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Revista internacional n° 71 - 4e trimestre de 1992

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Sumario

La crisis monetaria es la plasmación del hundimiento del capitalismo - La clase obrera paga los platos rotos, pero en Italia...

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La crisis monetaria es la plasmación del hundimiento del capitalismo

La clase obrera paga los platos rotos,
pero en Italia ya empieza a dar su respuesta

La crisis del Sistema monetario europeo, su estallido, ha demostrado que la
economía capitalista se ha hundido todavía más en la recesión. Ha mostrado lo
devastadores que son sus efectos en unas instituciones de la economía mundial
que hasta ahora parecían ser lo más estable y sólido. La clase obrera está
pagando a altos precios las consecuencias de la situación, multiplicándose los
programas de austeridad y los ataques, cada día más violentos, contra las
condiciones de vida de los trabajadores. Ante tal situación no puede la clase
obrera permanecer pasiva. Los obreros de Italia, al reanudar la andadura por el
camino de la lucha a finales de septiembre, han demostrado que el período de
parálisis de la lucha de clases, parálisis debida a los enormes cambios habidos
en el mundo desde hace tres años, está terminándose. Esos dos acontecimientos,
por su importancia, justifican ampliamente este añadido de primera página y de
última hora que publicamos en esta Revista
Internacional nº 71 en cuyo artículo sobre la crisis (véase más
lejos) escribimos: «las expectativas no son, ni mucho menos, las de una reanudación del crecimiento.
Son las de una aceleración de la caída recesionista; lo que nos espera son
terremotos todavía más brutales en todo el aparato económico y financiero del
capital mundial», y también: «El aguijón de la miseria, que cada día es más insoportable,
empujará al proletariado a expresar abiertamente su descontento, a expresar su
combatividad en las luchas por defender su nivel de vida».
La realidad se ha encargado de confirmar con rapidez esas expectativas.

El hundimiento del Sistema monetario europeo pone al desnudo la mitología europea

La libra inglesa y la lira italiana obligadas
a salirse del Sistema monetario europeo y devaluarse precipitadamente. España
les sigue los pasos y tiene que devaluar la peseta, restableciendo, al igual
que Irlanda, el control de cambios. Flota el escudo portugués. El franco
francés se acatarra y sólo se recupera gracias a la intervención masiva del
Bundesbank alemán, corriendo en auxilio del Banco de Francia, el cual ha tenido
que desembolsar más de la mitad de sus reservas. La onda de choque que ha
sacudido a las monedas europeas durante el mes de septiembre ha hecho añicos un
pilar fundamental del sistema monetario internacional, el SME.

En elmomento en que la burguesía europea celebraba, con el proceso de ratificación
de los acuerdos de Maastricht, el radiante porvenir de la unificación con los
ojos puestos en el resultado, impacientemente esperado, del referéndum francés,
la crisis ha venido a aportar su brutal contribución a los debates asestando un
rudo golpe a las ilusiones sobre esa perspectiva de unificación. De hecho, se
ha desmoronado uno de los pilares de la construcción europea. La mitad de las
monedas europeas han tenido que reajustarse en pleno desbarajuste.

La crisis, al acelerarse, también agudiza las prioridades de cada país, o sea, la defensa
de sus propios intereses. Competencia encarnizada, cada uno para sí, ése es el
comportamiento que ya está amenazando con acabar con la unificación de Europa,
en un plano en el que lo adquirido era más importante, el económico. Basta con
mencionar la agria polémica entre Alemania y Gran Bretaña, echándose mutuamente
en cara su falta de solidaridad y de responsabilidad para darse cuenta de que
la perspectiva de una futura unidad económica y política de los doce países
firmantes del tratado de Maastricht es puro mito.

La crisis monetaria es el resultado de la crisis mundial

La crisis económica actual, resultado insuperable
de las contradicciones del capitalismo, es un revelador hondamente
significativo de lo que de verdad es ese sistema, de su quiebra, y, por ende,
de todas las patrañas que cuenta la clase dominante para ocultar la bancarrota
de su modo de producción. Al igual que la libra y el franco, también andan
renqueantes las demás divisas faro del mercado mundial. Los achaques de
debilidad a repetición de la divisa reina de la economía planetaria, el dólar,
son expresión de la asfixia de la que no logra salir la economía
estadounidense. El yen ve amenazada su estabilidad a causa del marasmo en el
que se está enfangando Japón. Y si el marco parece sólido es únicamente porque
el Estado alemán mantiene atractivos tipos de interés por miedo a una inflación
galopante consecuencia de los gigantescos costes de la reunificación. El
temporal monetario a escala mundial demuestra que no sólo es Europa la
gravemente enferma sino la economía mundial toda.

La especulación: una falsa explicación

La burguesía, que no anda nunca falta de
mentiras, siempre las encuentra nuevas para ocultar su impotencia. Según ella, la
causa de la crisis monetaria no sería, desde luego, la crisis mundial de
sobreproducción generalizada que la recesión expresa. No, los causantes son los
malvadísimos especuladores internacionales. Cierto es que ha sido bajo la
presión especulativa si los gobiernos han tenido que doblegarse y si Gran
Bretaña e Italia, por ejemplo, han tenido que descolgarse del SME. Lo
equivalente de un billón (uno seguido de doce ceros) de dólares es
intercambiado entre los bancos y las empresas capitalistas cada día. Una parte
importante de esa cantidad se dirige hacia una u otra moneda según fluctúa el
mercado, o lo que es lo mismo, alimenta la especulación día tras día sobre el
tipo de cambio de las monedas. Ningún banco central puede resistir la presión
si un porcentaje importante de semejante masa de capitales especula a la baja
de su moneda durante un tiempo.

El desarrollo de la especulación es el reflejo del hecho que las inversiones industriales, en la
producción, han dejado de ser rentables, y esto quedó ya muy claro durante los
años 80 en los que se desencadenó la especulación bursátil e inmobiliaria.
Ahora que los valores bursátiles y los inmobiliarios se desmoronan, los
capitales huyen de estos sectores intentando desesperadamente buscar otros
donde invertir con beneficios. Y resulta que hay cada vez menos sectores así.
De hecho, si la masa de capitales que especulan sobre los cambios de monedas se
ha hinchado tanto, es porque la crisis mundial hace estragos: dedicarse a jugar
con las cotizaciones de las monedas se ha convertido en el único medio de
preservar el valor del capital invertido. Por eso especulan hoy todos los
capitalistas sin excepción: desde los ricos particulares hasta los bancos para
proteger sus haberes, desde las empresas privadas hasta los Estados para
proteger su tesorería. Sería sin embargo erróneo creer que la especulación es
ciega. Cuando la especulación mundial juega a la baja de una moneda es porque
el mercado juzga que ésta está sobrevaluada, o sea que la economía que
representa ya no corresponde al valor de la divisa. De hecho, la especulación internacional
en el mercado de divisas es la sanción, por parte de la sacrosanta ley del
mercado tan cacareada por los economistas liberales, a las diferentes economías
nacionales que compiten en el ruedo mundial. Al imponer la devaluación de la
libra y de la lira, la especulación ha mostrado que consideraba que las «acciones
Gran Bretaña» y las «acciones Italia», era valores de mucho riesgo. Con el
hundimiento en la recesión, la masa creciente de capitales especulativos en
circulación va a convertirse en factor de inestabilidad cada día mayor en el
mercado mundial y otros «valores» símbolos del capitalismo mundial van a ser
puestos a prueba como lo ha sido el SME. Se ha puesto en funcionamiento el
proceso de caída de la economía capitalista y, en el plano monetario, la
dislocación del SME no ha sido sino la señal anunciadora de otras catástrofes
futuras.

Italia: los obreros han comenzado a dar una respuesta

La crisis del capitalismo la está soportando el
proletariado. Los ataques contra su nivel de vida son cada día más duros. Los
últimos acontecimientos monetarios han sido el pretexto para justificar nuevas
agresiones contra el nivel de vida de los explotados e imponer nuevos planes de
austeridad en nombre de la defensa de la economía nacional. Contra esos
ataques, los más fuertes desde la Segunda Guerra mundial, la clase obrera tendrá
que reaccionar, abandonar la pasividad que impera en ella desde 1989. En esto,
las luchas del proletariado en Italia están mostrando el camino.

Desde finales de septiembre, Italia está siendo sacudida por manifestaciones obreras,
«las más importantes desde hace 20 años» como lo ha reconocido Bruno Trentin,
secretario del principal sindicato italiano, la CGIL. En cuanto se
anunciaron las medidas de austeridad, se produjeron paros espontáneos en
diferentes sectores. La serie de manifestaciones que los sindicatos habían
programado para desactivar posibles respuestas a los ataques del gobierno Amato
han sido la ocasión para que se expresara masivamente (100 000 personas en
Milán, 50 000 en Bolonia, 40 000 en Génova, 80 000 en Nápoles, 60 000 en Turín,
etc.) y, sobre todo, con determinación la cólera de los trabajadores contra el
gobierno y... contra los sindicatos que apoyaron esas medidas.

Punto común de esta explosión de cólera: a la vez que acusaban al gobierno («Amato, los
obreros tienen las manos limpias y los bolsillos vacíos»), los obreros lanzaban
acusaciones contra sus pretendidos «representantes», los sindicatos, tirandoles
calderilla, huevos, tomates, patatas y hasta tuercas contra los oradores
sindicales, insultándolos, tratándolos de «vendidos». Incluso los trabajadores
a quienes no convence la violencia opinaban que «quienes tiran tuercas se
engañan; pero yo los comprendo: es difícil tener que aguantar y permanecer
siempre silenciosos y buenos chicos» (Corriere della Sera, 24/9/92). El
ex alcalde socialista de Génova ante el cariz que tomaba la manifestación a la
que asistía decía compungido: «Tenía que ver esto también antes de morir:
los carabineros protegiendo a los sindicalistas en un mitin
».

Por todas partes, unas manifestaciones que los sindicatos deseaban tranquilas y bien
controladas, se transforman en pesadilla para ellos: «Lo que debería haber
sido un jornada contra el gobierno se ha convertido en jornada contra los
sindicatos»
(Corriere della Sera del 24/09/92).

Los sindicatos dan su apoyo a los ataques del capital

Los obreros italianos saben perfectamente hasta
qué punto los sindicatos se han comprometido con las medidas draconianas que
hoy los aplastan: congelación de salarios en la función pública y anulación de
jubilaciones anticipadas durante un año, aumento de los impuestos y creación de
un rosario de nuevas contribuciones; postergación de la edad para la jubilación:
los obreros deberán dedicar 5 años más de sus vidas al trabajo asalariado. Las
medicinas casi no serán reembolsadas a los enfermos cuyos ingresos sean
superiores al salario medio. Aunque proponen algunos ajustes al último plan de
rigor, los sindicatos han declarado su pleno apoyo al gobierno por boca de B.
Trentin «Las medidas decididas son injustas pero en esta grave situación
vamos a demostrar que nosotros tenemos sentido de la responsabilidad
». Los
obreros, por su parte, ya han empezado a tomar sus responsabilidades poniendo a
esos canallas en su verdadero sitio: el terreno del capital.

Cierto es que los obreros italianos, una vez superado el obstáculo de las grandes
centrales sindicales deberán, entre otras cosas, enfrentarse, ya se están
enfrentando, a las sucursales «radicales» de ésas, los COBAS y demás
sindicalismos «de base» cuyas críticas a las grandes centrales, incluso cuando
se ponen en cabeza de las acciones «violentas» contra sus dirigentes, no tienen
otro objetivo que el de quitarles el sitio que ocupan. La polarización ha sido
orquestada por el sindicalismo de base para desviar la combatividad y debilitar
la respuesta obrera. No basta con rechazar las formas más groseras de
sindicalismo, sino que hay que aprender a desarrollar y hacerse dueño de la
fuerza de uno por uno mismo.

El significado internacional de los combates obreros en Italia

Esos acontecimientos han sido ya como mínimo la
señal de que ha terminado un período, el período durante el cual la burguesía
ha podido llevar a cabo sus agresiones contando con la pasividad de los
obreros.

No es por casualidad si les ha incumbido a los trabajadores de Italia el haber sido los
primeros en sobrepasar el bloqueo impuesto a los proletarios del mundo por la
férrea armadura de las campañas desencadenadas por la burguesía desde 1989.
Desde hace décadas, el proletariado de Italia ha demostrado ser una de las
partes de la clase obrera mundial más combativa y experimentada. Por lo demás,
los obreros de Italia tienen ya una larga tradición de enfrentamientos con los
sindicatos. Cabe añadir que el grado de los ataques que hoy deben soportar esos
obreros es el peor de todos los países industrializados.

Las luchas que hoy se están desplegando en Italia no van a ser humo de paja, no van a
quedar como «especialidad» de los obreros de ese país. Aunque no vaya a ser
inmediatamente, ni tampoco con las mismas formas (en especial, el
enfrentamiento contra los sindicatos desde el inicio de la lucha), los demás
sectores del proletariado mundial se verán obligados a emprender el mismo
camino. Debemos comprender esas luchas como un ejemplo y un llamamiento a
luchar dirigido a los obreros del mundo entero, en especial a sus batallones
más decisivos y experimentados, los del resto de la Europa occidental.

CCI 8/19/92

Situación internacional - Tras las grandes operaciones «humanitarias», las grandes potencias...

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Situación internacional

Tras las grandes operaciones «humanitarias»,
las grandes potencias desencadenan la barbarie imperialista

Con los reportajes «en directo» de las televisiones,
la barbarie del mundo actual se ha instalado día a día en cientos de miles de
hogares. Campos de «purificación étnica», matanzas sin fin en la ex Yugoslavia,
en plena Europa «civilizada», hambrunas asesinas en Somalia, nueva incursión de
las grandes potencias occidentales en los cielos irakíes: la guerra, la muerte,
el terror, así aparece el «nuevo orden mundial» del capital en este final de
milenio. Si los media nos proporcionan una imagen tan insoportable de la
sociedad capitalista, no será, ni mucho menos, para animar a la única clase que
podrá derrocarla, el proletariado, para que tome conciencia de su
responsabilidad histórica y que emprenda los combates decisivos en esa
dirección. Al contrario, con las campañas «humanitarias» que acompañan a esas
tragedias, hacen todo lo que pueden para intentar paralizar al proletariado,
para que éste crea que los poderes de este mundo se preocupan seriamente de la
situación catastrófica en que se encuentra, que hacen todo lo necesario, o al
menos lo posible para curar las heridas. También es para ocultar los sórdidos
intereses imperialistas que fundamentan su acción y por los cuales se pelean.
Para cubrir, pues, con una cortina de humo su propia responsabilidad actual y
justificar nuevas escaladas.

Desde hace un año, lo que fue  Yugoslavia es ahora sangre y fuego. La  lista de ciudades martirizadas se alarga día
tras día: Bukovar, Osiyek, Dubrovnik, Gorazde y Sarajevo. Aparecen fosas llenas
de cadáveres sin que se hayan tapado las precedentes. Ya hay 2 millones de
refugiados por los caminos. Con el objetivo de la «pureza étnica» se han
multiplicado los campos de concentración no sólo para soldados prisioneros sino
para los paisanos, campos en donde la gente se muere de hambre, es torturada,
en donde se ejecuta a mansalva. A unos cuantos cientos de kilómetros de las
grandes concentraciones industriales de Europa occidental, el «nuevo orden
mundial», anunciado por Bush y otros grandes «demócratas» cuando se estaban
desmoronando los regímenes estalinistas de Europa, nos descubre su verdadero
rostro: el de las matanzas, el terror, las persecuciones étnicas.

El juego de las grandes potencias en Yugoslavia

Los gobiernos de los países adelantados y los media a sus órdenes no han cesado de presentar
la barbarie en Yugoslavia como consecuencia de los odios ancestrales que oponen
a las diferentes poblaciones de ese territorio. Es cierto que, al igual que
otros países anteriormente dominados por regímenes estalinistas, y en especial
la ex URSS, el puño de hierro que aplastaba a aquellas poblaciones no logró, ni
mucho menos, abolir los antagonismos antiguos que la historia ha ido
perpetuando. Muy al contrario, el desarrollo tardío del capitalismo en esas
zonas de Europa, no les permitió vivir una auténtica superación de las antiguas
divisiones heredadas de la sociedad feudal, y los pretendidamente regímenes «socialistas»
no han hecho sino mantener y agudizar esas divisiones. La superación de éstas
sólo podría haberse realizado por un capitalismo avanzado, con una fuerte
industrialización, con el desarrollo de una burguesía fuerte económica y
políticamente, capaz de unificarse en torno al Estado nacional. Los regímenes
estalinistas no han presentado ninguna de esas características. Como ya lo han
subrayado desde hace tiempo los revolucionarios([1]),
como ya se ha confirmado claramente en estos últimos años, esos regímenes
dirigían países capitalistas poco desarrollados, con una burguesía
particularmente débil, portadora, hasta la caricatura, de todas las taras de la
decadencia capitalista presentes en el momento de su constitución([2]).
Nacida de la contrarrevolución y de la guerra imperialista, el poder de esta
forma de la burguesía se ha basado únicamente en el terror y en la fuerza de
las armas. Estos instrumentos le dieron durante años una potencia aparente,
pudiendo llegar a dar la impresión que había logrado acabar con las viejas
oposiciones nacionalistas y étnicas antes existentes. Pero en realidad, el
monolitismo que presentaba distaba mucho de cubrir una real unidad en sus filas.
Era al contrario, la marca de la continuidad de las divisiones entre las
diferentes camarillas que la componían, divisiones que únicamente la mano de
hierro del partido-Estado era capaz de evitar que llegaran al estallido. La
explosión inmediata de la URSS
en otras tantas repúblicas en cuanto se desmoronó su sistema estalinista de
capitalismo de Estado, el desencadenamiento en el seno de las repúblicas de una
multitud de conflictos étnicos (armenios contra azeríes, osetios contra
georgianos, chechenos contra rusos y un largo etc.) han dejado bien patente el
hecho de que esos enfrentamientos estuvieran bajo la losa estalinista no ha
hecho sino enconarlos más todavía. Y con los mismos medios con que fueron
contenidos, o sea la fuerza de las armas, es como hoy se expresan.

