 y 62.

[20] Para un análisis de estos acontecimientos ver “La barbarie nacionalista”, en Revista Internacional, n° 62.

[21] Manifiesto del IXº Congreso de la CCI.

[22] Revista Internacional, n° 62, “La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo”, punto 3, pag.16.

[23] Ver en este número “Hacia el mayor caos de la historia”.

Series: 

  • Balance de 70 años de luchas de “liberación nacional” [7]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La cuestión nacional [8]

Acontecimientos históricos: 

  • Guerra de Corea [9]
  • La guerra de Vietnam [10]
  • Tratado de Versalles [11]

Cuestiones teóricas: 

  • Imperialismo [6]

Revista internacional n° 69 - 2° trimestre de 1992

  • 2694 lecturas
Revista internacional n° 69 - 2° trimestre de 1992

Situación internacional: Guerras, barbarie, lucha de clases

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Situación internacional:

Guerras,  barbarie,  lucha  de  clases

La única solución contra la espiral de las guerras y de la barbarie es la lucha de clases internacional Desde que empezó la « era de paz y de prosperidad para la humanidad » con el derribo del muro de Berlín, la desaparición del bloque del Este y el desmoronamiento de la URSS, nunca antes habían sido tan numerosos los conflictos locales. Nunca antes había estado tan presente el militarismo, nunca antes habían alcanzado tales cotas las ventas de armamento de todo tipo, nunca había sido tan inminente la amenaza de diseminación nuclear, nunca habían ido tan lejos los proyectos y la planificación de nuevas armas, incluso en el espacio ; como nunca los seres humanos habían padecido tanta hambre, tantas miserias, explotación, guerras y matanzas, nunca, desde que existe el capitalismo, una proporción tan elevada de la población mundial había sido expulsada de la producción, condenada definitivamente en su gran mayoría, al desempleo, a la pobreza absoluta, al pordioserismo total, a la chapucilla para ir tirando, a la delincuencia muy a menudo, abocada a la guerra y las masacres nacionalistas, interétnicas y demás...

La recesión económica abierta se está profundizando en los países industriales, en las mayores potencias y muy especialmente en la primera de ellas, los Estados Unidos, precipitando a cientos de miles de obreros en la pesadilla del desempleo, en la miseria. La era de paz y de prosperidad prometida por el presidente de EEUU, Bush y por toda la burguesía mundial, está apareciendo como la era de guerras y de crisis económica.

Caos y anarquía en todos los rincones del planeta

La URSS ya no existe. Gorbachov fuera. Una CEI nacida muerta. Las tensiones entre las repúblicas se agudizan cobrando un carácter cada día más agresivo. Los Estados recién nacidos se pelean por el despojos de la extinta Unión. Lo más importante en juego: los restos del ejército rojo, sus armas convencionales sí, pero sobre todo las nucleares (de 33.000 a 35.000 cabezas nada menos). Se trata de formar los ejércitos nacionales más poderosos para así asegurar los intereses... imperialistas de cada cual respecto a su vecino. Lo que hoy predomina sin tapujos en la ex URSS es el imperio de cada uno por su cuenta y para sí, el chantaje nuclear empleado por turno primero por unos y luego por otros: a pesar de las presiones internacionales (occidentales), Kazajstán se niega a decir si va a hacer entrega o no de sus armas tácticas y sobre todo estratégicas de su territorio; Ucrania se apodera de una división de bombarderos nucleares (17 de febrero) e intenta quedarse con la flota del mar Negro. La Rusia de Yeltsin, aún estando al mando del ejército “unificado” de la CEI, o sea en teórica posición de fuerza con relación a los demás, llega incluso a temer un posible conflicto nuclear con Ucrania ([1]). Eso da idea de la naturaleza, de las relaciones y del papel de lo militar y de la fuerza entre los nuevos Estados: las relaciones son de entrada imperialistas y antagónicas; lo único en lo que se basan es en la potencia militar y especialmente en la nuclear.

Esta situación conflictiva es tanto más aguda al ser catastrófica la situación económica. El 90 % de la población rusa vive por debajo del umbral de pobreza. El hambre amenaza a pesar de las ayudas occidentales. La producción industrial ha bajado brutalmente a la vez que la liberación de los precios ha acarreado una inflación de tres dígitos, una inflación de tipo suramericano. Esta quiebra total está echando leña al fuego en las peleas entre los nuevos Estados: “La guerra económica entre las repúblicas ya ha empezado” afirmaba el 8 de enero pasado  Anatoli Sobchak, alcalde de San Petersburgo.

 

Esta oposición de intereses tanto políticos como económicos está acelerando el caos, multiplicando las tensiones, los conflictos, las guerras locales y las matanzas de poblaciones, entre las diferentes nacionalidades de lo que ya hoy podemos también llamar ex-CEI. Las repúblicas se enfrentan por la herencia militar dejada por la fallecida URSS. Casi todas andan a la greña por el trazado de las fronteras que las separan: si Crimea pertenece a Ucrania o a Rusia es el caso más conocido. Cada república se las ve con una o varias minorías nacionales que declaran su independencia, con las armas en la mano, formando milicias: el Alto Karabaj y la minoría armenia en territorio azerí; los Chechenos en Rusia que atacan los cuarteles para hacerse con armas; por todas partes, las minorías rusas tienen ahora miedo, en Moldavia, en Ucrania, en el Cáucaso y en la repúblicas de Asia central. Y Georgia, desgarrada por los peleas salvajes y asesinas entre partidarios del presidente Gamsajurdia, “elegido democráticamente”, por un lado y sus principales ministros y sus milicias armadas del otro lado. Muertos por todas partes, heridos, matanzas de paisanos, destrucciones a mansalva, odio y terror nacionalistas de pueblos que hasta ahora habían vivido juntos, que juntos habían tenido que soportar el terror del capitalismo de Estado al modo estalinista. Hoy, es la desolación y el caos lo que por todas partes impera.

Esta situación de explosión de la ex-URSS, esa situación de total anarquía sangrienta, ha despertado los apetitos imperialistas locales, contenidos durante largo tiempo por la omnipotencia “soviética”, y son portadores de enfrentamientos todavía más amplios. Irán y Turquía se han puesto a ver quién corre más para ser el primero en instalar sus embajadas en las repúblicas musulmanas de la ex-URSS. La prensa iraní acusa a Turquía de querer “imponer el modelo occidental” a esas repúblicas para que así pierdan su “identidad musulmana”. Turquía, apoyada por EEUU, utiliza a las nacionalidades turcófonas (uzbekos, kazajos, kirguises, turcomanos) para adelantarse a Irán, país que intenta apoyarse en Pakistán en esta lucha imperialista...

La desaparición de la división del mundo en dos grandes bloques imperialistas ha sido el fin de una disciplina y unas reglas impuestas, disciplina y reglas “estables”, que regían los conflictos imperialistas locales. Hoy, éstos estallan por todas partes y en todas direcciones. La explosión de la URSS no ha hecho sino agravar ese fenómeno. Por todas partes, en todos los continentes, estallan y se desarrollan nuevos conflictos sin que se hayan apagado, ni mucho menos, los anteriores focos de guerra.

Filipinas y Birmania sufren guerrillas sangrientas y permanentes (China ha vendido por más de mil millones de dólares de armamento a Birmania). La mayor anarquía se está desplegando en Asia central. Prosiguen en Oriente Medio enfrentamientos militares de todo tipo (Kurdistán, Líbano) a pesar de que la región se ha “calmado” después del terrible aplastamiento de Irak durante la guerra del Golfo.

África es un continente a la deriva: represiones sangrientas, revueltas de poblaciones hambrientas, golpes de Estado, guerrillas y enfrentamientos interétnicos a mansalva, en medio de un desastre económico total. Las tensiones imperialistas se agudizan entre Egipto y Sudán. El caos social alcanza a Argelia, prosiguen las peleas en Chad, en Yibuti se arma la gresca entre las tribus afares y las issas que componen aquella diminuta república.

“África no cesa de pelearse con el fantasma de la inseguridad alimenticia. (...) Son necesarias ayudas de urgencia en Etiopía, Sierra Leona, incluso en Zaire. Guerras civiles, desplazamientos masivos de poblaciones, sequía, ésas son las causas invocadas por la FAO” ([2]). Ni que decir tiene que lo de la “inseguridad alimenticia” es una elegante manera de evitar la palabra directa de “hambre”.

Comparada con África, Latinoamérica podría parecer un remanso de paz. Hay que decir que “disfruta” de una vigilancia particular del gran vecino del norte. El continente sigue siendo el patio trasero de EEUU. Sin embargo, aunque los antagonismos, numerosos, entre Argentina y Chile, entre Perú y Ecuador, que han dado lugar a recientes escaramuzas militares, por sólo citar dos de los múltiples contenciosos fronterizos, están siendo contenidos, no por eso el continente está menos marcado por una extrema violencia. Violencia de guerrillas (Perú, Colombia, Centroamérica), violencia de la represión estatal contra poblaciones hambrientas (revueltas en Venezuela), violencia resultante de una descomposición muy avanzada de los Estados (guerras entre bandas y cárteles de la droga en Colombia, Perú, Brasil, Bolivia; asesinatos de niños ejecutados por policía y milicias, niños abandonados por millones, sin exageración alguna, niños que sufren hambre, embrutecidos por las drogas, abandonados a su suerte en inmensas barriadas de lata y cartón, auténticas cloacas, que rodean las ciudades).

 

Esta lista de caos y guerras, esta siniestra ristra de matanzas y terror sobre las poblaciones no quedaría completa sin mencionar a Yugoeslavia. Este país ya no existe. Ha estallado en medio del fuego y la sangre. Durante meses se han degollado mutuamente serbios y croatas y las tensiones aumentan entre las tres nacionalidades que componen Bosnia-Herzegovina. Se están cociendo nuevos enfrentamientos a pocos cientos de kilómetros de los grandes centros industriales de Europa. Al igual que con el estallido de la URSS, la explosión de Yugoeslavia reaviva viejas tensiones y crea otras nuevas: la voluntad de independencia de Macedonia, por ejemplo, hace aumentar antagonismos entre Grecia y Bulgaria. Y, sobre todo, se están incrementando más todavía las tensiones entre las grandes potencias, Alemania, EEUU, y en el seno de Europa.

Es ése un retrato rápido, una instantánea muy incompleta, aterradora y dramática, del mundo, de la que por ahora hemos excluido la situación en los grandes países industriales, Estados Unidos, Japón y Europa occidental, que trataremos después. Así es el mundo capitalista que se está pudriendo, que se está descomponiendo. Así es la sociedad capitalista, que no ofrece sino miseria y guerras a la humanidad.

Venta de armas en todas direcciones

Por si alguien dudara de esa perspectiva bélica, las ventas de armas acabarían por convencerle.

Las ventas de armas, desde las más sencillas a las más sofisticadas y mortíferas están escapando a todo control. El planeta se ha convertido en un inmenso supermercado de armamento en el que los vendedores se dedican a una áspera competencia. La desaparición del bloque del Este y la catástrofe económica que afecta a los países de Europa central y de la CEI (ex-URSS) han lanzado al mercado el impresionante arsenal del difunto Pacto de Varsovia, machacando los precios : cientos de carros de combate vendidos a peso, ¡10.000 dólares la tonelada! ([3]).

En 1991, la ex-URSS habría vendido por 12.000 millones de $ en armas. Rusia y Kazajstán vendieron 1000 tanques T-72 y submarinos a Irán. “Informaciones recogidas por los servicios occidentales afirman que la compañía Glavosmos, común a ambos Estados, propone, a sus clientes extranjeros, propulsores de misiles balísticos SS-25, SS-24 y SS-18 para usarlos, en su caso, como lanzadores espaciales” ([4]).

La Checoeslovaquia  del “humanista” Vaclav Havel ha entregado la mayor parte de los 300 tanques vendidos a Siria. Este país, Irán y  Libia habrían comprado a Corea del Norte misiles Scud “mucho más precisos y eficaces que los misiles Scud soviéticos que Irak lanzó durante la guerra del Golfo” ([5]).

Aunque inquietas por esas compras masivas y en todas direcciones, las grandes potencias participan en esos gigantescos saldos. Estados Unidos quiere vender más de 400 carros a bajo precio a España. “Alemania ha prometido entregar a Turquía materiales procedentes de los stocks del antiguo ejército “oriental”, por valor de unos 1000 millones” ([6]).

Al ser imperialistas todos los países, las compras que unos hacen obligan a los demás a seguir, incrementándose así las tensiones: “Irán compra por lo menos dos submarinos de ataque nuevos construidos por los rusos. Arabia Saudita quiere comprar 24 aviones de caza F-15E MacDonnell Douglas para trasformar sus fuerzas aéreas y poder así oponerse a esos submarinos iraníes” ([7]).

Todos los Estados capitalistas, o sea todos, los grandes, los pequeños y los medianos, se ven arrastrados a los enfrentamientos imperialistas, a tensiones en aumento, a la carrera armamentística, a la cima del militarismo.

Aunque el miedo al caos empuja a la acción común de las grandes potencias detrás de Estados Unidos...

Existe una preocupación real frente al caos que está afectando al mundo capitalista, que empuja a las burguesías nacionales más poderosas a intentar acallar sus oposiciones imperialistas.

Tras el desmoronamiento del bloque del Este, EEUU, Alemania, los demás países europeos, se guardaron bien primero de no acelerar el desorden en los países del ex-Pacto de Varsovia. Apoyaron todos, en especial, los esfuerzos de Gorbachov por mantener la unidad y la estabilidad de la URSS y que se mantuviera él en el poder. Pero, como confirmación de sus temores, ha ocurrido lo peor. Lo que ahora preocupa a esos países es el caos económico y social que se está extendiendo, las consecuencias posibles del hambre como las emigraciones masivas, los riesgos de desórdenes militares de todo tipo y, muy especialmente, la cuestión candente del control de las armas nucleares tácticas y estratégicas. Existe un riesgo muy grave de diseminación nuclear. De hecho, hay cuatro nuevos Estados inestables, en lugar de uno solo, que poseen armas de destrucción masiva de ese tipo. Y aunque le es fácil a Estados Unidos el vigilar las armas “estratégicas”, no es lo mismo para las armas “tácticas”. O dicho claramente, las “bombitas” atómicas son muy móviles, están dispersas, cualquiera puede apoderarse de ellas, utilizarlas o venderlas, habida cuenta de la anarquía y el caos que impera. Ésa es la razón de las conferencias de ayuda a la CEI, de las propuestas de desmantelamiento de las armas nucleares, de los acuerdos entre EEUU y Alemania para asegurar el empleo de los sabios atomistas de la ex URSS: intentar mantener un mínimo control sobre lo nuclear y limitar la extensión del caos.

Los antagonismos imperialistas, cada día más fuertes, agudizan las tensiones

Presentando ante el Congreso los diferentes escenarios de guerra que USA podría enfrentar el futuro, el jefe del Pentágono, el General Powell, precisa que “la amenaza real con la que nos enfrentamos ahora es la amenaza de lo desconocido, de lo incierto” ([8]). Y en función de esa incógnita los Estados Unidos cambian de estrategia militar con una versión de la guerra de las galaxias de Reagan adaptada a la nueva situación internacional, y a su temor a que estallen guerras nucleares por sorpresa e incontrolables : el GPALS, “sistema de protección global contra lanzamientos accidentales o limitados” (Global Protection Against Limites Strikes), que tendría la finalidad de neutralizar por completo cualquier lanzamiento de misil nuclear venga de donde venga o vaya a donde vaya.

Los Estados Unidos defienden su hegemonía

EEUU son los primeros interesados en luchar contra el caos en general y contra el riesgo de conflictos locales atómicos incontrolados, en particular, pues éstos podrían poner en entredicho su posición imperialista dominante. Lo hemos visto durante la guerra del Golfo ([9]), durante las Conferencias de paz en Oriente Medio, de las que han quedado excluidos los países europeos ([10]). Esto ha podido comprobarse últimamente una vez más con la Conferencia sobre ayudas a la CEI, reunida en Washington, en la que los EEUU lo regimentaron todo, organizando a su guisa las agendas de cada día, nombrando las comisiones y a sus presidentes según su propia conveniencia, reduciendo una vez más a los demás países europeos, a Alemania y sobre todo a Francia, al papel de comparsas impotentes, ridiculizados cuando la puesta en escena mediática de los primeros envíos aéreos de ayuda alimenticia a Rusia.

El programa GPALS, el cual, dicho sea de paso, pone en evidencia lo mucho que se lo creen las burguesías del mundo, la norteamericana en especial, el cuento de la “era de paz” que iba a reinar con el nuevo orden mundial de Bush, ese nuevo programa de “guerra de las galaxias” es también la última y muy significativa expresión de la voluntad hegemónica de los USA. En efecto, con ese programa se defendería la “seguridad colectiva desde Vancouver hasta Vladivostok (from V. to V.)”, o sea, que aseguraría sin duda definitivamente, o en cualquier caso durante largo tiempo, la supremacía militar estadounidense “desde V. hasta V.” sobre Europa y Japón.

En lo que a “reducciones” de gastos militares se refiere, a los “dividendos de la paz”, de lo que se trata para la burguesía estadounidense no es de reducir su esfuerzo armamentístico y de guerra, sino, sencillamente, mandar a la chatarra lo que ya no sirve, o sea, la mayoría del arsenal que apuntaba hacia la URSS y que tiene menos razones de existir. Van a procurar vender parte de ese arsenal a precios de saldo. ¿Y lo demás? Una montaña de chatarra que costó una fortuna (la mayor parte del gigantesco déficit estadounidense). En cambio, el presupuesto del programa de la guerra de las galaxias (SDI) aumenta 31 %. El coste total del programa sería de 46.000 millones de $: ¡la carrera de armamentos continúa!

Alemania cada día más presente en la escena imperialista mundial

Toda una serie de factores vienen a confirmar la tendencia, inevitable, de que Alemania aparezca como la principal potencia imperialista rival de Estados Unidos ([11]). Y la burguesía americana lo sabe muy bien. Desde el mes de septiembre de 1991, unos meses después de la demostración de fuerza de EEUU en el Golfo, el Washington Post revelaba los elementos de la nueva “arrogancia” (“assertiveness”) alemana: “Alemania amenaza con reconocer a Croacia y Eslovenia; arrastra a Europa a confirmar la independencia de los Estados bálticos; fustiga a sus aliados occidentales por sus vacilaciones sobre el problema de la ayuda a la URSS; exige la prohibición rápida de los misiles de corto alcance, propone que la CSCE forme su propia fuerza para mantener la paz, y emplaza a sus aliados para que le den más control sobre las tropas estacionadas en su territorio” ([12]).

“En diciembre, Alemania forzó a sus socios europeos a que reconocieran aquellas dos repúblicas apenas un mes después de la cumbre de Maastricht en donde se había adoptado el principio de una política extranjera  y de defensa común a petición de Bonn; el Bundesbank ha subido unilateralmente sus tipos de interés en medio punto, diez días después de esa cumbre, en la que se había confirmado el proceso de unión monetaria ; Alemania no facilita la discusión del GATT, a pesar de la promesa de Helmut Kohl de hacer concesiones sobre las subvenciones a los agricultores. En fin, los diplomáticos de Alemania están adoptando una actitud cada vez más imperial en Europa y Estados Unidos: ya se sabe que Kohl desea imponer el alemán como lengua de trabajo comunitario...” ([13]).

Las burguesías norteamericanas, inglesa, y también la francesa, aunque por diferentes razones, se ofuscan ante la nueva “assertiveness” alemana. Habían perdido la costumbre de ella. La apariencia de unidad que predominaba se está agrietando, pues Alemania está inevitablemente empujada a defender sus intereses imperialistas propios, y éstos son necesariamente antagónicos a los de Estados Unidos. En especial, se está volviendo urgente la revisión de la Constitución, la cual prohíbe enviar tropas al extranjero: “no se excluiría la puesta en servicio de medios militares para realizar objetivos políticos en Europa y en las regiones vecinas”.

En efecto, tras la guerra del Golfo, también Alemania ha puesto en evidencia sus límites en el asunto yugoeslavo: sin peso militar, y además ausente del Consejo de seguridad de la ONU, no ha podido ayudar lo suficiente a Croacia. Los Estados Unidos, al paralizar los esfuerzos de alto el fuego de la CEE, retrasando la decisión de mandar los cascos azules de la ONU, dejaron las manos libres al ejército federal, dominado por Serbia, para llevar a cabo una guerra sangrienta y rechazar las ambiciones territoriales de Croacia.

El imperialismo francés, entre dos males, escoge el menor

La burguesía francesa, que no acaba de conformarse con ser una potencia de segundo orden en la escena imperialista mundial, está atenazada entre su deseo de librarse de la pesada tutela norteamericana y su temor “ancestral” desde que existe el capitalismo, a la potencia alemana.

Francia cree haber encontrado la solución a su problema con la Europa de la CEE. En el marco de una Europa Unida, podría rivalizar con los USA y, a la vez, entre doce naciones, podría atajar y controlar a Alemania.

Por ahora, Francia está jugando la baza alemana, haciendo atrevidos guiños cuando dice estar dispuesta a poner su fuerza nuclear al servicio de una defensa europea. El ministro de Exteriores alemán ha reaccionado con “interés” ante tal propuesta. Mientras EEUU se otorgaba el papel del bueno en la Conferencia sobre la ayuda a la CEI (que Mitterrand había considerado inútil) y en la organización de la “Operación Esperanza” (Provide Hope), Francia proponía que fuera el G-7 quien organizara tal operación. El G-7 está presidido ahora por... Alemania.

Esta última no permanece insensible a los encantos franceses: tras la creación de la brigada mixta franco-alemana, se han hecho acuerdos para construir un “eurocóptero”, helicóptero militar naturalmente, y Alemania se está pensando en comprar el avión caza francés, Rafale.

Pero si hay algún día boda, será una boda de interés. No ha habido flechazo entre Francia y Alemania, como pudo verse en la cuestión yugoeslava, en la que Francia, « potencia mediterránea » tiraba más bien hacia los anglo-norteamericanos, temerosa de que Alemania alcanzara las orillas del Mediterráneo mediante Croacia, viendo así muy menguado el valor de parte de su dote. Por ahora, el idilio sigue. Pero le plantea problemas a Francia.

Las tensiones entre EEUU y Europa se acentúan

De hecho, Francia se encuentra en medio de una batalla que la sobrepasa: “El aumento de tensión entre Francia y Estados Unidos es la señal del advenimiento de una nueva era en la que los antiguos aliados parecen dispuestos a convertirse en nuevos rivales en dominios como el comercio, la estrategia militar y el nuevo equilibrio mundial, según algunos altos funcionarios americanos y franceses” ([14]).

La parte débil de la alianza franco-alemana, sobre la que está pegando duro la burguesía americana, es, evidentemente, Francia. Y pega con tanta más dureza porque Francia podría servir para que Alemania accediera al arma nuclear.

Los acontecimientos en Argelia, Chad y Yibuti, la inestabilidad social y política de esos países son aprovechados por EEUU para presionar sobre Francia, poniendo en entredicho la presencia de este país en sus zonas de influencia históricas, y eso después de haberla expulsado de Líbano. Ya sea con el FIS argelino, financiado por Arabia Saudita, ya sea en el gobierno de Yibuti, bajo influencia de Arabia Saudita y que cuestiona la presencia del ejército francés en su territorio, ya sea mediante Hissene Habré, el protegido de los norteamericanos hoy en Chad, la mano de EEUU está presente, apoyándose en el inenarrable caos que impera en esos países, caos que con su acción agrava todavía más, por sus intereses imperialistas, del mismo modo que la defensa de los apetitos imperialistas de Alemania en Yugoeslavia lo que hicieron fue incrementar la descomposición reinante en este país.

La presión estadounidense aumenta también en el plano económico, en el marco de las negociaciones del GATT con la CEE. También en esto, Francia es el país al que apuntan las amenazas sobre la cuestión de las subvenciones agrícolas. Ligando estrechamente los problemas de seguridad y la presencia militar americana en Europa con el tema del cambio de posición sobre el GATT ([15]), los Estados Unidos están ejerciendo un auténtico chantaje a los países europeos para dividirlos. Como lo dice un periódico búlgaro, Duma: “mientras Europa construye, ladrillo a ladrillo, “la casa común europea desde el Atlántico al Ural”, los Estados Unidos la están destruyendo, ladrillo a ladrillo, con la consigna de “desde Vancouver hasta Vladivostok”” ([16]).

Japón, otra potencia imperialista en auge

Japón está desempeñando cada día más un papel político internacional, aunque esté todavía lejos de sus ambiciones. Al viaje de Bush por Asia, y a Japón especialmente, que tenía como objetivo principal el nuevo despliegue de las fuerzas militares estadounidenses del Pacífico (base militar en Singapur), le han seguido declaraciones repetidas de dirigentes japoneses sobre “el analfabetismo de los obreros americanos” y “su falta de ética” y eso tras las presiones de EEUU para que Japón abriera su mercado a los productos americanos. Más allá de esas anécdotas de segundo orden, pero reveladoras del clima y del despertar de la “assertiveness” de la burguesía japonesa, Japón reivindica más y más un papel político de primer orden que desempeñar en el escenario imperialista: está planteando la cuestión de la recomposición del consejo permanente de la ONU; está en cabeza de la fuerza de la ONU en Camboya; interviene cada día más en el continente asiático (China, Corea), provocando inquietud a Estados Unidos ([17]) ; exige cada día con mayor insistencia la devolución por Rusia de las islas Kuriles (con el apoyo de Alemania).

Japón va mucho más deprisa que Alemania en cuestiones militares. La revisión de una Constitución que limita el envío de cuerpos armados al extranjero está mucho más avanzada. Y sobre todo “está almacenado enormes cantidades de plutonio. Unas cien toneladas. Mucho más de lo que pueden consumir sus 39 centrales nucleares actuales (...). La perspectiva de un Japón estable y pacifista transformado en potencia nuclear no es a priori algo alarmante. Sin embargo, Japón se está dando los medios de fabricar armas nucleares, y cada paso suplementario puede acarrear graves consecuencias internacionales” ([18]).

Es evidente: el nuevo orden mundial que iba a aportar paz a la humanidad está cargado de amenazas. Por un lado, el caos y la descomposición invaden el planeta y agudizan conflictos locales de toda índole, rivalidades y guerras imperialistas regionales, y, por otro lado, los antagonismos imperialistas entre las grandes potencias que son cada día más agudos y tensos. Su desarrollo, por ahora casi “soft” como dicen los finos, bien educado, podría decirse hasta cortés y mesurado, va a ponerse al rojo, a acelerarse y agravar los efectos de la descomposición del mundo capitalista, el caos y la catástrofe social y económica. En realidad ya los está acelerando y agravando.

Una única alternativa a la barbarie capitalista: el comunismo

Frente a la barbarie de un mundo capitalista en el que lo trágico se pelea con lo absurdo, la única fuerza capaz de ofrecer una alternativa a este atolladero histórico, el proletariado, está todavía sufriendo el contragolpe de los acontecimientos que han marcado la caída del bloque del Este y de la URSS. Las mentirosas campañas ideológicas internacionales que la burguesía ha lanzado sobre “el fin del comunismo”, asimilándolo al estalinismo, sobre la “victoria definitiva del capitalismo”, han logrado momentáneamente borrar de las conciencias de las grandes masas obreras toda perspectiva de posibilidad de otra sociedad, de una alternativa al infierno capitalista.

Este desconcierto que afecta al proletariado y la baja de su combatividad ([19]) han venido a añadirse a las dificultades crecientes que encuentra debidas a la descomposición social. La lumpenización, la desesperanza y el nihilismo que ya están afectando a amplias partes del proletariado mundial (en el Este), son un peligro para las capas obreras (especialmente las jóvenes) expulsadas de la producción y desempleadas. La utilización cínica de esa desesperanza por la burguesía es también una dificultad suplementaria. La burguesía desarrolla y aviva sentimientos contra los emigrantes, odios racistas, lo cual puede verse alimentado más todavía en Europa especialmente por las oleadas masivas de emigrantes en el futuro próximo, sobre todo procedentes del Este de Europa. Las falsas oposiciones, racismo-antirracismo, son intentos para desviar a los obreros de sus luchas, del terreno capitalista de defensa de sus condiciones de vida y de oposición al estado burgués, que los revolucionarios deben denunciar implacablemente.

Los tiempos cambian, sin embargo. La crisis económica, la recesión abierta que afecta a las superpotencias mundiales, a EEUU en cabeza, están volviendo al primer plano de las preocupaciones obreras. Los ataques contra la clase obrera están acelerándose brutalmente en los principales países industrializados. Los salarios están bloqueados desde hace tiempo y en EEUU “los salarios reales medios de los obreros son más bajos que hace 10 o 15 años” ([20]). Pero, sobre todo, los despidos se multiplican dramáticamente y muy especialmente en los sectores centrales de la economía mundial. IBM para la informática ha suprimido 30.000 empleos en 1991 y prevé suprimir otros tantos en 1992; General Motors, Ford y Chrysler, en el automóvil, han acumulado pérdidas (7 mil millones de $ USA) y despiden masivamente; y también las industrias de armamento (General Dynamic, United Technologies). En todos esos sectores se han suprimido miles de empleos. Y también en los servicios, bancos, seguros, “la cantidad de demandas de subsidios de desempleo hace pensar que 23 millones de personas han perdido su empleo el año pasado”.

Para una población de 250 millones de habitantes en EEUU, el 9 % de la población, 23 millones de personas, viven de “food stamps”, o sea de bonos de alimentación. Más de 30 millones viven por debajo del umbral de pobreza y por ello “disfrutan” de una protección de salud, la Medicaid. Pero 37 millones, que tienen un nivel de vida por encima de ese umbral no se benefician de la más mínima protección de salud y no se la pueden pagar. Todas esas personas se encuentran en la total imposibilidad de curarse, y la menor enfermedad se transforma en pesadilla para las familias. Resumiendo, como mínimo 70 millones de personas viven hoy en EEUU en la miseria. Ésa es la “prosperidad” tan cacareada por el “capitalismo triunfante”.

Y, claro está, los despidos masivos, no sólo están afectando a los obreros norteamericanos. Las tasas de paro son especialmente altas en países como España, Italia, Francia, Canadá, Gran Bretaña. Y, por todas partes, esas tasas están despegando a gran velocidad en sectores centrales de la economía, en el automóvil, en la siderurgia, en las industrias de armamento. Incluso la flor y nata de la industria alemana, Mercedes, al igual que BMW, va a despedir personal.

La clase obrera de los países industrializados ha empezado a soportar un ataque terrible, un ataque para rebajar al máximo sus condiciones de existencia.

Los despidos, las bajas de salario, la deterioración general de las condiciones de vida, van a obligarle a reanudar el camino del combate y de las luchas masivas. Estas luchas habrán de toparse de nuevo con el callejón sin salida de los partidos de izquierda y de los izquierdistas, de las maniobras sindicales, como el corporativismo, y, pasando por encima de todo ello, tendrán que buscar su extensión y su unificación. En ese combate político, los grupos revolucionarios y los obreros más combativos y conscientes desempeñarán un papel fundamental de intervención para ayudar a la superación de las trampas tendidas por las fuerzas políticas y sindicales de la burguesía.

Paralelamente, esos ataques contra las condiciones de vida obrera vienen a desmentir el mito de la prosperidad del capitalismo y ponen de relieve, ante las grandes masas de obreros, la quiebra del capitalismo, su bancarrota histórica en el plano económico. Esta toma de conciencia los va a empujar a buscar de nuevo una alternativa al capitalismo, borrándose poco a poco los efectos de las campañas burguesas sobre “el final del comunismo” y acelerar la búsqueda de una perspectiva de lucha más amplia, de una lucha histórica y revolucionaria. En este proceso de toma de conciencia, los grupos comunistas tienen un papel indispensable para recordar las experiencias históricas, reafirmar la perspectiva del comunismo, de su necesidad y de su posibilidad históricas.

El futuro va a jugarse en los enfrentamientos de clase que van a ocurrir inevitablemente. Únicamente la revolución proletaria y la destrucción del capitalismo podrán sacar a la humanidad del infierno que cotidianamente está sufriendo. Sólo eso podrá evitar la aceleración de la barbarie capitalista hasta sus últimas y dramáticas consecuencias. Sólo eso podrá permitir que se instaure una comunidad humana en la que la explotación y la miseria, las hambres y las guerras desparezcan para siempre.


[1] Le Monde, diario francés, 31/1/92.

[2] Le Monde, 19/1/92.

[3] Según la prensa checoeslovaca, traducida en Courrier International no 66 y Le Monde del 11/2/1992.

[4] Le Monde, 16/2/92.

[5] International Herald Tribune, 21/2/92.

[6] Le Monde, 16/2/92.

[7] Baltimore Sun recogido en International Herald Tribune, del 12/2/92.

[8] International Herald Tribune, 19/2/92.

[9] Ver Revista Internacional, nos  63, 64, 65.

[10] Ver Revista Internacional, no 68.

[11] Ver « Hacia el mayor caos de la historia », en Revista Internacional no 68.

[12] Washington Post, 18/9/91.

[13] Editorial de Courrier International, semanario francés, no 65, 30/1/92.

[14] Washington Post, recogido por el International Herald Tribune, 23/1/92.

[15] Ver declaraciones del vicepresidente de EEUU, Quayle, en Le Monde, 11/2/92.

[16] Citado por Le Monde.

[17] International Herald Tribune, 3/2/92.

[18]  Financial Times, traducido por Courrier International nº 65.

[19] Ver Revista Internacional no 67 “Resolución sobre la situación internacional” del IXº Congreso de la CCI.

[20] International Herald Tribune, 13/1/92.

Cuestiones teóricas: 

  • Guerra [12]

Balance de 70 años de luchas de “liberación nacional” - III. Las nuevas naciones nacen moribundas

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A principios de siglo apenas había en el mundo 40 Estados independientes, hoy son 169, a los que deben añadirse los casi 20 surgidos últimamente de la explosión de la URSS y Yugoslavia. El fracaso inapelable del rosario de «nuevas naciones» constituidas a lo largo del siglo XX, la ruina segura de las creadas últimamente, constituyen la demostración más evidente de la quiebra del capitalismo. Para los revolucionarios, desde principios del siglo XX lo que está a la orden del día no es la constitución de nuevas fronteras sino su destrucción por la Revolución Proletaria Mundial. Este es el eje central de la presente serie de balance de 70 años de luchas de “liberación nacional”. En el primer artículo de la serie, vimos de qué modo la “liberación nacional” había sido un veneno mortal para la oleada revolucionaria internacional de 1917-23; en la segunda parte demostramos que las guerras de “liberación nacional” y los nuevos Estados constituyen engranajes inseparables del imperialismo y la guerra imperialista. En esta tercera queremos mostrar el trágico descalabro económico y social que ha significado la existencia de esas 150 “nuevas naciones” creadas en el siglo XX.

La realidad ha hecho polvo los discursos sobre los “países en vías de desarrollo” que iban a ser los nuevos polos dinámicos del desarrollo económico. Las charlataneadas sobre las “nuevas revoluciones burguesas”, que iban a hacer estallar la prosperidad a partir de las riquezas naturales que existían en las antiguas colonias, anunciaban en realidad un gigantesco fracaso: el del capitalismo, la de su incapacidad para valorar dos tercios del planeta, para integrar dentro de la producción mundial a los miles de millones de campesinos que ha arruinado.

El ambiente donde nacen las “nuevas naciones” es la decadencia del capitalismo

El criterio determinante para juzgar si el proletariado debe o no apoyar la formación de nuevas naciones es saber cuál es el momento histórico-mundial del capitalismo. Si es de expansión y desarrollo, como en el siglo xix, entonces tiene sentido ese apoyo, sólo para ciertos países que representan de verdad ese impulso de expansión, y a condición de mantener siempre la autonomía de clase del proletariado. Pero ese apoyo ya no tiene validez y debe ser tajantemente rechazado cuando el capitalismo entra, con la Primera Guerra mundial, en su época de decadencia mortal.

