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Rev. internacional n° 135 - 4° trimestre 2008

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La única alternativa al caos, la guerra y a la bancarrota económica - La lucha del proletariado para echar abajo el capitalismo

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La única alternativa al caos, la guerra y a la bancarrota económica

La lucha del proletariado para echar abajo el capitalismo

Una vez más, este verano ha estado marcado por el desencadenamiento de la barbarie bélica. Justo mientras cada nación estaba haciendo recuento de sus medallas en las Olimpiadas, los atentados terroristas no han dejado de multiplicarse en Oriente Medio, en Afganistán, en Líbano, en Argelia, en Turquía, en India. En menos de dos meses, se han encadenado 16 atentados al ritmo infernal de una danza macabra causando muertos y más muertos en poblaciones urbanas a la vez que en Afganistán e Irak, la guerra sigue recrudeciéndose.

Pero ha sido sobre todo en Georgia donde más se ha desencadenado la barbarie guerrera.

Una vez más, el Cáucaso está a sangre y fuego. Justo cuando Bush y Putin asistían a la ceremonia de apertura de las Olimpiadas de Pekín, supuestos símbolos de paz y reconciliación entre los pueblos, el Presidente georgiano Saakachvili, un protegido de la Casa Blanca, y la burguesía rusa mandaban a sus soldados a aplastar a las poblaciones.

Esa guerra entre Rusia y Georgia ha acarreado una verdadera purificación étnica en cada bando, produciendo varios miles de muertos sobre todo entre la población civil. Como ocurre cada vez que las poblaciones locales (sean rusa, oseta, abjasia o georgiana) son tomadas de rehenes por todas las fracciones nacionales de la clase dominante.

En ambos bandos se han visto las mismas escenas de horror y de matanzas. En toda Georgia, la cantidad de refugiados desprovistos de todo, alcanzó la cifra de 115 000 personas en una semana. Y como ocurre en todas las guerras, cada bando acusa al otro de ser responsable del estallido de las hostilidades.

Pero la responsabilidad de esta guerra y de esas matanzas no se limita a sus protagonistas más directos. Los demás Estados, hipócritas plañideras hoy sobre el destino de Georgia, también han estado involucradas en las peores atrocidades: Estados Unidos en Irak, Francia en el genocidio de Ruanda en 1994, Alemania también, país que al haber suscitado la secesión de Eslovenia y Croacia, fue una resuelta promotora de la terrible guerra de la antigua Yugoslavia en 1992.

Y si hoy EE.UU. manda buques de guerra a la zona del Cáucaso, so pretexto de ayuda "humanitaria", no será ni mucho menos por salvar vidas humanas, sino para defender sus intereses de buitre imperialista.

¿Vamos hacia una tercera guerra mundial?

Lo que caracteriza sobre todo el conflicto del Cáucaso, es el incremento de las tensiones imperialistas entre grandes potencias. Los dos antiguos jefes de bloque, Rusia y Estados Unidos, se encuentran hoy de nuevo frente a frente: los destructores de la Marina US que atracaron en las costas georgianas para "abastecer" Georgia fondean ahora a poca distancia de la base naval rusa de Gudauta en Abjasia o del puerto de Poti ocupado par tanques rusos.

Este frente a frente es muy inquietante y cabe plantearse una serie de preguntas: ¿Qué objetivo tiene esta guerra?, ¿Va a desencadenar una tercera guerra mundial?

Desde el desmoronamiento del bloque del Este, la región del Cáucaso ha tenido siempre un gran valor geoestratégico para las grandes potencias. El conflicto estaba pues incubándose desde hace tiempo. El presidente georgiano, partidario incondicional de Washington, heredaba, por lo demás, un Estado llevado en andas desde su creación en 1991 por Estados Unidos como cabeza de puente del "nuevo orden mundial" que anunció el Bush senior.

Putin le tendió una trampa a Saakhachvili, el cual cayó en ella a pies juntillas, aprovechando aquél la oportunidad para restablecer su autoridad en el Cáucaso. Así contesta Rusia al asedio, efectivo ya desde 1991, a que la han sometido las fuerzas de la OTAN.

En efecto, desde el hundimiento del bloque del Este en 1989, Rusia se ha encontrado cada vez más aislada, sobre todo desde que los antiguos países de su bloque (Polonia, sobre todo) ingresaron en la OTAN. Y ese cerco se ha vuelto insoportable para Moscú desde que Ucrania y Georgia pidieron también su adhesión a la OTAN.

Además, y sobre todo, Rusia no podía aceptar el proyecto de despliegue de un escudo antimisiles que se instalará en Polonia y en la República Checa. La burguesía rusa sabe perfectamente que ese programa, pretendidamente dirigido contra Irán, está dirigido, en realidad, contra Rusia.

La ofensiva rusa contra Georgia es, de hecho, una réplica de Moscú para intentar aflojar ese cerco. Rusia, algún tiempo después de haber restablecido con grandes dificultades su autoridad en las atroces y mortíferas guerras de Chechenia, se ha aprovechado ahora de que Estados Unidos (cuyas fuerzas armadas están empantanadas en Irak y Afganistán) no está para lanzar una contraofensiva militar en el Cáucaso.

Sin embargo, a pesar de la agravación de las tensiones bélicas entre Rusia y Estados Unidos, la perspectiva de una tercera guerra mundial no está al orden del día. No existen hoy dos bloques imperialistas constituidos, ni alianzas militares estables como así era cuando las dos guerras mundiales del siglo xx y durante la guerra fría. El enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia tampoco significa que hayamos entrado en una nueva guerra fría. No hay vuelta atrás posible y la historia no se repite nunca.

Contrariamente a la dinámica de las tensiones imperialistas entre las grandes potencias durante la guerra fría, este nuevo cara a cara entre Rusia y Estados Unidos lleva la marca de la tendencia de "cada uno a la suya", a la dislocación de toda alianza, características del período de descomposición del sistema capitalista.

Así, el "alto el fuego" en Georgia sólo sirve para rubricar el triunfo de los amos del Kremlin y la superioridad de Rusia en lo militar, y una práctica capitulación humillante para Georgia en las condiciones dictadas por Moscú.

Ha sido también un nuevo y espectacular revés el sufrido por el "padrino" de Georgia, Estados Unidos. Mientras que Georgia paga un pesado tributo por su sumisión a EEUU (un contingente de 2000 hombres enviados a Irak y Afganistán), a cambio de eso, el Tío Sam sólo ha podido aportar un apoyo moral a su aliado dispensando vagas condenas puramente verbales a Rusia, sin poder mover ni un dedo.

Pero lo más significativo de este debilitamiento del liderazgo americano es que la Casa Blanca haya tenido que avalar el "plan europeo" de alto el fuego, y lo que es peor, un plan, el europeo, dictado en realidad por Moscú. Si EEUU exhibe su impotencia, Europa ilustra en este conflicto el nivel alcanzado por la tendencia de "cada cual a la suya".. Ante la parálisis estadounidense, ha entrado en acción la diplomacia europea, dirigida por el presidente francés Sarkozy, el cual, una vez más, sólo se ha representado a sí mismo son sus aires de "aquí estoy yo", sin la menor coherencia, campeón de la navegación a corta distancia.

Europa ha aparecido una vez más como una jaula de grillos con las posiciones e intereses más diametralmente opuestos. No hay la más mínima unidad en sus filas entre, por un lado, Polonia y los estados bálticos, ardientes defensores de Georgia (por haber sufrido durante medio siglo la tutela de Rusia, temerosos, por encima de todo, de que este país fortalezca sus apetitos imperialistas) y, por otro, Alemania, que es de los oponentes más hostiles a la entrada de Georgia y Ucrania en la OTAN, sobre todo para poner obstáculos a la influencia estadounidense en la región.

Pero la razón principal, fundamental, por la que las grandes potencias no pueden desencadenar una tercera guerra mundial es la relación de fuerzas entre las dos clases principales de la sociedad, la burguesía y el proletariado. Al contrario que el período precedente a las dos guerras mundiales, la clase obrera de los países principales del capitalismo, los de Europa y de América, no está dispuesta a servir de carne de cañón y sacrificar su vida por el capital.

Con el retorno de la crisis permanente del capitalismo a finales de los años 1960 y la reanudación histórica de la lucha del proletariado, se abrió un nuevo curso a los enfrentamientos de clase: en ninguno de los países determinantes del mundo capitalista, especialmente los de Europa y América del Norte, la clase dominante no puede hoy por hoy alistar masivamente a millones de proletarios tras sus banderas nacionales.

Sin embargo, aunque no estén reunidas las condiciones para que se desencadene una tercera guerra mundial, no por ello hay que subestimar la gravedad de la situación histórica actual. La guerra en Georgia incrementa los riesgos de extensión del incendio y de desestabilización a escala regional, pero además tendrá, en el futuro, consecuencias a nivel mundial en el equilibrio de las fuerzas imperialistas en el futuro. El "plan de paz" no es más que una cortina de humo. Concentra en realidad todos los ingredientes de una nueva escalada bélica, que amenaza con hacer saltar toda una cadena de focos candentes desde el Cáucaso hasta Oriente Medio.

Con el petróleo y el gas del mar Caspio o de los países de Asia Central, algunos de ellos turcóhablantes, están presentes los intereses de Turquía e Irán en esa región, pero, en realidad, es el mundo entero el interesado en el conflicto. Así, uno de los objetivos de Estados Unidos y de los países de Europa del Oeste al apoyar a una Georgia independiente de Moscú es que Rusia deje de poseer el monopolio del transporte hacia el Oeste del petróleo del Caspio, gracias al oleoducto BTC (por Bakú, en Azerbaiyán, Tiflis, capital de Georgia, y Ceyhan en Turquía). Son pues bazas estratégicas considerables las que están en juego en esa región del mundo. Y los grandes bandidos imperialistas pueden usar tanto más fácilmente carne de cañón en el Cáucaso por cuanto esta región es un ovillo multiétnico. Es fácil atizar el fuego bélico del nacionalismo en semejante entreverado territorio.

Por otro lado, el pasado dominador de Rusia sigue siendo un peso enorme y anuncia más tensiones imperialistas y más graves todavía. De ello son muestra la inquietud y la movilización de los Estados bálticos y sobre todo de Ucrania, potencia militar de otro calibre que Georgia, que dispone además de un arsenal nuclear.

O sea, aunque la perspectiva no sea la de una tercera guerra mundial, la dinámica de "cada cual a la suya" expresa la misma locura asesina del capitalismo: este sistema moribundo, podría, en su descomposición, acabar destruyendo la humanidad en medio de un caos atroz.

¿Qué alternativa ante la quiebra del capitalismo?

Ante el desencadenamiento del caos y de la barbarie militar, la alternativa histórica es hoy más que nunca: "socialismo o barbarie", "revolución comunista mundial o destrucción de la humanidad". La paz es imposible bajo el capitalismo; el capitalismo lleva en sí la guerra. Y la única perspectiva de porvenir para la humanidad es la lucha del proletariado por el derrocamiento del capitalismo.

Pero esta perspectiva sólo podrá concretarse si los proletarios se niegan a servir de carne de cañón para los intereses de sus explotadores, y si rechazan firmemente el nacionalismo.

Por todas partes la clase obrera debe hacer vivir en la práctica la vieja consigna del movimiento obrero: "Los proletarios no tienen patria. Proletarios de todos los países, ¡uníos!"

Ante las masacres de las poblaciones y el desencadenamiento de la barbarie guerrera, es evidente que el proletariado no puede quedarse indiferente. Debe expresar su solidaridad con sus hermanos de clase de los países en guerra, empezando por negarse a apoyar a un campo contra el otro. Desarrollando, después, sus luchas de manera solidaria y unida contra sus propios explotadores en todos los países. Es el único medio de luchar de verdad contra el capitalismo, de preparar el terreno para echarlo abajo y construir otra sociedad sin fronteras nacionales y sin guerras.

Esa perspectiva de derrocamiento del capitalismo no es ninguna utopía, pues por todas partes, el capitalismo ha dado la prueba de que es un sistema en quiebra.

Cuando se desmoronó el bloque del Este, el Bush padre y toda la burguesía occidental "democrática" nos prometieron que el "nuevo orden mundial" (instaurado bajo el mando de Estados Unidos) iba a abrir una era de "paz y prosperidad".

Toda la burguesía mundial desencadenó campañas sobre la pretendida" quiebra del comunismo" queriendo hacer creer a los proletarios que el único porvenir posible era el capitalismo a la manera occidental con su economía de mercado.

Hoy resulta cada día más evidente que es el capitalismo como un todo lo que está en quiebra, especialmente su primera potencia mundial que se ha convertido ahora en la locomotora, sí, pero del hundimiento de toda la economía capitalista (ver editorial en nuestra Revista internacional no 133).

Esa quiebra aparece día tras día en la degradación constante de las condiciones de vida de la clase obrera, no sólo en los países "pobres" sino también en los países más "ricos".

Poniendo ya sólo el ejemplo de Estados Unidos: el desempleo está aumentando a toda velocidad, el 6 % de la población está hoy sin empleo. Desde el inicio de la crisis de las hipotecas "basura" (las subprimes), 2 millones de trabajadores han sido expulsados de sus casas porque ya no pueden pagar sus hipotecas inmobiliarias (desde ahora, septiembre, hasta principios de 2009, habrá un millón más de familias que podrían verse en la calle).

Por no hablar de los países más pobres: el aumento de los precios de los alimentos básicos, las capas más desfavorecidas se enfrentan al espanto de la hambruna. Por eso han estallado revueltas del hambre este año en México, Bengladesh, Haití, Egipto, en Filipinas.

Ante la evidencia de los hechos, los portavoces de la burguesía no pueden ya seguir dando rodeos. En las librerías aparecen más y más libros con títulos alarmistas. Y, sobre todo, ya no pueden ocultar su inquietud en sus declaraciones los responsables de instituciones económicas o los analistas financieros:
"Estamos ante uno de los contextos económicos y de política monetaria más difíciles, nunca antes vistos" (Presidente de la Reserva federal de EEUU, o sea el Banco central US, la FED, 22 de agosto);
"Para la economía lo que se está acercando es un tsunami" (Jacques Attali, economista y político francés, en el diario le Monde del 8 de agosto);
"La coyuntura actual es la más difícil desde hace varias décadas" (HSBC, el mayor banco del mundo, citado en el diario francés Libération del 5 de agosto).

La perspectiva de desarrollo de los combates de la clase obrera

Lo que en realidad significó el desmoronamiento de los regímenes estalinistas no fue la quiebra del comunismo, sino, al contrario, su necesidad.

El hundiendo del capitalismo de Estado en la URSS fue, en realidad, la expresión más espectacular de la quiebra histórica del capitalismo mundial. Fue la primera sacudida de un sistema en su callejón sin salida. Hoy, la segunda sacudida zarandea violentamente a la primera potencia "democrática", Estados Unidos.

Estamos asistiendo, con la agravación de la crisis económica y de los conflictos bélicos, a una aceleración de la historia.

Pero esa aceleración se manifiesta también y sobre todo en el terreno de las luchas obreras, por mucho que lo que en ese terreno se desarrolla sea menos espectacular.

Con una visión fotográfica podría uno imaginarse que no pasa nada, que los obreros no se mueven. Las luchas obreras no parecen estar a la altura de la gravedad de lo que se está jugando en el mundo, y el futuro parece muy oscuro.

No hay que fiarse de las apariencias.

En la realidad, como ya hemos subrayado en diferentes ocasiones en nuestra prensa, las luchas del proletariado mundial han entrado en una nueva dinámica desde 2003 ([1]).

Ha habido luchas por todas las partes del mundo, marcadas en particular por la búsqueda de la solidaridad activa y la entrada de las generaciones jóvenes en el combate proletario (como pudo verse, en particular, en la lucha de los estudiantes de Francia contra el CPE en la primavera de 2006).

Esa dinámica muestra que la clase obrera mundial ha vuelto a encontrar el camino de su perspectiva histórica, un camino en el que las huellas quedaron momentáneamente borradas por las campañas sobre la "muerte del comunismo" tras el desmoronamiento de los regímenes estalinistas.

La agravación de la crisis y la degradación de las condiciones de vida de la clase obrera empujarán a los proletarios a desarrollar sus luchas, a buscar la solidaridad, a unificarlas por todas las partes del mundo. El espectro de la inflación que ha vuelto a aparecérsele al capitalismo, con una subida imparable de los precios unida a una baja de los salarios y las pensiones contribuirá a unificar las luchas obreras.

Pero hay sobre todo dos cuestiones que van a ayudar a que el proletariado tome conciencia de la quiebra del sistema y la necesidad del comunismo. La primera es la de la hambruna y la generalización de la penuria alimentaria que muestran de una manera más que palmaria que le capitalismo es un sistema incapaz de alimentar a la humanidad y que hay que pasar a otro modo de producción. La segunda cuestión fundamental es la de la absurdez de la guerra, de la demencia asesina del capitalismo que destruye cada vez más vidas humanas en unas matanzas sin fin.

Cierto es que, en lo inmediato, la guerra lo que da es miedo y las clases dominantes lo hacen todo por paralizar a la clase obrera, inoculándole un sentimiento de impotencia, haciéndole creer que la guerra es una fatalidad contra la cual nada se puede hacer. Pero, al mismo tiempo, la entrada de las grandes potencias en los conflictos bélicos (Irak y Afganistán, en particular) provocan cada vez más descontento.

Ante el naufragio de Estados Unidos en el barrizal iraquí, los sentimientos anteguerra se afianzan cada vez más en la población norteamericana. Ese sentir antibélico se ha podido observar también en la "opinión pública" y los sondeos tras el homenaje que la burguesía francesa ha rendido a los 10 soldados franceses muertos en una emboscada, el 18 de agosto en Afganistán.

Y más allá del descontento entre la población en general, hay hoy también una reflexión que se abre camino en profundidad en la clase obrera. Los signos más claros de esa reflexión es el surgimiento de un nuevo medio político proletario que se ha ido desarrollando en base a la defensa de las posiciones internacionalistas contra la guerra (especialmente en Corea, Filipinas, Turquía, Rusia o Latinoamérica) ([2]).

La guerra no es una fatalidad ante la cual la humanidad sería impotente. El capitalismo no es un sistema eterno. No sólo lleva la guerra en sus entrañas. También lleva las condiciones de su superación, los gérmenes de una nueva sociedad sin fronteras nacionales y, por lo tanto, sin guerras.

Al haber creado una clase obrera mundial, el capitalismo parió a su propio enterrador. Por ser una clase explotada, contrariamente a la burguesía, y no tener intereses antagónicos que defender, es la única fuerza de la sociedad que pueda unificar la humanidad edificando un mundo por la solidaridad y la satisfacción de las necesidades humanas.

Largo es el camino antes de que el proletariado mundial pueda poner sus combates a la altura de los retos que la gravedad de la situación actual está planteando. Pero en el contexto de la aceleración de la crisis económica mundial, la dinámica actual de las luchas obreras, al igual que la entrada de las nuevas generaciones en el combate de clase, muestran que el proletariado va por buen camino.

Lo revolucionarios internacionalistas son hoy una pequeña minoría. Y tienen el deber de construir el debate para superar sus divergencias y hacer oír su voz lo más clara posible por todas partes donde puedan hacerlo. Si son capaces de hacer una intervención clara contra la barbarie guerrera podrán entonces agruparse y contribuir para que el proletariado tome conciencia de la necesidad de lanzarse al asalto de la fortaleza capitalista.

SW (12-09-08)



[1]) Ver al respecto los artículos siguientes: "Por el mundo entero, frente a los ataques del capitalismo en crisis: ¡una misma clase obrera, la misma lucha de clases!" en la Revista internacional no 132 ; "XVIIo Congreso de la CCI: resolución sobre la situación internacional [1]" en la Revista internacional no 130.

[2]) Además de la "Resolución" del XVIIo Congreso de la CCI (ver nota precedente), puede también leerse en la Revista internacional no 130, el artículo, relativo a ese mismo congreso, "XVIIo Congreso de la CCI: un reforzamiento internacional del campo proletario" [2].

III - 1918-19: La formación del partido, la ausencia de la Internacional

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Cuando estalla la Primera Guerra mundial se reunieron un puñado de socialistas en Berlín, la noche del 4 de agosto de 1914, para entablar el combate internacionalista: eran siete en el domicilio de Rosa Luxemburg. De esa reunión, cuya evocación nos recuerda que una de las cualidades más importantes de los revolucionarios es saber ir contracorriente, no debe concluirse que el partido proletario habría desempeñado un papel secundario en los acontecimientos que sacudieron el mundo en aquella época. Es todo lo contrario, como hemos querido demostrarlo en los dos artículos precedentes de esta serie con la que conmemoramos el 90º aniversario de las luchas revolucionarias en Alemania. En el primer artículo defendíamos la tesis de que la crisis de la Socialdemocracia, especialmente la del SPD de Alemania - partido líder de la IIª Internacional - fue uno de los factores más importantes que permitió que el imperialismo alistara al proletariado en la guerra. En el segundo artículo, mostrábamos lo crucial que fue la intervención de los revolucionarios para que la clase obrera volviera a encontrar, en plena guerra, sus principios internacionalistas y lograra poner fin a la carnicería imperialista por medios revolucionarios (la revolución de noviembre de 1918). Y así pusieron los revolucionarios las bases para la fundación de un nuevo partido y de una nueva Internacional.

Subrayábamos que durante esas dos fases, la capacidad de los revolucionarios para comprender cuáles eran las prioridades del momento era la condición previa para poder desempeñar ese papel activo y positivo. Tras el desplome de la Internacional frente a la guerra, la tarea del momento era comprender las razones de ese desastre y sacar sus lecciones. En la lucha contra la guerra, la responsabilidad de los verdaderos socialistas era, ante todo, la de izar los estandartes del internacionalismo, alumbrar el camino hacia la revolución.

Los consejos y el partido de clase

El levantamiento de los obreros del 9 de noviembre de 1918 precipita el fin de la guerra mundial a partir de la mañana del día siguiente. Cae la corona del Emperador alemán y, con ella, cantidad de pequeños "tronos" alemanes, a la vez que se iniciaba una nueva fase de la revolución. Aunque el levantamiento de noviembre fue realizado por los obreros, Rosa Luxemburg lo llamó la Revolución de los soldados, porque lo que predominaba era una profunda aspiración a la paz. Un deseo que les soldados, tras cuatro largos años en las trincheras, albergaban más que nadie. Fue lo que dio a aquella jornada inolvidable su color particular, su gloria, pero, también, lo que alimentó las ilusiones. Como a algunos sectores de la burguesía también les alivió el fin tan esperado de la guerra, el estado de ánimo del momento era de confraternización general. Incluso los dos protagonistas principales de la lucha social, la burguesía y el proletariado, se vieron arrastrados por los ilusiones del 9 de noviembre. La ilusión de la burguesía era que podría todavía utilizar a los soldados contra los obreros. Esta ilusión se desvaneció en unos cuantos días. Los soldados querían regresar a sus casas y no luchar contra los obreros. La ilusión del proletariado, era que los soldados estaban ya de su lado y que querían la revolución. Durante las primeras sesiones de los consejos obreros y de soldados elegidos en Berlín el 10 de noviembre, los delegados de los soldados estuvieron a punto de linchar a los revolucionarios que defendían la necesidad de proseguir la lucha de la clase y denunciaban al gobierno socialdemócrata como enemigo del pueblo.

En general, esos consejos de obreros y de soldados se caracterizaron por cierta inercia, una inercia que, curiosamente, marca el principio de las grandes insurrecciones sociales. En gran parte, los soldados eligieron a sus oficiales como delegados, y los obreros nombraron a los candidatos socialdemócratas por los que habían votado antes de la guerra. O sea, que los consejos no tenían otra cosa mejor que hacer que nombrar un gobierno dirigido por los belicistas del SPD y decidir ya su propio suicidio al pedir que se celebraran elecciones generales en un sistema parlamentario.

A pesar de lo totalmente inadaptado de esas primeras medidas, los consejos obreros eran el corazón de la revolución de noviembre. Como lo subrayó Rosa Luxemburg fue el propio surgimiento de esos órganos lo que expresó y encarnó el carácter fundamentalmente proletario de la insurrección. Pero, ahora, una nueva fase de la revolución se abría, y en ella, la cuestión ya no era la de los consejos, sino la del partido de clase. La fase de las ilusiones llegaba a su fin, llegaba el momento de la verdad, se acercaba el estallido de la guerra civil. Los consejos obreros, por su función y estructura mismas por ser órganos de las masas, son capaces de renovarse y revolucionarse de un día para otro. Ahora la pregunta clave es: la visión proletaria, revolucionaria ¿acabará imponiéndose en el seno de los consejos obreros, en la clase obrera?

Para ganar, la revolución proletaria necesita una vanguardia política centralizada y unida en la que tiene puesta su confianza la clase obrera en su conjunto. Esa era la lección más importante de la revolución de Octubre en Rusia del año anterior. Como lo había desarrollado Rosa Luxemburg en 1906 en su folleto sobre la huelga de masas, la tarea del partido no es organizar a las masas sino darles una dirección política y una confianza real en sus propias capacidades.

Las dificultades del agrupamiento de los revolucionarios

A finales de 1918, en Alemania, sin embargo, no existía un partido de esas características. Los socialistas que se habían opuesto a la política belicista del SPD, se encontraban sobre todo en el USPD, la antigua oposición que había sido excluida del SPD. El USPD era un agrupamiento heteróclito de decenas de miles de miembros, desde pacifistas y gente que querían reconciliarse con los belicistas, hasta verdaderos internacionalistas revolucionarios. La organización principal de éstos, Spartakusbund (la Liga Espartaco), era una fracción independiente en el seno del USPD. Otros grupos internacionalistas más pequeños, como los Comunistas internacionales de Alemania, los IKD (que venían de la oposición de izquierda de Bremen), estaban organizados fuera del USPD. Spartakusbund era muy conocida y respetada entre los obreros. Pero los dirigentes reconocidos de los movimientos de huelga contra la guerra no pertenecían a esos grupos políticos, sino a la estructura informal de los delegados de fábrica, los revolutionäre Obleute. En diciembre de 1918, la situación se vuelve dramática. Ya ha habido unas primeras escaramuzas hacia la guerra civil abierta. Pero los diferentes componentes del virtual partido de clase revolucionario -Espartaco, otros elementos de izquierda del USPD, los IKD, los Obleute seguían siendo entidades separadas y muy vacilantes.

Bajo la presión de los acontecimientos, la cuestión de la fundación del partido empezó a plantearse más concretamente. Al final acabó siendo tratada a toda prisa.

El Primer congreso nacional de Consejos de obreros y de soldados se reúne en Berlín el 16 de diciembre. 250 000 obreros radicales se manifiestan en el exterior para ejercer presión sobre los 489 delegados (entre los cuales solo había 10 representantes de Espartaco y 10 de los IKD); A Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht no se les permitió intervenir en la reunión, so pretexto de que no tenían mandato. Cuando el Congreso se concluye con la propuesta de entregar el poder en manos de un futuro sistema parlamentario, queda claro que los revolucionarios, ante semejante conclusión, tenían que dar una respuesta unida.