Dicho lo cual, el desmoronamiento del régimen de corte estalinista en la
ex-Yugoslavia no basta para explicar la actual situación en esos territorios.
Como ya lo hemos puesto de relieve, el hundimiento mismo, al igual que el de
los regímenes del mismo tipo, era ya una expresión de la fase última de la
decadencia del modo de producción capitalista, la fase de descomposición([3]).
No se puede comprender la situación de barbarie y el caos que hoy se están
desencadenando por el mundo entero, y sobre todo ahora en los Balkanes, si no
es enfocándola con ese elemento histórico inédito que es la descomposición: el «nuevo
orden mundial» no es sino pura quimera, irreversiblemente el capitalismo ha
hundido a la sociedad humana en el mayor caos de la historia, un caos que no puede
desembocar más que en la destrucción de la humanidad o en el derrocamiento del
capitalismo.

Sin embargo, las grandes potencias no van a quedarse de brazos cruzados ante los
avances de la descomposición. La guerra del Golfo, preparada, provocada y llevada
a cabo por Estados Unidos, fue un intento por parte de esa primera potencia
mundial de limitar el caos y la tendencia a tirar «cada uno por su cuenta» que
se estaba desarrollando inevitablemente tras el hundimiento del bloque del
Este. En parte, los Estados Unidos lograron sus fines, en especial reforzando
más todavía su imperio sobre una zona tan importante como la de Oriente Medio y
al obligar a las demás grandes potencias a seguirles la corriente. Sin embargo,
esa operación de «mantenimiento del orden» mostró sus límites en seguida. En
Oriente Medio mismo, contribuyó a reavivar el levantamiento de los
nacionalistas kurdos contra el Estado irakí (y, ya lanzados, contra el Estado
turco) a la vez que favoreció una insurrección de las poblaciones shiíes del
sur de Irak. En el resto del planeta, el «orden mundial» ha aparecido
claramente por lo que es, un espejismo, sobre todo desde el inicio de los
enfrentamientos en Yugoslavia durante el verano de 1991.Y lo que éstos ponen
precisamente de relieve es que la contribución de las grandes potencias en no
se sabe qué «orden mundial» no sólo no tiene nada de positivo, sino que al
contrario, no tiene otro resultado que el de agravar el caos y los
antagonismos.

Tal constatación es especialmente patente en lo que está ocurriendo en la ex-Yugoslavia, en donde
el caos actual es el resultado directo de la acción de las grandes potencias.
En el origen del proceso que ha llevado a esta región a los enfrentamientos
actuales, está la proclamación de independencia por Eslovenia y Croacia en
junio de 1991. Está claro que estas dos repúblicas no habrían arrostrado
semejante riesgo si no hubieran recibido el apoyo firme (tanto diplomático como
en armas) de parte de Austria y de la jefa de ésta, Alemania. De hecho, puede
afirmarse que, para darse una salida al Mediterráneo, la burguesía de esta
potencia tomó la responsabilidad inicial de provocar la explosión de Yugoslavia
con todas las consecuencias que hoy estamos viendo. Pero tampoco las burguesías
de los demás países se han quedado atrás. Y fue así como la respuesta violenta
de Serbia frente a la independencia de Eslovenia y sobre todo de la de Croacia,
en donde vive una importante minoría serbia, recibió desde el principio un
apoyo firme por parte de EEUU y sus aliados europeos más próximos como Gran
Bretaña. Incluso hemos podido ver a Francia, aliada por lo demás de Alemania en
el intento de establecer con ésta un condominio sobre Europa, junto a EEUU y
Gran Bretaña, otorgar su apoyo a la «integridad de Yugoslavia», o sea, a Serbia
y su política de ocupación de las regiones croatas pobladas por serbios. Ahí
también puede verse claramente que sin ese apoyo inicial, Serbia se habría
comportado con mucha más cautela en su política militar, tanto frente a Croacia
el año pasado como frente a Bosnia-Herzegovina hoy. Por eso, la repentina
preocupación «humanitaria» de los Estados Unidos y otras grandes potencias
frente a los desmanes cometidos por las autoridades serbias tiene las mayores
dificultades para ocultar la insondable hipocresía de esas actuaciones. La
palma se la lleva, en cierto modo, la burguesía francesa, la cual, a la vez que
ha seguido manteniendo estrechas relaciones con Serbia (lo cual se entronca con
la vieja tradición de alianzas con este país) se ha permitido aparecer como
campeona de la acción «humanitaria» con el viaje de Mitterrand a Sarajevo en
junio de 1992, en vísperas del levantamiento del bloqueo serbio al aeropuerto
de la ciudad. Es evidente que ese «detalle» de Serbia había sido negociado bajo
mano con Francia para que ambos países sacaran la mejor tajada de la situación:
a Serbia le permitía ceder ante el ultimátum de la ONU sin perder la cara y a
Francia le daba un empujoncito a su diplomacia en esa parte del mundo, una
diplomacia que intenta culebrear entre Estados Unidos y Alemania.

En la realidad de los hechos, el fracaso de la reciente conferencia de Londres sobre la ex
Yugoslavia, fracaso confirmado por la continuación de los enfrentamientos en el
terreno, lo que expresa es la incapacidad de las grandes potencias para llegar
a un acuerdo, por la sencilla razón de que sus intereses son antagónicos. Todas
se han entendido muy bien para hacer proclamas sobre las necesidades «humanitarias»
salvando así las apariencias y sobre la condena a la «oveja negra» serbia, pero
es evidente que cada una de ellas tiene sus propios enfoques y miras en cuanto
a la «solución» de los enfrentamientos en los Balkanes.

Por un lado, la política estadounidense quiere contrarrestar la de Alemania. Para la primera
potencia mundial, se trata de hacerlo todo por limitar la extensión de la pro-alemana
Croacia y, especialmente, preservar en lo posible la integridad de
Bosnia-Herzegovina. Esta política, que explica el timonazo repentino de la
diplomacia USA contra Serbia en la primavera pasada, tiene el objetivo de
separar los puertos croatas de Dalmacia de sus tierras circundantes que
pertenecen a Bosnia-Herzegovina. Además el apoyo a este país, en el que los
musulmanes son mayoría, va a facilitar la política norteamericana hacia los
Estados musulmanes. Con ella intenta, en particular, que Turquía, que está
inclinándose cada vez más hacia Alemania, se mantenga bajo influencia
estadounidense.

Por otro lado, a la burguesía alemana no le interesa en absoluto que se mantenga la integridad
territorial de Bosnia-Herzegovina. Lo que le interesa es el reparto de este
país, con el control croata sobre el sur, que es lo que ya está ocurriendo hoy,
para que así los puertos croatas puedan disponer de un entorno territorial más
amplio que el estrecho pasillo que pertenece oficialmente a Croacia. Por eso
existe hoy una complicidad de hecho entre los enemigos de ayer, Serbia y
Croacia, para el desmembramiento de Bosnia. Tampoco quiere esto decir que
Alemania esté dispuesta a ponerse al lado de Serbia, la cual seguirá siendo el «enemigo
hereditario» de su aliado croata. Pero tampoco puede ver Alemania con buenos
ojos todas esas mascaradas «humanitarias», cuyo primer objetivo es minar los
intereses alemanes en la zona.

Por su parte, la burguesía francesa intenta jugar sus bazas, a la vez contra la perspectiva de
reforzamiento norteamericano en los Balkanes y contra la política del
imperialismo alemán de darse una salida al Mediterráneo. Que Francia vaya en
contra de esta política no significa ni mucho menos que se ponga en entredicho
la alianza entre Alemania y Francia. Sólo significa que este país quiere
reservarse una serie de bazas propiedad suya (como la presencia de una flota en
el Mediterráneo, que por el momento no posee la potencia germánica) para que la
asociación con el poderoso vecino no desemboque en simple sumisión ante él. De
hecho, más allá de las contorsiones en torno al tema humanitario y los
discursos denunciando a Serbia, la burguesía francesa, con la esperanza de
disponer de su propia zona de influencia en los Balkanes, sigue siendo el mejor
aliado occidental de Belgrado.

En semejante contexto de rivalidades entre las grandes potencias no podrá haber nunca soluciones «pacíficas»
en la ex Yugoslavia. La competencia que se están haciendo en el plano de la
acción «humanitaria» no es otra cosa sino la continuidad, en forma de obsceno
taparrabos, de su competencia imperialista. En tal desencadenamiento de los
antagonismos entre Estados capitalistas, la primera potencia mundial ha
intentado imponer su «pax americana» tomando el mando en las amenazas y el
embargo contra Serbia. De hecho, EEUU es la única potencia con medios para dar
golpes decisivos al potencial militar de Serbia y  a sus milicias mediante su aviación de guerra
basada en los portaaviones de la VIª
Flota. Pero al mismo tiempo, EEUU no está dispuesto a comprometer sus tropas
terrestres en una guerra convencional contra Serbia. En el terreno, la
situación dista mucho de parecerse a la de Irak, que permitió la correría «triunfal»
de los GI hace año y medio. La situación en la ex Yugoslavia se ha vuelto tan
inextricable a causa de las acciones de todos los tiburones imperialistas, que
podría convertirse en un barrizal en el que incluso se enfangaría el primer
ejército del mundo, si no es perpetrando unas matanzas sin comparación con las
de hoy, que ya es decir. Esa es la razón por la que, por ahora, aunque no cabe
excluir una intervención aérea «puntual», las reiteradas amenazas de Estados
Unidos contra Serbia no han sido llevadas a la práctica. Han servido sobre todo
hasta ahora para «forzar», en el marco de la ONU, a los «aliados» recalcitrantes de EEUU
(sobre todo Francia) a que voten las sanciones contra Serbia. También han
tenido el «mérito», desde el punto de vista norteamericano, de poner de relieve
la impotencia total de la «Unión europea» frente a un conflicto que se está
desarrollando en su zona de influencia, y, por lo tanto, disuadir a los Estados
que pensaran utilizar esa estructura para una posible formación de un nuevo
bloque imperialista rival de Estados Unidos, para que renuncien a tales
proyectos. Para empezar, esa actitud estadounidense ha tenido ya el efecto de
reabrir las heridas en la alianza franco-alemana. Y, además, la actitud
amenazadora de la potencia americana también ha sido un aviso para dos países
importantes de la zona, Italia y Turquía([4]),
países que hoy sienten la tentación de acercarse al polo imperialista alemán en
detrimento de su alianza con EEUU.

Sin embargo, si bien la política del imperialismo americano respecto a la cuestión
yugoslava ha alcanzado algunos de sus objetivos, lo ha sido sobre todo avivando
las dificultades de sus rivales y no mediante la afirmación masiva e
incontestable de la supremacía estadounidense sobre ellos. Y ha sido
precisamente esa afirmación lo que esa potencia se ha ido a buscar en los
cielos irakíes.

En Irak como por todos partes, los Estados Unidos reafirman su vocación de «gendarme» mundial

Hay que ser muyinocente o estar sometido en cuerpo y alma a las campañas ideológicas para tragarse
eso de la finalidad «humanitaria» de la intervención actual de los «aliados»
contra Irak. Si la burguesía americana y sus secuaces hubieran estado un poco
preocupados por el destino de las poblaciones de Irak, habrían empezado por no
aportar su firme apoyo al régimen irakí cuando éste guerreaba con Irán y al
mismo tiempo gaseaba a mansalva a los kurdos. Sobre todo, no habrían
desencadenado, en enero de 1991, una guerra sanguinaria de la que han sido
víctimas la población civil y los soldados de reemplazo, una guerra
deliberadamente buscada y preparada por la administración de Bush, animando,
antes del 2 de Agosto de 1990,
a Sadam Husein a echar mano de Kuwait y no dejándole
después la menor salida posible([5]).
De igual modo, hay que tener buenas tragaderas para creerse la menor vocación
humanitaria en la manera como Estados Unidos pusieron fin a la guerra del
Golfo, dejando intacta la Guardia republicana, o sea las tropas de élite de Sadam, el
cual se apresuró a ahogar en sangre a kurdos y shiíes a quienes la propaganda
USA había animado a rebelarse contra Sadam durante toda la guerra. El cinismo
de semejante política ha sido incluso puesto de relieve por los más eminentes
especialistas burgueses en cuestiones militares: «Fue sin lugar a dudas una
decisión deliberada por parte del presidente Bush, la de dejar a Sadam Husein
que aplastara unas rebeliones que, para la administración norteamericana,
contenían el riesgo de la libanización de Irak. Un golpe de Estado contra Sadam
Husein podía desearse, pero no el troceamiento del país
»([6]).

En realidad, la dimensión humanitaria de la «exclusión aérea» del sur de Irak es
del mismo estilo que la de la operación llevada a cabo por los «coaligados» en
la primavera de 1991 en el norte de este país. Durante varios meses, después de
terminada la guerra, habían dejado que la Guardia republicana aplastara a los kurdos;
luego, cuando la masacre estaba ya bien adelantada, crearon, en nombre de la «injerencia
humanitaria», una «zona de exclusión aérea», a la vez que lanzaban una campaña
caritativa internacional por los kurdos. Se trataba entonces de dar una
justificación a posteriori de la guerra del Golfo poniendo de relieve lo
mal nacido y ruin que es Sadam. El mensaje que querían hacer tragar a quienes
rechazaban la guerra y sus matanzas venía a ser el siguiente: «no ha habido
"demasiada" guerra sino que ha habido "demasiado poca"; hubiéramos debido
proseguir la ofensiva hasta derrocar a Sadam». Unos meses después de esa
operación supermediática, los «humanitarios» de servicio dejaron plantados a
los kurdos y se marcharon por donde habían venido a pasar el invierno en sus
casitas. En cuanto a los shiíes, en esa época no habían podido disfrutar
todavía de las solícitas lágrimas de las plañideras profesionales y menos
todavía de una protección armada. Se les había mantenido en reserva (o sea, que
se había dejado a Sadam que siguiera machacándolos) para interesarse por su
triste sino en el momento más oportuno, cuando viniera bien para los intereses
del gendarme del mundo. Y ese momento ha llegado.

Ha llegado con la perspectiva de las elecciones presidenciales en Estados Unidos.
Por mucho que algunas fracciones de la burguesía estadounidense sean favorable
a una alternancia que permita darle un poco más de energía a la mistificación
democrática([7]), Bush y su equipo siguen teniendo la confianza de la mayoría de la clase
dominante. Bush y su equipo han dado sus pruebas, sobre todo con la guerra del
Golfo, de ser expertos defensores del capital nacional y de los intereses
imperialistas de Estados Unidos. Sin embargo, los sondeos indican que Bush no
está asegurado de su reelección. De ahí que una acción espectacular que haga
vibrar las fibras patrióticas y que reúna en torno al presidente amplias capas
de la población del país, como ocurrió con la guerra del Golfo, viene hoy
pintiparada. Sin embargo, el contexto electoral no basta para explicar una
acción así de la burguesía americana en Oriente Medio. Si bien el momento
preciso para esa acción está determinado por ese contexto, sus razones
profundas superan con mucho las contingencias domésticas del candidato Bush.

De hecho, la nueva acción de EEUU en Irak forma parte de una ofensiva general de
ese país por reafirmar su supremacía en el ruedo imperialista mundial. La
guerra del Golfo ya tenía ese objetivo y de hecho contribuyó a frenar esa
tendencia a tirar «cada uno por su cuenta» entre los antiguos socios de EEUU en
el seno del extinto bloque occidental. El desmoronamiento del bloque ruso y la
consiguiente desaparición de la amenaza del Este había dado alas a países como
Japón, Alemania o Francia. La operación «tempestad del desierto» obligó a esos
países a doblegarse ante el gendarme norteamericano. Japón y Alemania
tuvieron que hacer entrega de importantísimas sumas de dinero y Francia fue «invitada»,
en compañía de una serie de países tan poco entusiastas como ella (como Italia,

España o Bélgica) a participar en las operaciones militares. Sin embargo, los
acontecimientos de este año, y en especial la afirmación por parte de la
burguesía alemana de sus intereses imperialistas en Yugoslavia, han hecho
aparecer los límites del impacto de la guerra del Golfo.

Otros hechos han venido a confirmar la incapacidad de EEUU de imponer de modo
definitivo, ni siquiera duradero, la preeminencia de sus intereses
imperialistas. En Oriente Medio, por ejemplo, un país como Francia, que había
sido expulsada de la región cuando la guerra del Golfo (pérdida de su cliente
irakí y desaparición de sus posiciones en Líbano, sustituida por Siria con
permiso de EEUU), está intentando volver a Líbano (entrevista reciente entre
Mitterrand y el Primer ministro libanés, retorno al país del ex presidente pro
francés, Amin Gemayel). No faltan en Oriente Medio fracciones burguesas (como la OLP, por ejemplo) interesadas
en quitarse algo de encima la supremacía USA, reforzada además por la guerra
del Golfo. Es por eso por lo que, regular y repetidamente, EEUU se ve obligado
a reafirmar un liderazgo con su expresión más patente, la fuerza de las armas.