“El programa nacional podía desempeñar un papel histórico siempre que representara la expresión ideológica de una burguesía en ascenso, ávida de poder, hasta que ésta afirmara su dominación de clase en los grandes Estados de Europa de uno u otro modo, y creara en su seno las herramientas y condiciones necesarias para su expansión. Desde entonces, el imperialismo ha enterrado por completo el viejo programa burgués reemplazando el programa original de la burguesía en todas las naciones por la actividad expansionista sin miramientos hacia las relaciones nacionales. Es cierto que se ha mantenido la fase nacional pero su verdadero contenido, su función ha degenerado en su opuesto diametral. Hoy la nación no es sino el manto que cubre los deseos imperialistas, un grito de combate de las rivalidades imperialistas, la última medida ideológica con la que se puede convencer a las masas de que hagan de carne de cañón en las guerras imperialistas”[1].

A este criterio global e histórico se opone el criterio basado en especulaciones abstractas y en visiones parciales o contingentes. Así, estalinistas, trotskistas y hasta grupos proletarios han aducido en apoyo de la “independencia nacional” de los países de África, Asia, etc., el argumento de que esos países presentan importantes supervivencias feudales y pre capitalistas de lo que deducen que en ellos lo que está a la orden del día es la “revolución burguesa” y no la Revolución Proletaria.

Lo que estos señores niegan es que la integración en el mercado mundial de todos los territorios esenciales del planeta, cierra las posibilidades de expansión del capitalismo, lo llevan a una crisis sin salida, y esta situación preside y domina la vida de todos los países : “Sobreviviendo, la antigua formación continúa siendo dueña de los destinos de la sociedad, continúa actuando y guiándola no hacia la abertura de campos libres para el desarrollo de las fuerzas productivas, sino, de acuerdo con su nueva naturaleza convertida en reaccionaria, la mueve hacia la destrucción”[2].

Otro argumento en favor de la constitución de nuevas naciones es que éstas poseen inmensos recursos naturales que podrían y deberían desarrollar, liberándose de la tutela extranjera. Este argumento vuelve a caer en lo mismo, en una visión abstracta y localista. Cierto, esas enormes potencialidades existen pero no pueden desarrollarse precisamente por el medio ambiente mundial de crisis crónica y decadencia que determina la vida de todas las naciones.

Desde sus orígenes, el capitalismo se ha basado en la competencia más feroz, tanto a nivel de empresas como de naciones. Ello ha producido un desarrollo desigual de la producción según los países, sin embargo, mientras “la ley del desarrollo desigual del capitalismo se manifiesta en el período ascendente del capitalismo por un empuje imperioso de los países retrasados hacia la recuperación o incluso la superación del nivel de los más desarrollados, este fenómeno tiende a invertirse a medida que el sistema, como un todo, se aproxima a sus límites históricos objetivos y es incapaz de extender el mercado mundial al nivel de las necesidades impuestas por el desarrollo de las fuerzas productivas. Al haber alcanzado sus límites históricos, el sistema en declive no ofrece más posibilidades de igualación en el desarrollo sino, al contrario, su tendencia es al estancamiento de todo desarrollo, el despilfarro de fuerzas productivas y la destrucción. La única “recuperación” de la que se puede hablar es la que conduce a los países más desarrollados a la situación existente en los más atrasados en cuanto a las convulsiones económicas, la miseria y las medidas del capitalismo de Estado. Si en el siglo xix el país más avanzado, Inglaterra, marcaba el porvenir a los demás, hoy son los países del “tercer mundo” los que indican, en cierto modo, el porvenir a los más desarrollados.

“Sin embargo, incluso en estas condiciones, no podría existir una real “igualación” de la situación de los distintos países que componen el mundo. Aunque no perdona a ningún país, la crisis mundial ejerce sus efectos devastadores no en los más desarrollados, los más poderosos, sino en los que han llegado demasiado tarde al ruedo económico mundial y a los cuales la vía hacia el desarrollo ha quedado definitivamente cerrada por las potencias más antiguas”[3].

Todo ello se concreta en que “la ley de la oferta y la demanda va en contra de cualquier desarrollo de nuevos países. En un mundo donde los mercados se hallan saturados, la oferta supera a la demanda y los precios están determinados por los costes de producción más bajos. Por esto, los países que tienen los costes de producción más elevados se ven obligados a vender sus mercancías con beneficios reducidos cuando no lo hacen con pérdidas. Esto reduce su tasa de acumulación a un nivel bajísimo y, aún con una mano de obra muy barata, no consiguen realizar las inversiones necesarias para la adquisición masiva de una tecnología moderna, lo que por consiguiente ensancha aún más la zanja que separa a esos países de las grandes potencias industriales”[4].

Por ello “el período de decadencia del capitalismo se caracteriza por la imposibilidad de cualquier surgimiento de nuevas naciones industrializadas. Los países que no han logrado su despegue industrial antes de la Primera Guerra mundial se ven condenados a quedarse estancados en el subdesarrollo total o a mantenerse en un estado de atraso crónico respecto de los países que tienen la sartén por el mango” (ídem). En ese marco, “las políticas proteccionistas conocen en el siglo xx un fracaso total. Lejos de ser una posibilidad de respiro para las economías menos desarrolladas llevan a la asfixia de la economía nacional”[5].

La guerra y el imperialismo agravan el atraso y el subdesarrollo

En estas condiciones económicas globales, la guerra y el imperialismo, rasgos inseparables del capitalismo decadente, se imponen como una ley implacable a todos los países y pesan como una losa sobre la economía de las nuevas naciones. En la situación de marasmo que reina en la economía mundial, cada capital nacional solo puede sobrevivir si se arma hasta los dientes. Como consecuencia, cada Estado nacional se ve obligado a alteraciones de su propia economía (creación de una industria pesada, emplazamiento de industrias en zonas estratégicas pero que resultan muy gravosas para la producción global, supeditación de infraestructuras y comunicaciones a la actividad militar, enormes gastos de “defensa”, etc.). Todo esto acarrea graves repercusiones sobre el conjunto de la economía nacional de países cuyo tejido social está subdesarrollado a todos los niveles (económico, cultural etc.):

  • se insertan artificialmente actividades tecnológicamente muy avanzadas, provocando un fuete despilfarro de recursos y el desequilibrio más y más agudizado de la actividad económica y social;
  • de otra parte, fuerza el endeudamiento y el incremento permanente de la presión fiscal para hacer frente a una espiral de gastos que jamás se pueden saldar: “El Estado capitalista, bajo la imperiosa necesidad de establecer una economía de guerra, es el gran consumidor insaciable que crea su poder de compra por medio de préstamos gigantescos que drenan todo el ahorro nacional bajo el control y el concurso retribuido del capital financiero, y que paga con letras que hipotecan las rentas futuras del proletariado y los pequeños campesinos”[6]

En Omán, el presupuesto de defensa absorbe el 46% del gasto público, en Corea del Norte nada menos que el 24% del PIB. En Tailandia mientras cae la producción, la agricultura solo crece un 1% en 1991 y se reduce el presupuesto de educación, “los militares han expresado su voluntad de acercarse a Europa y Estados Unidos en la modernización de su Ejército, alineándose más claramente en el campo occidental proyectando comprar un portahelicópteros alemán, varios Linx franco británicos, una escuadrilla (12 aviones) de cazabombarderos F16 y 500 tanques M60 A1 y M48 A5 americanos”.[7] En Birmania, con una tasa de mortalidad infantil del 64,5 por mil (9 por mil en USA), una esperanza de vida de 61 años (75,9 en USA) y sólo 673libros publicados (para 41 millones de habitantes), “de 1988 a 1990 el ejército birmano aumentó de 170 mil a 230 mil hombres. También mejoró su armamento. Así, en octubre de 1990 encargó 6 aviones G4 a Yugoslavia y 20 helicópteros a Polonia. En noviembre realizó un contrato de 1200 millones de dólares (la deuda exterior es de 4 171 millones de $) con China para adquirir, entre otros, 12 aviones F7, 12 F6 y 60 acorazados”[8].

Un caso particularmente grave es la India. El enorme esfuerzo guerrero de este país es en gran medida responsable de que “entre 1961 y 1970, el porcentaje de la población rural que vive por debajo del mínimo fisiológico haya pasado del 52 al 70%. Mientras en 1880 cada hindú podía disponer de 270 kilos de cereales y legumbres secas, este porcentaje ha disminuido a 134 kilos en 1966.” [9]

“El presupuesto militar equivalía al 2% de su PNB en 1960, o sea, 600 millones de dólares. Para renovar el arsenal y el parque militar, las fábricas de armamentos se multiplican, aumentando y diversificando su producción. Un decenio más tarde, el presupuesto militar se eleva a 1600 millones de dólares, o sea, 3,5% del PNB. A todo ello se une un refuerzo de la infraestructura, en particular rutas estratégicas, bases navales. El tercer programa militar, que cubre 1974-79, va a absorber 2500 millones de dólares anuales”[10]. Desde 1973, India posee la bomba atómica y ha desarrollado un programa de investigación nuclear, centrales para fusión de plutonio, que ha hecho que su porcentaje dedicado a “investigación científica” sea uno de los más altos del mundo: 0,9% del PIB.

El militarismo agrava la desventaja de los nuevos países respecto a los países más avanzados. Así, los 16 países más grandes del “tercer mundo” (India, China, Brasil, Turquía, Vietnam, Sudáfrica, etc.) pasaron de tener 7 millones de soldados en 1970 a 9 millones en 1990, es decir, un incremento del 32%. En cambio, los 4 países más industrializados (USA, Japón, Alemania y Francia) pasaron de 4,392 millones de soldados en 1970 a 3,264 en 1990, lo que representa una reducción del 26% [11] No es que éstos relajaran el esfuerzo militar, sino que éste fue mucho más productivo permitiendo ahorrar en hombres. En los países menos desarrollados, lo que domina, y de lejos, es la tendencia inversa: además de aumentar las inversiones en armas sofisticadas y tecnología, tuvieron que incrementar las realizadas en hombres.

Esa necesidad de dar prioridad al esfuerzo guerrero tiene graves consecuencias políticas que agravan aún más la debilidad y caos económico y social de esas naciones: impone la alianza inevitable y forzada con todos los restos de sectores feudales o simplemente retardatarios, pues es más importante mantener la cohesión nacional, frente a la jungla imperialista mundial, que la propia “modernización” de la economía que pasa a ser un objetivo secundario y, en general, utópico, ante la magnitud de los imperativos imperialistas.

Estas supervivencias feudales o pre capitalistas expresan la carga del pasado colonial o semicolonial que les lega una economía especializada en la producción de materias primas agrícolas o mineras lo que la deforma monstruosamente : “de ahí ese fenómeno contradictorio por el cual el imperialismo exportó el modo de producción capitalista destruyendo sistemáticamente todas las formas pre capitalistas, pero frenando a la vez el desarrollo del capital indígena, saqueando despiadadamente las economías de las colonias, subordinando su desarrollo industrial a las necesidades específicas de la economía metropolitana y apoyándose en el personal más reaccionario y sumiso de las clases dominantes indígenas. En las colonias y semicolonias no iban a prosperar capitales nacionales independientes, plenamente formados con su propia revolución burguesa y su base industrial sana, sino más bien burdas caricaturas de los capitales metropolitanos, debilitadas por el peso de los jirones descompuestos de modos de producción anteriores, industrializados a salto de mata para que sirvieran intereses foráneos, con burguesías débiles y ya viejas de nacimiento tanto en lo económico como en lo político”[12].

Agravando los problemas, las antiguas metrópolis (Francia, Gran Bretaña, etc.), junto a otras concurrentes(USA, la antigua URSS, Alemania), han creado alrededor de las “nuevas naciones” una tupida telaraña de inversiones, créditos, ocupación de enclaves estratégicos, rematados por todo el tinglado de “tratados de asistencia, cooperación y defensa mutuas”, integración en organismos internacionales de defensa, comercio, etc., que los atan de pies y manos y constituyen un hándicap prácticamente insuperable.

Esta realidad es calificada por trotskistas, maoístas y toda clase de “tercermundistas” como “neocolonialismo”. Este término es una cortina de humo pues oculta lo esencial: la decadencia de todo el capitalismo mundial y la imposibilidad de desarrollo de nuevas naciones. Los problemas de las naciones del ”tercer mundo” los resumen en la “dominación extranjera”. Es cierto que la dominación extranjera obstaculiza el desarrollo de las nuevas naciones, pero no es el único factor y sobre todo sólo puede comprenderse como parte, elemento constituyente, de las condiciones globales del capitalismo decadente, dominadas por el militarismo, la guerra y el estancamiento productivo.

Para terminarlo de arreglar, las nuevas naciones surgen con un pecado original: son territorios incoherentes, formados por un caótico agregado de retales étnicos, religiosos, económicos, culturales; sus fronteras son a menudo artificiales e incluyen minorías pertenecientes a países limítrofes; todo lo cual no puede llevar sino a la disgregación y el choque permanentes.

Un ejemplo revelador es la gigantesca anarquía de razas, religiones, nacionalidades que coexisten en una región estratégica vital como Oriente Medio: junto a las 3 religiones más importantes: judaísmo, cristianismo y islamismo. Cada una está dividida a su vez en múltiples sectas enfrentadas entre sí: la cristiana tiene minorías maronitas, caldeas, ortodoxas, coptas; la musulmana alauitas, zaidies, sunnitas y chiítas). “Existen, además, minorías étnico-lingüísticas. En Afganistán se oponen persáfonos (pashtunes, tadyicos) y turcófonos (uzbecos, turmenos), así como otros grupos particulares (nuristaníes, pachais). Las turbulencias políticas del siglo xx han hecho de esas minorías “pueblos sin Estado”. Así, los 22 millones de kurdos: 11millones en Turquía (20% de la población), 6 en Irán (12%), 4,5 en Irak (25%), 1 en Siria (9%), sin olvidar la existencia de una diáspora kurda en Líbano. También existe una diáspora armenia en Líbano y Siria. Y, por último, los palestinos constituyen otro “pueblo sin Estado”. Son 5 millones repartidos entre Israel (2,6 millones), Jordania (1,5millones), Líbano (400 000), Kuwait (350 000), Siria (250 000)”[13].

En tales condiciones, los nuevos Estados expresan de manera caricaturesca la tendencia general al capitalismo de Estado, la cual no constituye una superación de las contradicciones agónicas del capitalismo decadente, sino una pesada traba que agudiza mucho más los problemas. “En los países atrasados, la confusión entre aparato político y económico permite y engendra el desarrollo de una burocracia totalmente parásita, cuya única preocupación es llenarse la faltriquera, chupar del bote y saquear sistemáticamente la economía nacional para acumular fortunas colosales: los ejemplos de Batista, Marcos, Duvalier, Mobutu ya son conocidos, pero no son los únicos. El saqueo, la corrupción y el bandidaje son fenómenos generalizados en los países subdesarrollados que afectan a todos los niveles del Estado y de la economía. Esta situación es evidentemente un lastre suplementario para esas economías, empujándolas todavía más hacia el abismo”[14].

Un balance catastrófico

Así pues, todo nuevo Estado nacional, lejos de reproducir el desarrollo de los jóvenes capitalismos del siglo xix, tropieza desde el principio con la imposibilidad de una real acumulación y se hunde en el marasmo económico, el despilfarro y la anarquía burocrática. Lejos de aportar un marco donde el proletariado podría mejorar su situación, éste encuentra, en cambio, una situación de empobrecimiento constante, amenaza del hambre, militarización del trabajo, trabajos forzados, prohibición de las huelgas, etc.

Durante los años 60-70 políticos, expertos, banqueros, repitieron hasta la náusea el tópico del “desarrollo” de los países del “tercer mundo”. De “países subdesarrollados” se convirtieron en “países en vías de desarrollo”. Una de las palancas de este supuesto “desarrollo” fue la concesión de créditos masivos que se aceleró sobre todo tras la recesión de 1974-75. Las grandes metrópolis industriales concedieron créditos a manos llenas a los países nuevos con los cuales estos compraron los bienes de equipo, instalaciones “llave en mano” que aquellas no podían vender víctimas de la sobreproducción generalizada.

Esto no produjo, como hoy se ha demostrado ampliamente, el más mínimo desarrollo sino un gravísimo endeudamiento de los países nuevos que los ha hundido definitivamente en una crisis sin salida como se ha visto a lo largo de la década de los 80.

Nuestras publicaciones han puesto en evidencia este descalabro generalizado, bástenos recordar algunos datos: en América Latina el PIB per cápita había caído en 1989 al nivel de 1977. En Perú el ingreso per cápita era en 1990 ¡el de 1957! Brasil, presentado en los 70 como el país del “milagro económico”, sufre en 1990 una baja del PNB del 4,5% y una inflación del 1657%. La producción industrial de Argentina ha caído en 1990 al nivel de 1975 [15].

Esto lo ha sufrido duramente la población y especialmente la clase obrera. En África, el 60% de la población vivía por debajo del mínimo vital en 1983 y para 1995, el Banco Mundial calcula que será un 80%. En América Latina hay ya 44% de pobres. En Perú 12 millones de habitantes (sobre una población total de 21) son pobres de solemnidad. En Venezuela un tercio de la población carece de ingresos suficientes para comprar los productos básicos.

La clase obrera se ha visto cruelmente atacada: en 1991, el gobierno de Pakistán ha cerrado o privatizado empresas públicas, echando 250 000 obreros a la calle. En Uganda, un tercio de los empleados públicos han sido despedidos en 1990. En Kenia, “el gobierno decidió en 1990 no cubrir el 40% de los puestos vacantes en la función pública, así como que los servicios sociales los sufragaran directamente los usuarios”[16]. En Argentina, la parte de los asalariados en la renta nacional bajó de un 49% en 1975 al 30% en 1983.

La manifestación más evidente del fracaso total del capitalismo mundial es el desastre agrícola que padecen la inmensa mayoría de las naciones independizadas en el siglo xx: “La decadencia del capitalismo ha llevado a su extremo el problema campesino y agrario. No es, si se toma un punto de vista mundial, el desarrollo de la agricultura lo que se ha realizado, sino su subdesarrollo. El campesinado, como hace un siglo, sigue constituyendo la mayoría de la población mundial” [17]

Los nuevos países, a través del Estado que crea una telaraña burocrática de organismos de “desarrollo rural”, extienden las relaciones de producción capitalistas al campo, destruyendo las viejas formas de agricultura de subsistencia. Pero esto no produce el menor desarrollo sino el desastre total. Esas mafias del “desarrollo”, a las que se unen los caciques, terratenientes y usureros rurales, arruinan a los campesinos obligándoles a introducir cultivos de exportación que les compran a precios de risa mientras que les venden semillas, maquinaria a precios abusivos.

Con la desaparición de los cultivos de subsistencia, “las amenazas de hambre resultan hoy en día tan reales como lo eran en las economías anteriores: la producción agrícola por habitante es inferior al nivel de 1940. Señal de la anarquía total del sistema capitalista, la mayoría de los antiguos países agrícolas productores del “tercer mundo” se han convertido desde la Segunda Guerra mundial en importadores: Irán, por ejemplo, importa el 40% de los productos alimenticios que consume”[18].

Un país como Brasil, el de mayor potencial agrícola del mundo, ve como “a partir de febrero de 1991 es constatable la escasez de carne, arroz, judías, productos lácteos y aceite de soja” [19]. Egipto, granero de imperios a lo largo de la historia, importa hoy el 60% de los alimentos básicos. Senegal sólo produce el 30% de su consumo de cereales. En África, la producción alimenticia apenas llega a 100kilos por habitante mientras que el mínimo vital es de 145.

No obstante, la canalización de la producción hacia monocultivos de exportación tropieza con la caída general de los precios de las materias primas, tendencia que se agrava con la agudización de la recesión económica. En Costa de Marfil, los ingresos por ventas de cacao y café han caído un 55% entre 1986 y 1989. El precio del azúcar bajó en los países del África Occidental un 80% entre 1960 y 1985. En Senegal, un productor de cacahuete gana en 1984 menos que en 1919. En Uganda, la producción de café pasó de 186 000 toneladas en 1989 a 138 000 en 1990[20].

El resultado es la aniquilación creciente de la agricultura, tanto la de subsistencia como la de exportación basada en los cultivos industriales.

En ese contexto, forzados por la caída del precio de las materias primas y obligados por el fenomenal endeudamiento en que están atrapados desde mediados de los años 70, la mayoría de países de África, Asia, América han extendido todavía más los cultivos industriales y de exportación, han talado bosques, han realizado faraónicos pantanos y costosísimas obras de irrigación, con rendimientos cada vez más bajos y la esquilmación casi definitiva de los suelos. El desierto ha avanzado. Los recursos naturales tan generosos han sido aniquilados.

La catástrofe es de incalculables dimensiones: el río Senegal, que en 1960 tenía un caudal de 24 000 millones de metros cúbicos en 1983, había bajado a sólo 7000. La cobertura vegetal del territorio mauritano era del 15% en 1960 para caer al 5% en 1986. En Costa de Marfil (exportador de maderas valiosas), la superficie de bosques ha caído de 15 millones de hectáreas en 1950 a sólo 2 millones en 1986. En Níger, 30% de los suelos cultivables han sido abandonados y el rendimiento por hectárea de los cultivos cerealistas ha pasado de 600 kilos en 1962 a 350 en 1986. La ONU cifraba en 1983 el avance del desierto sahariano hacia el Sur en 150 km anuales[21].

Los campesinos son expulsados de sus lugares de origen y se amontonan en las grandes ciudades en horribles campos de chabolas. “Lima, que fue la ciudad jardín de los años 40, ha visto secarse sus aguas subterráneas e está invadida por el desierto. De 1940 a 1981 su población se multiplicó por 7. Ahora, con 400 kilómetros cuadrados de superficie y una tercera parte de la población peruana, ha cubierto el oasis de basurales y cemento y avanza sobre arenales. En el basurero del Callao niños descalzos y familias enteras trabajan en medio de un infierno donde el hedor es insoportable y millones de moscas pululan”[22].

“El capital ama a sus clientes pre capitalistas como el ogro a los niños: devorándolos. El trabajador de las economías pre capitalistas que ha tenido la desgracia de verse afectado por el comercio con los capitalistas sabe que, tarde o temprano, acabará en el mejor de los casos proletarizado, y en el peor - y es cada día lo más frecuente desde que el capitalismo entró en decadencia - en la miseria y la indigencia, en campos estériles o marginales, en las chabolas del extrarradio o de una aglomeración”[23].

Esa incapacidad para integrar a las masas campesinas en el trabajo productivo es la manifestación más evidente de la quiebra del capitalismo mundial. Su esencia es la generalización del trabajo asalariado, arrancando a los campesinos y los artesanos de sus viejas formas de trabajo pre capitalista, transformándolos en obreros asalariados. Esta capacidad de creación de nuevos empleos se estanca y retrocede a escala mundial a lo largo del siglo xx. Este fenómeno se manifiesta de manera aplastante en los nuevos países: mientras en el siglo xx la media de desempleo era en Europa del 4 al 6% y podía absorberse tras las crisis cíclicas, en los países del “tercer mundo” asciende al 20-30% y se convierte en un fenómeno permanente y estructural.

Las primeras víctimas de la descomposición mundial del capitalismo

Con la entrada del capitalismo desde fines de los años 70 en su etapa terminal de descomposición mundial, las primeras víctimas han sido toda la cadena de “jóvenes naciones” que, en los años 60-70, nos fueron presentadas por los adalides del orden burgués, desde “liberales” a estalinistas, como las “naciones del futuro”.

El hundimiento de los regímenes estalinistas desde mediados de 1989 ha dejado en un segundo plano la situación espantosa en la que se hunden esas “naciones del futuro”. Los países bajo la bota estalinista pertenecen al pelotón de países llegados demasiado tarde al mercado mundial y manifiestan todos los rasgos de los “nuevos países” del siglo xx, aunque sus especificidades[24] han hecho mucho más grave y caótico su hundimiento y le han dado una repercusión de una importancia histórico-mundial incalculablemente superior, especialmente a nivel de la agravación del caos imperialista[25].

Sin embargo, sin subestimar las particularidades de los países estalinistas, los demás países subdesarrollados presentan hoy las mismas características de base en cuanto a caos, anarquía y descomposición generalizada.

Explosión de Estados en mil pedazos

En Somalia, los jefes tribales del Norte anuncian el 24 de abril de 1991 la partición del país y la creación del Estado de “Somalilandia”. Etiopía se desmembra: el 28 de mayo, Eritrea se declaraba “soberana”; el Tigre, los Oromos, el Ogadén han escapado totalmente al control de la autoridad central. Afganistán se halla dividido en 4 gobiernos diferentes, cada cual controlando sus propios territorios: el de Kabul, el Islámico radical, el Islámico moderado y el Chiíta. Casi dos terceras partes del territorio peruano están en poder de mafias de narcotraficantes o de las mafias guerrilleras de Sendero Luminoso o Tupac Amaru. La guerra en Liberia ha provocado 15 000 muertos y la huida de más de un millón de personas (para una población total de 2,5 millones). Argelia, con el enfrentamiento abierto entre el FLN y el FIS (que recubre una pugna imperialista entre Francia y USA) se sumerge en el caos.

Derrumbe del Ejército

Las revueltas de soldados en Zaire, la explosión del ejército ugandés en múltiples bandas que aterrorizan a la población, la gangsterización generalizada de las policías de Asia, África, Sudamérica, expresan la misma tendencia, aunque de manera menos espectacular, que la actual explosión del Ejército de la ex-URSS.

Parálisis general del aparato económico

Los abastecimientos, los transportes, los servicios, se colapsan totalmente y la actividad económica se reduce a la mínima expresión: en la República Centroafricana, Bangui - la capital- “ha quedado totalmente aislada del resto del país, la ex-metrópoli colonial vive de los subsidios que llegan de Francia y del tráfico de diamantes “[26].

En estas condiciones el hambre, la miseria, la muerte, se generalizan. La vida no vale nada. En Lima, los hombres y mujeres más gruesos son secuestrados por bandas que los asesinan y venden su grasa a las empresas farmacéuticas y cosméticas de Estados Unidos. En Argentina, medio millón de personas sobreviven de la venta de hígados, riñones y otras vísceras. En El Cairo (Egipto), un millón de personas tienen como vivienda las tumbas del cementerio copto. Los niños son secuestrados en Perú o en Colombia para ser enviados a minas o explotaciones agrícolas donde trabajan en condiciones de esclavitud y mueren como moscas. La caída en el mercado mundial del precio de las materias primas lleva al capitalismo local a esas atroces prácticas para compensar la baja de sus ganancias. En Brasil, la imposibilidad de integrar a las nuevas generaciones en el trabajo asalariado dicta el salvajismo de bandas de policías y matones que se dedican al asesinato pagado de niños de las calles alistados en bandas mafiosas traficantes de todo tipo. Tailandia se ha convertido en el mayor prostíbulo del mundo, el SIDA se ha generalizado: 300 000 afectados en 1990, se prevén más de 2 millones para el año 2000.

La oleada de emigración que se ha acelerado desde 1986 proveniente de América Latina, África, Asia sanciona la quiebra histórica de esas naciones y, a través de ella, la quiebra del capitalismo.

La desintegración de unas estructuras sociales, nacidas como células degeneradas de un cuerpo mortalmente enfermo, el capitalismo decadente, vomitan literalmente masas humanas que huyen del desastre hacia las viejas naciones industriales, las cuales, confirmando su estancamiento económico, hace tiempo que han puesto el cartel de “cerrado” y sólo tienen frente a esas masas hambrientas el lenguaje de la represión, las matanzas, la deportación.

La humanidad no necesita nuevas fronteras sino abolir todas las fronteras

Las nuevas naciones del siglo xx no han engrosado el ejército proletario sino, lo que es más comprometedor para la perspectiva revolucionaria, han situado al proletariado de esas “nuevas naciones” en condiciones de una extrema fragilidad y debilidad.

El proletariado es una minoría en la inmensa mayoría de los países subdesarrollados: apenas constituye el 10-15% de la población (por más de 50% en los grandes países industrializados); está muy disperso en centros de producción a menudo alejados de los centros neurálgicos del poder político y económico; vive inmerso en una masa gigantesca de marginados y lumpen muy vulnerables a las ideologías más reaccionarias y que le influyen muy negativamente.

De otro lado, la forma en que se manifiesta el derrumbe del capitalismo en esos países, hace más difícil la toma de conciencia del proletariado:

  • dominación arrolladora de las grandes potencias imperialistas, lo que favorece la influencia del nacionalismo;
  • corrupción generalizada y despilfarro increíble de recursos económicos, lo que oscurece la comprensión de las verdaderas raíces de la quiebra del capitalismo;
  • dominación abiertamente terrorista del Estado capitalista, incluso cuando se dota de una fachada “democrática”, lo que da más peso a las mistificaciones democráticas y sindicales;
  • formas especialmente bárbaras y arcaicas de explotación del trabajo, lo que facilita la influencia del sindicalismo y el reformismo.

Comprender esta situación no significa negar que también en ellos, como parte inseparable de la lucha del proletariado mundial[27], los obreros tienen la fuerza y el potencial necesarios para luchar por la destrucción del Estado Capitalista y el poder internacional de los Consejos obreros: “la fuerza del proletariado en un país capitalista es infinitamente mayor que su proporción numérica dentro de la población. Y esto es así porque el proletariado ocupa una posición clave en el corazón de la economía capitalista y también porque el proletariado  expresa, en el dominio económico y político, los intereses reales de la inmensa mayoría de la población laboriosa bajo la dominación capitalista” (Lenin).

La verdadera lección es que la existencia de esas nuevas naciones en vez de aportar algo a la causa del socialismo lo que ha hecho ha sido justo lo contrario: oponer nuevos obstáculos, nuevas dificultades, a la lucha revolucionaria del proletariado.

“No se puede sostener, como lo hacen los anarquistas, que una perspectiva socialista seguiría abierta incluso aunque las fuerzas productivas estuvieran en regresión. El capitalismo representa una etapa indispensable y necesaria para la instauración del socialismo en la medida en que consigue desarrollar suficientemente las condiciones objetivas.

"Pero, de la misma forma que en el estadio actual se convierte en un freno respecto al desarrollo de las fuerzas productivas, igualmente la prolongación del capitalismo, más allá de este estadio, podría arrastrar la desaparición de las condiciones del socialismo. En ese sentido se plantea hoy la alternativa histórica: Socialismo o Barbarie”[28].

Las nuevas naciones no favorecen ni el desarrollo de las fuerzas productivas, ni la tarea histórica del proletariado, ni la dinámica hacia la unificación de la humanidad. Al contrario, son, como expresión orgánica de la agonía del capitalismo, una fuerza ciega que empuja hacia la destrucción de fuerzas productivas, las dificultades y la dispersión del proletariado, la división y atomización de la humanidad.

Adalen, 8/2/1992   


[1] Rosa Luxemburgo: La crisis de la socialdemocracia, parte VII.

[2]  Ídem, parte VII.

[3] Revista internacional, no.31, “El proletariado de Europa Occidental en el centro de la generalización de la lucha de clases”.

[4] Revista internacional, no.23, “La lucha del proletariado en la decadencia del capitalismo”.

[5] Ídem.

[6] Bilan, no.11, “Crisis y ciclos en la economía del capitalismo agonizante”.

[7] El estado del mundo, 1992.

[8] Ídem.

[9] “La India: cementerio a cielo abierto”, Revolución internationale, no.10.

[10] Ídem.

[11] Los datos han sido tomados de las estadísticas sobre ejércitos del mencionado anuario El estado del mundo, 1992. La selección de países y el cálculo de las medias han sido hechos por nosotros.

[12] “Acerca del imperialismo”, Revista internacional, no. 19.

[13] El estado del mundo.

[14] “Tesis sobre la crisis económica y política de los países del Este”, Revista internacional, no. 60.

[15] El estado del mundo, 1992.

[16] Ídem.

[17] Revista Internacional, no.24, “Notas sobre la cuestión agraria y campesina”.

[18] Ídem.

[19] El estado del mundo, 1992.

[20] Datos tomados del libro de R. Dumont Pour l'Afrique, j'accuse.

[21]  Ídem.

[22] Del artículo “El cólera de los pobres”, publicado en El País del 27 de mayo de 1991.

[23] Revista internacional, no.30: “Crítica de Bujarin”, 2ª parte.

[24] Ver las “Tesis sobre la crisis económica y política de los países del Este” en Revista internacional, no.60.

[25] Por otro lado, la identificación estalinismo = comunismo que tanto emplea hoy la burguesía para convencer a los proletarios de que no hay alternativa al orden capitalista, se hace más persuasiva sí se amplifican los fenómenos en el Este y se relativiza o se trivializa lo que sucede en las otras naciones del “tercer mundo”.

[26] El estado del Mundo, 1992.

[27] El centro de la lucha revolucionaria del proletariado lo constituyen las grandes concentraciones obreras de los países industrializados: ver en Revista Internacional, no.31 “El proletariado de Europa Occidental en el centro de la generalización de la lucha de clases”.

[28] “La evolución del capitalismo y la nueva perspectiva”, en Internationalisme, no.45.

 

Series: 

  • Balance de 70 años de luchas de “liberación nacional” [7]

II - Cómo el proletariado se ganó a Marx para el comunismo

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Las tesis teóricas de los   comunistas no se basan en  modo alguno en ideas o principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo.

“No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos” (Manifiesto comunista).

En el primer artículo de esta serie (Revista internacional, nº 68), tratamos de refutar el tópico burgués según el cual “el comunismo es un bello ideal, pero nunca funcionará”. Para ello, demostramos por qué el comunismo no es una “idea” inventada por Marx o cualquier otro “reformador del mundo”, sino el producto de un inmenso movimiento histórico que se remonta a las primeras sociedades humanas. Y, sobre todo, que la exigencia de una sociedad sin clases, sin propiedad privada y sin Estado, latía ya en cada gran agitación obrera, desde los orígenes del proletariado como clase social.

Antes incluso de que Marx naciera, ya existía un movimiento comunista del proletariado. Cuando Marx era aún un joven estudiante que comenzaba a interesarse por los grupos políticos democráticos radicales en Alemania, había ya una auténtica plétora de grupos y tendencias comunistas, especialmente en Francia, donde el movimiento obrero había dado ya los primeros pasos para el desarrollo de una perspectiva comunista. El París de finales de los años 1830 y principios de los 40, era un auténtico “hervidero” de esas corrientes. Por un lado, el comunismo utópico de Cabet –sucesor de las ideas bosquejadas por Saint-Simon y Fourier. Por otro, Proudhon y sus seguidores –precursores del anarquismo– pero que entonces realizaban una tentativa rudimentaria de crítica de la economía política de la burguesía, desde el punto de vista de los explotados. Estaban también los más insurgentes, los blanquistas, que habían dirigido un abortado levantamiento en 1839. Pervivían igualmente los herederos de Babeuf y la “Conspiración de los Iguales” de la gran revolución francesa. Junto a estas corrientes, coexistía además en aquel París, todo un medio de trabajadores e intelectuales alemanes exiliados. Los obreros comunistas se reagrupaban principalmente en la Liga de los Justos, animada por Weitling.

Marx entró en la lucha política a partir de la crítica de la filosofía. Durante sus estudios universitarios, sucumbió –a disgusto, pues Marx era poco dado a abrazar a la ligera cualquier principio– ante el hechizo de Hegel, que era entonces el “Maestro” reconocido en el campo de la filosofía en Alemania. El trabajo de Hegel representaba –en un sentido más profundo– el esfuerzo cumbre de la filosofía burguesa, el último gran intento de esta clase por dotarse de una visión global del movimiento de la historia y la conciencia humanas, tratando de hacerlo además, a través de un método dialéctico.