El 14 de diciembre de 1918, la Liga Espartaco publica una declaración programática de principios: ¿Qué quiere Espartaco? El 17 de diciembre, los IKD celebran una Conferencia nacional en Berlín que llama a la dictadura del proletariado y a la formación del partido mediante un proceso de agrupamiento. La Conferencia no logra alcanzar un acuerdo sobre si participar o no en las futuras elecciones a una Asamblea parlamentaria nacional.

Más o menos al mismo tiempo, dirigentes de izquierda del USPD, como Georg Ledebour, y delegados de fábrica como Richard Müller empiezan a plantearse la necesidad de un partido unido de los obreros.

Por las mismas fechas, se reúnen en Berlín los delegados del movimiento internacional de la juventud, y organizan una secretaría. El 18 de diciembre se celebra una Conferencia Internacional de la juventud, seguida de un mitin de masas en el barrio Neukölln de Berlín en el que intervienen Karl Liebknecht y Willi Münzenberg.

Fue en ese contexto cuando, el 29 de diciembre en Berlín, una reunión de delegados de Spartakusbund decide romper con el USPD y formar un partido separado. Tres delegados votaron contra esa decisión. La reunión convocó también una conferencia de Espartaco y de los IKD para el día siguiente, en la que participaron 127 delegados de 56 ciudades y secciones. La Conferencia pudo celebrarse en parte gracias a la mediación de Karl Radek, delegado de los bolcheviques. Muchos delegados no habían comprendido, antes de su llegada, que se les había convocado para formar un nuevo partido ([1]). No se invitó a los delegados de fábrica pues se tenía la impresión de que era todavía prematuro asociarlos a unas posiciones revolucionarias muy resueltas que defendía una mayoría de miembros y simpatizantes, a menudo muy jóvenes, de Espartaco y de los IKD. Lo que sí se esperaba, en cambio, es que los delegados de fábrica se unieran al partido una vez éste constituido ([2]).

Lo que iba a ser el Congreso de fundación del Partido comunista de Alemania (KPD) reunió a dirigentes de Bremen (incluido Karl Radek, aunque en esa reunión representara a los bolcheviques) que pensaban que la fundación del partido se había retrasado demasiado, y de Spartakusbund como Rosa Luxemburg y, sobre todo, Leo Jogisches, cuya mayor preocupación era que esa etapa era quizás prematura. Paradójicamente, ambas partes tenían buenos argumentos para justificar sus posiciones.

El Partido comunista de Rusia (bolchevique) mandó a seis delegados a la Conferencia; a dos de ellos la policía les impidió participar en ella ([3]).

Congreso de fundación: gran avance programático

Dos de las discusiones principales de lo que iba a acabar siendo el Congreso de fundación del KPD trataron sobre la cuestión de las elecciones parlamentarias y los sindicatos. Esas cuestiones ya habían sido importantes en los debates de antes de 1914, pero habían quedado postergadas durante la guerra. Y ahora volvían a ser centrales. Karl Liebknecht planteó de inmediato la cuestión parlamentaria en su ponencia de apertura sobre "La crisis del USPD". El primer Congreso nacional de Consejos obreros en Berlín ya había planteado la pregunta, que acabaría desembocando inevitablemente en una escisión del USPD: ¿Asamblea nacional o República de Consejos? Era responsabilidad de todos los revolucionarios denunciar las elecciones burguesas y el sistema parlamentario como contrarrevolucionarios, como fin y muerte de los consejos obreros. Pero la dirección del USPD se negó a oír los llamamientos de Spartakusbund y los Obleute para que se debatiera esa cuestión y se decidiera en un congreso extraordinario.

En su intervención en nombre de la delegación del Partido ruso, Karl Radek explicó que eran los acontecimientos históricos los que decidían no sólo si era necesario un congreso de fundación sino también su orden del día. Con el fin de la guerra, la lógica de la revolución en Alemania iba a ser necesariamente diferente a la de Rusia. La cuestión central ya no era la paz, sino el abastecimiento de alimentos, los precios y el desempleo.

Al poner la cuestión de la Asamblea nacional y de las "luchas económicas" al orden del día de los dos primeros días del Congreso, la dirección de Spartakusbund esperaba que se tomara una posición clara sobre los consejos obreros contra el sistema burgués parlamentario y contra la forma, superada ya, de la lucha sindical, como sólida base programática del nuevo partido. Pero los debates fueron más lejos. La mayoría de delegados se declaró contra todo tipo de participación en las elecciones burguesas, incluso como medio de agitación contra ellas, y contra el trabajo en los sindicatos. En esto, el Congreso fue uno de los momentos más importantes de la historia del movimiento obrero. Permitió formular, por primera vez en nombre de un partido revolucionario de clase, unas posiciones radicales correspondientes a la nueva época del capitalismo decadente. Esas ideas influirían fuertemente en el Manifiesto de la Internacional comunista, redactado unos meses más tarde por Trotski. Y habrían de ser las posiciones de base de la Izquierda comunista hasta nuestros días.

Las intervenciones de los delegados que defendían esas posiciones estaban marcadas, bastantes de ellas, por la impaciencia y cierta falta de argumentos; fueron criticadas por los militantes experimentados, incluida Rosa Luxemburg que no compartía las conclusiones más radicales. Pero las actas de la reunión ilustran de sobra que esas nuevas posiciones no eran cosa de unos individuos y sus debilidades, sino el resultado de un movimiento social profundo que implicaba a cientos de miles de obreros conscientes ([4]). Gelwitzki, delegado de Berlín, animó al Congreso a que, en lugar de participar en las elecciones, fueran a los cuarteles a convencer a los soldados de que "el gobierno del proletariado mundial" es la asamblea de los consejos, y, en cambio, la Asamblea nacional es el gobierno de la contrarrevolución. Eugen Leviné, delegado del Neukölln (Berlín), insiste en que la participación de los comunistas en las elecciones no haría más que reforzar las ilusiones de las masas ([5]). En el debate sobre las luchas económicas, Paul Frölich, delegado de Hamburgo, defendió que la antigua forma sindical de lucha estaba ya superada pues se basaba en una separación entre las dimensiones económica y política de la lucha de la clase obrera ([6]). Hammer, delegado de Essen, refirió que los mineros del Ruhr tiraban sus carnés sindicales. Y Rosa Luxemburg, que, por su parte, siempre había estado a favor de trabajar en los sindicatos por razones tácticas, declaró que la lucha del proletariado por su liberación implicaba luchar por la liquidación de los sindicatos.

Huelga de masas e insurrección

Los debates programáticos del Congreso de fundación tuvieron una gran importancia histórica, más que nada por su proyección hacia el futuro.

Pero en el momento mismo en que se fundó el Partido, Rosa Luxemburg tenía profunda razón cuando decía que la cuestión de las elecciones parlamentarias o la de los sindicatos tenían una importancia secundaria. Por un lado, el problema del papel de esas instituciones en una época que se había convertido en la del imperialismo, de la guerra y de la revolución, era todavía demasiado nuevo para el movimiento obrero. Tanto el debate sobre el tema como la experiencia práctica eran todavía demasiado insuficientes para su plena clarificación. Por el momento, estar de acuerdo en que los órganos unitarios de masas de la clase obrera, los consejos obreros y no el parlamento o los sindicatos, eran los medios de la lucha obrera y de la dictadura del proletariado, era suficiente.

Por otro lado, esos debates tendían a que el Congreso se desviara de su tarea principal, o sea la de identificar las etapas siguientes de la clase en su camino hacia el poder. Por desgracia, el Congreso no logró esclarecer esto último. La discusión clave de esa cuestión la introdujo Rosa Luxemburg en una ponencia sobre "Nuestro programa" en la tarde del segundo día del Congreso (31 de diciembre de 1918). Rosa explora en esa presentación la naturaleza de lo que ella había nombrado "segunda fase de la revolución". La primera, decía, había sido política de entrada, pues estaba dirigida contra la guerra. Durante la revolución de noviembre, el problema de las reivindicaciones económicas específicas de los obreros se había dejado de lado. Esto explicaba a su vez el nivel relativamente bajo de conciencia de clase, un nivel que se había plasmado en el deseo de reconciliación y "reunificación" del "campo socialista". Para Rosa Luxemburg, la característica principal de la segunda fase de la revolución debía ser el retorno de las reivindicaciones económicas al primer plano.

No por eso se olvidaba ella de que la conquista del poder es ante todo un acto político. Pero ponía de relieve otra diferencia entre el proceso revolucionario en Rusia y en Alemania. En 1917, el proletariado ruso tomó el poder si haber desplegado demasiado el arma de la huelga. Pero, subrayaba Rosa Luxemburg, eso fue así porque la revolución rusa no empezó en 1917 sino en 1905. En otras palabras, el proletariado ruso ya había vivido la experiencia de la huelga de masas antes de 1917.

En el Congreso, no repitió las ideas principales desarrolladas por la izquierda de la socialdemocracia sobre la huelga de masas después de 1905. Suponía, con razón, que los delegados las recordaban perfectamente. Recordémoslas nosotros brevemente: la huelga de masas es la condición previa indispensable a la toma del poder, precisamente porque anula la separación entre lucha económica y lucha política. Y, mientras que los sindicatos, incluso en los momentos más intensos como instrumentos de los obreros, sólo organizaban a minorías de la clase, la huelga de masas, en cambio, moviliza a "la masa compacta de los ilotas" del proletariado, las masas no organizadas, desprovistas de educación política. La lucha obrera no combate únicamente la miseria material. Es una insurrección contra la propia división del trabajo realizada por sus víctimas principales, los esclavos asalariados. El secreto de la huelga de masas es, sencillamente, el combate de los proletarios para convertirse en seres humanos plenamente. Last but not least, la huelga de masas es llevada a cabo por unos consejos obreros revitalizados, que dan a la clase los medios para centralizar su lucha por el poder.

Por eso Rosa Luxemburg, en su discurso ante el Congreso, insistió en que la insurrección armada era el último y non el primer acto de la lucha por el poder. La tarea del momento, decía ella, no es derribar al gobierno, sino minarlo. La diferencia principal con la revolución burguesa, defendía, es el carácter masivo de la proletaria, la fuerza que viene "de abajo" ([7]).

La inmadurez del Congreso

Pero eso fue precisamente lo que el Congreso no comprendió. Para muchos delegados, la siguiente fase de la revolución no se caracterizaba por movimientos de huelga de masas, sino por la lucha inmediata por el poder. Otto Rühle ([8]) expresó muy claramente esa confusión al declarar que era posible tomar el poder en dos semanas. Pero no era el único; el propio Karl Liebknecht, aún admitiendo la posibilidad de un curso más largo de la revolución, no quería excluir la posibilidad de "una victoria muy rápida" en "las semanas próximas" ([9]).

Tenemos todos los elementos para creer lo que refirieron los testigos presentes según los cuales a Rosa Luxemburg, especialmente, la dejaron sorprendida y alarmada los resultados del Congreso. A Leo Jogisches le pasó lo mismo, y se dice que su primera reacción fue aconsejar a Luxemburg y Liebknecht que dejaran Berlín y fueran a hacerse olvidar durante algún tiempo ([10]). Temía que el partido y el proletariado no estuvieran yendo de cabeza a la catástrofe.

Lo que más alarmaba a Rosa Luxemburg, no era, ni mucho menos, las posiciones programáticas adoptadas, sino la ceguera de la mayoría de los delegados ante el peligro que representaba la contrarrevolución y la inmadurez general con la que se habían realizado los debates. En muchas intervenciones se tomaban los deseos por la realidad, dando la impresión de que una mayoría de la clase ya estaba detrás del nuevo partido. La ponencia de Rosa Luxemburg fue saludada con gran júbilo y se adoptó inmediatamente una moción presentada por dieciséis delegados; ella pidió que se publicara su ponencia lo antes posible como "folleto de agitación". Pero el Congreso no la discutió seriamente. Prácticamente ninguna intervención retomó la idea principal de la ponencia de Rosa: la conquista del poder no estaba todavía al orden del día. Una excepción digna de mención fue la contribución de Ernst Meyer quien habló de su reciente visita a las provincias al este del Elba. Refirió que amplios sectores de la pequeña burguesía hablaban de la necesidad de dar una lección a Berlín. Y proseguía:
"Y me chocó más todavía que ni siquiera los obreros de las ciudades habían comprendido las necesidades de la situación. Por eso debemos desarrollar, con toda nuestra capacidad, nuestra agitación no solo en el campo sino también en las ciudades pequeñas y medianas."

Meyer contestó también a la idea de Paul Frölich de animar a la creación de repúblicas locales de consejos:
"Es perfectamente típico de la contrarrevolución el propagar la idea de la posibilidad de repúblicas independientes, lo cual no es sino la expresión del deseo de dividir a Alemania en zonas de diferenciación social, de alejar a las zonas atrasadas de la influencia de las regiones socialmente progresistas" ([11]).

La intervención de Fränkel, delegado de Königsberg, fue especialmente significativa: propuso que la ponencia no fuera discutida en absoluto: "Creo que una discusión sobre el magnífico discurso de la camarada Luxemburg no haría sino debilitarlo", declaró ([12]).

A esa intervención le siguió la de Bäumer, el cual afirmó que la posición proletaria contra cualquier participación en las elecciones era tan evidente que él incluso "lamentaba amargamente" que se hubiera discutido el tema ([13]).

Le incumbió a Rosa Luxemburg concluir la discusión. En fin de cuentas no hubo conclusión. El presidente anunció: "la camarada Luxemburg, lamentablemente, no podrá hacer la conclusión, no se encuentra bien" ([14]).

Lo que más tarde Karl Radek describiría como la "inmadurez juvenil" del Congreso fundador ([15]) se caracterizaba por la impaciencia y la ingenuidad, pero también por una falta de cultura de debate. Rosa Luxemburg había mencionado ese problema el día anterior: "Tengo la impresión de que os tomáis vuestro radicalismo demasiado a la ligera. El llamamiento a "votar rápidamente" lo demuestra. No es la madurez ni la seriedad, lo que predomina en esta sala... Estamos llamados a cumplir las mayores tareas de la historia universal, y nunca seremos lo suficientemente maduros, lo suficientemente profundos cuando uno piensa en las etapas que nos esperan para alcanzar nuestras metas sin riesgos. Unas decisiones de tal importancia no deben tomarse a la ligera. Lo que aquí falta es una actitud reflexiva, una seriedad que en absoluto excluye el ímpetu revolucionario, sino que ambos deben ir emparejados" ([16]).

Las negociaciones con los "delegados de fábrica"

Los revolutionäre Obleute de Berlín mandaron una delegación al Congreso para negociar la posibilidad de adherirse al Partido. Una particularidad de esas negociaciones era que la mayoría de los siete delegados se consideraba representante de las fábricas en las que trabajaban y votaba sobre cuestiones específicas sobre la base de una especie de sistema proporcional, únicamente tras haber consultado a "su" fuerza de trabajo que parecía haberse reunido para ello. Liebknecht que llevaba las negociaciones en nombre de la Liga Espartaco, refirió al Congreso que, por ejemplo, sobre la cuestión de participar en las elecciones para la Asamblea nacional, había 26 votos a favor y 16 en contra. Liebknecht añadía: "pero en la minoría hay representantes de fábricas muy importantes en Spandau que tienen 60 000 obreros tras ellos." Däumig y Ledebour que representaban a la izquierda del USPD, y no a los Obleute, no participaron en la votación.

Otro litigio fue la demanda de los Obleute de una paridad en las comisiones para el programa y la organización nombradas por el Congreso. Esa demanda fue rechazada por el hecho de que si bien los delegados representaban a una gran parte de la clase obrera berlinesa, el KPD representaba a la clase en todo el país.

Pero la discrepancia principal que parece haber envenenado la atmósfera de unas negociaciones que habían empezado con ánimo muy constructivo, concernía la estrategia y la táctica en el período venidero, o sea la cuestión que debería haber sido central en las deliberaciones del Congreso. Richard Müller pidió que Spartakusbund abandonara lo que él llamaba su táctica golpista. Parece ahí referirse en particular a la táctica de las manifestaciones armadas cotidianas en Berlín, organizadas por Spartakusbund, en un momento en que, según Müller, la burguesía buscaba provocar un enfrentamiento prematuro con la vanguardia política en la capital. A lo que Liebknecht contestó: "diríase un portavoz del Vorwärts" ([17]) (diario contrarrevolucionario del SPD).

Según el relato que de esas negociaciones hizo Liebknecht ante el Congreso, fue entonces cuando parece haberse producido el giro negativo de aquéllas. Los Obleute que hasta entonces parecían estar satisfechos con cinco representantes en las comisiones mencionadas, empezaron a exigir 8, y así. Los delegados de fábrica amenazaron incluso con formar su propio partido.

El Congreso prosiguió adoptando una resolución de censura a "los elementos pseudoradicales del USPD en quiebra" por el fracaso de las negociaciones. Con diferentes "pretextos", esos elementos intentaban "capitalizar la influencia que tenían sobre los obreros revolucionarios" ([18]).

El artículo sobre el Congreso, aparecido en el Rote Fahne el 3 de enero de 1919 y escrito por Rosa Luxemburg, expresaba un estado de ánimo diferente. El artículo habla de inicio de negociaciones hacia la unificación con los Obleute y los delegados de las grandes fábricas de Berlín, comienzo de un proceso que: "con toda evidencia llevará irresistiblemente a un proceso de unificación de todos los elementos verdaderamente proletarios y revolucionarios en un marco organizativo único. El que los Obleute revolucionarios del gran Berlín, representantes morales de la vanguardia del proletariado berlinés, se aliarán con Spartakusbund es algo de lo que han dado prueba ambas partes por su cooperación en todas las acciones revolucionarias de la clase obrera en Berlín hasta hoy" ([19]).

El pretendido "luxemburguismo" del joven KPD

¿Cómo explicar esas debilidades en el nacimiento del KPD?

Tras la derrota de la revolución en Alemania, se dieron toda una serie de explicaciones tanto en el KPD como en la Internacional comunista, que insistían en las debilidades específicas del movimiento en Alemania, sobre todo al compararlo con el de Rusia. A Spartakusbund se le acusaba de defender una teoría "espontaneista" y pretendidamente luxemburguista de la formación del partido. Ahí se encontraba el origen de todo, desde las pretendidas vacilaciones de los espartaquistas para romper con los belicistas del SPD hasta la pretendida indulgencia de Rosa Luxemburg hacia los jóvenes "radicales" del partido.

Esa supuesta "teoría espontaneísta" sobre el partido de parte de Rosa Luxemburg suele remontarse al folleto que ella escribió sobre la revolución de 1905 en Rusia - Huelga de masas, partido y sindicatos -, en la que habría presentado y llamado a la intervención de las masas contra el oportunismo y el reformismo de la Socialdemocracia, como una alternativa a la lucha política y organizativa en el partido mismo. En realidad, la tesis fundamental del movimiento marxista que considera que la progresión del partido de clase depende de una serie de factores "objetivos" y "subjetivos" de los cuales uno de los más importantes es la evolución de la lucha de la clase, es muy anterior a Rosa Luxemburg ([20]).

Además, Rosa Luxemburg propuso una lucha muy concreta en el seno del partido. La lucha para restablecer el control político del partido sobre los sindicatos socialdemócratas. Era una opinión común, entre los sindicalistas especialmente, que la forma organizativa del partido político estaba más predispuesta a capitular ante la lógica del capitalismo que los sindicatos que organizaban directamente a los obreros en lucha. Rosa Luxemburg había comprendido que lo cierto era lo contrario, pues los sindicatos reflejan la división del trabajo reinante, base principal de la sociedad de clases. Había comprendido que los sindicatos y no el SPD, eran los portadores principales de la ideología oportunista y reformista en la socialdemocracia de antes de la guerra y que, so pretexto de la consigna a favor de su "autonomía", los sindicatos, en realidad, estaban ocupando el lugar del partido político de los obreros. Es cierto que la estrategia propuesta por Rosa Luxemburg apareció insuficiente. Pero eso no significa que sea una teoría "espontaneista" o, incluso, anarcosindicalista como se ha llegado a pretender. Y la orientación de Espartaco durante la guerra de formar una oposición en el SPD primero y en USPD después, tampoco era la expresión de una subestimación del partido, sino, al contrario, de la determinación sin fisuras de luchar por el partido, de impedir que sus mejores elementos cayeran en manos de la burguesía.

En una intervención durante el IVo Congreso del KPD, en abril de 1920, Clara Zetkin dijo que en la última carta que recibió de Rosa Luxemburg, ésta le escribió que el Congreso no había tenido razón al no haber hecho de la aceptación de participar en las elecciones una condición de pertenencia al nuevo partido. No hay razón alguna para dudar de la sinceridad de Clara Zetkin en esa declaración. La capacidad de leer lo que los demás escriben, y no lo que uno desearía ver escrito es, sin duda, más escasa de lo que suele creerse. La carta de Luxemburg a Zetkin, fechada el 11 de enero de 1919, sería publicada más tarde. Esto es lo que Rosa Luxemburg escribió: "Pero, sobre todo, por lo que se refiere al tema de la no participación en las elecciones: tú le das demasiada importancia a esa decisión. Ningún "pro Rühle" estaba presente, Rühle no era un líder en la Conferencia. Nuestra "derrota" no fue más que el triunfo de un radicalismo indefectible un tanto inmaduro y pueril... Todos nosotros decidimos unánimemente no hacer de esa cuestión un asunto de más importancia, de no tomárnoslo en plan trágico. En realidad, la cuestión de la Asamblea nacional acabará directamente relegada a un segundo plano por la evolución tumultuosa y si las cosas siguen como ahora, parece muy dudoso que haya algún día elecciones a la Asamblea nacional" ([21]).

El hecho de que fueran los delegados que mostraban más impaciencia e inmadurez los que solían defender las posiciones radicales, dio la impresión de que esa inmadurez era el producto del rechazo a participar en las elecciones burguesas o en los sindicatos. Esa impresión tendría consecuencias trágicas un año más tarde cuando la dirección del KPD, en la Conferencia de Heidelberg, excluyó a la mayoría a causa de su posición sobre las elecciones y sobre los sindicatos ([22]). No era ésa la comprensión de Rosa Luxemburg. Ella sabía que no había otra alternativa a la necesidad de que los revolucionarios transmitieran su experiencia a la generación siguiente y que no se puede fundar un partido de clase sin la nueva generación.

El pretendido carácter desclasado de los "jóvenes radicales"

Tras haber sido excluidos del KPD los radicales, tras haber sido excluido después el KAPD de la Internacional comunista, se empezó a teorizar la idea de que el papel de los "radicales" en el seno de la juventud del partido era la expresión del peso de elementos "desarraigados" y "desclasados". Sin duda será cierto que entre los partidarios de Spartakusbund durante la guerra y, sobre todo, en el seno de los grupos de los "soldados rojos", de los desertores, de los inválidos, etc., hubiera corrientes que no soñaban sino con destrucciones y "terror revolucionario total". Algunos de esos elementos eran muy dudosos y los Obleute tenían razón en desconfiar de ellos. Otros eran unos cabezas locas o, sencillamente, jóvenes obreros que se había politizado con la guerra y no conocían otra forma de expresión que la de pelearse con fusiles y cuya aspiración era lanzarse a una especie de "guerrillas" como la que pronto iba a dirigir Max Hoelz ([23]).

Esa interpretación fue retomada en los años 1970 por autores como Fähnders y Rector, en su obra Linksradikalismus und Literatur ([24]). Éstos intentaron ilustrar su tesis sobre el vínculo entre el comunismo de izquierda y la "lumpenización" con el ejemplo de biografías de artistas radicales que, como el joven Máximo Gorki o Jack London, habían rechazado la sociedad existente situándose fuera de ella. A propósito de uno de los miembros más influyentes del KAPD, aquéllos escriben: "Adam Scharrer era uno de los representantes más radicales de la revuelta internacional... lo que lo llevó a la posición extrema y rígida de la Izquierda comunista" ([25]).

En realidad, muchos jóvenes militantes del KPD y de la Izquierda comunista se habían politizado en el movimiento de las juventudes socialistas antes de 1914. Políticamente, no eran, ni mucho menos, los productos ni del "desarraigo" ni de la "lumpenización" causadas por la guerra. Lo que sí es verdad es que su politización giraba en torno al tema de la guerra. Contrariamente a la vieja generación de obreros socialistas que había vivido décadas de rutina política en una época de relativa estabilidad del capitalismo, la juventud socialista se había movilizado de entrada en contra del espectro de la guerra que se anunciaba, desarrollando una fuerte tradición "antimilitarista" ([26]). Y aún cuando la Izquierda marxista quedó reducida a una minoría aislada en la Socialdemocracia, su influencia, en cambio, en el seno de las organizaciones radicales de la juventud era mucho mayor ([27]).

La acusación, por otro lado, según la cual los "radicales" habrían sido unos vagabundos en su juventud, no tiene en cuenta que esos años de "vagabundeo" fueron, en aquella época, algo bastante normal en la vida de los proletarios. Era, en parte, un vestigio de la vieja tradición del tiempo de aprendizaje del maestro artesano que caracterizó a las primeras organizaciones políticas en Alemania coma la Liga de los comunistas, una tradición que era ante todo el fruto de la lucha de los obreros para que se prohibiera el trabajo de los niños en las fábricas. Muchos jóvenes obreros se marchaban a "ver mundo" antes de someterse al yugo del trabajo asalariado. Se iban andando a explorar los países de lengua alemana, o a Italia, los Balcanes e incluso Oriente Medio. Los que estaban relacionados con el movimiento obrero encontraban alojamiento barato o gratuito en las Casas sindicales de las grandes ciudades, establecían contactos sociales y políticos, apoyaban las organizaciones juveniles locales. Y fue así como, en el mundo obrero, se fueron desarrollando centros internacionales de intercambio sobre cuestiones políticas, culturales, artísticas, científicas ([28]). Otros se embarcaron, aprendieron idiomas y establecieron vínculos socialistas por todo el planeta. ¡No hace falta preguntarse por qué una juventud así se convirtió en la vanguardia del internacionalismo proletario a través de toda Europa! ([29]).

¿Quiénes eran los "delegados revolucionarios"?

La contrarrevolución acusó a los Obleute de ser agentes pagados por gobiernos extranjeros, por la Entente, y después por el "bolchevismo mundial". Son, en general, conocidos en la historia como una especie de corriente sindicalista de base, localista, centrada en la fábrica, antipartido. En los círculos obreristas se les solía admirar como una especie de conspiradores revolucionarios cuya finalidad era sabotear la guerra imperialista. Es así como se explica la manera con la que "infiltraron" sectores y factorías clave de la industria armamentística alemana.