Con la imposición, hoy, de una «zona de exclusión aérea» en el sur irakí, los Estados
Unidos se permiten recordar muy claramente a los Estados de la región, pero
también y sobre todo a las demás grandes potencias, que son ellos los amos. Y
así, someten a su política y «pringan» a un país como Francia (cuya
participación en la guerra del Golfo distaba mucho de ser entusiasta), la cual
da pruebas de lo poco que tal acción la inspira cuando manda allí unos cuantos
aviones de reconocimiento. Y detrás de Francia, a quien se dirige el
llamamiento al orden de EEUU es también al principal aliado de aquélla,
Alemania.

La ofensiva llevada en el momento presente por la primera potencia mundial para
meter en cintura a sus «aliados» no se limita a los Balkanes o a Irak. También
se expresa en otras áreas «candentes» del planeta como Afganistán o Somalia.

En Afganistán, la ofensiva sangrienta del Hezb de Hekmatyar para asegurarse el
control de Kabul recibe el apoyo de Pakistán y de Arabia Saudí, o sea de dos
aliados de EEUU. En fin de cuentas, es la burguesía estadounidense la que está
detrás de la campaña de eliminación del actual hombre fuerte de Kabul, el «moderado»
Masud. Y esto se entiende perfectamente cuando se sabe que éste es el jefe de
una coalición compuesta de tadyikes (de lengua persa, apoyados por Irán cuyas
relaciones con Francia están recalentándose) y de uzbekos (de lengua turca,
apoyados por Turquía, que se acerca a Alemania)([8]).

Del mismo modo, la repentina inclinación «humanitaria» por Somalia lo que está
tapando en realidad son antagonismos imperialistas del mismo tipo. El cuerno de
África es una región estratégica de primera importancia. Para EEUU es
prioritario el control perfecto de esta región y expulsar de ella a cualquier
rival potencial. Y para empezar, un imperialismo que puede fastidiarle es el
francés, el cual dispone en Yibuti de una base militar de cierta importancia.
De ahí que haya una auténtica carrera «humanitaria» de velocidad entre Francia
y Estados Unidos para «llevar ayudas» a las poblaciones somalíes, en realidad
para intentar tomar posiciones en un país a sangre y fuego. Francia ha marcado
un tanto al hacer llegar la primera la tan cacareada «ayuda humanitaria»
(enviada precisamente a través de Yibuti), pero, desde entonces, los Estados
Unidos, con todos los medios de que disponen han hecho llegar su propia «ayuda»
en proporciones incomparables respecto a la de su rival. En Somalia, por ahora,
no es en toneladas de bombas con lo que se mide la relación de fuerzas
imperialista, sino en toneladas de cereales y de medicamentos; mañana, cuando
haya evolucionado la situación, dejarán que los somalíes sigan muriéndose de
hambre en la mayor indiferencia.

En nombre de sentimientos «humanitarios», en nombre de la virtud y en los cinco
continentes, el «gendarme del mundo» quiere imponer su visión del «orden
mundial». Gendarme quiere ser, pero tiene sobre todo comportamiento de gángster,
al igual, por cierto, que las demás burguesías del mundo. Y hay formas de
acción de la burguesía norteamericana, de las cuales, claro está, no alardea,
que se basan directamente en el hampa, en eso que la clase burguesa llama «crimen
organizado» (en realidad los mayores «crímenes organizados» son los ejecutados
por el conjunto de Estados capitalistas, mucho más monstruosos y «organizados»
que los de todos los bandidos que en el mundo han sido). Eso se ha podido
verificar con lo ocurrido en Italia con la serie de atentados que en dos meses
han costado la vida a dos jueces antimafia de Palermo y del jefe de la policía
de Catania. El «profesionalismo» de esos atentados demuestra, y eso es algo
evidente para todo el mundo en Italia, que un aparato de Estado, o sectores de
éste, está detrás de ellos. En particular, la complicidad de los servicios
secretos encargados de la seguridad de los jueces parece confirmada. Esos
asesinatos están siendo ruidosamente utilizados por el actual gobierno, por los
media y por los sindicatos para hacer aceptar por los obreros los
ataques sin precedentes destinados a «sanear» la economía italiana. Las
campañas burguesas asocian ese «saneamiento» al de la vida política y del
Estado («para tener un Estado sano hay que apretarse el cinturón», ése viene a
ser su discurso) a la vez que estallan una serie de escándalos de corrupción.
Sin embargo, en la medida en que esos atentados contribuyen a poner de relieve
su impotencia, no es el gobierno actual quien los ha originado por mucho que en
ellos estén implicados algunos sectores del Estado. En realidad, esos atentados
han puesto de relieve los salvajes ajustes de cuentas entre diferentes
fracciones de la burguesía y de su aparato político. Y tras esos ajustes de
cuentas están claramente presentes cuestiones de política exterior. De hecho,
la camarilla de Andreotti y secuaces que acaba de ser separada del nuevo
gobierno era la más ligada a la  Mafia (esto es algo perfectamente público), pero también la
más implicada en la alianza con Estados Unidos. No es pues sorprendente que
hoy, EEUU utilice, para disuadir a la burguesía italiana de comprometerse con
el eje franco-alemán, a una de las organizaciones que tantos servicios le ha
hecho en el pasado: la  Mafia. En efecto, desde 1943, los mafiosi sicilianos
habían recibido la consigna del conocido gángster italo-norteamericano, Lucky
Luciano, preso en aquel entonces, de que facilitaran el desembarco de las
tropas USA en la isla. A cambio de ello, Luciano fue liberado (y eso que había
sido condenado a 50 años de cárcel), volviendo a Italia para dirigir el tráfico
de tabaco y de droga. Más tarde, la
Mafia ha estado regularmente asociada a las actividades de la
red Gladio, organismo secreto formado por la CIA y la
OTAN durante la «guerra fría» con la complicidad de los
servicios secretos italianos) y de la logia P2 (relacionada con la masonería
norteamericana), destinadas a combatir la «subversión comunista», o sea, las
actividades favorables al bloque imperialista ruso. Las declaraciones de los
mafiosos «arrepentidos» cuando los maxi-juicios antimafia de 1987, organizados
por el juez Falcone pusieron en evidencia las connivencias entre Cosa Nostra y
la logia P2. Por todo ello, los atentados actuales no pueden ser vistos
únicamente como problemas de política interna, sino que deben comprenderse en
el marco de la actual ofensiva de Estados Unidos, país que lo está utilizando
todo, incluido ese medio, para que un Estado de la importancia estratégica de
Italia no se separe de su tutela.

Así es como, más allá de la fraseología sobre los «derechos humanos», sobre la acción «humanitaria»,
la paz, la moral y demás patrañas, lo que la burguesía nos pide que preservemos
es una barbarie sin nombre, una putrefacción avanzada de toda la vida social. Y
cuanto más virtuosas son sus palabras, tanto más repugnantes son sus actos. Así
es el vivir de una clase y de un sistema condenados por la historia, en plena
agonía, pero que pueden arrastrar en su propia muerte a toda la humanidad, si
el proletariado no encuentra las fuerzas necesarias para echarlos abajo, si se
dejara desviar de su terreno de clase por todos los discursos virtuosos de la
clase que lo está explotando. Ese terreno de clase sólo lo podrá volver a
encontrar a partir de la lucha decidida de resistencia contra los ataques cada
vez más brutales que le asesta un capital abocado a una crisis económica
insoluble. Al no haber sufrido el proletariado una derrota decisiva, a pesar de
las dificultades que los grandes cambios de estos últimos años han provocado en
su conciencia y en su combatividad, el porvenir sigue abierto a enfrentamientos
de clase gigantescos. Enfrentamientos en los cuales la clase revolucionaria
deberá encontrar la fuerza, la solidaridad y la conciencia para cumplir la
tarea que la historia le asigna: la abolición de la explotación capitalista y
de todas las formas de explotación.


FM



13/09/1992













[1] Véase en particular el artículo «Europa del
Este: las armas de la burguesía contra el proletariado» en la Revista
internacional
nº 34, 3er trimestre de 1983.
[2] Un factor importante en la superación de las
viejas oposiciones étnicas es, naturalmente, el desarrollo de un proletariado
moderno, concentrado, instruido para las necesidades mismas de la producción
capitalista; un proletariado con una experiencia de luchas y de solidaridad de
clase, separado de los viejos prejuicios legados por la sociedad feudal, sobre
todo los religiosos que suelen ser el caldo en el que se cultivan las
rivalidades étnicas. Está claro que en los países económicamente atrasados, la
mayoría de los del antiguo bloque del Este, un proletariado así tenía pocas
probabilidades de desarrollarse. Sin embargo, no es en esta parte del mundo la
debilidad del desarrollo económico el factor principal de la debilidad política
de la clase obrera y de su vulnerabilidad frente a las ideologías
nacionalistas. El proletariado de Checoslovaquia, por ejemplo, está mucho más
próximo, desde el punto de vista del desarrollo económico y social de de los
países de la Europa
occidental que el la ex Yugoslavia. Eso no le ha impedido aceptar, cuando no ha
sido apoyándolo, el nacionalismo que ha desembocado en la ruptura del país en
dos repúblicas (es cierto que es en Eslovaquia, la parte menos desarrollada,
donde el nacionalismo es más fuerte). De hecho, el enorme atraso político de la
clase obrera en los países dirigidos por regímenes estalinistas durante varias
décadas vienen esencialmente del rechazo casi visceral por los obreros de los
temas principales que inspiran los combates de la clase obrera, debido al
repugnante abuso que de esos temas hicieron esos regímenes. Si «revolución
socialista» significa tiranía bestial por parte de los burócratas del
partido-Estado, lo que acaban gritando es ¡ abajo la revolución socialista!. Si
«solidaridad de clase» quiere decir doblegarse ante el poder de esos burócratas
y aceptar sus privilegios: fuego contra ellos y cada uno para sí. Si
«internacionalismo proletario» es sinónimo de intervención de los tanques rusos:
¡muerte al internacionalismo, viva el nacionalismo!







[3] Para nuestro análisis de la fase de
descomposición, véase en particular, en la Revista internacional nº 62 «La
descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo».







[4] La importancia estratégica de esos dos
países es evidente: Turquía, con el Bósforo, controla el paso entre el mar
Negro y el Mediterráneo; Italia, gracias a Sicilia, controla el paso entre el
Este y el Oeste de este mar. Además, la
VIª Flota USA tiene su base en Nápoles.







[5] Véase al respecto los artículos y
resoluciones en la Revista
internacional,
nos 63 a 67.







[6] F. Heisbourg, director del Instituto
internacional de estudios estratégicos, en una entrevista al diario francés Le
Monde,
del 17/1/1992.







[7] Como pusimos entonces de relieve, la llegada
de los republicanos a la jefatura del Estado, en 1981, correspondía a una
estrategia global de las burguesías más poderosas (especialmente en Gran
Bretaña y en Alemania, pero en otros países también) cuyo objetivo era mandar a
los partidos de izquierda a la oposición. Esta estrategia debía permitirles a
éstos encuadrar mejor a la clase obrera, en un momento en que ésta estaba
desarrollando combates significativos contra los ataques económicos crecientes
que estaba llevando a cabo la burguesía para encarar la crisis. El retroceso
sufrido por la clase obrera mundial a causa de las campañas habidas tras el
hundimiento del bloque del Este ha hecho pasar a un segundo plano la necesidad
de mantener a los partidos de izquierda en la oposición. Por ello, un período
de cuatro años de presidencia demócrata, antes de que la clase obrera haya
vuelto a encontrar el camino de sus luchas, ha empezado a granjearse las
simpatías de algunos sectores burgueses. Una posible victoria del candidato
demócrata en noviembre de 1992 no deberá considerarse como una pérdida del
control por la burguesía de su juego político, que sí es lo que ocurrió, en
cambio, cuando la elección de Mitterrand en Francia, en 1981.

[8] La actual ofensiva rusa por mantener su
control sobre Tadyikistán no es ajena a esta situación: desde hace bastantes
meses, la fidelidad de la Rusia
de Yeltsin a Estados Unidos no se ha desmentido.

Recesión abierta, crisis monetaria, miseria creciente - catástrofe económica en el corazón del mundo capitalista

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Recesión abierta, crisis monetaria, miseria creciente

Catástrofe económica en el corazón del mundo capitalista

En este verano de 1992, una cascada de anuncios y
de inquietantes aconteci mientos han venido a dar oscuros colores al cuadro de
la situación económica mundial. La burguesía podrá empeñarse en repetir hasta
la saciedad que se está perfilando en el horizonte la reanudación del
crecimiento, podrá aferrarse al menor indicio aparentemente positivo para
justificar su optimismo, ello no quita que los hechos sean testarudos e
inmediatamente lo desmientan todo. La reanudación económica es un espejismo:
van ya tres veces que desaparece tras haber sido anunciada. Ya en verano de
1991, Bush y su camarilla creyeron que podían anunciar el final de la recesión;
en otoño, la recaída de la producción norteamericana borró el espejismo. En la
privamera de este año de 1992, una vez más y por exigencias de campaña
electoral, nos sacan el mismo esperanzador guión; de nuevo, la realidad se ha
encargado de mandarlo al traste. Desde hace dos años que nos ponen el mismo
disco rayado sobre la reanudación, empieza ya a resultar un tanto chirriante
ante la situación económica mundial que no cesa de empeorar. Este verano de 1992 ha sido asolador para
las ilusiones sobre la reanudación.

Verano asesino para las ilusiones puestas en la reanudación económica

No sólo no vuelve a arrancar el crecimiento, sino que se ha iniciado un nuevo desmoronamiento de la producción. En EEUU, tras un
año de 1991 desastroso, la burguesía echó demasiado pronto las campanas al
vuelo tras un primer trimestre de 1992 en el que el crecimiento alcanzó 2,7 %
en ritmo anual. Poco duró la alegría cuando para el 2º trimestre apareció un
ruín 1,4 % de crecimiento que ha abierto un saldo negativo para finales de año.
Y no son sólo los Estados Unidos, primera potencia económica mundial, quienes
no logran relanzar la economía. Las dos potencias económicas, hasta ahora
presentadas como parangón del éxito capitalista, Alemania y Japón, se están
empantanando a su vez en los barrizales de la recesión. En la parte occidental
de Alemania, el PIB ha bajado un 0,5 % en el segundo semestre de 1992; de junio
de 1991 a junio del 92, la producción industrial ha disminuido un 5,7 %. En Japón, de
julio de 1991 a julio de 1992, la producción de acero ha caído 11,5 % y la de vehículos de
motor 7,2 %. Así es la situación en todos los países industrializados. Gran
Bretaña, por ejemplo, está viviendo desde mediados del 90, la recesión más
larga desde la guerra. No queda en el mapa ni un sólo paraíso de prosperidad,
ni uno sólo de esos «modelos» de capitalismo nacional en buena salud. Al no
quedar el menor ejemplo de buena gestión con que encandilar a las masas, la
clase dominante está demostrando que no le quedan soluciones.

Con la caída del centro de la economía mundial en la recesión, todo el sistema se ha
fragilizado, y el tejido de la organización económica capitalista mundial está
sometido a tensiones cada vez más fuertes. La inestabilidad alcanza a los
sitemas financiero y monetario. Los símbolos clásicos del capitalismo, las
bolsas de valores, los bancos y el dólar han estado metidos este verano en el
centro de la tempestad. El Kabuto-Cho, bolsa de Tokyo, que en 1989, en su más
alto nivel, había superado en importancia a Wall Street, ha tocado fondo en
agosto último con una baja del 69 % de su principal índice de valores (Nikkei)
con relación a su época más fastuosa, bajando hasta los niveles de 1986. Han
quedado borrados años de especulación y se han evaporado miles de millones de
dólares. Las plazas bursátiles de Londres, Francfort, París, han pérdido entre
10 y 20 % desde principios de año. Los bancos y los seguros que alimentaron la
especulación durante los años 80, están pagando los platos rotos: los
beneficios caen en picado, las pérdidas se amontonan y las quiebras se
multiplican por el mundo entero. La famosa compañía Lloyds, que gestiona los
seguros de toda la navegación mundial, están al borde de la bancarrota. El rey
Don Dólar se ha despeñado a toda velocidad durante el verano, llegando a su más
bajo nivel respecto al marco alemán desde la creación de éste en 1945,
sacudiendo así todo el equilibrio del mercado monetario internacional. El
dólar, la especulación bursátil, que parecían ser, según los papanatas
eufóricos de los años 80, los símbolos del vigor triunfal del capitalismo, se
están conviertiendo en los simbolos de su quiebra.

Los ataques más duros desde la Segunda Guerra mundial

Pero mucho más que los abstractos índices
económicos y los espectaculares acontecimientos de la vida de las instituciones
capitalistas que llenan las páginas de los periódicos, la realidad de la
crisis, de su agravación, es vivida cotidianamente por los explotados, quienes,
sometidos a las agresiones a repetición de los programas de austeridad, están
soportando un empobrecimiento creciente.