Sin embargo, muy pronto, Marx se sumó a los “Jóvenes hegelianos” (Bruno Bauer, Feuerbach...) que empezaban a darse cuenta de que las conclusiones del “Maestro”, no estaban en concordancia con su método, e incluso, que los elementos clave de ese método no eran ni siquiera correctos. Así, mientras que el método dialéctico de Hegel para abordar la historia, enseñaba que todas las formas históricas eran transitorias, que lo que en un período era “racional”, resultaba “irracional” en otro periodo... Hegel acababa planteando un “fin de la historia”, al considerar al Estado prusiano de entonces como una encarnación de la Razón. Del mismo modo, para los Jóvenes hegelianos que habían socavado con su rigor filosófico, la teología y la fe ciega, quedó definitivamente claro –y en ello tuvo mucho que ver el trabajo de Feuerbach– que Hegel reinstauraba a Dios y a la teología bajo la forma de la Idea absoluta. La intención de los Jóvenes hegelianos era, ante todo, la de llevar la dialéctica de Hegel hasta su conclusión lógica, llegando a una minuciosa crítica de la teología y la religión. Para Marx y los Jóvenes hegelianos, era absolutamente cierto que “la crítica de la religión es el origen de toda crítica” (Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, 1842).

Pero los Jóvenes hegelianos vivían en un Estado semifeudal, en el que criticar la religión estaba prohibido por el Estado censor, por lo que la crítica de la religión conducía rápidamente a la crítica política. Marx, tras la expulsión de Bauer de su cátedra en la Universidad, perdió toda esperanza de encontrar un cargo decente en ésta, por lo que se reorientó entonces hacia el periodismo político, comenzando pronto a atacar la política predominante en Alemania, es decir la lamentable política de los estúpidos “junkers”. Sus simpatías se inclinaron pronto por el campo republicano y democrático, como puede verse en sus primeros artículos de los Anales franco-alemanes o la Gaceta renana, donde se expresaba la oposición radical burguesa al feudalismo, y concentrándose en cuestiones de “libertad política”, tales como la libertad de prensa y el sufragio universal. De hecho, Marx se opuso explícitamente a las tentativas de Moses Hess que ya predicaba abiertamente posiciones comunistas, si bien de una manera bastante sentimental, tratando de colar ideas comunistas en las páginas de la Gaceta renana. En respuesta a una acusación formulada por la Gaceta general de Augsburgo que denunciaba que el periódico de Marx había adoptado el comunismo, Marx replicaba : “La Gaceta renana, que a las ideas comunistas en su forma actual no puede ni siquiera concederles realidad teórica y por lo tanto aun menos puede desear o considerar posible su realización práctica, someterá sin embargo estas ideas a una concienzuda crítica” (El comunismo y la Gaceta general de Augsburgo, Fernando Torres Ed., Valencia, 1983, pág. 165). Más tarde, en su famosa e igualmente programática Carta a Arnold Ruge (Septiembre, 1843, Correspondencia de los Anales franco-alemanes) expondrá que el comunismo de Cabet, Weitling..., no era más que una “abstracción dogmática”.

En realidad, las vacilaciones de Marx para adoptar una posición comunista recuerdan las dudas que tenía en sus primeras confrontaciones con Hegel. Y, aunque en realidad cada vez estuviera más cerca del comunismo, se negaba a cualquier tipo de adhesión superficial, consciente además de la debilidad de las tendencias comunistas de entonces. Por ello, en el mencionado artículo escrito para rechazar las ideas comunistas, añadía: “Si la augsburguesa, reclamara y fuera capaz de algo más que frases lustrosas, entonces comprendería que escritos como los de Leroux, Considérant, y sobre todo la inteligente obra de Proudhon no pueden ser criticadas con superficiales ocurrencias del momento, sino sólo después de estudios prolongados y profundos” (Ídem, pag. 165). Igualmente, en la ya citada Carta a Arnold Ruge aclaró que sus verdaderas objeciones al comunismo de Weitling y Cabet, no eran porque éste fuera comunista, sino porque era dogmático, por ejemplo, cuando se presentaba a sí mismo como si simplemente se tratase de una buena idea, o de un imperativo moral que un redentor celestial debería aportar a las doloridas masas. Frente a esto, Marx señalaba su propio planteamiento:

“Nada nos impide pues, encaminar nuestra crítica hacia la crítica política; tomar parte en la política, por ejemplo participando en las luchas existentes e identificándonos con ellas. Esto no quiere decir que debamos confrontarnos al mundo con nuevos principios doctrinarios y que proclamemos: aquí está la verdad. ¡Arrodillaos! Esto significa que deberemos desarrollar nuevos principios para el mundo a partir de los principios que ya existen en el mundo. Nosotros no decimos: abandonad vuestras  luchas pues son pura locura, y dejad que nosotros os proveamos de la verdad de nuestras consignas. En vez de esto, mostramos simplemente al mundo por qué lucha, y cómo deberá tomar conciencia de ello tanto si quiere como si no” (Carta a Arnold Ruge, de Septiembre de 1843).

Tras haber roto con la mistificación hegeliana que planteaba una etérea “autoconciencia” al margen del mundo real del hombre, Marx no podía reproducir el mismo error teórico a nivel político. La conciencia no existe previamente al movimiento histórico, ella sólo puede ser la conciencia del propio movimiento real.

El proletariado, clase comunista

Aunque en esta carta no hay una referencia explícita al proletariado, ni se define una adopción del comunismo, sabemos sin embargo que en esas fechas, Marx ya estaba en camino de hacerlo. Los artículos escritos en el periodo 1842-1843 sobre cuestiones sociales - la ley contra el robo de la leña en Prusia y la situación de los viticultores del Mosela - le llevaron a reconocer la importancia fundamental de los factores económicos y de la lucha de clases en la política. Efectivamente, más tarde Engels reconoció que “siempre oí decir a Marx que precisamente a través tanto de las leyes sobre el robo de leña, y la situación de los viticultores del Mosela, llegó a las relaciones entre economía y política y de ahí al socialismo”  (Carta de Engels a R. Fisher). Igualmente el artículo de Marx Sobre la cuestión judía, escrito a finales de 1843, es comunista en todo -excepto en el nombre- ya que aspira a una emancipación que va mas allá del simple ámbito político, a la liberación de la sociedad de la compra-venta, del egoísmo y la competitividad individual, de la propiedad privada.

No debe deducirse, sin embargo, que Marx alcanzó tales planteamientos únicamente a través de su propia capacidad para el estudio y la reflexión, por grande que ésta fuera. Marx no era un genio solitario que contemplara el mundo desde su pedestal. Al contrario, mantenía constantes discusiones con sus contemporáneos. Marx reconoció lo que debía a los escritos de Weitling, Proudhon, Hess y Engels. Particularmente con estos dos últimos mantuvo intensas discusiones cara a cara cuando estos ya eran comunistas y Marx aun no lo era. Engels tenía sobre todo la ventaja de haber sido testigo del capitalismo más avanzado en Inglaterra, y haber empezado a plantear una teoría sobre el desarrollo capitalista y la crisis que resultó vital en la elaboración de una crítica científica de la economía política. Engels tenía igualmente el privilegio de tener una visión de primera mano sobre el movimiento Cartista en Gran Bretaña, que ya no era un pequeño grupo político, sino un auténtico movimiento de masas ; clara evidencia de la capacidad del proletariado para constituirse en una fuerza política independiente en la sociedad. Pero quizás lo que más influyó para convencer a Marx de que el comunismo podía ser más que una utopía, fue su contacto directo con los grupos de obreros comunistas en Paris. Las reuniones de estos grupos le causaron una tremenda impresión:

“Cuando los obreros comunistas se asocian, su finalidad es inicialmente la doctrina, la propaganda, etc. Pero al mismo tiempo adquieren con ello una nueva necesidad, la necesidad de la sociedad, y lo que parecía medio se ha convertido en fin. Se puede contemplar este movimiento práctico en sus más brillantes resultados cuando se ven reunidos a los obreros socialistas franceses. No necesitan ya medios de unión, o pretextos de reunión como el fumar, el beber, el comer, etc. La sociedad, la asociación, la charla, que a su vez tienen la sociedad como fin, les basta. Entre ellos la fraternidad de los hombres no es una frase, sino una verdad, y la nobleza del hombre brilla en los rostros endurecidos por el trabajo” (Manuscritos de economía y filosofía, 1844. Ed. Alianza, Madrid 1989, pag. 165).

Debemos disculpar a Marx una cierta exageración en este pasaje ya que las asociaciones comunistas, las organizaciones obreras no han sido nunca un fin en sí mismas. Sin embargo para lo que nos interesa el pasaje es plenamente significativo: al participar en el emergente movimiento obrero, Marx fue capaz de darse cuenta de que el comunismo, la fraternidad real y concreta de los hombres, no tenía por qué ser únicamente un bello ideal, sino un proyecto práctico. Fue en el París de 1844, cuando Marx se identificó a sí mismo, por primera vez, como comunista.

Así pues, lo que sobre todo permitió a Marx superar sus dudas sobre el comunismo, fue el reconocimiento de que existía una fuerza en la sociedad que tenía un interés material en el comunismo. Desde que el comunismo ha dejado de ser una abstracción dogmática, un simple “bello ideal”, el papel de los comunistas no puede reducirse a predicar sobre los males del capitalismo y los beneficios del comunismo, sino que han debido involucrarse, identificándose con las luchas de la clase obrera, mostrando al proletariado el porqué de su lucha y  cómo deberá tomar conciencia del fin último de ella. La adhesión de Marx al comunismo coincide con su adhesión a la causa del proletariado, ya que éste es la clase portadora del comunismo. La exposición clásica de esta posición puede encontrarse en la Introducción a la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Aunque este artículo estaba dedicado a tratar la cuestión de qué fuerza social podía conseguir la emancipación de Alemania de sus cadenas feudales, la respuesta que proporciona es ciertamente más apropiada a la pregunta de cómo el género humano puede emanciparse del capitalismo: “¿Dónde reside, pues, la posibilidad positiva de emancipación alemana? Respuesta : en la formación de una clase con cadenas radicales, de una clase de la sociedad burguesa que no es una clase de la sociedad burguesa ; de un Estado que es la disolución de todos los Estados ; de una esfera que posee un carácter universal por sus sufrimientos universales y que no reclama para sí ningún derecho especial, porque no se comete contra ella ningún desafuero especial, sino el desafuero puro y simple ; que no puede apelar ya a un título histórico, sino simplemente al título humano ; ... de una esfera, por último, que no puede emanciparse sin emanciparse de todas las demás esferas de la sociedad y, al mismo tiempo, emanciparlas a todas ellas ; que es, en una palabra, la pérdida total de la humanidad y que, por tanto, sólo puede ganarse a sí misma mediante la recuperación total del hombre. Esta disolución de la sociedad como una clase especial es el proletariado”.

A pesar de que en Alemania, la clase obrera estaba en los albores de su formación, la relación de Marx con el movimiento obrero en Francia y Gran Bretaña, le había convencido del potencial revolucionario de esta clase. Existía por fin una clase que encarnaba todos los sufrimientos de la humanidad, en esto no se diferencia de las clases explotadas que la habían precedido en la historia, aunque su “pérdida de humanidad” alcanza un nivel mucho más avanzado en ella. Pero en otros aspectos, la clase obrera era totalmente diferente de las clases explotadas anteriores, lo cual apareció claramente una vez que el desarrollo de la industria moderna hizo surgir el proletariado industrial moderno. Contrariamente a las anteriores clases explotadas, como el campesinado en el feudalismo, el proletariado es, ante todo, una clase que trabaja de manera asociada. Eso quiere decir, para empezar, que no puede defender sus intereses inmediatos más que mediante una lucha asociada, uniendo sus fuerzas contra todas las divisiones impuestas por el enemigo de clase. Pero eso quiere decir también que la respuesta final a su condición de clase explotada no puede basarse sino en la creación de una auténtica asociación humana, de una sociedad basada en la libre cooperación y no en la competencia y la dominación. Y al fundarse en el enorme progreso de la productividad del trabajo aportado por la industria capitalista, esa asociación no volvería atrás, hacia una forma inferior, bajo la presión de la penuria, sino que sería la base de la satisfacción de las necesidades humanas en la abundancia. Es así como el proletariado moderno contiene en sí mismo, en su propio ser, la disolución de la vieja sociedad, la abolición de la propiedad privada y la emancipación de toda la humanidad:

“Cuando el proletariado anuncia la disolución del actual orden del mundo, enuncia de hecho el secreto de su propia existencia, porque representa la disolución efectiva de ese orden del mundo. Cuando el proletariado exige la negación de la propiedad privada lo que en realidad hace es elevar a principio para toda la sociedad, lo que la sociedad ha establecido ya como principio para el proletariado, que encarna en el proletariado, sin su consentimiento, como resultado negativo de la sociedad” (Ídem).

Por ello, apenas un par de años más tarde, Marx pudo definir en La ideología alemana, (Ed. Grijalbo, Barcelona 1972) el comunismo como “el movimiento real que realiza la abolición del vigente estado de cosas”. El comunismo es pues el movimiento real del proletariado, que llevado por su naturaleza más profunda, por sus intereses materiales más prácticos, exige la apropiación colectiva de toda la riqueza de la sociedad.

Frente a tales argumentos, los filisteos de entonces replicaron de idéntica manera a como lo hacen hoy: “¿Cuantos obreros conocéis que quieran una revolución comunista? La inmensa mayoría de ellos parecen bastante resignados a la suerte que pueda depararles el capitalismo”. A lo que Marx pudo responder: “No se trata de saber lo que tal o cual proletario, ni incluso el proletariado en su conjunto se propone en un momento determinado como fin. Se trata de saber lo que el proletariado es y lo que debe históricamente hacer de acuerdo a su ser” (La sagrada familia, 1844, Ed. Acal Madrid 1977, pag. 51). Marx previene aquí contra una comprensión basada en el simple empirismo de la opinión de un obrero particular, o por el nivel de conciencia que la inmensa mayoría del proletariado tiene en un momento determinado. En cambio, el proletariado y su lucha deben ser vistos en un contexto que abarque la globalidad de su movimiento histórico, incluyendo su futuro revolucionario. Precisamente la capacidad de Marx para ver al proletariado en un cuadro histórico le permitió predecir que una clase que en aquel entonces representaba una minoría de la sociedad, y que solo había alterado el orden burgués a escala local, podría algún día ser la fuerza que trastornase todo el mundo capitalista hasta sus cimientos.

Los filósofos no han hecho sino interpretar el mundo,
se trata ahora de transformarlo

El mismo artículo en el que Marx reconocía el carácter revolucionario de la clase obrera, contenía igualmente el atrevimiento de proclamar que  “la filosofía encuentra sus armas materiales en el proletariado”. Para Marx, Hegel había marcado el punto álgido de la evolución no sólo de la filosofía burguesa, sino de la filosofía en general, desde sus primeros pasos en la Grecia antigua. Pero tras alcanzar la cima, el descenso era vertiginoso. Primero con Feuerbach, materialista y humanista que puso al descubierto el Espíritu absoluto de Hegel como la última manifestación de Dios, y que tras desenmascarar a Dios como la proyección de los poderes usurpados a los hombres, elevó en su lugar el culto al hombre. Este era sin duda un síntoma del inminente fin de la filosofía como tal. Todo ello animaba a Marx, como vanguardia del proletariado, a darle el tiro de gracia. El capitalismo había establecido su dominación efectiva sobre la sociedad, y la filosofía había dicho su última palabra, ya que ahora la clase obrera había formulado (de manera más o menos grosera aún) un proyecto realizable para la emancipación práctica de la humanidad de las cadenas seculares. Desde ese punto de vista, era totalmente correcto afirmar como hizo Marx que “entre la filosofía y el estudio del mundo, hay una relación similar a la que existe entre la masturbación y el amor sexual” (La ideología alemana, 1845, Ed. Grijalbo, Barcelona 1972). El vacío en el terreno de la “filosofía” burguesa después de Feuerbach avala esta tesis[1].

Los filósofos realizaron sus distintas interpretaciones del mundo. En el campo de la “filosofía natural”, los estudios del universo físico, han debido ceder su sitio a los científicos de la burguesía. Y ahora, con la aparición del proletariado, tuvieron que ceder su autoridad en todas las materias referentes al mundo humano. Al encontrar sus armas prácticas en el proletariado, la filosofía carecía de sentido como una esfera independiente. Para Marx, esto significaba en la práctica una ruptura tanto con Bruno Bauer como con Feuerbach. Respecto a Bauer y sus seguidores que se habían retirado a una auténtica torre de marfil del auto contemplación -presentada bajo el oropel de la Crítica crítica-, Marx fue extremadamente sarcástico, calificando su filosofía como auto abuso. Respecto a Feuerbach, sin embargo manifestó un profundo respeto, y nunca olvidó las contribuciones de éste para “poner a Hegel en su sitio”. Básicamente, la crítica que dirigió al humanismo de Feuerbach era que según éste, el hombre era una abstracción, una criatura encadenada, divorciada de la sociedad y de su evolución histórica. Por tal razón, el humanismo de Feuerbach sólo podía desembocar en una nueva religión basada en el ser humano. Pero, como insiste Marx, la humanidad no podrá ser una unidad hasta que la división en clases haya alcanzado su punto final de antagonismo. Por ello, lo que los filósofos honrados deben hacer a partir de entonces es unir su suerte a la del proletariado.

La frase antes mencionada dice en su totalidad: “Del mismo modo que la filosofía encuentra sus armas materiales en el proletariado, también éste halla sus armas intelectuales en la filosofía”. La supresión efectiva de la filosofía por el movimiento proletariado no implica que éste lleve a cabo una decapitación de la vida intelectual. Al contrario, habiendo asimilado lo mejor de la filosofía, y por extensión, los conocimientos acumulados por la burguesía y las formaciones sociales anteriores; y acometiendo la tarea de transformarlos en una crítica científica de las condiciones existentes, Marx no llegó al movimiento obrero con las manos vacías, sino que trajo con él sobre todo los métodos más avanzados y las conclusiones elaboradas por la filosofía alemana. A los que sumó, junto a Engels, los descubrimientos de los más lúcidos economistas políticos de la burguesía. En ambos terrenos, esto era la expresión del apogeo intelectual de una clase que no sólo tenía aún un carácter progresista, sino que además acababa de completar el período heroico de su fase revolucionaria. La incorporación de personalidades como Marx y Engels a las filas del proletariado marca un salto cualitativo en el auto clarificación de éste, un avance desde los balbuceos intuitivos, especulativos, semi-teóricos,  al estadio de la investigación y comprensión científicas. En materia organizativa, este paso se saldó con la transformación de lo que se parecía más a una secta conspirativa -la Liga de los Justos- en la Liga de los Comunistas, que adoptó el Manifiesto comunista, como programa en 1847.

Insistimos en que esto no significa que la conciencia haya sido inyectada al proletariado, desde no se sabe qué altísimo plano astral. A la luz de lo que antes hemos expuesto, puede verse con claridad que la tesis de Kautsky de que la conciencia socialista es exportada a la clase obrera desde la intelectualidad burguesa, es simplemente una repetición del error utopista que Marx criticó en las Tesis sobre Feuerbach:

“La doctrina materialista por el medio y por la educación se olvida de que el medio es transformado por los hombres y que el propio educador ha de ser previamente educado. De ahí que esta doctrina desemboque necesariamente en una división de la sociedad en dos partes, estando una de ellas por encima de la sociedad.

“La coincidencia de los cambios en las circunstancias y de la actividad humana puede únicamente ser concebida y racionalmente comprendida como práctica revolucionaria”.

En otros palabras, la tesis de Kautsky -que retomó Lenin en el Qué hacer aunque posteriormente la abandonó ([2])- es de entrada, una expresión del materialismo grosero que ve a la clase obrera eternamente condicionada por las circunstancias de su explotación e incapaz de tomar conciencia de su situación real. Para romper este círculo vicioso, el materialismo vulgar, retorna entonces al más abyecto idealismo, sacándose de la manga una “conciencia socialista” que no se sabe por qué misteriosa razón resulta que es inventada... ¡ por la burguesía ! Esta forma de ver las cosas es justamente la contraria de la que Marx planteó. Así en La ideología alemana, se puede leer :

“Desde la concepción de la historia que hemos bosquejado, extraemos las siguientes conclusiones : en el desarrollo de las fuerzas productivas, llega un momento en que las fuerzas productivas y los medios de intercambio alcanzan una situación en que, bajo las actuales relaciones, sólo pueden causar maldad y dejan de ser productivas para convertirse en fuerzas destructivas... y relacionado con esto,  una clase está llamada, una clase que tiene que sostener todas las cargas de la sociedad sin gozar de sus ventajas ; que expulsada de la sociedad se ve empujada al más decidido antagonismo con todas las otras clases, una clase que forma la mayoría de los miembros de la sociedad y de la que emana la conciencia de la necesidad de una revolución fundamental, la conciencia comunista, que debe, por supuesto, expandirse también entre las otras clases, mediante la comprensión de la situación de esta clase”.

Más claro todavía: la conciencia comunista emana del proletariado, y como resultado de ello, elementos provenientes de otras clases son capaces de alcanzar una conciencia comunista, pero sólo rompiendo con la ideología “heredada” de su clase y adoptando el punto de vista del proletariado. Este punto de vista fue especialmente enfatizado en el siguiente pasaje del Manifiesto comunista:

“En los períodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace, el proceso de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y tan agudo que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir. Y así como antes una parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días una parte de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado hasta la comprensión teórica del conjunto del movimiento histórico”.

Marx y Engels pudieron aportar al proletariado lo que le aportaron porque  renegaron de la clase dominante; pudieron comprender teóricamente el conjunto del movimiento histórico porque analizaron la filosofía burguesa y la economía política desde el punto de vista de la clase explotada. O dicho de otra manera, el proletariado al ganarse a Marx y Engels fue capaz de apropiarse de la riqueza intelectual de la burguesía y aprovecharla para sus propios fines. Pero no hubiera sido capaz de hacerlo si no estuviera ya acometiendo la tarea del desarrollar una teoría comunista. Marx fue bastante explícito sobre esto al describir a los trabajadores Proudhon y Weitling como teóricos del proletariado. En resumen, la clase obrera tomó la filosofía burguesa y la economía política y las fraguó con yunque y martillo hasta lograr esa arma indispensable que llamamos marxismo, pero que no es sino “la adquisición teórica fundamental de la lucha del proletariado..., la única concepción que expresa realmente el punto de vista de esta clase” (Plataforma de la Corriente comunista internacional).

En el próximo artículo de esta serie veremos las primeras descripciones de Marx y Engels sobre la sociedad comunista, y las concepciones iniciales del proceso revolucionario que lleva a ella.

CDW   


[1] Desde entonces, sólo aquellos filósofos que han reconocido la bancarrota del capitalismo han aportado algo. Traumatizados  por la barbarie creciente del sistema capitalista decadente, pero incapaces de concebir que pueda existir otra cosa que el capitalismo, decretan no sólo que la sociedad actual, sino la existencia misma, es un absurdo total. Pero el culto a la desesperación no es una buena publicidad para la salud de la filosofía de una época.

[2] Ver nuestro artículo en la Revista internacional nº 43: “Respuesta a la Communist Workers Organization. Sobre la maduración subterránea de la conciencia”. La CWO, y el Buró internacional para el Partido revolucionario a la que está afiliada, continúan hoy defendiendo una versión apenas matizada de la teoría de Kautsky sobre la conciencia de clase.

 

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material [1]

Crisis Económica: Guerra comercial, engranaje infernal de la concurrencia capitalista

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Crisis Económica: Guerra comercial

engranaje infernal de la concurrencia capitalista

Con los términos “guerra “, “batalla “, “invasión “, el lenguaje belicista invade la economía y el comercio. La crisis económica que hace estragos desde hace tiempo, provoca la competencia por unos mercados solventes, que se derriten como nieve al sol, que se hace cada día más áspera y toma la forma de una verdadera guerra comercial. En el capitalismo siempre ha existido la competencia económica, es inherente a su ser; pero hay una diferencia fundamental entre los períodos de prosperidad, cuando las empresas capitalistas luchan para abrir mercados y aumentar sus beneficios, y los períodos de crisis aguda como el actual en los que ya no se trata tanto de aumentar los beneficios como de reducir las pérdidas y poder sobrevivir en una batalla económica cada vez más dura. Una prueba evidente de esa pelea económica que causa estragos es el récord histórico de quiebras en todos los países del mundo. Estas han aumentado en Inglaterra el 56 % en 1991 y el 20 % en Francia, una hecatombe que afecta a todos los sectores de la economía.

El transporte aéreo un ejemplo entre otros muchos

El transporte aéreo es un ejemplo muy significativo de la guerra comercial que afecta a todos los sectores. Desde hace décadas el avión es el símbolo del desarrollo de los intercambios internacionales y del comercio moderno.

Desde la Segunda Guerra mundial hasta principios de los años 70, el boom de este tipo de transporte permitió a las empresas del sector repartirse un mercado en plena expansión, que les permitía amplios márgenes de desarrollo en unas condiciones de escasa competencia. Las grandes compañías crecieron   apacible-mente bajo la protección de las leyes y los reglamentos de unos Estados que las apadrinaban. Las quiebras eran raras y solo afectaban a empresas de menor importancia.

Con la reaparición de la crisis a finales de los 60 la competencia se hace mucho más ruda. El desarrollo de las compañías “charter “, que hacen la competencia a las grandes compañías en las líneas más rentables, rompe el monopolio y anuncia la terrible crisis que se desarrollará en los años 80. Los reglamentos que limitaban la competencia vuelan en pedazos bajo la presión de ésta: la desregulación del mercado interior americano a principios de la era Reagan es el toque de difuntos para el período de prosperidad y seguridad que durante años habían vivido las grandes compañías aéreas. En una década las grandes compañías aéreas americanas han pasado de 20 a 7. En los últimos años los monstruos del transporte aéreo americano han aterrizado brutalmente en la bancarrota: aún más recientemente la TWA se ha declarado en quiebra engrosando el cementerio de alas caídas de los PanAm, Eastern, Braniff...

Las pérdidas se acumulan. En 1990, la Continental ha tenido unas pérdidas de 2 343 millones de $; la US Air de 454 millones; la TWA 237 millones. La situación es aún peor en 1991: United Airlines y Delta Airlines, las dos únicas grandes compañías que en 1990 anunciaban beneficios tuvieron respectivamente 331 millones de pérdidas para el año y 174 millones para el primer semestre.

En Europa la situación no es más boyante para las grandes compañías aéreas: Lufthansa acaba de anunciar una provisión 400 millones de marcos para pérdidas, Air France anuncia unas pérdidas consolidadas de 1,15 millones de francos en el primer semestre de 1991. SAS acumula 514 millones de coronas suecas de pérdidas en el primer trimestre de 1991. Sabena está en venta, y es la hecatombe para las pequeñas compañías de transporte regional. En cuanto a la primera compañía aérea mundial, oficialmente Aeroflot, no tiene queroseno para sus aviones y está a punto de desmembrarse con la desaparición de la URSS.

Este sombrío balance tiene su explicación oficial en la guerra del Golfo que, en efecto, hizo bajar la demanda durante algunos meses. Pero una vez acabada las cuentas no se han enderezado y la mentira se ha acabado. La recesión de la economía mundial no es resultado de la guerra del Golfo, y el transporte aéreo es un perfecto resumen de sus efectos devastadores.

Se abandonan las líneas menos rentables y regiones enteras del planeta, las menos desarrolladas, están cada vez peor comunicadas con los centros industriales del capitalismo.

La competencia hace estragos en los trayectos más rentables, los vuelos sobre el Atlántico norte se han multiplicado llevando a un exceso de capacidad y disminuyendo la tasa de ocupación en los aviones, mientras que la guerra de precios produce tarifas de dumping destruyendo así su rentabilidad.

Durante los años en que el mercado era más floreciente, las compañías aéreas emprendieron programas ambiciosos de compra de aviones, endeudándose fuertemente en la perspectiva de un próspero futuro. Hoy se encuentran con aviones nuevos que no pueden usar al tiempo que anulan o retrasan los pedidos de otros nuevos a los constructores. Los aviones no encuentran comprador ni siquiera en el mercado de segunda mano, y los “jets “ se encuentran inmovilizados en aeropuertos-parking.

Las compañías aéreas, para restaurar sus deficitarias arcas, recortan en todas las rúbricas de sus cuentas de explotación:

- despiden a manos llenas: en los últimos diez años no hay una sola compañía que no haya despedido; decenas de miles de trabajadores muy cualificados pasan al paro sin ninguna posibilidad de encontrar trabajo en un sector en crisis;

-”aligeran “ el mantenimiento de los aviones: varias compañías han sido descubiertas en los últimos años saltándose las estrictas reglas de control del estado de los aparatos;

- reducen los presupuestos de formación del personal y flexibilizan las exigencias de cualificación de técnicos y pilotos;

-someten a unas condiciones de explotación cada vez más severas al personal de vuelo.

Con estas medidas la seguridad se degrada y los accidentes se multiplican.

De un lado las compañías hacen draconianas economías para reflotar sus resultados, y de otro las reglas de la competencia las empujan hacia gastos exorbitantes. Una regla de supervivencia en condiciones de competencia exacerbada es buscar un tamaño óptimo, a través de alianzas comerciales, para aprovechar las “economías de escala “, mejorar la gestión del material de vuelo y las redes comerciales, lo que significa de entrada fuertes inversiones. Un ejemplo entre otros muchos : Air France, que acaba de comprar UTA, fusionarse con Air Inter, participar en la compañía checa, quiere comprar la compañía belga Sabena no porque sea muy interesante económicamente, sino simplemente para impedir que se apodere de ella la competencia. Tales dispendios conducen ante todo a una escalada del endeudamiento. Para tratar de sobrevivir, todas las compañías entran en este juego de “quien pierde gana “, donde las victorias son pírricas y se hipoteca el futuro.

La guerra comercial que sacude el transporte aéreo ilustra lo absurdo de un sistema que se fundamenta en la concurrencia, y manifiesta las contradicciones catastróficas en que se hunde el capitalismo en crisis. Esta realidad afecta a todos los sectores de la economía y a todas las empresas, desde las más grandes a las más pequeñas. Pero al mismo tiempo pone al desnudo otra realidad característica del capitalismo en su fase decadente: el papel dominante del capitalismo de Estado.

Los Estados en el centro de la guerra comercial

El transporte aéreo es un sector estratégico esencial para cualquier Estado capitalista, no solo en el plano estrictamente económico sino también en el militar. Durante el conflicto del Golfo, se han requisado aviones para el transporte de las tropas, poniendo la aviación civil al servicio de las necesidades de la guerra. Cada Estado, cuando puede, se dota de una compañía aérea que lleva su bandera y que ostenta una posición monopolística sobre las líneas interiores. Todas las compañías aéreas, por poco importantes que sean, están bajo el control de un Estado. Eso es evidente para compañías como Air France, cuyo propietario es directamente el Estado francés, pero también es cierto para compañías que ostentan la condición de privadas. Estas dependen totalmente de un arsenal jurídico-administrativo que los Estados articulan para controlarlas de cerca. Son, a menudo, los lazos más ocultos de control de capital los que están en juego, como se vio durante la guerra de Vietnam con Air América que estaba realmente controlada por la CIA. En la guerra comercial en que está metido el sector del transporte aéreo, como en los demás sectores, quienes se enfrentan no son simplemente las compañías, entre bastidores están los Estados.

El discurso ofensivo del capitalismo norteamericano envuelto en los pliegues de los estandartes del “liberalismo “, las sacrosantas leyes del mercado y “libre competencia “, es pura mentira. El proteccionismo estatal es la regla general. Cada Estado protege su mercado interior, sus empresas, su economía. Ahí también el sector aéreo es un buen ejemplo. Mientras que USA se erige en campeón de la desregulación en nombre de la “libre competencia “, en realidad el mercado interior está protegido, y reservado a los transportistas americanos. Cada Estado dicta un fárrago de leyes, reglamentos, normas, para limitar la penetración de los productos extranjeros. El discurso del liberalismo trata de hacer que los demás Estados abran su mercado interior. En todas partes, el Estado es el principal agente económico y sus empresas son los paladines de un capitalismo de Estado u otro. La forma jurídica de su propiedad, pública o privada, no cambia nada. El mito de las multinacionales agitado por los izquierdistas en los años 70 es ya viejo. Estas empresas no son independientes del Estado, son la flecha del imperialismo económico de los mayores Estados del mundo.

Las rivalidades económicas en la lógica del imperialismo

El hundimiento del bloque ruso, al terminar con la amenaza militar del ejército rojo, quiebra una de las bazas esenciales con que contaba USA para imponer su disciplina a los países que componían el bloque occidental. Alemania o Japón, principales competidores de los EE.UU., ya no son fieles aliados. Antes aceptaban la disciplina económica que les imponía el tutor norteamericano a cambio de su protección militar. Pero hoy ya no es el caso. Es el cada uno a la suya y la guerra comercial. Lógicamente, a las armas de la competencia económica se unen los medios del imperialismo. Esta es la realidad que Dan Quayle expresa en voz alta: “No hace falta reemplazar la guerra fría por la guerra comercial “, a lo que añade por si cabe alguna duda que “el comercio es una cuestión de seguridad “ y “una seguridad nacional e internacional exige una coordinación entre seguridad política, militar y económica “.

En la batalla económica, los argumentos de la propaganda ideológica sobre el liberalismo no tienen nada que ver con la realidad. La última reunión del G7 [1] y las negociaciones del GATT [2] son un ejemplo evidente de que son los Estados quienes negocian en nombre del liberalismo.

Se acabó el tiempo en que los Estados- Unidos imponían su ley. El G7 no ha logrado acuerdo alguno para intentar un relanzamiento mundial ordenado. Alemania enfrascada en su reunificación hace de Llanero solitario, manteniendo elevadas tasas de interés, dificultando a otros países bajar las suyas lo que habría favorecido ese hipotético relanzamiento. El viaje del presidente Bush a Japón, que tenía como misión explícita abrir el mercado japonés a las exportaciones americanas, ha sido un fiasco. Las negociaciones del GATT se atascan pese a los esfuerzos de USA, que utiliza todas las bazas de su poderío económico e imperialista para tratar de imponer sacrificios económicos a sus competidores europeos.

Estas negociaciones parecen una jaula de grillos donde USA y la CEE se acusan mutuamente, con razón,  de hacer trampas al subvencionar sus exportaciones, y saltarse las sacrosantas leyes del libre cambio. Los Estados europeos subvencionan directamente a los constructores del avión Airbus con ayudas, préstamos, avales, mientras que el Estado norteamericano subvenciona indirectamente a sus constructores aeronáuticos con encargos militares o presupuestos de investigación. En 1990 los países de la CEE dedicaron 600 mil millones de dólares a ayudar a sus industrias. En el sector agrícola, ese mismo año, crecieron las subvenciones un 12 % en la CEE. Un granjero americano se beneficia, como media, de una subvención de 22 000 dólares; uno japonés de 15 000 dólares; y un europeo de 12 000 dólares. Las dulces palabras liberales sobre la magia del mercado son pura hipocresía: asistimos a la intervención permanente y reforzada del Estado en todos los terrenos.

Las frases sobre la libre competencia, el libre comercio y la lucha contra el proteccionismo son pólvora del salvas, cualquier medio es bueno para que los capitales nacionales aseguren la supervivencia de su economía y la de sus empresas en la pelea por el mercado mundial: subvenciones, dumping, sobornos, son prácticas corrientes entre empresas que actúan bajo el manto protector de su Estado. Cuando esto no basta, los hombres de Estado se erigen en representantes del comercio, añadiendo a los argumentos económicos el de su potencia imperialista. Ahí EE.UU. da un buen ejemplo. Con su economía agarrotada por la recesión y su competitividad disminuida, echa mano de los argumentos que le suministra su poderío imperialista, como medio esencial para abrirse mercados que el simple juego de la competencia económica no le permite conquistar. Todos los Estados, en la medida de sus posibilidades, hacen lo mismo.

Todo vale en la batalla por sobrevivir, es la ley de la guerra comercial, como en cualquier otra guerra. El “exportar o morir “que decía Hitler, se ha convertido en la obsesiva consigna de todos los Estados del mundo.

