"La primera crisis global de la humanidad" (OMC, abril de 2009) ([1]). La recesión "más profunda y sincronizada de memoria humana" (OCDE, marzo de 2009) ([2])! Según la opinión de las grandes instituciones internacionales, la crisis económica actual alcanza una gravedad sin precedentes. Para enfrentarla se movilizan desde hace meses todas las fuerzas de la burguesía. La clase dominante intenta frenar a toda costa la caída de la economía mundial en los infiernos. El G20 es sin duda alguna el símbolo más fuerte de esa reacción internacional ([3]).
A principios de abril, todas las esperanzas capitalistas estaban puestas en Londres, ciudad en la que se celebraba la cumbre salvadora que debía "reactivar la economía y moralizar el capitalismo". Y si nos creemos las declaraciones de los distintos dirigentes del planeta, ese G20 fue un verdadero éxito. "Fue el día en que se unió el mundo para combatir la recesión" lanzó el Primer ministro británico, Gordon Brown. "Va más allá de lo que podíamos imaginar", se emocionó el Presidente francés Nicolas Sarkozy. "Se trata de un compromiso histórico para una crisis excepcional", consideró por su parte la canciller alemana Angela Merkel. Y para Barack Obama, esta cumbre ha sido un "cambio de rumbo".
Obviamente, la verdad es muy otra.
Estos meses pasados, la crisis económica ha reavivado las tensiones internacionales. En un primer momento apareció la tentación del proteccionismo. Cada Estado procura ante todo salvar parte de su economía subvencionándola y concediéndole privilegios nacionales contra la competencia extranjera. Un ejemplo ha sido el plan de apoyo al sector de la automoción decidido en Francia o España, plan agriamente criticado al principio por sus "amigos" europeos. Después vino la tendencia a realizar planes de reactivación cada uno por su lado, especialmente para el rescate del sector financiero. Y los Estados Unidos, epicentro del seísmo financiero, al haber sido golpeados de lleno por la borrasca económica, tienen numerosos competidores que intentan aprovecharse de la situación para debilitar aún más su liderazgo económico. Tal es el sentido de las llamadas al "multilateralismo" por parte de Francia, Alemania, China, los países sudamericanos...
Este G20 de Londres se anunciaba por lo tanto tenso y, entre bastidores, los debates fueron sin duda agitados. Pero las apariencias quedaron a salvo, se evitó la catástrofe para la burguesía de un G20 caótico. La burguesía no ha olvidado hasta qué punto la ausencia de coordinación internacional y la tendencia desenfrenada a tirar cada uno por su lado contribuyeron en el desastre de 1929. El capitalismo se enfrentó entonces a la primera gran crisis de su período de decadencia ([4]), la clase dominante todavía no sabía hacerle frente. Inicialmente, los estados no reaccionaron. De 1929 a 1933, no se tomó casi ninguna medida mientras los bancos quebraban uno tras otro. El comercio mundial se hundió literalmente. En 1933 se esbozó una primera reacción: fue el primer New Deal ([5]) de Roosevelt. Este plan de reactivación consistía en una política de grandes obras y de endeudamiento estatal, pero también una ley proteccionista, el "Buy American Act" ("comprar americano") ([6]). Todos los países se lanzan entonces a la carrera al proteccionismo. El comercio mundial, sin embargo ya en mal estado, sufrió un choque suplementario. Con sus medidas, las burguesías acabaron empeorando la crisis mundial en los años treinta.
Las burguesías hoy quieren evitar todas ellas que se repita este círculo vicioso crisis-proteccionismo-crisis... Tienen conciencia de que deben hacerlo todo para no repetir los errores del pasado. Era imperativamente necesario que este G20 hiciera alarde de unidad de las grandes potencias contra la crisis, en particular para apoyar el sistema financiero internacional. El FMI dedicó incluso un punto específico de su "Documento de trabajo" preparatorio al G20 para poner en guardia contra ese peligro de que cada cual vaya por su cuenta ([7]). Se trata del apartado 13 titulado "El espectro del proteccionismo comercial y financiero es una preocupación creciente": "A pesar de los compromisos asumidos por los países del G20 [el de noviembre de 2008] de no recurrir a medidas proteccionistas, se han producido inquietantes descontroles. Las fronteras son poco claras entre la intervención pública destinada a contener el impacto de la crisis financiera en los sectores en dificultad y las subvenciones inadecuadas para las industrias cuya viabilidad a largo plazo es discutible. Algunas políticas de apoyo a las finanzas también conducen a los bancos a orientar el crédito hacia su país. Al mismo tiempo, hay riesgos crecientes de que algunos países emergentes enfrentados a presiones exteriores sobre sus cuentas intenten imponer controles de capitales." Y el FMI no fue el único en lanzar tales advertencias: "Temo [que un] retorno generalizado al proteccionismo sea probable, los países deficitarios, como Estados Unidos, podrían ver en ese proteccionismo el medio de reforzar la demanda de la producción interna y el nivel de empleo. [...] Se trata de un momento decisivo. Se ha de escoger entre volverse hacia el exterior o replegarse hacia soluciones internas. Esta segunda opción se intentó en los años treinta. Esta vez, debemos intentar la primera" (Martin Wolf, ante la Comisión de Asuntos exteriores del Senado de Estados Unidos, 25 de marzo de 2009) ([8]).
El G20 oyó el mensaje: los dirigentes del mundo supieron presentar una apariencia de unidad y escribir en su comunicado final: "No repetiremos los errores del pasado", que fue seguido por "¡Uf!" de alivio en el mundo entero. Como lo escribe el diario económico francés les Echos del 3 de abril, "la primera conclusión que se impone con respecto al G20 que se celebró ayer en la capital británica, es que no falló, y ya es mucho. Después de las tensiones de estas últimas semanas, las veinte grandes economías del planeta han hecho alarde de su unidad" frente a la crisis.
Concretamente, los países se comprometieron a no establecer barreras, incluso sobre los flujos financieros, encargando a la OMC que compruebe escrupulosamente que se respeta ese compromiso. Por otra parte, 250 mil millones de dólares serán puestos a disposición de agencias de apoyo a la exportación o agencias de inversión con el fin de ayudar a la reanudación del comercio internacional. Pero, sobre todo, el incremento de las tensiones no agrió una cumbre que podía haber acabado en reyerta. Se salvaron las apariencias. Ése fue el único éxito del G20. Pero un éxito sin duda temporal pues el aguijón de la crisis va a seguir espoleando irremediablemente la desunión internacional.
Desde el verano 2007, y la famosa crisis de las "subprimes", los planes de reactivación se suceden a un ritmo desenfrenado. Los primeros anuncios de inyecciones masivas de miles de millones de dólares, hicieron momentáneamente soplar un viento de optimismo. Pero al seguir empeorándose inexorablemente la crisis, cada nuevo plan provoca hoy más escepticismo. Paul Jorion, sociólogo especializado en economía (y uno de los primeros en haber anunciado la catástrofe económica), ironiza con esa repetición de fracasos: "Hemos pasado insensiblemente de las pequeñas ayudas de 2007, calculadas en miles de millones de euros o dólares, a las grandes de principios de 2008, y a las enormes de finales del año que ahora se calculan en cientos de miles de millones. Y 2009, es el año de las ayudas "enormes" ("Kolossal", dice el autor), con importes calculados ahora en "trillones" de euros o dólares. ¡Y a pesar de la ambición siempre más faraónica, sigue sin verse la menor luz al final del túnel!" ([9]).
¿Y qué propone el G20? ¡Una nueva escalada igualmente ineficaz! 5 billones ([10]) de dólares van a inyectarse en la economía mundial de aquí a finales de 2010 ([11]). La burguesía no tiene ninguna otra "solución" y revela así su impotencia ([12]). La prensa internacional no se equivoca: "La crisis dista mucho de acabarse y habría que ser un redomado ingenuo para creer que las decisiones del G20 van a cambiarlo todo" (la Libre Belgique), "Han fracasado en un momento en que la economía mundial está haciendo implosión" (New York Times), "La reactivación dejó de piedra a la cumbre del G20" (Los Angeles Times).
Las estimaciones de la OCDE para 2009, generalmente tan optimistas, no dejan la menor duda sobre lo que le espera a la humanidad en los próximos meses, con G20 o sin él. Según aquélla, ¡Estados Unidos tendrá una recesión de 4 %, la Zona euro de 4,1 % y Japón de 6,6! Por su parte, el Banco mundial afirmó, el lunes 30 de marzo, que en 2009 habría una contracción del 1,7 % del PIB mundial, lo que constituiría el retroceso más fuerte nunca antes registrado de la producción mundial". La situación va pues a empeorarse en los próximos meses, cuando ya la crisis actual es peor que la de 1929. Los economistas Barry Eichengreen y Kevin O'Rourke han calculado que la baja de la producción industrial mundial es desde hace nueve meses tan violenta como en 1929, que la caída de los valores bursátiles es dos veces más rápida, así como el retroceso del comercio mundial ([13]).
Todas estas cifras contienen una realidad muy concreta y dramática para millones de obreros en el mundo. En Estados Unidos, primera potencia mundial, desaparecieron unos 663 000 empleos durante el mes de marzo, con un total que alcanza ya 5,1 millones de empleos destruidos en 2 años. Todos los países están hoy brutalmente golpeados por la crisis. En España, por ejemplo, el desempleo acabara sobrepasando ¡el 17 % en 2009!
Pero esta política no es simplemente ineficaz hoy, sino que, además, está preparando crisis aún más violentas en el futuro. En efecto, todos esos miles de millones se están fabricando mediante el recurso masivo al endeudamiento, de modo que estas deudas tendrán que ser reembolsadas un día (no tan lejano). Incluso los burgueses lo dicen: "Queda claro que la consecuencia de esta crisis es que habrá que pagar la factura: habrá pérdidas de riqueza, pérdidas de patrimonio, pérdidas de rentas, pérdidas de empleos... no es pensable, sería demagogia, decir que nadie va a pagar total o parcialmente esa factura" (Henri Guaino, consejero especial del Presidente de la República en Francia, el pasado 3 de abril) ([14]). Con la acumulación de deudas el capitalismo está sencillamente hipotecando el futuro económico.
¿Y qué decir de todos esos periodistas que se congratularon por la importancia recobrada del FMI? El G20 ha triplicado los medios financieros de esa institución, elevándolos a 750 000 millones de dólares con, además, la autorización de emisión de Derechos Especiales de Giro (DEG) ([15]) de 250 000 millones de dólares. Se entiende así por qué su Presidente, Dominique Strauss-Kahn, ha declarado que se trataba del "mayor plan de reactivación coordinado nunca antes decidido" en la historia. Misión se le dio "de ayudar a los mas débiles", en particular a unos países del Este al borde de la quiebra. Pero el FMI es una extraña tabla de salvación. La fama - justificada - de esta organización es la de imponer una austeridad draconiana en contrapartida a su "ayuda". Reestructuraciones, despidos, desempleo, supresión de subsidios de todo tipo, baja de pensiones... ése es "el efecto FMI". Esta organización acudió, por ejemplo, a salvar Argentina en los años noventa hasta... ¡el hundimiento de esta economía en 2001!
No sólo este G20 no ha hecho despejar el cielo capitalista, pero sí ha dejado entrever, en cambio, un porvenir con más nubarrones todavía.
Habida cuenta de la incapacidad patente de ese G20 de proponer verdaderas soluciones para el futuro, le resultaba difícil a la burguesía prometer una vuelta rápida al crecimiento y a un futuro radiante. Y está ahora produciéndose en las filas obreras una profunda aversión hacia el capitalismo y también una reflexión creciente sobre el futuro, de modo que la clase dominante se ha apresurado a responder, a su manera, a ese cuestionamiento. A bombo y platillo, el G20 ha prometido un capitalismo nuevo, mejor controlado, más moral, más ecológico...
La maniobra es tan grosera que cae en el ridículo. A modo de moralización del capitalismo, el G20 miró con gesto enfurruñado hacia algunos "paraísos fiscales", amenazando con posibles sanciones, en las que iba a pensar con urgencia de aquí a finales del año (¡sic!), para los países que no hagan un esfuerzo de "transparencia". Se señalaron con el dedo cuatro territorios inscritos en la famosa "lista negra": Costa Rica, Malasia, Filipinas y Uruguay. Se echó el sermón y se clasificó a otras naciones en "lista gris". En esa están, por ejemplo, Austria, Bélgica, Chile, Luxemburgo, Singapur y Suiza.
O sea, ¡que los principales "paraísos fiscales" están ausentes! Las islas Caimanes y su hedge funds, los territorios dependientes de la corona británica (Guernsey, Jersey, Isla de Man), la City de Londres, estados federados de EEUU como Delaware, Nevada o Wyoming... todos ellos son oficialmente más blancos que la nieve más blanca (y están pues en la lista blanca). ¿Cómo interpretar esta clasificación de los paraísos fiscales por el G20?, ¿como una estupidez o una payasada?.
Colmo de la hipocresía, a los pocos días de la Cumbre de Londres, la OCDE - responsable de esta clasificación - anunció la salida de los cuatro países de la lista negra, ¡a cambio de promesas de transparencia!
No hay nada de asombroso en toda esta historia. ¿Cómo podrían "moralizar" lo que sea esos grandes responsables capitalistas, verdaderos gángsteres desalmados? ([16]) ¿Y cómo un sistema basado en la explotación y la búsqueda de la ganancia por la ganancia podría ser "más moral"? Nadie se esperaba seriamente por otra parte ver surgir de este G20 un "capitalismo más humano". Eso no existe y los dirigentes políticos lo invocan como cuando los padres hablan de Papá Noel a sus hijos. Este tiempo de crisis revela al contrario, aún más crudamente, el rostro inhumano de este sistema. Hace casi 130 años, Paul Lafargue escribía "La moral capitalista (...) anatematiza la carne del trabajador; su ideal es reducir al productor al mínimo de las necesidades, suprimir sus placeres y sus pasiones y condenarlo al papel de máquina que produce trabajo sin tregua ni piedad" (el Derecho a la pereza) y podríamos añadir que la única "tregua" que le es posible es el del desempleo y la miseria. Cuando la crisis económica golpea, se despide a los trabajadores, echándolos a la calle como trastos inútiles. El capitalismo sigue siendo y siempre será un sistema de explotación brutal y cruel.
Pero la tosquedad de la maniobra es en sí misma reveladora. Demuestra que de verdad no tienen ya nada que proponer, que el capitalismo no aportará ya nada bueno a la humanidad, solo miseria y sufrimiento. Y es tan ilusorio imaginarse un capitalismo "ecológico" o "moral" como cuando se soñaba con que los alquimistas transformaran el plomo en oro.
Si este G20 demuestra algo, es que otro mundo capitalista no es posible. Probablemente la crisis conocerá altibajos, con momentos específicos de vuelta al crecimiento. Pero, básicamente, el capitalismo va a seguir hundiéndose económicamente, sembrando miseria y generando guerras.
No hay nada que esperar de este sistema. La burguesía, con sus cumbres internacionales y sus planes de reactivación, no forma parte de la solución sino del problema. Sólo la clase obrera puede cambiar el mundo, pero necesita para eso volver a recuperar su confianza en la sociedad que sólo ella puede alumbrar: ¡el comunismo!
Mehdi (16 de abril 2009)
[1]) Declaración de Pascal Lamy, Director general de la Organización mundial del comercio (https://www.lesechos.fr/info/inter/4850338-electrochoc.htm [1]).
[2]) Informe intermedio de la Organización de cooperación y desarrollo económicos (https://www.oecd.org/dataoecd/18/1/42443150.pdf [2]).
[3]) El G20 está compuesto por los miembros del G8 (Alemania, Francia, Estados-Unidos, Japón, Canadá, Italia, Reino Unido, Rusia) a los cuales se han añadido Sudáfrica, Arabia Saudí, Argentina, Australia, Brasil, China, Corea del Sur, India, Indonesia, México, Turquía, y la Unión Europea (y últimamente, gracias a Sarkozy, han añadido una silla plegable para España). Una primera cumbre se celebró en noviembre de 2008, en plena tormenta financiera.
[4]) Léase nuestra serie de artículos "Entender la decadencia del capitalismo" (https://es.internationalism.org/series/201 [3]).
[5]) Hay un mito muy propagado hoy, según el cual el New Deal de 1933 habría permitido a la economía mundial salir del marasmo económico. Y, conclusión lógica, habría que llamar hoy a un "New" "New Deal". En realidad, la economía norteamericana, entre 1933 y 1938, seguiría inactiva; fue el segundo New Deal, el de 1938, el que permitió reactivar la máquina. Ahora bien, este segundo New Deal no fue sino el inicio de la economía de guerra (que preparó la Segunda Guerra mundial). ¡Se entiende por qué no se habla mucho de éste!
[6]) Esta ley imponía la compra de bienes fabricados en Estados Unidos cuando se trataba de compras directas del Gobierno estadounidense.
[7]) Fuente: https://contreinfo.info/prnart.php3?id_article=2612 [4].
[8]) Martin Wolf es un periodista económico británico. Es redactor asociado y comentarista económico en el Financial Times.
[9]) L'ère des "Kolossal" coup de pouce, publicado el 7 de abril.
[10]) Recordemos que un billón es, en español, un millón de millones (1+12 ceros). En otras lenguas puede significar mil millones (1+9), lo que en francés se llama "un milliard".
[11]) En realidad, para 4 billones de dólares, se trata de los planes de reactivación ya anunciados estos últimos meses.
[12]) En Japón, un nuevo plan de reactivación de 15,4 billones de yenes (116 000 millones de euros) acaba de decidirse. ¡Es el cuarto programa de reactivación elaborado por Tokio en un año!
[13]) Fuente: www.voxeu.org [5].
[14]) Sobre el papel del endeudamiento en el capitalismo y sus crisis, leer el artículo de nuestra Revista anterior "La crisis económica más grave de la historia del capitalismo".
[15]) Los DEG son una "canasta" monetaria de dólares, euros, yenes y libras esterlinas.
Fue China el país que más insistió para que se emitan esos DEG. En estas últimas semanas, China ha multiplicado las declaraciones oficiales llamando a la creación de una moneda internacional que pueda sustituir al dólar. Y numerosos economistas del mundo han repercutido ese llamamiento, advirtiendo sobre la caída inexorable de la moneda norteamericana y las sacudidas económicas que va a provocar.
Es cierto que el debilitamiento del dólar, a medida que la economía de EEUU se hunde en la recesión, es un verdadero peligro para la economía mundial. Al ser referencia internacional, es uno de los pilares de la estabilidad capitalista desde la posguerra. Sin embargo, la aparición de una nueva moneda de referencia (tanto el euro, el yen, la libra esterlina como los DEG del FMI) es completamente ilusoria. Ninguna potencia podrá sustituir a Estados Unidos, ninguna va a desempeñar su papel de estabilizador económico internacional. El debilitamiento de la economía norteamericana y su moneda significa por lo tanto mayor desorden monetario todavía.
[16]) Lenin calificaba la Sociedad de Naciones, otra institución internacional, de "guarida de bandoleros".
El año 2009 ha sido proclamado "Año Darwin" en el mundo entero, tanto por parte de las instituciones científicas como por las editoriales y los medios. En efecto, se celebra el bicentenario del nacimiento de Charles Darwin (12 de febrero de 1809) y los 150 años de la publicación de su primera obra fundamental, el Origen de las especies, publicada el 24 de noviembre de 1859. Actualmente, nos encontramos pues ante una multitud de conferencias, libros, estudios y emisiones de televisión que tratan sobre Darwin y su teoría que, si bien permiten de vez en cuando hacerse una idea más precisa de él, lo que más bien consiguen es rodearlo de una niebla espesa en la que resulta difícil orientarse.
Eso es debido en parte a que muchos de los autores, conferenciantes y periodistas, que se pretenden "especialistas de Darwin", ni lo conocían hace un año y que el Año Darwin, para ellos como para sus jefes, no es sino una buena ocasión de aumentar su notoriedad o sus rentas gracias a una rápida lectura de unos cuantos artículos de Wikipedia.
Pero hay otra razón para este fenómeno de confusionismo sobre las ideas de Darwin. Es que en cuanto fueron expuestas en el Origen de las especies, al asestarle un golpe brutal a los dogmas religiosos del tiempo, esas concepciones se convirtieron en un tema de primer orden a nivel ideológico y político, y eso porque fueron inmediatamente instrumentalizadas por varios ideólogos de la burguesía. Y lo que ya estaba en juego entonces sigue hoy presente, en las varias interpretaciones y falsificaciones de las que la teoría de Darwin sigue siendo objeto. Con el fin de permitir a nuestros lectores aclararse un poco, publicamos en dos partes el folleto de Anton Pannekoek, Darwinismo y marxismo, escrito en 1909 con motivo del centenario del nacimiento de Darwin y que sigue esencialmente de actualidad.
El marxismo siempre se ha interesado por la evolución de las ciencias, que forman parte íntegra del desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad y, también, porque considera que la perspectiva del comunismo no puede basarse simplemente en una exigencia moral de justicia, como así fue para cantidad de "socialistas utópicos" del pasado, sino también sobre un conocimiento científico de la sociedad humana y de la naturaleza de la que forma parte. Por eso, mucho antes de la publicación del folleto de Pannekoek, el mismo Marx había dedicado, en junio de 1873, un ejemplar de su obra principal, el Capital, a Charles Darwin. En efecto, Marx y Engels habían reconocido en su teoría de la evolución en el ámbito del estudio de los organismos vivos, un planteamiento similar al del materialismo histórico, como lo atestiguan estos dos extractos de su correspondencia:
"Darwin, a quien acabo de leer, es magnífico. (...) nunca ha habido hasta ahora un intento de demostrar la evolución histórica en la naturaleza de manera tan espléndida, al menos con tanto éxito" (Engels a Marx, 11 de diciembre de 1859).