Examinemos los hechos. Al principio, los Obleute, era un pequeño círculo de funcionarios del partido y de militantes socialdemócratas que se granjearon la confianza de sus colegas por su oposición sin concesiones a la guerra. Estaban fuertemente arraigados en la capital, Berlín, y en la industria metalúrgica, sobre todo entre los torneros. Pertenecían a los obreros educados, los más capaces, con los salarios más altos. Pero eran conocidos por su comportamiento de apoyo y solidaridad hacia los demás, hacia los sectores más frágiles de la clase obrera como las mujeres movilizadas para sustituir a los hombres enviados al frente. Durante la guerra, hubo toda una red de obreros politizados que creció en torno a ellos. No eran, ni mucho menos, una corriente antipartido, sino que en su práctica totalidad eran antiguos socialdemócratas, ahora miembros o simpatizantes del ala izquierda del USPD, incluido Spartakusbund. Participaron apasionadamente en todos los debates políticos que se produjeron en la clandestinidad durante la guerra.

En gran parte, la forma particular que tuvo esa politización se debió a las condiciones del trabajo clandestino, que hacían que las asambleas de masas clandestinas fueran muy escasas y las discusiones abiertas imposibles. En las fábricas, los obreros protegían de la represión a sus dirigentes, a menudo con un éxito notable. El tupido sistema de espionaje de los sindicatos y del SPD solía fracasar cuando querían dar con los nombres de los "cabecillas". En caso de arresto, cada delegado había nombrado un sustituto que cubría inmediatamente su ausencia.

El "secreto" de su capacidad para "infiltrar" los sectores clave de la industria era, pues, muy sencillo. Formaban parte de los "mejores" obreros, de modo que los capitalistas se los disputaban. De este modo, los propios patronos, sin saberlo, pusieron a esos internacionalistas revolucionarios en puestos neurálgicos de la economía de guerra.

La ausencia de la Internacional

El que las tres fuerzas antes mencionadas desempeñaran un papel crucial en la formación del partido de clase no es algo específico de la situación alemana. Una de las características del bolchevismo durante la revolución en Rusia fue cómo unificó esas mismas tres fuerzas que existían en el seno de la clase obrera: el partido de antes de la guerra que representaba el programa y la experiencia organizativa; los obreros avanzados, con conciencia de clase, de las fábricas y demás lugares de trabajo, que arraigaban al partido en la clase y tuvieron un papel decisivo en la resolución de diferentes crisis en la organización; y la juventud revolucionaria politizada por la lucha contra la guerra.

Lo que llama, comparativamente, la atención en Alemania es la ausencia de la misma unidad y de la misma confianza mutua entre esos componentes esenciales. Es eso y no una no se sabe qué calidad inferior de esos elementos mismos, lo que era crucial. Los bolcheviques poseían los medios para esclarecer las confusiones de unos y otros a la vez que mantenían y reforzaban su unidad. Y no era lo mismo en Alemania.

A la vanguardia revolucionaria en Alemania le faltaba unidad y confianza en su misión.

Una de las explicaciones principales es que la revolución alemana se enfrentaba a un enemigo mucho más poderoso. La burguesía alemana era sin lugar a dudas mucho más despiadada, si cabe, que la burguesía rusa. Además la fase inaugurada por la Guerra mundial le había aportado armas nuevas y poderosas. En efecto, antes de 1914, Alemania era el país con las mayores organizaciones obreras de todo el movimiento obrero mundial. Y cuando en el nuevo período, los sindicatos y los partidos socialdemócratas de masas dejaron de servir la causa del proletariado, esos instrumentos se transformaron en obstáculos ingentes. Aquí nos topamos con la dialéctica de la historia. Lo que había sido una fuerza de la clase obrera alemana en una época se convertía ahora en una desventaja.

Se necesita valor para encararse a una fortaleza semejante. Es grande la tentación de ignorar la fuerza enemiga para darse seguridad. Pero el problema no era únicamente la fuerza de la burguesía alemana. Cuando el proletariado ruso acabó con el Estado burgués en 1917, el capitalismo mundial estaba todavía dividido por la guerra imperialista. Es algo bien conocido que los militares alemanes ayudaron de hecho a Lenin y otros dirigentes bolcheviques a volver a Rusia, pues esperaban que eso debilitara la resistencia militar de su adversario en el frente del Este

Pero, ahora, la guerra había terminado y la burguesía mundial se unía contra el proletariado. Uno de los momentos fuertes del Congreso del KPD fue la adopción de una resolución que identificaba y denunciaba la colaboración del ejército británico y el ejército alemán con los propietarios de tierras de los Estados bálticos para poder entrenar en sus posesiones a unidades paramilitares contrarrevolucionarias dirigidas contra "la revolución rusa hoy" y "la revolución alemana mañana".

En tal situación, sólo una nueva Internacional habría podido dar a los revolucionarios y a todo el proletariado de Alemania la confianza, la seguridad y el aplomo necesarios. La revolución podía todavía salir victoriosa en Rusia sin que existiera un partido de clase mundial, porque la burguesía rusa era relativamente débil y aislada, pero no en Alemania. La Internacional comunista no se había fundado todavía cuando el enfrentamiento decisivo de la revolución alemana ya había ocurrido en Berlín. Solo una organización así, que reuniera las adquisiciones teóricas y la experiencia del conjunto del proletariado, habría podido encarar la tarea de llevar a cabo una revolución mundial.

Fue el estallido de la Gran guerra lo que hizo tomar conciencia a los revolucionarios de la necesidad de una oposición de izquierda internacional verdaderamente unida y centralizada. Pero en las condiciones de la guerra, era muy difícil mantener vínculos organizativos como tampoco esclarecer las divergencias políticas que separaban cada día más a las dos principales corrientes de la izquierda de la preguerra: los bolcheviques en torno a Lenin, y la izquierda alemana y la polaca en torno a Luxemburg. La ausencia de unidad antes de la guerra hizo más difícil todavía el transformar las capacidades políticas de las corrientes de los diferentes países en una herencia común de todos y atenuar las debilidades de cada uno.

El choque del hundimiento de la Internacional socialista no fue en ningún otro sitio tan fuerte como en Alemania. Aquí, la confianza en cualidades como la formación teórica, la dirección política, la centralización o la disciplina de partido fue duramente zarandeada. Las condiciones de la guerra, la crisis del movimiento obrero no facilitaron la restauración de la confianza ([30]).

Conclusión

En este artículo nos hemos centrado en las debilidades que aparecieron en el momento de la formación del Partido. Es necesario para comprender la derrota de principios de 1919, tema del artículo siguiente. Sin embargo, a pesar de esas debilidades, quienes se agruparon cuando la fundación del KPD eran los mejores representantes de su clase, de todo lo noble y generoso de la humanidad, los verdaderos representantes de un porvenir mejor. Volveremos sobre esto al final de la serie.

La unificación de las fuerzas revolucionarias, la formación de una dirección del proletariado digna de ese nombre se había vuelto un problema central de la revolución. Nadie comprendió mejor ese problema que la clase social directamente amenazada por ese proceso. A partir de la revolución del 9 de noviembre, el principal objetivo de la vida política de la burguesía fue la "liquidación" de Espartaco. El KPD se fundó en medio de ese ambiente de pogromo en que se preparaban los golpes decisivos contra la revolución qua iba llegando.

Ese será el tema del próximo artículo.

Steinklopfer


[1]) El orden del día de la invitación era:
1. La crisis del USPD
2. El programa de Spartakusbund
3. La Asamblea nacional
4. La Conferencia internacional

[2]) Contrariamente a esa posición, parece ser que una de las preocupaciones de Leo Jogiches era asociar a los Obleute a la fundación del partido.

[3]) Seis militantes presentes en la Conferencia fueron asesinados por las autoridades alemanas en los meses siguientes.

[4]) Der Gründungsparteitag der KPD, Protokoll und Materalien (Congreso de fundación del KPD, actas y documentos). publicado por Hermann Weber.

[5]) Eugen Leviné fue ejecutado unos meses más tarde por haber sido dirigente de la República de los Consejos de Baviera.

[6]) Frölich, conocido representante de la izquierda de Bremen, escribiría más tarde una célebre biografía de Rosa Luxemburg.

[7]) Ver las actas en alemán, op. cit. (nota 4), p. 196 à 199

[8]) Aunque poco después rechazara toda noción de partido de clase como burguesa y desarrollara una visión más bien individual del desarrollo de la conciencia de clase, Otto Rühle se mantuvo fiel al marxismo y a la clase obrera. Ya durante el Congreso, era partidario de los Einheitorganisationen (grupos politico-économicos) que debían, según él, sustituir a la vez al partido y a los sindicatos. En el debate sobre "Las luchas económicas", Luxemburg contesta a su idea diciendo que la alternativa a los sindicatos son los consejos obreros y los órganos de masas, y no los Einheitorganisationen.

[9]) Actas en alemán, op.cit., p. 222.

[10]) Según Clara Zetkin, Jogisches, en reacción a las discusiones, quiso que el Congreso fracase, o sea que se aplaze la fundación del partido.

[11]) Actas en alemán, op. cit., p. 214

[12]) Según las actas, esa sugestión fue acogida con exclamaciones como "¡Muy justo!". Felizmente no se adoptó la moción de Fränkel.

[13]) Op. cit., p. 209. El día anterior, por la misma razón, Gelwitzki, había dicho que se sentía "avergonzado" de haber discutido esa cuestión. Y cuando Fritz Heckert, que no tenía la misma fama revolucionaria que Luxemburg y Liebknecht, intentó defender la posición del comité central sobre la participación en las elecciones, fue interrumpido por una exclamación de Jakob: "¡Quien habla aquí es el espíritu de Noske!" (Op.cit., p. 117). Noske, ministro del ejército socialdemócrata del gobierno burgués del momento entró en la historia con el mote de "perro sangriento de la contrarrevolución"...

[14]) Op. cit., p. 224

[15]) "El Congreso ha demostrado con fuerza la juventud e inexperiencia del Partido. El vínculo con las masas era muy tenue. El Congreso ha adoptado una actitud irónica hacia los Independientes de izquierda. No he tenido la impresión de tener un Partido ante mí" (Ídem, p. 47).

[16]) Ídem, p. 99-100.

[17]) Ídem, p. 271.

[18]) Ídem, p. 290.

[19]) Ídem, p. 302.

[20]) Ver los argumentos de Marx y Engels en el seno de la Liga de los Comunistas, tras la derrota de la Revolución de 1848-49.

[21]) Citado por Hermann Weber en los documentos sobre el Congreso de fundación, op.cit., p. 42, 43.

[22]) Una gran parte de los excluidos fundó el KAPD. Así, súbitamente, había dos Partidos comunistas en Alemania, ¡una trágica división de las fuerzas revolucionarias!

[23]) Max Hoelz era simpatizante del KPD y del KAPD; él y sus partidarios, armados, estuvieron activos en la "Alemania central" a principios de los años 20.

[24]) Walter Fähnders, Martin Rector, Linksradikalismus und Literatur, Untersuchungen zur Geschichte der sozialistischen Literatur in der Weimarer Republik ("Radicalismo de izquierda y literatura; estudios de historia de la literatura socialista en la república de Weimar").

[25]) P. 262. Adam Scharrer, gran figura del KAPD, siguió defendiendo la necesidad de un partido de clase revolucionario hasta el aplastamiento de las organizaciones comunistas de izquierda en 1933.

[26]) La primera aparición de un movimiento de jóvenes socialistas radicales ocurrió en Bélgica en los años 1860, cuando les jóvenes militantes hicieron agitación (con cierto éxito) ante los soldados en los cuarteles para impedir que fueran utilizados contra los obreros en huelga.

[27]) Ver la novela de Scharrer, Vaterlandslose Gesellen (que viene a significar algo así como "El granuja antipatriótico"), escrita en 1929, así como la biografía y el comentario de Arbeitskollektiv proletarisch-revolutionärer Romane, republicado por Oberbaumverlag, Berlin.

[28]) Uno de los testigos principales de ese capítulo de la historia es Willi Münzenberg, especialmente en su libro Die Dritte Front ("El tercer frente"): "Recuerdos de quince años en el movimiento proletario juvenil", publicado por primera vez en 1930.

[29]) El líder más conocido del movimiento de la juventud socialista antes de la guerra era, en Alemania, Karl Liebknecht y en Italia, Amadeo Bordiga.

[30]) El ejemplo de la maduración de la juventud socialista en Suiza gracias a las discusiones regulares con los bolcheviques durante la guerra mostró que eso era posible. "Con una gran capacidad psicológica, Lenin agrupó a los jóvenes en torno a él, participando en sus discusiones por la noche, animándolos, y criticándolos siempre con un espíritu de empatía. Ferdy Böhny lo recordaría más tarde: "la manera con la que discutía con nosotros se parecía a la del diálogo socrático"" (Babette Gross: Willi Münzenberg, Eine politische Biografie, p. 93).

Series: 

  • Hace 90 años, la revolución en Alemania [3]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1919 - la revolución alemana [4]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La organización revolucionaria [5]

Medioambiente - El mundo en vísperas de una catástrofe medioambiental (I)

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"Las hambrunas aumentan en los países del tercer Mundo y pronto alcanzarán a los países que se pretendían "socialistas", a la vez que en Europa occidental y en América del Norte se destruyen depósitos de productos agrícolas, se paga a los campesinos para que cultiven menos tierras, se les penaliza si producen más de los cupos estipulados. En Latinoamérica, epidemias, como el cólera por ejemplo, matan a miles de personas, y eso que esa plaga había sido erradicada hace tiempo. Por todas las partes del mundo, las inundaciones o los terremotos siguen matando a decenas de miles de seres humanos en unas cuantas horas y eso que la sociedad es ahora perfectamente capaz de construir diques y viviendas que podrían evitar esas hecatombes. Tampoco se puede evocar la "fatalidad" o los "caprichos de la naturaleza", cuando, en Chernóbil, en 1986, la explosión de una central atómica mata a cientos (si no son miles) de personas y contamina varias provincias, cuando, en los países más desarrollados, se viven catástrofes asesinas en el mismo corazón de las grandes ciudades: 60 muertos en una estación parisina, más de 100 muertos en un incendio del metro de Londres, hace poco tiempo. Este sistema se revela además incapaz de hacer frente a la degradación del entorno, las lluvias ácidas, las contaminaciones de todo tipo y especialmente la nuclear, el efecto invernadero, la desertificación, que ponen en peligro la supervivencia misma de la especia humana" (1991, Revolución comunista o destrucción de la humanidad) (1).

El problema del medio ambiente siempre ha estado presente en la propaganda de los revolucionarios, desde la denuncia que hicieron Marx y Engels de las condiciones insoportables en el Londres de mediados del siglo xix, hasta la de Bordiga sobre los desastres medioambientales causados por la irresponsabilidad del capitalismo. Hoy esta cuestión es todavía más crucial y exige un esfuerzo creciente por parte de las organizaciones revolucionarias para mostrar hasta qué punto la alternativa histórica ante la que se encuentra la humanidad, socialismo o barbarie, opone la perspectiva del socialismo a la de la barbarie no sólo por las guerras locales o generales, sino que la barbarie incluye también la amenaza de una catástrofe ecológica y medioambiental que se perfila en el horizonte cada día más.

Con esta serie de artículos, la  CCI quiere desarrollar el tema del medio ambiente abordando sucesivamente los aspectos siguientes:[1]

Este primer artículo [2] levanta acta de la situación actual, procurando poner en evidencia la globalidad de los riesgos que se ciernen sobre la humanidad, especialmente los fenómenos más destructores que existen a nivel planetario como:

  • el incremento del efecto invernadero,
  • la gestión de los residuos,
  • la difusión que aumenta sin cesar de contaminantes y los procesos que la amplían a nivel biológico
  • el agotamiento de los recursos naturales y/o su alteración por las contaminaciones

En un segundo artículo, intentaremos demostrar por qué los problemas del medio ambiente no pueden achacarse a individuos, por mucho que también existan responsabilidades individuales, pues es el capitalismo y su lógica de máxima ganancia los responsables verdaderos. A este respecto, habremos de ver cómo la propia evolución de la ciencia y de la investigación científica no se hace al azar, sino que está sometida al imperativo capitalista de la ganancia máxima.

En el tercer artículo analizaremos las respuestas aportadas por los diferentes movimientos verdes, ecologistas, etc., para mostrar que por mucha buena fe y la mejor voluntad de muchos de quienes participan en ellos, no sólo son ineficaces sino que sirven para alimentar la ilusión de que existe una solución a esos problemas en el seno del capitalismo, cuando, en realidad, la única solución es la revolución comunista internacional.

Los signos anunciadores de la catástrofe

Se habla cada día más de problemas medioambientales, aunque sólo sea porque en los últimos años, han aparecido en los diferentes países del mundo unos partidos en cuyos estandartes se ha inscrito la defensa del entorno. ¿Es esto algo tranquilizador? ¡Ni mucho menos! Todo el alboroto hecho al respecto no ha servido más que para enredar más las ideas. Por eso hemos decidido empezar describiendo unos fenómenos particulares que, combinados, arrastran cada día más a nuestra sociedad hacia la catástrofe medioambiental. Como habremos de ver, y contrariamente a lo que nos cuentan la ­televisión y revistas más o menos especializadas, la situación es mucho más grave y amenazadora que lo que quieren que nos creamos. Y no será tal o cual capitalista, insaciable e irresponsable, tal o cual mafioso o de la Camorra, los responsables, sino todo el sistema capitalista como tal.

El aumento del efecto invernadero

Del efecto invernadero todo el mundo habla, pero no siempre con conocimiento de causa. En primer lugar, hay que dejar claro que el efecto invernadero es un fenómeno benéfico para la vida en la Tierra - al menos para el tipo de vida que conocemos - pues permite que reine en la superficie de nuestro planeta una temperatura media (media global, que tiene en cuenta las cuatro estaciones y las diferentes latitudes) de unos 15 °C, en lugar de - 17 °C, temperatura estimada sin efecto invernadero. Puede uno imaginarse lo que sería un mundo cuya temperatura estaría siempre bajo 0 °C, con los mares y los ríos helados... ¿A qué se debe esa diferencia de más de 32 °C?, se debe al efecto invernadero: la luz del sol atraviesa las capas más bajas de la atmósfera sin ser absorbida (el sol no calienta el aire), alimentando la energía de la Tierra. Al estar compuesta de infrarrojos, la radiación que emana de ésta (como de cualquier astro), es entonces interceptada y abundantemente absorbida por ciertos componentes del aire como el anhídrido carbónico, el vapor de agua, el metano y otros compuestos de síntesis como los clorofluorocarbonos (CFC). De ello resulta que el balance térmico de la Tierra aprovecha ese calor producido en las capas bajas de la atmósfera y que provoca un aumento de temperatura en la superficie de la tierra 32 °C. El problema no es, por lo tanto, el efecto invernadero en sí, sino que con el desarrollo de la sociedad industrial, se han ido introduciendo en la atmósfera muchas substancias "con efecto invernadero" cuya concentración aumenta sensiblemente y cuya consecuencia es, pues, hacer aumentar el efecto invernadero. Se ha demostrado, por ejemplo, gracias a estudios realizados sobre el aire encerrado en muestras de hielo polar de más 650 000 años, que la concentración actual en CO2, de 380 ppm (partes por millón o miligramos por decímetro cúbico) es la más alta de todo ese período, y quizás incluso de los 20 últimos años. Además, las temperaturas registradas durante el siglo xx han sido las más elevadas desde hace 20 000 años. El recurso desenfrenado a los combustibles fósiles como fuente de energía y la deforestación creciente de la superficie terrestre han comprometido a partir de la era industrial, el equilibrio natural del gas carbónico en la atmósfera. Este equilibrio es el producto de la liberación de CO2 en la atmósfera por un lado, mediante la combustión y la degradación de la materia orgánica y, por otro, de la fijación de ese gas carbónico de la atmósfera mediante la fotosíntesis, proceso que lo transforma en glúcido y por lo tanto en materia orgánica compleja. El desequilibrio entre liberación (combustión) y fijación (fotosíntesis) de CO2, en favor de la liberación, es la razón del incremento actual del efecto invernadero.

Como hemos dicho antes, no sólo entra en danza el gas carbónico sino también el vapor de agua y el metano. El vapor de agua es, a la vez, factor y producto del efecto invernadero puesto que, presente en la atmósfera, es tanto más abundante cuanto más elevada es la temperatura a causa del incremento de la evaporación de agua resultante. El aumento de metano en la atmósfera tiene su origen, por su parte, en toda una serie de fuentes naturales, pero también es el resultado del uso creciente de ese gas como combustible y de los múltiples escapes en los gasoductos diseminados por toda la superficie del globo. El metano, también llamado "gas de los pantanos", es un tipo de gas procedente de la fermentación de la materia orgánica en ausencia de oxígeno. La inundación de valles frondosos para presas de agua de centrales hidroeléctricas origina una producción de metano local en aumento. El problema del metano, que ahora contribuye en un tercio del incremento del efecto invernadero, va mucho más allá en gravedad que ese aumento local. Ante todo, el metano tiene una capacidad de absorción de los infrarrojos 23 veces mayor que el CO2, que ya es mucho. ¡Pero podría ser mucho más grave! Ninguna previsión actual, bastante catastróficas ya, tiene en cuenta lo que podría suceder si se libera metano a partir del enorme depósito natural de la tierra. Este está formado por bolsas de gas atrapado en torno a 0 °C y a una presión de unas cuantas atmósferas, en unas estructuras particulares de hielo (gas hidratado), siendo un litro de cristal capaz de contener unos 50 litros de gas metano. Esos yacimientos se encuentran sobre todo en el mar, a lo largo del talud continental y dentro del permafrost [suelo permanentemente congelado], en diversas zonas de Siberia, Alaska y norte de Europa. Este es el sentimiento de algunos peritos en estos temas:  "Si el calentamiento global superara ciertos límites (3-4 °C) y si la temperatura de las aguas costeras y del permafrost se elevara, podría producirse una enorme emisión, en un tiempo corto (unas cuantas decenas de años), de metano liberado por los hidratos vueltos inestables, lo cual provocaría una aceleración catastrófica del efecto invernadero. (...) durante el último año, las emisiones de metano a partir del territorio sueco, al norte del círculo polar, han aumentado en 60 %, el aumento de temperatura en estos quince últimos años es limitado en término medio global, pero es mucho mayor (unos grados) en las zonas septentrionales de Eurasia y de Norteamérica (en verano, se ha abierto el mítico paso del noroeste que permite ir en barco desde el Atlántico al Pacifico)" ([3]).

Incluso sin esas "novedades", las previsiones elaboradas por organismos reconocidos a nivel internacional como la Agencia IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) de la ONU y el MIT (Massachussets Institute of Technology) de Boston, anuncian ya para este siglo un aumento de la temperatura media entre un mínimo de 0,5 °C a un máximo de 4,5 °C, en la hipótesis de que no se haga nada significativo en contra, como está ocurriendo hasta ahora. Esas previsiones, además, ni siquiera incluyen las dos nuevas potencias industriales, insaciables en energía, China e India.

"Un calentamiento suplementario de unos cuantos grados centígrados provocaría una evaporación más intensa de las aguas oceánicas, pero los análisis más sofisticados sugieren que habría una disparidad acentuada de la pluviosidad en diferentes regiones. Se extenderían las zonas áridas y se volverían todavía más áridas. Las zonas oceánicas con temperaturas de superficie superiores a 27 °C, cota crítica para la formación de ciclones, aumentarían entre 30 y 40 %. Eso engendraría episodios meteorológicos catastróficos en continuidad con inundaciones y desastres recurrentes. El deshielo de una buena parte de los glaciares antárticos y de Groenlandia, el aumento de la temperatura de los océanos, harían subir su nivel (...) con entradas de agua salada en muchas zonas costeras fértiles y la sumersión de regiones enteras (Bengladesh en parte, muchas islas oceánicas)" ([4]).

No tenemos espacio aquí para desarrollar este tema, pero vale la pena recordar, al menos, que el cambio climático, provocado por el incremento del efecto invernadero, incluso sin llegar al efecto retroactivo producido por la liberación del metano de la tierra, podría causar tantas catástrofes pues provocaría:

  • una mayor intensidad de los fenómenos meteorológicos, un efecto detergente mayor en las tierras a causa de unas lluvias mucho más fuertes, con una disminución de la fertilidad y un proceso de desertificación incluso en zonas de clima menos templado, como ya se está produciendo, por ejemplo, en el Piamonte italiano.
  • la aparición, en el Mediterráneo y otros mares antes templados, de condiciones medioambientales favorables a la supervivencia de especies marinas tropicales y, por lo tanto, a la migración de especies no autóctonas, lo que acarrearía perturbaciones en el equilibrio ecológico.
  • el retorno de enfermedades ya erradicadas como la malaria, por la aparición de condiciones climáticas favorables al crecimiento y diseminación de sus organismos vectores como los mosquitos, etc.

El problema de la producción y gestión de los desperdicios

Un segundo tipo de problema, típico de esta fase de la sociedad capitalista, es la producción excesiva de desperdicios y la dificultad subsiguiente para tratarlos de modo adecuado. Si, recientemente, la noticia de la presencia de montones de basura por todas las calles de Nápoles y de su región (Campania) ha llenado pantallas y periódicos del mundo, eso sólo se debe a que esa región del mundo se la considera todavía, a pesar de todo, como parte de un país industrializado y, por ende, avanzado. Porque lo que es hoy una evidencia patente es que las periferias de cantidad de grandes ciudades del Tercer Mundo se han convertido desde hace tiempo en gigantescos basureros al aire libre.

Esa acumulación enorme de desperdicios es el resultado de la lógica del capitalismo. Cierto, la humanidad ha producido siempre desperdicios, pero en tiempos pasados siempre se reintegraban, se recuperaban y volvían a utilizarse. Solo actualmente, bajo el capitalismo, los desperdicios se han convertido en un problema para los mecanismos específicos de funcionamiento de esta sociedad, unos engranajes que están todos basados en un principio fundamental: todo producto de la actividad humana es considerado como una mercancía, o sea algo que destinado a la venta para realizar el máximo beneficio posible en un mercado cuya única ley es la competencia. Esto no puede tener sino una serie de consecuencias nefastas:

  1. La producción de mercancías no puede planificarse en el espacio y en el tiempo a causa de la competencia entre capitalistas; por eso sigue una lógica irracional, según la cual cada capitalista tiende a ampliar su propia producción para vender lo más barato y obtener su ganancia, lo que lleva a excedentes de mercancías no vendidas. Por otra parte es precisamente esa necesidad de vencer a la competencia bajando los precios de las mercancías lo que lleva a los productores a disminuir la calidad de los productos manufacturados, lo que hace que su duración se reduzca de manera drástica y se conviertan rápidamente en desperdicios;
  2. Una producción aberrante de embalajes y de condicionamientos, a menudo a partir de sustancias tóxicas, no biodegradables, se va acumulando en el entorno. Esos embalajes que a menudo no tienen la menor utilidad sino es la de hacer más atractivas las mercancías para los compradores eventuales, representan muy a menudo una parte predominante, a nivel de peso y de volumen, con relación al contenido de la mercancía vendida. Se estima que hoy, en las ciudades, el material procedente de los embalajes llena la mitad de una bolsa de basura.
  3. La producción de desperdicios se acentúa con los nuevos estilos inherentes a la vida moderna. Comer fuera de casa, en un autoservicio, en platos de plástico, beber agua mineral en botellas de plástico, es desde hace tiempo lo cotidiano de cientos de millones de personas en el mundo entero. De igual modo, el uso de bolsas de plástico para hacer las compras es una comodidad que casi nadie puede evitar. Todo eso no arregla los problemas del medio ambiente, evidentemente, pero sí que arregla el bolsillo del gerente del autoservicio que se ahorra la mano de obra necesaria para limpiar lo no desechable. Al gerente de un supermercado, incluso al comerciante del barrio, todo eso le beneficia, pues el cliente puede comprar lo que quiere en todo momento, aunque no tuviera previsto hacerlo, pues siempre habrá una bolsa que le sirva de embalaje. En fin, todo lleva a un aumento considerable de la producción de deshechos en el mundo entero, cerca de un kilo por día y habitante, o sea, ¡millones y millones de toneladas de desperdicios de todo tipo por día!