El aumento constante de los despidos, y por consiguiente, del desempleo, ha conocido en
los últimos meses, una brutal aceleración en el corazón mismo del mundo
industrializado. En la OCDE en su conjunto, el paro tras haber aumentado 7,6 % en 1991 para alcanzar los 28
millones de personas, debe, según las previsiones, superar los 30 millones en
1992. Crece el desempleo en todos los países: en Alemania, en julio de 1992,
alcanza 6 % en el Oeste y 14, 6 % en el Este, contra, respectivamente, 5,6 y
13,8 el mes anterior. En Francia, las empresas han despedido a 262 000 trabajadores
en el primer semestre, 43 000 en julio último. En Gran Bretaña, se han anunciado
300 000 supresiones de empleo desde ahora hasta fin de año, sólo en el sector
de la construcción. En Italia, en los meses venideros, tienen que desaparecer
100 000 empleos en la industria. En la CEE, oficialmente, 53 millones de personas viven por debajo
del «umbral de pobreza»: en España cerca de la 1/4 parte de la población, en
Italia 9 millones de personas, o sea el 13,5 % de la población. En EEUU, 14,2 %
de la población malvive en esas condiciones, 37,7 millones de personas. La
renta media de las familias norteamericanas ha caído 5 % en tres años...

Tradicionalmente, en los países desarrollados, la burguesía aprovecha el verano, período clásico
de desmovilización de la clase obrera, para instaurar sus programas de
austeridad. No sólo este verano de 1992 no ha sido una excepción, sino que ha
sido la ocasión para asestar golpes a mansalva y sin precedentes contra las
condiciones de vida de los explotados. En Italia, la escala móvil de salarios
ha sido abandonada con el acuerdo de los sindicatos. Los salarios han sido
congelados en el sector privado y se han aumentado los impuestos ahora que la
inflación alcanza el 5,7 %. En España, han aumentado los impuestos (el IRPF) un
2 % por mes, con efecto retroactivo a partir de enero. Como consecuencia de
ello, los salarios de Setiembre quedarán amputados de un 20 %. En Francia, los
subsidios por desempleo han sido reducidos a la vez que aumentan las cuotas
para el desempleo de los trabajadores que aún tienen empleo. En Gran Bretaña,
en Bélgica, también se han implantado presupuestos de austeridad, o sea:
disminución de las prestaciones sociales, encarecimiento de los servicios
médicos y demás. Esta lista podría seguir.

En todos los planos de sus condiciones de vida, la clase obrera de los países
adelantados está viviendo los ataques más duros desde el final de la Segunda Guerra
mundial.

Un relanzamiento imposible

Mientras que desde hace tres años, la clase
dominante escudriña el horizonte por si aparece una reanudación que nunca
llega, se instala la duda y se acrecienta la inquietud ante la degradación
económica que no cesa y la crisis social que será su inevitable resultante. El
miedo que la corroe, la burguesía pretende espantarlo clamando sin cesar que
pronto llegará la reanudación, que la recesión es como la noche, pero que al
final, inevitablemente, volverá a amanecer el sol en el horizonte, o sea, que
es de lo más normal y que lo hace falta es tener paciencia y aceptar los
sacrificos necesarios.

No es la primera vez, desde finales de los años 60 en que se inició la crisis, que la economía mundial
conoce fases de recesión abierta. En 1967, en 1970-71, en 1974-75, en 1981-82,
la economía mundial había encarado los trastornos de la caída de la producción.
Cada vez, las políticas de relanzamiento consiguieron volver al crecimiento,
cada vez la economía parecía haber salido del agujero. Sin embargo, esa
optimista constatación en la que se basa la burguesía para hacernos creer que
inevitablemente volverá el crecimiento, cual ciclo normal de la economía, es de
lo más iluso. El retorno del crecimiento en los años 80 no benefició al
conjunto de la economía mundial. Las economías del llamado Tercer mundo nunca
se han recuperado de la caída de la producción que sufrieron a principios de
los 80, no han salido nunca de la recesión, mientras que los países del «segundo
mundo», los del ex bloque del Este continuaron en un lento desmoronamiento que
ha acabado en el hundimiento económico y político de finales de los 80. El tan
manido relanzamiento económico reaganiano de los años 80 ha sido parcial, limitado,
reservado esencialmente a los países del «primer mundo», a los países más
industrializados. Sobre todo, esos relanzamientos sucesivos se han hecho
mediante políticas económicas artificiales, que han sido otras tantas trampas y
distorsiones a la sacrosanta «ley del mercado» que los economistas «liberales»
han instituido como dogma ideológico.

La clase dominante está confrontada a una crisis de sobreproducción y los mercados solventes son
demasiado estrechos para absorber lo sobrante de mercancías producidas. Para
hacer frente a esa contradicción, para dar salida a sus productos, para ampliar
los límites del mercado, la clase dominante ha recurrido esencialmente a la
huida ciega en el crédito. Durante los años 70, a los países
subdesarrollados de la periferia se les acordaron créditos por 1 Billón de
dólares, en gran parte utilizados para comprar mercancías producidas en los
países industrializados, lo cual les permitía, a éstos, mantener su
crecimiento. A finales de los 70, sin embargo, la incapacidad para reembolsar
en que se encontraron los países más endeudados de la periferia acabó con esa
política. La periferia del mundo capitalista se hundió definitivamente en el
marasmo. No importaba, la burguesía había encontrado otra solución. Fueron los
Estados Unidos, bajo la batuta de Reagan, quienes se convirtieron en depósito
de lo sobrante de la producción mundial y ello mediante un endeudamiento que ha
dejado el de los países del tercer mundo a nivel de calderilla. La deuda de
EEUU alcanzaba a finales del 91 la cifra astronómica de 10 billones 481
millones de dólares en el plano interior y 650 mil millones de dólares para con
otros países. Tal política sólo fue posible, claro está, porque EEUU, primera
potencia imperialista mundial, líder entonces del bloque formado por las
principales potencias industriales, pudo aprovecharse de esas bazas para hacer
trampas con las leyes del mercado, doblegarlas a sus necesidades imponiendo una
disciplina férrea a sus aliados. Pero esa política ha llegado a sus límites. A
la hora del vencimiento de los plazos, los Estados Unidos, al igual que los
países subdesarrollados hace doce años, son insolventes.

El recurso a la poción del crédito para curar la economía capitalista enferma se ha transformado en
ponzoña al encontrar sus límites objetivos. Por eso, la recesión abierta que
está causando estragos desde hace más de dos años en el corazón del capitalismo
más industrializado es cualitativamente diferente de las fases recesivas
anteriores. Los artificios económicos que permitieron los relanzamientos precedentes
se revelan ahora ineficaces.

Por la 22ª vez consecutiva el Banco Federal estadounidense ha bajado este verano el tipo de interés base
con el que presta dinero a los demás bancos. Ha bajado de 10 % a 3 % desde la
primavera de 1989. ¡Ese tipo de interés es hoy más bajo que la tasa de
inflación, o sea que el interés real es nulo y hasta negativo!. ¡El Estado
presta dinero con pérdidas!. Lo peor es que esa política de crédito fácil no ha
dado el menor resultado, ni en EEUU ni en Japón donde los tipos de interés del
Banco central se están acercando al 3 %.

Los bancos que prestaron a lo loco durante años se encaran hoy con impagos a mansalva, las quiebras de
empresas se acumulan dejando deudas que alcanzan a menudo cantidades de miles
de millones de dólares. El hundimiento de la especulación bursátil e inmobiliaria
agrava todavía más unos balances ya en números rojos, se acumulan las pérdidas,
se vacían las arcas. En resumen, los bancos ya no pueden prestar. El
relanzamiento mediante el crédito es imposible, lo cual significa que el
relanzamiento a secas es imposible.

Una sola esperanza para la clase dominante: frenar la caída, limitar los estragos

La baja de los tipos de interés sobre el dólar o
el yen ha servido primero para recuperar los márgenes de ganancia de los bancos
americanos y japoneses, los cuales han recibido préstamos más baratos pero no
los han repercutido enteramente en los créditos que proponen a los particulares
y a las empresas, evitando así una multiplicación demasiado dramática de
bancarrotas y el estallido catastrófico del sistema bancario internacional.
Pero esa política también tiene sus límites. Los tipos ya no pueden seguir
bajando. El Estado está obligado a intervenir más y más directamente para
auxiliar a unos bancos que, aparentemente independientes, han sido el
taparrabos «liberal» del capitalismo de Estado, Estado que, en realidad,
controla férreamente las compuertas del crédito. En EEUU, el presupuesto
federal debe financiar con cientos de miles de millones de dólares el apoyo a
bancos amenazados de quiebra, y en Japón, el Estado acaba de comprar el parque
inmobiliario de los bancos más amenazados para reflotar sus arcas. Son, en
cierto modo, nacionalizaciones. Lejos estamos de ese credo pseudoliberal del «menos
Estado» con que nos han dado la tabarra durante años. Cada día más, el Estado
está obligado a intervenir abiertamente para «salvar la vajilla». Un ejemplo
reciente acaba de darse con el programa de relanzamiento montado por el
gobierno japonés, el cual ha tenido que echar mano de sus propios fondos
desbloqueando 85 mil millones de dólares para sostener a un sector privado de
capa caída. Pero tal política de relanzamiento del consumo interno acabará
teniendo un efecto tan provisional como los gastos de Alemania para su
unificación, los cuales han permitido frenar muy temporalmente la recesión en
Europa.

Limitar los estragos, frenar la caída en picado en la catástrofe, eso es lo que intenta hacer la clase
dominante. En una situación en la que los mercados se encogen sin remedio, por
falta de créditos, la búsqueda de competitividad a golpes de programas de
austeridad cada vez más draconianos para incrementar las exportaciones, se ha
convertido en la cantinela de todos los Estados. El mercado mundial está
desgarrándose con la guerra comercial en la que todos los golpes sirven, en la
que cada Estado usa todos los medios a su alcance para asegurarse sus salidas
mercantiles. La política de EEUU ilustra bien esa tendencia: puñetazos en la
mesa de negociaciones del GATT, creación de un mercado privilegiado y protegido
con México y Canadá, asociados tanto de fuerza como de grado, baja artificial
del dólar para avivar las exportaciones. Esta guerra comercial sin tregua ni
merced no hará, sin embargo, sino empeorar si cabe la situación, hacer todavía
más y más inestable el mercado mundial. Y esta dinámica de desestabilización se
ha acelerado por el hecho de que, con la desaparición del bloque del Este, la
disciplina que EEUU podía imponer a sus antiguos asociados imperialistas, y a
la vez principales concurrentes comerciales, se ha disuelto por completo. La
política norteamericana de baja del dólar ha chocado contra los límites
impuestos por la política alemana de tipos de interés elevados, pues Alemania,
enfrentada al riesgo de alza de la inflación efecto de la unificación, está
jugando su propio juego. Resultado: la especulación mundial se ha ido
masivamente hacia el marco, contra la moneda USA, y los bancos centrales, en un
desorden general, se las ven y se las desean para estabilizar la caída
incontrolada del dólar. El terremoto sacude a todo el sistema monetario
internacional. El marco finlandés ha tenido que separarse del sistema monetario
europeo, mientras que la lira italiana y la libra inglesa, en plena tormenta,
no saben cómo hacer para mantenerse dentro de él. La sacudida actual anuncia
los terremotos venideros. Los acontecimientos económicos del verano del 92
muestran que las expectativas no son, ni mucho menos, las de una reanudación
del crecimiento. Son las de una aceleración de la caída recesionista; lo que
nos espera son terremotos todavía más brutales en todo el aparato económico y
financiero del capital mundial.

La catástrofe en el corazón del mundo industrializado

Es significativo de la gravedad de la crisis que
sean hoy las orgullosas metrópolis del centro industrializado del capitalismo
las que deben soportar de lleno la recesión abierta. El hundimiento económico
de los países del Este causó la muerte del bloque imperialista ruso.
Contrariamente a la insistente propaganda desencadenada tras ese
acontecimiento, éste no se debió a la incapacidad de no se sabe qué «comunismo»
que pretendía ser el sistema estalinista, sino a las convulsiones mortales de
una fracción subdesarrollada del capitalismo mundial que sí era dicho sistema.
La bancarrota del capitalismo en el Este ha sido la demostración misma de las
contradicciones insuperables que minan la economía capitalista sea cual sea la
forma de ésta. Diez años después del hundimiento económico de los países
subdesarrollados de la periferia, la quiebra económica de los países del Este
anunciaba la agravación de los efectos de la crisis en el corazón del mundo
industrial más desarrollado, en el que se concentra lo esencial de la
producción mundial (más de 80 % para los países de la OCDE), en donde se
cristalizan con más fuerza las contradicciones insuperables de la economía
capitalista. La progresión, desde hace veinte años, de los efectos de la crisis
de la periferia hacia el centro es expresión de la creciente incapacidad de los
países más desarrollados para echar esos efectos hacia las naciones
económicamente débiles. Igual que un bumerang, la crisis vuelve a causar sus
estragos en el epicentro que la originó. Esta dinámica de la crisis muestra
cuál es el futuro del capital. Del mismo modo que los países del ex bloque del
Este están viendo cómo se concreta el espectro de una catástrofe económica de
la amplitud de la que ya conocen África o Latinoamérica, al cabo es ése futuro
siniestro el que amenaza a los países industrializados.

Es evidente que la clase dominante no puede ni admitir ni reconocer esa dinámica
catastrófica con la que se desarrolla la crisis. Necesita creer en la eternidad
de su sistema. Pero esta ceguera propia se combina con la necesidad absoluta
para ella de ocultar al máximo la realidad de la crisis ante los explotados del
mundo entero. La clase explotadora debe ocultarse a sí misma y a los explotados
su propia impotencia, pues eso haría aparecer ante el mundo entero que su tarea
histórica está terminada desde hace mucho tiempo y que el mantenimiento de su
poder sólo puede arrastrar a la humanidad a una barbarie cada vez más
espantosa.

Para todos los trabajadores, la realidad dolorosa de los efectos de la crisis, que tiene que
sufrir en carne propia, es un poderoso factor de clarificación y reflexión. El
aguijón de la miseria que cada día es más insoportable empujará al proletariado
a expresar abiertamente su descontento, a expresar su combatividad en las
luchas por defender su nivel de vida. Por eso es por lo que, desde hace 20 años
que la crisis se profundiza, la propaganda burguesa insiste tanto y
constantemente en el eslogan de que la crisis puede ser superada.

La realidad, sin embargo, se encarga de barrer las ilusiones, de hacer que se
desmoronen las mentiras. La historia hace un corte de mangas a quienes se
creyeron que con las pócimas de Reagan, la crisis había quedado definitivamente
aplastada o que se habían aprovechado estúpidamente del hundimiento del bloque
imperialista ruso para andar cacareando histéricamente la vacuidad de la
crítica marxista del capitalismo, pretendiendo que éste sería el único sistema
viable, el único porvenir de la humanidad. La quiebra cada día más catastrófica
del capitalismo plantea ya y seguirá planteando a la clase obrera la necesidad
de proponer y defender su solución: la revolución comunista.

JJ - 04/09/1992 

IV - El comunismo es el verdadero comienzo...

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En el anterior artículo de esa serie vimos cómo, desde sus primeros trabajos, Marx aborda el problema del trabajo alienado con objeto de definir los objetivos últimos de la transformación social comunista. Concluíamos que, para Marx, el trabajo asalariado capitalista constituye la más alta expresión de la alienación del hombre respecto a sus capacidades reales, y a la vez la premisa para superar esta alienación hacia el surgimiento de una sociedad verdaderamente humana. En este capítulo vamos a abordar los verdaderos contornos de una sociedad comunista plenamente desarrollada tal y como Marx los trazó en sus primeros escritos, un cuadro que luego desarrolló y al que jamás renunció en sus trabajos posteriores. En los Manuscritos económicos y filosóficos, Marx, tras abordar las diferentes facetas de la alienación humana, pasa a criticar las concepciones, rudimentarias e inadecuadas del comunismo, que predominaban en el movimiento proletario de esa época. Como ya vimos en el primer artículo de esta serie, Marx rechaza las concepciones heredadas de Babeuf que siguen defendiendo los adeptos de Blanqui, pues tienden a presentar el comunismo como una nivelación general a la baja, una negación de la cultura donde «el destino del obrero no se ha superado, sino extendido a todos los hombres»([1] [1]). Según esta concepción, todo el mundo debería convertirse en trabajador asalariado bajo la dominación de un capital colectivo, de la «comunidad como capitalista general»([2] [2]). Al rechazar tales concepciones Marx anticipa ya los argumentos, que posteriormente los revolucionarios han desarrollado para mostrar la naturaleza capitalista de los regímenes llamados «comunistas» del ex-bloque del Este (aunque estos fueran el producto monstruoso de una contrarrevolución burguesa y no la expresión de un movimiento obrero inmaduro).

Igualmente, Marx criticó las versiones más «democráticas» y sofisticadas de comunistas como Considerant y otros, pues eran «de naturaleza aún política», es decir que no planteaban un cambio radical de las relaciones sociales, quedando por tanto «aún en esencia incompletas y afectadas por la propiedad privada»([3] [3]).