"En este libro se encuentra el fundamento histórico-natural de nuestra concepción" (Marx a Engels, 19 de diciembre 1860) ([1]).
El texto de Pannekoek, redactado con mucha sencillez, nos proporciona un excelente resumen de la teoría de la evolución de las especies. Pero Pannekoek no solo era un hombre de ciencia erudito (fue un conocido astrónomo). Era ante todo un marxista y un militante del movimiento obrero. Por ello su folleto Darwinismo y marxismo se esfuerza en criticar cualquier intento de aplicar esquemática y mecánicamente la teoría de Darwin de la selección natural a la especie humana. Pannekoek hace resaltar claramente las analogías entre marxismo y darwinismo y da cuenta de la utilización, por parte de los sectores más progresistas de la burguesía, de la teoría de la selección natural contra los vestigios reaccionarios del feudalismo. Pero también critica la explotación fraudulenta por la burguesía de la teoría de Darwin contra el marxismo, en particular las distorsiones del "darwinismo social", ideología desarrollada en particular por el filósofo británico Herbert Spencer (y retomada hoy por los ideólogos del liberalismo para justificar la competencia capitalista, la ley de la selva, el cada uno para sí y la eliminación de los más débiles).
Frente al retorno de las creencias oscurantistas venidas de la noche de los tiempos y, en particular, del "creacionismo" con su avatar del "diseño inteligente" según el cual la evolución de los organismos vivos (y la aparición del propio hombre) correspondería a un "plan" preestablecido por una "inteligencia superior" de esencia divina, les corresponde a los marxistas reafirmar el carácter científico y materialista de la teoría de Darwin y destacar el paso considerable que hizo dar a las ciencias de la naturaleza.
Obviamente, el folleto de Pannekoek debe ponerse en el contexto de los conocimientos científicos de su tiempo y algunos de sus enfoques, desarrollados en la segunda parte (que publicaremos en el próximo número de la Revista internacional), hoy están un tanto superadas por un siglo de investigaciones y descubrimientos científicos (en particular en paleoantropología y genética). Pero en lo esencial, su contribución ([2]) (redactada en holandés y que, hasta la fecha, no ha sido traducida al castellano) es una contribución inestimable a la historia del movimiento obrero.
CCI (19 de abril de 2009)
Pocos científicos influyeron tanto el pensamiento de la segunda mitad del siglo xix como Darwin y Marx. Sus contribuciones revolucionaron la concepción que las masas se hacían del mundo. Durante décadas, sus nombres estuvieron en boca de la gente y sus obras están en el centro de las luchas intelectuales que acompañan las luchas sociales de hoy. La razón está en el contenido altamente científico de su obra.
La importancia científica del marxismo así como del darwinismo se apoya en su fidelidad rigurosa a la teoría de la evolución, uno refiriéndose al ámbito del mundo orgánico, el de los seres animados, y el otro al ámbito de la sociedad. Esta teoría de la evolución, sin embargo, no era nada nueva: ya había tenido sus defensores antes de Darwin y Marx; el filósofo Hegel incluso hizo de ella el punto central de su filosofía. Es entonces necesario examinar de cerca las contribuciones de Darwin y Marx en este ámbito.
La teoría según la cual plantas y animales se desarrollaron unos a partir de otros aparece por primera vez durante el siglo xix. Antes, a la pregunta: ¿"De dónde vienen los miles y miles de diferentes clases de plantas y animales que conocemos?", se contestaba: "En tiempos de la creación, Dios los creó a todos, cada cual según su especie". Esta teoría primitiva correspondía a la experiencia adquirida y a los mejores datos entonces disponibles sobre el pasado. Según esos datos, todas las plantas y todos los animales conocidos siempre habían sido idénticos. A nivel científico, la experiencia se expresaba de la siguiente forma: "Todas las especies son invariables porque los padres transmiten sus características a sus hijos".
Sin embargo, debido a ciertas particularidades entre las plantas y los animales, se hizo necesario plantearse otra concepción. Por eso esas particularidades fueron ordenadas según un sistema establecido, en primer lugar, por el científico sueco Linneo. Según este sistema, se divide a los animales en reinos (phylum), ellos mismos divididos en clases, las clases en órdenes, los órdenes en familias, las familias en géneros, cada género con sus especies. En este sistema, cuanto más similares son las características de los seres vivos, más cercanos son unos de otros, y más pequeño es el grupo al que pertenecen. Todos los animales clasificados como mamíferos presentan las mismas características generales en su forma corporal. Se diferencia después a los animales herbívoros, a los carnívoros y a los simios, que pertenecen a órdenes diferentes. Osos, perros y gatos, que son animales carnívoros, tienen muchos más puntos comunes en su forma corporal entre sí que con los caballos o los monos. Esta similitud crece de forma evidente cuando se examinan variedades de la misma especie; el gato, el tigre y el león se parecen en muchos aspectos y difieren de los perros y osos. Si dejamos la clase de los mamíferos para examinar a otras clases, como las de las aves o los peces, vemos diferencias mayores entre las clases que en una misma clase. Siempre persiste sin embargo una semejanza en la formación del cuerpo, del esqueleto y del sistema nervioso. Estas características desaparecen cuando dejamos a esta división principal que abarca a todos los vertebrados, para examinar los moluscos (animales de cuerpo blando) o los pólipos.
El conjunto del mundo animal puede pues organizarse en divisiones y subdivisiones. Si se hubiese creado cada especie de animal diferente con total independencia de las demás, no habría ninguna razón para que existan tales categorías. No habría ninguna razón para que no haya mamíferos con seis patas. Habría entonces que suponer que cuando llegó el momento de la creación, Dios habría seguido el plan del sistema de Linneo y lo habría creado todo según ese plan. Disponemos afortunadamente de otra explicación. La semejanza en la construcción del cuerpo puede ser debida a un verdadero parentesco. Según esta concepción, la similitud de las particularidades indica en qué medida el lazo es cercano o distante, como son mayores las semejanzas entre hermanos y hermanas que entre parientes más distantes. Las especies animales no fueron, pues, creadas de forma individual, sino que descienden unas de otras. Forman un tronco que comenzó sobre bases simples y que se ha ido desarrollando continuamente; las últimas ramas, más finas, las constituyen las especies hoy existentes. Todas las especies de gatos descienden de un gato primitivo que, como el perro primitivo y el oso primitivo, es el descendiente de un determinado tipo primitivo de animal carnívoro. El animal carnívoro primitivo, el animal con pezuñas primitivo y el mono primitivo descienden de un mamífero primitivo, etc.
Esta teoría de la filiación fue defendida por Lamarck y por Geoffroy Saint-Hilaire. Sin embargo, no conoció la aprobación general. Estos naturalistas no pudieron probar la exactitud de dicha teoría y, por lo tanto, permaneció en estado de hipótesis, de simple suposición. Pero en cuanto llegó Darwin, con su obra principal, el Origen de las especies, ésta fue como un relámpago en las mentes de entonces; su teoría de la evolución se aceptó inmediatamente como una verdad perfectamente demostrada. Desde entonces, la teoría de la evolución es inseparable del nombre de Darwin. ¿Por qué es así?
Es en parte debido a que, con la experiencia, se ha acumulado cada vez más material para fundamentar esa teoría. Se descubrieron animales que no podían colocarse claramente en la clasificación, como los mamíferos ovíparos, peces con pulmones y animales vertebrados sin vértebras. La teoría de la filiación afirmaba que eran simplemente vestigios de la transición entre los grupos principales. Las excavaciones revelaron restos fosilizados que parecían diferentes de los animales que viven hoy. Estos restos resultaron en parte ser las formas primitivas de los animales de nuestro tiempo y pusieron de manifiesto que los animales primitivos evolucionaban poco a poco para convertirse en los animales de hoy. Ha progresado después la teoría celular; cada planta, cada animal consta de millones de células, desarrollándose por división y diferenciación incesante a partir de células únicas. Una vez alcanzado este punto, pensar que los organismos más desarrollados descendieron de seres primitivos constituidos de una única célula, ya no parecía ser tan extraño.
Todas estas nuevas experiencias, sin embargo, no podían elevar la teoría a un nivel de verdad demostrada. La mejor prueba de su exactitud habría sido poder observar con sus propios ojos una verdadera transformación de una especie animal en otra. Pero es imposible. ¿Cómo demostrar entonces que una especie animal se transforma en otra? Se puede hacer mostrando la causa, la fuerza que propulsa tal desarrollo. Y eso, Darwin lo hizo. Darwin descubrió el mecanismo del desarrollo animal y dio así la prueba de que algunas especies animales se transformaban necesariamente en condiciones idóneas en otras especies animales. Vamos ahora a aclarar este mecanismo.
Su principal fundamento es el carácter de la transmisión, el hecho de que los padres transmiten sus peculiaridades a sus hijos pero que, al mismo tiempo, los hijos divergen de sus padres en ciertos aspectos y también difieren unos de otros. Por ello los animales de la misma especie no son todos idénticos, sino que difieren en todas las direcciones a partir de un tipo medio. Sin esta variación, sería totalmente imposible que una especie animal se transforme en otra. Para la formación de una nueva especie, es necesario que se incremente la divergencia a partir del tipo central y prosiga en la misma dirección hasta hacerse tan importante que el nuevo animal ya no se asemeja al animal del que desciende. ¿Pero cuál es esa fuerza que suscitaría una variación creciente siempre en la misma dirección?
Lamarck declaró que el cambio se debía al uso y a la utilización intensa de algunos órganos; que debido al ejercicio continuo de algunos órganos, éstos se iban mejorando más y más. Así como los músculos de las piernas de los hombres se refuerzan al correr mucho, también adquirió el león patas poderosas y la liebre patas veloces. De la misma manera, las jirafas desarrollaron su largo cuello para alcanzar y comer las hojas altas de los árboles; a fuerza de extender el cuello, algunos animales de cuello corto fueron desarrollando un cuello largo como la jirafa. Para muchos, esta explicación no era creíble y no daba cuenta de que la rana, por ejemplo, debía ser verde para garantizar su protección.
Para solucionar ese problema, Darwin se tornó hacia otro campo de experiencia. El ganadero y el horticultor son capaces de desarrollar de forma artificial nuevas razas y nuevas variedades. Cuando un horticultor, partiendo de una determinada planta, quiere desarrollar una variedad con flores grandes, ha de suprimir, antes de la madurez, todas las plantas con flores pequeñas y preservar las que las tienen grandes. Si repite esto durante unos años seguidos, las flores serán cada vez mayores, porque cada nueva generación se asemejará a la anterior, y nuestro horticultor, siguiendo con la selección de las mayores de entre las grandes con el objetivo de extenderlas, conseguirá desarrollar una planta con flores muy grandes. Mediante acciones así, a veces deliberadas y otras accidentales, los hombres desarrollaron un gran número de razas de nuestros animales domésticos que difieren aún más de su forma de origen que las especies salvajes difieren entre sí.
Si le pidiéramos a un ganadero que desarrollara un animal de cuello largo a partir de un animal de cuello corto, eso no le parecería imposible. Todo lo que tendrá que hacer será seleccionar los animales con cuello relativamente más largo, cruzarlos, suprimir a los jóvenes de cuello corto y cruzar de nuevo los que tienen un cuello largo. Si repite esto a cada nueva generación, el resultado sería un cuello cada vez más largo y un animal parecido a la jirafa.
Este resultado se obtiene porque hay una voluntad definida con un objetivo definido que, con el fin de criar una determinada variedad, elige a determinados animales. En la naturaleza, no existe semejante voluntad y todas las variaciones van a reducirse con el cruce; resulta entonces imposible que un animal se separe del tronco común original y siga en la misma dirección hasta convertirse en una especie enteramente diferente. ¿Cuál es pues, en la naturaleza, la fuerza que selecciona los animales como lo ha hecho el ganadero?
Darwin meditó mucho tiempo sobre este problema antes de encontrar su solución en la "lucha por la existencia". En esta teoría, tenemos un reflejo del sistema productivo de la época en que vivió Darwin, porque es el combate de la competencia capitalista que le sirvió de modelo para la lucha por la existencia que prevalecía en la naturaleza. No fue gracias a sus propias observaciones si encontró esa solución. Le vino de su lectura de los trabajos del economista Malthus. Malthus intentaba explicar que si hay tanta miseria, hambre y privaciones en nuestro mundo burgués, es porque la población aumenta mucho más rápidamente que los medios de subsistencia existentes. No hay bastante comida para todos: los individuos deben pues luchar unos contra otros para vivir, y muchos sucumben en esa lucha. Con esta teoría, la competencia capitalista tanto como la miseria existente se declaraban ley natural inevitable. En su autobiografía, Darwin declara que fue el libro de Malthus el que le incitó a pensar en la lucha por la existencia.
"En octubre de 1838, o sea quince meses después de empezar mi investigación sistemática, se me ocurrió leer, para distraerme, el ensayo de Malthus sobre la población; y como estaba bien preparado, debido a mis observaciones prolongadas sobre las prácticas de animales y plantas, a apreciar la presencia universal de la lucha por la existencia, me llamó la atención la idea de que en estas circunstancias, las variaciones favorables tenderían a preservarse, y las desfavorables a ser aniquiladas. El resultado sería la formación de nuevas especies. Había encontrado ahí, por fin, una teoría para trabajar."
Es un hecho que el aumento de la natalidad en los animales excede al de la cantidad de comida necesaria para su subsistencia. No hay ninguna excepción a la norma según la cual el número de los seres orgánicos tiende a crecer a tal velocidad que nuestra tierra sería rápidamente desbordada por la descendencia de una única pareja, si parte de ésta no se destruyera. Por eso ha de existir una lucha por la existencia. Cada animal intenta vivir, hace cuanto puede para comer e intenta evitar ser devorado por otros. Con sus peculiaridades y sus armas específicas, lucha contra todo el mundo antagónico, contra los animales, contra el frío, el calor, la sequía, las inundaciones, y otras circunstancias naturales que pueden amenazar con destruirlo. Ante todo, lucha contra los animales de su propia especie, que viven de la misma manera, poseen las mismas características, utilizan las mismas armas y viven de la misma alimentación. Esta lucha no es directa; la liebre no lucha directamente contra la liebre, ni el león contra el león salvo si se trata de una lucha por la hembra, sino que es una lucha por la existencia, una carrera, una lucha competitiva. Todos no pueden alcanzar la edad adulta; la mayoría es destruida, y solo sobreviven los que ganan la carrera. ¿Pero cuáles son los que triunfan? Los que, por sus características, por su estructura corporal, son más aptos para encontrar comida o huir del enemigo; en otros términos, sobrevivirán los que mejor se adaptan a las condiciones existentes.
"Puesto que hay siempre más individuos que nacen que supervivientes, el combate por la supervivencia debe reiniciarse sin cesar y la criatura que posee una determinada ventaja con relación a las demás sobrevivirá; pero, como esas características particulares se transmiten a las nuevas generaciones, es la propia naturaleza la que elige, y la nueva generación surgirá con características diferentes de la anterior."
Tenemos aquí otro esquema para entender el origen de la jirafa. Cuando la hierba no crece en ciertos lugares, los animales deben alimentarse de las hojas de los árboles, y todos los que tienen un cuello demasiado corto para alcanzarlas van a perecer. Es la propia naturaleza la que hace la selección y la naturaleza selecciona solamente a los que tienen cuellos largos. Al haberla comparado con la selección realizada por el ganadero, Darwin llamó a ese proceso "selección natural".
Este proceso produce necesariamente nuevas especies. Puesto que nacen demasiados individuos de una misma especie, más que los que las reservas de comida dejan subsistir, intentan permanentemente extenderse sobre una superficie más amplia. Para obtener su comida, los que viven en los bosques van hacia los prados, los que viven por los suelos van al agua, y los que viven en el suelo suben a los árboles. En esas nuevas condiciones, una aptitud o una variación resultan idóneas cuando antes no lo eran, y de ahí que se desarrollen. Los órganos cambian con el modo de vida. Se adaptan a las nuevas condiciones y, a partir de la antigua especie, se desarrolla una nueva. Este movimiento continuo de las especies existentes que se ramifican en nuevas ramas conduce a la existencia de miles de animales diferentes que van a diferenciarse cada vez más.
Así como la teoría darwiniana explica la filiación general de los animales, su transmutación y su formación partiendo de los seres primitivos, también explica la maravillosa adaptación que existe en toda la naturaleza. Hasta entonces, esta maravillosa adaptación no podía explicarse sino por la sabia intervención de Dios. Ahora, se entiende claramente esa filiación natural, al no ser esa adaptación sino la adaptación a los medios de existencia. Cada animal y cada planta se van adaptando exactamente a las circunstancias existentes, ya que todos los que son menos conformes a ellas se adaptan menos y la lucha por la existencia los extermina. Las ranas verdes, que proceden de las ranas marrones, deben preservar su color protector, ya que todas las que se desvían de éste son descubiertas más rápidamente por sus enemigos y destruidas, o tienen mayores dificultades para alimentarse y perecen.
Así es como Darwin nos demostró, por primera vez, que las nuevas especies se han formado siempre a partir de antiguas. La teoría transformista, que no era hasta aquel entonces sino una simple presunción inducida a partir de numerosos fenómenos que no se podían explicar de otra manera, alcanzó así la certidumbre de un funcionamiento necesario de unas fuerzas específicas que podían demostrarse. Es una de las razones principales que permitió que se impusiera tan rápidamente esa teoría en los debates científicos y llamara la atención del público.
Cuando se examina el marxismo, vemos inmediatamente una gran semejanza con el darwinismo. Como con Darwin, la importancia científica del trabajo de Marx consiste en que descubrió la fuerza motriz, la causa del desarrollo social. No tuvo que demostrar que tal desarrollo existía, cada cual ya sabía que, desde los tiempos más primitivos, unas formas nuevas siempre habían superado las antiguas; pero las causas y los fines de ese desarrollo seguían siendo desconocidos.
En su teoría, Marx partió de los conocimientos de que disponía en su tiempo. La gran revolución política que confirió a Europa el aspecto que ahora tiene, la Revolución francesa, era algo sabido de todos por haber sido una lucha por la supremacía, llevada a cabo por la burguesía contra la nobleza y la monarquía. Tras esa lucha aparecieron nuevas luchas de clases. La lucha realizada en Inglaterra por los capitalistas industriales contra los terratenientes dominaba la política; al mismo tiempo, la clase obrera se rebelaba contra la burguesía. ¿Cuáles eran esas clases? ¿En qué diferían unas de otras? Marx puso de manifiesto que estas distinciones de clase se debían a las funciones distintas que cada una desempeñaba en el proceso productivo. Es en el proceso de producción donde tienen su origen las clases, y es este proceso lo que determina a qué clase se pertenece. La producción no es sino el proceso de trabajo social por el que los hombres obtienen sus medios de subsistencia partiendo de la naturaleza. Es esa producción de bienes materiales necesaria para la vida lo que constituye el fundamento de la sociedad y que determina las relaciones políticas, las luchas sociales y las formas de la vida intelectual.
Los métodos de producción no han cesado de cambiar durante la historia. ¿De dónde vienen estos cambios? La forma de trabajar y las relaciones de producción dependen de las herramientas con las que trabaja la gente, del desarrollo de la técnica y de los medios de producción en general. En la Edad Media se trabajaba con herramientas rudimentarias, mientras que hoy se trabaja con máquinas gigantescas. En la Edad Media existía el pequeño comercio y el feudalismo, mientras que ahora tenemos el capitalismo. Por esa razón también, la nobleza feudal y la pequeña burguesía eran las clases más importantes en la Edad Media, mientras que hoy las clases principales son la burguesía y el proletariado.
La causa principal, la fuerza motriz de todo el desarrollo social, es el desarrollo de las herramientas, de ese material técnico que los hombres ponen en práctica. Ni que decir tiene que los hombres siempre intentan mejorar las herramientas para que su trabajo sea más fácil y más productivo, y la práctica que adquieren utilizándolas les conduce a su vez a desarrollar y mejorar su pensamiento. Este desarrollo acarrea un progreso de la técnica, lento o rápido, que a su vez transforma las formas sociales del trabajo. Esto conduce a nuevas relaciones de clase, a nuevas instituciones sociales y a nuevas clases. Al mismo tiempo surgen luchas sociales, o sea políticas. Las clases que dominaban en el antiguo modo de producción intentan preservar artificialmente sus instituciones, mientras que las clases ascendentes pretenden promover el nuevo modo de producción; y al encabezar luchas de clase contra la clase dirigente y al conquistar el poder, preparan, ya sin trabas, el terreno para un nuevo desarrollo de la técnica.
Así pues, la teoría de Marx reveló la fuerza motriz y el mecanismo del desarrollo social. Así puso de manifiesto que la historia no es algo errático, y que los distintos sistemas sociales no son el resultado de la casualidad o de acontecimientos aleatorios, sino que existe un desarrollo regular en una dirección definida. También probó así que el desarrollo social no cesa con nuestro sistema, porque la técnica sigue desarrollándose continuamente.