Se calcula que, ya solo en Italia, durante los 25 últimos años, con una población equivalente, la cantidad de basura se ha más que duplicado a causa de los embalajes.

El problema de los desperdicios es uno de los que todos los políticos creen poder resolver, pero que, en realidad, encuentra obstáculos insuperables en el capitalismo. Esos obstáculos no se deben, ni mucho menos, a una falta de tecnología, sino que, al contrario, una vez más, se deben a la lógica con la que está gestionada esta sociedad. En realidad, la gestión de los desperdicios, para hacerlos desparecer o reducir su cantidad, también está sometida a la ley de la ganancia. Incluso cuando es posible el reciclado o la reutilización de materiales, mediante la selección, todo eso requiere medios y cierta capacidad política de coordinación, que suele estar ausente en las economías más débiles. Por eso es por lo que, en los países más pobres y allí donde las actividades de las empresas declinan a causa de la crisis galopante de las últimas décadas, gestionar los desperdicios es más que un gasto suplementario.

Algunos podrán objetar: si en los países avanzados, la gestión de los desperdicios funciona, eso significa que se trata de un problema de buena voluntad, de sentido cívico y de aptitud a la gestión de la empresa. Lo que de verdad ocurre es que, como en todos los sectores de la producción, los países más fuertes dejan a los países más débiles (o en estos a las regiones más desfavorecidas económicamente) el peso de una parte de la gestión de sus desechos.

"Dos grupos de especialistas en medio ambiente estadounidenses, Basel Action Network y Silicon Valley Toxics, han publicado un informe reciente que afirma que entre 50 y 80 % de los desechos de la electrónica de los estados del oeste de Estados Unidos se cargan con contenedores en navíos que se dirigen a Asia (sobre todo India y China) donde los costes de eliminación son muchísimo menores y las leyes del medio ambiente menos severas. No se trata de un proyecto de ayuda, sino de un comercio de residuos tóxicos que los consumidores han decidido tirar. El informe de las dos asociaciones menciona, por ejemplo, el vertedero de Guiyu, adonde van a parar sobre todo pantallas e impresoras. Los obreros de Guiyu usan herramientas rudimentarias para sacar los componentes destinados a ser vendidos. Una cantidad impresionante de desechos electrónicos no es reciclada, sino sencillamente abandonada a cielo abierto en los campos, en las orillas de los ríos, en los lagos, marismas, ríos y acequias de riego. Entre quienes trabajan sin precaución alguna hay mujeres, hombres, niños" ([5]).

"En Italia (...), se estima que las ecomafias tienen un volumen de negocios de 26 mil millones de € por año, de entre los cuales 15 por el tráfico y la eliminación ilegal de desechos" ("Informe Ecomafia 2007", de la Lega Ambiente). (...) El Servicio de Aduanas ha confiscado 286 contenedores con más de 9000 toneladas (t.) de desperdicios en 2006. El tratamiento legal de un contenedor de 15 t. de residuos peligrosos cuesta unos 60 000 euros; por la misma cantidad, el mercado ilegal en Oriente sólo pide 5000. Los destinos principales de los tráficos ilegales son muchos países de Asia en vías de desarrollo; los materiales exportados son, primero, trabajados y, luego, reintroducidos en Italia u otros países occidentales, como derivados de esos mismos residuos para ser destinados, en particular, a las fábricas de material plástico.

En junio de 1992, la FAO (Food and Agricultural Organisation) anunció que los Estados en vías de desarrollo, los africanos sobre todo, se habían convertido en un "basurero" a disposición de occidente. Somalia parece ser hoy uno de los Estados africanos con mayor "riesgo", una verdadera encrucijada de intercambios y tráfico de ese tipo: en un informe reciente, la UNEP (United Nations Environment Programme) nota el aumento constante de la cantidad de capas freáticas contaminadas en Somalia, causa de enfermedades incurables en la población. El puerto de Lagos, en Nigeria, es la escala más importante del tráfico ilegal de componentes tecnológicos vetustos enviados a África" .

[...]

Como ya hemos dicho arriba, trasladar el problema de las basuras hacia las regiones desfavorecidas es algo que ocurre dentro de un mismo país. Eso es lo que ocurre en Campania, la región italiana de Nápoles, que ha ocupado las crónicas internacionales con sus montones de inmundicias bordeando las calles durante meses. Poca gente sabe, sin embargo, que Campania, como, en el plano internacional, China, India o los países de África del norte, es el basurero de todos los residuos tóxicos de industrias del norte que han transformado zonas agrícolas fértiles y placenteras, como la de Caserta, en una de las zonas más contaminadas del planeta. Por muchas denuncias y acciones de la justicia que se sucedan unas a otras, los estragos continúan sin freno. No es la Camorra, la mafia, el hampa, los que provocan esos estragos, sino la lógica misma del capitalismo. Mientras que el procedimiento oficial para eliminar correctamente un kilo de residuos tóxicos representa un gasto que puede superar los 60 céntimos de euro, ese mismo servicio cuesta unos diez céntimos cuando se usan medios ilegales. Y es así como cada año, cada gruta abandonada se transforma en vertedero. En un pueblecito de Campania, donde van a construir precisamente un incinerador, esos desechos tóxicos, mezclados con tierra para ocultarlos, sirvieron para construir el firme de un larga avenida "de tierra batida". Como lo cuenta Saviano en su libro, que se ha convertido en un fenómeno de librería en Italia: "si se juntaran los desperdicios ilegales gestionados por la Camorra se crearía una montaña de 14 600 metros de alto con una base de tres hectáreas: la montaña más grande que jamás haya existido en el mundo" ([6]).

Por otra parte, como lo veremos más detalladamente en el próximo artículo, el problema de los residuos está ante todo vinculado al tipo de producción que desarrolla la sociedad actual. Más allá de lo "desechable", el problema está en los materiales utilizados para fabricar las cosas. El recurrir a materiales sintéticos, el plástico sobre todo, prácticamente indestructibles, plantea enormes problemas para la humanidad del mañana. Y en este caso, ya no se trata de países ricos o pobres, pues el plástico no es biodegradable en ningún lugar del mundo, como lo pone de relieve este extracto de un artículo: "Se la llama Trash Vortex, la isla de los desperdicios del Océano Pacifico, de un diámetro de unos 25 000 km., uno profundidad de 30 metros, compuesta de 80 % de plástico, para lo restante, de otras basuras procedentes de todas partes. Es como si hubiera una isla inmensa en medio del Pacífico, formada de inmundicias en lugar de rocas. Estas últimas semanas, la densidad de ese material ha alcanzado tal nivel que el peso total de esta "isla" de residuos alcanza 3,5 millones de t., explica Chris Parry de la Comisión Costera Californiana de San Francisco (...) Este vertedero increíble y poco conocido se ha ido formando a partir de los años 50, como consecuencia de la existencia del Giro subtropical del Pacífico norte, una corriente oceánica lenta que se desplaza en el sentido de las agujas del reloj y en espiral, bajo el efecto de un sistema de corrientes de alta presión. (...). La mayor parte del plástico llega de los continentes, 80 % más o menos; sólo el resto procede de los barcos, de recreo, comerciales o pesqueros. En el mundo se producen unos 100 mil millones de kilos de plástico por año, del cual acaban en el mar en torno a un 10 %. El 70 % de este plástico acabará hundiéndose en el fondo de los mares, causando estragos entre los seres vivos de esos parajes. Y el resto seguirá flotando. La mayor parte de esos plásticos es poco biodegradable y acaba fragmentándose en trocitos que terminan en los estómagos de muchos animales marinos causándoles la muerte. Lo que queda acabaría descomponiéndose dentro de cientos de años, provocando estragos durante todo ese tiempo en la vida marina" ([7]).

¡Una masa de desechos con una extensión dos veces mayor que la de Estados Unidos!! ¿Y sólo ahora la habrían visto? ¡Ni mucho menos! En realidad fue descubierta en 1997 par un capitán de investigaciones oceanográficas y hoy nos enteramos que un informe de la ONU de 2006: "calculaba que un millón de aves marinas y más de 100 000 peces y mamíferos marinos mueren cada año a causa de los restos de plástico y que cada milla marina cuadrada del océano contiene al menos 46 000 fragmentos de plástico flotante" ([8]).

¿Y qué han hecho quienes tienen las riendas de la sociedad durante estos diez años? Nada, absolutamente nada. Situaciones parecidas, por menos dramáticas que sean, son también lamentables en el Mediterráneo, en cuyas aguas se tiran cada año 6,5 millones de t. de basuras, de las cuales 80 % son plástico, y en cuyos fondos se llegan a contar unos 2000 trozos de plástico por km2 ([9]).

Y sin embargo, ¡soluciones sí que hay! Cuando el plástico está fabricado con 85 % de almidón de maíz es totalmente biodegradable, por ejemplo. Y ya es hoy una realidad: hay bolsas, lápices y otros objetos fabricados con esa materia. El problema es que bajo el capitalismo, la industria difícilmente se mete por un camino si no es rentable, y como el plástico a base de almidón de maíz cuesta más caro, nadie quiere asumir unos precios más elevados con la materia biodegradable con el riesgo de verse expulsado del mercado ([10]). El problema es que los capitalistas se han acostumbrado a hacer balances económicos que excluyen sistemáticamente todo lo que no puede cifrarse, porque no pueden ni venderlo ni comprarlo, aunque se trate de la salud de la población y del medio ambiente. Cada vez que un industrial produce una materia que, al final de su recorrido acaba siendo basura, prácticamente jamás se prevén los gastos por la gestión de esos residuos y, sobre todo, lo que nunca se prevé son los estragos que implica la permanencia de esa materia en la tierra.

[...]

La difusión de contaminantes

Los contaminantes son substancias, naturales o sintéticas, que son tóxicas para el hombre y/o el mundo viviente. Junto a substancias naturales presentes desde siempre en nuestro planeta y usadas de diferentes modos por la tecnología industrial, y entre ellas, los metales pesados, el amianto, etc., la industria química ha producido miles de otros productos y en cantidades... industriales. La falta de conocimiento sobre la peligrosidad de toda una serie de substancias y, sobre todo, el cinismo del capitalismo, han provocado desastres inimaginables, creando una situación medioambiental que será difícil restaurar una vez que la clase dominante actual haya sido eliminada.

Uno de los episodios más catastróficos de la industria química fue, sin lugar a dudas, el de Bhopal, en India, que ocurrió entre el 2 y el 3 de diciembre de 1984 en la factoría de la Union Carbide, multinacional química americana. Una nube tóxica de 40 t. de pesticidas mató, inmediatamente y en los años siguientes, a 16 000 personas al menos, causando daños corporales irremediables a un millón más. Las encuestas sucesivas revelaron que, contrariamente a la fábrica del mismo tipo situada en Virginia, en la de Bhopal no se había efectuado ninguna medida de presión, ni había sistemas de refrigeración. La torre de refrigeración estaba temporalmente cerrada, los sistemas de seguridad no correspondían al tamaño de la factoría. Pero la verdad es que la fábrica india, con su mano de obra muy barata, significaba para los dueños norteamericanos una inversión neta con una rentabilidad excepcional, que no necesitaba más que una inversión reducida en capital fijo y variable...

Otro acontecimiento histórico fue, más tarde, el de la central nuclear de Chernóbil en 1986.

"Se ha calculado que las emisiones radioactivas del reactor 4 de Chernóbil fueron cerca de 200 veces mayores que las explosiones de Hiroshima y Nagasaki juntas. En total, hay zonas muy contaminadas en las que viven 9 millones de personas, entre Rusia, Ucrania y Bielorrusia, donde el 30 % del territorio está contaminado por el cesio 137. En esos tres países, fueron evacuadas unas 400 000 personas, y otras 270 000 viven en zonas en las que el consumo de alimentos producidos localmente está sometido a restricciones" ([11]).

Ha habido, ya se sabe, una multitud de desastres medioambientales causados por la mala gestión de las fábricas o por incidentes de todo tipo como las incontables mareas negras, entre las cuales la provocada por el petrolero Exxon Valdez el 24 de marzo de 1989, cuyo naufragio en la costa de Alaska provocó el escape de unas 30 000 t. de petróleo, o la primera Guerra del Golfo que terminó en incendio de los pozos de petróleo y en desastre ecológico causado por la dispersión del petróleo por el golfo Pérsico, el más grave de la historia hasta hoy. Más en general, se calcula, según la Academia nacional de ciencias de EE.UU, que la cantidad de hidrocarburos que se pierde en los mares cada año está en una media entre 3 y 4 millones de t., con una tendencia al aumento a pesar de las diferentes intervenciones preventivas, debidas al incremento continuo de las necesidades.

Además de la propia acción de los contaminantes que, cuando se encuentran a altas dosis en el entorno, provocan intoxicaciones agudas, hay otro mecanismo de intoxicación, más lento y discreto, el del envenenamiento crónico. De hecho, una sustancia tóxica absorbida lentamente y a pequeñas dosis, si es químicamente estable, puede acumularse en órganos y tejidos de los seres vivos, hasta alcanzar una concentración que acaba siendo letal. Es lo que en ecotoxicología se llama bioacumulación. Y también hay otro mecanismo en acción cuando una sustancia tóxica se transmite a lo largo de la cadena alimenticia (o cadena trófica), de unos estadios inferiores a otros estadios tróficos superiores, multiplicándose cada vez su concentración por dos o por tres. Para ser más claros, pongamos el ejemplo concreto de la que se produjo en 1953 en la bahía de Minamata en Japón, donde vivía una comunidad de pescadores pobres que se alimentaban sobre todo con lo que pescaban.

[...]

A pesar de que a principios de los años 1960, el mundo científico se hizo consciente de que en materia de sustancias tóxicas, no basta con usar métodos de dilución en la naturaleza, porque, como se ha demostrado, los mecanismos biológicos son capaces de concentrar lo que el hombre diluye, la industria química siguió contaminando el planeta por todos los rincones y, esta vez, ya no sirve aquello de "no sabíamos lo que podría ocurrir". Y así ha habido un segundo Minamata mucho más recientemente en Priolo (Sicilia), en una franja de tierra envenenada en de un radio de varios kilómetros, por al menos 5 refinerías, en donde se ha probado que la Enichem (la gran empresa química italiana) vierte ilegalmente el mercurio de la fábrica de producción de cloro y sosa. Entre 1991 y 2001, nacieron unos 1000 niños con deficiencias mentales graves y deformaciones muy serias, en el corazón o en el aparato urogenital, familias enteras con tumores y muchas mujeres desmoralizadas y obligadas a abortar para evitar dar a luz a unos niños monstruosos. ¡Y eso que lo ocurrido en Minamata ya había mostrado los peligros del mercurio para la salud humana! Priolo no es un fenómeno inesperado, un error trágico, sino un acto criminal sencilla y llanamente, perpetrado por el capitalismo italiano y más todavía, por el "capitalismo de Estado" que algunos quisieran hacernos pasar como "más de izquierdas" que el capitalismo privado. Se ha descubierto, en realidad, que la dirección de Enichem se comporta como la peor de las ecomafias: para ahorrar costes en "descontaminación" (se habla de varios millones de euros ahorrados), los residuos con mercurio se mezclaban con otras aguas sucias y vertidas en el mar, o enterradas. Además, con falsos certificados, utilizaban cisternas de doble fondo para ocultar el tráfico de residuos peligrosos y todo tipo de trapicheos del mismo jaez. Cuando la justicia empezó por fin a moverse deteniendo a los dirigentes de esa compañía, la responsabilidad era tan evidente que Enichem decidió pagar 11 000 euros par familia, cifra equivalente a la que habría debido pagar si hubiera sido condenada por los tribunales.

Junto a las fuentes accidentales de contaminantes, es toda la sociedad la que, a causa de su modo de funcionamiento, produce contaminantes sin cesar, que se van acumulando en el aire, en las aguas y en el suelo y - como ya hemos dicho - en toda la biosfera, incluidos nosotros, los humanos. El uso masivo de detergentes y demás productos ha dado lugar a fenómenos de eutrofización (enriquecimiento excesivo) de los ríos, lagos y mares. En los años 90, el mar del Norte recibió entre 6000 y 11 000 t. de plomo, 22 000 a 28 000 de zinc, 4200 de cromo, 4000 de cobre, 1450 de níquel, 530 de cadmio, 1,5 millón de t. de nitrógeno combinado y unas 100 000 t. de fosfatos. Esos residuos, tan ricos en materia contaminante, son especialmente peligrosos en los mares con una extensa plataforma continental (o sea, poco profundos incluso lejos de la costa), como lo es precisamente el mar del Norte, pero también el Báltico, el Adriático, el mar Negro.... En efecto, la masa reducida de agua marina, combinada con la dificultad de mezcla entre las aguas dulces de los ríos y las marinas saladas y densas, no permite un dilución adecuada de los contaminantes.

Productos de síntesis como el famoso insecticida DDT, prohibido en los países industrializados desde hace treinta años, o también los PCB (policloruros de bifenilo), utilizados antes en la industria eléctrica, cuya producción también está prohibida al no estar en conformidad con las normas actuales, pero todos ellos de una solidez química increíble, diseminados hoy un poco por todas partes, inalterados, en las aguas, lo suelos y... en los tejidos de los seres vivos. Merced a la bioacumulación, esas materias se han concentrado peligrosamente en algunas especies animales a las que acaban matando o perturbándoles la reproducción, acarreando el declive de su población. En ese contexto debe, naturalmente, considerarse lo referido antes sobre el tráfico de residuos peligrosos que, depositados muy a menudo de manera abusiva en lugares sin la menor protección, causan daños incalculables al ecosistema y a toda la población de la región.

Para terminar esta parte - y es evidente que podríamos referir cientos y cientos de casos concretos a nivel mundial - cabe recordar que es esa contaminación difusa del suelo la responsable de un fenómeno nuevo y dramático: la aparición de regiones muertas, como la del triángulo entre Priolo, Mellili y Augusta en Sicilia (Italia), una zona donde el porcentaje de críos con malformaciones congénitas es 4 veces superior a la media nacional, o también el otro triángulo de la muerte cerca de Nápoles, entre Giuliano, Qualiano y Villaricca, zona donde la cantidad de tumores es irremediablemente superior a la media nacional.

El agotamiento de los recursos naturales y/o la amenaza de contaminación

El último ejemplo de fenómeno global que lleva al mundo a la catástrofe es el de los recursos naturales que, en parte, se están agotando y, por otro lado, están amenazados por la contaminación. Antes de entrar en detalle en ese tema, queremos subrayar que el género humano ya tuvo que encarar problemas de ese tipo, a una escala reducida y con consecuencias catastróficas. Si podemos todavía hablar aquí y ahora de este tema, es porque la región que se vio sometida a tal desastre sólo es una pequeña parte de la Tierra. Citemos aquí unos pasajes sacados de la obra de Jared Diamond, Colapso, sobre la historia de Rapa Nui, la isla de Pascua, famosa por sus gigantescas estatuas de piedra. Como se sabe, la isla fue descubierta por el explorador holandés Jacob Roggeveen en la Pascua de 1772 (de ahí el nombre) y hoy los científicos admiten que "estaba cubierta por un bosque tropical frondoso, rico en grandes árboles y árboles leñosos" abundante en aves y animales salvajes. Sin embargo, a la llegada de los colonizadores, la impresión fue muy diferente: "Roggeveen se devanaba los sesos intentando comprender cómo se habían levantado aquellas estatuas enormes. Citando una vez más su diario: "las figuras de piedra nos extrañan sobremanera, porque no logramos entender cómo este pueblo, desprovisto de madera abundante y sólida necesaria para construir cualquier tipo de instrumento mecánico, completamente privado de cuerdas resistentes, había sido capaz de erigir unas efigies de piedra de 9 metros de alto (...). Al principio, a cierta distancia, creímos que la isla de Pascua era un desierto, después vimos que sólo había arena y hierba amarillenta, heno y arbustos secos y quemados (...)" ¿Qué había ocurrido con los árboles que sin duda había allí antaño? Para esculpir, transportar y erigir las estatuas, se necesitaba mucha gente, una gente que vivía en un lugar lo suficientemente rico como para vivir holgadamente (...) La historia de la isla de Pascua es el ejemplo más evidente de deforestación nunca vista en el Pacifico, por no decir en el mundo entero: todos los árboles fueron talados y todas las especies arbóreas se extinguieron" ([12]).

[...]

"Debido a su aislamiento total, los habitantes de la isla de Pascua son un ejemplo patente de una sociedad que se autodestruye por haber explotado sus recursos de un modo excesivo. (...) El paralelo que puede hacerse entre Pascua y el mundo moderno es tan evidente que pone los pelos de punta. Gracias a la globalización, al comercio internacional, a los aviones a reacción y a Internet, todos los países del mundo comparten hoy sus recursos y se influyen y actúan mutuamente, como los doce clanes de la isla de Pascua, perdida en el Océano Pacifico, igual que la Tierra, perdida en el espacio. Cuando los indígenas se encontraron en dificultad, no pudieron ni huir ni buscar ayuda fuera de la isla, como tampoco nosotros, habitantes de la Tierra, podremos buscar auxilio en otro lugar si las cosas empeoraran. La quiebra de la isla de Pascua, según los más pesimistas, podría indicarnos cuál será el destino de la humanidad en el futuro cercano" ([13]).

Esos datos, sacados todos del estudio de Diamond, nos alertan sobre la capacidad del ecosistema Tierra que no es ilimitado y que, como se comprobó en un momento dado, a la escala reducida de la isla de Pascua, algo similar podría reproducirse en un futuro no tan lejano si la humanidad no sabe administrar sus recursos adecuadamente.

Podríamos ya hacer inmediatamente un paralelo en lo que a deforestación se refiere. Desde la comunidad primitiva hasta hoy, la deforestación se ha ido realizando a un nivel sostenido, pero, por desgracia, lo peor es que ahora se están destruyendo los últimos pulmones verdes del planeta, como la selva amazónica. Como se sabe, el mantenimiento de esas regiones verdes del globo es de grandísima importancia, no sólo para preservar especies animales y vegetales particulares, sino para asegurar un buen equilibrio entre el CO2 y el oxígeno (la vegetación se desarrolla consumiendo CO2 y produciendo glucosa y oxígeno).

Como ya hemos visto respecto a la contaminación por mercurio, la burguesía conoce perfectamente los riesgos que se corren, como lo demuestra la digna intervención de un científico del siglo xix, Rudolf Julius Emmanuel Clausius, que ya entonces se expresó muy claramente sobre el problema de la energía y de los recursos, con un siglo de antelación sobre los discursos actuales de la clase dominante sobre su pretendida voluntad de preservar el entorno: "En la economía de una Nación, solo hay una ley válida: no hay que consumir durante un período más que lo que se ha producido durante ese mismo período. Para ello, no debemos consumir más combustible que el pueda reproducirse gracias al crecimiento de los árboles" ([14]).

Si juzgamos por lo que hoy ocurre, puede decirse que se hace lo contrario de la preconizado por Clausius, o sea que vamos de cabeza hacia una situación fatal como la de la isla de Pascua.

Para encarar el problema de los recursos adecuadamente, hay que tener en cuenta otra variable, la de los cambios habidos en la población mundial: "Hasta 1600, el crecimiento de la población mundial era lentísimo: 2 a 3 % por siglo. Se necesitaron 16 siglos para pasar de unos 250 millones de habitantes a principios de la era cristiana a unos 500 millones. A partir de entonces el tiempo de duplicación de la población ha disminuido sin cesar hasta el punto de que en algunos países del mundo, se acerca al pretendido "límite biológico" a la velocidad del crecimiento de una población (3-4 % por año). Según la ONU, se superarán los 8000 millones de habitantes hacia 2025. (...) Hay que considerar las notables diferencias que hay hoy entre países adelantados, que han llegado casi al "punto cero" del crecimiento, y los países en vías de desarrollo, que hoy contribuyen en 90 % al crecimiento demográfico actual. (...) En 2025, según las previsiones de la ONU, Nigeria, por ejemplo, tendrá una población superior a la de Estados Unidos, y África triplicará en habitantes a Europa. La superpoblación, combinada con el atraso, el analfabetismo y la falta de estructuras higiénicas y de salud, es sin lugar a dudas un problema muy grave, y no sólo para África por las consecuencias inevitables que tendrá ese fenómeno a escala mundial. Aparece, de hecho, un desequilibrio entre demanda y oferta en recursos disponibles, que se debe también a la utilización de más o menos el 80 % de los recursos energéticos mundiales por los países industrializados.

La superpoblación acarrea una fuerte baja de las condiciones de vida, porque disminuye la productividad por trabajador y la disponibilidad, por cabeza, de alimentos, agua potable, servicios de salud y de medicamentos. La fuerte presión antrópica actual lleva a una degradación del entorno que, inevitablemente, repercute en los equilibrios del sistema-Tierra.

El desequilibrio ha ido incrementándose en los últimos años: la población sigue no solo creciendo sin homogeneidad, sino que además se hace cada día más densa en las zonas urbanas" ([15]).

Como puede comprobarse con esas informaciones, el crecimiento de la población agudiza el problema del agotamiento de los recursos, y más todavía porque, como lo dice ese documento, faltan recursos precisamente allí donde la explosión demográfica es más fuerte, lo cual hace prever, en el futuro, más calamidades todavía para muchas más personas.

Empecemos examinando el primer recurso natural por excelencia, el agua, un bien universalmente necesario y que hoy está muy amenazado por la acción irresponsable del capitalismo.