Frente a esas definiciones restrictivas y deformadas, Marx oponía con firmeza que el comunismo no significa la reducción general de los hombres a un filisteísmo inculto, sino la elevación de la humanidad a sus más altas capacidades creativas. Este comunismo -tal y como Marx lo enunció en un pasaje, citado con frecuencia pero raramente analizado-, se da los más altos objetivos: «El comunismo como superación positiva de la propiedad privada en cuanto autoextrañamiento del hombre y por ello como apropiación real de la esencia humana por y para el hombre; por ello como retorno del hombre para sí en cuanto hombre social, es decir, humano; retorno pleno, consciente y efectuado dentro de toda la riqueza de la evolución humana hasta el presente. Este comunismo es, en tanto que como completo naturalismo = humanismo, y como completo humanismo = naturalismo; (...) es la solución definitiva del litigio entre existencia y esencia, entre objetivación y autoafirmación, entre libertad y necesidad, entre individuo y género. Es el enigma resuelto de la historia y sabe que es la solución»([4] [4]).

El comunismo vulgar comprendió bastante correctamente que las creaciones culturales de las anteriores sociedades estuvieron basadas en la explotación del hombre por el hombre. Y sin embargo, erróneamente, las rechazaba. Marx, por el contrario, trataba de apropiarse de ellas, haciendo verdaderamente provechosas las creaciones culturales (y, si cabe utilizar el término, espirituales) anteriores de la humanidad, liberándolas de las distorsiones que la sociedad de clases necesariamente les impone. Al hacer de estas creaciones un patrimonio común de toda la humanidad, el comunismo las funde en una síntesis superior y más universal. Esta posición expresa una visión profundamente dialéctica que -incluso antes de que Marx hubiera expresado una clara comprensión de las formas comunitarias de sociedad que precedieron a la formación de divisiones de clase- reconocía que la evolución histórica, en particular en su fase final capitalista, había expoliado al hombre y lo había privado de sus relaciones sociales «naturales» originarias. Pero el objetivo de Marx no era un simple retorno a la perdida simplicidad primitiva sino la instauración consciente del ser social del hombre, el acceso a un nivel superior que integre todos los avances contenidos en el movimiento de la historia.

Del mismo modo, este comunismo, lejos de ser simplemente la generalización de la alienación impuesta al proletariado por las relaciones sociales capitalistas, se considera como la «superación positiva» de las múltiples contradicciones y alienaciones que han atormentado hasta el presente al genero humano.

La producción comunista como realización de la naturaleza social del hombre

Como vimos en el artículo anterior, la crítica de Marx al trabajo alienado trataba sobre muchos aspectos:

  • el trabajo alienado separa al productor de su propio producto: lo que el hombre crea con sus propias manos se convierte en una fuerza hostil que aplasta a su creador;
  • separa al productor del acto de la producción: el trabajo alienado es una forma de tortura([5] [5]), una actividad totalmente exterior al trabajador.

Y como la característica humana más fundamental, en términos de Marx, «el ser genérico del hombre», es la producción creativa, consciente, ... transformar ésta en fuente de tortura, es separar el hombre de su verdadero ser genérico; separa al hombre del hombre: hay una profunda separación no sólo entre explotador y explotado, sino también entre los propios explotados, atomizados en individuos enfrentados por las leyes de la concurrencia capitalista. En sus primeras definiciones del comunismo, Marx trató estos aspectos de la alienación desde diferentes ángulos, pero siempre con la preocupación de mostrar que el comunismo aportaba una solución concreta y positiva a estos males. En la conclusión de los Extractos de elementos de economía política de James Mill que datan de la misma época que los Manuscritos, Marx explicaba por qué la sustitución de trabajo asalariado capitalista que solo produce por el beneficio, por el trabajo asociado que produce para las necesidades humanas, constituye la base de la superación de las alienaciones enumeradas anteriormente: «Bajo el supuesto de la propiedad privada, el trabajo es alienación de la vida, porque yo trabajo para vivir, para procurarme un medio de vida. Mi trabajo no es mi vida. (...) Bajo el supuesto de la propiedad privada, mi individualidad está alienada hasta un grado tal que esta actividad me es un objeto de odio, de tormento: es un simulacro de actividad, una actividad puramente forzada, que me es impuesta por una necesidad exterior contingente, y no por una exigencia y una necesidad interior»([6] [6]). En oposición a esto, Marx nos plantea suponer «que producimos como seres humanos: cada uno de nosotros se afirma doblemente en su producción, de él mismo y de los otros. 1º En mi producción yo realizaré mi identidad, mi particularidad; trabajando sentiré el placer de una manifestación individual de mi vida, y en la contemplación del objeto disfrutaré el goce individual de reconocer mi personalidad como una potencia real, concretamente aprovechada y fuera de toda duda. 2º En tu goce o tu empleo de mi producto, yo tendré el goce espiritual inmediato de satisfacer por mi trabajo una necesidad humana, de realizar la naturaleza humana y de aportar a la necesidad de otro el objeto de su necesidad. 3º Yo seré consciente de servir de mediador entre tú y el género humano, de ser reconocido y sentido por ti como un complemento a tu propio ser y como una parte necesaria de ti mismo, de ser aceptado en tu espíritu como en tu amor. 4º Yo tendré, en mis manifestaciones individuales, el goce de crear la manifestación de tu vida, es decir de realizar y afirmar en mi actividad individual mi verdadera naturaleza, mi sociabilidad humana. Nuestras producciones serán otros tantos espejos en los que nos podemos ver el uno al otro. (...) Mi trabajo será una manifestación libre de la vida, un disfrute de la vida»([7] [7]).

Así para Marx, los seres humanos solo producirán de forma humana cuando cada individuo sea capaz de realizarse plenamente en su trabajo: realización que viene de la alegría activa del acto productivo; de la producción de objetos que no solo tienen una utilidad real para otros seres humanos sino que merecen igualmente ser contemplados en si mismos, porque han sido producidos, por emplear los términos de los Manuscritos, «según las leyes de la belleza», del trabajo en común con otros seres, y con un fin común.

Aquí aparece claramente que para Marx la producción en función de las necesidades, que es una de las características del comunismo, es mucho más que la simple negación de la producción de mercancías capitalista, de la producción para el beneficio. Desde el principio la acumulación de riquezas como capital ha significado la acumulación de pobreza para los explotados; en la época del capitalismo moribundo esto es doblemente cierto, y hoy es más evidente que nunca que la abolición de la producción de mercancías es una precondición para la propia supervivencia de la humanidad. Pero, para Marx la producción para las necesidades nunca ha sido un simple mínimo, una satisfacción puramente cuantitativa de las elementales necesidades de alimentación, alojamiento, etc. La producción para las necesidades es, al mismo tiempo, reflejo de la necesidad que tiene el hombre de producir, por el acto de producir en tanto que actividad sensual y agradable, en tanto que celebración de la esencia comunitaria del genero humano. Marx jamás modificó esta posición. Como escribió el Marx «maduro» de la Critica del Programa de Gotha (1874): «En una fase superior de la sociedad comunista, una vez que haya desaparecido la avasalladora sujeción de los individuos a la división del trabajo, y con ella también la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, una vez que el trabajo no sea ya sólo medio de vida, sino incluso se haya convertido en la primera necesidad vital, una vez que con el desarrollo multilateral de los individuos hayan crecido también sus capacidades productivas y todos los manantiales de la riqueza colectiva fluyan con plenitu...»([8] [8]).

«Una vez que el trabajo no sea ya sólo mediode vida, sino incluso se haya convertido en la primera necesidad vital...» Tales argumentos son cruciales si se quiere responder adecuadamente al típico argumento de la ideología burguesa según el cual si se suprime el afán de lucro, desaparece cualquier motivación para que el individuo o la sociedad en su conjunto produzca lo que sea. Una vez más un elemento fundamental de respuesta es mostrar que sin la abolición del trabajo asalariado, la simple supervivencia del proletariado y de la humanidad entera es imposible. Pero esto dicho así, queda como un argumento meramente negativo si los comunistas no ponen en evidencia que en la sociedad futura la principal motivación para trabajar será que trabajar se convierta en «la primera necesidad vital», el disfrute de la vida, el meollo de la actividad humana y la realización de los deseos más esenciales del hombre.

Superar la división del trabajoNótese como Marx, en esta última cita, comienza su descripción de la fase superior del comunismo planteando la abolición de «la avasalladora sujeción de los individuos a la división del trabajo, y con ella también la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual». Este es un tema constante en la denuncia que hace Marx del trabajo asalariado capitalista. En el primer volumen de el Capital, arremete pasaje tras pasaje contra la forma en que el trabajo en la fábrica reduce a los hombres a simples fragmentos de sí mismos, contra la forma en que los transforma en cuerpos sin cabeza, en que la especialización reduce el trabajo a la repetición de acciones meramente mecánicas que embotan el espíritu. Pero esta polémica contra la división del trabajo se encuentra ya en sus primeros trabajos, donde aparece claramente que para Marx sólo se puede superar la alienación implícita en el sistema asalariado con una profunda transformación en la división del trabajo existente. Esta cuestión se trata en un famoso pasaje de La Ideología alemana: «Finalmente, la división del trabajo nos brinda ya el primer ejemplo de cómo, mientras los hombres viven en una sociedad primitiva, mientras se da, por tanto, una separación entre el interés particular y el interés común, mientras las actividades, por consiguiente, no aparecen divididas voluntariamente, sino por modo natural, los actos propios del hombre se erigen ante él en un poder ajeno y hostil, que lo sojuzga, en vez de ser él quien los domine. En efecto, a partir del momento en que comienza a dividirse el trabajo, cada cual se mueve en un determinado círculo exclusivo de actividades, que le es impuesto y del que no puede salirse; el hombre es cazador, pescador, pastor o crítico, y no tiene más remedio que seguir siéndolo, sino quiere verse privado de los medios de vida; al paso que en la sociedad comunista, donde cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos»([9] [9]).

En esta sugestiva imagen de la vida cotidiana en una sociedad comunista plenamente desarrollada, se emplea una cierta licencia poética, pero se aborda la cuestión esencial: dado el desarrollo de las fuerzas productivas que el capitalismo ha aportado, no hay ninguna necesidad de que los seres humanos pasen la mayor parte de su vida en la prisión de un único tipo de actividad -por descontado en un tipo de actividad que no permita la más mínima expresión de las capacidades reales del individuo. De la misma forma, hablamos de la abolición de la vieja división entre una pequeña minoría de individuos que tienen el privilegio de vivir de un trabajo realmente creativo y gratificante, y la inmensa mayoría condenada a la experiencia del trabajo como alienación de la vida: «La concentración exclusiva del talento artístico en individuos únicos y la consiguiente supresión de estas dotes en la gran masa es una consecuencia de la división del trabajo (...) en todo caso, en una organización comunista de la sociedad desaparece la inclusión del artista en la limitación local y nacional, que responde pura y únicamente a la división del trabajo, y la inclusión del individuo en este determinado arte, de tal modo que sólo haya exclusivamente pintores, escultores, etc. y ya el nombre mismo expresa con bastante elocuencia la limitación de su desarrollo profesional y su supeditación a la división del trabajo. En una sociedad comunista, no habrá pintores, sino, a lo sumo, hombres que, entre otras cosas, se ocupan también de pintar»([10] [10]).

En la aurora del capitalismo, la imagen del héroe era la del Hombre del Renacimiento -individuos que como Leonardo De Vinci combinaban talentos de artista, de científico y de filósofo. Pero tales hombres no son más que ejemplos excepcionales, genios extraordinarios, en una sociedad donde el arte y la ciencia se apoyan sobre el trabajo agotador de la inmensa mayoría. La visión comunista de Marx es la de una sociedad compuesta enteramente por «Hombres del Renacimiento»([11] [11]).

La emancipación de los sentidos

Para ese tipo de «socialistas» cuya función es reducir el socialismo a un ligero maquillaje del sistema social de explotación existente, la visión de Marx no puede constituir una anticipación del futuro de la humanidad. Para los partidarios del socialismo «real» (es decir el capitalismo de Estado para la socialdemocracia, el estalinismo o el trotskysmo), solo se trata de visiones, de sueños utópicos irrealizables. Pero para quienes estamos convencidos de que el comunismo es a la vez una necesidad y una posibilidad, la gran audacia de la concepción del comunismo de Marx, su rechazo inflexible a limitarse a lo mediocre y lo secundario, sólo puede constituir una inspiración y un estímulo para continuar una lucha sin desmayo contra la sociedad capitalista. Y es cierto es que las descripciones de Marx sobre los objetivos últimos del comunismo son extremadamente audaces, desde luego mucho más de lo que sospechan habitualmente los «realistas» que no consideran los profundos cambios que implica la transformación comunista (producción para el uso, abolición de la división del trabajo, etc.); del mismo modo como también se desorientan sobre los cambios subjetivos que comportará el comunismo, al implicar una transformación espectacular de la percepción y de la experiencia sensitiva del hombre.

Una vez más el método de Marx es partir de un problema real, planteado concretamente por el capitalismo y buscar la solución contenida en las contradicciones presentes en la sociedad. En este caso describe la forma en la que el reino de la propiedad privada reduce las capacidades del hombre para disfrutar de los sentidos. De entrada esta restricción es una consecuencia de la pobreza material que ahoga los sentidos, reduciendo todas las funciones fundamentales de la vida a un nivel animal e impidiendo que los seres humanos puedan realizar su potencia creativa: «El sentido que es presa de la grosera necesidad práctica tienen sólo un sentido limitado. Para el hombre que muere de hambre no existe la forma humana de la comida, sino únicamente su existencia abstracta de comida; ésta bien podría presentarse en su forma más grosera, y sería imposible decir entonces en qué se distingue esta actividad para alimentarse de la actividad animal para alimentarse. El hombre necesitado, cargado de preocupaciones, no tiene sentido para el más bello espectáculo»([12] [12]).

Al contrario, «los sentidos del hombre social son distintos de los del no social. Sólo a través de la riqueza objetivamente desarrollada del ser humano es, en parte cultivada, en parte creada, la riqueza de la sensibilidad humana subjetiva, un oído musical, un ojo para la belleza de la forma. En resumen, sólo así se cultivan o se crean sentidos capaces de goces humanos, sentidos que se afirman en tanto que fuerzas esencialmente humanas (...), así, la sociedad constituida produce, como su realidad durable, al hombre en esta plena riqueza de su ser, al hombre rico y profundamente dotado de todos los sentidos»([13] [13]).

Pero no es simplemente la privación material, cuantificable, lo que restringe el libre disfrute de los sentidos. Es algo mucho más profundo, incrustado por la sociedad de propiedad privada, la sociedad de alienación. Es la «estupidez» inducida por esta sociedad que nos quiere convencer de que nada «es verdaderamente cierto» en tanto que no se posee: «La propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos y unilaterales que un objeto sólo es nuestro cuando lo tenemos, cuando existe para nosotros como capital o cuando es inmediatamente poseído, comido, bebido, vestido, habitado, en resumen, utilizado por nosotros. Aunque la propiedad privada concibe, a su vez, todas esas realizaciones inmediatas de la posesión solo como medios de vida y la vida a la que sirven como medios es la vida de la propiedad, el trabajo y la capitalización.

«En lugar de todos los sentidos físicos y espirituales ha aparecido así la simple enajenación de todos estos sentidos, el sentido de tener»([14] [14]).

Y nuevamente, en oposición a esto: «la superación positiva de la propiedad privada, es decir, la apropiación sensible por y para el hombre de la esencia y de la vida humanas, de las obras humanas, no ha de ser concebida sólo en el sentido del goce inmediato, exclusivo, en el sentido del gozo parcial, en el sentido de posesión, del tener. El hombre se apropia su esencia universal de forma universal, es decir, como hombre total. Cada una de sus relaciones humanas con el mundo (ver, oír, oler, gustar, sentir, pensar, observar, percibir, desear, actuar, amar) en resumen, todos los órganos de su individualidad, como los órganos que son inmediatamente comunitarios en su forma, son en su comportamiento objetivo, en su compartimiento hacia el objeto, la apropiación de éste. La superación de la propiedad privada es por ello la emancipación plena de todos los sentidos y cualidades humanos; pero es esta emancipación precisamente porque todos estos sentidos y cualidades se han hecho humanos, tanto en un sentido objetivo como subjetivo. El ojo se ha hecho un ojo humano, así como su objeto se ha hecho un objeto social, humano, creado por el hombre para el hombre. Los sentidos se han hechos así inmediatamente teóricos en su práctica. Se relacionan con la cosa por amor de la cosa, pero la cosa misma es una relación humana objetiva para si y para el hombre y viceversa (sólo puedo relacionarme en la práctica de un modo humano con la cosa cuando la cosa se relaciona humanamente con el hombre). Necesidad y goce han perdido con ello su naturaleza egoísta y la naturaleza ha perdido su pura utilidad, al convertirse la utilidad en utilidad humana»([15] [15]).

Interpretar este pasaje en toda su profundidad y complejidad podría llevarnos un libro entero. Pero a partir de él, lo que queda claro es que para Marx la sustitución del trabajo alienado por una forma realmente humana de producción conduce a una modificación fundamental del estado de conciencia del hombre. La liberación de esa especie del tributo paralizante que paga en la lucha contra la penuria, la superación de la asociación entre la ansiedad y el deseo impuesto por la dominación de la propiedad privada, liberan los sentidos del hombre de su prisión y le permiten ver, entender y sentir de una forma nueva. Es difícil discutir sobre tales formas de conciencia porque estas no son «simplemente» racionales. Esto no quiere decir que ellas hayan retrocedido a un nivel anterior al desarrollo de la razón, sino que van más allá del pensamiento racional, tal y como se ha concebido hasta el presente -es decir, como actividad separada y aislada- alcanzando una condición en la cual «el hombre se afirma en un mundo objetivo no solo en el pensamiento, sino con todos sus sentidos»([16] [16]).