Así pues, las dos enseñanzas, la de Darwin y la de Marx, en el ámbito del mundo orgánico y en el de la sociedad humana, elevaron la teoría de la evolución a nivel de ciencia positiva.
Y así hicieron de la teoría de la evolución algo aceptable para las masas como concepción básica del desarrollo social y biológico.
Aunque sea cierto que, para que una teoría tenga una influencia duradera sobre el espíritu humano, deba tener un valor altamente científico, eso no es sin embargo suficiente. Ha sucedido muy a menudo que una teoría científica de primera importancia para la ciencia no suscite ningún interés, si no es para algunas personas instruidas. Así fue, por ejemplo, con la teoría de la atracción universal de Newton. Esta teoría es la base de la astronomía, y gracias a ella conocemos los astros y podemos estudiar el movimiento de los planetas y prever los eclipses. Sin embargo, cuando aparece la teoría de Newton sobre la atracción universal, sólo la aceptaron algunos científicos ingleses. Las grandes masas no le prestaron ninguna atención, y no la conocerían más que gracias a un libro popular de Voltaire, escrito medio siglo más tarde.
Nada extraño en todo eso. La ciencia se ha convertido en una especialidad para un determinado grupo de hombres instruidos, y sus progresos sólo les concierne a ellos, así como la fundición es la especialidad del herrero, y cualquier mejora en la fundición del hierro sólo le concierne a él. Solo un conocimiento del que todo el mundo pueda servirse y que resulte ser una necesidad vital para todos puede granjearse la adhesión de las grandes masas. Cuando vemos que una teoría científica suscita entusiasmo y pasión entre las grandes masas, esto puede deberse a que esta teoría les sirve de arma en la lucha de clases. Porque es la lucha de clases lo que moviliza a la gran mayoría de la sociedad.
Esto se puede constatar más claramente con el marxismo. Si las enseñanzas económicas de Marx no tuviesen importancia para la lucha de clases moderna, solo serían unos cuantos economistas quienes le dedicarían tiempo. Pero debido a que el marxismo sirve de arma a los proletarios en su lucha contra el capitalismo, las luchas científicas se concentran en esta teoría. El favor que ésta hizo a millones de personas hace que respeten el nombre de Marx a pesar de que conozcan poco su obra, y también que millares de otros lo desprecien sin entenderla. Gracias al gran papel que la teoría marxista desempeña en la lucha de clases es estudiada asiduamente por las grandes masas y predomina en el espíritu humano.
La lucha de clase proletaria existía antes de Marx, ya que es fruto de la explotación capitalista. Es totalmente natural que los obreros, al ser explotados, piensen en otro sistema de sociedad en el que la explotación será abolida y lo reivindiquen. Pero lo único que podían hacer era esperarlo y soñarlo. No estaban seguros que eso se pudiera alcanzar algún día. Marx dio al movimiento obrero y al socialismo unas bases teóricas. Su teoría social puso de manifiesto que los sistemas sociales se desarrollan en un movimiento continuo en el que el capitalismo sólo es una forma temporal. Su estudio del capitalismo puso de manifiesto que, debido al perfeccionamiento constante de la técnica, el capitalismo ha de dejar paso necesariamente al socialismo. Sólo los proletarios podrán establecer el nuevo sistema de producción, mediante su lucha contra unos capitalistas cuyo interés es mantener el antiguo sistema de producción. El socialismo es así el fruto y el objetivo de la lucha de clase proletaria.
Gracias a Marx, la lucha de clase proletaria tomó una forma totalmente diferente. El marxismo se convirtió en arma entre las manos de los proletarios; en lugar de vagas esperanzas, les dio un objetivo positivo y, al poner de relieve claramente el desarrollo social, dio fuerza al proletariado y creó las bases para la aplicación de una táctica correcta. A partir del marxismo los obreros pueden probar el carácter transitorio del capitalismo así como la necesidad y la certeza de su victoria. Al mismo tiempo, el marxismo barrió las antiguas visiones utópicas según las cuales el socialismo se instauraría gracias a la inteligencia y a la buena voluntad de los hombres sabios, que consideraban el socialismo como una reivindicación de justicia y moral, como si el objetivo fuera instaurar una sociedad infalible y perfecta. La justicia y la moral cambian con el sistema de producción, y cada clase tiene, en realidad, una idea diferente de ellas. El socialismo no puede ser alcanzado sino por la clase que tiene interés en el socialismo. No se trata del establecimiento de un sistema social perfecto, sino de una transformación en los modos de producción, que los lleve a una etapa superior, o sea a la etapa de la producción social.
Puesto que la teoría marxista del desarrollo social es indispensable a los proletarios en sus luchas, los proletarios procuran integrarlo en su ser; domina su pensamiento, sus sentimientos, toda su concepción del mundo. Al ser la teoría del desarrollo social en el que nos encontramos, el marxismo es el epicentro de los grandes combates intelectuales que acompañan nuestra revolución económica.
El que el marxismo haya adquirido su importancia y su posición gracias al papel que ocupa en la lucha de clase proletaria es algo perfectamente conocido de todos. Para el observador superficial, en cambio, las cosas parecen ser diferentes con el darwinismo porque éste trata de una nueva verdad científica que ha de enfrentarse a la ignorancia y a los prejuicios religiosos. Sin embargo, no es difícil darse cuenta de que, realmente, el darwinismo ha tenido que sufrir las mismas vicisitudes que el marxismo. El darwinismo no es una simple teoría abstracta que habría sido adoptada por el mundo científico tras haberla discutido y puesto a prueba de forma puramente objetiva. ¡No!, inmediatamente después de su aparición, el darwinismo tuvo sus abogados entusiastas y sus adversarios apasionados; también el nombre de Darwin fue enaltecido por las personas que habían entendido algo de su teoría, y desprestigiado por quienes lo ignoraban todo de su teoría sino es aquello de que "el hombre desciende del mono" y que eran indiscutiblemente incompetentes para juzgar desde un punto de vista científico la exactitud o la falsedad de la teoría de Darwin. El darwinismo también desempeñó un papel en la lucha de clases, y por ello se extendió también rápidamente y tuvo partidarios entusiastas como adversarios encarnizados.
El darwinismo sirvió de instrumento a la burguesía en su combate contra la clase feudal, contra la nobleza, los derechos del clero y de los señores feudales. Era una lucha totalmente diferente de la lucha que llevan hoy los proletarios. La burguesía no era una clase explotada que luchaba para suprimir la explotación, ¡ni mucho menos! Lo que la burguesía quería, era deshacerse de los viejos poderes dominantes que le cortaban el paso. La burguesía quería controlar y basaba sus exigencias en el hecho de que era la clase más importante que dirigía la industria. ¿Qué argumentos podían oponerle la antigua clase, la clase que ya no era sino un parásito inútil? Sus argumentos eran la tradición, sus antiguos derechos "divinos". Ésos eran sus pilares. Gracias a la religión, los sacerdotes mantenían sometida a la gran masa, preparándola para oponerse a las exigencias de la burguesía.
Para defender sus propios intereses, la burguesía se vio obligada a socavar el derecho "divino" de los gobernantes. Las ciencias naturales se convirtieron en armas para oponerse a la creencia y a la tradición; se potenciaron las ciencias y las leyes de la naturaleza, recientemente descubiertas; fueron esas armas con las que la burguesía entabló su combate. Si los recientes descubrimientos podían poner de manifiesto que era falso lo que los sacerdotes enseñaban, la autoridad "divina" de estos sacerdotes se agotaría y se desmoronarían los "derechos divinos" que disfrutaba la clase feudal. Obviamente, la clase feudal no fue vencida únicamente así; el poder material sólo puede derribarse con el poder material; pero las armas intelectuales se convierten en armas materiales. Por ello la burguesía ascendente dio tanta importancia a la ciencia de la naturaleza.
El darwinismo llegó en el momento idóneo. La teoría de Darwin, según la cual el hombre es descendiente de un animal inferior, destrozaba todo el fundamento del dogma cristiano. Por eso la burguesía se apoderó el darwinismo con tanto empeño en cuanto hizo su aparición.
No ocurrió así en Inglaterra. Vemos una vez más hasta qué punto era importante la lucha de clases para la propagación de la teoría de Darwin. En Inglaterra, la burguesía ya dominaba desde hacía varios siglos y, en general, no tenía entonces ningún interés en atacar o destruir la religión. Por eso la teoría de Darwin no apasionó a nadie en Inglaterra, a pesar de ser muy conocida; se consideró simplemente como una teoría científica sin gran importancia práctica. El propio Darwin la consideraba así y, por temor a que su teoría desafiara los prejuicios religiosos reinantes, evitó voluntariamente que se aplicara inmediatamente a los hombres. Sólo tras muchas demoras y después de que otros lo hicieran antes que él, Darwin decidió comprometerse. En una carta a Haeckel, deploraba que su teoría chocara con tantos prejuicios y encontrara tanta indiferencia, hasta tal punto de que creía que no viviría lo suficiente para verla superar esos obstáculos.
Pero las cosas fueron completamente diferentes en Alemania; y Haeckel respondió con razón a Darwin que en Alemania, la teoría darwiniana había levantado un enorme entusiasmo. En realidad, cuando la teoría de Darwin se publicó, la burguesía se estaba preparando para entablar un nuevo ataque contra el absolutismo y los junkers. Los intelectuales dirigían la burguesía liberal. Ernest Haeckel, un gran científico y, además, de lo más audaz, extrajo inmediatamente las conclusiones más avanzadas contra la religión, en su libro Natürliche Schöpfungsgeschichte. Así pues, mientras que el darwinismo gozaba de una recepción entusiasta por parte de la burguesía progresista, también era violentamente combatida por los reaccionarios.
La misma lucha también tuvo lugar en otros países europeos. Por todas partes, la burguesía liberal progresista debía luchar contra las fuerzas reaccionarias. Los reaccionarios ocupaban ya o querían volver a ocupar el tan reñido poder gracias a sus apoyos religiosos. En tales circunstancias, incluso los debates científicos estaban animados por el ardor y la pasión propios de una lucha de clases. Los textos que se publicaron, a favor o en contra de Darwin, tenían pues un carácter de polémica social, a pesar de que los firmaban autores científicos. Muchos escritos populares de Haeckel, si se les considera desde un punto de vista científico, son muy superficiales, mientras que los argumentos y protestas de sus adversarios eran de una estupidez increíble cuyo equivalente sólo puede observarse en los argumentos utilizados contra Marx.
El objetivo de la lucha de la burguesía liberal contra el feudalismo no era llevarla a su término. En parte eso se debía a que por todas partes aparecían proletarios socialistas, que amenazaban a todos los poderes dominantes, incluso el de la burguesía. La burguesía liberal se fue calmando y las tendencias reaccionarias acabaron imponiéndose. El antiguo ardor por combatir la religión desapareció completamente y, a pesar de que liberales y reaccionarios seguían combatiéndose unos a otros, en realidad se iban aproximando. El interés por la ciencia como arma de la lucha de clases que se había manifestado desapareció enteramente, mientras se reforzaba la tendencia reaccionaria según la cual las masas deben educarse en la religión.
La evaluación de la ciencia también sufrió un cambio. Anteriormente, la burguesía instruida había basado en la ciencia una visión materialista del universo, en la que encontraba la solución del enigma de éste. Ahora volvía a dominar el misticismo; todo lo que se había solucionado se consideró insignificante, mientras que todo lo que no lo había sido tomaba una importancia enorme, abarcando las cuestiones más importantes de la vida. Un estado de ánimo hecho de escepticismo, espíritu crítico y de duda sustituyó al antiguo espíritu exultante a favor de la ciencia.
Esto se percibió también en la posición tomada con respecto a Darwin. "¿Qué demuestra su teoría? ¡Deja el enigma del universo sin solución! ¿De dónde viene esta naturaleza maravillosa de la transmisión, de dónde viene esta capacidad de los seres animados a modificarse de manera tan conveniente?" Ahí está el enigma misterioso de la vida que no puede solucionarse con principios mecánicos. ¿Qué queda pues del darwinismo después de esa crítica?
Naturalmente, los avances de la ciencia permitieron rápidos progresos. La solución a un problema siempre hace surgir nuevos problemas que resolver, unos problemas que estaban ocultos en la teoría de la transmisión. Esta teoría, que Darwin tuvo que aceptar como base de investigación, seguía siendo profundizada, y surgió un debate difícil con respecto a los factores individuales del desarrollo y de la lucha por la existencia. Mientras unos científicos dedicaban su atención a la variación a la que consideraban debida al ejercicio y a la adaptación a la vida (según el principio establecido por Lamarck), otros como Weissman rechazaban expresamente esa idea. Mientras que Darwin sólo admitía cambios progresivos y lentos, De Vries descubría casos de variaciones súbitas y saltos que tenían como resultado la aparición repentina de nuevas especies. Todo esto, mientras se reforzaba y desarrollaba la teoría de la filiación, daba en algunos casos la impresión de que los nuevos descubrimientos demolían la teoría de Darwin, y los reaccionarios saludaban por lo tanto cada uno de ellos como prueba de la quiebra del darwinismo. Al mismo tiempo, la concepción social tenía efecto retroactivo sobre la ciencia. Los científicos reaccionarios declaraban que un elemento espiritual era necesario. Lo sobrenatural y lo misterioso, que el darwinismo había barrido, iban a reintroducirse por la puerta trasera. Fue la expresión de una tendencia reaccionaria creciente en el seno de esta clase que, en un primer tiempo, se había hecho la abanderada del darwinismo.
El darwinismo fue de una utilidad inestimable para la burguesía en su lucha contra las potencias del pasado. Era de lo más natural que la burguesía lo utilizara contra su nuevo enemigo, el proletariado; no porque el darwinismo se opusiera a los proletarios, sino por la razón opuesta. En cuanto el darwinismo hizo su aparición, la vanguardia proletaria, los socialistas, saludó la teoría darwiniana, porque en ella veía una confirmación y una realización de su propia teoría; no, como lo creían algunos adversarios superficiales, porque quería fundar el socialismo sobre el darwinismo, sino en el sentido de que el descubrimiento darwiniano (que pone de manifiesto que, incluso en el mundo orgánico aparentemente estacionario, existe un desarrollo continuo) es una confirmación y una confirmación patente de la teoría marxista del desarrollo social.
Era sin embargo normal que la burguesía utilizara el darwinismo contra los proletarios. La burguesía había de enfrentar a dos ejércitos, y las clases reaccionarias lo sabían bien muy. Cuando la burguesía combatía la autoridad de las clases reaccionarias, éstas señalaban con el dedo a los proletarios y prevenían a la burguesía contra todo debilitamiento de la autoridad. Al actuar así, los reaccionarios pretendían asustar a la burguesía para que renunciara a su actividad revolucionaria. Naturalmente, los representantes burgueses respondían que no había nada que temer; que su ciencia no refutaba sino la autoridad sin fundamento de la nobleza y en cambio mantenía el orden contra sus enemigos.
En un congreso de naturalistas, el político y científico reaccionario Virchow acusó a la teoría darwiniana de apoyar el socialismo. "Cuidado con esta teoría, dijo a los darwinianos, ya que está muy estrechamente vinculada a lo que causó tanto pavor en el país vecino." Esta alusión a la Comuna de París, hecha durante ese año célebre por la caza que en su transcurso se hizo a los socialistas, provocó su efecto. ¡Qué decir, sin embargo, de la ciencia de un profesor, que ataca el darwinismo con el argumento de no es correcto porque es peligroso! Este reproche, de ser un aliado de los revolucionarios rojos, se opuso frecuentemente a Haeckel, partidario de esta teoría. No lo pudo soportar. Intentó inmediatamente demostrar que era precisamente la teoría darwiniana la que mostraba el carácter indefendible de las pretensiones socialistas, y que darwinismo y socialismo "se apoyan mutuamente como el fuego y el agua".
Sigamos las controversias de Haeckel, cuyas ideas principales se repiten en la mayoría de los autores que basan sus argumentos contra el socialismo en el darwinismo.
El socialismo es una teoría que presupone la igualdad natural entre las personas y que se esfuerza en promover la igualdad social; igualdad de derechos, de deberes, igualdad de propiedad y de su disfrute. El darwinismo, al contrario, es la prueba científica de la desigualdad. La teoría de la filiación demuestra que el desarrollo animal va en el sentido de una diferenciación o de una división cada vez mayor del trabajo; cuanto más superior es el animal y se acerca a la perfección, más importante es la desigualdad. Esto también vale para la sociedad. Aquí también, vemos la gran división del trabajo entre oficios, entre clases, etc., y cuanto más está desarrollada la sociedad, más aumentan las desigualdades en la fuerza, la habilidad, el talento. Es necesario, pues, recomendar la teoría de la filiación como "el mejor antídoto a la pretensión socialista de igualitarismo total".
Eso también se aplica, en mayor medida todavía, a la teoría darwiniana de la supervivencia. El socialismo quiere suprimir la competencia y la lucha por la existencia. Pero el darwinismo nos enseña que esta lucha es inevitable y que es una ley natural para el conjunto del mundo orgánico. No sólo es natural esta lucha, sino que también es útil y saludable. Esta lucha favorece una perfección creciente, y esta perfección consiste en la eliminación cada vez mayor de lo inadaptado. Sólo la minoría seleccionada, aquellos que están capacitados para resistir a la competencia, puede sobrevivir; la gran mayoría ha de desaparecer. Son muchos los llamados y pocos elegidos. Al mismo tiempo, la lucha por la existencia tiene como resultado la victoria de los mejores, mientras que los menos buenos y los inadaptados han de ser eliminados. Se puede deplorar, como también se deplora que todos deban morir, pero el hecho no puede ni negarse ni cambiarse.
Queremos observar aquí cómo un cambio insignificante de términos casi similares sirve a la defensa del capitalismo. Darwin hablaba, respecto a la supervivencia de los más aptos, de quienes están mejor adaptados a ciertas condiciones. Al ver que, en esta lucha, los que están mejor organizados triunfan sobre los demás, los vencedores fueron denominados "los vigilantes" y, más tarde, "los mejores". Esta expresión fue introducida por Herbert Spencer. Al ser los vencedores en su ámbito, vencedores de la lucha social, los grandes capitalistas se proclamaron los mejores.
Haeckel mantuvo esta concepción y la sigue confirmando. En 1892, dice:
"El darwinismo, o la teoría de la selección, es enteramente aristocrático; se basa en la supervivencia de los mejores. La división del trabajo aportada por el desarrollo es responsable de una variación cada vez mayor en el carácter, de una desigualdad siempre mayor entre los individuos, en su actividad, su educación y su condición. Cuanto más va avanzando la cultura humana, mayores son la diferencia y el foso entre las distintas clases existentes. El comunismo y las pretensiones de igualdad de condición y actividad, que los socialistas proponen, son sinónimos de retorno a las épocas primitivas de barbarie."
El filósofo inglés Herbert Spencer ya tenía, antes de Darwin, una teoría sobre el desarrollo social. Era la teoría burguesa del individualismo, basada en la lucha por la existencia. Luego relacionó estrechamente esta teoría con el darwinismo.
"En el mundo animal, decía, se destruye siempre a los viejos, a los débiles y al enfermo y sólo sobreviven los elementos fuertes y sanos. La lucha por la existencia sirve pues a la purificación de la raza, protegiéndola del decaimiento. Es el efecto benéfico de esta lucha ya que, si cesara y que cada uno estuviera seguro de satisfacer sus necesidades sin la menor lucha, la raza degeneraría necesariamente. La ayuda a los enfermos, a los débiles y a los inadaptados conlleva un decaimiento general de la raza. Si la simpatía, que encuentra su expresión en la caridad, va más allá de los límites razonables, falla su objetivo; en vez de disminuir el sufrimiento, lo aumenta para las nuevas generaciones. El efecto benéfico de la lucha por la existencia se observa mejor en los animales bravos. Todos son fuertes y están bien de salud porque tienen que resistir a miles de peligros que necesariamente han eliminado a todos los que no se adaptaban. En los hombres y los animales domésticos, la debilidad y la enfermedad se generalizan porque se preserva a los enfermos y a los débiles. El socialismo, cuyo objetivo es suprimir la lucha por la existencia en el mundo humano, aportará necesariamente un decaimiento mental y físico creciente."
Son los principales argumentos de los que se sirve el darwinismo para defender el sistema burgués. Por convincentes que parezcan ser a primera vista, no fue sin embargo difícil a los socialistas aniquilarlos. No son, esencialmente, sino los viejos argumentos utilizados contra el socialismo, vestidos de seda con la terminología darwiniana, y expresan una ignorancia total tanto del socialismo como del capitalismo.
Los que comparan la organización social al cuerpo del animal dejan de lado que los hombres no difieren unos de otros como difieren células u órganos, sino que son diferentes en sus capacidades. En la sociedad, la división del trabajo no puede alcanzar un punto en el que todas las capacidades tuviesen que desaparecer a favor de una sola. Además, cualquiera que entienda algo de socialismo sabe que la división eficaz del trabajo no cesa con el socialismo, sino, al revés, con el socialismo, por primera vez una verdadera división será posible. La diferencia entre obreros, entre sus capacidades y sus empleos no desaparecerá; lo que sí dejará de existir será la diferencia entre los obreros y los explotadores.