El agua es abundante en la superficie de la Tierra (por no hablar de los océanos, los casquetes polares y las aguas subterráneas) pero sólo una pequeña parte es potable, la que está en capas subterráneas y en algunos ríos no contaminados. El desarrollo de la actividad industrial, sin el menor respeto por el entorno, y la propagación de residuos urbanos ha contaminado partes importantes de las capas freáticas, reserva natural de las aguas potables de la colectividad. Eso ha conducido, por un lado, a la aparición en la población de cánceres y otras patologías y, por otro, a la desaparición creciente de fuentes de abastecimiento de tan preciado bien.

"A mediados del siglo xxi, según las previsiones más pesimistas, siete mil millones de personas en 60 países no tendrán bastante agua. En el mejor de los casos, "sólo" habrá dos mil millones de personas en 48 países que sufrirán de falta de agua. (...) Pero los datos más preocupantes de ese documento de la ONU son sin duda los que se refieren a las aguas contaminadas y a las malas condiciones de higiene: 2,2 millones por año. Además, el agua es el vector de muchas enfermedades, la malaria entre ella, que cada año mata a un millón de personas" ([16]).

[...]

Hay muchos otros recursos en vías de extinción y para terminar este primer artículo subrayaremos brevemente dos de ellos.

Ni que decir tiene que el primero es el petróleo. Ya se sabe que se habla de agotamiento de las reservas naturales de petróleo desde los años 1970, pero hoy, en 2008, parece que hemos llegado de verdad a un vértice de producción de petróleo, al llamado pico o cenit de Hubbert, o sea el momento en que ya habremos agotado y consumido la mitad de los recursos naturales de petróleo estimados por las diferentes prospecciones geológicas. El petróleo representa hoy en torno al 40 % de la energía de base y más o menos el 90 % de la energía usada en los transportes; sus aplicaciones son también importantes en la industria química, especialmente en la fabricación de fertilizantes para la agricultura, plásticos, pegamentos, barnices, lubricantes y detergentes. Todo eso es posible porque el petróleo ha sido una fuente de débil costo y, en apariencia, sin límites. El cambio de perspectiva participa ya en el aumento de su precio, obligando al mundo capitalista a contemplar soluciones sustitutorias más baratas. Pero, una vez más, la recomendación de Clausius de no consumir en una generación más de lo que la naturaleza es capaz de reproducir no tiene el menor eco: el mundo capitalista se ha precipitado en una carrera desenfrenada al consumo de energía, países como China e India en cabeza, quemando todo lo que haya que quemar, volviendo al carbono fósil tóxico para producir energía, generando en todo su entorno una contaminación sin precedentes.

Incluso el recurso "milagroso" del pretendido biodiésel se empieza a olvidar tras haber mostrado sus insuficiencias. Producir combustible a partir de la fermentación alcohólica de almidón de maíz o de productos vegetales oleaginosos, no sólo no permite cubrir las necesidades actuales del mercado en combustible, sino que, sobre todo, hace aumentar los precios de los alimentos, lo cual conduce a matar de hambre a más población pobre. Los únicos en sacar ventaja, una vez más, son las empresas capitalistas, como las alimenticias que se han convertido al negocio de los biocarburantes. Para los simples mortales, en cambio, eso significa la tala de millones y millones de hectáreas de selvas y zonas boscosas para los cultivos. La producción de biodiésel requiere efectivamente el uso de enromes extensiones de terreno. Para darse una idea del problema, basta con pensar que una hectárea de tierra cultivada de colza o girasol, u otros semioleaginosos, produce unos mil litros de biodiésel, o sea para que funcione un automóvil durante unos 10 000 km. Si en base a una hipótesis de que la media de consumo de los autos de un país hace recorrer 10 000 km por año, cada coche consumirá todo el biodiésel extraído de una hectárea de terreno. Lo que significa que para un país como Italia, donde circulan 34 millones de vehículos, si se extrajera todo el carburante a partir de la agricultura, se necesitaría una superficie cultivable de 34 millones de hectáreas. Si se añaden los 4 millones de camiones, con motores más potentes, el consumo sería el doble, o sea, en total, una superficie de unos 70 millones de hectáreas, una superficie de casi el doble de la península itálica, con sus montañas, ciudades, etc., incluidas.

Aunque no se hable tanto del tema, se plantea un problema parecido al de los combustibles fósiles respecto a otros recursos de tipo mineral, por ejemplo los minerales de los que se extraen los metales. Cierto es que, en este caso, el metal no lo destruye el uso, como así ocurre con el petróleo o el gas metano, pero la producción capitalista, en su incuria total, acaba dispersando en la superficie de la tierra y en los vertederos cantidades importantes de metales, lo que hace que el abastecimiento en metales acabará, tarde o temprano, agotándose también. El uso, entre otras cosas, de ciertas aleaciones y multicapas, hace todavía más ardua la eventual labor de recuperación de un metal "puro".

La amplitud del problema aparece en cálculos según los cuales, en unas cuantas décadas, los recursos siguientes se habrán agotado: uranio, platino, oro, plata, cobalto, plomo, manganeso, mercurio, molibdeno, níquel, estaño, tungsteno y zinc. Son metales totalmente indispensables para la industria moderna y su penuria será un enorme problema en el futuro próximo. Y hay otras materias que tampoco son inagotables: se ha calculado que siguen disponibles (en el sentido de que es posible extraerlas desde un punto de vista económico) 30 mil millones de toneladas de hierro, 220 millones de toneladas de cobre, 85 millones de zinc. Para darse una idea de lo significan esas cantidades, baste pensar que para llevar a los países pobres al nivel de los países adelantados, se necesitarían 30 mil millones de toneladas de hierro, 500 millones de cobre, 300 millones de zinc, o sea más de lo que el planeta Tierra podría ofrecernos.

Ante la catástrofe anunciada, cabe preguntarse si el progreso y el desarrollo deben conjugarse necesariamente con la contaminación y la alteración del ecosistema Tierra. Cabe preguntarse si esos desastres deben atribuirse a la mala educación de los seres humanos o a otra razón. Eso es lo que veremos en el próximo artículo.

Ezechiele (agosto de 2008)


[1]) Manifiesto adoptado por el IXº Congreso de la CCI en julio de 1991.

[2]) Tiene algunos cortes efectuados en la versión « larga » publicada en Internet.

[3]) G. Barone y otros, "Il metano e il futuro del clima",en Biologi Italiani, no 8 (2005).

[4]) ídem.

[5]) G. Pellegri, Terzo mondo, nueva pattumiera creata dal buonismo tecnologico, véase http:/www.caritas-ticino.ch/rivista/elenco%20rivista/riv_0203/08%20-%20Terzo%m... [6]

[6]) Roberto Saviano, Gomorra, Viaggio nell'impero economico e nel sogno di dominio della camorra, Arnoldo Montaldi, 2006.

[7]) La Reppublica on-line (diario italiano) 29/10/2007.

[8]) La Repubblica, 6/02/2008. Solo en Estados Unidos se usan más de 100 mil millones de bolsas de plástico, casi dos mil millones de toneladas de petróleo son necesarias para producirlas, se tira la mayoría tardando años en descomponerse. La producción estadounidense de los casi 10 mil millones de bolsas de plástico requiere la tala de unos 15 millones de árboles.

[9]) Ver el artículo "Mediterraneo, un mare di plastica", en La Repubblica del 19 de julio de 2007.

[10]) No hay que excluir naturalmente que encarecimiento vertiginoso del petróleo al que estamos asistiendo desde finales del año pasado lleve a discutir la posibilidad de usas esa materia prima para producir plástico sintético biodegradable, acarreando en el futuro próximo conversiones a la nueva fé ecológica de unos empresarios preocupados, sí, pero por sus propios intereses.

[11]) Ver el artículo en italiano: "Alcuni effetti collaterali dell'industria, La chimica, la diga e il nucleare". http//archivio.carta.org/rivista/settimanale/2001/018/18industria.htm

[12]) Traducido de la edición italiana: Jared Diamond, Collasso, edizione Einaudi. En español Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen. Madrid, 2005.

[13]) Jared Diamond, Colasso, edizione Einaudi.

[14]) R.J.E Clausius (1885), nacido en Koslin (Prusia, hoy Polonia) en 1822 y muerto en Bonn en 1888.

[15]) Associazione Italiana Insegnanti Geografia, La crescita della popolazione. https://www.aiig.it/Un%20quaderno%20per%l [7]'ambiente/offline/crescita-pop.htm.

[16]) G. Carchella, "Acqua : l'oro blu del terzo millenario", en Lettera 22, associazione indipendente di giornalisti". https://www.lettera22.it/showart.php?id=296&rubrica=9 [8].

Series: 

  • Medioambiente [9]

Cuestiones teóricas: 

  • Medio ambiente [10]

Decadencia del capitalismo (III) - Qué método científico debe usarse para comprender el orden social existente, las condiciones y medios de su superación

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En la primera parte de esta serie consideramos la sucesión de acontecimientos: guerras mundiales, revoluciones y crisis económicas globales, que han marcado la entrada del capitalismo en su época de declive al principio del siglo xx, y que han planteado al género humano la alternativa: o la implantación de un modo de producción superior, o la barbarie. Sólo una teoría que abarque el conjunto del movimiento de la historia puede servir para comprender los orígenes y las causas de la crisis que confronta la civilización humana. Pero las teorías generales de la historia ya no están en boga entre los historiadores oficiales que, a medida que evoluciona la decadencia del capitalismo, son cada vez más incapaces de ofrecer una visión global, una explicación convincente de los orígenes de la espiral de catástrofes que ha marcado este periodo. Las grandes visiones históricas se descartan frecuentemente como un asunto de los filósofos alemanes idealistas del siglo xix como Hegel, o de los exageradamente optimistas liberales ingleses que, en la misma época, desarrollaron la idea de la Historia como un continuo progreso desde la oscuridad y la tiranía hasta la maravillosa libertad que, según ellos, disfrutaban los ciudadanos del Estado constitucional moderno (lo que se ha dado en llamar teoría "Whig" de la historia).

Pero esta incapacidad para considerar el movimiento histórico globalmente es característica de una clase que ya no impulsa el progreso histórico y cuyo sistema social no puede ofrecer ningún futuro a la humanidad. La burguesía podía mirar atrás y también hacia delante, a gran escala, cuando estaba convencida de que su modo de producción representaba un avance fundamental para la humanidad en comparación con las formas sociales anteriores, y cuando podía mirar el futuro con la confianza creciente de una clase ascendente. Los horrores de la primera mitad del siglo xx asestaron un golpe mortal a esa confianza. Nombres de lugares simbólicos, como el Somme y Passchendale, donde más de un millón de soldados de reemplazo fueron sacrificados en la carnicería de la Primera Guerra mundial, o Auschwitz e Hiroshima, sinónimos del asesinato masivo de civiles por el Estado; o fechas igualmente simbólicas, como 1914, 1929 y 1939, no sólo pusieron en cuestión todos los anteriores supuestos sobre el progreso moral, sino que también sugerían de manera alarmante, que el orden presente entonces y aún hoy día de la sociedad, podría no ser tan eterno como había parecido durante un tiempo. En suma, confrontada a la perspectiva de la desaparición del modo social que le dio carta de nacimiento -  sea a través del colapso en la anarquía o, lo que para la burguesía viene a ser lo mismo, a través de su destrucción por la clase obrera revolucionaria  - la historiografía burguesa prefiere ponerse anteojeras, perdiéndose en el estrecho empirismo de los cortos plazos y los acontecimientos locales, o desarrollar teorías como el relativismo y el posmodernismo, que rechazan cualquier noción de desarrollo progresivo de una época a otra, así como cualquier tentativa de descubrir un patrón de desarrollo en la historia humana. Además, la promoción de una "cultura popular y de famosos" acompaña y acomoda a diario esa represión de la conciencia histórica, ligada a las necesidades desesperadas del mercado: cualquier cosa de valor tiene que ser actual y nueva, surgiendo de la nada y llevando a ninguna parte.

Dada la estrechez de mente de la mayor parte de los "expertos oficiales", no es de extrañar que muchos de los que aún persiguen la búsqueda de un patrón de desarrollo global de la historia sean seducidos por los charlatanes de la religión y el ocultismo. El nazismo fue una de las primeras manifestaciones de esa tendencia -formando su ideología de un revoltijo farragoso de teosofía ocultista, pseudodarwinismo y teoría racista conspirativa, que ofrecía una solución "cajón de sastre" a todos los problemas del mundo, desanimando con gran efectividad la necesidad de pensar en nada más. El fundamentalismo cristiano y el islamista, o las numerosas teorías conspirativas respecto a la manipulación de la historia por los servicios secretos juegan hoy el mismo papel. La razón oficial burguesa, no sólo fracasa cuando trata de ofrecer respuestas a los problemas de la esfera social, sino que de hecho renuncia ampliamente siquiera a plantearse preguntas, dejando el campo libre a la sinrazón para inventarse sus propias soluciones mitológicas.

La intelectualidad dominante es, hasta cierto punto, consciente de esto. Está dispuesta a reconocer que ha sufrido realmente una pérdida de su antigua confianza en sí misma. Más que pregonar en positivo las alabanzas del capitalismo liberal como el mejor logro del espíritu humano, ahora tiende a retratarlo como lo menos malo; defectuoso, cierto, pero ampliamente preferible a todas las formas de fanatismo que parecen alinearse en su contra. Y en el campo de los fanáticos, no sólo pone al fascismo o al terrorismo islámico, sino también al marxismo, refutado ahora definitivamente como una forma de mesianismo utópico. ¿Cuántas veces no nos habrán dicho, habitualmente pensadores de tercera fila que se dan aires de estar diciendo algo nuevo, que la visión marxista de la historia es meramente una inversión del mito judeocristiano de la historia como un desarrollo hacia la salvación? El comunismo primitivo sería el Jardín del Edén y el comunismo futuro el paraíso por venir; el proletariado sería el Pueblo elegido, o el Mesías sufriente y los comunistas los profetas. Pero también nos dicen que esas proyecciones religiosas no son en absoluto inocuas: la realidad de los "gobiernos marxistas" habría mostrado en qué acaban todos esos intentos de implantar el paraíso en la tierra, en la tiranía y los campos de trabajo; que sería un proyecto insensato tratar de moldear el género humano que es imperfecto, según su visión de la perfección.

Y en efecto, para apoyar este análisis, está lo que nos presentan como la trayectoria del marxismo en el siglo xx: ¿Quién puede negar que la GPU estalinista recuerda a la Santa Inquisición? ¿O que Lenin, Stalin, Mao y otros grandes líderes fueron convertidos en nuevos dioses? Pero esa representación está profundamente alterada y por eso es defectuosa. Se basa en la mayor mentira del siglo: que estalinismo es igual a comunismo; cuando de hecho es su negación total. Lo que el estalinismo es realmente, es una forma de la contrarrevolución capitalista, como sostienen todos los marxistas genuinamente revolucionarios, de modo que el argumento de que la teoría marxista de la historia tiene que llevar inevitablemente al Gulag, tiene que cuestionarse.

Y también podemos responder, como Engels en sus escritos sobre los comienzos del cristianismo, que no hay nada extraño en las similitudes entre las ideas del movimiento obrero moderno y las prédicas de los profetas bíblicos o los primeros cristianos, porque estas últimas también representaban los esfuerzos de las clases explotadas y oprimidas y sus esperanzas de un mundo basado en la solidaridad humana y no en la dominación de clase. Debido a las limitaciones impuestas por el sistema social en que surgieron, aquellos comunistas precoces no podían ir más allá de una visión mítica o religiosa de la sociedad sin clases. Ese ya no es el caso hoy día, puesto que la evolución histórica ha hecho de la sociedad comunista, tanto una posibilidad racional cuanto una necesidad urgente. Así que, más que ver el comunismo moderno a la luz de los viejos mitos, podemos entender los viejos  mitos a la luz del comunismo moderno.

Para nosotros el marxismo, el materialismo histórico, no es otra cosa que la visión teórica de una clase que, por primera vez en la historia, es al mismo tiempo una clase explotada y revolucionaria, una clase portadora de un orden social nuevo y superior. Su esfuerzo, que es realmente una necesidad para ella, por examinar el modelo del pasado y las perspectivas para el futuro, puede verse así liberado de los prejuicios de una clase dominante, que en última instancia siempre se ve impulsada a negar y ocultar la realidad en interés de su sistema de explotación. La teoría marxista también está basada en el método científico, a diferencia de los esbozos poéticos de las clases explotadas anteriores. Puede que no sea una ciencia exacta clasificable en la misma categoría que muchas ciencias naturales, ya que no puede constreñir la humanidad y su infinitamente compleja historia, en una serie de experimentos de laboratorio reproducibles -  pero entonces la teoría de la evolución también está sujeta a limitaciones similares. La cuestión es que sólo el marxismo es capaz de aplicar el método científico al estudio del orden social existente y los que le precedieron, empleando rigurosamente la mejor erudición que puede ofrecer la clase dominante y al mismo tiempo yendo más allá, planteando una síntesis superior.

Prefacio a la Contribución a la Crítica de la economía política

En 1859, mientras estaba profundamente implicado en el trabajo que daría origen a el Capital, Marx escribió un breve texto que plantea un resumen magistral de todo su método histórico. Fue en el Prefacio a una obra llamada Contribución a la Crítica de la economía política, una obra que fue ampliamente sustituida, o al menos eclipsada, por la aparición de el Capital. Después de ofrecernos un informe resumido del desarrollo de su pensamiento desde sus primeros estudios de derecho hasta su preocupación en ese momento por la economía política, Marx llega al cogollo del asunto -  los "principios-guía de mis estudios". Aquí se resume con magistral precisión y claridad la teoría marxista de la historia. Por eso tenemos la intención de examinar ese pasaje lo más de cerca posible, para establecer las bases de una verdadera comprensión de la época que vivimos.

Hemos incluido completo el pasaje más crucial de este texto como un apéndice a este artículo, pero a partir de ahora queremos tratar en detalle cada una de sus partes.

"Una sociedad no desaparece nunca antes de que sean desarrolladas todas las fuerzas productoras que pueda contener, y las relaciones de producción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones han sido incubadas en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso la humanidad no se propone nunca más que los problemas que puede resolver, pues, mirando más de cerca, se verá siempre que el problema mismo no se presenta más que cuando las condiciones materiales para resolverlo existen o se encuentran en estado de existir. Esbozados a grandes rasgos, los modos de producción asiáticos, antiguos, feudales y burgueses modernos, pueden ser designados como otras tantas épocas progresivas de la formación social económica. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso de producción social, no en el sentido de un antagonismo individual, sino en el de un antagonismo que nace de las condiciones sociales de existencia de los individuos; las fuerzas productoras que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa, crean al mismo tiempo las condiciones materiales para resolver este antagonismo. Con esta formación social termina, pues, la prehistoria de la sociedad humana" (Carlos Marx, Contribución a la Crítica de la economía política, 1978, Madrid, pag. 43-44).

Las relaciones de producción y las fuerzas productivas

"... en la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real, sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política y a la que corresponden formas sociales determinadas de conciencia. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, política e intelectual en general" (Idem, pag. 42-43).

Frecuentemente el marxismo es caricaturizado por sus críticos, habitualmente burgueses o seudo radicales, como una teoría mecanicista, "objetivista", que busca reducir la complejidad del proceso histórico a una serie de leyes de bronce sobre las que los sujetos humanos no tienen ningún control y que los arrastran como apisonadora a un resultado final fatídicamente determinado. Cuando no se nos dice que es otra forma de religión, o se nos cuenta que el pensamiento marxista es un producto típico de la adoración acrítica del siglo xix por la ciencia y sus ilusiones de progreso, que buscaría aplicar las leyes predecibles y verificables del mundo natural -  física, química, biología  - a los modelos fundamentalmente impredecibles de la vida social. Marx es entonces estigmatizado como autor de una teoría de la evolución inevitable y lineal de un modo de producción a otro, que lleva inexorablemente de la sociedad primitiva al comunismo, pasando por el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo. Y todo el conjunto de este proceso resulta aún más predeterminado porque está supuestamente causado por un desarrollo puramente técnico de las fuerzas productivas.

Es cierto que en el seno de movimiento obrero se han producido deslices subsidiarios de esa visión. Por ejemplo, durante el periodo de la IIª Internacional, cuando había una tendencia creciente a que los partidos obreros se "institucionalizaran", había un proceso equivalente a nivel teórico, una vulnerabilidad a las concepciones dominantes del progreso y una cierta tendencia a contemplar la "ciencia" como algo en sí mismo, apartado de las relaciones de clase reales en la sociedad. La idea de Kautsky del socialismo científico como una invención de los intelectuales que después tenía que ser inyectada a la masa proletaria era una expresión de esta tendencia. Como así fue el caso también, aún más si cabe, durante el siglo xx, con gran parte de lo que había sido en algún momento marxismo y se convertía en abierta apología del orden capitalista; las visiones mecanicistas del progreso histórico eran desde ese momento oficialmente codificadas. No hay demostración más clara de esto que el manual de "marxismo-leninismo" de Stalin, Breve curso de historia del PCUS, donde la teoría de la primacía de las fuerzas productivas se plantea como la visión materialista de la historia: "La segunda característica de la producción consiste en que sus cambios y su desarrollo arrancan siempre, como de su punto de partida, de los cambios y del desarrollo de las fuerzas productivas, y, ante todo, de los que afectan a los instrumentos de producción. Las fuerzas productivas constituyen, por tanto, el elemento más dinámico y más revolucionario de la producción. Al principio, cambian, se desarrollan las fuerzas productivas de la sociedad, y luego, con sujeción a estos cambios y congruentemente con ellos, cambian las relaciones de producción entre los hombres, sus relaciones económicas" (https://www.marxists.org/espanol/tematica/histsov/pcr-b/cap4.htm [11]).

Esta concepción de la primacía de las fuerzas productivas coincidía muy netamente con el proyecto fundamental del estalinismo: "desarrollar las fuerzas productivas" de la URSS a expensas del proletariado y con intención de convertir a Rusia en una gran potencia mundial. Era completamente conforme a los intereses del estalinismo presentar el apilamiento de grandes plantas industriales que tuvo lugar durante los años 30, como pasos hacia el comunismo, y tratar de impedir cualquier cuestionamiento relativo a las relaciones sociales subyacentes tras ete "desarrollo" -la feroz explotación de la clase de trabajadores asalariados, en otras palabras, la extracción de plusvalía con vistas a la acumulación de capital.

Para Marx, todo ese planteamiento se rechaza en las primeras líneas del Manifiesto comunista, que presenta la lucha de clases como la fuerza dinámica de la evolución histórica, en otras palabras, la lucha entre diferentes clases sociales ("Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales") por la apropiación del plustrabajo. También se niega igual de claramente en las primeras líneas de nuestra cita del Prefacio: "... en la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad...". Son seres humanos de carne y hueso los que "entran en relaciones determinadas", los que hacen la historia, y no "fuerzas productivas", no máquinas, aunque haya necesariamente una estrecha conexión entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas que les "corresponden". Como Marx plantea en otro famoso pasaje de el 18 Brumario de Luís Bonaparte: "Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado" (https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm#i [12]).

Nótese atentamente: en condiciones que ellos no han elegido; los hombres entran en relaciones determinadas "independientes de su voluntad". Hasta ahora, al menos. En las condiciones que han predominado en todas las formas de sociedad existentes hasta hoy, las relaciones que los seres humanos han entablado entre sí no han estado claras para ellos, han aparecido más o menos nubladas por las representaciones mitológicas e ideológicas; por eso mismo, con la llegada de la sociedad de clases, las formas de riqueza que los hombres engendran a través de esas relaciones, tienden a írseles de las manos, a convertirse en una fuerza extraña superior. Según esta visión, los seres humanos no son productos pasivos de su entorno, o de las herramientas que producen para satisfacer sus necesidades, pero, al mismo tiempo, no dominan todavía sus propias fuerzas sociales ni son dueños de los productos de su propio trabajo.

Ser social y conciencia social

"No es la conciencia de los hombres la que determina la realidad; por el contrario, la realidad social es la que determina su conciencia... Al considerar tales trastornos importa siempre distinguir entre el trastorno material de las condiciones económicas de producción -que se debe comprobar fielmente con ayuda de las ciencias físicas y naturales- y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas; en una palabra, las formas ideológicas, bajo las cuales los hombres adquieren conciencia de este conflicto y lo resuelven. Así como no se juzga a un individuo por la idea que él tenga de sí mismo, tampoco se puede juzgar tal época del trastorno por la conciencia de sí misma; es preciso, por el contrario, explicar esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto que existe entre las fuerzas productoras sociales y las relaciones de producción" (Prefacio a la Contribución a la crítica de la economía Política, op. cit., pág. 43).

En suma, los hombres hacen su propia historia, pero no aún en plena conciencia de lo que están haciendo. De ahí que, al estudiar un cambio histórico, no podemos contentarnos con estudiar las ideas y creencias de una época, o con examinar las modificaciones en los sistemas de gobierno o de legislación; para captar cómo evolucionan esas ideas y sistemas, es necesario ir a los conflictos sociales fundamentales que yacen tras ellos.

Una vez más hay que decir que este planteamiento de la historia no descarta el papel activo de la conciencia, de los ideales y de las formaciones políticas y legales, su impacto real en las relaciones sociales y el desarrollo de las fuerzas productivas. Por ejemplo, la ideología de las clases esclavistas de la Antigüedad consideraba completamente despreciable el trabajo, y esta actitud jugó un papel directo impidiendo que los avances científicos considerables que llevaron a cabo los filósofos griegos repercutieran en el desarrollo práctico de la ciencia, en la invención y verdadera puesta en funcionamiento de herramientas y técnicas que hubieran aumentado la productividad del trabajo. Pero la realidad subyacente tras esta barrera era el propio modo de producción esclavista: la existencia del esclavismo como base de la creación de riqueza en la sociedad clásica era la fuente del desprecio por el trabajo de los esclavistas y el hecho de que, para ellos, aumentar el plustrabajo, pasaba necesariamente por aumentar el número de esclavos.

En escritos posteriores, Marx y Engels tuvieron que defender su planteamiento teórico, tanto de los abiertamente críticos con él, como de los seguidores equivocados, que interpretaban la posición de que "el ser social determina la conciencia social", de la forma más vulgar posible, por ejemplo pretendiendo que significaba que todos los miembros de la burguesía estarían fatalmente determinados a pensar igual debido a su posición económica en la sociedad; o de forma aún más absurda, que todos los miembros del proletariado están obligados a tener una clara conciencia de sus intereses de clase porque están sometidos a la explotación. Esas actitudes reduccionistas fueron precisamente las que llevaron a Marx a decir "Yo no soy marxista". Hay numerosas razones que hacen que, de entre la clase obrera tal cual existe en la "normalidad" del capitalismo, sólo una minoría reconoce su verdadera situación de clase: no sólo diferencias en la historia individual y la psicología, sino fundamentalmente, el papel activo que juega la ideología dominante impidiendo que los dominados puedan comprender sus propios intereses de clase -una ideología dominante cuyas connotaciones y efectos van más allá de la propaganda inmediata de la clase dominante, puesto que está profundamente arraigada en las mentes de los explotados, "La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos" (https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm#i [12]), como escribió Marx a continuación del pasaje de el 18 Brumario que hemos citado antes sobre que los hombres hacen su propia historia en condiciones que no eligen.