Para aproximarse a la comprensión de estas transformaciones internas, es interesante referirse al estado de inspiración que existe en toda gran obra de arte (véase cuadro). En estado de inspiración, el pintor, el poeta, el bailarín o el cantante, vislumbran un mundo transfigurado, un mundo repleto de colores y de música, un mundo de una significación elevada que hace que nuestro estado «normal» de percepción parezca parcial, limitado e incluso irreal (precisamente porque la «normalidad» es precisamente la normalidad de la alienación). De todos los poetas, William Blake quizá fue el que mejor logró presentar la distinción entre el estado «normal» en el cual «el hombre esta encerrado hasta el punto de ver todas las cosas a través de las estrechas fisuras de su caverna» y el estado de inspiración en que, en la perspectiva mesiánica pero en bastantes aspectos muy materialista de Blake, «pasará por una mejora del goce sensual» y por la apertura de las «puertas de la percepción». Si la humanidad puede acometer esto «todo aparecerá ante el hombre tal y como es, infinito»([17] [17]). La analogía con el artista no es del todo casual. Cuando Marx escribía los Manuscritos, su amigo más cercano era el poeta Heine, y durante toda su vida, Marx fue un apasionado de las obras de Homero, Shakespeare, Balzac y otros grandes escritores. Para él, tales personajes y su creatividad ilimitada, constituían modelos perennes del verdadero potencial de la humanidad. Como hemos visto, el objetivo de Marx era una sociedad en la que tales niveles de creatividad se conviertan en un atributo «normal» del hombre; y por tanto el elevado estado de percepción sensitiva descrito en los Manuscritos, se volverá cada vez más el estado «normal» de conciencia de la humanidad social.

Más tarde, Marx seguirá desarrollando la analogía entre la actividad creativa del científico y la del artista, conservando lo esencial: la liberación de las fatigas del trabajo, la superación de la separación entre trabajo y tiempo libre, producen un nuevo sujeto humano: «En resumen, cae en el sentido que el tiempo de trabajo inmediato no podrá estar siempre opuesto al tiempo libre, como es el caso en el sistema económico burgués. (...) El tiempo libre -que es a la vez ocio y actividad superior- transformará naturalmente a su poseedor en un sujeto diferente, y en tanto que sujeto nuevo entrará en el proceso de la producción inmediata. En relación al hombre en formación este proceso es ante todo disciplina; en relación al hombre formado, en el cual el cerebro es el receptáculo de los conocimientos socialmente acumulados, es ejercicio, ciencia experimental, ciencia material creadora y realizadora. Para uno y para el otro, es al mismo tiempo esfuerzo, en la medida en que, como en la agricultura, el trabajo exige la manipulación práctica y el libre movimiento»([18] [18]).

Más allá del yo atomizadoEl despertar de los sentidos por la libre actividad humana implica también la transformación de la relación del individuo con el mundo social y natural que le rodea. A este problema se refiere Marx cuando dice que el comunismo resolverá las contradicciones «entre la existencia y la esencia... entre la objetivación y la afirmación de sí... entre el individuo y la especie». Como ya vimos en el anterior artículo sobre la alienación, cuando Hegel examina la relación entre el objeto y el sujeto en la conciencia humana, reconoce que la capacidad única del hombre de concebirse como sujeto separado se vive como una alienación: el «otro», el mundo objetivo, a la vez humano y natural, se le presenta como hostil y extraño. Pero el error de Hegel está en verlo como un absoluto en lugar de considerarlo como un producto histórico; y por tanto no le encuentra más salida que en la esfera enrarecida de la especulación filosófica. Para Marx por otra parte, es el trabajo del hombre lo que ha creado la distinción sujeto-objeto, la separación entre el hombre y la naturaleza, el individuo y la especie. Pero hasta aquí el trabajo había sido «el devenir del hombre al interior de la alienación»([19] [19]) y por ello, hasta el presente, la distinción entre el sujeto y el objeto se vivía como alienación. Como ya vimos este proceso alcanzó su punto más alto en el yo aislado y profundamente atomizado de la sociedad capitalista; pero al mismo tiempo el capitalismo ponía la base de la resolución práctica de esta alienación. En la libre actividad creativa del comunismo Marx veía la base de un estado del ser en el que el hombre considera a la naturaleza como humana y se considera a sí mismo como natural; un estado en el cual el sujeto realiza la unidad consciente con el objeto: «Así, al hacerse para el hombre en sociedad la realidad objetiva realidad de las fuerzas humanas esenciales, realidad humana y, por ello, realidad de sus propias fuerzas esenciales, se hacen para él todos los objetos objetivación de sí mismo, objetos que afirman y realizan su individualidad, objetos suyos, esto es, él mismo se hace objeto»([20] [20]).

En sus comentarios acerca de los Manuscritos, Bordiga insistió especialmente en este punto: la resolución de los enigmas de la historia solo es posible si «nos deshacemos del engaño milenario del individuo aislado frente al mundo natural, que los filósofos llaman estúpidamente, mundo externo. ¿Externo a qué? ¿Externo al yo, ese supremo deficiente? ¿Externo a la especie humana? Pues tampoco, ya que el hombre, como especie, es interno a la naturaleza, formando parte del mundo físico». Para continuar diciendo que «en este poderoso texto, el objeto y el sujeto, se convierten, al igual que el hombre y la naturaleza, en una sola y única cosa. Incluso todo es objeto: el hombre como sujeto "contra natura" desaparece junto a la ilusión de un yo singular»([21] [21]). Hasta ese momento, el cultivo voluntario de estados de la conciencia (o más bien etapas, ya que no hablamos de nada definitivo) que fuesen mas allá de la percepción del yo aislado, estuvo en gran parte limitada a las tradiciones místicas. En el budismo Zen por ejemplo, las reseñas de las experiencias de Satori, son una tentativa de superar la ruptura entre el sujeto y el objeto, mediante una unidad más amplia, lo que en cierto modo recuerda el modo de ser que Bordiga, siguiendo a Marx, intentó describir. Pero aunque la sociedad comunista pueda, quizás, lograr reapropiarse de esas tradiciones, no podemos sin embargo deducir de esos pasajes de Marx y Bordiga, que el comunismo pueda definirse como «sociedad mística», o que existiría un «misticismo comunista», tal y como aparece en ciertos textos sobre la cuestión de la naturaleza, publicados recientemente por el grupo bordiguista Il Partito comunista([22] [22]).

La enseñanza de todas las tradiciones místicas estaba inevitablemente ligada, en mayor o menor medida, a las distintas concepciones erróneas religiosas e ideológicas, resultantes de la inmadurez de las tradiciones históricas, mientras que, por el contrario, el comunismo será capaz de reapropiarse del «núcleo racional» de esas tradiciones, integrándolas en una verdadera ciencia del hombre. Inevitablemente también, el objeto y las técnicas de las tradiciones místicas quedaban reservadas a una elite de individuos privilegiados, mientras en el comunismo no habrá «secretos» que ocultar a los «vulgares mortales». Así pues, la extensión de la conciencia que realizará la humanidad colectiva del futuro, habrá de ser incomparablemente superior a los destellos de iluminación alcanzados por individuos sometidos a los límites que impone la sociedad de clases.

Las ramas de un árbol de la tierra

Esto es lo más lejos que Marx llegó a alcanzar en su visión del comunismo, algo que va más allá del propio comunismo, ya que como el propio Marx llegó a afirmar «el comunismo es la forma necesaria y el principio dinámico del próximo futuro, pero el comunismo en sí mismo no es la finalidad del desarrollo humano»([23] [23]). El comunismo, aún en su forma plenamente desarrollada, no es más que el comienzo de la sociedad humana.

Pero, tras haber acariciado el cielo, es necesario volver a poner los pies en tierra, o lo que es lo mismo, demostrar que este árbol cuyas ramas se elevan hacia el cielo, hunde firmemente sus raíces en la tierra.

Ya hemos avanzado con anterioridad numerosos argumentos, con que rebatir la acusación de que las diversas descripciones que Marx hace de la sociedad comunista no serían mas que esquemas puramente especulativos y utópicos. Primeramente hemos mostrado como ya sus primeros escritos como comunista, se basan en un diagnóstico muy completo y científico de la alienación del hombre, y mas precisamente de ésta bajo el reino del capital. La solución se desprende lógicamente del diagnóstico: el comunismo debe proporcionar la «superación positiva» de todas las manifestaciones de la alienación humana.

En segundo lugar hemos visto como las descripciones de una humanidad que reencuentra su sana existencia, están siempre basadas en apreciaciones reales sobre un mundo que se ha transformado; en auténticos momentos de inspiración que se dieron en seres de carne y hueso, incluso sometidos a los límites que impone la alienación.

De todas formas, en los Manuscritos aún no estaba suficientemente desarrollada la concepción del materialismo histórico, es decir, el examen de las sucesivas transformaciones económicas y sociales que sientan las bases de la futura sociedad comunista. Por esa razón, en sus trabajos posteriores, Marx tuvo que consagrar un gran esfuerzo a estudiar el modo de actuar del sistema capitalista, comparándolo con los modos de producción anteriores a la época burguesa. En particular, una vez que puso al desnudo las contradicciones inherentes a la extracción y la realización de la plusvalía, Marx fue capaz de explicar como todas las anteriores sociedades de clases perecieron porque no podían producir suficientemente, mientras que lo que amenaza destruir al capitalismo es la «sobreproducción». Pero es que precisamente esa tendencia inherente del capitalismo a la sobreproducción, es lo que permite a éste poner por vez primera las bases de una sociedad de abundancia material, de una sociedad capaz de liberar las inmensas fuerzas productivas desarrolladas por el capitalismo de las trabas que éste mismo le impone cuando alcanza su periodo de decadencia histórica; de una sociedad en definitiva capaz de desarrollar esas mismas fuerzas productivas pero para satisfacer las necesidades humanas y concretas del hombre y no las necesidades inhumanas y abstractas del capital.

En los Grundisse, Marx examinó este problema, refiriéndose específicamente a la cuestión del tiempo de sobretrabajo: «Así, al reducir al mínimo el tiempo de trabajo, el capital contribuye, aún a su pesar, a crear tiempo social disponible para el esparcimiento de todos y cada uno. Pero aunque cree ese tiempo disponible, tiende a transformarlo en sobretrabajo. Y cuanto más lo consigue, más sufre de sobreproducción, de modo que en cuanto no está en condiciones de explotar el sobretrabajo, el capital detiene el trabajo necesario. Cuanto más se agrava esta contradicción, mas se percibe que el crecimiento de las fuerzas productivas debe desarrollarse a partir de la apropiación del sobretrabajo no por los demás sino por la propia masa obrera. Cuando ésta lo alcance -y el tiempo disponible pierda pues su carácter contradictorio-, el tiempo de trabajo necesario se alineará por una parte con las necesidades del individuo social, mientras que por otro lado asistiremos a un crecimiento tal de las fuerzas productivas que el ocio aumentará para cada uno, mientras la producción sera calculada en función de la riqueza de todos. Y por ser la verdadera riqueza, la plena potencia productiva de todos los individuos, el patrón de medida será entonces no el tiempo de trabajo sino el tiempo disponible»([24] [24]).

Volveremos sobre esta cuestión del tiempo de trabajo en próximos artículos, en particular cuando abordemos los problemas económicos del período de transición. Lo que sí nos interesa destacar aquí es como por muy radical y profunda que fuera la visión de Marx sobre la perspectiva comunista, no por ello deja de estar basada en una sobria afirmación de las posibilidades reales, contenidas en el sistema de producción existente. Pero es que la emergencia de un mundo que mida la riqueza en términos de «tiempo disponible» más que en «tiempo de trabajo», de un mundo que destina conscientemente sus recursos productivos al pleno desarrollo del potencial humano, no es solo una mera posibilidad, sino también una necesidad acuciante para que la humanidad encuentre una salida a las contradicciones devastadoras del capitalismo. Estos desarrollos teóricos muestran por sí mismos, que están en continuidad con las primeras y audaces descripciones de la sociedad comunista, mostrando de manera evidente que la «superación positiva» de la alienación descrita por Marx no es una opción más, entre otras muchas que la humanidad pudiera elegir para su futuro, sino su único futuro.

En el próximo artículo, seguiremos los pasos de Marx y Engels, después de sus primeros textos en los que señalan los objetivos finales del movimiento comunista: resaltar la lucha política que constituye la precondición inevitable de las transformaciones económicas y sociales que preveían. Examinaremos pues, como el comunismo llegó a ser un programa político explícito, antes, durante y después de las grandes convulsiones de 1848.

CDW

En su autobiografía, Trotski recuerda los primeros días de la revolución de Octubre, señalando que el proceso revolucionario se expresa como una explosión masiva de inspiración colectiva: “El marxismo se considera como la expresión consciente del proceso inconsciente de la historia. Pero este proceso "inconsciente"  -en sentido histórico-filosófico, no psicológico- sólo se funde con su expresión consciente en sus puntos culminantes, cuando las masas, por un empuje de sus fuerzas elementales, rompen las compuertas de la rutina social y plasman victoriosamente las necesidades más profundas de la evolución histórica. En instantes como éstos la conciencia teórica más elevada de la época se fusiona con la acción directa de las capas más profundas, de las masas oprimidas más alejadas de toda teoría. Esta unión creadora de lo consciente y lo inconsciente es lo que suele llamarse inspiración. Las revoluciones son momentos de arrebatadora inspiración. Todo verdadero escritor tiene momentos de creación en que alguien más fuerte que él mismo guía su mano. Todo verdadero orador tiene momentos en que por su boca habla algo más poderoso que lo que brota de ella en sus horas normales. Es la «inspiración», producto de la más alta tensión creadora de todas las fuerzas. Lo inconsciente surge de las hondas simas subordinándose al trabajo consciente del pensamiento, asimilándose en una especie de unidad superior.

“En un momento dado, todas las fuerzas del espíritu, puestas en suprema tensión, se apoderan de toda la actividad individual, fundida con el movimiento de masas. Así fueron los días que vivieron los “dirigentes” en las jornadas de Octubre. Las fuerzas más recatadas del organismo, sus instintos más profundos, hasta ese fino sentido del olfato, herencia de nuestros antepasados animales, se irguieron, hicieron saltar los diques de la rutina psicológica y se pusieron al servicio de la revolución. Estos dos procesos, el individual y el colectivo, reposaban en la combinación de lo consciente con lo inconsciente, del instinto, que es el resorte de la voluntad, con las más altas generalizaciones del espíritu.

“La fachada exterior no tenía nada de patética; la gente iba y venía fatigada, hambrienta, sin lavar, con los ojos hinchados y las caras barbudas. Y si, después de algún tiempo, cogéis a uno cualquiera de estos hombres, será muy poco lo que pueda contaros de las horas y los días críticos” (Trotski, Mi vida).

 Este pasaje sobre la emancipación de los sentidos es destacable porque, en continuidad con los escritos de Marx, plantea la cuestión de la relación entre el marxismo y la teoría psicoanalítica. Según el autor de este artículo, las concepciones de Marx sobre la alienación y la emancipación de los sentidos han sido confirmadas, a partir de un punto de vista diferente, por los descubrimientos de Freud. Del mismo modo que Marx veía la alienación del hombre como un proceso acumulativo que alcanza su punto culminante en el capitalismo, Freud ha descrito que el proceso de la represión alcanza su paroxismo en la civilización actual. Para Freud, lo que está reprimido es precisamente la capacidad del ser humano para gozar de sus sentidos, el lazo erótico con el mundo que saboreamos en la primera infancia pero que es progresivamente «reprimido», a la vez en la evolución de la especie y en la de cada individuo. Freud comprendió igualmente que la fuente última de esta represión reside en la lucha contra la penuria material. Pero mientras que Freud, como pensador burgués honesto, uno de los últimos en aportar una contribución real a la ciencia humana, no fue capaz de considerar una sociedad que pudiera superar la penuria y, por tanto, la necesidad de represión, Marx, en su visión de la emancipación de los sentidos, incluye la restauración de una esencia erótica "infantil", a un nivel superior: «Un hombre no puede volver a ser un niño sin ser pueril. ¿Pero, recordando la ingenuidad del niño, no debe él mismo esforzarse, a un nivel más elevado, en reproducir su verdad?» (Introducción general a la Crítica de la economía política).


[1] [25] Manuscritos: economía y filosofía, «Propiedad privada y comunismo».

[2] [26] Ídem.

[3] [27] Ídem.

[4] [28] Ídem.

[5] [29] Además en español, la palabra trabajo viene del latín trepalium, un instrumento de tortura.

[6] [30] «Notas de lectura».

[7] [31] Ídem.

[8] [32] Crítica al Programa de Gotha.

[9] [33] La Ideología alemana, « Feuerbach», «Historia».

[10] [34] Ídem, «III San Max», «Organización del trabajo».