Si bien es totalmente cierto que, en la lucha por la existencia, sobreviven los animales fuertes, sanos y bien adaptados, eso no se produce con la competencia capitalista. Aquí, la victoria no depende de la perfección de los que están comprometidos en la lucha, sino de algo que se sitúa fuera de su cuerpo. Mientras que puede ser válida esta lucha para el pequeño burgués, cuyo éxito depende de sus capacidades y sus calificaciones personales, el éxito en el desarrollo posterior del capital ya no depende de las capacidades personales sino de la posesión del capital. El que dispone de un mayor capital va a vencer al que tiene menos, aunque éste esté más cualificado. No son las cualidades personales, sino la posesión de dinero lo que decide quién será el vencedor de la lucha. Cuando desaparecen los pequeños capitalistas, no desaparecen como hombres, sino como capitalistas; no se eliminan de la vida, sino de la burguesía. Siguen existiendo, pero no como capitalistas. La competencia que existe en el sistema capitalista es, pues, en sus exigencias y sus resultados, diferente de la lucha animal por la existencia.
Quienes dejan de existir como personas son miembros de una clase totalmente diferente, una clase que no participa en el combate de la competencia. Los obreros no compiten con los capitalistas, solo les venden su fuerza de trabajo. Porque no tienen ninguna propiedad, ni siquiera tienen la ocasión de comparar sus grandes cualidades, como tampoco de competir con los capitalistas. Su pobreza, su miseria no se deben a haber fracasado en una lucha competitiva a causa de su debilidad; sino que, al estar tan mal pagados a cambio de su fuerza de trabajo, sus hijos mueren masivamente aunque hubieran nacido fuertes y con buena salud; mientras que los hijos nacidos de padres ricos, incluso si nacieron enfermos, sobreviven gracias a la alimentación y a los numerosos cuidados que se les prestan. Los hijos de los pobres no se mueren porque estén enfermos o débiles, sino por razones exteriores. Es el capitalismo, con la explotación, la reducción de los sueldos, las crisis del desempleo, los malos alojamientos y las largas horas de trabajo, lo que provoca esas condiciones desfavorables. Es el sistema capitalista el que hace sucumbir a tantos seres fuertes y sanos.
Así los socialistas ponen de manifiesto que, a diferencia del mundo animal, la lucha competitiva que existe entre los hombres no favorece a los que son mejores y más cualificados, sino que destruye por la miseria a muchos individuos fuertes y sanos, mientras que los ricos, incluso débiles y enfermos, sobreviven. Los socialistas ponen de manifiesto que la fuerza personal no es el factor determinante, sino que es algo exterior al hombre; es la posesión de dinero lo que determina quién sobrevivirá y quién morirá.
Anton Pannekoek
[1]) Es necesario destacar que, poco tiempo después, en otra carta a Engels con fecha del 18 de junio de 1862, Marx cambiará su apreciación haciendo esta crítica a Darwin: "«Cabe señalar cómo Darwin reconoce en los animales y las plantas a su propia sociedad inglesa, con su división del trabajo, su competencia, sus aperturas de nuevos mercados, sus invenciones y su maltusiana lucha por la vida. Es el bellum omnium contra omnes de Hobbes (la guerra de todos contra todos), y recuerda a Hegel en la Fenomenología, donde la sociedad civil interviene como "reino animal del Espíritu", mientras que en Darwin, es el reino animal el que interviene como sociedad civil" (Marx-Engels, Correspondencia, Ediciones sociales, París, 1979). En consecuencia, Engels retomará en parte esta crítica de Marx en el AntiDühring (Engels hará alusión al "error maltusiano" de Darwin) y en Dialéctica de la naturaleza. En el próximo número de la Revista internacional, volveremos de nuevo sobre esto que se puede considerar como una interpretación errónea de la obra de Darwin por Marx y Engels.
[2]) La traducción se ha hecho a partir de la versión inglesa (1912, Nathan Weiser) y se ha mejorado basándonos en el original en holandés.
La derrota de la revolución proletaria en Alemania fue el giro decisivo del siglo xx, pues su consecuencia fue la derrota de revolución mundial. En Alemania, la instauración del régimen nacional-socialista que se construyó sobre el aplastamiento del proletariado revolucionario abrió el camino a ese país a marchas forzadas hacia la Segunda Guerra mundial. La barbarie específica del régimen nacional-socialista iba pronto a servir de coartada a las campañas antifascistas destinadas, por su parte, a alistar en la guerra al proletariado del campo imperialista "democrático". Según la ideología antifascista, el capitalismo democrático sería un "mal menor" que podría en cierto modo proteger a la población contra lo peor que existe en la sociedad burguesa. Semejante patraña, que sigue hoy siendo dañina en la conciencia de la clase obrera, queda totalmente desmentida por las luchas revolucionarias en Alemania derrotadas por la socialdemocracia la cual desencadenó para ello un terror anticipador del terror fascista. Esa es una de las razones por las que la clase dominante prefiere ocultar aquellos acontecimientos con un tupido velo de silencio.
La noche del 15 de enero de 1919, cinco miembros del comité armado de vigilancia burgués del barrio acomodado de Wilmersdorf en Berlín, formado entre otros por dos hombres de negocios y un destilador, entraron en el piso de la familia Marcusson en el que encontraron a tres miembros del comité central del joven Partido comunista de Alemania (KPD): Karl Liebknecht, Rosa Luxemburg y Wilhelm Pieck. Los manuales "oficiales" de historia siguen contando hoy todavía que los dirigentes del KPD fueron "detenidos". En realidad, a Liebknecht, Luxemburg y Pieck los raptaron. Para los miembros de la "milicia ciudadana" sus prisioneros eran unos criminales, pero no por eso los entregaron a la policía. Los llevaron a un lujoso hotel, el Edén, en donde esa misma mañana se acababa de instalar la Garde-Kavallerie-Schützen-Division ("División de fusileros de caballería de la guardia", GKSD), estableciendo allí su nuevo cuartel general.
La GKSD había sido una unidad de élite de los ejércitos imperiales (en su origen, era la Guardia de Corps del propio emperador). Igual que los SS, sus herederos durante la Segunda Guerra mundial, esa división enviaba al frente unidades de choque y disponía además de su propio sistema de seguridad y espionaje. En cuanto llegó la noticia de la revolución al frente occidental, la GSKD regresó a retaguardia para dirigir la contrarrevolución; llegó a la región de Berlín el 30 de noviembre. Allí llevó a cabo el ataque llamado de "vísperas de Navidad" contra los marinos revolucionarios en el palacio imperial, empleando, en plena urbe, artillería, gases y granadas ([1]).
En sus memorias, el comandante en jefe de la GSKD, Waldemar Pabst, cuenta que uno de sus oficiales, un aristócrata católico, tras haber escuchado un discurso de Rosa Luxemburg, había declarado entonces que era una "santa" y le pidió que permitiera a Rosa Luxemburg dirigirse a su unidad. Pabst escribe: "Tomé conciencia del peligro que representaba la señora Luxemburg. Era más peligrosa que nadie, incluso que los que estaban armados" ([2]).
A su llegada con su botín al "paraíso" del hotel Edén, los cinco intrépidos defensores de la ley y el orden de Wilmersdorf fueron generosamente recompensados por sus servicios. La GKSD era uno de los tres organismos de la capital que ofrecía una recompensa financiera considerable por la captura de Liebknecht y de Luxemburg ([3]).
Pabst nos da una breve reseña del interrogatorio de Rosa Luxemburg aquella noche. "¿Es usted la señora Rosa Luxemburg?" le preguntó. "Decídalo usted, por favor", contestó ella. "Por las fotos, así debe ser". "Si usted lo dice." Luego, cogió una aguja y se puso a coser un desgarrón del vestido que le hicieron durante la detención. Después se puso a leer uno de sus libros preferidos, Fausto de Goethe, e ignoró la presencia del interrogador.
En cuanto se supo la noticia de la captura de los espartaquistas, se difundió entre los ocupantes del elegante hotel un ambiente de pogromo. Sin embargo, Pabst tenía sus propios planes. Mandó que acudieran tenientes y oficiales de marina, hombres de honor muy respetados; unos hombres cuyo "honor" había quedado muy agraviado, puesto que sus propios subordinados, los marineros de la flota imperial, habían desertado, integrándose en la revolución. Esos "caballeros" prestaron juramento de guardar silencio para el resto de sus días sobre lo que iba a ocurrir a continuación.
Querían evitar un juicio, una "ejecución según la ley marcial" u otro procedimiento cualquiera que hiciera aparecer a las víctimas como héroes o mártires. Los espartaquistas debían morir de muerte vergonzante. Se pusieron de acuerdo para pretender que a Liebknecht lo trasladaban a la cárcel, fingir una avería en el coche en el parque del centro ciudad, el Tiergarten, y abatirlo "porque había huido". Puesto que esa "solución" iba a resultar muy poco creíble en el caso de Rosa Luxemburg cuya lesión física en la cadera que la hacía cojear, era de todos conocida, se decidió que debía aparecer como víctima de un linchamiento por la muchedumbre. Del papel de "muchedumbre" se encargó al teniente de marina Herman Souchon, cuyo padre, el almirante Souchon, tuvo que soportar, en noviembre de 1918, como gobernador de Kiel, la afrenta de tener que negociar con los obreros y los marineros revolucionarios. Tenía que esperar fuera del hotel, lanzarse contra el coche que llevaba a Rosa Luxemburg y dispararle en la cabeza.
Pero durante la ejecución de ese plan surgió algo imprevisto: un soldado apellidado Runge que se había entendido con su capitán, un tal Petri, para permanecer en su puesto después de su servicio a las 11 de la noche. Querían cobrar ellos dos la recompensa por la eliminación de los revolucionarios. En el momento en que llevaban a Liebknecht a un coche aparcado delante del hotel, Runge le asestó un culatazo en la cabeza. Esto iba a descalificar la fábula de que a Liebknecht lo habían matado por la "ley de fugas". En medio del desconcierto provocado por tal acción a nadie se le ocurrió mandar a Runge que se alejara del lugar. Y cuando sacaban a Rosa Luxemburg del hotel, el tal Runge, de uniforme, la derribó de la misma manera dejándola inconsciente. Ya en el suelo, le atizó otro culatazo. La metieron en el coche ya medio muerta y otro soldado, Von Rzewuski, le dio otro golpe. Sólo entonces acudió Souchon corriendo para ejecutarla. Lo ocurrido después es conocido de todos. A Liebknecht lo mataron en el Tiergarten. El cadáver de Rosa Luxemburg lo tiraron en el cercano canal Landwehr ([4]). Al día siguiente los asesinos se hicieron fotografiar en una fiesta para celebrarlo.
Tras haber expresado lo "afectado" que estaba por semejantes "atrocidades" y haberlas condenado, el gobierno socialdemócrata prometió "una encuesta de lo más riguroso" de la que encargó... a ¡la GKSD!. El responsable de la encuesta, Jorns, era un tipo que ya se había ganado una buena fama por ocultación de un genocidio colonial perpetrado por el ejército alemán en el África Suroriental alemana antes de la guerra. Instaló su despacho en el hotel Edén. Sus ayudantes en las pesquisas eran Pabst y uno de los acusados por el asesinato, Von Pflugk-Hartnung. Sin embargo, un artículo aparecido el 12 de febrero en el Rote Fahne, el diario del KPD, acabó dando al traste con el proyecto de dar largas al asunto para después acabar por enterrarlo. Ese artículo, que daba cumplida cuenta de lo que acabó estableciéndose como verdad histórica sobre esos asesinatos, desencadenó un clamor de indignación ([5]).
El juicio empezó el 8 de mayo de 1919. Se puso el tribunal bajo la protección de la GSKD. El juez designado era otro representante de la flota imperial, Wilhelm Canaris, un amigo de Pabst y de Von Pflugk-Hartnung. Llegaría a ser varios años más tarde comandante en jefe de los servicios de espionaje de la Alemania nazi. Una vez más, todo se desarrolló según un plan preestablecido. Pero hubo algo imprevisto: algunos miembros del personal del hotel Edén, a pesar del miedo a perder su empleo y acabar en las listas de personas que asesinar por las brigadas militares de matones, dieron cabal testimonio de lo que habían visto. La limpiadora Anna Belger, contó que había oído hablar a los oficiales de la "acogida" que le estaban preparando a Liebknecht en el Tiergarten. Los camareros Mistelski y Krupp, de 17 años ambos, identificaron a Runge y revelaron sus relaciones con Petri. A pesar de todo, el tribunal aceptó sin el menor empacho la versión de que a Liebknecht lo mataron a tiros porque "se había dado a la fuga", y absolvieron a los oficiales que habían disparado. En el caso de Rosa Luxemburg, se estipuló que dos soldados habían intentado matarla, pero que se desconocía al asesino. Tampoco se conocían las causas de su muerte, puesto que no se había encontrado su cadáver.
El 31 de mayo de 1919, unos obreros encontraron el cadáver de Rosa Luxemburg en la esclusa del canal. En cuanto se supo que a "ella" la habían encontrado, el ministro del Interior SPD, Gustav Noske, ordenó el más absoluto silencio sobre ese tema. Habría que esperar tres días para que se publicara un anuncio oficial diciendo que una patrulla militar, y no unos obreros, había encontrado los restos de Rosa Luxemburg.
En contra de todas las normas, Noske entregó el cadáver a sus amigos militares, o sea en manos de los propios asesinos. Les autoridades responsables no pudieron ocultar que, en realidad, Noske había robado el cadáver. Es evidente que los socialdemócratas estaban tan aterrorizados por Rosa Luxemburg, que hasta su cadáver les daba miedo. El silencio que habían jurado en el hotel Edén lo mantuvieron durante décadas. Pero acabó siendo el propio Pabst quien lo rompiera. No podía soportar por más tiempo que no se le atribuyeran públicamente los méritos de su hazaña. Después de la Segunda Guerra mundial se puso a hacer alusiones en entrevistas a la prensa (Spiegel, Stern) y a ser más explícito en las discusiones con historiadores y en sus memorias. En la Republica federal de Alemania (la Alemania del Oeste), "el anticomunismo" del período de posguerra ofrecía las circunstancias favorables para que Pabst hiciera alarde de sus proezas: contó que había llamado por teléfono al ministro del Interior socialdemócrata Noske, en la noche del 15 de enero de 1919, para consultarle sobre el procedimiento a seguir con sus ilustres presos. Se pusieron de acuerdo sobre la necesidad de "poner fin a la guerra civil". Y sobre cómo hacerlo, Noske declaró: "La decisión la debe tomar vuestro general ([6]), pues son vuestros prisioneros". En una carta al doctor Franz, fechada en 1969, Pabst escribe: "Noske y yo estábamos plenamente de acuerdo. Naturalmente, no podía ser Noske quien diera la orden". Y en otra carta escribe: "... esos idiotas de alemanes deberían postrarse de hinojos y darme las gracias a mí y a Noske también; ¡calles debería haber con nuestros nombres! ([7]) ! Noske fue ejemplar en aquel entonces y el Partido (salvo su ala izquierda semi-comunista) sin reproche. Es evidente que yo nunca habría podido decidir esa acción sin el acuerdo de Noske (ni de Ebert tras él) y que debía proteger a mis oficiales" ([8]).
La situación de Alemania de 1918 a 1920, en donde se replicó a una tentativa de revolución proletaria con una matanza espantosa que costó la vida a unos 20 000 proletarios, no fue, evidentemente, la primera de la historia. En París, cuando la revolución de julio de 1848, y durante la Comuna de 1871 habían ocurrido hechos similares. Y mientras que durante la Revolución de octubre en 1917 en Rusia casi no se derramó sangre, la guerra civil que el capital internacional desató para replicar a esa revolución costó millones de vidas. Lo que era nuevo en Alemania fue el uso del sistema del asesinato político, no sólo al final de un proceso revolucionario, sino desde el principio mismo ([9]).
Sobre este asunto, después de haber citado a Klaus Gietinger, vamos a referirnos ahora a otro testigo, Emil Julius Gumbel, quien publicó, en 1924, un libro famoso titulado Cuatro años de asesinatos políticos ([10]). Gumbel, como tampoco Klaus Gietinger, no era un comunista revolucionario. Era un defensor de la república burguesa de Weimar. Pero era, ante todo, alguien en busca de la verdad y dispuesto a arriesgar su vida por ello.
Para Gumbel, la evolución en Alemania se caracterizó por la transición "del asesinato artesano" a lo que él llamó "un método más industrial" ([11]). Este método se basaba en listas de gente a la que asesinar, establecidas por organismos secretos, asesinatos perpetrados sistemáticamente por escuadrones de la muerte formados por oficiales y soldados. Esos escuadrones no solo coexistían sin problemas con los organismos oficiales del Estado democrático; en realidad, colaboraban activamente con él. Los medios de comunicación tenían un papel clave en esa estrategia; preparaban de antemano y justificaban los asesinatos y, después, despojaban a los muertos de todo lo que podía quedarles, su honra.
Comparando el terrorismo, sobre todo individual, del ala izquierda antes de la guerra ([12]) con el nuevo terror derechista, Gumbel escribió:
"La increíble clemencia de los tribunales para con los autores es de sobras conocida. Se distinguen así los asesinatos políticos actuales en Alemania de los del pasado, comunes a otros países, en dos aspectos: porque son masivos y por el grado de impunidad que tienen. Antes, el asesinato político requería al fin y al cabo una indudable capacidad de decisión. No se les puede negar cierto heroísmo. El autor arriesgaba su vida. Era muy difícil huir. Hoy los culpables no arriesgan nada. Hay organismos poderosos con representantes en todo el país que les ofrecen refugio, protección y apoyo material. Hay funcionarios "comprensivos", jefes de policía, que obtienen los papeles necesarios para irse al extranjero si hace falta... Alojan a uno en los mejores hoteles en los que puede darse la buena vida. En una palabra, el asesinato político ha pasado de ser un acto heroico a ser prácticamente una fuente de ingresos fácil" ([13]).
Lo que era válido para el asesinato de personas lo fue también para un golpe derechista, utilizado para matar a gran escala - lo que Gumbel llama "asesinato semiorganizado".
"Si el golpe tiene éxito, mejor. Si fracasa, los tribunales lo harán todo porque no les ocurra nada a los criminales. Y así se hizo. Ningún asesinato de la derecha ha sido nunca castigado de verdad. Incluso los asesinos que han confesado sus crímenes han sido liberados gracias a la amnistía de Kapp".
En Alemania se formaron cantidad de organizaciones contrarrevolucionarias como respuesta a la revolución proletaria ([14]). Y cuando fueron prohibidas y se abolió la ley marcial y el sistema de tribunales extraordinarios, todo eso se mantuvo en Baviera, haciendo de Munich el "nido" de la extrema derecha alemana y de los exiliados rusos. Lo que se presentó como una "especialidad bávara" era, en realidad, una división de trabajo. Los líderes principales de esa "rebelión bávara" eran Ludendorff y sus secuaces de los antiguos cuarteles generales de los ejércitos que de bávaros no tenían nada ([15]).
Como recordábamos en la segunda parte de esta serie, la Dolchstosslegende, "la leyenda de la puñalada a traición", la inventó en septiembre de 1918 el general Ludendorff. En cuanto se dio cuenta de que la guerra estaba perdida, llamó a que se formara un gobierno civil encargado de pedir la paz. Su idea era que la culpa cayera en los civiles, salvando así la reputación de las fuerzas armadas. La revolución no había estallado todavía. Tras su estallido, la Dolchstosslegende cobró mayor importancia todavía. La propaganda de que a unas gloriosas fuerzas armadas, nunca vencidas en los campos de batalla, la revolución les había robado la victoria en los últimos instantes, debía servir para engendrar en la sociedad y entre los soldados en especial, un odio implacable contra la revolución.
Al principio, cuando los socialdemócratas se encontraron con que se les ofrecía un lugar en ese gobierno civil del "deshonor", el inteligente Scheidemann, de la dirección del SPD, se dio cuenta de la trampa y rehusó la oferta ([16]). Su opinión fue inmediatamente puesta en entredicho por Ebert quien defendió la necesidad de poner el bien de la patria "por encima de la política del partido" ([17]).
Cuando el 10 de diciembre de 1918, el gobierno SPD y el alto mando militar hicieron desfilar, por las calles de Berlín, en masa, a las tropas llegadas del frente, su intención era utilizarlas para aplastar la revolución. Con esta idea, Ebert se dirigió a las tropas en la Puerta de Brandeburgo saludando a un ejército "nunca derrotado en los campos de batalla". Fue entonces cuando Ebert hizo de la Dolchstosslegende una doctrina oficial del SPD y de su gobierno ([18]).
Evidentemente, la propaganda de "la puñalada por la espalda" no acusaba explícitamente a la clase obrera de haber sido responsable de la derrota de Alemania. Eso no habría sido muy inteligente en un momento en que la guerra civil estaba iniciándose, o sea, cuando para la burguesía era necesario borrar las divisiones de clase. Había que encontrar a unas minorías que aparecieran como manipuladoras y embaucadoras de las masas y a las que poder señalar como las verdaderas culpables.
Entre esos culpables estaban "los rusos" y su agente, el bolchevismo alemán, representante de una forma salvaje, "asiática", de socialismo, el socialismo del hambre, un virus que amenazaba a la "civilización europea". Con palabras diferentes, esos temas estaban en continuidad directa con los de la propaganda antirrusa de los años de guerra. El SPD fue el agente principal y el más rastrero en la propagación de ese veneno. En esto los militares estaban más indecisos, pues algunos de sus representantes más audaces apostaban por la idea de lo que ellos llamaban el "nacional-bolchevismo" (la idea de una alianza militar entre el militarismo prusiano y la Rusia proletaria contra las "potencias de Versalles" podría ser también un buen medio para destruir moralmente la revolución tanto en Alemania como en Rusia).