La desorganización y la anarquía reinan en el mercado mundial, la tensión aumenta y la dinámica hacia el caos no podrá frenarse con un acuerdo formal del GATT. Después de muchos años de negociaciones a navajazos intentando poner algo de orden en el mercado, la situación se hace totalmente incontrolable. Se multiplican los trueques, cosa que se pega de tortas con los reglamentos del GATT, y cada Estado se dedica a buscarle las vueltas a los futuros acuerdos para saltárselos a la torera.

Con el desarrollo de la recesión la guerra comercial se va a intensificar

Pese a los deseos y esperanzas de los dirigentes del mundo entero la economía americana no logra salir de recesión en la que entró, oficialmente, hace más de un año. La reducción de la tasa de descuento del Banco Federal, destinada a relanzar la economía, solo ha conseguido frenar su caída y limitar los estragos. El año 1991 se salda con una caída del 0,7 % del PNB americano. Los demás países industrializados siguen el mismo camino.

En Japón, la producción industrial ha bajado un 4 % en los doce meses anteriores a Enero de 1992. En el último trimestre de 1991, la producción industrial ha caído un 4 % en la parte occidental de Alemania, un 29,4 % en Suecia (!), un 0,9 % en Francia. En Inglaterra, el PIB ha disminuido un 1,7 % en el año 91. La recesión se ha generalizado a los grandes países industriales.

El reciente discurso de Bush sobre el estado de la Unión del que se esperaba el anuncio de medidas para salir del marasmo, ha sido una decepción. En lo esencial se trata de un mezcladillo de recetas que ya han demostrado ampliamente su ineficacia y cuyo objetivo es más electoralista que otra cosa. La disminución de los impuestos va a aumentar aún más el déficit presupuestario que alcanzó ya los 270 mil millones de dólares en 1991 y que será en 1992 de 399 mil millones según las previsiones oficiales, lo que agrava todavía más el problema de la deuda americana. En cuanto a la reducción del presupuesto de armamento, los famosos dividendos de la paz, hundirá aun más la economía americana en el marasmo al disminuir los encargos de Estado a un sector ya en crisis, en el que se anuncian ya más de 400 000 despidos para el año próximo.

El único aspecto que se podría calificar de positivo en la economía americana en 1991 ha sido el enderezamiento de su balanza comercial, aunque ésta continua siendo ampliamente deficitaria. Para los 11 primeros meses del 91 alcanzó 64 700 mil millones de dólares, que absorbieron el 36 % de los 101 700 mil millones de dólares del mismo período del año anterior. Pero este resultado no viene de una mayor competitividad de la economía americana, sino de que USA ha empleado conjuntamente todos los medios económicos y militares que le permite su estatuto de primera potencia en la guerra económica que se libra en el mercado mundial. El enderezamiento de la balanza comercial americana significa, ante todo, la degradación de la balanza de otros países, en particular sus competidores, y por tanto una agravación de la crisis mundial y una competencia cada vez más fuerte en el mercado mundial.

La mentira nacionalista es un peligro para la clase obrera

El corolario de la guerra comercial es el nacionalismo económico. Cada Estado intenta enrolar a sus obreros en la guerra económica, pidiéndoles que se aprieten el cinturón solidariamente como necesita el defensa de la economía nacional, y lanza campañas para alentar la compra de productos nacionales. Buy american (“compre americano “) es el nuevo eslogan de los lobbis proteccionistas americanos.

Desde hace muchos años los obreros son llamados a la cordura, la responsabilidad, a aceptar las medidas de austeridad para que mañana las cosas andén mejor, pero cada año van peor. En todos los países la clase obrera es la primera víctima de la guerra económica. Su salario y su poder de compra se han reducido en nombre de la competitividad económica, se le ha despedido en nombre de salvar la empresa. La peor trampa para los proletarios sería creer la mentira del nacionalismo económico como solución, como mal menor, frente a la crisis. Esta propaganda nacionalista que hoy martillean incesantemente para que los obreros destilen más sudor para el capital, es la misma justificación con la que pidieron su sangre en defensa de la patria.

La guerra comercial, con sus estragos en la economía mundial, expresa el callejón sin salida absurdo en el que se mete el capitalismo mundial víctima de la mayor crisis económica de su historia. La penuria y la pobreza dominan la mayor parte del planeta, la producción se hunde, cierran las empresas, se abandonan los campos, los obreros van al paro y se inutilizan los medios de producción. Es la lógica del capitalismo basado en la competencia, que conduce a cada cual a ir a la suya, al enfrentamiento de todos contra todos, a la guerra, y a mayores destrucciones cada día. Sólo la clase obrera, que no tiene intereses particulares que defender, que en todas partes sufre la miseria y la explotación, puede ofrecer con su lucha una perspectiva a la humanidad. Defendiendo su unidad y su solidaridad de clase, contra todas las divisiones y fronteras que le impone el capitalismo, podrá acabar con la tragedia cada día más dramática en que el capitalismo hunde el planeta.

JJ, 3/3/92.


[1] ) Grupo de los siete países más industrializados que organiza reuniones regulares para “intentar “coordinar sus políticas económicas para hacer frente a la crisis.

 

[2] ) Acuerdo general de aranceles y libre comercio: negociaciones internacionales destinadas a establecer acuerdos que regulen el mercado mundial “reglamentando “las condiciones de la competencia.

 

Cuestiones teóricas: 

  • Economía [13]

La crisis más grave de la historia del capitalismo - La confirmación evidente del marxismo.

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Ahora que el capitalismo está viviendo la crisis económica más grave de su historia, los defensores del orden establecido no cesan de proclamar que el marxismo ha muerto, que habría muerto la única teoría que permite comprender la realidad de esta crisis, la única que ha sido capaz de preverla. La burguesía, manejando hasta el empacho la vieja y desvergonzada mentira que identifica marxismo y estalinismo, revolución y contrarrevolución, quiere hacer pasar la quiebra del capitalismo de Estado al modo estalinista como si fuera el hundimiento del comunismo y de su teoría, el marxismo. Es uno de los más virulentos ataques que ha tenido que soportar, en su conciencia, la clase obrera desde hace décadas. Pero esos exorcismos histéricos de la clase dominante no pueden cambiar en nada la dura realidad: las teorías burguesas aparecen como lo que son, incapaces de explicar el desastre actual de la economía, mientras que el análisis marxista de las crisis del capitalismo se confirma plenamente.

La impotencia de las “teorías “ de la burguesía

Resulta sorprendente ver a los más lúcidos “pensadores y comentaristas“ de la clase dominante, comprobar la amplitud del desastre que está trastornando el planeta, sin que por ello puedan dar el más mínimo principio de explicación coherente de lo que está pasando. Y se pasan horas y horas echando peroratas en la televisión, llenan páginas de periódicos sobre los estragos de la miseria y de las enfermedades en África, sobre la anarquía destructora que amenaza de hambre al antiguo imperio “soviético“, sobre los devastadores desastres ecológicos del planeta que ponen en peligro la supervivencia misma de la humanidad, los estragos de la droga cuyo tráfico se ha hecho un comercio tan importante como el del petróleo, sobre lo absurdo de hacer baldías tierras cultivables en Europa mientras se multiplican las hambrunas en el mundo, sobre la desesperanza y la descomposición que corroen los suburbios de las grandes metrópolis, sobre la falta de perspectivas que invade toda la sociedad mundial...; podrán multiplicar los estudios “sociológicos“ y “económicos“ en todos los dominios y desde todos los enfoques, no por eso dejará de ser para ellos un misterio el porqué de lo que está ocurriendo.

Los menos mentecatos se dan un poco de cuenta de que en la base de todo hay un problema económico. Aunque no lo dicen, o quizás no lo saben, se rinden ante el tan antiguo descubrimiento del marxismo que dice que, hasta ahora, la economía es la clave de la vida social. Pero eso no hace sino aumentar su perplejidad. Pues, en el caldo espeso que les sirve de marco teórico, el bloqueo de la economía mundial sigue siendo para ellos el misterio de los misterios.

La ideología dominante se enraíza en el mito de la eternidad de las relaciones de producción capitalistas. Pensar un solo instante que esas relaciones, el salariado, las ganancias, las naciones, la competencia, no serían el único modo de organización posible, comprender que esas relaciones se han convertido en una calamidad, fuente de todos las plagas que hoy se abaten sobre la humanidad, sería como echar por los suelos los pocos tabiques que le quedan a su edificio filosófico.

Los economistas no han cesado de proponer desde hace dos décadas, en una jerga cada vez más incomprensible, “explicaciones“ que tienen, todas, dos características comunes : la defensa del capitalismo como único sistema posible y el hecho que de que todas, una tras otra, han quedado meridianamente ridiculizadas por la realidad poco tiempo después de haber sido formuladas. Recordémoslas.

A finales de los 60, cuando la “prosperidad“, que había acompañado la reconstrucción de la posguerra, empezó a agotarse, hubo dos recesiones: en 1967 y en 1970. Comparadas con los terremotos que hemos conocido desde entonces, esas recesiones pueden hoy parecer muy insignificantes[1]. Pero en aquel entonces, eran un fenómeno relativamente nuevo. El espectro de la crisis económica, que se creía enterrado definitivamente desde la depresión de los años 30, volvía a espantar las almas de los economistas burgueses[2]. La realidad hablaba por sí misma: una vez terminada la reconstrucción, el capitalismo se hundía de nuevo en la crisis económica. El ciclo de vida del capitalismo decadente desde 1914 se confirmaba: crisis-guerra-reconstrucción-nueva crisis. Los “expertos “nos explicaron que de eso nada. El capitalismo estaba sencillamente en el inicio de una nueva juventud y que sólo se trataba de una crisis de crecimiento. Esas sacudidas se debían ni más ni menos que a “la rigidez del sistema monetario heredado de la Segunda Guerra mundial“, los famosos acuerdos de Bretton-Woods que se basaban en un dólar que servía de referencia y un sistema de tipos de cambio entre las monedas. Así que crearon una nueva moneda internacional, los Derechos de Tirada Especiales (DTS) del FMI y decidieron que los tipos de cambio flotarían libremente.

Pero, uno cuantos años después, dos nuevas recesiones, mucho más profundas, largas y extensas geográficamente golpearon de nuevo el capitalismo mundial, en 1974-75 y luego en 1980-82. Los “expertos“ encontraron entonces una nueva explicación: la penuria de fuentes de energía. A esas nuevas convulsiones las bautizaron “crisis petroleras“. Otras dos ocasiones en las que nos explicaron que el sistema no tenía nada que ver con esas dificultades, que todo se debía a la codicia de unos cuantos jeques de Arabia, o, incluso, a la venganza de algunos países subdesarrollados productores de petróleo. Y, para convencerse mejor de la eterna vitalidad del sistema, la “reanudación“ de los años 80 se hizo en nombre del retorno a un “capitalismo puro“. La economía de Reagan, llamada “reaganomics“, al volver a entregar a los empresarios privados unos poderes y una libertad que los Estados supuestamente les habría confiscado, iban a hacer estallar por fin toda la potencia creadora del sistema. Privatizaciones, eliminación despiadada de las empresas deficitarias, generalización del empleo precario para permitir un mejor juego del mercado en lo que a fuerza de trabajo se refiere, la afirmación del “capitalismo salvaje“ que debía demostrar hasta qué punto los cimientos del capitalismo seguían siendo sanos y ofrecían la única salida posible. Sin embargo, ya a principios de los 80, las economías de los países del llamado Tercer mundo se hundían. A mitad de los años 80, la URSS y los países de Europa del Este se meten en una vía “liberal“, intentando salirse de las formas más rígidas de su capitalismo de Estado ultra estatalizado. La década se termina con una nueva agravación del desastre: el antiguo bloque soviético se hunde en un caos sin precedentes.

En un primer tiempo, los ideólogos de las democracias occidentales presentaron esos hechos como la corroboración de su evangelio: la URSS y los países de Europa del Este se hunden porque todavía no han logrado convertirse en totalmente capitalistas; los países del tercer mundo porque gestionan mal el capitalismo. Pero, a principios de los 90, se confirma que la crisis económica golpea a los países más poderosos del planeta, el corazón del capitalismo “puro y duro“. En vanguardia de esa nueva caída están precisamente los campeones del nuevo liberalismo, los países que por lo visto tenían que dar el ejemplo de los milagros que puede realizar “la economía de mercado“, Estados Unidos y Gran Bretaña.

A principios de este año 1992, la flor y nata del capitalismo occidental, las empresas mejor gestionadas de la Tierra, anuncian que sus beneficios se desmoronan y que van a suprimir decenas de miles de empleos: IBM, primer constructor de ordenadores del mundo, modelo de los modelos, que desde su fundación desconocía las pérdidas; General Motors, primera empresa industrial del mundo, cuya potencia queda resumida en la famosa frase de “lo que es bueno para General Motors es bueno para los Estados Unidos“; United Technologies, uno de los primeros y más modernos grupos industriales americanos; Ford; Mercedes Benz, símbolo de la potencia del capital alemán, que alardeaba de ser el único constructor de coches que incrementó sus empleos durante los años 80; Sony, campeón del dinamismo y de la eficacia del capital japonés...

En cuanto al sector bancario y financiero mundial, el que ha conocido la mayor “prosperidad“ durante los años 80, beneficiario directo de este período marcado por las mayores especulaciones y las deudas más demenciales de la historia, ha recibido de lleno el latigazo de la crisis y corre el riesgo de desplomarse por sus propios abusos. “Abusos“ que algunos economistas parecen descubrir hoy, pero que han sido desde hace dos décadas el salvavidas de la economía mundial: la huida ciega en el crédito. La “máquina de dejar los problemas para otros tiempos“ se hace añicos, aplastada por el peso de las deudas acumuladas durante años y años[3].

¿Qué queda de las explicaciones de la crisis por “la excesiva rigidez del sistema monetario“ ahora que la anarquía de las tipos de cambio se ha convertido en factor de la inestabilidad económica mundial? ¿Qué queda del discurso imbécil sobre las “crisis del petróleo“ ahora que el precio del crudo se hunde en la sobreproducción? ¿Qué queda de las patrañas sobre “el liberalismo“ y “los milagros de la economía de mercado“ ahora que el desplome de la economía está ocurriendo en medio de la más salvaje de las guerras comerciales por un mercado mundial que se está encogiendo a velocidades de vértigo? ¿Y de qué sirven ahora las explicaciones basadas en el tardío descubrimiento de los peligros de la deuda cuando se ignora que ese endeudamiento suicida era el único medio de prolongar la supervivencia de una economía agonizante?

Esos sacerdotes del absurdo en que se han convertido los economistas en el capitalismo decadente, son tan incapaces de comprender el porqué de la crisis económica como de diseñar la más mínima perspectiva seria para el porvenir, a medio o corto plazo[4]. Su oficio de defensores del sistema capitalista les impide, por muy listos que sean, comprender la más elemental de las realidades: el problema de la economía mundial no estriba en saber si es éste o el otro país o si es ésta o la otra manera de gestionar el sistema capitalista. El sistema mundial, el capitalismo mismo, es el problema. Sus “razonamientos“, sus “pensamientos“ pasarán sin duda a la historia, pero como uno de los ejemplos más siniestros de la ceguera y de la necedad del pensamiento de una clase decadente.

El marxismo, primera concepción coherente de la historia

Antes de Marx, la historia humana aparecía generalmente como una concatenación de acontecimientos más o menos disparatados, que evolucionaban a golpe de batallas militares o de convicciones ideológicas o religiosas de tal o cual potencia de este mundo. En última instancia, la única lógica que podía servir de hilo conductor a esa manera de ver la historia tenía que ser buscada fuera del mundo material, en las esferas etéreas de la divina Providencia o, en el mejor de los casos, en el desarrollo de la Idea Absoluta de la Historia en Hegel[5]. Hoy, los economistas y demás “pensadores“ de la clase dominante se han quedado en el mismo punto, al que hay que añadir el retraso. Tras el hundimiento de lo que ellos consideran que era “el comunismo“, los hay incluso que, transformando en caricatura el pensamiento de Hegel, están anunciando el “fin de la historia“: puesto que todos los países están alcanzando la forma más acabada del capitalismo (“el liberalismo democrático“), puesto que no puede haber nada más allá del capitalismo, estaríamos al final del camino. Con semejantes ideas, el caos actual, el bloqueo económico de la sociedad, su disgregación acelerada sólo como misterios podrán considerarse, misterios... de la Providencia. Para quien cree que más allá del capitalismo nada puede existir, la aterradora comprobación de la quiebra, tras tantos siglos de dominación capitalista, sólo puede producir estupor, un estupor de pérdida de confianza en la humanidad.

Para el marxismo, en cambio, se trata de la confirmación más patente de las leyes históricas que esa teoría descubrió y ha ido formulando. Desde el punto de vista del proletariado revolucionario, el capitalismo no es eterno como tampoco lo fueron los antiguos modos de explotación, el feudalismo o la esclavitud antigua por ejemplo. El marxismo se distingue precisamente de las teorías comunistas que lo precedieron por el hecho de que funda el proyecto comunista en una compresión dinámica de la historia: el comunismo se vuelve posible históricamente porque el capitalismo crea simultáneamente las condiciones materiales que permiten acceder a una verdadera sociedad de abundancia y crea la clase capaz de emprender la revolución comunista, el proletariado. El comunismo se vuelve necesidad histórica porque el capitalismo lleva a un atolladero.

Ese atolladero capitalista desconcierta a los burgueses y a sus economistas lo mismo que confirma a los marxistas en sus convicciones revolucionarias.

¿Y cómo explican los marxistas esta situación de atasco histórico? ¿Por qué no puede el capitalismo desarrollarse infinitamente? Una frase del Manifiesto comunista de Marx y Engels resume la respuesta: “Las instituciones burguesas se han vuelto demasiado estrechas para contener la riqueza que han creado“.

¿Qué significa esa fórmula? ¿Queda confirmada por la realidad actual?

“Las instituciones burguesas“

Una de las trampas de la ideología burguesa, cuyas primeras víctimas son los economistas mismos, consiste en creer que las relaciones capitalistas serían relaciones “naturales“. El egoísmo, la rapacidad, la hipocresía y la cínica crueldad de la explotación capitalista no serían otra cosa sino la forma más refinada alcanzada por una eterna y siempre “malvada“ “naturaleza humana“.

Cualquiera que eche un simple vistazo a la historia se da cuenta de que esos son cuentos. Las relaciones sociales actuales dominan la sociedad desde hace unos 500 años, si situamos, como lo hace Marx, el inicio de este dominio en el siglo xvi, cuando el descubrimiento de América y la explosión del comercio mundial que siguió a ese descubrimiento permitieron a los mercaderes capitalistas empezar a imponer definitivamente su poder en la vida económica del planeta. Antes, la humanidad había conocido otras sociedades de clase, como el feudalismo y el sistema de esclavitud antiguo, y antes de eso, había vivido durante milenios en diferentes formas de “comunismo primitivo“, o sea, en sociedades sin clase ni explotación.

“En la producción social de su existencia, - explica Marx[6] - los hombres traban relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; esas relaciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de esas relaciones forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta un edificio jurídico y político y al que corresponden formas determinadas de la conciencia social.“

Las instituciones burguesas, las relaciones de producción capitalista y su “edificio jurídico y político“, lejos de ser realidades eternas, no son sino una forma particular, momentánea, de la organización social que corresponde a “un grado determinado de las fuerzas productivas“. Marx ponía el ejemplo de que un molino de mano correspondía al sistema antiguo de esclavitud, el molino de agua al feudalismo, el molino de vapor al capitalismo.

¿En qué consisten esas relaciones? En la mitología que identifica estalinismo y comunismo, es común definir las relaciones capitalistas como las opuestas a las que predominaban en los países pretendidamente comunistas como la ex URSS. La cuestión de la propiedad de los medios de producción por capitalistas individuales o por el Estado sería el criterio determinante. Pero, como lo demostraron ya Marx y Engels en su lucha contra el socialismo estatal de Lassalle, el que el Estado capitalista posea los medios de producción no significa otra cosa que la de dar a ese Estado el estatuto de “capitalista colectivo ideal“.

Rosa Luxemburgo, una de los principales marxistas después de Marx, insiste en dos criterios principales, dos aspectos de la organización social para determinar lo específico de un modo de producción con relación a los demás: el objetivo de la producción y la relación que liga al explotado con sus explotadores. Estos criterios, definidos mucho antes de la revolución rusa y de la destrucción de ésta, no pueden dejar la menor duda en cuanto a la naturaleza capitalista de las economías estalinistas[7].

El objetivo de la producción

Rosa Luxemburg resume lo específico de la meta de la producción capitalista de la manera siguiente: “el amo de esclavos los compraba para su comodidad y su lujo, el señor feudal exigía prestaciones y sacaba rentas a los siervos con el mismo fin: para vivir a sus anchas con su parentela. El empresario moderno no hace producir a los trabajadores ni víveres, ni ropa, ni objetos de lujo para su consumo. Les hace producir mercancías para venderlas y sacar dinero de ellas“[8].

El objetivo de la producción capitalista es la acumulación del capital, hasta el punto de que los despilfarros en lujos a que se dedicaban los miembros de la clase explotadora eran, en los tiempos radicales del capitalismo naciente, condenados por el puritanismo burgués. Marx habla de ellos como de un “robo de capital“.

Los burgueses-burócratas pretenden que en sus regímenes no se proponían objetivos capitalistas y que la renta de los “responsables“ tenía forma de “salario“. Pero el que la renta sea distribuida en forma de renta fija (falsamente llamada en ese caso “salario“) y en ventajas por función, en lugar de serlo en forma de rentas por acciones o inversiones individuales, todo eso no es en absoluto significativo cuando se trata de determinar si es o no es un modo de producción capitalista[9]. La renta de los grandes burócratas del Estado también es el fruto de la sangre y el sudor de los proletarios. La “planificación“ estalinista de la producción no se proponía objetivos diferentes de los de los inversores de Wall Street: se trata de alimentar al dios Capital nacional con el sobre trabajo extraído a los explotados, incrementar la potencia del capital y asegurar su defensa frente a otros capitales nacionales. El estilo “espartano“ de que alardeaban, hipócritamente, las burocracias estalinistas, sobre todo cuando acababan de hacerse con el poder, no es sino una caricatura degenerada del puritanismo de la acumulación primitiva del capital, una caricatura deformada por las lepras del capitalismo decadente : la lepra burocrática y la lepra del militarismo.

El lazo explotado-explotador

Lo específico del capitalismo, en lo que a la relación entre el explotado y su explotador se refiere, no es menos importante ni está menos presente en el capitalismo de Estado estalinista.

En la esclavitud antigua, el esclavo estaba alimentado ni más ni menos que como los animales del amo. Recibía de su explotador lo mínimo indispensable para vivir y reproducirse. Esto era relativamente independiente del trabajo que ejecutaba. Aunque no hubiera trabajado, aunque la cosecha quedara destruida, el amo tenía que alimentarlo, a riesgo de perderlo, como se pierde un caballo al que se ha dejado de alimentar.

En la servidumbre feudal, el siervo tenía en común con el esclavo, aunque con formas más distendidas y emancipadas, su condición de objetor personalmente unido a su explotador o a una explotación: se cedía un castillo con sus tierras, sus animales y sus siervos. Sin embargo, la renta del ciervo ya no era algo independiente del trabajo que efectuaba. Su derecho a sacar parte de la producción se definía en porcentaje de la producción realizada.

En el capitalismo, el explotado es “libre“. “Libertad“, de la que tanto alardea la propaganda burguesa, que se resume en que el explotado no tiene ningún lazo personal con su explotador. El obrero no pertenece a nadie, no está atado a ninguna tierra o propiedad. Su lazo con su explotador se reduce a una operación comercial: no se vende a sí mismo, vende su fuerza de trabajo. Su “libertad“ es la de haber sido separado de sus medios de producción. Es la libertad del capital para explotarlo en cualquier lugar, para hacerle producir lo que le parezca oportuno. La parte que el proletario tiene derecho a sacar del producto social (y eso cuando existe ese derecho) es independiente del producto de su trabajo. Esa parte equivale al precio de la única mercancía importante que él posee y reproduce: su fuerza de trabajo.

“Como cualquier otra mercancía, la mercancía “fuerza de trabajo” tiene su valor determinado. El valor de toda mercancía está determinado por la cantidad de trabajo necesaria para su producción. Para producir la mercancía “fuerza de trabajo”, una cantidad determinada de trabajo es igualmente necesaria, el trabajo que produce los alimentos, la ropa, etc., para el trabajador. La fuerza de trabajo de un hombre vale lo que se necesita para mantenerlo en estado de trabajar, para mantener su fuerza de trabajo.“[10]

Eso es el salariado

Los estalinistas pretenden que sus regímenes no practicaban esa forma de explotación puesto que no había desempleo. Es cierto que de manera general, en los regímenes estalinistas “hacían trabajar a los desempleados“. En esos países, el mercado del trabajo se ha caracterizado por una situación de monopolio del Estado, el cual compraba prácticamente todo lo que se encuentra en el mercado a cambio de salarios de miseria. Pero el Estado, ese “capitalista colectivo “no deja de ser menos comprador ni menos explotador. El proletario, la garantía del empleo, la tiene que pagar con la prohibición absoluta de la menor reivindicación y con la aceptación de las condiciones de vida más miserables. El estalinismo no ha sido la negación del salariado, sino la forma más totalitaria de éste.

Hoy, las economías de los países estalinistas no se están volviendo capitalistas; lo único que están haciendo es intentar abandonar las formas más rígidamente estatales del capitalismo decadente que las caracterizaban.

Producción con el objetivo exclusivo de vender para la acumulación del capital, remuneración de los trabajadores mediante el salariado, esto no define claro está todas las instituciones burguesas, pero sí es lo más específico de ellas. Es lo que permite comprender por qué el capitalismo está abocado a un callejón sin salida.

“La riqueza que han creado...“

Al salir de la sociedad feudal, las relaciones de producción capitalistas, las “instituciones burguesas “, hicieron dar un salto gigantesco a las fuerzas productivas de la sociedad. En la época en que el trabajo de un hombre le daba apenas para comer a él y a otra persona, cuando la sociedad estaba dividida en una multitud de feudos casi autónomos entre sí, el desarrollo de la “ libertad “ del salariado y de la unificación de la economía mediante el comercio fue un poderoso factor de desarrollo.

“La burguesía... ha demostrado lo que es capaz de realizar la actividad humana. Ha realizado maravillas mucho más ingentes que las pirámides egipcias, los acueductos romanos, las catedrales góticas... Durante su dominación de clase apenas secular, la burguesía ha creado fuerzas productivas más masivas y colosales que las que hicieron en el pasado todas las generaciones juntas.“[11]

Contrariamente a las teorías comunistas pre marxistas, que decían que el comunismo era posible en todo momento de la historia, el marxismo reconoce que únicamente el capitalismo ha creado los medios materiales para una sociedad comunista. Antes de volverse “demasiado estrechas para contener la riqueza que han creado“, las instituciones burguesas eran lo suficientemente amplias para aportar, “en el fango y en la sangre“, dos realidades indispensables a la instauración de una verdadera sociedad comunista: la creación de una red productiva mundial (el mercado mundial) y un desarrollo suficiente de la productividad del trabajo. Dos realidades que, como veremos, acabarán por transformarse en una pesadilla para la supervivencia del capitalismo.

“La gran industria ha hecho surgir el mercado mundial, que había preparado el descubrimiento de América..., dice El Manifiesto comunista. Empujada por la necesidad de salidas mercantiles cada día más amplias para sus productos, la burguesía invade toda la superficie del globo. Por todas partes tiene que incrustarse, por todas partes necesita construir, por todas partes establece relaciones... Obliga a todas las naciones, so pena de perderse, a adoptar el modo de producción burgués; las obliga a importar lo que se ha dado en llamar civilización, o sea, que las transforma en naciones de burgueses. En una palabra, la burguesía crea un mundo a su imagen.“[12]

Estimulante y a la vez fruto de esa unificación de la economía mundial, la productividad del trabajo hizo los progresos más importantes de la historia. La naturaleza misma de las relaciones capitalistas, la competencia a muerte en que viven las diferentes fracciones del capital, tanto a nivel nacional como internacional, obliga a esas fracciones a una carrera permanente por la productividad. Bajar los costes de producción, para ser más competitivos, es una condición de supervivencia en el mercado[13].

A pesar del lastre destructor de la economía de guerra, que se ha hecho casi permanente desde la Primera Guerra mundial, a pesar de los aspectos irracionales debidos a un funcionamiento cada vez más militarizado, difícil y contradictorio desde que se constituyó definitivamente el mercado mundial a principios de siglo[14], el capitalismo ha mantenido el desarrollo de la productividad técnica del trabajo. Se calcula[15] que, hacia 1700, un obrero agrícola en Francia podía alimentar a 1,7 personas, o sea que se alimentaba a sí mismo y producía las tres cuartas partes de la alimentación de otra persona; en 1975, un trabajador agrícola en Estados Unidos podía, con su trabajo, alimentar a 74 personas además de a sí mismo. La producción de un quintal de trigo exigía 253 horas de trabajo en 1708 en Francia; en 1984, 4 horas. En el plano industrial, los progresos no han sido menos espectaculares: para fabricar una bicicleta en la Francia de 1891 se necesitaban 1500 horas de trabajo; en 1975, se necesitaban 15 en EEUU. El tiempo de trabajo necesario para producir una bombilla eléctrica en Francia se ha dividido por 50 entre 1925 y 1982, el de un aparato de radio, ¡por 200! Durante la última década, marcada por la agudización desenfrenada de la guerra comercial, que desde el desmoronamiento del bloque del Este se ha acentuado todavía más entre las principales potencias occidentales[16], el desarrollo de la informática y el incremento de los robots en la producción han dado un nuevo acelerón al desarrollo de esa productividad[17].

Pero esas condiciones, que ya harían posible la organización consciente, en función de las necesidades humanas, de la producción a nivel mundial, que permitirían en pocos años eliminar definitivamente el hambre y la miseria del planeta con la eclosión de la ciencia y de las demás fuerzas productivas, en resumen, esas condiciones materiales, que hacen posible el comunismo, se transforman para la burguesía en una auténtica obsesión. Y la pervivencia de las relaciones burguesas se está volviendo para la humanidad una auténtica pesadilla.

“Instituciones demasiado estrechas...“

“En determinado grado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en colisión con las relaciones de producción existentes, o con el marco de relaciones de propiedad, que son su expresión jurídica, en el que se habían movido hasta entonces. Esas condiciones, que hasta ayer habían sido formas para el desarrollo de las fuerzas productivas, se convierten en pesadas trabas“ [18]

En el caso de las sociedades de explotación pre capitalistas, como en  el del capitalismo, esa “colisión“ entre “el desarrollo de las fuerzas productivas materiales de la sociedad“ y “las relaciones de propiedad“ se concreta en una situación de penuria, de escasez. Sin embargo, cuando las relaciones de producción de la antigua esclavitud o del feudalismo se volvieron “demasiado estrechas“, la sociedad se encontró ante la imposibilidad material de producir más, de extraer los bienes y los alimentos suficientes a partir de la tierra y del trabajo. Mientras que en el capitalismo, asistimos a un bloqueo de tipo particular: la “sobreproducción”.

“La sociedad retrocede a un estado de barbarie momentáneo; se diría que un hambre, una guerra de destrucción universal le han cortado los víveres; la industria, el comercio parecen aniquilados. ¿Cómo ha sido así?, pues porque la sociedad tiene demasiada civilización, demasiados víveres, demasiada industria, demasiado comercio“ (Manifiesto comunista).

Lo que Marx y Engels describían a mediados del siglo xix, al analizar las crisis comerciales del capitalismo históricamente ascendente, se ha convertido en situación crónica o poco menos en el capitalismo decadente. Desde la Primera Guerra mundial la “sobreproducción“ de armamento se ha transformado en enfermedad permanente del sistema; el  hambre se han incrementado en los países subdesarrollados al mismo tiempo en que el capital norteamericano y el capital “soviético“ rivalizaban en el espacio a base de técnicas costosísimas e hipersofisticadas. Desde la crisis de 1929, el gobierno estadounidense ha dedicado, casi cada año, una parte de sus subvenciones agrícolas para que los agricultores no cultiven una parte de sus tierras[19]. A finales de los años 80, a la vez que el secretario general de la ONU anunciaba que habría más de 30 millones de muertos en África a causa del hambre, en EEUU casi la mitad de la cosecha de naranjas era quemada voluntariamente. A principios de los 90, la CEE ha iniciado un gigantesco plan de congelación de tierras de cultivo (15 % de las tierras dedicadas a cereales). La nueva recesión abierta, que no es otra cosa sino una dura agravación de la crisis con la que se las ve el sistema desde finales de los 60, golpea a todos los sectores de la economía, y, en el mundo entero, el cierre de minas y de fábricas sigue los pasos a la esterilización de las tierras.

Entre las necesidades de la humanidad y los medios materiales para satisfacerlas se yergue una “mano invisible“ que obliga a los capitalistas a dejar de producir, a efectuar despidos, y a los explotados a pudrirse en la miseria. Esa “mano invisible“ es la “milagrosa economía de mercado“, las relaciones capitalistas de producción que se han vuelto “demasiado estrechas”.

Por muy cínica y desalmada que sea la burguesía, no por eso engendra voluntariamente una situación así. Ella preferiría hacer funcionar a plena producción su industria y su agricultura, extirpar una masa siempre mayor de sobre trabajo a los explotados, vender sin límites y acumular ganancias hasta el infinito. Si no lo hace es porque las relaciones capitalistas que ella encarna, se lo prohíben. Como ya hemos visto, el capital no produce para satisfacer las necesidades humanas, ni siquiera las de la clase dominante; produce para vender. Ahora bien, el capitalismo, al basarse en el salariado, es incapaz de entregar a sus propios trabajadores, y menos todavía a los que no explota, los medios para comprar toda la producción que es capaz de realizar.

Como ya hemos visto también, la parte de la producción que le toca al proletariado está determinada, no por lo que produce, sino por el valor de su fuerza de trabajo, y ese valor, el trabajo necesario para alimentarlo, vestirlo, etc., va disminuyendo al mismo ritmo que se incrementa la productividad general del trabajo.

El aumento de la productividad, al bajar el valor de las mercancías, permite a un capitalista echar mano de los mercados de otro o impedir que otro eche mano de los suyos. Pero la productividad no crea nuevos mercados. Al contrario. Reduce el mercado que los productores mismos forman.

“(...) la capacidad de consumo de los obreros se halla limitada en parte por las leyes del salario y en parte por el hecho de que estas leyes sólo se aplican en la medida en que su aplicación sea beneficiosa para la clase capitalista. La razón última de toda verdadera crisis es siempre la pobreza y la capacidad restringida de consumo de las masas, con las que contrasta la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviesen más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad.“[20]

Esa es la contradicción fundamental que arrastra al capitalismo hacia el callejón sin salida[21].

Esa contradicción, esa incapacidad para crear sus propias salidas mercantiles, la lleva en sí en capitalismo desde su nacimiento. En sus inicios, la superó vendiendo a los amplios sectores feudales o semifeudales, y después, mediante la conquista de mercados coloniales. La burguesía ha “invadido el planeta entero“ precisamente porque buscaba esas salidas. Y esa búsqueda, en cuanto el mercado mundial quedó constituido y repartido entre las potencias principales, a principios de este siglo, fue lo que llevó a la Primera, y después a la Segunda Guerra mundial.

Hace 20 años que terminó el “respiro“ de la reconstrucción tras las destrucciones masivas de la Segunda Guerra y ahora, tras 20 años de huida ciega, retrasando los plazos mediante créditos que se han ido superponiendo a otros créditos, el capitalismo vuelve a enfrentarse a la misma, antigua e inevitable contradicción, a una deuda equivalente... ¡a año y medio de producción mundial!