[11] [35] La terminología utilizada aquí, está inevitablemente marcada por el prejuicio sexual, porque la historia de la división del trabajo es igualmente la historia de la opresión de las mujeres y de su exclusión efectiva de muchas esferas de la actividad social y política. En sus primeros trabajos Marx ya subrayaba acertadamente que la relación natural entre los sexos «permite juzgar el grado de cultura del hombre en su totalidad. Del carácter de esta relación se deduce la medida en que el hombre se ha convertido en ser genérico, en hombre y se ha comprendido como tal» (Manuscritos, «Comunismo y propiedad»). Así, para Marx es evidente que la abolición comunista de la división del trabajo supone igualmente la abolición de todas las funciones restrictivas impuestas a los hombres y las mujeres. El marxismo nunca se ha reclamado del autoproclamado «movimiento de liberación de la mujer» que se precia de ser el único en comprender que las visiones «tradicionales» (es decir las estalinistas e izquierdistas) de la revolución estarían limitadas a estrechos objetivos políticos y económicos y «despreciarían» por este hecho la necesidad de una transformación radical de las relaciones entre los sexos. Para Marx, era evidente desde el principio que una revolución comunista significaría precisamente una transformación profunda de todos los aspectos de las relaciones humanas.

[12] [36] Manuscritos, «Comunismo y propiedad».

[13] [37] Ídem.

[14] [38] Ídem.

[15] [39] Ídem.

[16] [40] Ídem.

[17] [41] The marriage of heaven and hell (El matrimonio del cielo y el infierno), William Blake.

[18] [42] «Principios de una crítica de la economía política», El Capital.

[19] [43] Manuscritos, «Critica de la filosofía hegeliana».

[20] [44] Ídem, «Comunismo y propiedad».

[21] [45] «Tablas inmutables de la teoría comunista del partido» en Bordiga, la passion du communisme, J. Camatte, 1972.

[22] [46] Ver en particular el Informe de la reunión del 3/4 de febrero en Florencia, en Communist Left (Izquierda comunista) nº 3, así como el artículo «Naturaleza y revolución comunista» en Communist Left nº 5. No nos sorprende que los bordiguistas caigan en el misticismo: toda su noción de un programa comunista invariante está fuertemente impregnado de él. Debemos saber igualmente que en ciertas formulaciones sobre la superación del yo atomizado, es decir la alienación entre sí y los demás, Bordiga se extravía en la negación pura y simple del individuo; del mismo modo, el punto de vista de Bordiga tanto sobre el comunismo como sobre el partido (al que ve, en cierto sentido como un prefiguración de aquel) patina a menudo hacia una supresión totalitaria del individuo por la colectividad. En cambio Marx, siempre rechazó tales concepciones como expresiones de deformaciones groseras y primitivas del comunismo. Marx habló siempre del comunismo como lo que resuelve la contradicción entre el individuo y la especie; y no de la abolición del individuo sino de su realización en la colectividad, y la realización de ésta en cada individuo.

[23] [47] Manuscritos, «Propiedad privada y comunismo».

[24] [48] «Principios de una crítica de la economía política», El Capital.

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material [49]

Cuestiones teóricas: 

  • Comunismo [50]

Documento – El aplastamiento del proletariado alemán y la ascensión del fascismo

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 La actualidad del método de Bilan

Frente a los fuertes resultados electorales de la extrema derecha en Francia, Bélgica, Alemania, Austria, o frente a los pogromos hechos por bandas de extrema derecha, más o menos manipuladas, contra los inmigrantes y refugiados en Alemania del Este, la propaganda de la burguesía «democrática», partidos de izquierda e izquierdistas en primera línea, ha vuelto a sacar el espectro de un «peligro fascista».

Como de costumbre, cada vez que la chusma racista y xenófoba hace sus canalladas, se alza el coro unánime de las «fuerzas democráticas». Con grandes campañas publicitarias se estigmatizan los éxitos «populares» de la extrema derecha en las elecciones y todo el mundo se lamenta por la pasividad de la población, presentada como simpatía hacia las acciones de los esbirros de ese medio. El Estado puede entonces presentar su represión como única garantía de las «libertades», la única fuerza capaz de enfrentar la peste racista, de impedir el retorno del horror fascista de siniestra memoria. Todo eso forma parte de la propaganda de la clase dominante, quien, en plena continuidad con las campañas ideológicas que alaban el «triunfo del capitalismo y el fin del comunismo», multiplica los llamados por la defensa de la «democracia» capitalista.

Estas campañas «antifascistas» se basan, en gran parte, en dos mentiras: la primera es la que pretende que las instituciones de la democracia burguesa, y las fuerzas políticas que a éstas apelan, constituyen una muralla contra las «dictaduras totalitarias»; la segunda es la que afirma que hoy en día, en Europa occidental, podrían surgir regímenes de tipo fascista.

Frente a esas campañas, la lucidez de los revolucionarios de los años 30 permite comprender el verdadero curso histórico actual, como lo muestra el artículo de Bilan que aquí publicamos.

Este artículo fue escrito hace cerca de 60 años, en plena victoria del fascismo en Alemania, un año antes de la llegada al poder del Frente popular en Francia. Las ideas que desarrolla sobre la actitud de las «fuerzas democráticas» frente al ascenso del fascismo en Alemania, así como sobre las condiciones históricas que hacen posible ese tipo de regímenes, siguen siendo de plena actualidad en el combate contra los portavoces del «antifascismo».

La Fracción de izquierda del Partido comunista de Italia, obligada por el régimen fascista de Musolini a exilarse (particularmente en Francia), defendía, a contra corriente de todo el «movimiento obrero» de aquella época, la necesidad de la lucha independiente del proletariado por la defensa de sus intereses y de su perspectiva revolucionaria: el combate contra el capitalismo como un todo.

Contra aquellos que pretendían que los proletarios apoyasen a las fuerzas burguesas democráticas para impedir la llegada del fascismo, Bilan demostraba, con los hechos, que las instituciones democráticas, en vez de alzarse como murallas frente al ascenso del fascismo, hicieron su lecho: «... entre la constitución de Weimar y Hitler se desarrolla un proceso de perfecta y orgánica continuidad». Bilan establece que el fascismo no era una aberración sino una forma del capitalismo, una forma posible y necesaria sólo frente a ciertas condiciones históricas particulares: «... el fascismo se edificó sobre la doble base de las derrotas proletarias y de las imperativas necesidades de una economía acorralada por una profunda crisis económica».

El fascismo en Alemania, así como «la democracia de plenos poderes» en Francia, traducían la aceleración de la estatificación (de la «disciplinización» dice Bilan) de la vida económica y  social del capitalismo de los años 30, un capitalismo sometido a una crisis económica sin precedentes que agudizaba los antagonismos interimperialistas. Pero lo que explica que esta tendencia se concrete en forma de «fascismo» o en forma de «democracia de plenos poderes» se sitúa a nivel de la relación de fuerzas entre las dos principales clases de la sociedad: la burguesía y la clase obrera. Para Bilan, el establecimiento del fascismo exige una previa derrota, física e ideológica, del proletariado. El fascismo en Alemania e Italia tenía como tarea rematar el aplastamiento del proletariado iniciado por la socialdemocracia.

Los que hoy predican sobre la inminente amenaza del fascismo, «olvidan» esa condición de derrota histórica señalada por Bilan. Las presentes generaciones de proletarios, en particular en Europa occidental, no han sido ni físicamente derrotadas ni ideológicamente reclutadas. En esas condiciones, la burguesía no puede abandonar las armas del «orden democrático». La propaganda oficial utiliza el espantajo fascista tan sólo para encadenar mejor a los explotados al orden establecido, la «democrática» dictadura del capital.

Bilan habla de la URSS como de un «Estado obrero» y trata a los Partidos Comunistas de «partidos centristas». Habrá que esperar en efecto la Segunda Guerra mundial para que la Izquierda comunista de Italia asuma plenamente el análisis de la naturaleza capitalista de la URSS y de los partidos estalinistas. Sin embargo, eso no impidió que estos revolucionarios, a partir de los años 30, denunciaran sin vacilaciones a los estalinistas como fuerzas «que trabajan por la consolidación del mundo capitalista en su conjunto», «un elemento de la victoria fascista». El trabajo de Bilan se realiza en pleno período de derrota de la lucha revolucionaria del proletariado, al principio de la gigantesca tarea teórica que representaba el análisis crítico de la mayor experiencia revolucionaria de la historia: la revolución rusa.

Bilan levaba consigo confusiones relacionadas con el enorme apego de los revolucionarios para con aquella experiencia sin par, pero constituía un precioso e irremplazable momento de la clarificación política revolucionaria. El trabajo de Bilan fue una etapa crucial cuya metodología sigue siendo hoy perfectamente válida: el análisis de la realidad, sabiendo siempre situarse desde el punto de vista histórico y mundial de la lucha proletaria, sin concesiones.

CCI

El aplastamiento del proletariado alemán y la ascensión des fascismo (Bilan, marzo de 1935)

Adquirir una visión histórica del período  actual, suficientemente amplia para integrar los fenómenos fundamentales que expresa, nos exige un análisis crítico de los acontecimientos de la posguerra, de las derrotas y victorias de la revolución. Afirmar que la revolución rusa es el objeto central de nuestra crítica, de la crítica que ella misma presentó, es justo. Pero debe añadirse inmediatamente que Alemania constituye el eslabón más importante de la cadena que hoy atenaza al proletariado mundial.

En Rusia, la debilidad estructural del capitalismo, la conciencia del proletariado ruso, representada por los bolcheviques, no permitió que la burguesía concentrase mundial e inmediatamente sus fuerzas en torno a su sector amenazado, mientras que en Alemania toda la realidad de la posguerra traduce una intervención de este tipo, facilitada por la presencia de un capitalismo fuerte con sus tradiciones democráticas y un proletariado que llegó de manera precipitada a la conciencia de sus tareas.

Los acontecimientos de Alemania (desde el aplastamiento de los  espartakistas hasta el advenimiento del fascismo) contienen en sí una crítica de Octubre 1917. Constituyen una respuesta del capitalismo a acciones a menudo inferiores a las que permitieron la victoria de los bolcheviques. Por ello un análisis serio de Alemania debería empezar por un examen de las tesis del 3° y 4° Congreso de la Internacional comunista. Estos contienen elementos que no van más allá de la Revolución rusa, pero que hacían frente al feroz asalto de las fuerzas burguesas contra la revolución mundial. Estos congresos elaboraron posiciones de defensa del proletariado agrupado en torno al Estado soviético, pero, para poder realmente hacer temblar al capitalismo, era necesaria una creciente ofensiva por parte de los obreros de todos los países y una simultánea progresión ideológica de su organismo internacional. Los acontecimientos de 1923 en Alemania fueron precisamente sofocados gracias a esas posiciones que se oponían al esfuerzo revolucionario de los obreros. Por sí mismos, esos acontecimientos constituyeron un contundente mentís de esos congresos.

Alemania prueba claramente las insuficiencias del patrimonio ideológico legado por los bolcheviques; pero hubo insuficientes esfuerzos no sólo por parte de los bolcheviques sino también por parte de los comunistas del mundo entero, y en particular en Alemania. ¿Acaso hizo alguien, en algún lugar, una crítica histórica de la lucha ideológica y política de los  espartakistas? A nuestro parecer, aparte algunas anodinas repeticiones de generalidades de Lenin, ningún esfuerzo ha sido hecho. Se guerrea contra «el luxemburguismo», se lloriquea sobre el aplastamiento de los  espartakistas, se estigmatizan los crímenes de Noske y Scheidemann, pero de análisis, nada. Sin embargo, 1919 en Alemania expresa una crítica de la democracia burguesa más avanzada que la de Octubre 1917. Si los bolcheviques demostraron que el partido del proletariado puede ser un guía victorioso únicamente si sabe, al formarse, rechazar toda alianza con corrientes oportunistas, los acontecimientos de 1923 demostraron que la fusión de los  espartakistas con los Independientes en Halle, fue un factor importante en la confusión del PC ante la batalla decisiva.

En resumen, en vez de llevar la lucha proletaria a niveles más altos que Octubre, en vez de negar más profundamente las formas de dominación capitalista, los compromisos con las fuerzas enemigas, en vísperas de un asalto revolucionario inminente, sólo podía facilitar el reagrupamiento de las fuerzas capitalistas, arrastrando las posiciones revolucionarias a niveles inferiores a los que permitieron el triunfo de los obreros rusos. Así, la posición del camarada Bordiga en el 2o Congreso, contra el parlamentarismo, era una tentativa de llevar adelante las posiciones de ataque del proletariado mundial, mientras que la posición de Lenin fue una tentativa de emplear de manera revolucionaria un elemento históricamente superado para enfrentar una situación que no contenía aún todas las condiciones de un asalto revolucionario. Los acontecimientos dieron razón a Bordiga, no sobre esta cuestión en sí, sino al nivel más amplio de una apreciación crítica de los acontecimientos de 1919 en Alemania, afirmando la necesidad de un mayor esfuerzo destructivo del proletariado antes de las nuevas batallas que tenían que decidir la suerte del Estado proletario y de la revolución mundial.

En este artículo trataremos de examinar la evolución de las posiciones de clase del proletariado alemán con el fin de poner de relieve los elementos de principio que pueden completar las aportaciones de los bolcheviques, hacer una crítica de los que pretenden calcar estas aportaciones en situaciones nuevas, contribuir al trabajo de crítica general de los acontecimientos de la posguerra.

El artículo 165 de la Constitución de Weimar dice: «Obreros y empleados colaborarán (en los Consejos obreros) en un pie de igualdad, con los patrones, en la reglamentación de las cuestiones de sueldos y de trabajo, así como al desarrollo general económico de las fuerzas productivas». Esto es lo que mejor caracteriza un período en el que la burguesía alemana entendió no solamente que debía ampliar su organización política hasta la más extrema democracia (el extremo de reconocer a los Consejos obreros), sino también que tenía que darles a los obreros la ilusión de un poder económico. De 1919 hasta el 1923, tuvo el proletariado la impresión de ser la fuerza política predominante del Reich. Los sindicatos, incorporados desde cuando la guerra en el aparato estatal, se habían vuelto pilares que sostenían el conjunto del edificio capitalista y los únicos en ser capaces de orientar los esfuerzos proletarios hacia la reconstrucción de la economía alemana y de un aparato estable de dominación capitalista. La democracia burguesa reivindicada por la socialdemocracia demostró en aquel entonces que era el único medio para impedir la evolución revolucionaria de la clase obrera, orientándola hacia un poder político dirigido de hecho por la burguesía, aprovechándose ésta del apoyo de los sindicatos para sacar a flote la industria. Esta es la época en que nacen y dominan «la primera legislación social del mundo», los contratos colectivos de trabajo, las células de fábricas que tienden en ciertas ocasiones a oponerse a los sindicatos reformistas y logran concentrar el esfuerzo revolucionario de los proletarios, tal como ocurrió por ejemplo en el Rhur, en 1921-22. La reconstrucción alemana, al desarrollarse en ese derroche de libertades y derechos obreros, desembocó como se sabe en la inflación de 1923, en que se expresaron a la vez tanto las dificultades de un capitalismo derrotado y terriblemente empobrecido para volver a lanzar su aparato productivo, como también la reacción de un proletariado que vió de golpe su sueldo nominal, su «kolossal» legislación social, su apariencia de poder político reducidos a la nada. Si fue derrotado el proletariado alemán en 1923, a pesar de los «gobiernos obreros» de Sajonia, de Turingia, a pesar de tener un PC fuerte y no gangrenado por el centrismo, dirigido además por antiguos espartakistas, a pesar de todas estas circunstancias favorables debidas a las dificultades del imperialismo alemán, las causas han de buscarse en Moscú, en las Tesis 3a y 4a que aceptaron los espartakistas y que estaban muy lejos del «programa de Spartakus» de 1919, situándose al contrario muy por debajo de éste. A pesar de sus escasos equívocos, el discurso de Rosa Luxemburgo contiene una denuncia feroz de las fuerzas democráticas del capitalismo, una perspectiva económica y también política, y nada de «gobiernos obreros» más o menos vacíos o de frentes únicos con partidos contrarrevolucionarios.

A nuestro parecer, la derrota de 1923 es la respuesta de los acontecimientos al estancamiento del pensamiento crítico del comunismo, un pensamiento repetitivo en lugar de innovador, un pensamiento que se niega a sacar de la realidad misma las reglas programáticas nuevas, en un momento en que el capitalismo mundial, al ocupar el Ruhr, estaba ayudando objetivamente a la burguesía alemana al provocar una oleada de nacionalismo susceptible de canalizar o al menos enturbiar la conciencia de los obreros e incluso de los dirigentes del PC.

Una vez doblado ese cabo peligroso, el capitalismo alemán pudo beneficiarse de la ayuda financiera de países como Estados Unidos, convencidos de la desaparición momentánea de todo peligro revolucionario. Fue entonces la época de un movimiento de concentración y de centralización industriales y financieras sin precedentes, basadas en una racionalización desenfrenada, mientras Stresemann sucedía a la serie de gobiernos socialistas o socializantes. La socialdemocracia apoyó esa consolidación estructural de un capitalismo que buscaba en su organización disciplinaria la fuerza para hacer frente a sus adversarios de Versalles, agitando ante los obreros el mito de la democracia económica, de la salvaguardia de la industria nacional, de poder tratar con algunos patronos sobre las ventajas socialistas que a ellos les interesaban...