De hecho, la comparación de Marx entre la ideología de una época y lo que un individuo piensa de sí mismo, lejos de expresar una visión reduccionista de Marx, muestra realmente una profundidad psicológica: sería un mal psicoanalista quien no prestara ningún interés a lo que un paciente cuenta sobre sus sentimientos y convicciones, pero sería igualmente mediocre si se detuviera en la conciencia que el paciente tiene de sí mismo, ignorando la complejidad de los elementos ocultos e inconscientes de su perfil psicológico. Lo mismo vale para la historia de las ideas o la historia "política", que puede decirnos mucho sobre lo que estaba ocurriendo en una época determinada, pero que sólo nos da un reflejo distorsionado de la realidad. De ahí el rechazo de Marx ante todos los planteamientos históricos que se quedaban en la superficie aparente de los acontecimientos: "Toda la concepción histórica, hasta ahora, ha hecho caso omiso de esta base real de la historia, o la ha considerado simplemente como algo accesorio, que nada tiene que ver con el desarrollo histórico. Esto hace que la historia debe escribirse siempre con arreglo a una pauta situada fuera de ella; la producción real de la vida se revela como algo protohistórico, mientras que la historicidad se manifiesta como algo separado de la vida usual, como algo extra y supraterrenal. De este modo, se excluye de la historia el comportamiento de los hombres hacia la naturaleza, lo que engendra la antítesis de naturaleza e historia. Por eso, esta concepción sólo acierta a ver en la historia las acciones políticas de los caudillos y del Estado, las luchas religiosas y las luchas teóricas en general, y se ve obligada a compartir, especialmente, en cada época histórica, las ilusiones de esta época. Por ejemplo, una época se imagina que se mueve por motivos puramente "políticos" o "religiosos", a pesar de que la "religión" o la "política" son simplemente las formas de sus motivos reales: pues bien, el historiador de la época de que se trata, acepta sin más tales opiniones. Lo que estos determinados hombres se "figuraron", se "imaginaron" acerca de su práctica real se convierte en la única potencia determinante y activa que dominaba y determinaba la práctica de estos hombres. Y así, cuando la forma tosca con que se presenta la división del trabajo entre los hindúes y los egipcios provoca en estos pueblos el régimen de castas propio de su Estado y de su religión, el historiador cree que el régimen de castas fue la potencia que engendró aquella tosca forma social" (la Ideología alemana, Barcelona 1970, pag. 41-42).

Las épocas de revolución social

Volvamos ahora al pasaje del Prefacio que más claramente contribuye a comprender la presente fase histórica en la vida del capitalismo: "Durante el curso de su desarrollo, las fuerzas productoras de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo cual no es mas que su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad en cuyo interior se habían movido hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en trabas de estas fuerzas. Entonces se abre una era de revolución social" (Prefacio a la Contribución a la crítica de la economía política, op. cit., pag. 43).

Aquí Marx muestra una vez más, que el elemento activo en el proceso histórico son las relaciones que los hombres empiezan a establecer entre sí para producir las necesidades de la vida. Revisando el movimiento de una forma social a otra, se hace evidente que hay una dialéctica constante entre los periodos en que esas relaciones dan lugar a un verdadero desarrollo de las fuerzas productivas y los periodos en que esas mismas relaciones se convierten en una traba para su desarrollo ulterior. En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels mostraron que las relaciones capitalistas de producción, surgiendo de la sociedad feudal decadente, actuaron como una fuerza profundamente revolucionaria, barriendo todas las formas obsoletas de la vida social y económica que se levantaron en su camino. La necesidad de competir y producir lo más barato posible, obligó a la burguesía a revolucionar constantemente las fuerzas productivas; la necesidad incesante de encontrar nuevos mercados para sus mercancías la obligó a invadir todo el globo y a crear un mundo a su imagen y semejanza.

En 1848, las relaciones sociales capitalistas eran claramente una "forma de desarrollo" y sólo se habían implantado firmemente en uno o dos países. Sin embargo, la violencia de las crisis económicas del primer cuarto del siglo XIX condujeron inicialmente a los autores del Manifiesto a concluir que el capitalismo ya se había convertido en una traba al desarrollo de las fuerzas productivas, poniendo la revolución comunista (o al menos una transición rápida de la revolución burguesa a la revolución proletaria) al orden del día.

"En las crisis comerciales se destruye regularmente gran parte no sólo de los productos engendrados, sino de las fuerzas productivas ya creadas. En las crisis estalla una epidemia social que en todas las épocas anteriores hubiese parecido un contrasentido: la epidemia de la superproducción. Súbitamente, la sociedad se halla retrotraída a una situación de barbarie momentánea; una hambruna, una guerra de exterminio generalizada parecen haberle cortado todos sus medios de subsistencia; la industria, el comercio, parecen aniquilados. ¿Y ello por qué? Porque posee demasiada civilización, demasiados medios de subsistencia, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone ya no sirven al fomento de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, se han tornado demasiado poderosas para estas relaciones, y éstas las inhiben; y en cuanto superan esta inhibición, ponen en desorden toda la sociedad burguesa, ponen en peligro la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas se han tornado demasiado estrechas como para abarcar la riqueza por ellas engendrada" (Marx/Engels, el Manifiesto comunista, cap. "Burgueses y proletarios", Barcelona, 1998, pp. 46-47).

Con la derrota de las revoluciones de 1848 y la enorme expansión del capitalismo mundial que se produjo en el periodo siguiente, tuvieron que revisar ese planteamiento, a pesar de que sea comprensible que estuvieran impacientes por la llegada de una era de revolución social, del día del juicio al arrogante orden del capital mundial. Pero lo importante de su planteamiento es el método básico: el reconocimiento de que un orden social no podía ser erradicado hasta que no hubiera entrado definitivamente en conflicto con el desarrollo de las fuerzas productivas, precipitando toda la sociedad en una crisis, no coyuntural ni de juventud, sino enteramente en una "era" de crisis, de convulsión, de revolución social; dicho de otra forma, en una crisis de decadencia.

En 1858 Marx volvía de nuevo sobre esta cuestión: "La verdadera tarea de la sociedad burguesa es la creación del mercado mundial, al menos en esbozo, y la de la producción basada en ese mercado. Puesto que el mundo es redondo, la colonización de California y Australia y el desarrollo de China y Japón parecen haber completado ese proceso. Lo difícil para nosotros es esto: en el continente, la revolución es inminente y asumirá de inmediato un carácter socialista. ¿No estará destinada a ser aplastada en este pequeño rincón, teniendo en cuenta que en un territorio mucho mayor el movimiento de la sociedad burguesa está todavía en ascenso" (Correspondencia de Marx a Engels, Manchester, 8 de octubre de 1858).

Lo interesante de este pasaje es precisamente la cuestión que plantea: ¿Cuáles son los criterios históricos para determinar el tránsito a una época de revolución social en el capitalismo? ¿Puede haber una revolución social mientras el capitalismo es aún un sistema globalmente en expansión? Marx se precipitó al pensar que la revolución era inminente en Europa. De hecho, en una carta a Vera Zasulich sobre el problema de Rusia, escrita en 1881, parece que modificó de nuevo su posición: "El sistema capitalista ha pasado ya la flor de la vida en Occidente, aproximándose al momento en que no será mas que un sistema social regresivo" (citado en Shanin, Late Marx and the Russian Road, RKP, pag. 103, traducido por nosotros). Así, 20 años después de 1858, el sistema estaría sólo "aproximándose" a su periodo "regresivo", incluso en los países avanzados. Esto expresa las dificultades que confrontaba Marx debido a la situación histórica en la que vivía. Como se demostró después, el capitalismo aún tenía ante sí una última fase de verdadero desarrollo global, la fase del imperialismo, que abocaría en un periodo de convulsiones a escala mundial, indicando que todo el sistema, y no sólo una parte de él, se hundía en su crisis de senilidad. Sin embargo la preocupación de Marx en estas cartas muestra hasta qué punto se tomó en serio el problema de basar una perspectiva revolucionaria en la decisión de si el capitalismo había llegado o no a esa época.

Abandono de las herramientas caducas: la necesidad de períodos de decadencia

"Una sociedad no desaparece nunca antes de que sean desarrolladas todas las fuerzas productoras que pueda contener, y las relaciones de producción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones han sido incubadas en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso la humanidad no se propone nunca más que los problemas que puede resolver, pues, mirando más de cerca, se verá siempre que el problema mismo no se presenta más que cuando las condiciones materiales para resolverlo existen o se encuentran en estado de existir."

En este pasaje, Marx destaca aún más la importancia de basar la perspectiva de la revolución social, no únicamente en la aversión moral que inspira un sistema de explotación, sino en su incapacidad para desarrollar la productividad del trabajo y, en general, la capacidad de los seres humanos parta satisfacer sus necesidades materiales.

El argumento de que una sociedad no desaparece nunca hasta que ha llevado a cabo toda su capacidad de desarrollo se ha empleado para argumentar contra la idea de que el capitalismo haya alcanzado su periodo de decadencia: el capitalismo ha crecido claramente después de 1914, y no podríamos decir que es decadente hasta que cese completamente de crecer. Es cierto que teorías como la de Trotski en los años 30, que afirmaba que las fuerzas productivas habían dejado de crecer, han causado una gran confusión. Teniendo en cuenta que el capitalismo estaba inmerso en ese momento en la mayor depresión que ha conocido hasta ahora, esa visión parecía plausible; aparte de eso, la idea de que la decadencia está marcada por el cese del desarrollo de las fuerzas productivas, e incluso su regresión, se puede aplicar hasta cierto punto a las sociedades de clase anteriores, en las que la crisis era siempre el resultado de la subproducción, de la incapacidad absoluta para producir lo suficiente para abastecer las necesidades básicas de la sociedad (e incluso en esos sistemas, el proceso de "decadencia" no se desarrollaba nunca sin que se produjeran fases de aparente recuperación e incluso de crecimiento vigoroso). Pero el problema fundamental de esta posición es que ignora la realidad esencial del capitalismo, la necesidad de crecimiento, de acumulación, de la reproducción ampliada de valor. Como veremos, en la decadencia del sistema, esa necesidad solo puede resolverse manipulando cada vez más las mismas leyes de la producción capitalista; pero como también veremos, probablemente no se llegará nunca al punto en que la acumulación capitalista sea imposible. Como señaló Rosa Luxemburg en la Anticrítica, ese punto es "una ficción teórica, porque la acumulación de capital no es sólo un proceso económico, sino también político". Además, Marx ya había lanzado la idea de la no identidad entre fase de declive del capitalismo y cese de las fuerzas productivas: "El desarrollo mayor de estas mismas bases (la flor en que se transforman; pero se trata siempre de esas bases, de esa planta como flor; y por tanto marchitándose después del florecimiento) es el punto en que se ha realizado totalmente, se ha desarrollado en la forma que es compatible con el mayor desarrollo de las fuerzas productivas, y por tanto también con el desarrollo más rico de los individuos. Tan pronto como se llega a este punto, el desarrollo posterior aparece como declive, y el nuevo desarrollo empieza desde nuevas bases" (Gründisse, V:"Diferencia entre el modo de producción capitalista y todos los modos anteriores"; subrayado por nosotros).

El capitalismo ha desarrollado ciertamente suficientes fuerzas productivas para que pueda surgir un modo de producción nuevo y superior. De hecho, desde el momento en que se han desarrollado las condiciones materiales para el comunismo, el sistema ha entrado en declive. Al crear una economía mundial -fundamental para el comunismo- el capitalismo también alcanzaba los límites de su desarrollo saludable. La decadencia del capitalismo no tiene que identificarse con un cese completo de la producción, sino con una serie creciente de catástrofes y convulsiones que demuestran la absoluta necesidad de su derrocamiento.

El punto principal en que insiste Marx aquí es la necesidad de un periodo de decadencia. Los hombres no hacen la revolución por puro placer, sino porque están obligados por necesidad, por los sufrimientos intolerables que acarrea la crisis de un sistema. Por eso mismo, sus ataduras con el statu quo están profundamente arraigadas en su conciencia, y sólo el creciente conflicto entre esa ideología y la realidad material que confrontan, puede llevarlos a levantarse contra el sistema dominante. Esto es cierto sobre todo para la revolución proletaria, que por primera vez requiere una transformación consciente de todos los aspectos de la vida social.

Se acusa a veces a los revolucionarios de defender la idea de "cuanto peor, mejor"; de que cuanto más sufran las masas, más probable es que sean revolucionarias. Pero no hay ninguna relación mecánica entre sufrimiento y conciencia revolucionaria. El sufrimiento contiene una dinámica hacia la reflexión y la revuelta, pero también puede demoler y dejar exhausta la capacidad de llevar a cabo esa revuelta; o incluso conducir a la adopción de formas completamente falsas de rebelión, como muestra el desarrollo actual del fundamentalismo islámico. Un periodo de decadencia es necesario para convencer a la clase obrera de que necesita construir una nueva sociedad, pero, por otra parte, una época de decadencia que se prolongue indefinidamente puede amenazar la posibilidad misma de la revolución, arrastrando al mundo a través de una espiral de desastres que sólo sirven para destruir las fuerzas productivas acumuladas y en particular la más importante de todas ellas, el proletariado. Este es realmente el peligro que plantea la fase final de la decadencia, a la que nos referimos como la descomposición, que según nuestra posición, ya ha comenzado.

Este problema de una sociedad que se pudre sobre sus propios cimientos es particularmente agudo en el capitalismo porque, a diferencia de los modos de producción anteriores, la maduración de las condiciones materiales para una nueva sociedad -el comunismo- no coincide con el desarrollo de nuevas formas económicas dentro del viejo orden social. En la decadencia del esclavismo en Roma, el desarrollo de estados feudales era a menudo obra de miembros de la antigua clase propietaria de esclavos que se habían distanciado del Estado central para evitar la aplastante carga de sus impuestos. En el periodo de la decadencia feudal, la nueva clase burguesa surgió en las ciudades -que siempre habían sido los centros comerciales del viejo sistema- y estableció los fundamentos de una nueva economía basada en la manufactura y el comercio. La emergencia de estas nuevas formas de producción era al mismo tiempo una respuesta a la crisis del viejo orden social y un factor que empujaba cada vez más hacia su disolución.

Con el declive del capitalismo, las fuerzas productivas que ha puesto en marcha entran en un conflicto creciente con las relaciones sociales en las cuales operan. Esto se expresa sobre todo en el contraste entre la enorme capacidad productiva del capitalismo y su incapacidad para absorber todas las mercancías que produce, en suma, en la crisis de sobreproducción. Pero mientras esta crisis hace cada vez más urgente la abolición de las relaciones mercantiles al tiempo que distorsiona progresivamente las leyes de estas mismas relaciones, no conduce sin embargo al surgimiento espontáneo de formas económicas comunistas. A diferencia de las clases revolucionarias anteriores, la clase obrera es una clase desposeída y explotada, y no puede construir su nuevo orden económico en el marco del modo de producción anterior. El comunismo solo puede ser resultado de una lucha cada vez más consciente contra el viejo orden, que lleve al derrocamiento político de la burguesía como precondición para la transformación comunista de la vida económica y social. Si el proletariado es incapaz de alzar su lucha a los niveles necesarios de conciencia y autoorganización, las contradicciones del capitalismo no llevarán a un nuevo orden social superior, sino a "la ruina mutua de las clases en conflicto".

Gerrard

Apéndice

Prefacio a la Introducción a la Crítica de la economía política

El pasaje completo del Prefacio dice: "El resultado general a que llegué y que, una vez obtenido, me sirvió de guía para mis estudios, puede formularse brevemente de este modo: en la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; Estas relaciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real, sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política y a la que corresponden formas sociales determinadas de conciencia. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, política e intelectual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina la realidad; por el contrario, la realidad social es la que determina su conciencia. Durante el curso de su desarrollo, las fuerzas productoras de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo cual no es más que su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad en cuyo interior se habían movido hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en trabas de estas fuerzas. Entonces se abre una era de revolución social. El cambio que se ha producido en la base económica trastorna más o menos lenta o rápidamente toda la colosal superestructura. Al considerar tales trastornos importa siempre distinguir entre el trastorno material de las condiciones económica de la producción -que se debe comprobar fielmente con ayuda de las ciencias físicas y naturales- y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas; en una palabra, las formas ideológicas, bajo las cuales los hombres adquieren conciencia de este conflicto y lo resuelven. Así como no se juzga a un individuo por la idea que él tenga de sí mismo, tampoco se puede juzgar tal época de trastorno por la conciencia de sí misma; es preciso, por el contrario, explicar esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto que existe entre las fuerzas productoras sociales y las relaciones de producción. Una sociedad no desaparece nunca antes de que sean desarrolladas todas las fuerzas productoras que pueda contener, y las relaciones de producción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones han sido incubadas en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso la humanidad no se propone nunca más que los problemas que puede resolver, pues, mirando de más cerca, se verá siempre que el problema mismo no se presenta más que cuando las condiciones materiales para resolverlo existen o se encuentran en estado de existir. Esbozados a grandes rasgos, los modos de producción asiático, antiguo, feudal y burgués moderno, pueden ser designados como otras tantas épocas progresivas de la formación social económica. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso de producción social, no en el sentido de un antagonismo individual, sino en el de un antagonismo que nace de las condiciones sociales de existencia de los individuos; las fuerzas productoras que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa crean al mismo tiempo las condiciones materiales para resolver este antagonismo. Con esta formación social termina pues la prehistoria de la sociedad humana."

Series: 

  • Decadencia del capitalismo [13]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La decadencia del capitalismo [14]

X - Los problemas del período de transición, 8

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Terminamos aquí la publicación de la serie de artículos sobre los "Problemas del período de transición", publicados en la revista Bilan entre 1934 y 1937. Este último artículo se publicó en Bilan no 38 (diciembre de 1936/enero de 1937). En él se continua el debate teórico que la Izquierda italiana quería llevar a cabo a toda costa, pues lo consideraba como la clave para sacar las lecciones de la derrota de la Revolución rusa y preparar el terreno para el éxito de la revolución en el futuro. Como lo mencionamos en la introducción del artículo anterior de la serie, el debate fue muy amplio. El artículo que sigue se refiere a la corriente trotskista, a los internacionalistas holandeses y también a los desacuerdos entre Mitchell (miembro de la minoría de la Liga de los comunistas internacionalistas que evolucionó para formar la Fracción belga de la Izquierda comunista) y "los camaradas de Bilan" quienes, según Mitchell, no insistían lo suficiente en el problema de la transformación económica tras la toma del poder por el proletariado.

Sea cual que sea la respuesta a ese problema, el texto de Mitchell plantea una serie de cuestiones importantes sobre la política económica del proletariado; en particular, cómo superar la dominación de la producción sobre el consumo característica de las relaciones sociales capitalistas, y cómo eliminar la ley del valor tan propia de esas relaciones. No trataremos estas cuestiones aquí, pero posteriormente habrá otro artículo que intentará estudiar más profundamente las divergencias entre los Comunistas de izquierda italianos y los holandeses, puesto que este debate sigue siendo, hasta hoy, la base de partida para abordar el problema de cómo podrá la clase obrera suprimir la acumulación capitalista y crear un método de producción que responda a las verdaderas necesidades de la humanidad.

Bilan n° 38 (diciembre 1936-enero de 1937)

Nos quedan por examinar algunas normas de gestión económicas que condicionan, a nuestro parecer, el vínculo entre el partido y las masas, base del reforzamiento de la dictadura del proletariado.

Es una verdad para cualquier sistema de producción: no puede desarrollarse sino basándose en una reproducción ampliada, o sea en la acumulación de riquezas. Pero un tipo de sociedad se define menos por sus formas y manifestaciones exteriores que por su contenido social, por los mecanismos dominantes en la producción, o sea por las relaciones de clase. En la evolución histórica, ambos procesos, interno y externo, se mueven evidentemente en una constante contradicción. El desarrollo capitalista ha demostrado con toda evidencia que la progresión de las fuerzas productivas genera al mismo tiempo su contrario, el retroceso de las condiciones materiales del proletariado, fenómeno que se tradujo en la contradicción entre el valor de cambio y el valor de uso, entre la producción y el consumo. Ya señalamos que el sistema capitalista no fue un sistema progresista por naturaleza, sino por necesidad (aguijoneado por la acumulación y la competencia). Marx puso en evidencia ese contraste diciendo que el "aumento de la fuerza productiva sólo tiene importancia si aumenta el trabajo excedente (o sobretrabajo) de la clase obrera y no si disminuye el tiempo necesario para la producción material" (el Capital, Volumen X) .

Partiendo de la comprobación válida para todos los tipos de sociedades de que el sobretrabajo es inevitable, el problema se concentra esencialmente entonces en el método de apropiación y la destrucción del sobretrabajo, la masa de sobretrabajo y su duración, la relación de esta masa con el trabajo total, y, en fin, el ritmo de su acumulación. E inmediatamente, podemos poner de relieve otra observación de Marx, que "la verdadera riqueza de la sociedad y la posibilidad de una ampliación continua del proceso de reproducción no depende de la duración del trabajo excedente, sino de su productividad y de las condiciones más o menos ventajosas en que trabaja esa productividad" (el Capital). Añade además que la condición fundamental para la instauración del "régimen de la libertad", es la reducción de la jornada laboral.

Estas consideraciones nos permiten percibir la tendencia que debe imprimirse a la evolución de la economía proletaria. También nos autorizan a rechazar la concepción que ve la prueba absoluta del "socialismo" en el crecimiento de las fuerzas productivas. Esa concepción no sólo fue defendida por el centrismo, sino también por Trotski: "... el liberalismo hace como si no viera los enormes progresos económicos del régimen soviético, es decir las pruebas concretas de las incalculables ventajas del socialismo. Los economistas de las clases desposeídas silencian simplemente los ritmos de desarrollo industrial sin precedentes en la historia mundial" ("Lucha de clases", junio de 1930).

Ya lo hemos mencionado al empezar este capítulo, esa cuestión de "ritmo" siguió siendo una de las preocupaciones principales de Trotski y de su oposición por mucho que no sea, ni mucho menos, la misión del proletariado, la cual consiste en modificar el objetivo de la producción y no en acelerar su ritmo a costa de la miseria del proletariado, como ocurre bajo el capitalismo. El proletariado tiene tantas menos razones de ocuparse del "ritmo" porque, por un lado, no condiciona para nada la construcción del socialismo, puesto que éste es de carácter internacional, y porque, por otro lado, la contribución de la alta tecnología capitalista a la economía socialista mundial hará aparecer su valor nulo.

Reorientar la producción al servicio del consumo

Cuando nos planteamos como tarea económica primordial la necesidad de cambiar el objetivo de la producción, es decir de orientarlo hacia las necesidades del consumo, lo decimos obviamente como un proceso y no como un resultado inmediato de la Revolución. La estructura misma de la economía transitoria, tal como la analizamos, es incapaz de generar ese automatismo económico, ya que la supervivencia del "derecho burgués" deja subsistir algunas relaciones sociales de explotación y que la fuerza de trabajo sigue conservando, en cierta medida, su carácter de mercancía. La política del partido, estimulada por la actividad reivindicativa de los obreros a través de sus organizaciones sindicales, debe precisamente tender a suprimir la contradicción entre fuerza de trabajo y trabajo, desarrollada hasta su extremo límite por el capitalismo. En otros términos, al uso capitalista de la fuerza de trabajo para la acumulación de capital debe sustituirse el uso "proletario" de esa fuerza de trabajo para necesidades puramente sociales, lo que favorecerá la consolidación política y económica del proletariado.

En la organización de la producción, el Estado proletario ha de inspirarse, ante todo, de las necesidades de las masas, desarrollar las ramas productivas que pueden satisfacerlas, en función obviamente de las condiciones específicas y materiales que prevalecen en una economía determinada.

Si el programa económico elaborado se mantiene en el marco de la construcción de la economía socialista mundial, se mantiene pues conectado a la lucha de clases internacional, el Estado proletario podrá tanto más dedicarse a su tarea de desarrollar el consumo. Por el contrario, si ese programa adquiere un carácter autónomo dedicado directa o indirectamente al "socialismo nacional", una parte creciente del plustrabajo se dedicará a construir empresas que, en el futuro, no se justificarán en la división internacional del trabajo; por el contrario, esas empresas deberán inevitablemente producir medios defensivos para "la sociedad socialista" en construcción. Veremos que ése ha sido precisamente el destino que esperaba a la Rusia soviética.

Es cierto que cualquier mejora de la situación material de las masas proletarias depende en primer lugar de la productividad laboral, y ésta del grado técnico de las fuerzas productivas, por consiguiente de la acumulación. Esa mejora depende, en segundo lugar, del rendimiento del trabajo correspondiente a la organización y a la disciplina en el proceso del trabajo. Esos son los elementos fundamentales, tal como existen también en el sistema capitalista, pero en este sistema los resultados concretos de la acumulación se desvían de su destino humano en beneficio de la acumulación "en sí". La productividad laboral no se plasma en objetos de consumo, sino en capital.

De nada sirve ocultar que el problema no se resuelve ni mucho menos proclamando una política tendente a ampliar el consumo. Pero es necesario comenzar por afirmarlo porque se trata de una orientación primordial, radicalmente opuesta a la que propone que la industrialización y su crecimiento acelerado deben ser primordiales, sacrificando inevitablemente una o más generaciones de proletarios (el Centrismo ([1]) lo ha declarado abiertamente). Ahora bien, un proletariado "sacrificado", incluso por objetivos que pueden parecer corresponder a su interés histórico (la realidad en Rusia demostró que no era sin embargo el caso) no puede constituir una fuerza real para el proletariado mundial; no puede sino desviarse de ese objetivo histórico, sometido a la hipnosis de unos objetivos nacionales.

Se objetará que no puede haber ampliación del consumo sin acumulación, y acumulación sin una extracción más o menos considerable del consumo. El dilema será tanto más agudo si corresponde a un desarrollo limitado de las fuerzas productivas y a una mediocre productividad laboral. Fue en estas pésimas condiciones en las que se planteó el problema en Rusia y que una de sus manifestaciones más dramáticas fue el fenómeno de las "tijeras".

Basándonos también en las consideraciones internacionalistas que hemos desarrollado, se debe pues afirmar (si no se quiere caer en la abstracción) que las tareas económicas del proletariado, en su dimensión histórica, son primordiales. Los camaradas de Bilan, animados por la justa preocupación de poner en evidencia el papel del Estado proletario en el terreno mundial de la lucha de clases, han restado importancia al problema, al considerar que "los ámbitos económico y militar ([2]) no podrán ser sino accesorios y de detalle en la actividad del Estado proletario, mientras que sí son esenciales para una clase explotadora" (Bilan, p. 612). Lo repetimos, el programa está determinado y limitado por la política mundial del Estado proletario, pero dicho eso, el proletariado no dejará de necesitar toda su vigilancia y toda su energía de clase para intentar encontrar la solución esencial al peliagudo problema del consumo que condicionará a pesar de todo su papel de "simple factor de la lucha del proletariado mundial".