La estrechez de las instituciones burguesas ha acabado por hacer de la vida económica mundial un monstruo en el que ¡menos del 10 % de la población produce más del 70 % de las riquezas! Contrariamente a todos los cantos de alabanzas a los futuros “milagritos de la economía de mercado“ que hoy está entonando la burguesía sobre las ruinas del estalinismo, la realidad hace aparecer con la mayor crueldad la plaga que es para la humanidad el mantenimiento de las relaciones capitalistas de producción. Más que nunca, la supervivencia misma de la humanidad exige el advenimiento de una nueva sociedad. Una sociedad que para superar el atolladero capitalista, deberá basarse en dos principios esenciales:

  • a producción exclusivamente dedicada a las necesidades humanas;
  • la eliminación del salariado y la organización de la distribución en función primero de las riquezas existentes y, después, cuando se haya alcanzado por fin la abundancia material a nivel mundial, en función de las necesidades de cada uno.

Más que nunca, la lucha por una sociedad basada en el viejo principio comunista: “De cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades“ puede abrir la única vía a la humanidad.

El apego de los economistas al modo de explotación capitalista los ciega y les impide ver y comprender su quiebra. Al contrario, la revuelta contra la explotación exige al proletariado la mayor lucidez histórica. Situándose desde el enfoque de la clase proletaria, Marx, los marxistas, los de verdad, pudieron ponerse a la altura de una visión histórica coherente. Una visión que es capaz no sólo de comprender lo que es específico del capitalismo en relación con los demás tipos de sociedades pasadas, pero también comprender las contradicciones que hacen que ese sistema sea un modo de producción tan transitorio como los del pasado. El marxismo funda la posibilidad y la necesidad del comunismo en una base material científica. Por eso, lejos de estar muerto y enterrado como lo desean y pretenden los defensores del orden establecido, sigue siendo más actual que nunca.

RV, 6/3/92   


[1] En 1967 fue sobre todo Alemania la más golpeada. Por primera vez desde la guerra su producto interior dejó de aumentar. El « milagro alemán » dejaba el sitio a un retroceso de - 0,1 % del PIB. En 1970 le tocó el turno a la primera potencia mundial, EEUU, con una baja de la producción de - 0,3 %.

[2] En 1929, la revista económica francesa l'Expansion se pregunta en primera plana: “¿Podría volver 1929? “.

[3] Algunas estimaciones estiman el endeudamiento mundial en 30 Billones (30 millones de millones) de dólares (Le Monde diplomatique, febrero del 92). Eso equivale a siete veces el producto anual de los EEUU, o de la CEE, o, también, cerca de un año y medio de trabajo (en las condiciones actuales) de toda la humanidad!

[4] En diciembre del 91, la OCDE, una de las principales organizaciones de previsión económica occidentales, presentaba sus Perspectivas económicas a la prensa : anunciaban una reanudación económica inminente, animada, entre otras cosas, por la baja de los tipos de interés alemanes. El mismo día, el Bundesbank decidió una importante subida de su tipo de interés y unos cuantos días después, la misma OCDE revisaba a la baja sus previsiones, insistiendo... en las incertidumbres que planean en nuestros tiempos...

[5] Véase en este número el artículo “Cómo el proletariado ganó a Marx para el comunismo “.

[6] “ Prefacio “ a la Crítica de la economía política.

[7] A los economistas les cuesta comprender que sólo desde un enfoque marxista se pueda entender realmente la naturaleza capitalista de esas economías.

[8] Rosa Luxemburg, Introducción a la economía política, cap. 5, “El trabajo asalariado “.

[9] Esta diferencia es, en cambio, importante para comprender la diferencia de eficacia entre el capitalismo de Estado estalinista y llamado “liberal “. El que la renta de los burócratas no tenga que ver con el resultado de la producción de la que son teóricamente responsables, los transforma en paradigma de la irresponsabilidad, de la corrupción y de la ineficacia (ver “Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este “, Revista Internacional, nº 60).

[10] Rosa Luxemburg, Introducción a la economía política.

[11] Manifiesto comunista, “Burgueses y proletarios“.

[12] Ídem.

[13] En el caso de un país como la URSS, en donde la competencia interna del país era casi inexistente a causa del monopolio estatal, la presión para el incremento de la productividad se ejercía en el plano de la competencia militar internacional.

[14] Ver nuestro folleto La decadencia del capitalismo.

[15] Los datos sobre la productividad están sacados de diferentes obras de Jean Fourastié : La productivité (ed. PUF, 1987, París), Pourquoi les prix baissent (Por qué bajan los precios)(ed. Hachette, 1984, París), Pouvoir d'achat, prix et salaires (Poder adquisitivo, precios y salarios) (ed. Gallimard, 1977, París).

[16] Ver en este número el artículo “Guerra comercial, engranaje infernal de la competencia capitalista “.

[17] Puede uno hacerse una idea de lo importante que ha sido el aumento de la productividad en el trabajo fijándose en la evolución de la cantidad de personas “improductivas “ mantenidas por el trabajo realmente productivo (en el sentido general del término, es decir, útiles a la subsistencia de la gente). Los agricultores, los trabajadores de la industria, de los servicios o de la construcción que producen bienes o servicios destinados a la producción de bienes de consumo, permiten a una cantidad cada vez mayor de personas vivir sin ejercer un trabajo realmente productivo : militares, policías, trabajadores de todas las industrias productoras de armas y pertrechos militares, una buena parte de la burocracia estatal, los trabajadores de los servicios financieros y bancarios, del marketing y de la publicidad, etc. La parte del trabajo generalmente productivo en la sociedad capitalista decadente no ha cesado de disminuir en provecho de actividades, indispensables para la supervivencia de cada capital nacional, pero inútiles, cuando no son destructoras, desde el punto de vista de las necesidades de la humanidad.

[18] “Prefacio “ a la Crítica de la economía política.

[19] Desde un simple punto de vista técnico, Estados Unidos sería capaz de alimentar al planeta entero.

[20] El Capital, vol. III, pág. 455. F.C.E., México.

[21] El análisis marxista no sólo ha evidenciado esa contradicción en las relaciones de producción capitalistas : la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, la contradicción entre la necesidad de recurrir a inversiones cada día más importantes y la exigencia de la rotatividad del capital, la contradicción entre el carácter mundial del proceso de producción capitalista y el carácter nacional de la apropiación del capital, etc., el marxismo ha descubierto otras contradicciones esenciales que son a la vez motor y colapso en la vida del capital. Pero todas estas otras contradicciones no se transforman en trabas efectivas para el crecimiento del capital más que en cuanto éste se enfrenta a la “razón última“ de sus crisis: su incapacidad para crear sus propias salidas mercantiles.

Revista internacional n° 71 - 4e trimestre de 1992

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Sumario

La crisis monetaria es la plasmación del hundimiento del capitalismo - La clase obrera paga los platos rotos, pero en Italia...

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La crisis monetaria es la plasmación del hundimiento del capitalismo

La clase obrera paga los platos rotos,
pero en Italia ya empieza a dar su respuesta

La crisis del Sistema monetario europeo, su estallido, ha demostrado que la
economía capitalista se ha hundido todavía más en la recesión. Ha mostrado lo
devastadores que son sus efectos en unas instituciones de la economía mundial
que hasta ahora parecían ser lo más estable y sólido. La clase obrera está
pagando a altos precios las consecuencias de la situación, multiplicándose los
programas de austeridad y los ataques, cada día más violentos, contra las
condiciones de vida de los trabajadores. Ante tal situación no puede la clase
obrera permanecer pasiva. Los obreros de Italia, al reanudar la andadura por el
camino de la lucha a finales de septiembre, han demostrado que el período de
parálisis de la lucha de clases, parálisis debida a los enormes cambios habidos
en el mundo desde hace tres años, está terminándose. Esos dos acontecimientos,
por su importancia, justifican ampliamente este añadido de primera página y de
última hora que publicamos en esta Revista
Internacional nº 71 en cuyo artículo sobre la crisis (véase más
lejos) escribimos: «las expectativas no son, ni mucho menos, las de una reanudación del crecimiento.
Son las de una aceleración de la caída recesionista; lo que nos espera son
terremotos todavía más brutales en todo el aparato económico y financiero del
capital mundial», y también: «El aguijón de la miseria, que cada día es más insoportable,
empujará al proletariado a expresar abiertamente su descontento, a expresar su
combatividad en las luchas por defender su nivel de vida».
La realidad se ha encargado de confirmar con rapidez esas expectativas.

El hundimiento del Sistema monetario europeo pone al desnudo la mitología europea

La libra inglesa y la lira italiana obligadas
a salirse del Sistema monetario europeo y devaluarse precipitadamente. España
les sigue los pasos y tiene que devaluar la peseta, restableciendo, al igual
que Irlanda, el control de cambios. Flota el escudo portugués. El franco
francés se acatarra y sólo se recupera gracias a la intervención masiva del
Bundesbank alemán, corriendo en auxilio del Banco de Francia, el cual ha tenido
que desembolsar más de la mitad de sus reservas. La onda de choque que ha
sacudido a las monedas europeas durante el mes de septiembre ha hecho añicos un
pilar fundamental del sistema monetario internacional, el SME.

En elmomento en que la burguesía europea celebraba, con el proceso de ratificación
de los acuerdos de Maastricht, el radiante porvenir de la unificación con los
ojos puestos en el resultado, impacientemente esperado, del referéndum francés,
la crisis ha venido a aportar su brutal contribución a los debates asestando un
rudo golpe a las ilusiones sobre esa perspectiva de unificación. De hecho, se
ha desmoronado uno de los pilares de la construcción europea. La mitad de las
monedas europeas han tenido que reajustarse en pleno desbarajuste.

La crisis, al acelerarse, también agudiza las prioridades de cada país, o sea, la defensa
de sus propios intereses. Competencia encarnizada, cada uno para sí, ése es el
comportamiento que ya está amenazando con acabar con la unificación de Europa,
en un plano en el que lo adquirido era más importante, el económico. Basta con
mencionar la agria polémica entre Alemania y Gran Bretaña, echándose mutuamente
en cara su falta de solidaridad y de responsabilidad para darse cuenta de que
la perspectiva de una futura unidad económica y política de los doce países
firmantes del tratado de Maastricht es puro mito.

La crisis monetaria es el resultado de la crisis mundial

La crisis económica actual, resultado insuperable
de las contradicciones del capitalismo, es un revelador hondamente
significativo de lo que de verdad es ese sistema, de su quiebra, y, por ende,
de todas las patrañas que cuenta la clase dominante para ocultar la bancarrota
de su modo de producción. Al igual que la libra y el franco, también andan
renqueantes las demás divisas faro del mercado mundial. Los achaques de
debilidad a repetición de la divisa reina de la economía planetaria, el dólar,
son expresión de la asfixia de la que no logra salir la economía
estadounidense. El yen ve amenazada su estabilidad a causa del marasmo en el
que se está enfangando Japón. Y si el marco parece sólido es únicamente porque
el Estado alemán mantiene atractivos tipos de interés por miedo a una inflación
galopante consecuencia de los gigantescos costes de la reunificación. El
temporal monetario a escala mundial demuestra que no sólo es Europa la
gravemente enferma sino la economía mundial toda.

La especulación: una falsa explicación

La burguesía, que no anda nunca falta de
mentiras, siempre las encuentra nuevas para ocultar su impotencia. Según ella, la
causa de la crisis monetaria no sería, desde luego, la crisis mundial de
sobreproducción generalizada que la recesión expresa. No, los causantes son los
malvadísimos especuladores internacionales. Cierto es que ha sido bajo la
presión especulativa si los gobiernos han tenido que doblegarse y si Gran
Bretaña e Italia, por ejemplo, han tenido que descolgarse del SME. Lo
equivalente de un billón (uno seguido de doce ceros) de dólares es
intercambiado entre los bancos y las empresas capitalistas cada día. Una parte
importante de esa cantidad se dirige hacia una u otra moneda según fluctúa el
mercado, o lo que es lo mismo, alimenta la especulación día tras día sobre el
tipo de cambio de las monedas. Ningún banco central puede resistir la presión
si un porcentaje importante de semejante masa de capitales especula a la baja
de su moneda durante un tiempo.

El desarrollo de la especulación es el reflejo del hecho que las inversiones industriales, en la
producción, han dejado de ser rentables, y esto quedó ya muy claro durante los
años 80 en los que se desencadenó la especulación bursátil e inmobiliaria.
Ahora que los valores bursátiles y los inmobiliarios se desmoronan, los
capitales huyen de estos sectores intentando desesperadamente buscar otros
donde invertir con beneficios. Y resulta que hay cada vez menos sectores así.
De hecho, si la masa de capitales que especulan sobre los cambios de monedas se
ha hinchado tanto, es porque la crisis mundial hace estragos: dedicarse a jugar
con las cotizaciones de las monedas se ha convertido en el único medio de
preservar el valor del capital invertido. Por eso especulan hoy todos los
capitalistas sin excepción: desde los ricos particulares hasta los bancos para
proteger sus haberes, desde las empresas privadas hasta los Estados para
proteger su tesorería. Sería sin embargo erróneo creer que la especulación es
ciega. Cuando la especulación mundial juega a la baja de una moneda es porque
el mercado juzga que ésta está sobrevaluada, o sea que la economía que
representa ya no corresponde al valor de la divisa. De hecho, la especulación internacional
en el mercado de divisas es la sanción, por parte de la sacrosanta ley del
mercado tan cacareada por los economistas liberales, a las diferentes economías
nacionales que compiten en el ruedo mundial. Al imponer la devaluación de la
libra y de la lira, la especulación ha mostrado que consideraba que las «acciones
Gran Bretaña» y las «acciones Italia», era valores de mucho riesgo. Con el
hundimiento en la recesión, la masa creciente de capitales especulativos en
circulación va a convertirse en factor de inestabilidad cada día mayor en el
mercado mundial y otros «valores» símbolos del capitalismo mundial van a ser
puestos a prueba como lo ha sido el SME. Se ha puesto en funcionamiento el
proceso de caída de la economía capitalista y, en el plano monetario, la
dislocación del SME no ha sido sino la señal anunciadora de otras catástrofes
futuras.

Italia: los obreros han comenzado a dar una respuesta

La crisis del capitalismo la está soportando el
proletariado. Los ataques contra su nivel de vida son cada día más duros. Los
últimos acontecimientos monetarios han sido el pretexto para justificar nuevas
agresiones contra el nivel de vida de los explotados e imponer nuevos planes de
austeridad en nombre de la defensa de la economía nacional. Contra esos
ataques, los más fuertes desde la Segunda Guerra mundial, la clase obrera tendrá
que reaccionar, abandonar la pasividad que impera en ella desde 1989. En esto,
las luchas del proletariado en Italia están mostrando el camino.

Desde finales de septiembre, Italia está siendo sacudida por manifestaciones obreras,
«las más importantes desde hace 20 años» como lo ha reconocido Bruno Trentin,
secretario del principal sindicato italiano, la CGIL. En cuanto se
anunciaron las medidas de austeridad, se produjeron paros espontáneos en
diferentes sectores. La serie de manifestaciones que los sindicatos habían
programado para desactivar posibles respuestas a los ataques del gobierno Amato
han sido la ocasión para que se expresara masivamente (100 000 personas en
Milán, 50 000 en Bolonia, 40 000 en Génova, 80 000 en Nápoles, 60 000 en Turín,
etc.) y, sobre todo, con determinación la cólera de los trabajadores contra el
gobierno y... contra los sindicatos que apoyaron esas medidas.

Punto común de esta explosión de cólera: a la vez que acusaban al gobierno («Amato, los
obreros tienen las manos limpias y los bolsillos vacíos»), los obreros lanzaban
acusaciones contra sus pretendidos «representantes», los sindicatos, tirandoles
calderilla, huevos, tomates, patatas y hasta tuercas contra los oradores
sindicales, insultándolos, tratándolos de «vendidos». Incluso los trabajadores
a quienes no convence la violencia opinaban que «quienes tiran tuercas se
engañan; pero yo los comprendo: es difícil tener que aguantar y permanecer
siempre silenciosos y buenos chicos» (Corriere della Sera, 24/9/92). El
ex alcalde socialista de Génova ante el cariz que tomaba la manifestación a la
que asistía decía compungido: «Tenía que ver esto también antes de morir:
los carabineros protegiendo a los sindicalistas en un mitin
».

Por todas partes, unas manifestaciones que los sindicatos deseaban tranquilas y bien
controladas, se transforman en pesadilla para ellos: «Lo que debería haber
sido un jornada contra el gobierno se ha convertido en jornada contra los
sindicatos»
(Corriere della Sera del 24/09/92).

Los sindicatos dan su apoyo a los ataques del capital

Los obreros italianos saben perfectamente hasta
qué punto los sindicatos se han comprometido con las medidas draconianas que
hoy los aplastan: congelación de salarios en la función pública y anulación de
jubilaciones anticipadas durante un año, aumento de los impuestos y creación de
un rosario de nuevas contribuciones; postergación de la edad para la jubilación:
los obreros deberán dedicar 5 años más de sus vidas al trabajo asalariado. Las
medicinas casi no serán reembolsadas a los enfermos cuyos ingresos sean
superiores al salario medio. Aunque proponen algunos ajustes al último plan de
rigor, los sindicatos han declarado su pleno apoyo al gobierno por boca de B.
Trentin «Las medidas decididas son injustas pero en esta grave situación
vamos a demostrar que nosotros tenemos sentido de la responsabilidad
». Los
obreros, por su parte, ya han empezado a tomar sus responsabilidades poniendo a
esos canallas en su verdadero sitio: el terreno del capital.

Cierto es que los obreros italianos, una vez superado el obstáculo de las grandes
centrales sindicales deberán, entre otras cosas, enfrentarse, ya se están
enfrentando, a las sucursales «radicales» de ésas, los COBAS y demás
sindicalismos «de base» cuyas críticas a las grandes centrales, incluso cuando
se ponen en cabeza de las acciones «violentas» contra sus dirigentes, no tienen
otro objetivo que el de quitarles el sitio que ocupan. La polarización ha sido
orquestada por el sindicalismo de base para desviar la combatividad y debilitar
la respuesta obrera. No basta con rechazar las formas más groseras de
sindicalismo, sino que hay que aprender a desarrollar y hacerse dueño de la
fuerza de uno por uno mismo.

El significado internacional de los combates obreros en Italia

Esos acontecimientos han sido ya como mínimo la
señal de que ha terminado un período, el período durante el cual la burguesía
ha podido llevar a cabo sus agresiones contando con la pasividad de los
obreros.

No es por casualidad si les ha incumbido a los trabajadores de Italia el haber sido los
primeros en sobrepasar el bloqueo impuesto a los proletarios del mundo por la
férrea armadura de las campañas desencadenadas por la burguesía desde 1989.
Desde hace décadas, el proletariado de Italia ha demostrado ser una de las
partes de la clase obrera mundial más combativa y experimentada. Por lo demás,
los obreros de Italia tienen ya una larga tradición de enfrentamientos con los
sindicatos. Cabe añadir que el grado de los ataques que hoy deben soportar esos
obreros es el peor de todos los países industrializados.

Las luchas que hoy se están desplegando en Italia no van a ser humo de paja, no van a
quedar como «especialidad» de los obreros de ese país. Aunque no vaya a ser
inmediatamente, ni tampoco con las mismas formas (en especial, el
enfrentamiento contra los sindicatos desde el inicio de la lucha), los demás
sectores del proletariado mundial se verán obligados a emprender el mismo
camino. Debemos comprender esas luchas como un ejemplo y un llamamiento a
luchar dirigido a los obreros del mundo entero, en especial a sus batallones
más decisivos y experimentados, los del resto de la Europa occidental.

CCI 8/19/92

Situación internacional - Tras las grandes operaciones «humanitarias», las grandes potencias...

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Situación internacional

Tras las grandes operaciones «humanitarias»,
las grandes potencias desencadenan la barbarie imperialista

Con los reportajes «en directo» de las televisiones,
la barbarie del mundo actual se ha instalado día a día en cientos de miles de
hogares. Campos de «purificación étnica», matanzas sin fin en la ex Yugoslavia,
en plena Europa «civilizada», hambrunas asesinas en Somalia, nueva incursión de
las grandes potencias occidentales en los cielos irakíes: la guerra, la muerte,
el terror, así aparece el «nuevo orden mundial» del capital en este final de
milenio. Si los media nos proporcionan una imagen tan insoportable de la
sociedad capitalista, no será, ni mucho menos, para animar a la única clase que
podrá derrocarla, el proletariado, para que tome conciencia de su
responsabilidad histórica y que emprenda los combates decisivos en esa
dirección. Al contrario, con las campañas «humanitarias» que acompañan a esas
tragedias, hacen todo lo que pueden para intentar paralizar al proletariado,
para que éste crea que los poderes de este mundo se preocupan seriamente de la
situación catastrófica en que se encuentra, que hacen todo lo necesario, o al
menos lo posible para curar las heridas. También es para ocultar los sórdidos
intereses imperialistas que fundamentan su acción y por los cuales se pelean.
Para cubrir, pues, con una cortina de humo su propia responsabilidad actual y
justificar nuevas escaladas.

Desde hace un año, lo que fue  Yugoslavia es ahora sangre y fuego. La  lista de ciudades martirizadas se alarga día
tras día: Bukovar, Osiyek, Dubrovnik, Gorazde y Sarajevo. Aparecen fosas llenas
de cadáveres sin que se hayan tapado las precedentes. Ya hay 2 millones de
refugiados por los caminos. Con el objetivo de la «pureza étnica» se han
multiplicado los campos de concentración no sólo para soldados prisioneros sino
para los paisanos, campos en donde la gente se muere de hambre, es torturada,
en donde se ejecuta a mansalva. A unos cuantos cientos de kilómetros de las
grandes concentraciones industriales de Europa occidental, el «nuevo orden
mundial», anunciado por Bush y otros grandes «demócratas» cuando se estaban
desmoronando los regímenes estalinistas de Europa, nos descubre su verdadero
rostro: el de las matanzas, el terror, las persecuciones étnicas.

El juego de las grandes potencias en Yugoslavia

Los gobiernos de los países adelantados y los media a sus órdenes no han cesado de presentar
la barbarie en Yugoslavia como consecuencia de los odios ancestrales que oponen
a las diferentes poblaciones de ese territorio. Es cierto que, al igual que
otros países anteriormente dominados por regímenes estalinistas, y en especial
la ex URSS, el puño de hierro que aplastaba a aquellas poblaciones no logró, ni
mucho menos, abolir los antagonismos antiguos que la historia ha ido
perpetuando. Muy al contrario, el desarrollo tardío del capitalismo en esas
zonas de Europa, no les permitió vivir una auténtica superación de las antiguas
divisiones heredadas de la sociedad feudal, y los pretendidamente regímenes «socialistas»
no han hecho sino mantener y agudizar esas divisiones. La superación de éstas
sólo podría haberse realizado por un capitalismo avanzado, con una fuerte
industrialización, con el desarrollo de una burguesía fuerte económica y
políticamente, capaz de unificarse en torno al Estado nacional. Los regímenes
estalinistas no han presentado ninguna de esas características. Como ya lo han
subrayado desde hace tiempo los revolucionarios([1]),
como ya se ha confirmado claramente en estos últimos años, esos regímenes
dirigían países capitalistas poco desarrollados, con una burguesía
particularmente débil, portadora, hasta la caricatura, de todas las taras de la
decadencia capitalista presentes en el momento de su constitución([2]).
Nacida de la contrarrevolución y de la guerra imperialista, el poder de esta
forma de la burguesía se ha basado únicamente en el terror y en la fuerza de
las armas. Estos instrumentos le dieron durante años una potencia aparente,
pudiendo llegar a dar la impresión que había logrado acabar con las viejas
oposiciones nacionalistas y étnicas antes existentes. Pero en realidad, el
monolitismo que presentaba distaba mucho de cubrir una real unidad en sus filas.
Era al contrario, la marca de la continuidad de las divisiones entre las
diferentes camarillas que la componían, divisiones que únicamente la mano de
hierro del partido-Estado era capaz de evitar que llegaran al estallido. La
explosión inmediata de la URSS
en otras tantas repúblicas en cuanto se desmoronó su sistema estalinista de
capitalismo de Estado, el desencadenamiento en el seno de las repúblicas de una
multitud de conflictos étnicos (armenios contra azeríes, osetios contra
georgianos, chechenos contra rusos y un largo etc.) han dejado bien patente el
hecho de que esos enfrentamientos estuvieran bajo la losa estalinista no ha
hecho sino enconarlos más todavía. Y con los mismos medios con que fueron
contenidos, o sea la fuerza de las armas, es como hoy se expresan.

Dicho lo cual, el desmoronamiento del régimen de corte estalinista en la
ex-Yugoslavia no basta para explicar la actual situación en esos territorios.
Como ya lo hemos puesto de relieve, el hundimiento mismo, al igual que el de
los regímenes del mismo tipo, era ya una expresión de la fase última de la
decadencia del modo de producción capitalista, la fase de descomposición([3]).
No se puede comprender la situación de barbarie y el caos que hoy se están
desencadenando por el mundo entero, y sobre todo ahora en los Balkanes, si no
es enfocándola con ese elemento histórico inédito que es la descomposición: el «nuevo
orden mundial» no es sino pura quimera, irreversiblemente el capitalismo ha
hundido a la sociedad humana en el mayor caos de la historia, un caos que no puede
desembocar más que en la destrucción de la humanidad o en el derrocamiento del
capitalismo.

Sin embargo, las grandes potencias no van a quedarse de brazos cruzados ante los
avances de la descomposición. La guerra del Golfo, preparada, provocada y llevada
a cabo por Estados Unidos, fue un intento por parte de esa primera potencia
mundial de limitar el caos y la tendencia a tirar «cada uno por su cuenta» que
se estaba desarrollando inevitablemente tras el hundimiento del bloque del
Este. En parte, los Estados Unidos lograron sus fines, en especial reforzando
más todavía su imperio sobre una zona tan importante como la de Oriente Medio y
al obligar a las demás grandes potencias a seguirles la corriente. Sin embargo,
esa operación de «mantenimiento del orden» mostró sus límites en seguida. En
Oriente Medio mismo, contribuyó a reavivar el levantamiento de los
nacionalistas kurdos contra el Estado irakí (y, ya lanzados, contra el Estado
turco) a la vez que favoreció una insurrección de las poblaciones shiíes del
sur de Irak. En el resto del planeta, el «orden mundial» ha aparecido
claramente por lo que es, un espejismo, sobre todo desde el inicio de los
enfrentamientos en Yugoslavia durante el verano de 1991.Y lo que éstos ponen
precisamente de relieve es que la contribución de las grandes potencias en no
se sabe qué «orden mundial» no sólo no tiene nada de positivo, sino que al
contrario, no tiene otro resultado que el de agravar el caos y los
antagonismos.

Tal constatación es especialmente patente en lo que está ocurriendo en la ex-Yugoslavia, en donde
el caos actual es el resultado directo de la acción de las grandes potencias.
En el origen del proceso que ha llevado a esta región a los enfrentamientos
actuales, está la proclamación de independencia por Eslovenia y Croacia en
junio de 1991. Está claro que estas dos repúblicas no habrían arrostrado
semejante riesgo si no hubieran recibido el apoyo firme (tanto diplomático como
en armas) de parte de Austria y de la jefa de ésta, Alemania. De hecho, puede
afirmarse que, para darse una salida al Mediterráneo, la burguesía de esta
potencia tomó la responsabilidad inicial de provocar la explosión de Yugoslavia
con todas las consecuencias que hoy estamos viendo. Pero tampoco las burguesías
de los demás países se han quedado atrás. Y fue así como la respuesta violenta
de Serbia frente a la independencia de Eslovenia y sobre todo de la de Croacia,
en donde vive una importante minoría serbia, recibió desde el principio un
apoyo firme por parte de EEUU y sus aliados europeos más próximos como Gran
Bretaña. Incluso hemos podido ver a Francia, aliada por lo demás de Alemania en
el intento de establecer con ésta un condominio sobre Europa, junto a EEUU y
Gran Bretaña, otorgar su apoyo a la «integridad de Yugoslavia», o sea, a Serbia
y su política de ocupación de las regiones croatas pobladas por serbios. Ahí
también puede verse claramente que sin ese apoyo inicial, Serbia se habría
comportado con mucha más cautela en su política militar, tanto frente a Croacia
el año pasado como frente a Bosnia-Herzegovina hoy. Por eso, la repentina
preocupación «humanitaria» de los Estados Unidos y otras grandes potencias
frente a los desmanes cometidos por las autoridades serbias tiene las mayores
dificultades para ocultar la insondable hipocresía de esas actuaciones. La
palma se la lleva, en cierto modo, la burguesía francesa, la cual, a la vez que
ha seguido manteniendo estrechas relaciones con Serbia (lo cual se entronca con
la vieja tradición de alianzas con este país) se ha permitido aparecer como
campeona de la acción «humanitaria» con el viaje de Mitterrand a Sarajevo en
junio de 1992, en vísperas del levantamiento del bloqueo serbio al aeropuerto
de la ciudad. Es evidente que ese «detalle» de Serbia había sido negociado bajo
mano con Francia para que ambos países sacaran la mejor tajada de la situación:
a Serbia le permitía ceder ante el ultimátum de la ONU sin perder la cara y a
Francia le daba un empujoncito a su diplomacia en esa parte del mundo, una
diplomacia que intenta culebrear entre Estados Unidos y Alemania.

En la realidad de los hechos, el fracaso de la reciente conferencia de Londres sobre la ex
Yugoslavia, fracaso confirmado por la continuación de los enfrentamientos en el
terreno, lo que expresa es la incapacidad de las grandes potencias para llegar
a un acuerdo, por la sencilla razón de que sus intereses son antagónicos. Todas
se han entendido muy bien para hacer proclamas sobre las necesidades «humanitarias»
salvando así las apariencias y sobre la condena a la «oveja negra» serbia, pero
es evidente que cada una de ellas tiene sus propios enfoques y miras en cuanto
a la «solución» de los enfrentamientos en los Balkanes.

Por un lado, la política estadounidense quiere contrarrestar la de Alemania. Para la primera
potencia mundial, se trata de hacerlo todo por limitar la extensión de la pro-alemana
Croacia y, especialmente, preservar en lo posible la integridad de
Bosnia-Herzegovina. Esta política, que explica el timonazo repentino de la
diplomacia USA contra Serbia en la primavera pasada, tiene el objetivo de
separar los puertos croatas de Dalmacia de sus tierras circundantes que
pertenecen a Bosnia-Herzegovina. Además el apoyo a este país, en el que los
musulmanes son mayoría, va a facilitar la política norteamericana hacia los
Estados musulmanes. Con ella intenta, en particular, que Turquía, que está
inclinándose cada vez más hacia Alemania, se mantenga bajo influencia
estadounidense.

Por otro lado, a la burguesía alemana no le interesa en absoluto que se mantenga la integridad
territorial de Bosnia-Herzegovina. Lo que le interesa es el reparto de este
país, con el control croata sobre el sur, que es lo que ya está ocurriendo hoy,
para que así los puertos croatas puedan disponer de un entorno territorial más
amplio que el estrecho pasillo que pertenece oficialmente a Croacia. Por eso
existe hoy una complicidad de hecho entre los enemigos de ayer, Serbia y
Croacia, para el desmembramiento de Bosnia. Tampoco quiere esto decir que
Alemania esté dispuesta a ponerse al lado de Serbia, la cual seguirá siendo el «enemigo
hereditario» de su aliado croata. Pero tampoco puede ver Alemania con buenos
ojos todas esas mascaradas «humanitarias», cuyo primer objetivo es minar los
intereses alemanes en la zona.

Por su parte, la burguesía francesa intenta jugar sus bazas, a la vez contra la perspectiva de
reforzamiento norteamericano en los Balkanes y contra la política del
imperialismo alemán de darse una salida al Mediterráneo. Que Francia vaya en
contra de esta política no significa ni mucho menos que se ponga en entredicho
la alianza entre Alemania y Francia. Sólo significa que este país quiere
reservarse una serie de bazas propiedad suya (como la presencia de una flota en
el Mediterráneo, que por el momento no posee la potencia germánica) para que la
asociación con el poderoso vecino no desemboque en simple sumisión ante él. De
hecho, más allá de las contorsiones en torno al tema humanitario y los
discursos denunciando a Serbia, la burguesía francesa, con la esperanza de
disponer de su propia zona de influencia en los Balkanes, sigue siendo el mejor
aliado occidental de Belgrado.

En semejante contexto de rivalidades entre las grandes potencias no podrá haber nunca soluciones «pacíficas»
en la ex Yugoslavia. La competencia que se están haciendo en el plano de la
acción «humanitaria» no es otra cosa sino la continuidad, en forma de obsceno
taparrabos, de su competencia imperialista. En tal desencadenamiento de los
antagonismos entre Estados capitalistas, la primera potencia mundial ha
intentado imponer su «pax americana» tomando el mando en las amenazas y el
embargo contra Serbia. De hecho, EEUU es la única potencia con medios para dar
golpes decisivos al potencial militar de Serbia y  a sus milicias mediante su aviación de guerra
basada en los portaaviones de la VIª
Flota. Pero al mismo tiempo, EEUU no está dispuesto a comprometer sus tropas
terrestres en una guerra convencional contra Serbia. En el terreno, la
situación dista mucho de parecerse a la de Irak, que permitió la correría «triunfal»
de los GI hace año y medio. La situación en la ex Yugoslavia se ha vuelto tan
inextricable a causa de las acciones de todos los tiburones imperialistas, que
podría convertirse en un barrizal en el que incluso se enfangaría el primer
ejército del mundo, si no es perpetrando unas matanzas sin comparación con las
de hoy, que ya es decir. Esa es la razón por la que, por ahora, aunque no cabe
excluir una intervención aérea «puntual», las reiteradas amenazas de Estados
Unidos contra Serbia no han sido llevadas a la práctica. Han servido sobre todo
hasta ahora para «forzar», en el marco de la ONU, a los «aliados» recalcitrantes de EEUU
(sobre todo Francia) a que voten las sanciones contra Serbia. También han
tenido el «mérito», desde el punto de vista norteamericano, de poner de relieve
la impotencia total de la «Unión europea» frente a un conflicto que se está
desarrollando en su zona de influencia, y, por lo tanto, disuadir a los Estados
que pensaran utilizar esa estructura para una posible formación de un nuevo
bloque imperialista rival de Estados Unidos, para que renuncien a tales
proyectos. Para empezar, esa actitud estadounidense ha tenido ya el efecto de
reabrir las heridas en la alianza franco-alemana. Y, además, la actitud
amenazadora de la potencia americana también ha sido un aviso para dos países
importantes de la zona, Italia y Turquía([4]),
países que hoy sienten la tentación de acercarse al polo imperialista alemán en
detrimento de su alianza con EEUU.

Sin embargo, si bien la política del imperialismo americano respecto a la cuestión
yugoslava ha alcanzado algunos de sus objetivos, lo ha sido sobre todo avivando
las dificultades de sus rivales y no mediante la afirmación masiva e
incontestable de la supremacía estadounidense sobre ellos. Y ha sido
precisamente esa afirmación lo que esa potencia se ha ido a buscar en los
cielos irakíes.

En Irak como por todos partes, los Estados Unidos reafirman su vocación de «gendarme» mundial

Hay que ser muyinocente o estar sometido en cuerpo y alma a las campañas ideológicas para tragarse
eso de la finalidad «humanitaria» de la intervención actual de los «aliados»
contra Irak. Si la burguesía americana y sus secuaces hubieran estado un poco
preocupados por el destino de las poblaciones de Irak, habrían empezado por no
aportar su firme apoyo al régimen irakí cuando éste guerreaba con Irán y al
mismo tiempo gaseaba a mansalva a los kurdos. Sobre todo, no habrían
desencadenado, en enero de 1991, una guerra sanguinaria de la que han sido
víctimas la población civil y los soldados de reemplazo, una guerra
deliberadamente buscada y preparada por la administración de Bush, animando,
antes del 2 de Agosto de 1990,
a Sadam Husein a echar mano de Kuwait y no dejándole
después la menor salida posible([5]).
De igual modo, hay que tener buenas tragaderas para creerse la menor vocación
humanitaria en la manera como Estados Unidos pusieron fin a la guerra del
Golfo, dejando intacta la Guardia republicana, o sea las tropas de élite de Sadam, el
cual se apresuró a ahogar en sangre a kurdos y shiíes a quienes la propaganda
USA había animado a rebelarse contra Sadam durante toda la guerra. El cinismo
de semejante política ha sido incluso puesto de relieve por los más eminentes
especialistas burgueses en cuestiones militares: «Fue sin lugar a dudas una
decisión deliberada por parte del presidente Bush, la de dejar a Sadam Husein
que aplastara unas rebeliones que, para la administración norteamericana,
contenían el riesgo de la libanización de Irak. Un golpe de Estado contra Sadam
Husein podía desearse, pero no el troceamiento del país
»([6]).