En 1925-26, hasta los primeros síntomas de la crisis mundial, el movimiento de organización de la economía alemana crece sin cesar. Podría casi decirse que el capitalismo alemán, que pudo enfrentarse al mundo entero gracias a sus fuerzas industriales y a la militarización de un aparato económico impresionante, ha proseguido, una vez pasadas las turbulencias sociales de la posguerra, su organización económica ultracentralizada indispensable en esta fase de guerras interimperialistas. Y es así como está volviendo, espoleado por las dificultades mundiales, a la organización económica de guerra. Desde 1926 quedan formados los grandes konzerns (conglomerados) del Stahlwerein, de la IG Farbenindustrie, el konzern eléctrico Siemens, la Allgemeine Electrizität Gesellchaft (AEG), conglomerados facilitados por la inflación y el alza de los valores industriales resultante.

Ya antes de la guerra, la organización económica en Alemania, los cárteles, los konzers, la fusión del capital financiero e industrial, había alcanzado un nivel muy elevado. Pero, a partir de 1926, el movimiento se acelera, fusionándose konzerns como el de Thyssen, el de la Rheinelbe-Union, Phoenix, Rheinische Stahlwerke, para formar la Stahlwerein, la cual controlará la industria carbonífera y todos sus subproductos; la metalurgia y todo lo que con ésta se relaciona. Y sustituirán los hornos Thomas, que necesitan mineral de hierro (que Alemania ha perdido al perder Lorena y Alta Silesia) por hornos Siemens-Martin, que pueden utilizar chatarra.

Esos Konzerns pronto van a controlar rigurosa y severamente toda la economía alemana, erigiéndose cual enormes diques contra los que el proletariado va a estrellarse; su desarrollo se acelera gracias a las inversiones de capitales norteamericanos y en parte gracias a los pedidos rusos. Y desde ese momento, el proletariado, el cual, tras lo ocurrido en 1923 va a perder sus ilusiones sobre su poder político real, va a ser arrastrado a una lucha decisiva. La socialdemocracia apoya al capitalismo alemán, pretende demostrar que los konzerns son embriones socialistas y defiende los contratos colectivos de conciliación, camino que llevaría hacia una democracia económica. El PC sufre su «bolchevización», la cual, con la llegada del «socialfascismo», coincidirá con la realización de los planes quinquenales en Rusia y le llevará a desempeñar un papel análogo -aunque no idéntico- al de la socialdemocracia.

Es, sin embargo, desde esta época de racionalización, de formación de gigantescos konzerns cuando aparecen en Alemania las bases económicas y sociales del advenimiento del fascismo en 1933. La concentración agudizada de las masas proletarias consecuencia de las tendencias capitalistas, una legislación social que servirá de cortafuegos contra movimientos revolucionarios peligrosos, pero muy costosa, un desempleo permanente perturbador de las relaciones sociales, las pesadas cargas que pagar al extranjero (las reparaciones de guerra) todo lo cual acarreaba ataques continuos contra unos salarios ya bajísimos a causa de la inflación. Lo que sobre todo provocó el advenimiento y dominación del fascismo fue la amenaza proletaria que había surgido en la posguerra y que seguía estando presente. De esa amenaza pudo salvarse el capitalismo gracias a la socialdemocracia, pero contra ella se exigía una estructura política que correspondiera a la concentración disciplinaria que se había efectuado en el terreno económico. Del mismo modo que la unificación de Alemania estuvo precedida por una concentración y centralización industriales en 1865-70, el advenimiento del fascismo estuvo precedido por una reorganización altamente imperialista de la economía germana necesaria para salvar al conjunto de una clase burguesa acorralada cuando el Tratado de Versalles. Cuando hoy se habla de intervenciones económicas del fascismo, de «su» economía dirigida, «su» autarquía, se está deformando bastante la realidad. Lo que el fascismo representa es ni más ni menos que la estructura social que, al cabo de una evolución económica y social, le era necesaria al capitalismo. Haber dado el poder a un fascismo después de 1919, es algo que no hubiera podido hacer un capitalismo alemán en total descomposición, y sobre todo porque el proletariado seguía siendo una amenaza. Por eso el pronunciamiento de Kapp fue combatido por amplias fracciones del capitalismo, como también, por cierto, por los aliados, todos los cuales se daban perfecta cuenta de la inapreciable ayuda de los socialistas traidores. En Italia, en cambio, el asalto revolucionario del proletariado no ocurre en medio de la descomposición del capitalismo, sino de la conciencia de la debilidad de éste, que lo obliga a echarse atrás cuando tienen lugar las ocupaciones de fábricas, dejando su suerte en manos de los socialistas. Pero gracias a ese retroceso, el capitalismo italiano podrá reaccionar inmediatamente una vez pasado el huracán, teniendo así las manos libres para llevar el fascismo al poder.

En resumen, todas las innovaciones del fascismo, desde el punto de vista económico, estriban en el incremento de la «disciplinización» económica, en la relación entre el Estado y los grandes konzerns (nombramiento de comisarios en los diferentes ramos de la economía) y en la consagración de una economía de guerra.

La democracia como estandarte de la dominación capitalista no le conviene a una economía acorralada por la guerra, zarandeada por el proletariado y cuya centralización tiene como meta el organizar la resistencia en espera de una nueva carnicería, lo cual es una manera de traspasar al plano mundial sus propias dificultades, tanto más por cuanto supone cierta movilidad en las relaciones económicas y políticas, una facultad de desplazamiento de grupos e individuos que, aunque gravitan todos en torno al mantenimiento de privilegios de una clase, deben dar sin embargo a todas las clases la impresión de una posible elevación social. En el período de desarrollo de la economía alemana de posguerra, los konzerns ligados al aparato de Estado, le exigían a éste el reembolso de las concesiones que habían tenido que otorgar a causa de las luchas obreras. Todo ello hacía desaparecer la posibilidad de supervivencia de la democracia, pues la perspectiva que le quedaba a la burguesía alemana no era la de la explotación de unas colonias con pingues beneficios que ella ya no poseía, no era la de un derecho a los mercados mundiales, sino la de la lucha dura y áspera contra el Tratado de Versalles y su sistema de reparaciones. Esto iba a implicar una lucha despiadada y violenta contra el proletariado. En esto, al igual que en lo económico, el capitalismo alemán estaba mostrando el camino al que los demás países iban a llegar aunque por muy diferentes atajos. Es evidente que sin la ayuda del capitalismo mundial, la burguesía alemana nunca hubiera logrado realizar sus objetivos. Para que la burguesía alemana pudiera aplastar a los obreros, hubo que hacer desaparecer todo lo que podía recordar la presencia del capital extranjero, en especial norteamericano, que pudiera entorpecer la explotación exclusiva de los obreros alemanes por la burguesía alemana; se otorgaron moratorias a Alemania en el pago de las reparaciones y, por fin acabaron anulándolas. Pero también se necesitó la intervención del Estado soviético, el cual dejó abandonados por completo a los proletarios alemanes en beneficio de sus planes quinquenales, enturbiando y entorpeciendo sus luchas para acabar siendo un factor en la victoria del fascismo.

Un examen de la situación que va desde marzo 1923 a marzo de 1933 permite comprender que entre la Constitución de Weimar hasta Hitler se desarrolla un proceso de una continuidad total y orgánica. La derrota de los obreros ocurre tras una etapa de florecimiento de la democracia burguesa y «socializante» plasmada en la República de Weimar y que permite la reconstitución de las fuerzas capitalistas. Entonces, progresivamente, se va a ir cerrando el garrote. Pronto será Hindenburg, en 1925, quien se convertirá en defensor de esa Constitución y cuanto más y mejor reconstituye el capitalismo su armazón, tanto más se restringe la democracia o se amplía en momentos de tensión social incluso con la presencia todavía de gobiernos socialistas de coalición (H. Muller), aunque, debido tanto a centristas como a socialistas no hacen sino incrementar el sentimiento de desamparo entre los obreros, esa democracia tiende a desaparecer (gobierno de Brüning con sus decretos-ley) para acabar dejando el sitio al fascismo, el cual ya no encontrará frente a sí a la más mínima oposición obrera. Entre la democracia y su mejor producto, la república de Weimar, y el fascismo no se manifestará ninguna oposición: aquella permitirá el aplastamiento de la amenaza revolucionaria, dispersará al proletariado, enturbiará su conciencia, éste, al cabo de esa evolución, será la bota de acero capitalista que rematará la labor, realizando rígidamente la unidad de la sociedad capitalista a base de ahogar toda amenaza proletaria.

No vamos a hacer como esos pedantes y escritorzuelos de toda calaña que, una vez ocurridas las cosas, pretenden «corregir» la historia esforzándose en dar una explicación a lo acontecido en Alemania con aquello de la mala aplicación de esta o aquella fórmula. Es evidente que el proletariado alemán no podía vencer más que a condición de liberar (mediante las fracciones de izquierda) a la Internacional comunista (IC) de la influencia nefasta y disolvente del centrismo, reagrupándose en torno a consignas que nieguen todas las formas de la democracia y del «nacionalismo proletario», manteniéndose bien agarrado a sus intereses y a sus conquistas. Ningún frente único democrático podía salvar al proletariado alemán. Al contrario, lo único que hubiera podido salvarlo habría sido una lucha que rechazara ese frente único. La lucha del proletariado alemán iba a quedar dispersada desde el momento en que se ligaba a un Estado proletario (la URSS, NDLR) que en realidad ya estaba trabajando por la consolidación del mundo capitalista en su conjunto.

Del mismo modo que hoy puede hablarse de «fascistización» de los Estados capitalistas en donde se están instaurando democracias «de plenos poderes», también puede caracterizarse así la evolución capitalista en Alemania, con la única diferencia de que aquí la democracia se ha ido encogiendo gradualmente hasta desembocar en la situación de marzo de 1933. En ese curso histórico, la democracia ha sido un factor fundamental y desapareció bajo los golpes del fascismo cuando fue evidente que sólo éste podía ahogar una posible fermentación de un movimiento de masas. Alemania, más que Italia nos muestra ya una transición legal de Von Papen a Schleicher y de éste a Hitler, bajo la égida del defensor de la Constitución de Weimar: Hindenburg. Pero, al igual que en Italia, la fermentación de las masas exigía oleadas de masas para destruir las organizaciones obreras, diezmar el movimiento obrero. Hasta es posible que la situación en países como éste (Francia) vaya todavía más lejos con sus democracias de «plenos poderes», al no haber tenido frente a ellas a proletariados que hayan realizado asaltos revolucionarios importantes. Son países que además gozan de situaciones privilegiadas (posesión de colonias) comparadas con Italia o Alemania, de modo que, paralelamente a las intervenciones disciplinarias en la economía, es posible que logren ahogar al proletariado sin tener que recurrir a la destrucción total de la fuerzas tradicionales de la democracia, las cuales harían sin lugar a dudas un esfuerzo de adaptación (plan CGT en Francia, plan De Man en Bélgica).

El fascismo no se explica ni como clase separada y diferente del capitalismo, ni como emanación de unas clases medias exasperadas. El fascismo es la forma de dominación de un capitalismo que ya no logra, mediante la democracia, unir a todas las clases de la sociedad en torno al mantenimiento de sus privilegios. No es un nuevo tipo de organización social, sino una superestructura adaptada a una economía altamente desarrollada y que tiene como misión la de destruir políticamente al proletariado, la de aniquilar todo esfuerzo para que se establezca una relación entre las contradicciones cada día mayores que desgarran al capitalismo y la conciencia revolucionaria de los obreros. Los especialistas en estadística podrán hacer constar la importante masa de pequeños burgueses en Alemania (y entre éstos, 5 millones de intelectuales, incluidos los funcionarios) para con ello pretender explicar el fascismo como «su» movimiento. Ello no impide que el pequeño burgués está sumido en un ambiente histórico en el que las fuerzas productivas lo aplastan y le hacen comprender su impotencia, fuerzas que determinan una polarización de los antagonismos sociales en torno a dos actores principales: la burguesía y el proletariado. Al pequeño burgués ya no le queda ni la posibilidad de inclinarse hacia uno u hacia el otro, pero instintivamente se dirige hacia quienes le garanticen el mantenimiento de su posición jerárquica en la escala social. En lugar de erguirse contra el capitalismo, el pequeño burgués, asalariado de poltrona o comerciante, gravita en torno a un caparazón social que él quisiera que fuera lo bastante sólido para que haga reinar «el orden y la tranquilidad» y el respecto a su dignidad, en contra de las luchas obreras que no le dan salida y le ponen nervioso y que enturbian la situación. Pero si el proletariado se yergue y pasa al asalto, entonces el pequeño burgués no puede hacer más que esconderse y aceptar lo inevitable. Cuando se presenta al fascismo como el movimiento de la pequeña burguesía se deforma la realidad histórica, ocultando el terreno verdadero en el que de verdad aquél se ha levantado. El fascismo canaliza todas las contradicciones que ponen en peligro al capitalismo, dirigiéndolas hacia la consolidación de éste. Contiene los deseos de tranquilidad del pequeño burgués, la desesperación del desempleado hambriento, el odio ciego del obrero desorientado y sobre todo la voluntad capitalista de eliminar todo factor perturbador de una economía militarizada, de reducir al máximo los gastos de mantenimiento de un ejército de desempleados permanentes.

En Alemania, el fascismo se ha edificado en el doble cimiento de las derrotas proletarias y de las necesidades imperiosas de una economía acorralada por una crisis económica muy profunda. Fue bajo el gobierno Brüning, en particular, cuando el fascismo empezó su auge, en un momento en que los obreros se mostraron incapaces de defender sus salarios furiosamente atacados y los desempleados sus subsidios reducidos a golpes de decretos-ley. En las fábricas, en los tajos, los nazis creaban sus células de fábrica, no hacían ascos al empleo de huelgas reivindicativas, convencidos como estaban de que, gracias a los socialistas y a los centristas, esas huelgas nunca irían más allá de lo previsto; y fue en el momento en que el proletariado se declaraba vencido, en noviembre de 1932, antes de las elecciones convocadas por Von Pappen que acababa de disolver el gobierno socialista de Prusia, cuando estalló la huelga de transportes públicos en Berlín, dirigida por fascistas y comunistas. Esta huelga destrozó al proletariado berlinés, pues los comunistas aparecieron ya incapaces de expulsar de ella a los fascistas, de ampliarla y de hacer que sirviera de señal para una lucha revolucionaria. La disgregación del proletariado alemán vino acompañada, por un lado, de un desarrollo del fascismo que volvió las armas de los obreros contra los obreros mismos y por otro lado, de medidas de orden económico, de ayuda creciente al capitalismo (recordemos a este respecto que fue Von Papen quien adoptó las medidas de subvención a las empresas que emplearan parados con derecho a disminuir los salarios).

En resumen, la victoria de Hitler en marzo de 1933 no necesitó la menor violencia: era la fruta madurada por socialistas y centristas, el resultado normal de una forma democrática caduca. La violencia sólo tuvo sentido tras la subida al poder de los fascistas, no ya como respuesta contra un ataque proletario, sino para prevenirlo para siempre. De ser una fuerza destrozada, disgregada, el proletariado iba a convertirse en factor activo de la consolidación de una sociedad orientada enteramente hacia la guerra.

Por eso los fascistas no podían limitarse a tolerar los órganos de clase incluso dirigidos como lo estaban por traidores, sino que debían extirpar hasta la menor huella de la lucha de clases para así machacar mejor a los obreros transformándolos en instrumentos ciegos de las pretensiones imperialistas del capitalismo alemán.

El año de 1933 puede considerarse como el de la fase de realización sistemática de la labor de amordazamiento por parte del fascismo. Los sindicatos han sido aniquilados y sustituidos por consejos de empresa controlados por el gobierno. En enero de 1934 aparece el sello jurídico de esa labor: la Carta del Trabajo, que reglamenta el problema de los salarios, prohíbe las huelgas, instituye la omnipotencia de los patronos y de los comisarios fascistas, realiza el enlace total de la economía centralizada con el Estado.

De hecho, si bien al capitalismo italiano le costaron varios años antes de dar a luz su «Estado corporativo», el capitalismo alemán, más desarrollado, ha llegado a él rápidamente. El atraso de la economía italiana, en comparación con la del Reich, hizo difícil la edificación de una estructura social que contuviera automáticamente todos los eventuales sobresaltos de los obreros; en cambio, Alemania con una economía más desarrollada, pasó inmediatamente a la militarización de las relaciones sociales fuertemente enlazadas con los ramos de la producción controlados por comisarios de Estado.

En tales condiciones, el proletariado alemán, al igual que el italiano, ha dejado de tener existencia propia. Para volverse a encontrar con su conciencia de clase, deberá esperar a que las nuevas situaciones de mañana logren romper la camisa de fuerza con la que el capitalismo lo ha paralizado. En espera de ello, ahora no es ni mucho menos el momento de hacer proclamas utópicas sobre la posibilidad de una labor clandestina de masas en los países fascistas, política que ya ha hecho caer a muchos heroicos camaradas en manos de los verdugos de Roma o Berlín. Hay que considerar disueltas a las antiguas organizaciones que se reivindican del proletariado al haber quedado sometidas a los acontecimientos del capitalismo y pasar al trabajo teórico de análisis histórico, lo cual es previo a la reconstrucción de órganos nuevos que puedan llevar al proletariado a la victoria, gracias a la crítica viva del pasado.

Bilan

Series: 

  • Revolución alemana [51]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [52]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1919 - la revolución alemana [53]

Cuestiones teóricas: 

  • Fascismo [54]

URL de origen:https://es.internationalism.org/revista-internacional/201106/3143/revista-internacional-n-71-4e-trimestre-de-1992

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