Los camaradas de Bilan cometen, a nuestro parecer, otro error ([3]) al no hacer la distinción entre una gestión que tiende a la construcción del "socialismo" y una gestión socialista de la economía transitoria, declarando en particular que "lejos de poder prever la posibilidad de la gestión socialista de la economía en un país determinado y la lucha de la Internacional, debemos comenzar declarando la imposibilidad de esta gestión socialista". Pero, ¿qué puede ser una política que procura mejorar las condiciones de vida de los obreros sino una política de gestión verdaderamente socialista destinada precisamente a invertir el proceso de la producción con relación al proceso capitalista? En el período de transición, es perfectamente posible hacer surgir esa nueva dirección económica de una producción que se realiza para las necesidades, por mucho que las clases sigan presentes.

Pero sin embargo, el cambio del objetivo de la producción no depende solamente de la adopción de una política justa, sino sobre todo de la presión de las organizaciones del proletariado sobre la economía y de la adaptación del aparato productivo a sus necesidades. Además, la mejora de las condiciones de vida no cae del cielo. Depende del desarrollo de la capacidad productiva, ya sea como consecuencia del aumento de la masa de trabajo social, de un rendimiento mayor del trabajo resultante de su mejor organización, o ya sea de la mayor producción del trabajo mediante medios de producción más potentes.

Por lo que se refiere a la masa de trabajo social - si suponemos invariable el número de obreros ocupados - ya dijimos que es el resultado de la duración y la intensidad con la que se emplea la fuerza de trabajo. Ahora bien, son precisamente esos dos factores unidos a la baja del valor de la fuerza de trabajo como efecto de su mayor productividad lo que determina el grado de explotación impuesto al proletariado en el régimen capitalista.

En la fase transitoria, la fuerza de trabajo aún conserva, es verdad, su carácter de mercancía en la medida en que el salario se confunde con el valor de la fuerza-trabajo: se despoja, en cambio, este carácter en la medida en que el salario se acerca al equivalente del trabajo total proporcionado por el obrero (abstracción hecha del plustrabajo imprescindible para las necesidades sociales) .

En contra de la política capitalista, una verdadera política proletaria, para aumentar las fuerzas productivas, no puede de ninguna manera basarse en el plustrabajo que procedería de una mayor duración o de una mayor intensidad del trabajo social que, bajo su forma capitalista, constituye la plusvalía absoluta. Debe, al contrario, fijar normas de ritmo y duración de trabajo compatibles con la existencia de una verdadera dictadura del proletariado y no puede sino ir hacia una organización más racional del trabajo, hacia la eliminación del despilfarro en las actividades sociales, aunque en este ámbito las posibilidades de aumentar la masa de trabajo útil se agotarán rápidamente.

En esas condiciones, la acumulación "proletaria" ha de encontrar su fuente esencial en el trabajo disponible gracias a una técnica más elevada.

Eso significa que el aumento de la productividad del trabajo plantea la siguiente alternativa: o una misma masa de productos (o valores de uso) determina una disminución del volumen total de trabajo consumido o, si éste sigue invariable (o incluso si disminuye según la importancia de los progresos técnicos realizados) la cantidad de productos que deben distribuirse aumentará. Pero en ambos casos, una disminución del plustrabajo relativo (relativo con respecto al trabajo estrictamente necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo) puede combinarse con un mayor consumo y traducirse por lo tanto perfectamente en un aumento real de los salarios y no ficticio como en el capitalismo. Es en la utilización nueva de la productividad donde se verifica la superioridad de la gestión proletaria sobre la gestión capitalista y no en la competición entre los precios de coste, pues con esta base el proletariado acabaría inevitablemente derrotado, como ya lo hemos indicado.

En efecto, es el desarrollo de la productividad laboral lo que precipita el capitalismo en su crisis de decadencia donde, de manera permanente (y ya no solamente durante sus crisis cíclicas) la masa de los valores de uso se opone a la masa de los valores de cambio. La burguesía es desbordada por la inmensidad de su producción y no puede darle salida satisfaciendo a las inmensas necesidades existentes, pues eso significaría su suicido.

En el período de transición, es cierto que la productividad laboral dista mucho todavía de corresponder a la fórmula "a cada uno según sus necesidades", pero sin embargo la posibilidad de poder utilizarla íntegramente, con fines humanos, invierte los factores del problema social. Ya Marx dejó claro que en la producción capitalista la productividad laboral permanece por debajo de su máximo teórico. Por el contrario, después de la revolución, resulta posible reducir, y luego suprimir, el antagonismo capitalista entre el producto y su valor si la política proletaria tiende no a equiparar el salario al valor de la fuerza de trabajo - método capitalista que desvía el progreso técnico en beneficio del capital - sino a elevarlo cada vez más por encima de ese valor, sobre la base misma de la productividad desarrollada.

Es evidente que una determinada fracción del sobretrabajo relativo no puede volver directamente al obrero, debido a las necesidades mismas de la acumulación sin la cual no hay progreso técnico posible. Y una vez más se plantea el problema del ritmo y de la tasa de acumulación. Y si parece solucionarse en una cuestión de medida, lo arbitrario deberá excluirse en todos los casos, basándose en los principios mismos que delimitan las tareas económicas del proletariado, tal como los hemos definido.

La determinación del ritmo de la acumulación

Por otra parte, es evidente que la determinación de la tasa de la acumulación depende del centralismo económico y no de decisiones de los productores en sus empresas, como así opinan los internacionalistas holandeses (p. 116 de su obra citada). Por otra parte no parecen estar muy convencidos del valor práctico de tal solución, puesto que la precisan inmediatamente con la consideración  de que la "tasa de acumulación no puede dejase al libre juicio de las empresas separadas y es el Congreso general de los consejos de empresas el que determinará la norma obligatoria", fórmula que parece ser, en fin de cuentas, centralismo disfrazado.

Si nos remitimos ahora a lo que se realizó en Rusia, salta por los aires la impostura total del Centrismo que hace derivar la supresión de la explotación del proletariado de la colectivización de los medios de producción. Y aparece ese fenómeno histórico de que el proceso de la economía soviética y el de la economía capitalista, partiendo de bases diferentes, acabaron por juntarse y dirigirse ambas hacia la misma salida: la guerra imperialista. Ambas se desarrollan gracias a una extracción creciente de plusvalía que no vuelve a la clase obrera. En la URSS, el sistema de trabajo es capitalista en su sustancia, e incluso en sus aspectos sociales y las relaciones de producción. Se incita al incremento de la masa de plusvalía absoluta, obtenida por la intensificación de trabajo mediante la forma del "stajanovismo". Las condiciones materiales de los obreros no están en nada vinculadas a las mejoras técnicas y al desarrollo de las fuerzas productivas, y en cualquier caso la participación relativa del proletariado en el patrimonio social no aumenta, sino que disminuye; fenómeno similar al que genera constantemente el sistema capitalista, incluso en sus más importantes períodos de prosperidad. Carecemos de elementos para establecer en qué medida es real el crecimiento de la parte absoluta de los obreros.

Además se practica una política de baja de los salarios que tiende a sustituir obreros no cualificados (procedentes de la inmensa reserva del campesinado) por los proletarios cualificados, los cuales son, además, los más conscientes.

A la pregunta de adónde va a parar la enorme masa de plustrabajo, se dará la respuesta fácil de que va en su mayor parte a la "clase" burocrática. Pero tal explicación es desmentida por la existencia misma de un enorme aparato productivo que sigue siendo propiedad colectiva y en relación con ese aparato, los banquetes, los automóviles y los palacetes de los burócratas no son gran cosa. Las estadísticas oficiales y demás, así como las encuestas, confirman esta desproporción enorme - y que va creciendo - entre la producción de los medios de producción (herramientas, edificios, obras públicas, etc.) y la de los bienes de consumo destinados a la "burocracia" como también a la masa trabajadora y campesina, hasta incluyendo el consumo social. Si es verdad que es la burocracia la que, como clase, dispone de la economía y de la producción y se ha apropiado el sobretrabajo, no se explica cómo éste se transforma en su mayor parte en riqueza colectiva y no en propiedad privada. Esta paradoja sólo puede explicarse si se descubre por qué esa riqueza, aún permaneciendo en la comunidad soviética, se opone a ésta a causa del destino que tiene. Indiquemos que un fenómeno similar se desarrolla hoy en la sociedad capitalista, o sea que la mayor parte de la plusvalía no pasa a los bolsillos de los capitalistas sino que se acumula en bienes que no son propiedad privada sino es desde un punto de vista puramente jurídico. La diferencia está que en la URSS, el fenómeno no toma un carácter propiamente capitalista. Las dos evoluciones también provienen de un origen diferente: en la URSS, no surge de un antagonismo económico sino político, de una escisión entre el proletariado ruso y el proletariado internacional; se desarrolla bajo la bandera de la defensa del "socialismo nacional" y de su integración en el mecanismo del capitalismo mundial. En cambio, en los países capitalistas lo que predomina es la decadencia de la economía burguesa. Pero ambas evoluciones sociales alcanzan un objetivo común: la construcción de economías de guerra (los dirigentes soviéticos alardean de haber construido la máquina de guerra más descomunal del mundo). Esta es, a nuestro entender, la respuesta "al enigma ruso". Eso explica por qué la derrota de la Revolución de octubre no se debe a los trastornos en las relaciones de clases dentro de Rusia, sino al escenario internacional.

Examinemos cuál es la política que orientó el curso de la lucha de clases hacia la guerra imperialista más bien que hacia la revolución mundial.

Para unos camaradas, ya lo hemos dicho, la Revolución rusa no fue proletaria y su evolución reaccionaria se podía anticipar porque fue realizada por un proletariado culturalmente atrasado (aunque estuviese por su conciencia de clase en la vanguardia del proletariado mundial) que, además, tuvo que dirigir un país atrasado. Nos limitaremos a oponer tal actitud fatalista a la de Marx ante la Comuna: aunque ésta expresara una inmadurez histórica del proletariado para tomar el poder, Marx le asignó sin embargo un alcance inmenso y sacó lecciones fértiles y progresistas que inspiraron precisamente a los bolcheviques en 1917. Al actuar del mismo modo frente a la Revolución rusa, no deducimos que las futuras revoluciones serán la reproducción fotográfica de Octubre, sino decimos que Octubre, por sus características fundamentales, se repercutirá en esas revoluciones, acordándosenos solamente de lo que Lenin entendía por "valor internacional de la Revolución rusa" (en la Enfermedad infantil del comunismo). Un marxista, obviamente, "no rehace" la historia, pero la interpreta para forjar armas teóricas para el proletariado, para evitarle la repetición de errores y facilitarle el triunfo final sobre la burguesía. Buscar las condiciones que hubiesen puesto al proletariado ruso ante la posibilidad de vencer definitivamente es dar todo su valor al método marxista de investigación, porque es añadir una piedra más al edificio del materialismo histórico.

Si es cierto que el reflujo de la primera oleada revolucionaria contribuyó "a aislar" momentáneamente al proletariado ruso, creemos que no es ahí donde se ha de buscar la causa determinante de la evolución de la URSS, sino en la interpretación que se hizo de la evolución de los acontecimientos de aquel entonces y la falsa perspectiva que se derivó de ellos sobre la evolución del capitalismo en la época de guerras y revoluciones. La concepción de la "estabilización" del capitalismo generó naturalmente más tarde la teoría del "socialismo en un solo país" y, como consecuencia de ella, la política de "defensa" de la URSS.

El proletariado internacional se convirtió en instrumento del Estado proletario para su defensa contra una agresión imperialista, mientras que la revolución mundial como objetivo concreto pasaba al segundo plano. Si Bujarin sigue hablando de ésta en 1925, es porque "la revolución mundial tiene para nosotros esa importancia, porque es la única garantía contra las intervenciones, contra otra guerra".

Se elaboró así una teoría de la "garantía contra las intervenciones" de la que se apoderó la Internacional comunista para convertirse en expresión de los intereses particulares de la URSS y no de los de la revolución mundial. La "garantía" ya no se buscó en la conexión con el proletariado internacional sino en la modificación del carácter y del contenido de las relaciones del Estado proletario con los Estados capitalistas. El proletariado mundial era así ya solo una fuerza de apoyo para la defensa del "socialismo nacional".

Por lo que se refiere a la NEP, basándonos sobre lo que dijimos anteriormente, no creemos que fuera un terreno específico para una inevitable degeneración, a pesar de que sí favoreció un incremento importante de las veleidades capitalistas en el campesinado en especial y que, por ejemplo, bajo la bandera del centrismo, la alianza (smytchka) con los campesinos pobres en la que Lenin veía un medio para fortalecer la dictadura proletaria acabó siendo un objetivo, así como la unión con el campesinado medio y los kulaks.

Contrariamente a la opinión de los camaradas de Bilan, tampoco creemos que se pueda deducir de ciertas declaraciones de Lenin sobre la NEP, que él sería favorable a una política que desvinculara la evolución económica de Rusia del futuro de la revolución mundial.

Al contrario, para Lenin, la NEP era una política de espera, de respiro, hasta la reanudación de la lucha internacional de las clases: "cuando adoptamos una política que debe durar muchos años, no olvidamos ni un momento que la revolución internacional, la rapidez y las condiciones de su desarrollo pueden modificarlo todo". Para él, se trataba de restablecer un determinado equilibrio económico, aunque fuera pagando a las fuerzas capitalistas (pues sin éstas, se hundiría la dictadura), pero no de "recurrir a la colaboración de las clases enemigas para la construcción de los fundamentos de la economía socialista" (Bilan, p.  724).

Así como nos parece injusto hacer de Lenin un partidario del "socialismo en un solo país" basándose en un documento apócrifo.

La Oposición rusa "trotskista", en cambio, sí que contribuye a acreditar la opinión de que la lucha se cristalizaba entre los Estados capitalistas y el Estado soviético. En 1927, esa oposición consideraba inevitable la guerra de los imperialistas contra URSS, precisamente cuando la IC estaba sacando a los obreros de sus posiciones de clase para lanzarlos al frente de la defensa de la URSS, en el mismo momento en que la IC estaba dirigiendo el aplastamiento de la Revolución china. Sobre esta base, la Oposición se implicó en la preparación de la URSS - "bastión del socialismo" - para la guerra. Esta posición equivalía a dar una aprobación teórica a la explotación de los obreros rusos para la construcción de una economía de guerra (planes quinquenales). La oposición llegó incluso hasta agitar el mito de la unidad a "toda costa" del partido, como condición de la victoria militar de la URSS. Al mismo tiempo manejó los equívocos sobre la lucha "por la paz" (¡!) considerando que la URSS debía intentar "retrasar la guerra", pagando incluso un rescate mientras que se debía "preparar al máximo toda la economía, el presupuesto, etc., en caso de guerra" y considerar decisiva la cuestión de la industrialización para garantizar los recursos técnicos indispensables para la defensa (Plataforma de la Oposición).

Más tarde Trotski, en su Revolución permanente, retomó esa tesis de la industrialización sobre el ritmo "más rápido" que sería, por lo visto, una garantía contra las "amenazas del exterior", como también habría favorecido la evolución del nivel de vida de las masas. Sabemos por una parte, que la "amenaza del exterior" se realizó no por la "cruzada" contra la URSS, sino por su integración en el frente del imperialismo mundial; por otra parte, que el industrialismo no coincidió de ninguna manera con una existencia mejor del proletariado, sino con su explotación más desenfrenada, sobre la base de la preparación a la guerra imperialista.

En la próxima revolución, el proletariado vencerá, independientemente de su inmadurez cultural y de la deficiencia económica, con tal de que apueste no sobre la "construcción del socialismo", sino sobre la expansión de la guerra civil internacional.

Mitchell


[1]) En la época en que Bilan publicó esta contribución, toda la Izquierda italiana definía todavía como "centrismo" las ideas estalinistas que dirigían la política de la IC. Será más tarde, con Internationalisme en la posguerra, cuando la corriente heredera de la Izquierda italiana defina claramente como contrarrevolucionario al estalinismo. Léase la presentación critica de estos textos publicada en la Revista internacional no 132 (NDLR).

[2]) Estamos de acuerdo con los camaradas de Bilan: la defensa del Estado proletario no se plantea en terreno militar sino a nivel político, en relación con el proletariado internacional.

[3]) Que quizás sólo sea pura formulación, pero es importante subrayarlo a pesar de todo porque corresponde a su tendencia a minimizar los problemas económicos.

Series: 

  • El comunismo, entrada de la humanidad en su verdadera historia [15]

Cuestiones teóricas: 

  • Comunismo [16]

Debate interno en la CCI - Las causas del período de prosperidad consecutivo a la Segunda Guerra mundial (II)

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  En el número 133 de la Revista internacional, empezamos a abrir hacia el exterior de nuestra organización un debate emprendido en nuestro seno sobre la explicación del período de prosperidad de los años 1950-60, una excepción en la vida del capitalismo desde la Primera Guerra mundial. En esa Revista, planteamos los términos y el marco de ese debate, y presentamos las posiciones enfrentadas. Aquí publicamos otra contribución a esa discusión.

Esa contribución defiende la tesis que presentamos y que titulamos "El capitalismo de Estado keynesiano-fordista", que esencialmente explica la demanda solvente durante el periodo mencionado gracias a la aplicación por parte de la burguesía de mecanismos keynesianos.

En próximos números de nuestra revista publicaremos artículos con las demás tesis confrontadas así como una respuesta a esta contribución, en particular en lo que se refiere a los factores determinantes de la entrada del capitalismo en su fase de decadencia y el carácter de la acumulación capitalista.

Origen, dinámica y límites del capitalismo de Estado keynesiano-fordista([1])

En 1952, nuestros antepasados de la GCF (Izquierda comunista de Francia) cesaron su actividad de grupo porque "La desaparición de los mercados extracapitalistas acarrea una crisis permanente del capitalismo (...) Se verá entonces la brillante confirmación de la teoría de Rosa Luxemburg (...) En realidad, las colonias han dejado de ser un mercado extracapitalista para las metrópolis (...) Vivimos en un estado de guerra inminente...". Enunciadas en vísperas de los Treinta gloriosos, esos múltiples errores son reveladores de la necesidad de superar "la brillante "invalidación" de la teoría de Rosa Luxemburg", y de volver de nuevo a una comprensión más coherente del funcionamiento y de los límites del capitalismo. Tal es el objeto de este artículo.

I. Resortes y contradicciones internos del capitalismo

1) Las dificultades de la reproducción ampliada y sus límites

La apropiación del plustrabajo se impone como una obligación para la supervivencia del capitalismo ([2]). Contrariamente a las sociedades anteriores, esta apropiación tiene una dinámica intrínseca y permanente de ampliación de la escala de producción que supera con mucho la reproducción simple. Genera una demanda social creciente por la contratación de nuevos trabajadores y la reinversión en medios de producción y de consumo suplementarios: "Los límites del consuno se amplían por la tensión del proceso de reproducción mismo; por un lado hace aumentar el gasto de la renta por los obreros y los capitalistas; por otro lado, es idéntica a la tensión del consumo productivo" (Marx, el Capital, libro III). Esta dinámica de ampliación se materializa en una sucesión de ciclos más o menos decenales en los que el aumento periódico de capital fijo acaba reduciendo regularmente la cuota de ganancia y provocando crisis ([3]). Cuando ocurren esas crisis, las quiebras y depreciaciones de capitales reconstruyen las condiciones de una reanudación, la cual amplía los mercados y el potencial productivo: "Éstas [las crisis] siempre son sólo soluciones violentas momentáneas de las contradicciones existentes, erupciones violentas que restablecen por el momento el equilibrio perturbado (...) El estancamiento verificado en la producción habría preparado una ulterior ampliación de la misma, dentro de los límites capitalistas. Y de este modo se recorrería nuevamente el círculo vicioso. Una parte del capital desvalorizada por paralización funcional, recuperaría su antiguo valor. Por lo demás se recorrería nuevamente el mismo círculo vicioso con condiciones de producción ampliadas, con un mercado expandido y con una fuerza productiva acrecentada" (Marx, el Capital, Libro III). El gráfico siguiente ilustra perfectamente todos los elementos de este marco teórico de análisis elaborado por Marx: la decena de ciclos con subidas y bajadas de la cuota de ganancia siempre está marcada por una crisis (recesión):

Más de dos siglos de acumulación capitalista han estado ritmados por unos treinta ciclos y crisis. Marx ya había definido siete durante su vida, la IIIe Internacional dieciséis ([4]) y las izquierdas de ésta completarán ese cuadro durante el período de entreguerras ([5]). Tal es la base material y recurrente de las crisis de sobreproducción cuya génesis vamos ahora a examinar ([6]).

2) El circuito de la acumulación, una obra en dos actos: producción de beneficios y realización de las mercancías

Extraer un máximo de plustrabajo, que se cristaliza en una cantidad creciente de mercancías, es lo que Marx llama "el primer acto del proceso de producción capitalista". Esas mercancías, a continuación, deben venderse con el fin de transformar este plustrabajo material en plusvalía bajo forma monetaria para la reinversión: es "el segundo acto del proceso". Cada uno de ambos actos contiene sus propias contradicciones y límites. En efecto, aunque influyéndose mutuamente, el primer acto lo aguijonea sobre todo la cuota de ganancia, y el segundo depende de las distintas tendencias que restringen los mercados ([7]).Estos dos límites generan periódicamente una demanda final que no está a la altura de la producción: "La sobreproducción tiene especialmente por condición la ley general de producción del capital: producir a medida de las fuerzas productivas (es decir, según la posibilidad que se tiene de explotar la mayor masa posible de trabajo con una masa dada de capital) sin tener en cuenta los límites existentes del mercado o las necesidades solventes..." (Marx, Teorías sobre la plusvalía, trad. del francés, Editions sociales, volumen II: 637)

¿De dónde procede esta insuficiencia de la demanda solvente?

a) De las capacidades limitadas de consumo de la sociedad, al reducirse a causa de las relaciones antagónicas de distribución del plustrabajo (lucha de clases): "La razón última de todas las crisis reales sigue siendo la pobreza y el consumo limitado de las masas, ante la tendencia de la economía capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si sólo tuvieran por límite el poder de consumo absoluto de la sociedad" ([8]).

b) Límites que se derivan del proceso de acumulación que reduce el consumo cuando la cuota de ganancia se inclina hacia abajo: la insuficiencia de plusvalía extraída con relación al capital invertido produce un freno en las inversiones y la contratación de nuevas fuerzas de trabajo: " El límite del modo de producción se manifiesta en los hechos siguientes: 1) el desarrollo de la productividad laboral genera, en la reducción de la cuota de ganancia, una ley que, en un determinado momento, se vuelve brutalmente contra ese desarrollo y debe ser constantemente superada mediante crisis".

c) De la realización incompleta del producto total cuando no se respetan las proporcionalidades entre las ramas de la producción ([9]).

3) Una triple conclusión sobre la dinámica y las contradicciones internas del capitalismo

En toda su obra, Marx destacó constantemente esa doble raíz de las crisis: "La sobreproducción moderna tiene como base, por un lado el desarrollo absoluto de las fuerzas productivas y por lo tanto la producción en masa por los productores encerrados en el círculo del abastecimiento necesario, y, por otro lado, la limitación por el beneficio de los capitalistas" ([10]), doble raíz cuyas determinaciones son básicamente independientes. En efecto, aunque el nivel y la reducción recurrente de la cuota de ganancia influyen sobre el reparto de la plusvalía y a la inversa, Marx insistirá, sin embargo en que estas dos raíces son básicamente "independientes", "no son idénticas", "divergen conceptualmente" ([11]). ¿Por qué? Simplemente porque la producción de ganancia y los mercados, están, en lo esencial, condicionados de manera diferente. Esta es la razón por la que Marx rechaza categóricamente toda teoría monocausal de las crisis ([12]). Es pues teóricamente erróneo hacer estrictamente derivar la evolución del cuota de ganancia de la importancia de los mercados y a la inversa. De ello se deriva que los ritmos temporales de ambas raíces son inevitablemente diferentes. La primera contradicción (la cuota de ganancia) hunde sus raíces en las necesidades de aumentar el capital constante en detrimento del capital variable, su ritmo temporal está pues esencialmente vinculado a los ciclos de movimiento del capital fijo. El ritmo temporal de la segunda contradicción, derivada de lo que está en juego en torno a la distribución del plustrabajo, está determinada por la relación de fuerzas entre las clases, cuyos períodos son más largos ([13]). Aunque ambos ritmos temporales se relacionen mutuamente (el proceso de acumulación influye sobre la relación de fuerzas entre las clases y recíprocamente), son básicamente "independientes", "no idénticos", "divergen conceptualmente", ya que la lucha de clase no está estrictamente vinculada a los ciclos decenales, ni éstos a las relaciones entre las clases.

II. Una validación empírica de la teoría marxista de las crisis de sobreproducción

El período que corre desde la Segunda Guerra mundial hasta hoy es un buen ejemplo que confirma el marco teórico de análisis de las crisis de sobreproducción desarrollado por Marx, así como sus tres implicaciones principales. Permite en particular invalidar todas las teorías monocausales de las crisis. Ya sea la explicación basada únicamente en la baja de la cuota de ganancia que no puede explicar por qué la acumulación y el crecimiento no logran arrancar - cuando esta cuota no hace sino subir desde hace más de un cuarto siglo -, ya sea la de la saturación de la demanda solvente, que no puede explicar ese aumento de la cuota de ganancia, puesto que los mercados están completamente agotados (lo que debería entonces lógicamente traducirse por una cuota de ganancia ¡igual a cero!). Todo esto se entiende fácilmente en los dos gráficos de evolución de la cuota o tasa de ganancia (no 1 et no 3).

El agotamiento de la prosperidad de posguerra y la degradación del clima económico durante los años 1969-82, fueron, básicamente, el resultado de un retorno bajista de la cuota de ganancia ([14]), mientras que el consumo se mantenía gracias a los mecanismos de ajuste de los salarios y de apoyo a la demanda ([15]). En efecto, las ganancias de productividad descienden desde finales de los años 60 ([16]), acarreando un descenso de la cuota de ganancia a la mitad hasta 1982 (véase gráfico n° 3). Por lo tanto, el restablecimiento de la ganancia no podía hacerse sino por un aumento de la tasa de plusvalía (compresiones salariales y aumento de la explotación). Esto implicaba una inevitable desregulación de los mecanismos-clave que había garantizado el crecimiento de la demanda final durante los Treinta gloriosos (véase infra). Este abandono empezó a principios de los 80 y se ilustra, en particular, por la disminución constante de la parte correspondiente a los salarios en el total de la riqueza producida.