En realidad, la dimensión humanitaria de la «exclusión aérea» del sur de Irak es
del mismo estilo que la de la operación llevada a cabo por los «coaligados» en
la primavera de 1991 en el norte de este país. Durante varios meses, después de
terminada la guerra, habían dejado que la Guardia republicana aplastara a los kurdos;
luego, cuando la masacre estaba ya bien adelantada, crearon, en nombre de la «injerencia
humanitaria», una «zona de exclusión aérea», a la vez que lanzaban una campaña
caritativa internacional por los kurdos. Se trataba entonces de dar una
justificación a posteriori de la guerra del Golfo poniendo de relieve lo
mal nacido y ruin que es Sadam. El mensaje que querían hacer tragar a quienes
rechazaban la guerra y sus matanzas venía a ser el siguiente: «no ha habido
"demasiada" guerra sino que ha habido "demasiado poca"; hubiéramos debido
proseguir la ofensiva hasta derrocar a Sadam». Unos meses después de esa
operación supermediática, los «humanitarios» de servicio dejaron plantados a
los kurdos y se marcharon por donde habían venido a pasar el invierno en sus
casitas. En cuanto a los shiíes, en esa época no habían podido disfrutar
todavía de las solícitas lágrimas de las plañideras profesionales y menos
todavía de una protección armada. Se les había mantenido en reserva (o sea, que
se había dejado a Sadam que siguiera machacándolos) para interesarse por su
triste sino en el momento más oportuno, cuando viniera bien para los intereses
del gendarme del mundo. Y ese momento ha llegado.

Ha llegado con la perspectiva de las elecciones presidenciales en Estados Unidos.
Por mucho que algunas fracciones de la burguesía estadounidense sean favorable
a una alternancia que permita darle un poco más de energía a la mistificación
democrática([7]), Bush y su equipo siguen teniendo la confianza de la mayoría de la clase
dominante. Bush y su equipo han dado sus pruebas, sobre todo con la guerra del
Golfo, de ser expertos defensores del capital nacional y de los intereses
imperialistas de Estados Unidos. Sin embargo, los sondeos indican que Bush no
está asegurado de su reelección. De ahí que una acción espectacular que haga
vibrar las fibras patrióticas y que reúna en torno al presidente amplias capas
de la población del país, como ocurrió con la guerra del Golfo, viene hoy
pintiparada. Sin embargo, el contexto electoral no basta para explicar una
acción así de la burguesía americana en Oriente Medio. Si bien el momento
preciso para esa acción está determinado por ese contexto, sus razones
profundas superan con mucho las contingencias domésticas del candidato Bush.

De hecho, la nueva acción de EEUU en Irak forma parte de una ofensiva general de
ese país por reafirmar su supremacía en el ruedo imperialista mundial. La
guerra del Golfo ya tenía ese objetivo y de hecho contribuyó a frenar esa
tendencia a tirar «cada uno por su cuenta» entre los antiguos socios de EEUU en
el seno del extinto bloque occidental. El desmoronamiento del bloque ruso y la
consiguiente desaparición de la amenaza del Este había dado alas a países como
Japón, Alemania o Francia. La operación «tempestad del desierto» obligó a esos
países a doblegarse ante el gendarme norteamericano. Japón y Alemania
tuvieron que hacer entrega de importantísimas sumas de dinero y Francia fue «invitada»,
en compañía de una serie de países tan poco entusiastas como ella (como Italia,

España o Bélgica) a participar en las operaciones militares. Sin embargo, los
acontecimientos de este año, y en especial la afirmación por parte de la
burguesía alemana de sus intereses imperialistas en Yugoslavia, han hecho
aparecer los límites del impacto de la guerra del Golfo.

Otros hechos han venido a confirmar la incapacidad de EEUU de imponer de modo
definitivo, ni siquiera duradero, la preeminencia de sus intereses
imperialistas. En Oriente Medio, por ejemplo, un país como Francia, que había
sido expulsada de la región cuando la guerra del Golfo (pérdida de su cliente
irakí y desaparición de sus posiciones en Líbano, sustituida por Siria con
permiso de EEUU), está intentando volver a Líbano (entrevista reciente entre
Mitterrand y el Primer ministro libanés, retorno al país del ex presidente pro
francés, Amin Gemayel). No faltan en Oriente Medio fracciones burguesas (como la OLP, por ejemplo) interesadas
en quitarse algo de encima la supremacía USA, reforzada además por la guerra
del Golfo. Es por eso por lo que, regular y repetidamente, EEUU se ve obligado
a reafirmar un liderazgo con su expresión más patente, la fuerza de las armas.

Con la imposición, hoy, de una «zona de exclusión aérea» en el sur irakí, los Estados
Unidos se permiten recordar muy claramente a los Estados de la región, pero
también y sobre todo a las demás grandes potencias, que son ellos los amos. Y
así, someten a su política y «pringan» a un país como Francia (cuya
participación en la guerra del Golfo distaba mucho de ser entusiasta), la cual
da pruebas de lo poco que tal acción la inspira cuando manda allí unos cuantos
aviones de reconocimiento. Y detrás de Francia, a quien se dirige el
llamamiento al orden de EEUU es también al principal aliado de aquélla,
Alemania.

La ofensiva llevada en el momento presente por la primera potencia mundial para
meter en cintura a sus «aliados» no se limita a los Balkanes o a Irak. También
se expresa en otras áreas «candentes» del planeta como Afganistán o Somalia.

En Afganistán, la ofensiva sangrienta del Hezb de Hekmatyar para asegurarse el
control de Kabul recibe el apoyo de Pakistán y de Arabia Saudí, o sea de dos
aliados de EEUU. En fin de cuentas, es la burguesía estadounidense la que está
detrás de la campaña de eliminación del actual hombre fuerte de Kabul, el «moderado»
Masud. Y esto se entiende perfectamente cuando se sabe que éste es el jefe de
una coalición compuesta de tadyikes (de lengua persa, apoyados por Irán cuyas
relaciones con Francia están recalentándose) y de uzbekos (de lengua turca,
apoyados por Turquía, que se acerca a Alemania)([8]).

Del mismo modo, la repentina inclinación «humanitaria» por Somalia lo que está
tapando en realidad son antagonismos imperialistas del mismo tipo. El cuerno de
África es una región estratégica de primera importancia. Para EEUU es
prioritario el control perfecto de esta región y expulsar de ella a cualquier
rival potencial. Y para empezar, un imperialismo que puede fastidiarle es el
francés, el cual dispone en Yibuti de una base militar de cierta importancia.
De ahí que haya una auténtica carrera «humanitaria» de velocidad entre Francia
y Estados Unidos para «llevar ayudas» a las poblaciones somalíes, en realidad
para intentar tomar posiciones en un país a sangre y fuego. Francia ha marcado
un tanto al hacer llegar la primera la tan cacareada «ayuda humanitaria»
(enviada precisamente a través de Yibuti), pero, desde entonces, los Estados
Unidos, con todos los medios de que disponen han hecho llegar su propia «ayuda»
en proporciones incomparables respecto a la de su rival. En Somalia, por ahora,
no es en toneladas de bombas con lo que se mide la relación de fuerzas
imperialista, sino en toneladas de cereales y de medicamentos; mañana, cuando
haya evolucionado la situación, dejarán que los somalíes sigan muriéndose de
hambre en la mayor indiferencia.

En nombre de sentimientos «humanitarios», en nombre de la virtud y en los cinco
continentes, el «gendarme del mundo» quiere imponer su visión del «orden
mundial». Gendarme quiere ser, pero tiene sobre todo comportamiento de gángster,
al igual, por cierto, que las demás burguesías del mundo. Y hay formas de
acción de la burguesía norteamericana, de las cuales, claro está, no alardea,
que se basan directamente en el hampa, en eso que la clase burguesa llama «crimen
organizado» (en realidad los mayores «crímenes organizados» son los ejecutados
por el conjunto de Estados capitalistas, mucho más monstruosos y «organizados»
que los de todos los bandidos que en el mundo han sido). Eso se ha podido
verificar con lo ocurrido en Italia con la serie de atentados que en dos meses
han costado la vida a dos jueces antimafia de Palermo y del jefe de la policía
de Catania. El «profesionalismo» de esos atentados demuestra, y eso es algo
evidente para todo el mundo en Italia, que un aparato de Estado, o sectores de
éste, está detrás de ellos. En particular, la complicidad de los servicios
secretos encargados de la seguridad de los jueces parece confirmada. Esos
asesinatos están siendo ruidosamente utilizados por el actual gobierno, por los
media y por los sindicatos para hacer aceptar por los obreros los
ataques sin precedentes destinados a «sanear» la economía italiana. Las
campañas burguesas asocian ese «saneamiento» al de la vida política y del
Estado («para tener un Estado sano hay que apretarse el cinturón», ése viene a
ser su discurso) a la vez que estallan una serie de escándalos de corrupción.
Sin embargo, en la medida en que esos atentados contribuyen a poner de relieve
su impotencia, no es el gobierno actual quien los ha originado por mucho que en
ellos estén implicados algunos sectores del Estado. En realidad, esos atentados
han puesto de relieve los salvajes ajustes de cuentas entre diferentes
fracciones de la burguesía y de su aparato político. Y tras esos ajustes de
cuentas están claramente presentes cuestiones de política exterior. De hecho,
la camarilla de Andreotti y secuaces que acaba de ser separada del nuevo
gobierno era la más ligada a la  Mafia (esto es algo perfectamente público), pero también la
más implicada en la alianza con Estados Unidos. No es pues sorprendente que
hoy, EEUU utilice, para disuadir a la burguesía italiana de comprometerse con
el eje franco-alemán, a una de las organizaciones que tantos servicios le ha
hecho en el pasado: la  Mafia. En efecto, desde 1943, los mafiosi sicilianos
habían recibido la consigna del conocido gángster italo-norteamericano, Lucky
Luciano, preso en aquel entonces, de que facilitaran el desembarco de las
tropas USA en la isla. A cambio de ello, Luciano fue liberado (y eso que había
sido condenado a 50 años de cárcel), volviendo a Italia para dirigir el tráfico
de tabaco y de droga. Más tarde, la
Mafia ha estado regularmente asociada a las actividades de la
red Gladio, organismo secreto formado por la CIA y la
OTAN durante la «guerra fría» con la complicidad de los
servicios secretos italianos) y de la logia P2 (relacionada con la masonería
norteamericana), destinadas a combatir la «subversión comunista», o sea, las
actividades favorables al bloque imperialista ruso. Las declaraciones de los
mafiosos «arrepentidos» cuando los maxi-juicios antimafia de 1987, organizados
por el juez Falcone pusieron en evidencia las connivencias entre Cosa Nostra y
la logia P2. Por todo ello, los atentados actuales no pueden ser vistos
únicamente como problemas de política interna, sino que deben comprenderse en
el marco de la actual ofensiva de Estados Unidos, país que lo está utilizando
todo, incluido ese medio, para que un Estado de la importancia estratégica de
Italia no se separe de su tutela.

Así es como, más allá de la fraseología sobre los «derechos humanos», sobre la acción «humanitaria»,
la paz, la moral y demás patrañas, lo que la burguesía nos pide que preservemos
es una barbarie sin nombre, una putrefacción avanzada de toda la vida social. Y
cuanto más virtuosas son sus palabras, tanto más repugnantes son sus actos. Así
es el vivir de una clase y de un sistema condenados por la historia, en plena
agonía, pero que pueden arrastrar en su propia muerte a toda la humanidad, si
el proletariado no encuentra las fuerzas necesarias para echarlos abajo, si se
dejara desviar de su terreno de clase por todos los discursos virtuosos de la
clase que lo está explotando. Ese terreno de clase sólo lo podrá volver a
encontrar a partir de la lucha decidida de resistencia contra los ataques cada
vez más brutales que le asesta un capital abocado a una crisis económica
insoluble. Al no haber sufrido el proletariado una derrota decisiva, a pesar de
las dificultades que los grandes cambios de estos últimos años han provocado en
su conciencia y en su combatividad, el porvenir sigue abierto a enfrentamientos
de clase gigantescos. Enfrentamientos en los cuales la clase revolucionaria
deberá encontrar la fuerza, la solidaridad y la conciencia para cumplir la
tarea que la historia le asigna: la abolición de la explotación capitalista y
de todas las formas de explotación.


FM



13/09/1992













[1] Véase en particular el artículo «Europa del
Este: las armas de la burguesía contra el proletariado» en la Revista
internacional
nº 34, 3er trimestre de 1983.
[2] Un factor importante en la superación de las
viejas oposiciones étnicas es, naturalmente, el desarrollo de un proletariado
moderno, concentrado, instruido para las necesidades mismas de la producción
capitalista; un proletariado con una experiencia de luchas y de solidaridad de
clase, separado de los viejos prejuicios legados por la sociedad feudal, sobre
todo los religiosos que suelen ser el caldo en el que se cultivan las
rivalidades étnicas. Está claro que en los países económicamente atrasados, la
mayoría de los del antiguo bloque del Este, un proletariado así tenía pocas
probabilidades de desarrollarse. Sin embargo, no es en esta parte del mundo la
debilidad del desarrollo económico el factor principal de la debilidad política
de la clase obrera y de su vulnerabilidad frente a las ideologías
nacionalistas. El proletariado de Checoslovaquia, por ejemplo, está mucho más
próximo, desde el punto de vista del desarrollo económico y social de de los
países de la Europa
occidental que el la ex Yugoslavia. Eso no le ha impedido aceptar, cuando no ha
sido apoyándolo, el nacionalismo que ha desembocado en la ruptura del país en
dos repúblicas (es cierto que es en Eslovaquia, la parte menos desarrollada,
donde el nacionalismo es más fuerte). De hecho, el enorme atraso político de la
clase obrera en los países dirigidos por regímenes estalinistas durante varias
décadas vienen esencialmente del rechazo casi visceral por los obreros de los
temas principales que inspiran los combates de la clase obrera, debido al
repugnante abuso que de esos temas hicieron esos regímenes. Si «revolución
socialista» significa tiranía bestial por parte de los burócratas del
partido-Estado, lo que acaban gritando es ¡ abajo la revolución socialista!. Si
«solidaridad de clase» quiere decir doblegarse ante el poder de esos burócratas
y aceptar sus privilegios: fuego contra ellos y cada uno para sí. Si
«internacionalismo proletario» es sinónimo de intervención de los tanques rusos:
¡muerte al internacionalismo, viva el nacionalismo!







[3] Para nuestro análisis de la fase de
descomposición, véase en particular, en la Revista internacional nº 62 «La
descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo».







[4] La importancia estratégica de esos dos
países es evidente: Turquía, con el Bósforo, controla el paso entre el mar
Negro y el Mediterráneo; Italia, gracias a Sicilia, controla el paso entre el
Este y el Oeste de este mar. Además, la
VIª Flota USA tiene su base en Nápoles.







[5] Véase al respecto los artículos y
resoluciones en la Revista
internacional,
nos 63 a 67.







[6] F. Heisbourg, director del Instituto
internacional de estudios estratégicos, en una entrevista al diario francés Le
Monde,
del 17/1/1992.







[7] Como pusimos entonces de relieve, la llegada
de los republicanos a la jefatura del Estado, en 1981, correspondía a una
estrategia global de las burguesías más poderosas (especialmente en Gran
Bretaña y en Alemania, pero en otros países también) cuyo objetivo era mandar a
los partidos de izquierda a la oposición. Esta estrategia debía permitirles a
éstos encuadrar mejor a la clase obrera, en un momento en que ésta estaba
desarrollando combates significativos contra los ataques económicos crecientes
que estaba llevando a cabo la burguesía para encarar la crisis. El retroceso
sufrido por la clase obrera mundial a causa de las campañas habidas tras el
hundimiento del bloque del Este ha hecho pasar a un segundo plano la necesidad
de mantener a los partidos de izquierda en la oposición. Por ello, un período
de cuatro años de presidencia demócrata, antes de que la clase obrera haya
vuelto a encontrar el camino de sus luchas, ha empezado a granjearse las
simpatías de algunos sectores burgueses. Una posible victoria del candidato
demócrata en noviembre de 1992 no deberá considerarse como una pérdida del
control por la burguesía de su juego político, que sí es lo que ocurrió, en
cambio, cuando la elección de Mitterrand en Francia, en 1981.

[8] La actual ofensiva rusa por mantener su
control sobre Tadyikistán no es ajena a esta situación: desde hace bastantes
meses, la fidelidad de la Rusia
de Yeltsin a Estados Unidos no se ha desmentido.

Recesión abierta, crisis monetaria, miseria creciente - catástrofe económica en el corazón del mundo capitalista

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Recesión abierta, crisis monetaria, miseria creciente

Catástrofe económica en el corazón del mundo capitalista

En este verano de 1992, una cascada de anuncios y
de inquietantes aconteci mientos han venido a dar oscuros colores al cuadro de
la situación económica mundial. La burguesía podrá empeñarse en repetir hasta
la saciedad que se está perfilando en el horizonte la reanudación del
crecimiento, podrá aferrarse al menor indicio aparentemente positivo para
justificar su optimismo, ello no quita que los hechos sean testarudos e
inmediatamente lo desmientan todo. La reanudación económica es un espejismo:
van ya tres veces que desaparece tras haber sido anunciada. Ya en verano de
1991, Bush y su camarilla creyeron que podían anunciar el final de la recesión;
en otoño, la recaída de la producción norteamericana borró el espejismo. En la
privamera de este año de 1992, una vez más y por exigencias de campaña
electoral, nos sacan el mismo esperanzador guión; de nuevo, la realidad se ha
encargado de mandarlo al traste. Desde hace dos años que nos ponen el mismo
disco rayado sobre la reanudación, empieza ya a resultar un tanto chirriante
ante la situación económica mundial que no cesa de empeorar. Este verano de 1992 ha sido asolador para
las ilusiones sobre la reanudación.

Verano asesino para las ilusiones puestas en la reanudación económica

No sólo no vuelve a arrancar el crecimiento, sino que se ha iniciado un nuevo desmoronamiento de la producción. En EEUU, tras un
año de 1991 desastroso, la burguesía echó demasiado pronto las campanas al
vuelo tras un primer trimestre de 1992 en el que el crecimiento alcanzó 2,7 %
en ritmo anual. Poco duró la alegría cuando para el 2º trimestre apareció un
ruín 1,4 % de crecimiento que ha abierto un saldo negativo para finales de año.
Y no son sólo los Estados Unidos, primera potencia económica mundial, quienes
no logran relanzar la economía. Las dos potencias económicas, hasta ahora
presentadas como parangón del éxito capitalista, Alemania y Japón, se están
empantanando a su vez en los barrizales de la recesión. En la parte occidental
de Alemania, el PIB ha bajado un 0,5 % en el segundo semestre de 1992; de junio
de 1991 a junio del 92, la producción industrial ha disminuido un 5,7 %. En Japón, de
julio de 1991 a julio de 1992, la producción de acero ha caído 11,5 % y la de vehículos de
motor 7,2 %. Así es la situación en todos los países industrializados. Gran
Bretaña, por ejemplo, está viviendo desde mediados del 90, la recesión más
larga desde la guerra. No queda en el mapa ni un sólo paraíso de prosperidad,
ni uno sólo de esos «modelos» de capitalismo nacional en buena salud. Al no
quedar el menor ejemplo de buena gestión con que encandilar a las masas, la
clase dominante está demostrando que no le quedan soluciones.

Con la caída del centro de la economía mundial en la recesión, todo el sistema se ha
fragilizado, y el tejido de la organización económica capitalista mundial está
sometido a tensiones cada vez más fuertes. La inestabilidad alcanza a los
sitemas financiero y monetario. Los símbolos clásicos del capitalismo, las
bolsas de valores, los bancos y el dólar han estado metidos este verano en el
centro de la tempestad. El Kabuto-Cho, bolsa de Tokyo, que en 1989, en su más
alto nivel, había superado en importancia a Wall Street, ha tocado fondo en
agosto último con una baja del 69 % de su principal índice de valores (Nikkei)
con relación a su época más fastuosa, bajando hasta los niveles de 1986. Han
quedado borrados años de especulación y se han evaporado miles de millones de
dólares. Las plazas bursátiles de Londres, Francfort, París, han pérdido entre
10 y 20 % desde principios de año. Los bancos y los seguros que alimentaron la
especulación durante los años 80, están pagando los platos rotos: los
beneficios caen en picado, las pérdidas se amontonan y las quiebras se
multiplican por el mundo entero. La famosa compañía Lloyds, que gestiona los
seguros de toda la navegación mundial, están al borde de la bancarrota. El rey
Don Dólar se ha despeñado a toda velocidad durante el verano, llegando a su más
bajo nivel respecto al marco alemán desde la creación de éste en 1945,
sacudiendo así todo el equilibrio del mercado monetario internacional. El
dólar, la especulación bursátil, que parecían ser, según los papanatas
eufóricos de los años 80, los símbolos del vigor triunfal del capitalismo, se
están conviertiendo en los simbolos de su quiebra.

Los ataques más duros desde la Segunda Guerra mundial

Pero mucho más que los abstractos índices
económicos y los espectaculares acontecimientos de la vida de las instituciones
capitalistas que llenan las páginas de los periódicos, la realidad de la
crisis, de su agravación, es vivida cotidianamente por los explotados, quienes,
sometidos a las agresiones a repetición de los programas de austeridad, están
soportando un empobrecimiento creciente.

El aumento constante de los despidos, y por consiguiente, del desempleo, ha conocido en
los últimos meses, una brutal aceleración en el corazón mismo del mundo
industrializado. En la OCDE en su conjunto, el paro tras haber aumentado 7,6 % en 1991 para alcanzar los 28
millones de personas, debe, según las previsiones, superar los 30 millones en
1992. Crece el desempleo en todos los países: en Alemania, en julio de 1992,
alcanza 6 % en el Oeste y 14, 6 % en el Este, contra, respectivamente, 5,6 y
13,8 el mes anterior. En Francia, las empresas han despedido a 262 000 trabajadores
en el primer semestre, 43 000 en julio último. En Gran Bretaña, se han anunciado
300 000 supresiones de empleo desde ahora hasta fin de año, sólo en el sector
de la construcción. En Italia, en los meses venideros, tienen que desaparecer
100 000 empleos en la industria. En la CEE, oficialmente, 53 millones de personas viven por debajo
del «umbral de pobreza»: en España cerca de la 1/4 parte de la población, en
Italia 9 millones de personas, o sea el 13,5 % de la población. En EEUU, 14,2 %
de la población malvive en esas condiciones, 37,7 millones de personas. La
renta media de las familias norteamericanas ha caído 5 % en tres años...

Tradicionalmente, en los países desarrollados, la burguesía aprovecha el verano, período clásico
de desmovilización de la clase obrera, para instaurar sus programas de
austeridad. No sólo este verano de 1992 no ha sido una excepción, sino que ha
sido la ocasión para asestar golpes a mansalva y sin precedentes contra las
condiciones de vida de los explotados. En Italia, la escala móvil de salarios
ha sido abandonada con el acuerdo de los sindicatos. Los salarios han sido
congelados en el sector privado y se han aumentado los impuestos ahora que la
inflación alcanza el 5,7 %. En España, han aumentado los impuestos (el IRPF) un
2 % por mes, con efecto retroactivo a partir de enero. Como consecuencia de
ello, los salarios de Setiembre quedarán amputados de un 20 %. En Francia, los
subsidios por desempleo han sido reducidos a la vez que aumentan las cuotas
para el desempleo de los trabajadores que aún tienen empleo. En Gran Bretaña,
en Bélgica, también se han implantado presupuestos de austeridad, o sea:
disminución de las prestaciones sociales, encarecimiento de los servicios
médicos y demás. Esta lista podría seguir.

En todos los planos de sus condiciones de vida, la clase obrera de los países
adelantados está viviendo los ataques más duros desde el final de la Segunda Guerra
mundial.

Un relanzamiento imposible

Mientras que desde hace tres años, la clase
dominante escudriña el horizonte por si aparece una reanudación que nunca
llega, se instala la duda y se acrecienta la inquietud ante la degradación
económica que no cesa y la crisis social que será su inevitable resultante. El
miedo que la corroe, la burguesía pretende espantarlo clamando sin cesar que
pronto llegará la reanudación, que la recesión es como la noche, pero que al
final, inevitablemente, volverá a amanecer el sol en el horizonte, o sea, que
es de lo más normal y que lo hace falta es tener paciencia y aceptar los
sacrificos necesarios.

No es la primera vez, desde finales de los años 60 en que se inició la crisis, que la economía mundial
conoce fases de recesión abierta. En 1967, en 1970-71, en 1974-75, en 1981-82,
la economía mundial había encarado los trastornos de la caída de la producción.
Cada vez, las políticas de relanzamiento consiguieron volver al crecimiento,
cada vez la economía parecía haber salido del agujero. Sin embargo, esa
optimista constatación en la que se basa la burguesía para hacernos creer que
inevitablemente volverá el crecimiento, cual ciclo normal de la economía, es de
lo más iluso. El retorno del crecimiento en los años 80 no benefició al
conjunto de la economía mundial. Las economías del llamado Tercer mundo nunca
se han recuperado de la caída de la producción que sufrieron a principios de
los 80, no han salido nunca de la recesión, mientras que los países del «segundo
mundo», los del ex bloque del Este continuaron en un lento desmoronamiento que
ha acabado en el hundimiento económico y político de finales de los 80. El tan
manido relanzamiento económico reaganiano de los años 80 ha sido parcial, limitado,
reservado esencialmente a los países del «primer mundo», a los países más
industrializados. Sobre todo, esos relanzamientos sucesivos se han hecho
mediante políticas económicas artificiales, que han sido otras tantas trampas y
distorsiones a la sacrosanta «ley del mercado» que los economistas «liberales»
han instituido como dogma ideológico.

La clase dominante está confrontada a una crisis de sobreproducción y los mercados solventes son
demasiado estrechos para absorber lo sobrante de mercancías producidas. Para
hacer frente a esa contradicción, para dar salida a sus productos, para ampliar
los límites del mercado, la clase dominante ha recurrido esencialmente a la
huida ciega en el crédito. Durante los años 70, a los países
subdesarrollados de la periferia se les acordaron créditos por 1 Billón de
dólares, en gran parte utilizados para comprar mercancías producidas en los
países industrializados, lo cual les permitía, a éstos, mantener su
crecimiento. A finales de los 70, sin embargo, la incapacidad para reembolsar
en que se encontraron los países más endeudados de la periferia acabó con esa
política. La periferia del mundo capitalista se hundió definitivamente en el
marasmo. No importaba, la burguesía había encontrado otra solución. Fueron los
Estados Unidos, bajo la batuta de Reagan, quienes se convirtieron en depósito
de lo sobrante de la producción mundial y ello mediante un endeudamiento que ha
dejado el de los países del tercer mundo a nivel de calderilla. La deuda de
EEUU alcanzaba a finales del 91 la cifra astronómica de 10 billones 481
millones de dólares en el plano interior y 650 mil millones de dólares para con
otros países. Tal política sólo fue posible, claro está, porque EEUU, primera
potencia imperialista mundial, líder entonces del bloque formado por las
principales potencias industriales, pudo aprovecharse de esas bazas para hacer
trampas con las leyes del mercado, doblegarlas a sus necesidades imponiendo una
disciplina férrea a sus aliados. Pero esa política ha llegado a sus límites. A
la hora del vencimiento de los plazos, los Estados Unidos, al igual que los
países subdesarrollados hace doce años, son insolventes.

El recurso a la poción del crédito para curar la economía capitalista enferma se ha transformado en
ponzoña al encontrar sus límites objetivos. Por eso, la recesión abierta que
está causando estragos desde hace más de dos años en el corazón del capitalismo
más industrializado es cualitativamente diferente de las fases recesivas
anteriores. Los artificios económicos que permitieron los relanzamientos precedentes
se revelan ahora ineficaces.

Por la 22ª vez consecutiva el Banco Federal estadounidense ha bajado este verano el tipo de interés base
con el que presta dinero a los demás bancos. Ha bajado de 10 % a 3 % desde la
primavera de 1989. ¡Ese tipo de interés es hoy más bajo que la tasa de
inflación, o sea que el interés real es nulo y hasta negativo!. ¡El Estado
presta dinero con pérdidas!. Lo peor es que esa política de crédito fácil no ha
dado el menor resultado, ni en EEUU ni en Japón donde los tipos de interés del
Banco central se están acercando al 3 %.

Los bancos que prestaron a lo loco durante años se encaran hoy con impagos a mansalva, las quiebras de
empresas se acumulan dejando deudas que alcanzan a menudo cantidades de miles
de millones de dólares. El hundimiento de la especulación bursátil e inmobiliaria
agrava todavía más unos balances ya en números rojos, se acumulan las pérdidas,
se vacían las arcas. En resumen, los bancos ya no pueden prestar. El
relanzamiento mediante el crédito es imposible, lo cual significa que el
relanzamiento a secas es imposible.

Una sola esperanza para la clase dominante: frenar la caída, limitar los estragos

La baja de los tipos de interés sobre el dólar o
el yen ha servido primero para recuperar los márgenes de ganancia de los bancos
americanos y japoneses, los cuales han recibido préstamos más baratos pero no
los han repercutido enteramente en los créditos que proponen a los particulares
y a las empresas, evitando así una multiplicación demasiado dramática de
bancarrotas y el estallido catastrófico del sistema bancario internacional.
Pero esa política también tiene sus límites. Los tipos ya no pueden seguir
bajando. El Estado está obligado a intervenir más y más directamente para
auxiliar a unos bancos que, aparentemente independientes, han sido el
taparrabos «liberal» del capitalismo de Estado, Estado que, en realidad,
controla férreamente las compuertas del crédito. En EEUU, el presupuesto
federal debe financiar con cientos de miles de millones de dólares el apoyo a
bancos amenazados de quiebra, y en Japón, el Estado acaba de comprar el parque
inmobiliario de los bancos más amenazados para reflotar sus arcas. Son, en
cierto modo, nacionalizaciones. Lejos estamos de ese credo pseudoliberal del «menos
Estado» con que nos han dado la tabarra durante años. Cada día más, el Estado
está obligado a intervenir abiertamente para «salvar la vajilla». Un ejemplo
reciente acaba de darse con el programa de relanzamiento montado por el
gobierno japonés, el cual ha tenido que echar mano de sus propios fondos
desbloqueando 85 mil millones de dólares para sostener a un sector privado de
capa caída. Pero tal política de relanzamiento del consumo interno acabará
teniendo un efecto tan provisional como los gastos de Alemania para su
unificación, los cuales han permitido frenar muy temporalmente la recesión en
Europa.

Limitar los estragos, frenar la caída en picado en la catástrofe, eso es lo que intenta hacer la clase
dominante. En una situación en la que los mercados se encogen sin remedio, por
falta de créditos, la búsqueda de competitividad a golpes de programas de
austeridad cada vez más draconianos para incrementar las exportaciones, se ha
convertido en la cantinela de todos los Estados. El mercado mundial está
desgarrándose con la guerra comercial en la que todos los golpes sirven, en la
que cada Estado usa todos los medios a su alcance para asegurarse sus salidas
mercantiles. La política de EEUU ilustra bien esa tendencia: puñetazos en la
mesa de negociaciones del GATT, creación de un mercado privilegiado y protegido
con México y Canadá, asociados tanto de fuerza como de grado, baja artificial
del dólar para avivar las exportaciones. Esta guerra comercial sin tregua ni
merced no hará, sin embargo, sino empeorar si cabe la situación, hacer todavía
más y más inestable el mercado mundial. Y esta dinámica de desestabilización se
ha acelerado por el hecho de que, con la desaparición del bloque del Este, la
disciplina que EEUU podía imponer a sus antiguos asociados imperialistas, y a
la vez principales concurrentes comerciales, se ha disuelto por completo. La
política norteamericana de baja del dólar ha chocado contra los límites
impuestos por la política alemana de tipos de interés elevados, pues Alemania,
enfrentada al riesgo de alza de la inflación efecto de la unificación, está
jugando su propio juego. Resultado: la especulación mundial se ha ido
masivamente hacia el marco, contra la moneda USA, y los bancos centrales, en un
desorden general, se las ven y se las desean para estabilizar la caída
incontrolada del dólar. El terremoto sacude a todo el sistema monetario
internacional. El marco finlandés ha tenido que separarse del sistema monetario
europeo, mientras que la lira italiana y la libra inglesa, en plena tormenta,
no saben cómo hacer para mantenerse dentro de él. La sacudida actual anuncia
los terremotos venideros. Los acontecimientos económicos del verano del 92
muestran que las expectativas no son, ni mucho menos, las de una reanudación
del crecimiento. Son las de una aceleración de la caída recesionista; lo que
nos espera son terremotos todavía más brutales en todo el aparato económico y
financiero del capital mundial.

La catástrofe en el corazón del mundo industrializado

Es significativo de la gravedad de la crisis que
sean hoy las orgullosas metrópolis del centro industrializado del capitalismo
las que deben soportar de lleno la recesión abierta. El hundimiento económico
de los países del Este causó la muerte del bloque imperialista ruso.
Contrariamente a la insistente propaganda desencadenada tras ese
acontecimiento, éste no se debió a la incapacidad de no se sabe qué «comunismo»
que pretendía ser el sistema estalinista, sino a las convulsiones mortales de
una fracción subdesarrollada del capitalismo mundial que sí era dicho sistema.
La bancarrota del capitalismo en el Este ha sido la demostración misma de las
contradicciones insuperables que minan la economía capitalista sea cual sea la
forma de ésta. Diez años después del hundimiento económico de los países
subdesarrollados de la periferia, la quiebra económica de los países del Este
anunciaba la agravación de los efectos de la crisis en el corazón del mundo
industrial más desarrollado, en el que se concentra lo esencial de la
producción mundial (más de 80 % para los países de la OCDE), en donde se
cristalizan con más fuerza las contradicciones insuperables de la economía
capitalista. La progresión, desde hace veinte años, de los efectos de la crisis
de la periferia hacia el centro es expresión de la creciente incapacidad de los
países más desarrollados para echar esos efectos hacia las naciones
económicamente débiles. Igual que un bumerang, la crisis vuelve a causar sus
estragos en el epicentro que la originó. Esta dinámica de la crisis muestra
cuál es el futuro del capital. Del mismo modo que los países del ex bloque del
Este están viendo cómo se concreta el espectro de una catástrofe económica de
la amplitud de la que ya conocen África o Latinoamérica, al cabo es ése futuro
siniestro el que amenaza a los países industrializados.

Es evidente que la clase dominante no puede ni admitir ni reconocer esa dinámica
catastrófica con la que se desarrolla la crisis. Necesita creer en la eternidad
de su sistema. Pero esta ceguera propia se combina con la necesidad absoluta
para ella de ocultar al máximo la realidad de la crisis ante los explotados del
mundo entero. La clase explotadora debe ocultarse a sí misma y a los explotados
su propia impotencia, pues eso haría aparecer ante el mundo entero que su tarea
histórica está terminada desde hace mucho tiempo y que el mantenimiento de su
poder sólo puede arrastrar a la humanidad a una barbarie cada vez más
espantosa.

Para todos los trabajadores, la realidad dolorosa de los efectos de la crisis, que tiene que
sufrir en carne propia, es un poderoso factor de clarificación y reflexión. El
aguijón de la miseria que cada día es más insoportable empujará al proletariado
a expresar abiertamente su descontento, a expresar su combatividad en las
luchas por defender su nivel de vida. Por eso es por lo que, desde hace 20 años
que la crisis se profundiza, la propaganda burguesa insiste tanto y
constantemente en el eslogan de que la crisis puede ser superada.