¿El otro culpable?: los judíos. Ludendorff ya pensaba en ellos desde el principio de la manipulación. A primera vista, el SPD pareció no haber seguido esa orientación. En realidad, lo que hacía su propaganda era recoger las ignominias pregonadas por los oficiales, sustituyendo la palabra "judío" por "extranjero", "individuos sin raíces nacionales" o por "intelectuales", términos que en aquel contexto venían a significar lo mismo. Ese odio antiintelectual hacia las "ratas de biblioteca" es un aspecto muy conocido del antisemitismo. Dos días antes del asesinato de Luxemburg y Liebknecht, el Vorwärts, diario del SPD, publicó un "poema" - en realidad un llamamiento al pogromo - titulado "La Morgue", un poema que lamentaba que sólo hubiera proletarios entre los muertos, mientras que gente "del estilo" de "Karl, Rosa, Radek" se habían librado.
La socialdemocracia saboteó las luchas desde dentro. Organizó el armamento de la contrarrevolución y sus campañas militares contra el proletariado. Al haber aplastado la revolución, creó las condiciones de la victoria posterior del nacional-socialismo, abriéndole involuntariamente el camino. El SPD fue más allá en el deber que se impuso de defender el capitalismo. En su ayuda para la creación de los ejércitos mercenarios no oficiales, los Cuerpos francos, con su protección de las organizaciones criminales de oficiales, con su propagación de las ideologías de la reacción y del odio que iban a ser predominantes en la vida política alemana durante el cuarto de siglo siguiente, el SPD participó activamente en el cultivo del terreno que permitió que en él se arraigara el régimen de Hitler.
"Odio a la revolución como al pecado", declaró con fervorosa compunción Ebert. Su odio no lo causaban los patronos que temían perder sus propiedades o los militares, todos aquellos para quienes el orden existente parecía ser algo tan natural que había que combatir todo lo que apareciera como diferente. Los "pecados" que la socialdemocracia odiaba eran su propio pasado, su compromiso en el movimiento obrero junto con los revolucionarios convencidos y los proletarios internacionalistas - por muy cierto que fuera que muchos miembros de la socialdemocracia nunca habían compartido esas convicciones; es el odio del renegado hacia la causa traicionada. Los jefes del SPD y de los sindicatos creían que el movimiento obrero les pertenecía. Cuando se aliaron con la burguesía imperialista en el momento del estallido de la guerra, pensaban que se había acabado el socialismo, ese capítulo imaginario que ahora estaban decididos a cerrar. Cuando solo cuatro años más tarde, la revolución levantó la cabeza, fue para ellos como un pavoroso fantasma que les volvía del pasado. Su odio a la revolución también les venía del miedo que les daba. Proyectaban sus propias turbaciones en sus enemigos, temían ser linchados por los espartaquistas, el mismo miedo que compartían los oficiales de los escuadrones de la muerte ([19]).
Ebert estuvo a punto de huir de la capital entre Navidad y Año nuevo de 1918. Todo se cristalizó en el blanco principal de su odio: Rosa Luxemburg. El SPD se había vuelto un concentrado de todo lo reaccionario del capitalismo en putrefacción. De modo que la existencia misma de Rosa Luxemburg era para el SPD una provocación: su lealtad a los principios, su valentía, su brillantez intelectual, el ser extranjera, de origen judío, y ser mujer. La llamaron "Rosa la roja", sedienta de sangre y de revancha, una mujer armada con un fusil.
Cuando se estudia la revolución en Alemania, no hay que olvidar uno de los fenómenos más llamativos: el grado inmundo de servilismo de la socialdemocracia hacia los militares, algo que incluso a la casta de oficiales prusianos les parecía repugnante y ridículo. Durante todo el período de colaboración entre el cuerpo de oficiales y el SPD, aquél no dejará nunca de proclamar en público que mandaría a éste a "los infiernos" en cuanto dejara de servirle. Pero nada de eso sirvió para frenar el servilismo del SPD. Ese servilismo no era, evidentemente, nada nuevo. Ya había caracterizado la actitud de los sindicatos y de los políticos reformistas bastante antes de 1914 ([20]). Pero ahora venía a reforzar la convicción de que sólo los militares podrían salvar el capitalismo y, por lo tanto, al propio SPD.
En marzo de 1920, se alzaron contra el gobierno del SPD unos oficiales de derechas (el golpe militar -putsch- de Kapp). Entre los golpistas están todos los colaboradores de Ebert y Noske en el doble asesinato del 15 de enero de 1919: Pabst y su general Von Lüttwitz, el GSKD, los tenientes de marina antes mencionados. Kapp y Lüttwitz prometieron a sus tropas una buena recompensa financiera por el derrocamiento de Ebert. El golpe no lo hizo fracasar el gobierno (que huyó a Stuttgart), ni el mando militar oficial que se declaró "neutral", sino el proletariado. Las tres partes en conflicto de la clase dominante - el SPD, los "kappistas" y el alto mando militar (tras abandonar su "neutralidad") - se unieron para vencer a los obreros. ¡A buen fin no hay mal principio!, excepto una cosa: ¿qué fue de los pobres amotinados que esperaban su recompensa por haber intentado echar a Ebert? ¡Ningún problema! ¡El propio gobierno de Ebert, de vuelta al trabajo,... pagó la recompensa!
Buen ejemplo contra el argumento (planteado por Trotski, entre otros, antes de 1933) según el cual la socialdemocracia, aún estando integrada en el capitalismo, podría sin embargo alzarse contra las autoridades e impedir el ascenso del fascismo aunque sólo fuera para salvar su pellejo.
En realidad, los militares estaban más en contra del conjunto del sistema de los partidos políticos existente y no especialmente contra la socialdemocracia y los sindicatos ([21]). Ya antes de la guerra, Alemania no estaba gobernada por los partidos políticos, sino por la casta militar, sistema que era símbolo de la monarquía. La burguesía industrial y financiera cada vez más poderosa se integró poco a poco en ese sistema, pero no en estructuras oficiales, sino, sobre todo, en la Alldeutscher Verein ("Asociación panalemana") que, de hecho, dirigió el país antes y durante la Primera Guerra mundial ([22]).
En cambio, en la Alemania imperial, el Parlamento (el Reichstag) casi no tenía poder. Los partidos políticos casi ni tenían experiencia gubernamental verdadera. Eran más bien grupos de influencia de diferentes fracciones económicas o regionales.
Lo que en su origen era el producto del atraso político de Alemania aparecería, cuando estalló la guerra, como una gran ventaja. Para encarar la guerra y enfrentar la revolución que siguió, un control dictatorial del Estado sobre la sociedad entera era una necesidad imperiosa. En las viejas "democracias" occidentales, sobre todo en los países anglosajones con su sofisticado sistema bipartito, el capitalismo de Estado fue evolucionando mediante la fusión gradual de los partidos políticos y de las diferentes fracciones económicas de la burguesía con el Estado. Esta forma de capitalismo de Estado, al menos en Gran Bretaña y en Estados Unidos, se reveló muy eficaz. Pero le llevó un tiempo relativamente largo para acabar imponiéndose.
En Alemania, la estructura de la intervención de un Estado dictatorial ya existía. Uno de los "secretos" principales de la capacidad de Alemania para aguantar durante cuatro años de guerra contra casi todas las antiguas y principales potencias del mundo -que además disponían de los recursos de sus imperios coloniales - era la eficacia de ese sistema. Por eso lo único que hicieron los aliados occidentales cuando pidieron que al final de la guerra se liquidara el "militarismo prusiano" era puro teatro para distraer al auditorio.
Como ya vimos en esta serie de artículos, no sólo los militares sino el propio Ebert querían salvaguardar la monarquía al final de la guerra y mantener un Reichstag parecido al existente antes de 1914. En otras palabras, querían mantener las estructuras capitalistas de Estado que tan bien les habían servido durante la guerra. Tuvieron que abandonar ese proyecto ante el peligro de la revolución. Todo el arsenal y el espectáculo de la democracia política de los partidos eran necesarios para extraviar a los obreros.
Eso fue lo que produjo el surgimiento de la república de Weimar: un montón de partidos sin experiencia alguna e ineficaces, totalmente incapaces de cooperar e integrarse de manera disciplinada en el régimen capitalista de Estado. ¡No es de extrañar que los militares quisieran quitárselos de en medio! El único partido político burgués existente en Alemania era el SPD.
Y si la revolución hizo imposible el mantenimiento del régimen de guerra capitalista de Estado ([23]), también hizo imposible la realización del plan de Gran Bretaña y sobre todo de Estados Unidos, de liquidar la base social militar de ese régimen. Las "democracias" occidentales tuvieron que dejar intacto el núcleo de la casta militar y de su poder, para que pudiera aplastar al proletariado. Pero esto acarreó otras consecuencias. Cuando en 1933, los dirigentes tradicionales de Alemania, las fuerzas armadas y la gran industria, abandonaron el régimen de Weimar, volvieron a encontrar su superioridad organizativa respecto a sus rivales imperialistas occidentales en la preparación de la Segunda Guerra mundial. En cuanto a su composición, la diferencia principal entre el sistema antiguo y el nuevo era que al SPD lo sustituyó el NSDAP, o sea el partido nazi. El SPD había tenido tanto éxito en su victoria sobre el proletariado que sus servicios habían dejado de ser necesarios.
En octubre de 1917, Lenin llamó a los Soviets y al partido a la insurrección en Rusia. En una resolución para el comité central del Partido bolchevique, "redactada con prisas por Lenin, escrita a lápiz en una hoja de papel escolar cuadriculado" ([24]), escribió:
"El Comité central reconoce que la situación internacional de la revolución rusa (el amotinamiento de la flota en Alemania, manifestación extrema del auge de la revolución socialista mundial en toda Europa; y, por otro lado, la amenaza de ver cómo la paz imperialista ahoga a la revolución en Rusia), - así como la situación militar (decisión indudable de la burguesía rusa y de Kerenski y compañía, de entregar Petrogrado a los alemanes), - así como la obtención por parte del partido proletario de la mayoría en los Soviets, - todo ello, unido al levantamiento campesino y al cambio de actitud del pueblo que tiene confianza en nuestro partido (elecciones de Moscú) y, en fin, la evidente preparación de una nueva aventura de Kornilov (retirada de las tropas de Petrogrado, transferencia de los cosacos a Petrogrado, asedio de Minsk por los cosacos, etc.) - todo eso está poniendo al orden del día la insurrección armada" ([25]).
En ese escrito está toda la visión marxista de la revolución mundial de aquel entonces y del papel central de Alemania en ese proceso. Por un lado, la insurrección debe realizarse en Rusia como respuesta al comienzo de la revolución en Alemania que es la señal para toda Europa. Por otro lado, al ser incapaz de aplastar la revolución en su territorio, la burguesía rusa se propone dejar esa tarea al gobierno alemán, gendarme de la contrarrevolución en el continente europeo (entregando Petrogrado). Lenin se indignó contra aquellos que, en el partido, se oponían a la insurrección, que declaraban su solidaridad con la revolución en Alemania y, sin embargo, llamaban a los obreros rusos a esperar que el proletariado alemán tomara la dirección de la revolución.
"Recapacitad pues: en unas condiciones penosas, infernales, con Liebknecht [8] únicamente (encerrado en presidio, además), sin periódicos, sin libertad de reunión, sin Soviets, en medio de la hostilidad increíble de todas las clases de la población - hasta el último campesino rico - respecto a la idea del internacionalismo, a pesar de la organización superior de la grande, de la media y de la pequeña burguesía imperialista, los alemanes, quiero decir los revolucionarios internacionalistas alemanes, los obreros con uniforme de marinero, han desencadenado un amotinamiento de la flota, y eso que sólo tenían una posibilidad entre cien.
"Y nosotros que tenemos decenas de periódicos, libertad de reunión, que tenemos la mayoría en los Soviets, nosotros que somos los internacionalistas proletarios con las posiciones más sólidas del mundo entero, ¿nos negaríamos a apoyar con nuestra insurrección a los revolucionarios alemanes?. Razonaríamos como los Scheidemann y los Renaudel: lo más prudente es no sublevarnos, pues si nos fusilan a todos, el mundo perderá a unos internacionalistas de tan elevado temple, de tan buen sentido, tan perfectos!" ([26]).
Como lo escribió en su célebre texto la Crisis está madura (29 de septiembre de 1917), quienes quisieran retrasar la insurrección en Rusia serían unos "traidores a esta causa, pues con su conducta traicionarían a los obreros revolucionarios alemanes que han empezado a sublevarse en la flota."
Un debate similar se produjo en el partido bolchevique en la primera crisis política ocurrida tras la toma del poder: ¿había o no había que firmar el Tratado de Brest-Litovsk con el imperialismo alemán? A primera vista podría parecer que los campos se habían invertido. Ahora era Lenin quien defendía la prudencia: había que aceptar la humillación de ese tratado. En realidad, hay continuidad. En ambos casos en los que el destino de la revolución rusa estaba en juego fue la revolución en Alemania lo que estuvo en el centro del debate. En ambos casos, Lenin insiste en que todo depende de lo que ocurra en Alemania pero también en que, en este país, la revolución necesitará más tiempo y será mucho más difícil que en Rusia. Por eso la revolución rusa tenía que ponerse a la cabeza en octubre de 1917. Por eso, en Brest-Litovsk, el bastión ruso debía prepararse para un compromiso. Tenía la responsabilidad de "aguantar" para poder apoyar la revolución alemana y mundial.
Desde su inicio, la revolución en Alemania estaba impregnada de sentido de la responsabilidad respecto a la revolución rusa. Incumbía a los proletarios alemanes la tarea de liberar a los obreros rusos de su aislamiento internacional. Así lo escribió Rosa Luxemburg desde la cárcel en sus notas sobre la Revolución rusa, publicadas póstumas en 1922;
"Todo lo que sucede en Rusia es comprensible y refleja una sucesión inevitable de causas y efectos, que comienza y termina en la derrota del proletariado en Alemania y la invasión de Rusia por el imperialismo alemán" ([27]).
"Esto es lo esencial y duradero en la política bolchevique. En este sentido, suyo es el inmortal galardón histórico de haber encabezado al proletariado internacional en la conquista del poder político y la ubicación práctica del problema de la realización del socialismo, de haber dado un gran paso adelante en la pugna mundial entre el capital y el trabajo. En Rusia solamente podía plantearse el problema. No podía resolverse. Y en este sentido, el futuro en todas partes pertenece al ‘bolchevismo'" (Ibíd.).
La solidaridad práctica del proletariado alemán con el proletariado ruso es, pues, la conquista revolucionaria del poder, la destrucción del baluarte principal de la contrarrevolución militar y socialdemócrata en la Europa continental. Sólo ese paso podía ampliar la brecha abierta en Rusia y permitir que en ella se precipitara el torrente revolucionario mundial.
En otra contribución desde su celda, la Tragedia rusa, Rosa Luxemburg mostró los dos peligros mortales que amenazaban a la revolución en Rusia. El primero era la posibilidad de una matanza terrible llevada a cabo por el capitalismo mundial, representado, en ese momento, por el militarismo alemán. El segundo sería el de la degeneración política y la quiebra moral del propio bastión ruso, su integración en el sistema imperialista mundial. En el momento en que escribía ese libro (después de Brest-Litovsk), ella barruntaba el peligro en lo que iba a convertirse en la idea pretendidamente nacional bolchevique en el orden militar alemán. Esa idea consistía en ofrecer a la "Rusia bolchevique" une alianza militar como medio de ayudar al imperialismo alemán a establecer su hegemonía mundial sobre sus rivales europeos, y al mismo tiempo, corromper moralmente a la revolución rusa - ante todo mediante la destrucción de su principio básico, el internacionalismo proletario.
En realidad, Rosa Luxemburg sobrestimaba la voluntad de la burguesía alemana en aquel momento para lanzarse a semejante aventura. Pero sí tenía básicamente razón al reconocer el segundo peligro y reconocer que si eso ocurriera sería el resultado inmediato de la derrota de la revolución alemana y mundial. Y concluía:
"Una derrota política cualquiera de los bolcheviques en combate leal contra fuerzas demasiado poderosas y en una situación histórica desfavorable, sería preferible a semejante ruina moral" ([28]).
La revolución rusa y la revolución alemana sólo pueden entenderse unidas. Fueron dos momentos de un solo y único proceso histórico. La revolución mundial empezó en la periferia de Europa. Rusia era el eslabón débil de la cadena del imperialismo, porque la burguesía mundial estaba dividida por la guerra imperialista. Y había que asestar un segundo golpe, en el corazón del sistema, para poder echar abajo el capitalismo mundial. Ese segundo golpe fue en Alemania y empezó con la revolución de noviembre de 1918. Pero la burguesía fue capaz de desviar de su corazón el golpe mortal. Y eso selló el destino de la revolución en Rusia. Lo que pasó no corresponde a la primera sino a la segunda hipótesis de Rosa Luxemburg, la que más la preocupaba. Contra lo que se suponía, la Rusia roja venció a las fuerzas blancas contrarrevolucionarias. Eso fue posible gracias a la combinación de tres factores principales: primero, la dirección política y organizativa del proletariado ruso que había pasado por la escuela del marxismo y de la revolución; segundo, la inmensidad del país que ya había permitido vencer a Napoleón e iba a ser un factor importante en la derrota de Hitler y que, también esta vez, iba a ser una desventaja para los invasores contrarrevolucionarios; tercero: la confianza que los campesinos, amplia mayoría de la población rusa, tenían en la dirección revolucionaria proletaria. Fueron los campesinos quienes proporcionaron la mayoría de las tropas del Ejército rojo dirigido por Trotski.
Lo que vino después en Rusia fue la degeneración capitalista desde dentro de una revolución aislada: una contrarrevolución en nombre de la revolución. Así pudo la burguesía ocultar el "enigma" de la derrota de la revolución rusa. Si pudo hacerlo fue porque ha sido capaz de correr un tupido velo sobre un hecho histórico de la primera importancia: que hubo un levantamiento revolucionario en Alemania. El enigma es que la revolución no fue derrotada en Moscú o San Petersburgo, sino en Berlín y en el Ruhr. La derrota de la revolución en Alemania es la clave para comprender la de la revolución en Rusia. La burguesía ha ocultado esa clave, una especie de tabú histórico que respetan todos los responsables políticos de la clase dominante, porque es mejor no remover un pasado cuya comprensión podría servir a las nuevas generaciones de revolucionarios.
La existencia de luchas revolucionarias en Alemania aparece menos evidente que las luchas en Rusia, precisamente porque la burguesía derrotó a la revolución alemana en una lucha abierta. En gran medida la ocultación de los combates en Alemania no sólo sirve para alimentar la mentira de que el estalinismo sería equivalente al comunismo, sino también la de que la democracia burguesa, la socialdemocracia en particular, sería el antagonista del fascismo.
Lo que queda es un malestar difuso, sobre todo a causa de los asesinatos de Luxemburg y Liebknecht, unos asesinatos que son el símbolo mismo de la victoria de la más brutal contrarrevolución ([29]). Porque ese crimen sintetiza el de decenas de miles de otros, es un concentrado de la crueldad, de la voluntad de la victoria aplastante de la burguesía para defender su sistema. ¿Y ese crimen no fue acaso cometido bajo la dirección y el amparo de la democracia burguesa? ¿No fue el resultado de la labor conjunta entre la socialdemocracia y la extrema derecha? ¿Y no eran sus víctimas, al contrario que sus verdugos, la esencia misma de lo mejor, de lo más humano, los mejores representantes de lo que podría ser el porvenir para la especie humana? ¿Por qué, ya entonces y hoy también, quienes sentimos una responsabilidad respecto al futuro de la sociedad, nos sentimos tan afectados por esos crímenes, tan cerca de quienes fueron sus víctimas? Esos crímenes de la burguesía que le permitieron salvar el sistema hace 90 años, podrán transformarse en boomerang.
En su estudio sobre el asesinato político en Alemania, realizado en los años 1920, Emil Gumbel establece un vínculo entre esa práctica y la visión "heroica" de los defensores del orden social actual que ven la historia como el resultado de las acciones individuales: "La derecha tiene tendencia a pensar que puede eliminar a la oposición de izquierda que está animada por la esperanza de un orden económico radicalmente diferente, liquidando a sus dirigentes" ([30]). La historia es un proceso colectivo, conducido y realizado por millones de personas, y no sólo por la clase dominante que quiere monopolizar las lecciones de ese proceso.
En su estudio sobre la revolución alemana, escrito en los años 1970, el historiador "liberal" Sebastian Haffner concluía diciendo que esos crímenes siguen siendo una herida abierta y seguirán teniendo repercusiones a largo plazo.
"Hoy nos damos cuenta horrorizados de que ese episodio fue un acontecimiento históricamente determinante del drama de la revolución alemana. Al observar aquellos acontecimientos con la distancia de medio siglo, su impacto histórico ha cobrado esa extrañeza de lo impredecible que tuvo lo acontecido en el Golgotha - que, en el momento en que ocurrió, parecía que no había cambiado nada."
Y: "El asesinato del 15 de enero de 1919 fue el principio -el principio de miles de asesinatos bajo Noske en los meses siguientes, hasta los millones de asesinatos en las décadas siguientes bajo Hitler. Fueron la señal de lo que iba a ocurrir después" ([31]).