Globalmente pues, durante los años 70, es la contradicción "cuota de ganancia" la que pesa sobre el funcionamiento del capitalismo, mientras que la demanda final seguía estando garantizada. Será exactamente el revés después de 1982: la cuota de ganancia se restablece espectacularmente, pero a costa de una compresión drástica de la demanda final (de los mercados): esencialmente de la masa salarial (véase gráfico n° 2), pero también de las inversiones (en menor medida) puesto que el tipo de acumulación permaneció a un nivel bajo (véase gráfico n° 3).

Por lo tanto, ahora podemos entender por qué continúa la degradación económica a pesar de una cuota de ganancia restablecida: es la compresión de la demanda final (salarios e inversiones) lo que explica que, a pesar de una espectacular rectificación de la rentabilidad de las empresas, la acumulación y el crecimiento no pudieron volver a arrancar. Esta reducción drástica de la demanda final genera una atonía de las inversiones con vistas a la ampliación, la continuación de las racionalizaciones por compras y fusiones de empresas, los capitales infructíferos que se vierten en la especulación financiera, una deslocalización en busca de mano de obra barata..., lo que deprime más todavía la demanda final.

Una demanda final cuyo restablecimiento es imposible en las condiciones actuales, ¡puesto que es de su reducción de la que depende el aumento de la cuota de ganancia! Desde 1982, en un contexto de rentabilidad reanudada de las empresas, fue, pues, el ritmo temporal de la "restricción de los mercados solventes" la que desempeña el papel principal a medio plazo para explicar el mantenimiento de una atonía de la acumulación y el crecimiento, aunque las fluctuaciones de la cuota de ganancia pueden aún desempeñar un papel importante a corto plazo en el desencadenamiento de las recesiones, como lo ilustran bien los gráficos n° 1 y n° 3:

III. El capitalismo y su esfera exterior

Esta dinámica de ampliación del capitalismo implica un carácter fundamentalmente expansivo: "Por ello hay que expandir constantemente el mercado, de modo que sus vinculaciones y las condiciones que las regulan asuman cada vez más la figura de una ley natural independiente de los productores, se tornen cada vez más incontrolables. La contradicción interna trata de compensarse por expansión del campo externo de la producción. Pero cuanto más se desarrolla la fuerza productiva, tanto más entra en conflicto con la estrecha base en la cual se fundan las relaciones de consumo" (Marx, el Capital, Libro III). Ahora bien, todas las dinámicas y los límites del capitalismo puestos de relieve por Marx sólo lo fueron haciendo abstracción de sus relaciones con su esfera exterior (no capitalista). Debemos pues entender ahora cuál es el lugar y la importancia de ese entorno en el desarrollo del capitalismo. En efecto, el capitalismo nació y se desarrolló en el marco de relaciones sociales feudales, luego mercantiles, relaciones en las que tenía que establecer vínculos importantes para así obtener medios materiales para su acumulación (importación de metales preciosos, saqueos, etc.), para la comercialización de sus mercancías (ventas, comercio triangular, etc.), y como fuente de mano de obra.

Una vez garantizadas sus bases tras tres siglos de acumulación primitiva (1500-1825), ese entorno le siguió proporcionando toda una serie de oportunidades a lo largo de su fase ascendente (1825-1914) como fuente de beneficios, salida para la venta de sus mercancías en sobreproducción y masa complementaria de mano de obra. Fueron todas esas razones las que explican la carrera imperialista de 1880 a 1914 ([17]). Sin embargo, la existencia de oportunidades de regulaciones externas de una parte de sus contradicciones internas no significa ni que fuesen las más eficaces para el desarrollo del capitalismo, ¡ni que éste estuviese en la imposibilidad absoluta de poseer modos de regulación internos! En efecto, fue, en primer lugar y ante todo, la extensión y la dominación del salariado con sus propias bases lo que permitió progresivamente al capitalismo dinamizar su crecimiento y, si bien es cierto que las relaciones de diferente naturaleza entre el capitalismo y su esfera extracapitalista le ofrecieron toda una serie de oportunidades, la importancia de ese entorno, y el balance global de los intercambios con él, ¡no han dejado de ser un freno a su crecimiento! ([18])

IV. La obsolescencia histórica del modo de producción capitalista y las bases de su superación

Ese formidable dinamismo de extensión interna y externa del capitalismo, sin embargo, no es eterno. Como cualquier otro modo de producción en la historia, el capitalismo también conoce una fase de obsolescencia en la que sus relaciones sociales frenan el desarrollo de sus fuerzas productivas ([19]). Es, pues, en las transformaciones y la generalización de la relación social de producción asalariada donde se ha de buscar el carácter históricamente limitado del modo de producción capitalista. Al alcanzar determinada fase, la extensión del salariado y su dominación mediante la constitución del mercado mundial señalan el apogeo del capitalismo. En vez de seguir erradicando enérgicamente las antiguas relaciones sociales y desarrollando las fuerzas productivas, el carácter ahora ya caduco de la relación asalariada, tiene tendencia a "congelar" esas relaciones sociales y a frenar estas fuerzas productivas: ahora ya es incapaz de integrar en su seno buena parte de la humanidad, genera crisis, guerras y catástrofes de amplitud creciente, y hasta amenaza con hacer desaparecer a la humanidad.

1) La obsolescencia del capitalismo

La generalización progresiva del salariado no significa, ni mucho menos, que se haya establecido por todas partes, solo significa que su dominación sobre el mundo instaura una inestabilidad creciente donde todas las contradicciones del capitalismo se expresan con plena potencia. La Primera Guerra mundial abrió esa era de grandes crisis de características mundial y salarial: a) el marco nacional se ha vuelto demasiado estrecho para contener los asaltos de las contradicciones capitalistas ; b) el mundo ya no ofrece bastantes oportunidades o amortiguadores que permitan garantizar una regulación externa a sus contradicciones internas; c) a posteriori, el fracaso de la regulación instaurada durante los Treinta gloriosos indica la incapacidad histórica del capitalismo que debe buscarse ajustes internos a largo plazo a sus propias contradicciones que estallan entonces con una violencia cada vez más brutal.

Al haberse convertido en un conflicto planetario, ya no para la conquista, sino para el reparto de las esferas de influencia, de las zonas de inversión y de los mercados, la Primera Guerra mundial marcó definitivamente la entrada del modo de producción capitalista en su fase de obsolescencia. Los dos conflictos mundiales de creciente intensidad, la mayor crisis de sobreproducción de todas las épocas (1929-1933), el freno brutal al crecimiento de las fuerzas productivas durante los Treinta lastimosos (1914-45), la incapacidad del capitalismo para integrar buena parte de la humanidad, el desarrollo del militarismo y del capitalismo de Estado por el planeta entero, el crecimiento cada vez mayor de los gastos improductivos, así como la incapacidad histórica del capitalismo para estabilizar internamente una regulación de sus propias contradicciones, todos estos fenómenos concretan esa obsolescencia histórica de la relación social de producción asalariada que ya no tiene nada que ofrecerle a la humanidad más que una perspectiva de barbarie creciente.

2) ¿Hundimiento catastrófico, o visión materialista, histórica y dialéctica de la historia?

La obsolescencia del capitalismo no implica que esté condenado al hundimiento catastrófico. En efecto, no existen límites cuantitativos predefinidos en las fuerzas productivas del capitalismo (tanto un porcentaje de cuota de ganancia como una cantidad dada de mercados extracapitalistas) que determinarían un punto alfa, precipitando el modo de producción capitalista en la nada. Los límites de los modos de producción son ante todo sociales, determinados por sus contradicciones internas - que se han vuelto obsoletas - y de su colisión con las fuerzas productivas. Por lo tanto, es el proletariado el que abolirá el capitalismo, éste no se morirá por sí solo a causa de sus límites "objetivos". En efecto, durante su fase de obsolescencia, las mismas tendencias y dinámicas del capitalismo que aparecen  en los análisis de Marx siguen actuando, pero se despliegan en un contexto general profundamente cambiado. Un contexto en el que todas sus contradicciones económicas, sociales y políticas, alcanzan inevitablemente niveles cada vez más elevados, ya sea desembocando en conflictos sociales que plantean regularmente la cuestión de la revolución, o en enfrentamientos imperialistas que plantean la del futuro mismo de la humanidad. Es decir, el mundo entero entró plenamente en esa "era de las guerras y revoluciones" como lo enunciaba la Tercera internacional.

V. El capitalismo de Estado keynesiano-fordista, base de los Treinta gloriosos

No deberían sorprender a los marxistas los fenómenos de recuperación durante la obsolescencia de un modo de producción, puesto que eso ocurrió cuando se reconstituyó el Imperio romano bajo Carlomagno, o cuando se formaron las grandes monarquías del Antiguo Régimen. Sin embargo, si uno se encuentra en un meandro no concluye que el río ¡sube del mar hacia la montaña! Lo mismo es para los Treinta gloriosos: la burguesía pudo poner momentáneamente un paréntesis de fuerte crecimiento en el curso general de su fase de obsolescencia.

En efecto, la gran depresión económica de 1929 en Estados Unidos mostró toda la violencia con la que podían expresarse las contradicciones del capitalismo en una economía dominada por el salariado. Podía haberse esperado que a esa Depresión la siguieran crisis económicas cada vez más próximas unas de otras y más violentas, pero no fue así. Y es porque la situación había evolucionado notablemente, tanto en los procesos productivos (fordismo) como en las relaciones de fuerza entre las clases (y en su propio seno). La burguesía, además, había sacado algunas lecciones. De modo que a los Treinta lastimosos y al tormento cruel de la Segunda Guerra mundial sucedieron unos treinta años de fuerte crecimiento, una cuadruplicación de los salarios reales, el pleno empleo, la instauración de un salario social y una capacidad del sistema, sino a evitar, al menos a reaccionar a las crisis cíclicas. ¿Cómo fue posible todo eso?

1) Las bases del capitalismo de Estado keynesiano-fordista

Desde entonces, en ausencia de posibles y significativas soluciones externas a sus contradicciones, el capitalismo tendría que encontrar una solución interna a su doble dificultad en ganancias y en mercados. El alto nivel de la cuota de ganancia se hará posible mediante el desarrollo de fuertes mejoras de productividad laboral generadas por la generalización del "fordismo" en el sector industrial, o sea el trabajo en cadena con tres turnos de ocho horas. Mientras que los mercados para dar salida a la enorme masa de mercancías habrían de estar garantizados por la ampliación de la producción, la intervención estatal, así como por los distintos sistemas de vinculación de los salarios reales a la productividad. Esto iba a permitir hacer aumentar la demanda en paralelo con la producción (véase gráfico n° 4). Así pues, al estabilizar la parte salarial en la totalidad de la riqueza producida, el capitalismo pudo evitar durante un tiempo "una sobreproducción que procede precisamente de que la masa del pueblo nunca puede consumir más que la cantidad media de los bienes de primera necesidad, que su consumo no aumenta por lo tanto al ritmo del aumento de la productividad del trabajo" (Marx, Teorías sobre la plusvalía, libro IV).

Fue esa comprensión la que Paul Mattick y otros revolucionarios de aquel entonces retomarán para analizar la prosperidad de posguerra: "Es innegable que los salarios reales han aumentado en la época moderna. Pero solamente en el marco de la expansión del capital, la cual supone que la relación de los salarios con las ganancias siga siendo constante en general. La productividad laboral debía entonces elevarse con una rapidez que permitiera a la vez acumular capital y mejorar el nivel de vida de los obreros" ([20]). Tal es la mecánica económica principal del capitalismo de Estado keynesiano-fordista. Esto se verifica empíricamente en el paralelismo de la evolución de los salarios y de la productividad durante ese período.

Habida cuenta de las dinámicas espontáneas del capitalismo (competencia, compresión de los salarios, etc.), tal sistema no era viable sino en el marco de un capitalismo de Estado  estricto que garantizara por mutuo acuerdo el cumplimiento de una política de distribución tripartita de los beneficios de productividad entre las ganancias, los salarios y las rentas del Estado. En efecto, una sociedad en la que ya impera el salariado exige, de hecho, una dimensión social en cualquier política  propuesta por la burguesía. Esto supone la instauración de múltiples controles económicos y sociales sobre la clase obrera: salario social, creación de sindicatos y mayor encuadramiento de la clase obrera, amortiguadores sociales, etc. Este desarrollo sin precedentes del capitalismo de Estado está ahí para mantener dentro de un orden las contradicciones desde ahora explosivas del sistema: predominio del ejecutivo sobre el legislativo, crecimiento significativo de la intervención del Estado en la economía (que alcanza cerca de la mitad del PNB en los países de la OCDE), control social de la clase obrera, etc.

2) Origen, contradicciones y límites del capitalismo de Estado keynesiano-fordista

A partir de la derrota de las tropas alemanas en Stalingrado (enero de 1943), los representantes políticos patronales y sindicales exiliados en Londres discutieron intensamente sobre la reorganización de la sociedad inmediatamente después de la derrota ahora ineludible de las fuerzas del Eje. El recuerdo de las angustias de los Treinta lastimosos (1914-45), el miedo a que hubiese movimientos sociales al término de la guerra, las lecciones sacadas de la crisis del 29, la aceptación en adelante compartida de la intervención estatal, y la bipolarización de la Guerra fría, eran factores que impulsaron a todas las fracciones de la burguesía a modificar las reglas del juego y a elaborar más o menos conscientemente ese capitalismo de Estado keynesiano-fordista que se fue implantando pragmática y progresivamente en todos los países desarrollados (OCDE). El reparto de las mejoras de productividad era tanto más fácilmente aceptado por todos, a) porque se incrementaron mucho, b) porque esa redistribución garantizaba la ampliación de la demanda solvente en paralelo con la producción, c) porque aportaba la paz social, d) una paz social tanto más fácil de obtener que el proletariado salió realmente derrotado de la Segunda Guerra mundial y alistado tras los partidos y los sindicatos partidarios de la reconstrucción en el marco del sistema, e) pero que también garantizaba la rentabilidad a largo plazo de las inversiones, f) así como una cuota de ganancia estabilizada a un alto nivel.

Este sistema pudo momentáneamente garantizar la cuadratura del círculo que consiste en hacer crecer en paralelo las ganancias y los mercados, en un mundo ya plenamente dominado por la demanda salarial. El crecimiento garantizado de las ganancias, de los gastos del Estado y el aumento de los sueldos reales pudieron garantizar la demanda final tan indispensable para que quede plenamente cumplida la acumulación capitalista. El capitalismo de Estado keynesiano-fordista es la respuesta que pudo dar temporalmente el sistema a la actualidad de sus crisis de ámbito mundial y salarial tan típicas de la fase histórica de obsolescencia del capitalismo. Permitió un funcionamiento autocentrado del capitalismo, sin necesidad de deslocalizaciones a pesar de los altos salarios y del pleno empleo, deshaciéndose de colonias que ya no tenían una utilidad económica sino residual, y eliminando sus esferas extracapitalistas agrícolas internas cuya actividad deberá en adelante subvencionar más bien que sacar provecho de ella.

A partir de finales de los años 60 hasta 1982, todas las condiciones que hicieron su éxito van a deteriorarse, empezando por el declive progresivo de los incrementos de productividad que se dividirán globalmente por tres y que arrastrarán a la baja a todas las demás variables económicas. La regulación interna encontrada temporalmente por la instauración del capitalismo de Estado keynesiano-fordista no tenía ninguna base eterna.

Sin embargo, la exigencia que había requerido la instauración de ese sistema sigue existiendo: el salariado es preponderante en la población activa, el capitalismo debe pues encontrar imperativamente un medio de estabilizar la demanda final para evitar que su compresión se transforme en depresión. En efecto, dado que las inversiones de las empresas también están frenadas por la demanda, es necesario encontrar entonces otros medios de garantizar el consumo. La respuesta actual está necesariamente en la cara y cruz de la misma moneda: por un lado cada vez menos ahorro, por el otro cada vez más deudas. Estamos pues ante una formidable máquina de fabricar burbujas financieras y de abastecer la especulación. La agravación constante de los desequilibrios no es, por lo tanto, el resultado de unos errores en la dirección de la política económica, sino que forma parte íntegra del propio modelo.

3) Conclusión: ¿y mañana ?

Esta bajada a los infiernos está tanto más inscrita en la situación actual porque las condiciones para una recuperación de la productividad y el retorno a su distribución tripartita no están socialmente presentes. Nada tangible deja entrever - en las condiciones económicas, en el estado actual de la relación de fuerzas entre las clases y de la competencia interimperialista a nivel internacional -, ninguna salida posible: todo contribuye a un inexorable descenso a los infiernos. Les corresponde pues a los revolucionarios contribuir en fertilizar los combates de clase que surgirán cada vez más inevitablemente de esta profundización de las contradicciones del capitalismo.

C.Mcl

 


 

[1] El lector encontrará la versión completa de este artículo en nuestro sitio Internet.

[2] Tal es el motor de "... el impulso de acumular, de acrecentar el capital y producir plusvalor en escala ampliada. Esto es una ley para la producción capitalista, dada por las constantes revoluciones en los métodos mismos de producción, la desvalorización de capital existente, vinculada con ellas de manera constante, la lucha competitiva generalizada y la necesidad de mejorar la producción y de expandir su escala, sólo como medio de mantenerse y so pena de sucumbir" (Marx, el Capital, Libro III).

[3] "A medida que se desarrollan con el método de producción capitalista el valor y la duración del capital fijo empeñado, la vida de la industria y del capital industrial se desarrolla en cada empresa particular y se prolonga sobre un período, digamos diez años por término medio. (...) este ciclo de movimientos que se conectan y se prolongan durante una serie de años, donde está preso el capital de su elemento fijo, constituye una de las bases materiales de las crisis periódicas" (Marx, el Capital, Libro II).

[4] "La alternancia de crisis y períodos de desarrollo, con todas sus fases intermedias, forma un ciclo o un gran círculo del desarrollo industrial. Cada ciclo cubre un período de 8, 9, 10, 11 años. Si estudiamos los 138 últimos años, nos daremos cuenta que a este período le corresponden 16 ciclos. A cada ciclo le corresponden por lo tanto casi 9 años" (Trotski, "Informe sobre la crisis económica mundial y las nuevas tareas de la Internacional comunista", IIIe congreso).

[5] "... reiniciar un ciclo para producir nueva plusvalía sigue siendo el objetivo supremo del capitalista (...) esta periodicidad casi matemática de las crisis es una de las características específicas del sistema capitalista de producción" (Mitchell, Bilan n° 10 : "Crisis y ciclos en el capitalismo agonizante").

[6] Las nuevas recesiones que puntúan la decena de ciclos se identifican en el gráfico n° 1 por los grupos de características que se extienden sobre toda su altura: 1949, 1954, 1958, 1960, 1970-71, 1974, 1980-81, 1991, 2001.

[7] "Una vez objetivada en mercancías la cantidad de plustrabajo susceptible de ser expoliada, el plusvalor está producido. Pero con esta producción del plusvalor sólo queda concluido el primer acto del proceso capitalista de producción, el proceso directo de producción. El capital ha absorbido determinada cantidad de trabajo impago. Con el desarrollo del proceso que se expresa en la baja de la tasa de ganancia, la masa del plusvalor así producido aumenta hasta proporciones monstruosas. Llega entonces el segundo acto del proceso. Debe venderse toda la masa mercantil, el producto global, tanto la parte que repone el capital constante y el variable como la que representa el plusvalor. Si ello n ocurre o sólo sucede en forma parcial o a precios inferiores a los precios de producción, el obrero habrá sido explotado, ciertamente, pero su explotación no se realizará en cuanto tal para el capitalista, pudiendo estar ligada a una realización nula o sólo parcial del plusvalor expoliado o, más aun, a una pérdida parcial o total de su capital." (Marx, el Capital, Libro III).

[8] Este análisis elaborado por Marx no tiene obviamente estrictamente nada que ver con la teoría subconsumista de las crisis, que él critica por otra parte: "Pero si se quiere dar a esta tautología una apariencia de fundamentación profunda diciendo que la clase obrera recibe una parte demasiado exigua de su propio producto, y que por ende el mal se remediaría en cuanto recibiera aquélla una fracción mayor de dicho producto, o en cuanto aumentara su salario, pues, bastará con observar que invariablemente las crisis son preparadas por un período en que el salario sube de manera general y la clase obrera obtiene "realiter" [realmente] una porción mayor de la parte del producto anual destinada al consumo" (Marx, el Capital, Libro II).

[9] Cada uno de estos tres factores [a)], [b)] y [c)] se ha definido de este modo en la cita siguiente de Marx: "Las condiciones de la explotación directa y las de su realización no son idénticas. Divergen no sólo en cuanto a tiempo y lugar, sino también conceptualmente. Unas sólo están limitadas por la fuerza productiva de la sociedad, mientras que las otras sólo lo están por la proporcionalidad entre los diversos ramos de la producción y por la capacidad de consumo de la sociedad. Pero esta capacidad no está determinada por la fuerza absoluta de producción ni por la capacidad absoluta de consumo, sino por la capacidad de consumo sobre la base de relaciones antagónicas de distribución, que reduce el consumo de la gran masa de la sociedad a un mínimo solamente modificable dentro de límites más o menos estrechos. Además está limitada por el impulso de acumular, de acrecentar el capital y producir plusvalor en escala ampliada" (Marx, el Capital, Libro III).

[10] Marx, Historia de las doctrinas económicas (mas conocido bajo el título Teorías sobre la plusvalía), volumen V: 91.

[11] "En efecto, siendo factores independientes el mercado y la producción, la expansión de uno no corresponde obligatoriamente al crecimiento del otro". O también: "Las condiciones de la explotación directa y las de su realización no son idénticas. Divergen no sólo en cuanto a tiempo y lugar, sino también conceptualmente" (Marx, el Capital, Libro III).

[12] Cualquier idea de monocausalidad de las crisis de sobreproducción es tanto más importante de rechazar porque sus orígenes son mucho más complejos y múltiples en Marx y en la realidad misma: anarquía de la producción, desproporción entre los dos grandes sectores de la economía, oposición entre "capital de préstamo" y "capital productivo", disyunción entre la compra y la venta consecutiva al atesoramiento, etc. Sin embargo, las dos raíces que Marx analizó más ampliamente, y también las más efectivas en la práctica, son, sin lugar a dudas, las que hemos mencionado: la reducción de la cuota de ganancia y las leyes de distribución del plustrabajo.

[13] Como, por ejemplo, la larga fase de aumento progresivo de los salarios reales en la segunda mitad de la fase ascendente del capitalismo (1870-1914), durante los "Treinta gloriosos" (1945-82), o sus reducciones relativas - e incluso absolutas - desde entonces (1982-2008).

[14] Por supuesto que una crisis de rentabilidad acaba inevitablemente en un estado endémico de sobreproducción, tanto de capitales como de mercancías. Sin embargo, estos fenómenos de sobreproducción eran subsecuentes y eran objeto de políticas de absorción, tanto por parte de los protagonistas públicos (cuotas de producción, reestructuraciones, etc.) como de los privados (fusiones, racionalizaciones, compras, etc.).

[15] Durante los años 70, la clase obrera sufrirá esencialmente la crisis a través de una degradación de sus condiciones de trabajo, de reestructuraciones y despidos, y en consecuencia, de un crecimiento espectacular del desempleo. Contrariamente a la crisis de 1929, ese desempleo, sin embargo, no provocará una espiral recesiva gracias al uso de los amortiguadores sociales keynesianos: subsidios de desempleo, indemnizaciones de reconversión, etc.

[16] La productividad laboral constituye en Marx la variable clave de la evolución del capitalismo, puesto que no es sino el revés de la ley del valor, es decir el tiempo medio de trabajo social para producir las mercancías. Nuestro artículo sobre la crisis en la Revista no 115 contiene un gráfico sobre la evolución de la productividad laboral entre 1961 y 2003 para el G6 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia). Muestra muy claramente la anterioridad de su reducción sobre todas las demás variables que evolucionarán como consecuencia de esa reducción, así como su mantenimiento desde entonces a un bajo nivel.

[17] Cada régimen de acumulación que va ritmando el desarrollo histórico del capitalismo genera relaciones específicas con su esfera exterior: del mercantilismo de los países de la península Ibérica, al capitalismo autocentrado durante los Treinta gloriosos, pasando por el colonialismo de la Inglaterra victoriana, no existen relaciones uniformes entre el corazón y la periferia del capitalismo como lo postula Rosa Luxemburg, sino una mezcla sucesiva de relaciones que encuentran todas ellas sus resortes específicos en esas diferentes necesidades internas de la acumulación del capital.

[18] En el siglo xix, allí donde los mercados coloniales cuentan más, TODOS los países capitalistas no coloniales registraron crecimientos claramente más rápidos que las potencias coloniales (71 % más rápido en término medio). Esta constatación es válida para toda la historia del capitalismo. En efecto, la venta al exterior del capitalismo puro permite a los capitalistas individuales realizar sus mercancías, pero frena la acumulación global del capitalismo ya que, al igual que para el armamento, corresponde a una salida de medios materiales del circuito de la acumulación.

[19] "... el sistema capitalista se convierte en obstáculo para la expansión de las fuerzas productivas del trabajo. Llegado a este punto, el capital, o más exactamente el trabajo asalariado, entra en la misma relación con el desarrollo de la riqueza social y las fuerzas productivas que el sistema de las corporaciones, la servidumbre, la esclavitud, y necesariamente es rechazado como un obstáculo" (Marx, Grundrisse).

[20] Paul Mattick, Integración capitalista y ruptura obrera.

Cuestiones teóricas: 

  • Economía [17]

URL de origen:https://es.internationalism.org/revista-internacional/200911/2707/rev-internacional-n-135-4-trimestre-2008

Enlaces
[1] https://fr.internationalism.org/rint130/17_congr%C3%A8s_du_cci_resolution_sur_la_situation_internationale.html [2] https://fr.internationalism.org/rint130/17_congres_du_cci_un_renforcement_international_du_camp_proletarien.html [3] https://es.internationalism.org/tag/21/528/hace-90-anos-la-revolucion-en-alemania [4] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1919-la-revolucion-alemana [5] https://es.internationalism.org/tag/2/39/la-organizacion-revolucionaria [6] http://www.caritas-ticino.ch/rivista/elenco%20rivista/riv_0203/08%20-%20Terzo%mondo%20nuova%20pattumiera.htm [7] https://www.aiig.it/Un%20quaderno%20per%l [8] https://www.lettera22.it/showart.php?id=296&rubrica=9 [9] https://es.internationalism.org/tag/21/481/medioambiente [10] https://es.internationalism.org/tag/3/50/medio-ambiente [11] https://www.marxists.org/espanol/tematica/histsov/pcr-b/cap4.htm [12] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm#i [13] https://es.internationalism.org/tag/21/492/decadencia-del-capitalismo [14] https://es.internationalism.org/tag/2/25/la-decadencia-del-capitalismo [15] https://es.internationalism.org/tag/21/228/el-comunismo-entrada-de-la-humanidad-en-su-verdadera-historia [16] https://es.internationalism.org/tag/3/42/comunismo [17] https://es.internationalism.org/tag/3/46/economia