La realidad, sin embargo, se encarga de barrer las ilusiones, de hacer que se
desmoronen las mentiras. La historia hace un corte de mangas a quienes se
creyeron que con las pócimas de Reagan, la crisis había quedado definitivamente
aplastada o que se habían aprovechado estúpidamente del hundimiento del bloque
imperialista ruso para andar cacareando histéricamente la vacuidad de la
crítica marxista del capitalismo, pretendiendo que éste sería el único sistema
viable, el único porvenir de la humanidad. La quiebra cada día más catastrófica
del capitalismo plantea ya y seguirá planteando a la clase obrera la necesidad
de proponer y defender su solución: la revolución comunista.

JJ - 04/09/1992 

IV - El comunismo es el verdadero comienzo...

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En el anterior artículo de esa serie vimos cómo, desde sus primeros trabajos, Marx aborda el problema del trabajo alienado con objeto de definir los objetivos últimos de la transformación social comunista. Concluíamos que, para Marx, el trabajo asalariado capitalista constituye la más alta expresión de la alienación del hombre respecto a sus capacidades reales, y a la vez la premisa para superar esta alienación hacia el surgimiento de una sociedad verdaderamente humana. En este capítulo vamos a abordar los verdaderos contornos de una sociedad comunista plenamente desarrollada tal y como Marx los trazó en sus primeros escritos, un cuadro que luego desarrolló y al que jamás renunció en sus trabajos posteriores. En los Manuscritos económicos y filosóficos, Marx, tras abordar las diferentes facetas de la alienación humana, pasa a criticar las concepciones, rudimentarias e inadecuadas del comunismo, que predominaban en el movimiento proletario de esa época. Como ya vimos en el primer artículo de esta serie, Marx rechaza las concepciones heredadas de Babeuf que siguen defendiendo los adeptos de Blanqui, pues tienden a presentar el comunismo como una nivelación general a la baja, una negación de la cultura donde «el destino del obrero no se ha superado, sino extendido a todos los hombres»([1] [14]). Según esta concepción, todo el mundo debería convertirse en trabajador asalariado bajo la dominación de un capital colectivo, de la «comunidad como capitalista general»([2] [15]). Al rechazar tales concepciones Marx anticipa ya los argumentos, que posteriormente los revolucionarios han desarrollado para mostrar la naturaleza capitalista de los regímenes llamados «comunistas» del ex-bloque del Este (aunque estos fueran el producto monstruoso de una contrarrevolución burguesa y no la expresión de un movimiento obrero inmaduro).

Igualmente, Marx criticó las versiones más «democráticas» y sofisticadas de comunistas como Considerant y otros, pues eran «de naturaleza aún política», es decir que no planteaban un cambio radical de las relaciones sociales, quedando por tanto «aún en esencia incompletas y afectadas por la propiedad privada»([3] [16]).

Frente a esas definiciones restrictivas y deformadas, Marx oponía con firmeza que el comunismo no significa la reducción general de los hombres a un filisteísmo inculto, sino la elevación de la humanidad a sus más altas capacidades creativas. Este comunismo -tal y como Marx lo enunció en un pasaje, citado con frecuencia pero raramente analizado-, se da los más altos objetivos: «El comunismo como superación positiva de la propiedad privada en cuanto autoextrañamiento del hombre y por ello como apropiación real de la esencia humana por y para el hombre; por ello como retorno del hombre para sí en cuanto hombre social, es decir, humano; retorno pleno, consciente y efectuado dentro de toda la riqueza de la evolución humana hasta el presente. Este comunismo es, en tanto que como completo naturalismo = humanismo, y como completo humanismo = naturalismo; (...) es la solución definitiva del litigio entre existencia y esencia, entre objetivación y autoafirmación, entre libertad y necesidad, entre individuo y género. Es el enigma resuelto de la historia y sabe que es la solución»([4] [17]).

El comunismo vulgar comprendió bastante correctamente que las creaciones culturales de las anteriores sociedades estuvieron basadas en la explotación del hombre por el hombre. Y sin embargo, erróneamente, las rechazaba. Marx, por el contrario, trataba de apropiarse de ellas, haciendo verdaderamente provechosas las creaciones culturales (y, si cabe utilizar el término, espirituales) anteriores de la humanidad, liberándolas de las distorsiones que la sociedad de clases necesariamente les impone. Al hacer de estas creaciones un patrimonio común de toda la humanidad, el comunismo las funde en una síntesis superior y más universal. Esta posición expresa una visión profundamente dialéctica que -incluso antes de que Marx hubiera expresado una clara comprensión de las formas comunitarias de sociedad que precedieron a la formación de divisiones de clase- reconocía que la evolución histórica, en particular en su fase final capitalista, había expoliado al hombre y lo había privado de sus relaciones sociales «naturales» originarias. Pero el objetivo de Marx no era un simple retorno a la perdida simplicidad primitiva sino la instauración consciente del ser social del hombre, el acceso a un nivel superior que integre todos los avances contenidos en el movimiento de la historia.

Del mismo modo, este comunismo, lejos de ser simplemente la generalización de la alienación impuesta al proletariado por las relaciones sociales capitalistas, se considera como la «superación positiva» de las múltiples contradicciones y alienaciones que han atormentado hasta el presente al genero humano.

La producción comunista como realización de la naturaleza social del hombre

Como vimos en el artículo anterior, la crítica de Marx al trabajo alienado trataba sobre muchos aspectos:

  • el trabajo alienado separa al productor de su propio producto: lo que el hombre crea con sus propias manos se convierte en una fuerza hostil que aplasta a su creador;
  • separa al productor del acto de la producción: el trabajo alienado es una forma de tortura([5] [18]), una actividad totalmente exterior al trabajador.

Y como la característica humana más fundamental, en términos de Marx, «el ser genérico del hombre», es la producción creativa, consciente, ... transformar ésta en fuente de tortura, es separar el hombre de su verdadero ser genérico; separa al hombre del hombre: hay una profunda separación no sólo entre explotador y explotado, sino también entre los propios explotados, atomizados en individuos enfrentados por las leyes de la concurrencia capitalista. En sus primeras definiciones del comunismo, Marx trató estos aspectos de la alienación desde diferentes ángulos, pero siempre con la preocupación de mostrar que el comunismo aportaba una solución concreta y positiva a estos males. En la conclusión de los Extractos de elementos de economía política de James Mill que datan de la misma época que los Manuscritos, Marx explicaba por qué la sustitución de trabajo asalariado capitalista que solo produce por el beneficio, por el trabajo asociado que produce para las necesidades humanas, constituye la base de la superación de las alienaciones enumeradas anteriormente: «Bajo el supuesto de la propiedad privada, el trabajo es alienación de la vida, porque yo trabajo para vivir, para procurarme un medio de vida. Mi trabajo no es mi vida. (...) Bajo el supuesto de la propiedad privada, mi individualidad está alienada hasta un grado tal que esta actividad me es un objeto de odio, de tormento: es un simulacro de actividad, una actividad puramente forzada, que me es impuesta por una necesidad exterior contingente, y no por una exigencia y una necesidad interior»([6] [19]). En oposición a esto, Marx nos plantea suponer «que producimos como seres humanos: cada uno de nosotros se afirma doblemente en su producción, de él mismo y de los otros. 1º En mi producción yo realizaré mi identidad, mi particularidad; trabajando sentiré el placer de una manifestación individual de mi vida, y en la contemplación del objeto disfrutaré el goce individual de reconocer mi personalidad como una potencia real, concretamente aprovechada y fuera de toda duda. 2º En tu goce o tu empleo de mi producto, yo tendré el goce espiritual inmediato de satisfacer por mi trabajo una necesidad humana, de realizar la naturaleza humana y de aportar a la necesidad de otro el objeto de su necesidad. 3º Yo seré consciente de servir de mediador entre tú y el género humano, de ser reconocido y sentido por ti como un complemento a tu propio ser y como una parte necesaria de ti mismo, de ser aceptado en tu espíritu como en tu amor. 4º Yo tendré, en mis manifestaciones individuales, el goce de crear la manifestación de tu vida, es decir de realizar y afirmar en mi actividad individual mi verdadera naturaleza, mi sociabilidad humana. Nuestras producciones serán otros tantos espejos en los que nos podemos ver el uno al otro. (...) Mi trabajo será una manifestación libre de la vida, un disfrute de la vida»([7] [20]).

Así para Marx, los seres humanos solo producirán de forma humana cuando cada individuo sea capaz de realizarse plenamente en su trabajo: realización que viene de la alegría activa del acto productivo; de la producción de objetos que no solo tienen una utilidad real para otros seres humanos sino que merecen igualmente ser contemplados en si mismos, porque han sido producidos, por emplear los términos de los Manuscritos, «según las leyes de la belleza», del trabajo en común con otros seres, y con un fin común.

Aquí aparece claramente que para Marx la producción en función de las necesidades, que es una de las características del comunismo, es mucho más que la simple negación de la producción de mercancías capitalista, de la producción para el beneficio. Desde el principio la acumulación de riquezas como capital ha significado la acumulación de pobreza para los explotados; en la época del capitalismo moribundo esto es doblemente cierto, y hoy es más evidente que nunca que la abolición de la producción de mercancías es una precondición para la propia supervivencia de la humanidad. Pero, para Marx la producción para las necesidades nunca ha sido un simple mínimo, una satisfacción puramente cuantitativa de las elementales necesidades de alimentación, alojamiento, etc. La producción para las necesidades es, al mismo tiempo, reflejo de la necesidad que tiene el hombre de producir, por el acto de producir en tanto que actividad sensual y agradable, en tanto que celebración de la esencia comunitaria del genero humano. Marx jamás modificó esta posición. Como escribió el Marx «maduro» de la Critica del Programa de Gotha (1874): «En una fase superior de la sociedad comunista, una vez que haya desaparecido la avasalladora sujeción de los individuos a la división del trabajo, y con ella también la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, una vez que el trabajo no sea ya sólo medio de vida, sino incluso se haya convertido en la primera necesidad vital, una vez que con el desarrollo multilateral de los individuos hayan crecido también sus capacidades productivas y todos los manantiales de la riqueza colectiva fluyan con plenitu...»([8] [21]).

«Una vez que el trabajo no sea ya sólo mediode vida, sino incluso se haya convertido en la primera necesidad vital...» Tales argumentos son cruciales si se quiere responder adecuadamente al típico argumento de la ideología burguesa según el cual si se suprime el afán de lucro, desaparece cualquier motivación para que el individuo o la sociedad en su conjunto produzca lo que sea. Una vez más un elemento fundamental de respuesta es mostrar que sin la abolición del trabajo asalariado, la simple supervivencia del proletariado y de la humanidad entera es imposible. Pero esto dicho así, queda como un argumento meramente negativo si los comunistas no ponen en evidencia que en la sociedad futura la principal motivación para trabajar será que trabajar se convierta en «la primera necesidad vital», el disfrute de la vida, el meollo de la actividad humana y la realización de los deseos más esenciales del hombre.

Superar la división del trabajoNótese como Marx, en esta última cita, comienza su descripción de la fase superior del comunismo planteando la abolición de «la avasalladora sujeción de los individuos a la división del trabajo, y con ella también la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual». Este es un tema constante en la denuncia que hace Marx del trabajo asalariado capitalista. En el primer volumen de el Capital, arremete pasaje tras pasaje contra la forma en que el trabajo en la fábrica reduce a los hombres a simples fragmentos de sí mismos, contra la forma en que los transforma en cuerpos sin cabeza, en que la especialización reduce el trabajo a la repetición de acciones meramente mecánicas que embotan el espíritu. Pero esta polémica contra la división del trabajo se encuentra ya en sus primeros trabajos, donde aparece claramente que para Marx sólo se puede superar la alienación implícita en el sistema asalariado con una profunda transformación en la división del trabajo existente. Esta cuestión se trata en un famoso pasaje de La Ideología alemana: «Finalmente, la división del trabajo nos brinda ya el primer ejemplo de cómo, mientras los hombres viven en una sociedad primitiva, mientras se da, por tanto, una separación entre el interés particular y el interés común, mientras las actividades, por consiguiente, no aparecen divididas voluntariamente, sino por modo natural, los actos propios del hombre se erigen ante él en un poder ajeno y hostil, que lo sojuzga, en vez de ser él quien los domine. En efecto, a partir del momento en que comienza a dividirse el trabajo, cada cual se mueve en un determinado círculo exclusivo de actividades, que le es impuesto y del que no puede salirse; el hombre es cazador, pescador, pastor o crítico, y no tiene más remedio que seguir siéndolo, sino quiere verse privado de los medios de vida; al paso que en la sociedad comunista, donde cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos»([9] [22]).

En esta sugestiva imagen de la vida cotidiana en una sociedad comunista plenamente desarrollada, se emplea una cierta licencia poética, pero se aborda la cuestión esencial: dado el desarrollo de las fuerzas productivas que el capitalismo ha aportado, no hay ninguna necesidad de que los seres humanos pasen la mayor parte de su vida en la prisión de un único tipo de actividad -por descontado en un tipo de actividad que no permita la más mínima expresión de las capacidades reales del individuo. De la misma forma, hablamos de la abolición de la vieja división entre una pequeña minoría de individuos que tienen el privilegio de vivir de un trabajo realmente creativo y gratificante, y la inmensa mayoría condenada a la experiencia del trabajo como alienación de la vida: «La concentración exclusiva del talento artístico en individuos únicos y la consiguiente supresión de estas dotes en la gran masa es una consecuencia de la división del trabajo (...) en todo caso, en una organización comunista de la sociedad desaparece la inclusión del artista en la limitación local y nacional, que responde pura y únicamente a la división del trabajo, y la inclusión del individuo en este determinado arte, de tal modo que sólo haya exclusivamente pintores, escultores, etc. y ya el nombre mismo expresa con bastante elocuencia la limitación de su desarrollo profesional y su supeditación a la división del trabajo. En una sociedad comunista, no habrá pintores, sino, a lo sumo, hombres que, entre otras cosas, se ocupan también de pintar»([10] [23]).

En la aurora del capitalismo, la imagen del héroe era la del Hombre del Renacimiento -individuos que como Leonardo De Vinci combinaban talentos de artista, de científico y de filósofo. Pero tales hombres no son más que ejemplos excepcionales, genios extraordinarios, en una sociedad donde el arte y la ciencia se apoyan sobre el trabajo agotador de la inmensa mayoría. La visión comunista de Marx es la de una sociedad compuesta enteramente por «Hombres del Renacimiento»([11] [24]).

La emancipación de los sentidos

Para ese tipo de «socialistas» cuya función es reducir el socialismo a un ligero maquillaje del sistema social de explotación existente, la visión de Marx no puede constituir una anticipación del futuro de la humanidad. Para los partidarios del socialismo «real» (es decir el capitalismo de Estado para la socialdemocracia, el estalinismo o el trotskysmo), solo se trata de visiones, de sueños utópicos irrealizables. Pero para quienes estamos convencidos de que el comunismo es a la vez una necesidad y una posibilidad, la gran audacia de la concepción del comunismo de Marx, su rechazo inflexible a limitarse a lo mediocre y lo secundario, sólo puede constituir una inspiración y un estímulo para continuar una lucha sin desmayo contra la sociedad capitalista. Y es cierto es que las descripciones de Marx sobre los objetivos últimos del comunismo son extremadamente audaces, desde luego mucho más de lo que sospechan habitualmente los «realistas» que no consideran los profundos cambios que implica la transformación comunista (producción para el uso, abolición de la división del trabajo, etc.); del mismo modo como también se desorientan sobre los cambios subjetivos que comportará el comunismo, al implicar una transformación espectacular de la percepción y de la experiencia sensitiva del hombre.

Una vez más el método de Marx es partir de un problema real, planteado concretamente por el capitalismo y buscar la solución contenida en las contradicciones presentes en la sociedad. En este caso describe la forma en la que el reino de la propiedad privada reduce las capacidades del hombre para disfrutar de los sentidos. De entrada esta restricción es una consecuencia de la pobreza material que ahoga los sentidos, reduciendo todas las funciones fundamentales de la vida a un nivel animal e impidiendo que los seres humanos puedan realizar su potencia creativa: «El sentido que es presa de la grosera necesidad práctica tienen sólo un sentido limitado. Para el hombre que muere de hambre no existe la forma humana de la comida, sino únicamente su existencia abstracta de comida; ésta bien podría presentarse en su forma más grosera, y sería imposible decir entonces en qué se distingue esta actividad para alimentarse de la actividad animal para alimentarse. El hombre necesitado, cargado de preocupaciones, no tiene sentido para el más bello espectáculo»([12] [25]).

Al contrario, «los sentidos del hombre social son distintos de los del no social. Sólo a través de la riqueza objetivamente desarrollada del ser humano es, en parte cultivada, en parte creada, la riqueza de la sensibilidad humana subjetiva, un oído musical, un ojo para la belleza de la forma. En resumen, sólo así se cultivan o se crean sentidos capaces de goces humanos, sentidos que se afirman en tanto que fuerzas esencialmente humanas (...), así, la sociedad constituida produce, como su realidad durable, al hombre en esta plena riqueza de su ser, al hombre rico y profundamente dotado de todos los sentidos»([13] [26]).

Pero no es simplemente la privación material, cuantificable, lo que restringe el libre disfrute de los sentidos. Es algo mucho más profundo, incrustado por la sociedad de propiedad privada, la sociedad de alienación. Es la «estupidez» inducida por esta sociedad que nos quiere convencer de que nada «es verdaderamente cierto» en tanto que no se posee: «La propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos y unilaterales que un objeto sólo es nuestro cuando lo tenemos, cuando existe para nosotros como capital o cuando es inmediatamente poseído, comido, bebido, vestido, habitado, en resumen, utilizado por nosotros. Aunque la propiedad privada concibe, a su vez, todas esas realizaciones inmediatas de la posesión solo como medios de vida y la vida a la que sirven como medios es la vida de la propiedad, el trabajo y la capitalización.

«En lugar de todos los sentidos físicos y espirituales ha aparecido así la simple enajenación de todos estos sentidos, el sentido de tener»([14] [27]).

Y nuevamente, en oposición a esto: «la superación positiva de la propiedad privada, es decir, la apropiación sensible por y para el hombre de la esencia y de la vida humanas, de las obras humanas, no ha de ser concebida sólo en el sentido del goce inmediato, exclusivo, en el sentido del gozo parcial, en el sentido de posesión, del tener. El hombre se apropia su esencia universal de forma universal, es decir, como hombre total. Cada una de sus relaciones humanas con el mundo (ver, oír, oler, gustar, sentir, pensar, observar, percibir, desear, actuar, amar) en resumen, todos los órganos de su individualidad, como los órganos que son inmediatamente comunitarios en su forma, son en su comportamiento objetivo, en su compartimiento hacia el objeto, la apropiación de éste. La superación de la propiedad privada es por ello la emancipación plena de todos los sentidos y cualidades humanos; pero es esta emancipación precisamente porque todos estos sentidos y cualidades se han hecho humanos, tanto en un sentido objetivo como subjetivo. El ojo se ha hecho un ojo humano, así como su objeto se ha hecho un objeto social, humano, creado por el hombre para el hombre. Los sentidos se han hechos así inmediatamente teóricos en su práctica. Se relacionan con la cosa por amor de la cosa, pero la cosa misma es una relación humana objetiva para si y para el hombre y viceversa (sólo puedo relacionarme en la práctica de un modo humano con la cosa cuando la cosa se relaciona humanamente con el hombre). Necesidad y goce han perdido con ello su naturaleza egoísta y la naturaleza ha perdido su pura utilidad, al convertirse la utilidad en utilidad humana»([15] [28]).

Interpretar este pasaje en toda su profundidad y complejidad podría llevarnos un libro entero. Pero a partir de él, lo que queda claro es que para Marx la sustitución del trabajo alienado por una forma realmente humana de producción conduce a una modificación fundamental del estado de conciencia del hombre. La liberación de esa especie del tributo paralizante que paga en la lucha contra la penuria, la superación de la asociación entre la ansiedad y el deseo impuesto por la dominación de la propiedad privada, liberan los sentidos del hombre de su prisión y le permiten ver, entender y sentir de una forma nueva. Es difícil discutir sobre tales formas de conciencia porque estas no son «simplemente» racionales. Esto no quiere decir que ellas hayan retrocedido a un nivel anterior al desarrollo de la razón, sino que van más allá del pensamiento racional, tal y como se ha concebido hasta el presente -es decir, como actividad separada y aislada- alcanzando una condición en la cual «el hombre se afirma en un mundo objetivo no solo en el pensamiento, sino con todos sus sentidos»([16] [29]).

Para aproximarse a la comprensión de estas transformaciones internas, es interesante referirse al estado de inspiración que existe en toda gran obra de arte (véase cuadro). En estado de inspiración, el pintor, el poeta, el bailarín o el cantante, vislumbran un mundo transfigurado, un mundo repleto de colores y de música, un mundo de una significación elevada que hace que nuestro estado «normal» de percepción parezca parcial, limitado e incluso irreal (precisamente porque la «normalidad» es precisamente la normalidad de la alienación). De todos los poetas, William Blake quizá fue el que mejor logró presentar la distinción entre el estado «normal» en el cual «el hombre esta encerrado hasta el punto de ver todas las cosas a través de las estrechas fisuras de su caverna» y el estado de inspiración en que, en la perspectiva mesiánica pero en bastantes aspectos muy materialista de Blake, «pasará por una mejora del goce sensual» y por la apertura de las «puertas de la percepción». Si la humanidad puede acometer esto «todo aparecerá ante el hombre tal y como es, infinito»([17] [30]). La analogía con el artista no es del todo casual. Cuando Marx escribía los Manuscritos, su amigo más cercano era el poeta Heine, y durante toda su vida, Marx fue un apasionado de las obras de Homero, Shakespeare, Balzac y otros grandes escritores. Para él, tales personajes y su creatividad ilimitada, constituían modelos perennes del verdadero potencial de la humanidad. Como hemos visto, el objetivo de Marx era una sociedad en la que tales niveles de creatividad se conviertan en un atributo «normal» del hombre; y por tanto el elevado estado de percepción sensitiva descrito en los Manuscritos, se volverá cada vez más el estado «normal» de conciencia de la humanidad social.

Más tarde, Marx seguirá desarrollando la analogía entre la actividad creativa del científico y la del artista, conservando lo esencial: la liberación de las fatigas del trabajo, la superación de la separación entre trabajo y tiempo libre, producen un nuevo sujeto humano: «En resumen, cae en el sentido que el tiempo de trabajo inmediato no podrá estar siempre opuesto al tiempo libre, como es el caso en el sistema económico burgués. (...) El tiempo libre -que es a la vez ocio y actividad superior- transformará naturalmente a su poseedor en un sujeto diferente, y en tanto que sujeto nuevo entrará en el proceso de la producción inmediata. En relación al hombre en formación este proceso es ante todo disciplina; en relación al hombre formado, en el cual el cerebro es el receptáculo de los conocimientos socialmente acumulados, es ejercicio, ciencia experimental, ciencia material creadora y realizadora. Para uno y para el otro, es al mismo tiempo esfuerzo, en la medida en que, como en la agricultura, el trabajo exige la manipulación práctica y el libre movimiento»([18] [31]).

Más allá del yo atomizadoEl despertar de los sentidos por la libre actividad humana implica también la transformación de la relación del individuo con el mundo social y natural que le rodea. A este problema se refiere Marx cuando dice que el comunismo resolverá las contradicciones «entre la existencia y la esencia... entre la objetivación y la afirmación de sí... entre el individuo y la especie». Como ya vimos en el anterior artículo sobre la alienación, cuando Hegel examina la relación entre el objeto y el sujeto en la conciencia humana, reconoce que la capacidad única del hombre de concebirse como sujeto separado se vive como una alienación: el «otro», el mundo objetivo, a la vez humano y natural, se le presenta como hostil y extraño. Pero el error de Hegel está en verlo como un absoluto en lugar de considerarlo como un producto histórico; y por tanto no le encuentra más salida que en la esfera enrarecida de la especulación filosófica. Para Marx por otra parte, es el trabajo del hombre lo que ha creado la distinción sujeto-objeto, la separación entre el hombre y la naturaleza, el individuo y la especie. Pero hasta aquí el trabajo había sido «el devenir del hombre al interior de la alienación»([19] [32]) y por ello, hasta el presente, la distinción entre el sujeto y el objeto se vivía como alienación. Como ya vimos este proceso alcanzó su punto más alto en el yo aislado y profundamente atomizado de la sociedad capitalista; pero al mismo tiempo el capitalismo ponía la base de la resolución práctica de esta alienación. En la libre actividad creativa del comunismo Marx veía la base de un estado del ser en el que el hombre considera a la naturaleza como humana y se considera a sí mismo como natural; un estado en el cual el sujeto realiza la unidad consciente con el objeto: «Así, al hacerse para el hombre en sociedad la realidad objetiva realidad de las fuerzas humanas esenciales, realidad humana y, por ello, realidad de sus propias fuerzas esenciales, se hacen para él todos los objetos objetivación de sí mismo, objetos que afirman y realizan su individualidad, objetos suyos, esto es, él mismo se hace objeto»([20] [33]).

En sus comentarios acerca de los Manuscritos, Bordiga insistió especialmente en este punto: la resolución de los enigmas de la historia solo es posible si «nos deshacemos del engaño milenario del individuo aislado frente al mundo natural, que los filósofos llaman estúpidamente, mundo externo. ¿Externo a qué? ¿Externo al yo, ese supremo deficiente? ¿Externo a la especie humana? Pues tampoco, ya que el hombre, como especie, es interno a la naturaleza, formando parte del mundo físico». Para continuar diciendo que «en este poderoso texto, el objeto y el sujeto, se convierten, al igual que el hombre y la naturaleza, en una sola y única cosa. Incluso todo es objeto: el hombre como sujeto "contra natura" desaparece junto a la ilusión de un yo singular»([21] [34]). Hasta ese momento, el cultivo voluntario de estados de la conciencia (o más bien etapas, ya que no hablamos de nada definitivo) que fuesen mas allá de la percepción del yo aislado, estuvo en gran parte limitada a las tradiciones místicas. En el budismo Zen por ejemplo, las reseñas de las experiencias de Satori, son una tentativa de superar la ruptura entre el sujeto y el objeto, mediante una unidad más amplia, lo que en cierto modo recuerda el modo de ser que Bordiga, siguiendo a Marx, intentó describir. Pero aunque la sociedad comunista pueda, quizás, lograr reapropiarse de esas tradiciones, no podemos sin embargo deducir de esos pasajes de Marx y Bordiga, que el comunismo pueda definirse como «sociedad mística», o que existiría un «misticismo comunista», tal y como aparece en ciertos textos sobre la cuestión de la naturaleza, publicados recientemente por el grupo bordiguista Il Partito comunista([22] [35]).

La enseñanza de todas las tradiciones místicas estaba inevitablemente ligada, en mayor o menor medida, a las distintas concepciones erróneas religiosas e ideológicas, resultantes de la inmadurez de las tradiciones históricas, mientras que, por el contrario, el comunismo será capaz de reapropiarse del «núcleo racional» de esas tradiciones, integrándolas en una verdadera ciencia del hombre. Inevitablemente también, el objeto y las técnicas de las tradiciones místicas quedaban reservadas a una elite de individuos privilegiados, mientras en el comunismo no habrá «secretos» que ocultar a los «vulgares mortales». Así pues, la extensión de la conciencia que realizará la humanidad colectiva del futuro, habrá de ser incomparablemente superior a los destellos de iluminación alcanzados por individuos sometidos a los límites que impone la sociedad de clases.

Las ramas de un árbol de la tierra

Esto es lo más lejos que Marx llegó a alcanzar en su visión del comunismo, algo que va más allá del propio comunismo, ya que como el propio Marx llegó a afirmar «el comunismo es la forma necesaria y el principio dinámico del próximo futuro, pero el comunismo en sí mismo no es la finalidad del desarrollo humano»([23] [36]). El comunismo, aún en su forma plenamente desarrollada, no es más que el comienzo de la sociedad humana.

Pero, tras haber acariciado el cielo, es necesario volver a poner los pies en tierra, o lo que es lo mismo, demostrar que este árbol cuyas ramas se elevan hacia el cielo, hunde firmemente sus raíces en la tierra.

Ya hemos avanzado con anterioridad numerosos argumentos, con que rebatir la acusación de que las diversas descripciones que Marx hace de la sociedad comunista no serían mas que esquemas puramente especulativos y utópicos. Primeramente hemos mostrado como ya sus primeros escritos como comunista, se basan en un diagnóstico muy completo y científico de la alienación del hombre, y mas precisamente de ésta bajo el reino del capital. La solución se desprende lógicamente del diagnóstico: el comunismo debe proporcionar la «superación positiva» de todas las manifestaciones de la alienación humana.

En segundo lugar hemos visto como las descripciones de una humanidad que reencuentra su sana existencia, están siempre basadas en apreciaciones reales sobre un mundo que se ha transformado; en auténticos momentos de inspiración que se dieron en seres de carne y hueso, incluso sometidos a los límites que impone la alienación.

De todas formas, en los Manuscritos aún no estaba suficientemente desarrollada la concepción del materialismo histórico, es decir, el examen de las sucesivas transformaciones económicas y sociales que sientan las bases de la futura sociedad comunista. Por esa razón, en sus trabajos posteriores, Marx tuvo que consagrar un gran esfuerzo a estudiar el modo de actuar del sistema capitalista, comparándolo con los modos de producción anteriores a la época burguesa. En particular, una vez que puso al desnudo las contradicciones inherentes a la extracción y la realización de la plusvalía, Marx fue capaz de explicar como todas las anteriores sociedades de clases perecieron porque no podían producir suficientemente, mientras que lo que amenaza destruir al capitalismo es la «sobreproducción». Pero es que precisamente esa tendencia inherente del capitalismo a la sobreproducción, es lo que permite a éste poner por vez primera las bases de una sociedad de abundancia material, de una sociedad capaz de liberar las inmensas fuerzas productivas desarrolladas por el capitalismo de las trabas que éste mismo le impone cuando alcanza su periodo de decadencia histórica; de una sociedad en definitiva capaz de desarrollar esas mismas fuerzas productivas pero para satisfacer las necesidades humanas y concretas del hombre y no las necesidades inhumanas y abstractas del capital.

En los Grundisse, Marx examinó este problema, refiriéndose específicamente a la cuestión del tiempo de sobretrabajo: «Así, al reducir al mínimo el tiempo de trabajo, el capital contribuye, aún a su pesar, a crear tiempo social disponible para el esparcimiento de todos y cada uno. Pero aunque cree ese tiempo disponible, tiende a transformarlo en sobretrabajo. Y cuanto más lo consigue, más sufre de sobreproducción, de modo que en cuanto no está en condiciones de explotar el sobretrabajo, el capital detiene el trabajo necesario. Cuanto más se agrava esta contradicción, mas se percibe que el crecimiento de las fuerzas productivas debe desarrollarse a partir de la apropiación del sobretrabajo no por los demás sino por la propia masa obrera. Cuando ésta lo alcance -y el tiempo disponible pierda pues su carácter contradictorio-, el tiempo de trabajo necesario se alineará por una parte con las necesidades del individuo social, mientras que por otro lado asistiremos a un crecimiento tal de las fuerzas productivas que el ocio aumentará para cada uno, mientras la producción sera calculada en función de la riqueza de todos. Y por ser la verdadera riqueza, la plena potencia productiva de todos los individuos, el patrón de medida será entonces no el tiempo de trabajo sino el tiempo disponible»([24] [37]).

Volveremos sobre esta cuestión del tiempo de trabajo en próximos artículos, en particular cuando abordemos los problemas económicos del período de transición. Lo que sí nos interesa destacar aquí es como por muy radical y profunda que fuera la visión de Marx sobre la perspectiva comunista, no por ello deja de estar basada en una sobria afirmación de las posibilidades reales, contenidas en el sistema de producción existente. Pero es que la emergencia de un mundo que mida la riqueza en términos de «tiempo disponible» más que en «tiempo de trabajo», de un mundo que destina conscientemente sus recursos productivos al pleno desarrollo del potencial humano, no es solo una mera posibilidad, sino también una necesidad acuciante para que la humanidad encuentre una salida a las contradicciones devastadoras del capitalismo. Estos desarrollos teóricos muestran por sí mismos, que están en continuidad con las primeras y audaces descripciones de la sociedad comunista, mostrando de manera evidente que la «superación positiva» de la alienación descrita por Marx no es una opción más, entre otras muchas que la humanidad pudiera elegir para su futuro, sino su único futuro.

En el próximo artículo, seguiremos los pasos de Marx y Engels, después de sus primeros textos en los que señalan los objetivos finales del movimiento comunista: resaltar la lucha política que constituye la precondición inevitable de las transformaciones económicas y sociales que preveían. Examinaremos pues, como el comunismo llegó a ser un programa político explícito, antes, durante y después de las grandes convulsiones de 1848.

CDW

En su autobiografía, Trotski recuerda los primeros días de la revolución de Octubre, señalando que el proceso revolucionario se expresa como una explosión masiva de inspiración colectiva: “El marxismo se considera como la expresión consciente del proceso inconsciente de la historia. Pero este proceso "inconsciente"  -en sentido histórico-filosófico, no psicológico- sólo se funde con su expresión consciente en sus puntos culminantes, cuando las masas, por un empuje de sus fuerzas elementales, rompen las compuertas de la rutina social y plasman victoriosamente las necesidades más profundas de la evolución histórica. En instantes como éstos la conciencia teórica más elevada de la época se fusiona con la acción directa de las capas más profundas, de las masas oprimidas más alejadas de toda teoría. Esta unión creadora de lo consciente y lo inconsciente es lo que suele llamarse inspiración. Las revoluciones son momentos de arrebatadora inspiración. Todo verdadero escritor tiene momentos de creación en que alguien más fuerte que él mismo guía su mano. Todo verdadero orador tiene momentos en que por su boca habla algo más poderoso que lo que brota de ella en sus horas normales. Es la «inspiración», producto de la más alta tensión creadora de todas las fuerzas. Lo inconsciente surge de las hondas simas subordinándose al trabajo consciente del pensamiento, asimilándose en una especie de unidad superior.

“En un momento dado, todas las fuerzas del espíritu, puestas en suprema tensión, se apoderan de toda la actividad individual, fundida con el movimiento de masas. Así fueron los días que vivieron los “dirigentes” en las jornadas de Octubre. Las fuerzas más recatadas del organismo, sus instintos más profundos, hasta ese fino sentido del olfato, herencia de nuestros antepasados animales, se irguieron, hicieron saltar los diques de la rutina psicológica y se pusieron al servicio de la revolución. Estos dos procesos, el individual y el colectivo, reposaban en la combinación de lo consciente con lo inconsciente, del instinto, que es el resorte de la voluntad, con las más altas generalizaciones del espíritu.

“La fachada exterior no tenía nada de patética; la gente iba y venía fatigada, hambrienta, sin lavar, con los ojos hinchados y las caras barbudas. Y si, después de algún tiempo, cogéis a uno cualquiera de estos hombres, será muy poco lo que pueda contaros de las horas y los días críticos” (Trotski, Mi vida).