¿Podrán las generaciones actuales y futuras de la clase obrera apropiarse esta realidad histórica? ¿Es posible a largo plazo liquidar las ideas revolucionarias matando a quienes las defienden? Las últimas palabras del último artículo de Rosa Luxemburg antes de que la mataran las escribió en nombre de la revolución: "Fui, soy y seré".
Steinklopfer
[1]) Este ataque fue desbaratado por la movilización espontánea de los obreros. Ver el artículo anterior en la Revista n°136.
[2]) Citado por Klaus Gietinger: Eine Leiche im Landwehrkanal. Die Ermordung Rosa Luxemburgs ("Un cadáver en el canal Landwehr. El asesinato de Rosa Luxemburg"), p. 17, Hamburgo 2008. Gietinger, sociólogo, escritor y cineasta, ha dedicado gran parte de su vida a investigar sobre las circunstancias del asesinato de Luxemburg y Liebknecht. Su último libro - Waldemar Pabst : der Konterrevolutionär - se beneficia del punto de vista de documentos históricos obtenidos en Moscú y en Berlín-Este que completan las pruebas de la implicación del SPD.
[3]) Los demás eran el "Regimiento Reichstag" monárquico y la organización de espionaje del SPD bajo el mando de Anton Fischer.
[4]) Wilhelm Pieck fue el único en salvar la vida. No se sabe todavía hoy si logró huir él solo o si le dejaron marchar tras haber traicionado a sus camaradas. Pieck llegaría a ser, tras la Segunda Guerra mundial, presidente de la República democrática alemana (RDA).
[5]) Al autor del artículo, Leo Jogiches, lo mataron un mes más tarde también "porque se dio a la fuga"... ¡en la celda de la cárcel en que estaba preso!.
[6]) El general von Lüttwitz.
[7]) Con ocasión del 90e aniversario de aquellas atrocidades, el partido liberal de Alemania (FPD) ha propuesto que se levante un monumento en honor a Noske en Berlín. Pofalla, secretario general de la CDU, el partido de la canciller Angela Merkel, ha descrito las manejos de Noske como "una defensa valiente de la república" (citado en el diario berlinés Tagesspiegel, 11 de enero de 2009).
[8]) Gietinger, Die Ermordung der Rosa Luxemburg ("El asesinato de Rosa Luxemburg"). Ver el capítulo 74 "Jahre danach" ("74 años más tarde").
[9]) La importancia de ese hecho en Alemania la pone de relieve el escritor Peter Weiss, un artista alemán de origen judío que huyó a Suecia de la persecución nazi. Su monumental novela Die Ästhetik des Widerstands ("La estética de la resistencia") cuenta la historia del ministro sueco del Interior que durante el verano de 1917, envió a un emisario a Petrogrado, para pedir -en vano- a Kerensky, primer ministro del gobierno ruso pro-Entente (Francia e Inglaterra), que mandara asesinar a Lenin. Kerensky se negó considerando que Lenin no representaba un verdadero peligro.
[10]) Gumbel, Vier Jahre politischer Mord (Malik-Verlag Berlín, reeditado en 1980 par Wuderhorn, Heidelberg)
[11]) Ni que decir tiene que todo esto hace pensar en Auschwitz.
[12]) Por ejemplo el terrorismo de los anarquistas en Europa occidental o de los Narodniki rusos y los socialistas-revolucionarios.
[13]) Gumbel, idem.
[14]) Gumbel establece una lista en su libro. Queremos reproducirla aquí (sin intentar traducir sus nombres) para dar una idea de la importancia del fenómeno: Verband nationalgesinnter Soldaten, Bund der Aufrechten, Deutschvölkische Schutz- und Trutzbund, Stahlhelm, Organisation "C", Freikorps and Reichsfahne Oberland, Bund der Getreuen, Kleinkaliberschützen, Deutschnationaler Jugendverband, Notwehrverband, Jungsturm, Nationalverband Deutscher Offiziere, Orgesch, Rossbach, Bund der Kaisertreuen, Reichsbund Schwarz-Weiß-Rot, Deutschsoziale Partei, Deutscher Orden, Eos, Verein ehemaliger Baltikumer, Turnverein Theodor Körner, Allgemeiner deutschvölkischer Turnvereine, Heimatssucher, Alte Kameraden, Unverzagt, Deutscher Eiche, Jungdeutscher Orden, Hermansorden, Nationalverband deutscher Soldaten, Militärorganisation der Deutschsozialen und Nationalsozialisten, Olympia (Bund für Leibesübungen), Deutscher Orden, Bund für Freiheit und Ordnung, Jungsturm, Jungdeutschlandbund, Jung-Bismarckbund, Frontbund, Deutscher Waffenring (Studentenkorps), Andreas-Hofer-Bund, Orka, Orzentz, Heimatbund der Königstreuen, Knappenschaft, Hochschulring deutscher Art, Deutschvölkische Jugend, Alldeutscher Verband, Christliche Pfadfinder, Deutschnationaler Beamtenbund, Bund der Niederdeutschen, Teja-Bund, Jungsturm, Deutschbund, Hermannsbund, Adlerund Falke, Deutschland-Bund, Junglehrer-Bund, Jugendwanderriegen-Verband, Wandervögel völkischer Art, Reichsbund ehemaliger Kadetten.
[15]) Fue el general Ludendorff, que había sido prácticamente el dictador de Alemania durante la Primera Guerra mundial, el que organizó el fallido golpe llamado "Putsch de la Cervecería" en 1923 junto con Adolf Hitler.
[16]) El propio Scheidemann se convertiría en blanco de un fallido intento de asesinato por parte de la extrema-derecha que le reprochaba haber aceptado el tratado de Versalles impuesto por las potencias occidentales de la Entente.
[17]) Algo muy conocido es la admiración del que fue canciller (años 1970-80) SPD de Alemania occidental (RFA), Helmut Schmidt, por "el gran hombre de Estado" Ebert.
[18]) "Contaminada", sin embargo, por el ambiente revolucionario reinante en la capital, la mayoría de los soldados confraternizaron con la población y se dispersaron.
[19]) Tras el asesinato de Karl y de Rosa, los miembros del GKSD decían que tenían miedo a ser linchados si se les metía en la cárcel.
[20]) Durante les huelgas de masas en Berlín de enero de 1918, Scheidemann del SPD participó en una delegación de obreros enviada a negociar a la sede del gobierno. Al ser totalmente ignorados, los obreros decidieron irse. Scheidemann fue a implorar ante los responsables que recibieran a la delegación. Su rostro se "iluminó de gozo" cuando uno de ellos le hizo vagas promesas, pero la delegación no fue recibida. (Referido por Richard Müller, Del Imperio a la República).
[21]) En el fondo, los militares apreciaban mucho a Ebert y a Noske en especial. Stinnes, el hombre más rico de Alemania después de la Primera Guerra mundial puso a su yate Legien, nombre del jefe socialdemócrata de la federación sindical.
[22]) Según Gumbel, fue también la principal organizadora del golpe de Kapp.
[23]) O "socialista de Estado" como lo llamaba con entusiasmo Walter Rathenow, presidente del gigantesco complejo eléctrico AEG.
[24]) León Trotski, Historia de la Revolución rusa, cap. "Lenin llama a la insurrección"
[25]) Sesión del Comité central del P.O.S.D. (b) R. del 10 (23) octubre de 1917 (Lenin, Obras completas).
[26]) Lenin, Carta a los camaradas, escrita el 17 (30) de octubre de 1917.
[27]) Rosa Luxemburg, la Revolución rusa, "4. La Asamblea constituyente" https://www.marxists.org/espanol/luxem/index.htm [9].
[28]) Rosa Luxemburg, la Tragedia rusa.
[29]) Los incorregibles libérales del FDP de Berlín han sugerido que se ponga a una plaza de la ciudad el nombre de Noske, como contábamos antes. El SPD, o sea el partido de Noske, rechazó la propuesta, pero sin dar la menor explicación a un gesto de modestia, digamos atípica.
[30]) Gumbel, Ibíd.
[31]) Haffner, 1918/1919 - Eine deutsche Revolution.
En los artículos anteriores de esta serie, examinamos en detalle el resumen del método del materialismo histórico hecho por Marx en el Prólogo a la Contribución a la Crítica de la economía política (1859). Llegamos ahora a la última parte de este resumen: "Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por lo tanto, la prehistoria de la sociedad humana."
Volveremos más adelante sobre los antagonismos específicos que Marx consideraba como propios de la sociedad capitalista y sobre los cuales basaba su veredicto de que el capitalismo, como todas las demás formas anteriores de explotación de clase, es un sistema social transitorio. Antes, sin embargo, vamos a contestar a acusación que se hace a los marxistas de que sitúan la ascendencia y el declive de la sociedad capitalista en el contexto de la sucesión de los modos de producción precedentes, o, en otras palabras, utilizan el método marxista para examinar el capitalismo como un momento de la historia humana. En las discusiones con personas de las nuevas generaciones que se están acercando a las posiciones revolucionarias (por ejemplo en el foro de discusión Internet libcom.org), ese método ha sido criticado porque haría una "narración metafísica" que desembocaría en conclusiones mesiánicas; en otros espacios de ese mismo foro ([1]), intentar sacar conclusiones sobre ascendencia y declive del capitalismo a partir de una perspectiva histórica más general se considera como un empeño que el propio Marx habría rechazado por tratarse de una búsqueda de "una teoría histórico-filosófica cuya gran virtud consistiría en ser suprahistórica".
Esa cita de Marx se utiliza a menudo fuera de contexto para defender la idea de que Marx nunca habría intentado elaborar una teoría general de la historia, y que su único objetivo sería analizar las leyes del capitalismo. ¿Cuál es el contexto de esa cita?
Está sacada de una carta de Marx al editor del periódico ruso Otiechéstvennie Zapiski (noviembre de 1877) en la que contesta a "un crítico ruso" que describía la teoría de la historia de Marx como un esquema dogmático y mecanicista según el cual cada nación estaba destinada a seguir exactamente el mismo esquema de desarrollo que el analizado por Marx a propósito del auge del capitalismo en Europa. Ese crítico...
"se siente obligado a metamorfosear mi esbozo histórico de la génesis del capitalismo en Europa occidental en una teoría histórico-filosófica de la marcha general que el destino impondría fatalmente a todos los pueblos, sean cuales sean las circunstancias históricas en que se encuentren" ([2]).
De hecho, esa tendencia era muy corriente entre los primeros marxistas rusos que solían presentar el marxismo como una simple apología del desarrollo capitalista y presuponían que Rusia debería realizar necesariamente su propia revolución burguesa antes de poder alcanzar la etapa de la revolución socialista. Es la misma tendencia que volvería más tarde a la superficie con el menchevismo.
En esa carta, Marx llega a una conclusión muy diferente: "Para poder apreciar en conocimiento de causa el desarrollo económico de la Rusia actual, aprendí el ruso y, luego durante años, he estudiado las publicaciones oficiales y otras relacionadas con ese tema. Y llegué a la conclusión siguiente: si Rusia sigue por el camino iniciado desde 1861, perderá la mejor de las oportunidades que la historia haya brindado a un pueblo, y acabará sufriendo todas las vicisitudes irremediables del régimen capitalista" (Ibíd., p. 1553)
En resumen, Marx no concebía en absoluto que su método para analizar la historia en general pudiera aplicarse de manera esquemática a cada país por separado, ni que su teoría de la historia fuera un sistema rígido de "progreso universal", que siguiera un proceso lineal y mecánico que se desarrollaría siempre en una misma dirección progresiva (aunque esto acabaría siendo efectivamente lo que, en manos de mencheviques y, más tarde, de estalinistas, éstos y aquéllos llamaban "marxismo"). Marx tenía razón cuando decía que Rusia podría evitar los horrores de una transformación capitalista gracias a la conjunción de una revolución proletaria en los países occidentales avanzados y de las formas comunales tradicionales básicas de la agricultura rusa. El que todo eso no acabara ocurriendo así no invalida ni mucho menos el método abierto de Marx. Además, su método va a lo concreto, tomando en consideración las circunstancias históricas reales en las que aparece determinada forma social. En esa misma carta también, Marx da un ejemplo de cómo trabaja:
"En diversos pasajes de el Capital aludo al destino que les cupo a los plebeyos de la antigua Roma. En su origen habían sido campesinos libres que cultivaban cada cual su propia parcela de tierra. Fueron expropiados a todo lo largo de la historia romana. El mismo movimiento que los separó de sus medios de producción y subsistencia acarreó la formación, no sólo de la gran propiedad, sino también de los grandes capitales monetarios. Y fue así como en poco tiempo se encontraron con que, por una parte, había hombres libres despojados de todo a excepción de su fuerza de trabajo, y por otra, para explotar ese trabajo, quienes poseían toda la riqueza adquirida. ¿Qué ocurrió?. Los proletarios romanos se transformaron, no en trabajadores asalariados, sino en una chusma de desocupados más miserables que los "blancos pobres" que hubo en el Sur de los Estados Unidos, y junto con ello se desarrolló un modo de producción que no era capitalista sino que dependía de la esclavitud. Así pues, sucesos notablemente análogos pero que tienen lugar en medios históricos diferentes conducen a resultados totalmente distintos. Estudiando por separado cada una de estas formas de evolución y comparándolas luego, se puede encontrar fácilmente la clave de esos fenómenos, pero nunca se llegará a ello mediante la ganzúa universal de una teoría histórico-filosófica general cuya suprema virtud consiste en ser suprahistórica" (Ídem, p. 1555).
En cambio, ese ejemplo no demuestra, ni mucho menos, que la teoría de Marx excluyera la posibilidad de diseñar una dinámica general de las formas sociales precapitalistas ni que, por consiguiente, fuera inútil y sin sentido ponerse a discutir sobre el ascenso y el declive de los sistemas sociales. La ingente cantidad de energía que Marx le dedicó al estudio de la "comuna" rusa y a la cuestión del comunismo primitivo en general durante sus últimos años de vida, y la cantidad de páginas que dedicó a analizar las formas de sociedad precapitalistas, en las Grundrisse y otros lugares, contradice totalmente esa opinión. La carta que se toma como ejemplo muestra claramente que Marx insistía en la necesidad de estudiar una forma social separadamente antes de establecer comparaciones y, de ese modo, "encontrar la clave" del fenómeno, pero lo que no demuestra es que Marx se negara a ir de lo particular a lo general para comprender el movimiento de la historia.
Y, sobre todo, el método presentado en Prologo a la crítica de la economía política impugna la acusación de que cualquier intento de situar el capitalismo en la sucesión de los modos de producción sería un proyecto "suprahistórico". En ese prólogo Marx expone como ve él, de manera general, la evolución histórica y anuncia claramente el objeto de su investigación. En el artículo anterior, examinamos el pasaje en el que se estudian las formas sociales antiguas (comunismo primitivo, despotismo asiático, esclavitud, feudalismo, etc.), mostramos cómo pueden sacarse algunas conclusiones generales sobre las razones de su ascenso y su declive, o sea, concretamente, sobre la instauración de relaciones sociales de producción que actúan en un momento dado como acicate y, en otro, como traba al desarrollo de las fuerzas productivas. En el pasaje del Prólogo que examinamos aquí, Marx utiliza una expresión simple - pero muy significativa - para subrayar que el objeto de su investigación es el conjunto de la historia de la humanidad: "Con este sistema social se termina por lo tanto la prehistoria de la sociedad humana.". ¿Qué es lo que Marx quería decir exactamente con esa expresión?
Cuando se desmoronó el bloque del Este en 1989, la clase dominante del Oeste lanzó una ruidosa campaña de propaganda con el eslogan "el comunismo ha muerto". Estaba exultante y concluía que, por fin, Marx, el "profeta" del comunismo, se había desprestigiado. Fue Francis Fukuyama quien dio a esa campaña su barniz "filosófico" anunciando sin vacilar nada menos que "el fin da la historia", y el triunfo definitivo del capitalismo liberal y democrático el cual iba a aportar, a su manera sin duda imperfecta pero fundamentalmente humana, el fin de la guerra y de la pobreza y librar al género humano del fardo de las crisis catastróficas:
"A lo que estamos quizás asistiendo es no sólo al final de la Guerra fría, ni al final de un período particular de la historia de la posguerra, sino al final de la historia como tal... O sea, al punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como forma última del gobierno humano" (El fin de la historia y el último hombre, Fukuyama, 1992, traducido del inglés por nosotros).
Las dos décadas que siguieron a aquel acontecimiento, el cortejo de barbarie y de genocidios militares, el foso cada día mayor entre ricos y pobres a nivel mundial, la evidencia creciente de una catástrofe medioambiental que afecta al planeta entero, todo eso ha echado por los suelos la complaciente tesis de Fukuyama, una tesis que él mismo matizaría más tarde a la vez que otorgaba su apoyo a-crítico a la fracción dominante de los neoconservadores de Estados Unidos. Y hoy, con el estallido de una crisis económica profunda en el corazón mismo del capitalismo democrático liberal triunfante, semejantes ideas aparecen como lo que son: patrañas ridículas. Mientras tanto, Marx y su visión del capitalismo como sistema corroído por la crisis ya a nadie se le ocurre tratarlos como si fueran vestigios de un antiquísimo período ya trasnochado.
El propio Marx ya había hecho notar muy pronto que la burguesía había llegado a la conclusión de que su sistema era el final de la historia, el no va más, el alfa y omega, la meta final de la aventura y el devenir humanos, la expresión más lógica de la naturaleza humana. Incluso un pensador revolucionario como Hegel cuyo método dialéctico se basaba en reconocer el carácter transitorio de todas las fases y expresiones históricas, había caído en la trampa al considerar el régimen prusiano de entonces como el logro del Espíritu absoluto.
Como ya vimos en artículos precedentes, Marx rechazaba la idea de que el capitalismo, basado en la propiedad privada y la explotación del trabajo humano, fuese la expresión perfecta de la naturaleza humana; planteaba que la organización social humana fue, al principio, una forma de comunismo; consideraba que el capitalismo era una forma entre otras de una serie de sociedades divididas en clases que se habían implantado tras la disolución del comunismo primitivo, condenado también éste a desaparecer a causa de sus propias contradicciones internas.
El capitalismo es el episodio final de la serie, "la última forma antagónica del proceso social de producción, antagónica no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que surge de las condiciones sociales en las que viven los individuos".
¿Por qué?, porque "las fuerzas productivas que se desarrollan en la sociedad burguesa proporcionan al mismo tiempo las condiciones materiales idóneas para resolver ese antagonismo" (Prólogo).
El término "fuerzas productivas" se ha visto con desconfianza desde que Marx lo utilizara. Y es comprensible en cierto modo para el siglo pasado, como lo hemos explicado en el capítulo anterior. La perversión del marxismo realizada por la contrarrevolución estalinista confirió a la nación de desarrollo de las fuerzas productivas un significado siniestro, evocador de la imagen de la explotación stajanovista y de la construcción de una economía de guerra de un desequilibrio monstruoso. Y, en las últimas décadas, la rápida evolución de la crisis ecológica ha puesto al desnudo el precio espeluznante que la humanidad está ya pagando por la continuación del "desarrollo" frenético del capitalismo.
Para Marx, las fuerzas productivas no son, ni mucho menos, una especie de potencia autónoma que determina la historia de la humanidad. Sólo lo son en la medida en que son el producto del trabajo alienado que se le va de las manos a nuestra especie humana que las ha ido desarrollando desde el principio. Pero tampoco esas fuerzas, movidas por formas particulares de organización social, son, por definición, hostiles a la especie humana como lo presentan los primitivistas y algunos grupos anarquistas en sus visiones dantescas. Al contrario, en cierta fase de su desarrollo costoso y contradictorio, son la clave para librar a la especie humana de milenios de dura labor y de explotación, a condición de que la humanidad sea capaz de reorganizar sus relaciones sociales para que la gigantesca potencia productiva que se ha desarrollado bajo el capitalismo, se utilice para satisfacer las verdaderas necesidades humanas.
Y esa reorganización es realizable porque existe, en el seno del capitalismo, una "fuerza productiva", el proletariado, que es, por vez primera, a la vez clase explotada y clase revolucionaria, al contrario de la burguesía, por ejemplo, que, aún siendo revolucionaria frente a la antigua clase feudal, era, a su vez, portadora de una nueva forma de explotación de clase. La clase obrera, en cambio, no tiene el menor interés en instaurar un nuevo sistema de explotación pues ella no podrá liberarse si no es liberando a la humanidad entera. Como así lo escribe Marx en La Ideología alemana:
"...todas las anteriores revoluciones dejaron intacto el modo de actividad y sólo trataban de lograr otra distribución de esta actividad, una nueva distribución del trabajo entre otras personas, en cambio, la revolución comunista está dirigida contra el modo anterior de actividad, elimina el trabajo y suprime la dominación de las clases al acabar con las clases mismas, ya que esta revolución es llevada a cabo por la clase a la que la sociedad no considera como tal, no reconoce como clase y que expresa ya de por sí la disolución de todas las clases, nacionalidades, etc., dentro de la actual sociedad" ([3]).
Eso significa también emancipar a la humanidad de todas las cicatrices dejadas por miles de años de dominación de clase y, más allá, de los cientos de miles de años durante los cuales la humanidad estuvo dominada por la penuria material y la lucha por la supervivencia.
La humanidad llega pues a un punto de ruptura neto con todas las épocas históricas anteriores. Por eso es por lo que Marx habla de fin de la "prehistoria". Si el proletariado logra derrocar el imperio del capital y, tras un período de transición más o menos largo, crear una sociedad mundial plenamente comunista, a las generaciones siguientes de seres humanos les será posible construir su propia historia en plena conciencia. Así, con apasionante convicción, lo presentaba Engels en un pasaje del Anti-Dühring de modo muy elocuente:
"Con la toma de posesión de los medios de producción por la sociedad se elimina la producción mercantil y, con ella, el dominio del producto sobre el productor. La anarquía en el seno de la producción social se sustituye por la organización consciente y planeada. Termina la lucha por la existencia individual. Con esto el hombre se separa definitivamente, en cierto sentido, del reino animal, y pasa de las condiciones de existencia animales a otras realmente humanas. El cerco de las condiciones de existencia que hasta ahora dominó a los hombres cae ahora bajo el dominio y el control de éstos, los cuales se hacen por vez primera conscientes y reales dueños de la naturaleza, porque y en la medida en que se hacen dueños de su propia asociación. Los hombres aplican ahora y dominan así con pleno conocimiento real las leyes de su propio hacer social, que antes se les enfrentaban como leyes naturales extrañas a ellos y dominantes. La propia asociación de los hombres, que antes parecía impuesta y concedida por la naturaleza y la historia, se hace ahora acción libre y propia. Las potencias objetivas y extrañas que hasta ahora dominaron la historia pasan bajo el control de los hombres mismos. A partir de ese momento harán los hombres su historia con plena conciencia; a partir de ese momento irán teniendo predominantemente y cada vez más las causas sociales que ellos pongan en movimiento los efectos que ellos deseen. Es el salto de la humanidad desde el reino de la necesidad al reino de la libertad" ([4]).
En esos pasajes, tanto Marx como Engels reafirman la amplitud de su visión de la historia, mostrando la unidad subyacente de todas las épocas de la historia de la humanidad que han existido hasta hoy, mostrando cómo el proceso histórico, aunque se haya realizado más o menos inconscientemente, a ciegas, ha ido creando, sin embargo, las condiciones de un salto cualitativo no menos fundamental que el de la aparición del hombre en el reino animal.
Esa magnífica visión fue retomada por Trotski más de cincuenta años más tarde, en una ponencia a estudiantes daneses el 27 de noviembre de 1932, poco tiempo después de haberse exiliado de Rusia. Trotski se refiere al material aportado por las ciencias humanas y las naturales, especialmente los descubrimientos en psicoanálisis, para indicar más precisamente lo que implica esa etapa en la vida interior de los hombres.
"La antropología, la biología, la fisiología, la psicología han reunido montañas de materiales para erigir ante el hombre en toda su amplitud las tareas de su propio perfeccionamiento corporal y espiritual y de su desarrollo futuro. Gracias a la visión genial de Sigmund Freud, el psicoanálisis levantó la cubierta del pozo poéticamente llamado "alma" del hombre. ¿Y qué apareció? Nuestro pensamiento consciente es sólo una pequeña parte en el trabajo de las oscuras fuerzas psíquicas. Hay sabios buceadores que descienden al fondo de los océanos para allí fotografiar extraños peces. Para que el pensamiento humano descienda al fondo de su propio pozo psíquico, debe clarificar las fuerzas motrices del alma y someterlas a la razón y la voluntad. Cuando haya terminado con las fuerzas anárquicas de su propia sociedad, el hombre trabajará sobre sí mismo como en los morteros y las retortas del químico. Por primera vez, la humanidad se verá a sí misma como materia prima y en el mejor de los casos como un producto semiacabado físico y psíquico" ([5]).
En esos dos pasajes, se establece claramente una unidad entre todas las épocas históricas hasta nuestros días: durante ese tan largo período, el hombre es "un producto semiacabado físico y psíquico", en cierto sentido, una especie todavía en transición entre el reino animal y una existencia plenamente humana.
De todas las sociedades de clase del pasado, sólo el capitalismo podía ser el preludio de ese significativo salto, pues ha desarrollado las fuerzas productivas hasta un nivel en el que los problemas fundamentales de la existencia material de la humanidad (todo lo que es vital para todos los hombres del planeta) podrán por fin resolverse, permitiendo así a los seres humanos la libertad de desarrollar sin límites sus capacidades creadoras y hacer realidad su potencial verdadero y aprisionado. En esto, el verdadero sentido de "fuerzas productivas" se vuelve diáfano: las fuerzas productivas son fundamentalmente la potencia creadora de la humanidad misma que hasta ahora se han expresado de una manera limitada y distorsionada, y que tomarán su verdadero auge una vez que los límites de la sociedad de clase hayan sido superados.
Más aún, el comunismo, sociedad sin propiedad privada ni explotación, es la única base posible para el desarrollo de la humanidad puesto que las contradicciones inherentes al trabajo asalariado generalizado y a la producción de mercancías amenazan con desintegrar todos los vínculos sociales de la humanidad e incluso destruir las bases mismas de la vida humana. La humanidad vivirá en armonía consigo misma y con la naturaleza o no sobrevivirá. La afirmación de Marx en La Ideología alemana, libro redactado durante la juventud del capitalismo, se ha vuelto mucho más urgente e inevitable a medida que el capitalismo se ha ido hundiendo en su declive.
"Hemos llegado hoy al punto en que los individuos están obligados a apropiarse la totalidad de las fuerzas productivas existentes, no sólo para alcanzar la expresión de sí mismos sino, ante todo, para asegurar su existencia" ([6]).
El comunismo resuelve así el enigma de la historia: cómo asegurar las necesidades vitales para disfrutar plenamente de la vida. Y contrariamente a la ideología capitalista, los comunistas no consideran el comunismo como un punto final y estático. En Manuscritos económicos y filosóficos, de 1844, es cierto que Marx presenta le comunismo como "la solución al enigma de la historia", pero también lo considera como el punto de partida desde el que pueda iniciarse la verdadera historia del hombre.
"El comunismo es la posición como negación de la negación, y por eso el momento real necesario, en la evolución histórica inmediata, de la emancipación y recuperación humana. El comunismo es la forma necesaria y el principio dinámico del próximo futuro, pero el comunismo en sí no es la finalidad del desarrollo humano, la forma de la sociedad humana" ([7]).
De modo muy característico, el resumen que hace Marx de cómo considera la necesidad de observar el pasado acaba volteándose hacia un porvenir muy lejano. Y eso forma también parte de su método, que tanto escandalizaba a quienes piensan que plantear cuestiones a tal escala acaba necesariamente en "metafísica". Podría decirse, en realidad, que el futuro es siempre el punto de partida de Marx. Como lo explica en las Tesis sobre Feuerbach, el enfoque del nuevo materialismo, la base del conocimiento de la realidad por el movimiento proletario, no es la suma de los individuos que forman la sociedad burguesa, sino "la humanidad socializada" o el hombre tal como podría ser en una sociedad verdaderamente humana; en otras palabras, el conjunto del movimiento de la historia hasta hoy debe evaluarse a partir del comunismo del futuro. Es esencial tenerlo presente cuando se intenta analizar si una forma social es un factor de "progreso" o un sistema que hace retroceder a la humanidad. El enfoque que considera que todas las épocas de la humanidad hasta hoy pertenecen a su "prehistoria" no se basa en un ideal de perfección para el que la humanidad estaría inevitablemente programada, sino en la posibilidad material inherente a la naturaleza del hombre y a su interacción con la naturaleza - una posibilidad que puede fracasar precisamente porque esa realización depende en fin de cuentas de la acción humana consciente. Pero el hecho de que no haya garantía alguna de éxito del proyecto comunista no cambia el juicio que los revolucionarios, que "representan el futuro en el mundo del presente", deben hacer de la sociedad capitalista una vez que ésta hizo posible el salto hacia el reino de la libertad a escala mundial: el hecho de que esa sociedad se ha vuelto superflua, caduca y decadente como sistema de reproducción social.
Gerrard
[1]) Por ejemplo en https://libcom.org/forums/thought/general-discussion-decadence-theory-17... [13]
[2]) "Respuesta a Mijailovki", p. 1555, Oeuvres II, Editions La Pléiade. (traducido del francés por nosotros
[3]) La Ideología alemana, traducido por nosotros.
[4]) Anti-Dühring, "Socialismo, II - Nociones teóricas", www.marxist.org [14].
[5]) Este texto es la trascripción de una conferencia sobre la Revolución rusa dada, en lengua alemana, por Trotski en Copenhague en 1932, a invitación de una asociación de estudiantes socialdemócratas daneses. Hemos traducido este extracto de la versión francesa (https://www.marxists.org/francais/trotsky/oeuvres/1932/11/321125.htm [15]). "Trotski tomó la palabra en alemán en el estadio de Copenhague ante 2500 personas. Tras la ponencia sobre la revolución de Octubre, sus causas y su significado, terminó por una exaltación del socialismo que significa "el salto del reino de la necesidad al reino de la libertad", en el sentido de que el hombre, desgarrado por sus propias contradicciones, podría abrirse el camino de una existencia más feliz". El gobierno danés había prohibido la radiodifusión de la conferencia, alegando objeciones del rey y de la Corte..." (del apéndice escrito por Alfred Rosmer a Mi vida de Trostki).
[6]) La Ideología alemana, "B - La base real de la ideología".
[7]) Manuscritos económicos y filosóficos. Tercer manuscrito, "Propiedad privada y comunismo", [https://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/44mp/] [16].
La característica principal del sindicalismo revolucionario es, resumiendo, la idea de que los sindicatos son, por un lado, la organización de lucha más idónea para la clase obrera en el capitalismo y, por otro, la base de una nueva sociedad tras la revolución realizada mediante la huelga general victoriosa.
La oposición sindical de los "Localistas" y, a partir de 1897, la fundación del Freie Vereinigung Deutscher Gewerschaften (FVDG, Unión libre de los sindicatos alemanes) fueron los jalones en el nacimiento del sindicalismo revolucionario organizado, en el movimiento obrero alemán. De forma comparable a las tendencias sindicalistas revolucionarias más importantes en Francia, España y Estados Unidos, esta corriente fue, en su origen, una sana reacción proletaria en el movimiento obrero alemán contra la política cada vez más reformista de la dirección de la poderosa socialdemocracia y de sus sindicatos.
Después de la Primera Guerra mundial, se fundó la Freie Arbeiter Union Deutschlands (FAUD, Unión de los trabajadores libres de Alemania) en septiembre de 1919. Desde entonces, como organización "anarcosindicalista" declarada, la FAUD se consideró heredera directa de un movimiento sindicalista revolucionario anterior a la Primera Guerra mundial.
Aún existen hoy muchas agrupaciones anarcosindicalistas que se reivindican de la tradición de la FVDG y del anarcosindicalismo posterior de la FAUD de los años 1920. Rudolf Rocker, como "teórico" más famoso del anarcosindicalismo alemán a partir de 1919, sirve a menudo de referencia política.
El sindicalismo revolucionario en Alemania conoció, sin duda alguna, una gran transformación desde su nacimiento. Para nosotros, la cuestión central consiste en examinar si el movimiento sindicalista-revolucionario en Alemania fue capaz de defender los intereses de su clase, de dar respuestas políticas a las cuestiones candentes y de seguir fiel al internacionalismo del proletariado.
Vale la pena examinar previamente el reto más serio al que se enfrentó la clase obrera durante las últimas décadas del siglo xix en Alemania, o sea el reformismo, pues, si no, se corre el riesgo de considerar el sindicalismo revolucionario en Alemania simplemente como una "estrategia sindical particularmente radical" o de verlo solamente como una "importación de ideas" procedente de lo países latinos como España o Francia, en los que el sindicalismo revolucionario siempre desempeñó un papel mucho más importante que en Alemania.
El partido socialdemócrata alemán (SPD) fue, en la Segunda Internacional (1889-1914), la organización proletaria más poderosa y sirvió, durante años, de brújula política para el movimiento obrero internacional. Pero el SPD es a la vez el símbolo mismo de una experiencia trágica: es el ejemplo típico de una organización que, tras haber pasado años en el campo de la clase obrera, sufrió un proceso de degeneración insidioso para acabar irremediablemente, durante la Primera Guerra mundial en 1914-18 en el campo de la clase dominante. La dirección del SPD condujo la clase obrera a la matanza de la guerra en 1914, desempeñando el papel central de defensa de los intereses del imperialismo alemán.
Bismarck había impuesto en 1878 la "Ley antisocialista", que permaneció en vigor durante 12 años, hasta 1890. El objetivo principal de esa ley, que reprimía las actividades y las reuniones de las organizaciones proletarias, era sobre todo impedir las conexiones organizativas entre ellas. Pero la Ley antisocialista no servía únicamente para reprimir dura y ciegamente a la clase obrera. La clase dominante, con sus medidas, intentó que, para la dirección del SPD, fuera atractiva la participación en el Parlamento burgués como actividad central. Con habilidad, facilitó así el camino a la tendencia reformista que estaba germinando en la socialdemocracia.
Las ideas reformistas en la socialdemocracia se expresaron precozmente en el Manifiesto de los zuriqueses de 1879 y se cristalizaron en torno a la persona de Eduard Bernstein. Reivindicaban que se pusiera la labor parlamentaria en el centro de la actividad del partido, para así conquistar progresivamente el poder en el Estado burgués. Era pues un rechazo de la perspectiva de la revolución proletaria -que ha de destruir el Estado burgués- a favor de la reforma del capitalismo. Bernstein y sus partidarios reivindicaban una transformación del SPD, de partido obrero en organización cuya función sería la de conquistar a la clase dominante para convertir el capital privado en capital común. Así pues, la propia clase dominante debía convertirse en el resorte para superar su propio sistema, el capitalismo: ¡una absurdez! Esas ideas no eran sino un ataque frontal contra el carácter aún proletario del SPD. Pero más aún: la corriente de Bernstein hacía abiertamente propaganda en favor del apoyo al imperialismo alemán en su política colonial, aprobando la construcción de potentes buques transoceánicos. Las ideas reformistas de Bernstein, en la época del Manifiesto de los zuriqueses, fueron claramente combatidas por la mayoría de la dirección socialdemócrata y tampoco encontraron gran eco en la base del partido. La historia, no obstante, puso trágicamente de manifiesto en las décadas siguientes que eso había sido la primera expresión de un cáncer que iba a ir carcomiendo, poco a poco e inexorablemente, a partes enteras del SPD.
No tiene nada de asombroso que esa capitulación ante el capitalismo, que Bernstein empezó a simbolizar aisladamente pero que fue ganando una influencia cada día mayor en la socialdemocracia alemana, desencadenara una reacción de indignación en la clase obrera. No tiene nada de asombroso que, en semejante situación, una reacción específica surgiera precisamente entre los obreros combativos organizados en sindicatos.
No obstante, antes del Manifiesto de los zuriqueses y desde principios de los años 1870, ya hubo en torno a Carl Hillmann un primer intento de desarrollar una "teoría de los sindicatos" independiente en el movimiento obrero alemán. Poco antes de la Primera Guerra mundial, el movimiento sindicalista, y sobre todo el anarcosindicalismo tras ella, reivindicó siempre esa teoría. A partir de mayo de 1873, Hillmann había publicado una serie de artículos titulados "Indicaciones prácticas de emancipación" en la revista Der Volkstaat ([1]), donde escribía:
"(...) la gran masa de los trabajadores siente una desconfianza hacia todos los partidos puramente políticos porque, por un lado, son a menudo traicionados y engañados por ellos y porque, por otro, la ignorancia por parte de estos partidos de los movimientos sociales llave a ocultar la importancia de su dimensión política; además, los trabajadores muestran una mayor comprensión y más sentido práctico por cuestiones que les son más cercanas: reducción del tiempo de trabajo, eliminación de los reglamentos repugnantes de las fábricas, etc.
"La organización puramente sindical ejerce una presión duradera sobre la legislación y los gobiernos. Por lo tanto, esta expresión del movimiento obrero es, también, política, aunque solamente en segundo lugar;
"(...) los esfuerzos efectivos de organización sindical hacen madurar el pensamiento de la clase obrera hacia su emancipación, y por eso estas organizaciones naturales deben ponerse al mismo nivel que la agitación puramente política y no pueden ser consideradas ni como formaciones reaccionarias, ni como la cola del movimiento político."
Detrás del deseo de Hillmann, en los años 1870, de defender el papel de los sindicatos como organizaciones centrales para la lucha de clases de los trabajadores, no había la menor intención de introducir una línea de separación entre la lucha económica y la política, ni siquiera de rechazar la lucha política. La "teoría de los sindicatos" de Hillmann era sobre todo una reacción significativa ante las tendencias que surgían en la dirección de la socialdemocracia de supeditar el papel de los sindicatos, y en general la lucha de clases, a las actividades parlamentarias.
Engels, ya en la época de Hillmann, en marzo de 1875, hizo la misma crítica sobre esa misma cuestión contra el proyecto de programa del Congreso de unión de los dos partidos socialistas de Alemania en Gotha, programa al que consideraba "sin savia ni vigor":
"En quinto lugar, no se dice absolutamente nada de la organización de la clase obrera como tal clase, por medio de los sindicatos. Y éste es un punto muy esencial, pues se trata de la verdadera organización de clase del proletariado, en la que éste ventila sus luchas diarias con el capital, en la que se educa y disciplina a sí mismo, y aún hoy día, con la más negra reacción (como ahora en París), no se la puede aplastar. Dada la importancia que esta organización ha adquirido también en Alemania, hubiera sido, a nuestro juicio, absolutamente necesario mencionarla en el programa y reservarle, a ser posible, un puesto en la organización del partido" ([2]).
Efectivamente, los sindicatos, en la época de un capitalismo en pleno desarrollo, eran un instrumento importante para la lucha contra el aislamiento de los trabajadores y para el desarrollo de su conciencia como clase: una escuela de la lucha de clases. La vía aún estaba abierta para obtener reformas duraderas a su favor de un capitalismo en pleno desarrollo ([3]).
Contrariamente a la historiografía de algunos sectores del anarcosindicalismo, la intención de Hillmann no era resistir a los marxistas que supuestamente habrían subestimado siempre a los sindicatos. Esa es una afirmación que se repite constantemente, pero que no corresponde a la realidad. Hillmann se consideraba claramente, desde el punto de vista de sus ideas generales, como parte de la Asociación internacional de los trabajadores (la AIT), en la que también militaban Marx y Engels. Las críticas de Hillman las dirigía contra quienes querían introducir en la socialdemocracia el sometimiento a la lucha parlamentaria, o sea los mismos a los que Marx y Engels se habían opuesto en sus críticas al Programa de Gotha. Hablar de un "sindicalismo independiente" en el movimiento obrero alemán, ya en los años 1870, sería, por lo tanto, falso. Como movimiento efectivo en la clase obrera en Alemania, ese sindicalismo se fue formando poco a poco unos veinte años después.
Aunque Hillmann, con un sano instinto proletario, percibió precozmente cómo se infiltraba lentamente el cretinismo parlamentario en el movimiento obrero alemán y reaccionó contra esa situación, existe sin embargo una diferencia esencial con respecto a la lucha que llevaron Marx y Engels: Hillmann reivindicaba en primer lugar la autonomía de los sindicatos y "la importancia de las cuestiones de interés inmediato". Marx, en cambio, ya había puesto en guardia, a finales de los años 1860, contra una restricción de la lucha por los asalariados a la mera lucha por el salario:
"Ocupadas con demasiada frecuencia en las luchas locales e inmediatas contra el capital, los sindicatos no han adquirido aún plena conciencia de su fuerza en la lucha contra el sistema de la esclavitud asalariada. Por eso han estado demasiado al margen del movimiento general social y político" ([4]).
Como vemos, ya en aquel entonces, Marx y Engels insistían en la unidad general de la lucha económica y política de la clase obrera, aunque debieran realizarse con organizaciones diferentes. Las ideas de Hillmann contenían, al respecto, la gran debilidad de no entablar la lucha política consecuente y activa contra el ala del SPD exclusivamente orientada hacia el Parlamento, quedándose relegado a la actividad sindical, cediendo así el terreno político al reformismo casi sin combate. Eso hizo el caldo gordo a sus adversarios, ya que arrinconar a los trabajadores en la lucha puramente económica fue precisamente lo que favoreció el desarrollo del reformismo en el movimiento sindical.
Durante el verano de 1890, se formó en el SPD una pequeña oposición, la de los "Jóvenes". Lo que caracterizaba a sus representantes más conocidos, Wille, Wildberger, Kapfmeyer, Werner y Baginski, era su llamamiento a "más libertad" en el partido y su actitud antiparlamentaria. Negaban además, con un planteamiento muy localista, la necesidad de un órgano central para el SPD.