 Este pasaje sobre la emancipación de los sentidos es destacable porque, en continuidad con los escritos de Marx, plantea la cuestión de la relación entre el marxismo y la teoría psicoanalítica. Según el autor de este artículo, las concepciones de Marx sobre la alienación y la emancipación de los sentidos han sido confirmadas, a partir de un punto de vista diferente, por los descubrimientos de Freud. Del mismo modo que Marx veía la alienación del hombre como un proceso acumulativo que alcanza su punto culminante en el capitalismo, Freud ha descrito que el proceso de la represión alcanza su paroxismo en la civilización actual. Para Freud, lo que está reprimido es precisamente la capacidad del ser humano para gozar de sus sentidos, el lazo erótico con el mundo que saboreamos en la primera infancia pero que es progresivamente «reprimido», a la vez en la evolución de la especie y en la de cada individuo. Freud comprendió igualmente que la fuente última de esta represión reside en la lucha contra la penuria material. Pero mientras que Freud, como pensador burgués honesto, uno de los últimos en aportar una contribución real a la ciencia humana, no fue capaz de considerar una sociedad que pudiera superar la penuria y, por tanto, la necesidad de represión, Marx, en su visión de la emancipación de los sentidos, incluye la restauración de una esencia erótica "infantil", a un nivel superior: «Un hombre no puede volver a ser un niño sin ser pueril. ¿Pero, recordando la ingenuidad del niño, no debe él mismo esforzarse, a un nivel más elevado, en reproducir su verdad?» (Introducción general a la Crítica de la economía política).


[1] [38] Manuscritos: economía y filosofía, «Propiedad privada y comunismo».

[2] [39] Ídem.

[3] [40] Ídem.

[4] [41] Ídem.

[5] [42] Además en español, la palabra trabajo viene del latín trepalium, un instrumento de tortura.

[6] [43] «Notas de lectura».

[7] [44] Ídem.

[8] [45] Crítica al Programa de Gotha.

[9] [46] La Ideología alemana, « Feuerbach», «Historia».

[10] [47] Ídem, «III San Max», «Organización del trabajo».

[11] [48] La terminología utilizada aquí, está inevitablemente marcada por el prejuicio sexual, porque la historia de la división del trabajo es igualmente la historia de la opresión de las mujeres y de su exclusión efectiva de muchas esferas de la actividad social y política. En sus primeros trabajos Marx ya subrayaba acertadamente que la relación natural entre los sexos «permite juzgar el grado de cultura del hombre en su totalidad. Del carácter de esta relación se deduce la medida en que el hombre se ha convertido en ser genérico, en hombre y se ha comprendido como tal» (Manuscritos, «Comunismo y propiedad»). Así, para Marx es evidente que la abolición comunista de la división del trabajo supone igualmente la abolición de todas las funciones restrictivas impuestas a los hombres y las mujeres. El marxismo nunca se ha reclamado del autoproclamado «movimiento de liberación de la mujer» que se precia de ser el único en comprender que las visiones «tradicionales» (es decir las estalinistas e izquierdistas) de la revolución estarían limitadas a estrechos objetivos políticos y económicos y «despreciarían» por este hecho la necesidad de una transformación radical de las relaciones entre los sexos. Para Marx, era evidente desde el principio que una revolución comunista significaría precisamente una transformación profunda de todos los aspectos de las relaciones humanas.

[12] [49] Manuscritos, «Comunismo y propiedad».

[13] [50] Ídem.

[14] [51] Ídem.

[15] [52] Ídem.

[16] [53] Ídem.

[17] [54] The marriage of heaven and hell (El matrimonio del cielo y el infierno), William Blake.

[18] [55] «Principios de una crítica de la economía política», El Capital.

[19] [56] Manuscritos, «Critica de la filosofía hegeliana».

[20] [57] Ídem, «Comunismo y propiedad».

[21] [58] «Tablas inmutables de la teoría comunista del partido» en Bordiga, la passion du communisme, J. Camatte, 1972.

[22] [59] Ver en particular el Informe de la reunión del 3/4 de febrero en Florencia, en Communist Left (Izquierda comunista) nº 3, así como el artículo «Naturaleza y revolución comunista» en Communist Left nº 5. No nos sorprende que los bordiguistas caigan en el misticismo: toda su noción de un programa comunista invariante está fuertemente impregnado de él. Debemos saber igualmente que en ciertas formulaciones sobre la superación del yo atomizado, es decir la alienación entre sí y los demás, Bordiga se extravía en la negación pura y simple del individuo; del mismo modo, el punto de vista de Bordiga tanto sobre el comunismo como sobre el partido (al que ve, en cierto sentido como un prefiguración de aquel) patina a menudo hacia una supresión totalitaria del individuo por la colectividad. En cambio Marx, siempre rechazó tales concepciones como expresiones de deformaciones groseras y primitivas del comunismo. Marx habló siempre del comunismo como lo que resuelve la contradicción entre el individuo y la especie; y no de la abolición del individuo sino de su realización en la colectividad, y la realización de ésta en cada individuo.

[23] [60] Manuscritos, «Propiedad privada y comunismo».

[24] [61] «Principios de una crítica de la economía política», El Capital.

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material [1]

Cuestiones teóricas: 

  • Comunismo [3]

Documento – El aplastamiento del proletariado alemán y la ascensión del fascismo

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 La actualidad del método de Bilan

Frente a los fuertes resultados electorales de la extrema derecha en Francia, Bélgica, Alemania, Austria, o frente a los pogromos hechos por bandas de extrema derecha, más o menos manipuladas, contra los inmigrantes y refugiados en Alemania del Este, la propaganda de la burguesía «democrática», partidos de izquierda e izquierdistas en primera línea, ha vuelto a sacar el espectro de un «peligro fascista».

Como de costumbre, cada vez que la chusma racista y xenófoba hace sus canalladas, se alza el coro unánime de las «fuerzas democráticas». Con grandes campañas publicitarias se estigmatizan los éxitos «populares» de la extrema derecha en las elecciones y todo el mundo se lamenta por la pasividad de la población, presentada como simpatía hacia las acciones de los esbirros de ese medio. El Estado puede entonces presentar su represión como única garantía de las «libertades», la única fuerza capaz de enfrentar la peste racista, de impedir el retorno del horror fascista de siniestra memoria. Todo eso forma parte de la propaganda de la clase dominante, quien, en plena continuidad con las campañas ideológicas que alaban el «triunfo del capitalismo y el fin del comunismo», multiplica los llamados por la defensa de la «democracia» capitalista.

Estas campañas «antifascistas» se basan, en gran parte, en dos mentiras: la primera es la que pretende que las instituciones de la democracia burguesa, y las fuerzas políticas que a éstas apelan, constituyen una muralla contra las «dictaduras totalitarias»; la segunda es la que afirma que hoy en día, en Europa occidental, podrían surgir regímenes de tipo fascista.

Frente a esas campañas, la lucidez de los revolucionarios de los años 30 permite comprender el verdadero curso histórico actual, como lo muestra el artículo de Bilan que aquí publicamos.

Este artículo fue escrito hace cerca de 60 años, en plena victoria del fascismo en Alemania, un año antes de la llegada al poder del Frente popular en Francia. Las ideas que desarrolla sobre la actitud de las «fuerzas democráticas» frente al ascenso del fascismo en Alemania, así como sobre las condiciones históricas que hacen posible ese tipo de regímenes, siguen siendo de plena actualidad en el combate contra los portavoces del «antifascismo».

La Fracción de izquierda del Partido comunista de Italia, obligada por el régimen fascista de Musolini a exilarse (particularmente en Francia), defendía, a contra corriente de todo el «movimiento obrero» de aquella época, la necesidad de la lucha independiente del proletariado por la defensa de sus intereses y de su perspectiva revolucionaria: el combate contra el capitalismo como un todo.

Contra aquellos que pretendían que los proletarios apoyasen a las fuerzas burguesas democráticas para impedir la llegada del fascismo, Bilan demostraba, con los hechos, que las instituciones democráticas, en vez de alzarse como murallas frente al ascenso del fascismo, hicieron su lecho: «... entre la constitución de Weimar y Hitler se desarrolla un proceso de perfecta y orgánica continuidad». Bilan establece que el fascismo no era una aberración sino una forma del capitalismo, una forma posible y necesaria sólo frente a ciertas condiciones históricas particulares: «... el fascismo se edificó sobre la doble base de las derrotas proletarias y de las imperativas necesidades de una economía acorralada por una profunda crisis económica».

El fascismo en Alemania, así como «la democracia de plenos poderes» en Francia, traducían la aceleración de la estatificación (de la «disciplinización» dice Bilan) de la vida económica y  social del capitalismo de los años 30, un capitalismo sometido a una crisis económica sin precedentes que agudizaba los antagonismos interimperialistas. Pero lo que explica que esta tendencia se concrete en forma de «fascismo» o en forma de «democracia de plenos poderes» se sitúa a nivel de la relación de fuerzas entre las dos principales clases de la sociedad: la burguesía y la clase obrera. Para Bilan, el establecimiento del fascismo exige una previa derrota, física e ideológica, del proletariado. El fascismo en Alemania e Italia tenía como tarea rematar el aplastamiento del proletariado iniciado por la socialdemocracia.

Los que hoy predican sobre la inminente amenaza del fascismo, «olvidan» esa condición de derrota histórica señalada por Bilan. Las presentes generaciones de proletarios, en particular en Europa occidental, no han sido ni físicamente derrotadas ni ideológicamente reclutadas. En esas condiciones, la burguesía no puede abandonar las armas del «orden democrático». La propaganda oficial utiliza el espantajo fascista tan sólo para encadenar mejor a los explotados al orden establecido, la «democrática» dictadura del capital.

Bilan habla de la URSS como de un «Estado obrero» y trata a los Partidos Comunistas de «partidos centristas». Habrá que esperar en efecto la Segunda Guerra mundial para que la Izquierda comunista de Italia asuma plenamente el análisis de la naturaleza capitalista de la URSS y de los partidos estalinistas. Sin embargo, eso no impidió que estos revolucionarios, a partir de los años 30, denunciaran sin vacilaciones a los estalinistas como fuerzas «que trabajan por la consolidación del mundo capitalista en su conjunto», «un elemento de la victoria fascista». El trabajo de Bilan se realiza en pleno período de derrota de la lucha revolucionaria del proletariado, al principio de la gigantesca tarea teórica que representaba el análisis crítico de la mayor experiencia revolucionaria de la historia: la revolución rusa.

Bilan levaba consigo confusiones relacionadas con el enorme apego de los revolucionarios para con aquella experiencia sin par, pero constituía un precioso e irremplazable momento de la clarificación política revolucionaria. El trabajo de Bilan fue una etapa crucial cuya metodología sigue siendo hoy perfectamente válida: el análisis de la realidad, sabiendo siempre situarse desde el punto de vista histórico y mundial de la lucha proletaria, sin concesiones.

CCI

El aplastamiento del proletariado alemán y la ascensión des fascismo (Bilan, marzo de 1935)

Adquirir una visión histórica del período  actual, suficientemente amplia para integrar los fenómenos fundamentales que expresa, nos exige un análisis crítico de los acontecimientos de la posguerra, de las derrotas y victorias de la revolución. Afirmar que la revolución rusa es el objeto central de nuestra crítica, de la crítica que ella misma presentó, es justo. Pero debe añadirse inmediatamente que Alemania constituye el eslabón más importante de la cadena que hoy atenaza al proletariado mundial.

En Rusia, la debilidad estructural del capitalismo, la conciencia del proletariado ruso, representada por los bolcheviques, no permitió que la burguesía concentrase mundial e inmediatamente sus fuerzas en torno a su sector amenazado, mientras que en Alemania toda la realidad de la posguerra traduce una intervención de este tipo, facilitada por la presencia de un capitalismo fuerte con sus tradiciones democráticas y un proletariado que llegó de manera precipitada a la conciencia de sus tareas.

Los acontecimientos de Alemania (desde el aplastamiento de los  espartakistas hasta el advenimiento del fascismo) contienen en sí una crítica de Octubre 1917. Constituyen una respuesta del capitalismo a acciones a menudo inferiores a las que permitieron la victoria de los bolcheviques. Por ello un análisis serio de Alemania debería empezar por un examen de las tesis del 3° y 4° Congreso de la Internacional comunista. Estos contienen elementos que no van más allá de la Revolución rusa, pero que hacían frente al feroz asalto de las fuerzas burguesas contra la revolución mundial. Estos congresos elaboraron posiciones de defensa del proletariado agrupado en torno al Estado soviético, pero, para poder realmente hacer temblar al capitalismo, era necesaria una creciente ofensiva por parte de los obreros de todos los países y una simultánea progresión ideológica de su organismo internacional. Los acontecimientos de 1923 en Alemania fueron precisamente sofocados gracias a esas posiciones que se oponían al esfuerzo revolucionario de los obreros. Por sí mismos, esos acontecimientos constituyeron un contundente mentís de esos congresos.

Alemania prueba claramente las insuficiencias del patrimonio ideológico legado por los bolcheviques; pero hubo insuficientes esfuerzos no sólo por parte de los bolcheviques sino también por parte de los comunistas del mundo entero, y en particular en Alemania. ¿Acaso hizo alguien, en algún lugar, una crítica histórica de la lucha ideológica y política de los  espartakistas? A nuestro parecer, aparte algunas anodinas repeticiones de generalidades de Lenin, ningún esfuerzo ha sido hecho. Se guerrea contra «el luxemburguismo», se lloriquea sobre el aplastamiento de los  espartakistas, se estigmatizan los crímenes de Noske y Scheidemann, pero de análisis, nada. Sin embargo, 1919 en Alemania expresa una crítica de la democracia burguesa más avanzada que la de Octubre 1917. Si los bolcheviques demostraron que el partido del proletariado puede ser un guía victorioso únicamente si sabe, al formarse, rechazar toda alianza con corrientes oportunistas, los acontecimientos de 1923 demostraron que la fusión de los  espartakistas con los Independientes en Halle, fue un factor importante en la confusión del PC ante la batalla decisiva.

En resumen, en vez de llevar la lucha proletaria a niveles más altos que Octubre, en vez de negar más profundamente las formas de dominación capitalista, los compromisos con las fuerzas enemigas, en vísperas de un asalto revolucionario inminente, sólo podía facilitar el reagrupamiento de las fuerzas capitalistas, arrastrando las posiciones revolucionarias a niveles inferiores a los que permitieron el triunfo de los obreros rusos. Así, la posición del camarada Bordiga en el 2o Congreso, contra el parlamentarismo, era una tentativa de llevar adelante las posiciones de ataque del proletariado mundial, mientras que la posición de Lenin fue una tentativa de emplear de manera revolucionaria un elemento históricamente superado para enfrentar una situación que no contenía aún todas las condiciones de un asalto revolucionario. Los acontecimientos dieron razón a Bordiga, no sobre esta cuestión en sí, sino al nivel más amplio de una apreciación crítica de los acontecimientos de 1919 en Alemania, afirmando la necesidad de un mayor esfuerzo destructivo del proletariado antes de las nuevas batallas que tenían que decidir la suerte del Estado proletario y de la revolución mundial.

En este artículo trataremos de examinar la evolución de las posiciones de clase del proletariado alemán con el fin de poner de relieve los elementos de principio que pueden completar las aportaciones de los bolcheviques, hacer una crítica de los que pretenden calcar estas aportaciones en situaciones nuevas, contribuir al trabajo de crítica general de los acontecimientos de la posguerra.

El artículo 165 de la Constitución de Weimar dice: «Obreros y empleados colaborarán (en los Consejos obreros) en un pie de igualdad, con los patrones, en la reglamentación de las cuestiones de sueldos y de trabajo, así como al desarrollo general económico de las fuerzas productivas». Esto es lo que mejor caracteriza un período en el que la burguesía alemana entendió no solamente que debía ampliar su organización política hasta la más extrema democracia (el extremo de reconocer a los Consejos obreros), sino también que tenía que darles a los obreros la ilusión de un poder económico. De 1919 hasta el 1923, tuvo el proletariado la impresión de ser la fuerza política predominante del Reich. Los sindicatos, incorporados desde cuando la guerra en el aparato estatal, se habían vuelto pilares que sostenían el conjunto del edificio capitalista y los únicos en ser capaces de orientar los esfuerzos proletarios hacia la reconstrucción de la economía alemana y de un aparato estable de dominación capitalista. La democracia burguesa reivindicada por la socialdemocracia demostró en aquel entonces que era el único medio para impedir la evolución revolucionaria de la clase obrera, orientándola hacia un poder político dirigido de hecho por la burguesía, aprovechándose ésta del apoyo de los sindicatos para sacar a flote la industria. Esta es la época en que nacen y dominan «la primera legislación social del mundo», los contratos colectivos de trabajo, las células de fábricas que tienden en ciertas ocasiones a oponerse a los sindicatos reformistas y logran concentrar el esfuerzo revolucionario de los proletarios, tal como ocurrió por ejemplo en el Rhur, en 1921-22. La reconstrucción alemana, al desarrollarse en ese derroche de libertades y derechos obreros, desembocó como se sabe en la inflación de 1923, en que se expresaron a la vez tanto las dificultades de un capitalismo derrotado y terriblemente empobrecido para volver a lanzar su aparato productivo, como también la reacción de un proletariado que vió de golpe su sueldo nominal, su «kolossal» legislación social, su apariencia de poder político reducidos a la nada. Si fue derrotado el proletariado alemán en 1923, a pesar de los «gobiernos obreros» de Sajonia, de Turingia, a pesar de tener un PC fuerte y no gangrenado por el centrismo, dirigido además por antiguos espartakistas, a pesar de todas estas circunstancias favorables debidas a las dificultades del imperialismo alemán, las causas han de buscarse en Moscú, en las Tesis 3a y 4a que aceptaron los espartakistas y que estaban muy lejos del «programa de Spartakus» de 1919, situándose al contrario muy por debajo de éste. A pesar de sus escasos equívocos, el discurso de Rosa Luxemburgo contiene una denuncia feroz de las fuerzas democráticas del capitalismo, una perspectiva económica y también política, y nada de «gobiernos obreros» más o menos vacíos o de frentes únicos con partidos contrarrevolucionarios.

A nuestro parecer, la derrota de 1923 es la respuesta de los acontecimientos al estancamiento del pensamiento crítico del comunismo, un pensamiento repetitivo en lugar de innovador, un pensamiento que se niega a sacar de la realidad misma las reglas programáticas nuevas, en un momento en que el capitalismo mundial, al ocupar el Ruhr, estaba ayudando objetivamente a la burguesía alemana al provocar una oleada de nacionalismo susceptible de canalizar o al menos enturbiar la conciencia de los obreros e incluso de los dirigentes del PC.

Una vez doblado ese cabo peligroso, el capitalismo alemán pudo beneficiarse de la ayuda financiera de países como Estados Unidos, convencidos de la desaparición momentánea de todo peligro revolucionario. Fue entonces la época de un movimiento de concentración y de centralización industriales y financieras sin precedentes, basadas en una racionalización desenfrenada, mientras Stresemann sucedía a la serie de gobiernos socialistas o socializantes. La socialdemocracia apoyó esa consolidación estructural de un capitalismo que buscaba en su organización disciplinaria la fuerza para hacer frente a sus adversarios de Versalles, agitando ante los obreros el mito de la democracia económica, de la salvaguardia de la industria nacional, de poder tratar con algunos patronos sobre las ventajas socialistas que a ellos les interesaban...

En 1925-26, hasta los primeros síntomas de la crisis mundial, el movimiento de organización de la economía alemana crece sin cesar. Podría casi decirse que el capitalismo alemán, que pudo enfrentarse al mundo entero gracias a sus fuerzas industriales y a la militarización de un aparato económico impresionante, ha proseguido, una vez pasadas las turbulencias sociales de la posguerra, su organización económica ultracentralizada indispensable en esta fase de guerras interimperialistas. Y es así como está volviendo, espoleado por las dificultades mundiales, a la organización económica de guerra. Desde 1926 quedan formados los grandes konzerns (conglomerados) del Stahlwerein, de la IG Farbenindustrie, el konzern eléctrico Siemens, la Allgemeine Electrizität Gesellchaft (AEG), conglomerados facilitados por la inflación y el alza de los valores industriales resultante.

Ya antes de la guerra, la organización económica en Alemania, los cárteles, los konzers, la fusión del capital financiero e industrial, había alcanzado un nivel muy elevado. Pero, a partir de 1926, el movimiento se acelera, fusionándose konzerns como el de Thyssen, el de la Rheinelbe-Union, Phoenix, Rheinische Stahlwerke, para formar la Stahlwerein, la cual controlará la industria carbonífera y todos sus subproductos; la metalurgia y todo lo que con ésta se relaciona. Y sustituirán los hornos Thomas, que necesitan mineral de hierro (que Alemania ha perdido al perder Lorena y Alta Silesia) por hornos Siemens-Martin, que pueden utilizar chatarra.

Esos Konzerns pronto van a controlar rigurosa y severamente toda la economía alemana, erigiéndose cual enormes diques contra los que el proletariado va a estrellarse; su desarrollo se acelera gracias a las inversiones de capitales norteamericanos y en parte gracias a los pedidos rusos. Y desde ese momento, el proletariado, el cual, tras lo ocurrido en 1923 va a perder sus ilusiones sobre su poder político real, va a ser arrastrado a una lucha decisiva. La socialdemocracia apoya al capitalismo alemán, pretende demostrar que los konzerns son embriones socialistas y defiende los contratos colectivos de conciliación, camino que llevaría hacia una democracia económica. El PC sufre su «bolchevización», la cual, con la llegada del «socialfascismo», coincidirá con la realización de los planes quinquenales en Rusia y le llevará a desempeñar un papel análogo -aunque no idéntico- al de la socialdemocracia.

Es, sin embargo, desde esta época de racionalización, de formación de gigantescos konzerns cuando aparecen en Alemania las bases económicas y sociales del advenimiento del fascismo en 1933. La concentración agudizada de las masas proletarias consecuencia de las tendencias capitalistas, una legislación social que servirá de cortafuegos contra movimientos revolucionarios peligrosos, pero muy costosa, un desempleo permanente perturbador de las relaciones sociales, las pesadas cargas que pagar al extranjero (las reparaciones de guerra) todo lo cual acarreaba ataques continuos contra unos salarios ya bajísimos a causa de la inflación. Lo que sobre todo provocó el advenimiento y dominación del fascismo fue la amenaza proletaria que había surgido en la posguerra y que seguía estando presente. De esa amenaza pudo salvarse el capitalismo gracias a la socialdemocracia, pero contra ella se exigía una estructura política que correspondiera a la concentración disciplinaria que se había efectuado en el terreno económico. Del mismo modo que la unificación de Alemania estuvo precedida por una concentración y centralización industriales en 1865-70, el advenimiento del fascismo estuvo precedido por una reorganización altamente imperialista de la economía germana necesaria para salvar al conjunto de una clase burguesa acorralada cuando el Tratado de Versalles. Cuando hoy se habla de intervenciones económicas del fascismo, de «su» economía dirigida, «su» autarquía, se está deformando bastante la realidad. Lo que el fascismo representa es ni más ni menos que la estructura social que, al cabo de una evolución económica y social, le era necesaria al capitalismo. Haber dado el poder a un fascismo después de 1919, es algo que no hubiera podido hacer un capitalismo alemán en total descomposición, y sobre todo porque el proletariado seguía siendo una amenaza. Por eso el pronunciamiento de Kapp fue combatido por amplias fracciones del capitalismo, como también, por cierto, por los aliados, todos los cuales se daban perfecta cuenta de la inapreciable ayuda de los socialistas traidores. En Italia, en cambio, el asalto revolucionario del proletariado no ocurre en medio de la descomposición del capitalismo, sino de la conciencia de la debilidad de éste, que lo obliga a echarse atrás cuando tienen lugar las ocupaciones de fábricas, dejando su suerte en manos de los socialistas. Pero gracias a ese retroceso, el capitalismo italiano podrá reaccionar inmediatamente una vez pasado el huracán, teniendo así las manos libres para llevar el fascismo al poder.

En resumen, todas las innovaciones del fascismo, desde el punto de vista económico, estriban en el incremento de la «disciplinización» económica, en la relación entre el Estado y los grandes konzerns (nombramiento de comisarios en los diferentes ramos de la economía) y en la consagración de una economía de guerra.

La democracia como estandarte de la dominación capitalista no le conviene a una economía acorralada por la guerra, zarandeada por el proletariado y cuya centralización tiene como meta el organizar la resistencia en espera de una nueva carnicería, lo cual es una manera de traspasar al plano mundial sus propias dificultades, tanto más por cuanto supone cierta movilidad en las relaciones económicas y políticas, una facultad de desplazamiento de grupos e individuos que, aunque gravitan todos en torno al mantenimiento de privilegios de una clase, deben dar sin embargo a todas las clases la impresión de una posible elevación social. En el período de desarrollo de la economía alemana de posguerra, los konzerns ligados al aparato de Estado, le exigían a éste el reembolso de las concesiones que habían tenido que otorgar a causa de las luchas obreras. Todo ello hacía desaparecer la posibilidad de supervivencia de la democracia, pues la perspectiva que le quedaba a la burguesía alemana no era la de la explotación de unas colonias con pingues beneficios que ella ya no poseía, no era la de un derecho a los mercados mundiales, sino la de la lucha dura y áspera contra el Tratado de Versalles y su sistema de reparaciones. Esto iba a implicar una lucha despiadada y violenta contra el proletariado. En esto, al igual que en lo económico, el capitalismo alemán estaba mostrando el camino al que los demás países iban a llegar aunque por muy diferentes atajos. Es evidente que sin la ayuda del capitalismo mundial, la burguesía alemana nunca hubiera logrado realizar sus objetivos. Para que la burguesía alemana pudiera aplastar a los obreros, hubo que hacer desaparecer todo lo que podía recordar la presencia del capital extranjero, en especial norteamericano, que pudiera entorpecer la explotación exclusiva de los obreros alemanes por la burguesía alemana; se otorgaron moratorias a Alemania en el pago de las reparaciones y, por fin acabaron anulándolas. Pero también se necesitó la intervención del Estado soviético, el cual dejó abandonados por completo a los proletarios alemanes en beneficio de sus planes quinquenales, enturbiando y entorpeciendo sus luchas para acabar siendo un factor en la victoria del fascismo.

Un examen de la situación que va desde marzo 1923 a marzo de 1933 permite comprender que entre la Constitución de Weimar hasta Hitler se desarrolla un proceso de una continuidad total y orgánica. La derrota de los obreros ocurre tras una etapa de florecimiento de la democracia burguesa y «socializante» plasmada en la República de Weimar y que permite la reconstitución de las fuerzas capitalistas. Entonces, progresivamente, se va a ir cerrando el garrote. Pronto será Hindenburg, en 1925, quien se convertirá en defensor de esa Constitución y cuanto más y mejor reconstituye el capitalismo su armazón, tanto más se restringe la democracia o se amplía en momentos de tensión social incluso con la presencia todavía de gobiernos socialistas de coalición (H. Muller), aunque, debido tanto a centristas como a socialistas no hacen sino incrementar el sentimiento de desamparo entre los obreros, esa democracia tiende a desaparecer (gobierno de Brüning con sus decretos-ley) para acabar dejando el sitio al fascismo, el cual ya no encontrará frente a sí a la más mínima oposición obrera. Entre la democracia y su mejor producto, la república de Weimar, y el fascismo no se manifestará ninguna oposición: aquella permitirá el aplastamiento de la amenaza revolucionaria, dispersará al proletariado, enturbiará su conciencia, éste, al cabo de esa evolución, será la bota de acero capitalista que rematará la labor, realizando rígidamente la unidad de la sociedad capitalista a base de ahogar toda amenaza proletaria.

No vamos a hacer como esos pedantes y escritorzuelos de toda calaña que, una vez ocurridas las cosas, pretenden «corregir» la historia esforzándose en dar una explicación a lo acontecido en Alemania con aquello de la mala aplicación de esta o aquella fórmula. Es evidente que el proletariado alemán no podía vencer más que a condición de liberar (mediante las fracciones de izquierda) a la Internacional comunista (IC) de la influencia nefasta y disolvente del centrismo, reagrupándose en torno a consignas que nieguen todas las formas de la democracia y del «nacionalismo proletario», manteniéndose bien agarrado a sus intereses y a sus conquistas. Ningún frente único democrático podía salvar al proletariado alemán. Al contrario, lo único que hubiera podido salvarlo habría sido una lucha que rechazara ese frente único. La lucha del proletariado alemán iba a quedar dispersada desde el momento en que se ligaba a un Estado proletario (la URSS, NDLR) que en realidad ya estaba trabajando por la consolidación del mundo capitalista en su conjunto.

Del mismo modo que hoy puede hablarse de «fascistización» de los Estados capitalistas en donde se están instaurando democracias «de plenos poderes», también puede caracterizarse así la evolución capitalista en Alemania, con la única diferencia de que aquí la democracia se ha ido encogiendo gradualmente hasta desembocar en la situación de marzo de 1933. En ese curso histórico, la democracia ha sido un factor fundamental y desapareció bajo los golpes del fascismo cuando fue evidente que sólo éste podía ahogar una posible fermentación de un movimiento de masas. Alemania, más que Italia nos muestra ya una transición legal de Von Papen a Schleicher y de éste a Hitler, bajo la égida del defensor de la Constitución de Weimar: Hindenburg. Pero, al igual que en Italia, la fermentación de las masas exigía oleadas de masas para destruir las organizaciones obreras, diezmar el movimiento obrero. Hasta es posible que la situación en países como éste (Francia) vaya todavía más lejos con sus democracias de «plenos poderes», al no haber tenido frente a ellas a proletariados que hayan realizado asaltos revolucionarios importantes. Son países que además gozan de situaciones privilegiadas (posesión de colonias) comparadas con Italia o Alemania, de modo que, paralelamente a las intervenciones disciplinarias en la economía, es posible que logren ahogar al proletariado sin tener que recurrir a la destrucción total de la fuerzas tradicionales de la democracia, las cuales harían sin lugar a dudas un esfuerzo de adaptación (plan CGT en Francia, plan De Man en Bélgica).

El fascismo no se explica ni como clase separada y diferente del capitalismo, ni como emanación de unas clases medias exasperadas. El fascismo es la forma de dominación de un capitalismo que ya no logra, mediante la democracia, unir a todas las clases de la sociedad en torno al mantenimiento de sus privilegios. No es un nuevo tipo de organización social, sino una superestructura adaptada a una economía altamente desarrollada y que tiene como misión la de destruir políticamente al proletariado, la de aniquilar todo esfuerzo para que se establezca una relación entre las contradicciones cada día mayores que desgarran al capitalismo y la conciencia revolucionaria de los obreros. Los especialistas en estadística podrán hacer constar la importante masa de pequeños burgueses en Alemania (y entre éstos, 5 millones de intelectuales, incluidos los funcionarios) para con ello pretender explicar el fascismo como «su» movimiento. Ello no impide que el pequeño burgués está sumido en un ambiente histórico en el que las fuerzas productivas lo aplastan y le hacen comprender su impotencia, fuerzas que determinan una polarización de los antagonismos sociales en torno a dos actores principales: la burguesía y el proletariado. Al pequeño burgués ya no le queda ni la posibilidad de inclinarse hacia uno u hacia el otro, pero instintivamente se dirige hacia quienes le garanticen el mantenimiento de su posición jerárquica en la escala social. En lugar de erguirse contra el capitalismo, el pequeño burgués, asalariado de poltrona o comerciante, gravita en torno a un caparazón social que él quisiera que fuera lo bastante sólido para que haga reinar «el orden y la tranquilidad» y el respecto a su dignidad, en contra de las luchas obreras que no le dan salida y le ponen nervioso y que enturbian la situación. Pero si el proletariado se yergue y pasa al asalto, entonces el pequeño burgués no puede hacer más que esconderse y aceptar lo inevitable. Cuando se presenta al fascismo como el movimiento de la pequeña burguesía se deforma la realidad histórica, ocultando el terreno verdadero en el que de verdad aquél se ha levantado. El fascismo canaliza todas las contradicciones que ponen en peligro al capitalismo, dirigiéndolas hacia la consolidación de éste. Contiene los deseos de tranquilidad del pequeño burgués, la desesperación del desempleado hambriento, el odio ciego del obrero desorientado y sobre todo la voluntad capitalista de eliminar todo factor perturbador de una economía militarizada, de reducir al máximo los gastos de mantenimiento de un ejército de desempleados permanentes.

En Alemania, el fascismo se ha edificado en el doble cimiento de las derrotas proletarias y de las necesidades imperiosas de una economía acorralada por una crisis económica muy profunda. Fue bajo el gobierno Brüning, en particular, cuando el fascismo empezó su auge, en un momento en que los obreros se mostraron incapaces de defender sus salarios furiosamente atacados y los desempleados sus subsidios reducidos a golpes de decretos-ley. En las fábricas, en los tajos, los nazis creaban sus células de fábrica, no hacían ascos al empleo de huelgas reivindicativas, convencidos como estaban de que, gracias a los socialistas y a los centristas, esas huelgas nunca irían más allá de lo previsto; y fue en el momento en que el proletariado se declaraba vencido, en noviembre de 1932, antes de las elecciones convocadas por Von Pappen que acababa de disolver el gobierno socialista de Prusia, cuando estalló la huelga de transportes públicos en Berlín, dirigida por fascistas y comunistas. Esta huelga destrozó al proletariado berlinés, pues los comunistas aparecieron ya incapaces de expulsar de ella a los fascistas, de ampliarla y de hacer que sirviera de señal para una lucha revolucionaria. La disgregación del proletariado alemán vino acompañada, por un lado, de un desarrollo del fascismo que volvió las armas de los obreros contra los obreros mismos y por otro lado, de medidas de orden económico, de ayuda creciente al capitalismo (recordemos a este respecto que fue Von Papen quien adoptó las medidas de subvención a las empresas que emplearan parados con derecho a disminuir los salarios).

En resumen, la victoria de Hitler en marzo de 1933 no necesitó la menor violencia: era la fruta madurada por socialistas y centristas, el resultado normal de una forma democrática caduca. La violencia sólo tuvo sentido tras la subida al poder de los fascistas, no ya como respuesta contra un ataque proletario, sino para prevenirlo para siempre. De ser una fuerza destrozada, disgregada, el proletariado iba a convertirse en factor activo de la consolidación de una sociedad orientada enteramente hacia la guerra.

Por eso los fascistas no podían limitarse a tolerar los órganos de clase incluso dirigidos como lo estaban por traidores, sino que debían extirpar hasta la menor huella de la lucha de clases para así machacar mejor a los obreros transformándolos en instrumentos ciegos de las pretensiones imperialistas del capitalismo alemán.

El año de 1933 puede considerarse como el de la fase de realización sistemática de la labor de amordazamiento por parte del fascismo. Los sindicatos han sido aniquilados y sustituidos por consejos de empresa controlados por el gobierno. En enero de 1934 aparece el sello jurídico de esa labor: la Carta del Trabajo, que reglamenta el problema de los salarios, prohíbe las huelgas, instituye la omnipotencia de los patronos y de los comisarios fascistas, realiza el enlace total de la economía centralizada con el Estado.

De hecho, si bien al capitalismo italiano le costaron varios años antes de dar a luz su «Estado corporativo», el capitalismo alemán, más desarrollado, ha llegado a él rápidamente. El atraso de la economía italiana, en comparación con la del Reich, hizo difícil la edificación de una estructura social que contuviera automáticamente todos los eventuales sobresaltos de los obreros; en cambio, Alemania con una economía más desarrollada, pasó inmediatamente a la militarización de las relaciones sociales fuertemente enlazadas con los ramos de la producción controlados por comisarios de Estado.

En tales condiciones, el proletariado alemán, al igual que el italiano, ha dejado de tener existencia propia. Para volverse a encontrar con su conciencia de clase, deberá esperar a que las nuevas situaciones de mañana logren romper la camisa de fuerza con la que el capitalismo lo ha paralizado. En espera de ello, ahora no es ni mucho menos el momento de hacer proclamas utópicas sobre la posibilidad de una labor clandestina de masas en los países fascistas, política que ya ha hecho caer a muchos heroicos camaradas en manos de los verdugos de Roma o Berlín. Hay que considerar disueltas a las antiguas organizaciones que se reivindican del proletariado al haber quedado sometidas a los acontecimientos del capitalismo y pasar al trabajo teórico de análisis histórico, lo cual es previo a la reconstrucción de órganos nuevos que puedan llevar al proletariado a la victoria, gracias a la crítica viva del pasado.

Bilan

Series: 

  • Revolución alemana [62]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [63]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1919 - la revolución alemana [64]

Cuestiones teóricas: 

  • Fascismo [65]

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Enlaces
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