"Los Jóvenes" representaron una oposición de partido muy heterogénea -que probablemente sería más conveniente designar como una unión de miembros descontentos del SPD. No obstante, el descontento de los "Jóvenes" se justificaba totalmente, ya que la tendencia reformista en la socialdemocracia no había desaparecido en absoluto tras la abolición de la ley antisocialista en 1890. El reformismo iba ganando poco a poco una mayor influencia. Pero la crítica de los "Jóvenes" no fue capaz de identificar los verdaderos problemas y las raíces ideológicas del reformismo. En vez de una lucha políticamente fundada contra la idea reformista de la "transformación pacífica" del capitalismo en sociedad socialista sin clases, los "Jóvenes" se limitaron a hacer una campaña violenta contra diferentes dirigentes del SPD, con ataques muy personales. Su explicación del reformismo se expresó en una argumentación inmadura y reductora que tenía en su centro "la búsqueda de beneficios y de fama personales" y "la psicología de los dirigentes del SPD". Este conflicto se acabó con la marcha y la exclusión simultáneas de los "Jóvenes" del SPD en el congreso de Erfurt de 1891. Esto abrió las puertas, en noviembre de 1891, a la fundación de la Unión anarquista de los socialistas independientes (VUS). El efímero VUS, agrupación totalmente heterogénea formada principalmente por antiguos miembros descontentos del SPD, pasó rápidamente, tras una serie de agobiantes tensiones personales, bajo el control del anarquista Gustav Landauer y desapareció tres años más tarde, en 1894.
La lectura de las obras anarcosindicalistas contemporáneas y de los libros más conocidos sobre el nacimiento del sindicalismo revolucionario en Alemania, muestra claramente la existencia de una tentativa, a menudo un tanto frenética, de inventar un hilo rojo que remonte hacia el pasado para vincularse con el anarcosindicalismo de la FAUD, fundada en 1919. Estas representaciones se limitan generalmente a una simple yuxtaposición de distintos movimientos de oposición en las organizaciones trabajadoras alemanas: parten de Hillmann pasando por Johann Most, por los "Jóvenes" y los "Localistas", luego por la FVDG, la Unión libre de los sindicatos alemanes y, para terminar, por la FAUD. La simple existencia de un conflicto con las tendencias dirigentes respectivas en la socialdemocracia y los sindicatos se considera como el punto común determinante. Pero la existencia de un conflicto con la dirección de los sindicatos o del partido no proporciona por sí misma una continuidad política, la cual, si se observa atentamente, ¡tampoco existe entre todas estas organizaciones! En Hillmann, Most y los "Jóvenes", se puede distinguir una posible y común aversión hacia las ilusiones sobre el parlamentarismo que van ganando terreno. Mientras que Hillmann siempre formó parte de la Primera Internacional y de la lucha viva de la clase obrera, Most y Hasselmann acabaron inclinándose rápidamente hacia la "propaganda por los hechos" pequeñoburguesa, aislada y desesperada de los actos terroristas, a principios de los años 1880. Los "Jóvenes" no pudieron, con sus ataques personales, igualar la calidad política de Hillmann que había sido un intento serio de impulsar la lucha de clases. A continuación, los "Localistas" y la FVDG que les sucedió fueron, en cambio, durante años un movimiento vivo de la clase obrera. En la oposición sindical, que más tarde hizo surgir el sindicalismo-revolucionario en Alemania, las ideas anarquistas habían tenido una escasa influencia hasta 1908. Se puede no obstante hablar de una verdadera "huella anarquista" en el sindicalismo-revolucionario alemán, que se desarrolló en lo más profundo de los sindicatos socialdemócratas después de la Primera Guerra mundial.
Una oposición organizada en las filas de los sindicatos socialdemócratas en Alemania se formó en marzo de 1892, en Halberstadt, durante el primer congreso sindical tras la abolición de la ley antisocialista. La Comisión general de la central sindical, bajo la dirección de Karl Legien, decretó entonces una separación absoluta entre la lucha política y la económica. Según su punto de vista, la clase obrera organizada en los sindicatos debía limitarse exclusivamente a luchas económicas, mientras que sólo la socialdemocracia -y sobre todo sus diputados en el Parlamento (¡!)- debían poseer la capacidad para tratar las cuestiones políticas.
Pero debido a las condiciones impuestas por los 12 años de la ley antisocialista, los trabajadores organizados en las uniones profesionales estaban acostumbrados a la unión, en la misma organización, de las aspiraciones y de los debates políticos y económicos, unión que además se había ido fraguando con las dificultades de la ilegalidad.
Las relaciones entre la lucha económica y la lucha política fueron ya en aquel entonces el tema del uno de los debates centrales en la clase obrera internacional - ¡y siguen siéndolo sin duda alguna hoy! En una época de maduración de las condiciones para la revolución mundial, con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, se fue imponiendo cada vez más claramente que el proletariado, como clase, ¡podía y debía dar su respuesta a cuestiones políticas como precisamente la de la guerra!
En 1892, la dirección del movimiento sindical alemán, a pesar de la dispersión de varios años en uniones profesionales aisladas debido a la ilegalidad, establece su confederación central sindical -pero al alto precio precisamente de confinar a los sindicatos en la lucha económica. Y ello, no porque era necesario renunciar a la libertad de palabra y reunión sobre cuestiones políticas como durante los años anteriores y bajo la presión de la represión de la ley antisocialista, sino sobre la base de las visiones reformistas y de las ilusiones enormes sobre el parlamentarismo que se iban abriendo más camino cada día. Como sana reacción proletaria a esta política de la dirección de los sindicatos en torno a Legien, se formó en los sindicatos la oposición de los "Localistas". Gustav Kessler desempeñó en ella un papel esencial. Había trabajado en los años 1880 en la coordinación de las uniones profesionales por medio de un sistema de "hombres de confianza" y había participado de manera preponderante en la publicación del órgano sindical Der Bauhandwerker.
Para apreciar a los "Localistas" en su justo valor, en primer lugar se ha de rectificar un error corriente: la palabra "Localistas" parece referirse, con ese nombre, a una oposición cuyo objetivo principal sería ocuparse exclusivamente de los asuntos de la región o cuyo principio sería rechazar toda relación organizativa con la clase obrera de otros sectores o regiones. Esta impresión resalta a menudo en la literatura contemporánea, precisamente la del anarcosindicalismo actual.
Es a menudo difícil evaluar si tal interpretación se debe a la simple ignorancia de la historia o a la voluntad de hacer, retrospectivamente, de los "Localistas" y de la FVDG, organizaciones de tipo anarcosindicalista -como algunas que existen actualmente- con una ideología localista.
La misma crítica es válida también sobre el uso demasiado esquemático de las valiosas descripciones que, como la de Anton Pannekoek, se hicieron sobre los comienzos del sindicalismo revolucionario en Alemania, nacido de las filas del marxismo. Cuando Pannekoek escribe en 1913: "(...) según su práctica, se califican de "Localistas" y así expresan su principio más importante de agitación en contra de la centralización de las grandes federaciones" ([5]), se trata en realidad de un desarrollo en el movimiento obrero alemán que comienza a partir de 1904, con el acercamiento posterior a la idea de las Bolsas del trabajo de la Carta de Amiens francesa (1906), pero que no se refiere al período de los años 1890.
No fueron los principios federalistas de la lucha de clases lo que incitó sobre todo a los Localistas a formar su oposición sindical a la política de Legien. En realidad, las fuerzas dirigentes en los sindicatos adornaban sus discursos con sonoras fórmulas que se referían al concepto de "centralización estricta" de la lucha de la clase obrera para imponer mejor una estricta inhibición política a los trabajadores organizados sindicalmente. Se ha de constatar más bien la aparición de una dinámica opositora nacida de esa situación y que va empujando progresivamente partes de los Localistas hacia ideas federalistas y anticentralizadoras. Y eso es algo muy diferente.
Una centralización que permita la lucha común de la clase obrera y la expresión de la solidaridad más allá de los oficios, sectores y naciones era absolutamente necesaria. Sin embargo, la centralización de las centrales sindicales evocaba con razón para muchos obreros la idea "de órganos de control" en manos de los líderes sindicales reformistas. Lo que, en realidad, fue la base de la constitución de los Localistas, a mediados de los años 1890, fue claramente la indignación contra la inhibición política decretada para los trabajadores!
Nos parece importante, con respecto al nacimiento del sindicalismo revolucionario en Alemania, hacer una precisión relativa a la focalización falsa, y a menudo exclusiva, sobre la cuestión "federalismo contra centralismo", citando los mismos términos empleados por Fritz Kater (uno de los miembros más destacados en los años de la FVDG y de la FAUD):
"El esfuerzo por organizar los sindicatos en Alemania en confederaciones centrales vino acompañado del abandono de toda discusión en las reuniones sobre asuntos públicos y políticos, y muy especialmente de toda influencia del sindicato sobre ellos, para comprometerse exclusivamente en la lucha día a día por mejoras de las condiciones de trabajo y de salarios. Este punto es precisamente la razón principal del rechazo y de la lucha contra el centralismo de la confederación para aquéllos que se llamaron los Localistas. Como revolucionarios socialdemócratas y miembros del partido, consideraban con razón que la lucha llamada sindical por la mejora de la situación de los trabajadores en el marco del orden existente no puede conducirse sin afectar de forma incisiva y determinante a las relaciones de los obreros con el Estado actual y sus órganos de legislación y administración..." ([6]) (subrayado nuestro).
En esta representación falsa de los Localistas como símbolo del federalismo absoluto, las historiografías estalinista y trotskista, y sus ofuscadas críticas, se funden curiosamente con algunos escritos neosindicalistas, que alaban el federalismo como el no va más de la organización.
Incluso Rudolf Rocker, que no vivió en Alemania entre 1893 y 1919 y que después, en la FAUD de los años veinte, elevó efectivamente el federalismo en principio teórico singular, describe así, con honradez y pertinencia, "el federalismo" de los Localistas de 1892:
"Sin embargo este federalismo no era en nada el producto de un concepto político y social como para Pisacane en Italia, Proudhon en Francia y Pi y Margall en España, retomado más tarde por el movimiento anarquista de esos países; se debía sobre todo al intento de superar las disposiciones de la ley prusiana de aquel entonces en materia de asociación que, aunque concedía a los sindicatos puramente locales el derecho de discutir sobre temas políticos en sus reuniones, negaba este derecho a los miembros de las confederaciones centrales" ([7]).
En las condiciones de la Ley antisocialista, acostumbrados a un método de coordinación (¡que también se puede llamar centralización!) por una red "de hombres de confianza", era efectivamente difícil que los Localistas se coordinaran de otra manera más acorde con el cambio de sus condiciones de existencia a partir de 1890. Una tendencia federalista ya aparece seguramente en germen desde 1892. Sin embargo, el federalismo de los Localistas de este período puede describirse, de manera más pertinente, como un intento por hacer una virtud de la necesidad del sistema de "hombres de confianza".
Los Localistas, no obstante, permanecieron aún casi cinco años en las grandes confederaciones sindicales centrales con la voluntad de representar una vanguardia combativa en los sindicatos socialdemócratas y se concebían claramente como parte de la socialdemocracia.
En la segunda mitad de los años 1890, y sobre todo en las huelgas, estallaban cada vez más conflictos abiertos entre los miembros de las uniones profesionales Localistas y las confederaciones centrales, de manera latente pero también violentamente entre los obreros de la construcción en Berlín y en la huelga de los obreros portuarios en 1896-97 en Hamburgo. En esos enfrentamientos, la cuestión central era generalmente la de la entrada en huelga: ¿las propias uniones profesionales podían tomar esta decisión por iniciativa propia o se vinculaba ésta al consentimiento de la dirección de la confederación central? A ese respecto, algo aparece evidente y es que los Localistas reclutaban a sus miembros en los oficios artesanales de la construcción (albañiles de obra y alicatado, carpinteros de obra entre los cuales existía un elevado "orgullo profesional") y, proporcionalmente, mucho menos entre los obreros industriales.
Y, al mismo tiempo, la dirección de la socialdemocracia se inclinaba cada vez más, a partir del final de los años 1890, a aceptar el modelo apolítico de la "neutralidad" de los sindicatos de la Comisión general en torno a Legien. Ante este problema de conflictos en los sindicatos, por distintas razones, el SPD había dudado mucho tiempo y se había expresado con reserva. Aunque los Localistas, en la época del congreso de Halberstadt en 1892, no representaban sino una minoría relativamente pequeña de unos 10 000 miembros (a penas unos 3 % del conjunto de los trabajadores organizados sindicalmente en Alemania), entre ellos habían numerosos viejos sindicalistas combativos ligados estrechamente al SPD. Por miedo de contrariar a estos camaradas al tomar partido de forma unilateral en los debates sindicales, pero sobre todo debido a su propia falta de claridad sobre las relaciones entre la lucha económica y la lucha política de la clase obrera, la dirección de la socialdemocracia permaneció mucho tiempo en la reserva. Fue en 1908 cuando la dirección del SPD abandonó definitivamente a los miembros de la FVDG.
En mayo de 1897, con unos 6800 miembros ([8]), nacía el primer precursor declarado, y organizado independientemente, del futuro sindicalismo-revolucionario en Alemania. O dicho más concretamente: la organización que debía, en los años siguientes, tomar en Alemania la vía del sindicalismo-revolucionario. Con esta fundación de una unión sindical nacional se realizaba una escisión histórica del movimiento sindical socialdemócrata. En el "primer congreso de los sindicatos de Alemania organizados localmente" en Halle, los Localistas declararon su independencia organizativa. El nombre de Unión libre de los sindicatos alemanes ([9]) (FVDG) no se adoptó sino en septiembre de 1901. Su órgano de prensa recién fundado Die Einigkeit, se publicaría hasta la prohibición de la FVDG a principios de la guerra en 1914.
La famosa Resolución del congreso de 1897 elaborada por Gustav Kessler expresa claramente sobre qué comprensión de la lucha política de la clase obrera se basaba la FVDG y sobre sus relaciones con la socialdemocracia:
"1. Toda separación del movimiento sindical de la política socialdemócrata consciente es imposible, si no es a costa de paralizar y condenar al fracaso la lucha por la mejora de la situación de los trabajadores en el terreno del orden actual;
"2. los intentos, vengan de donde vengan, por distender o quebrar la relación con la socialdemocracia, deben considerarse hostiles a la clase obrera;
"3. las formas de organización del movimiento sindical que ponen trabas a la lucha por objetivos políticos deben considerarse erróneas y condenables. El congreso ve en la forma de organización que se dio el partido socialdemócrata de Alemania en el Congreso de Halle en 1890 (habida cuenta de la existencia de la ley en materia de asociación), y también la organización sindical el mejor dispositivo y más idóneo para la consecución de todos los objetivos del movimiento sindical ([10]).
En estas líneas se expresan la defensa de las exigencias políticas de la clase obrera y los fuertes lazos con la socialdemocracia como "organización hermana". La relación con la socialdemocracia se entendía como puente con la política. La fundación de la FVDG, por consiguiente, no manifestaba a nivel programático un rechazo del espíritu de la lucha de clases defendido por Marx, o el marxismo en general, sino al contrario una tentativa de mantener ese espíritu. El deseo formulado por la FVDG de no dejar que se quitara de las manos de los trabajadores "la lucha por objetivos políticos" seguía siendo la fuerza esencial de sus años de fundación.
Los debates en el Cuarto Congreso "de la centralización por los hombres de confianza" en mayo de 1900 muestran la firmeza del compromiso político con la socialdemocracia. La FVDG cuenta entonces con unos 20 000 miembros. Kessler defiende incluso la reivindicación de una fusión posible de los sindicatos y del partido, que se aceptó en una Resolución:
"Las organizaciones política y sindical deben pues unificarse. Eso no puede hacerse inmediatamente, ya que las circunstancias, que son el resultado del desarrollo histórico, son lo que son; pero tenemos probablemente el deber de preparar esta unificación, haciendo que los sindicatos sigan siendo portadores del pensamiento socialista. (...) Quien esté convencido de que la lucha sindical y política es la lucha de clases, que sólo el proletariado mismo debe llevarla a cabo, ése es compañero nuestro y está con nosotros en el mismo barco" ([11]).
Una sana exigencia hay detrás de esa opinión, que se niega a limitarse exclusivamente a la lucha económica por una parte, y, por otra, aspira a vincularse con la mayor organización política de la clase obrera alemana, el SPD. Pero también aparece claramente, en germen, la confusión posterior del sindicalismo revolucionario sobre "la organización unitaria". Una idea que se manifestará en Alemania años más tarde, a partir de 1919, no solamente en el sindicalismo revolucionario, sino también en las "uniones obreras". La visión de la FVDG que aspiraba a la lucha común con la socialdemocracia, que se expresa en la Resolución de 1900, habría de sufrir, sin embargo, ese mismo año, una dura prueba.
Cuando en 1900, en Hamburgo, la Confederación central de sindicatos firma un acuerdo con los empresarios sobre la abolición del trabajo a destajo, una parte de los albañiles concernidos se opuso. Volvieron al trabajo, se les acusó de esquiroles y fueron excluidos de la Confederación central de sindicatos. Los albañiles a destajo se adhirieron entonces a la FVDG. El SPD de Hamburgo exigió inmediatamente la exclusión de esos trabajadores del partido, pero la decisión fue rechazada por un tribunal de mediación del SPD.
Rosa Luxemburg, no por proximidad política con la FVDG, sino porque en su lucha contra el reformismo y sobre todo por el esfuerzo de clarificar las relaciones entre lucha económica y política para la clase obrera, defendió la decisión del tribunal de mediación de no excluir del SPD a los albañiles FVDG de Hamburgo. Exigió "infligir una severa sanción a los albañiles a destajo" ([12]) por haber roto la huelga, pero rechazó vigorosamente el punto de vista burocrático y formalista de admitir como motivo de exclusión inmediata de los trabajadores del partido el haber hecho de esquiroles. La confederación central de los sindicatos socialdemócratas, por su parte, había recurrido varias veces, en las confrontaciones con la FVDG, ¡a romper huelgas! El SPD no debía, según la opinión de Rosa Luxemburg, convertirse en "cancha de enfrentamiento" de los sindicatos. El partido no es el juez de la clase obrera.
Rosa Luxemburg había entendido que detrás de aquel violento asunto sindical de los albañiles de Hamburgo, se ocultaban cuestiones mucho más centrales. Las mismas cuestiones que estaban en el centro de los informes presentados en la FVDG con respecto "a la unificación" del partido y de la organización sindical de masas: la distinción entre una organización política revolucionaria y la forma organizativa de la clase obrera en los momentos de lucha de clases abierta:
"En la práctica eso conduciría en última instancia a la amalgama entre las organizaciones política y económica de la clase obrera, confusión en la que ambas formas de lucha se debilitarían. Su separación externa y su división del trabajo generadas y condicionadas por la historia acabarían por hacerlas retroceder" ([13]).
En 1900, Rosa Luxemburg, como todo el movimiento obrero, no poseía los medios todavía para reflexionar más allá de la forma de organización sindical tradicional de la clase obrera, de modo que consideraba que los sindicatos eran las grandes organizaciones de la lucha de clases económica. Sólo será en los años siguientes cuando la clase obrera se verá ante la tarea de hacer surgir la huelga de masas y los consejos obreros, crisoles revolucionarios en los que se unen la lucha económica y la política.
La unificación de la lucha de la clase obrera, dispersada en Alemania en varios sindicatos de lo más variado, era en efecto históricamente necesaria. Pero ese objetivo no podía ser alcanzado instrumentalizando la autoridad del partido para disciplinar a los trabajadores, como querían las confederaciones centrales. Como tampoco podía serlo con la visión de las "organizaciones unitarias", visión que subestimaba la necesidad de un partido político, idea que comenzó a crecer en las filas de la FVDG. El problema tampoco podía ser solucionado por un "gran sindicato", sino solamente por la unificación de la clase obrera en la propia lucha de clases. El congreso del partido del SPD en Lübeck en 1901 se negó, eso sí gracias a la presión de Rosa Luxemburg y sin duda de manera formalizada, a desempeñar el papel de tribunal de mediación entre la confederación sindical central y la FVDG. No obstante adoptó al mismo tiempo "la Resolución Sonderbund" de Bernstein que amenazaba en el futuro con excluir del partido a toda escisión sindical. El SPD empezaba claramente a tomar sus distancias con la FVDG.
En los años 1900-01, la FVDG sufrió tensiones internas crecientes, principalmente en torno a la cuestión del apoyo financiero mutuo por medio de una caja de huelga unitaria. Se manifestaron fuertes tendencias particularistas y una ausencia de espíritu de solidaridad en sus propias filas. El ejemplo del sindicato de los cuchilleros y forjadores de Solingen es típico: había recibido de la Comisión administrativa de la FVDG un apoyo financiero durante bastante tiempo, pero amenazó con irse inmediatamente cuando se le pidió ayuda financiera para otras huelgas.
De enero de 1903 a marzo de 1904, ante la iniciativa y la presión del SPD, hubo negociaciones discretas entre la FVDG y la confederación sindical central, con objetivo de reintegrar la FVDG en la Confederación central. Las negociaciones fracasaron. En la propia FVDG, estas negociaciones de unificación desencadenaron violentas tensiones entre Fritz Kater, que representaba la tendencia claramente sindicalista que se desarrollará más tarde, e Hinrichsen, que cedía simplemente a la presión de las confederaciones centrales. Provocó una enorme desestabilización entre los trabajadores organizados. ¡Unos 4400 miembros de la FVDG (más del 25 %) pasaron en 1903/04 a la Confederación central! Las negociaciones de unificación fracasadas en un ambiente de gran desconfianza mutua condujeron a un debilitamiento sensible de la FVDG y fueron el primer capítulo de su ruptura histórica con el SPD.
Hasta 1903, les corresponde a los "Localistas" y a la FVDG en Alemania el mérito de expresar la necesidad vital de los trabajadores de no concebir las cuestiones políticas como un "asunto reservado al partido". Así se opusieron claramente al reformismo y a su "delegación de la política a los parlamentarios". La FVDG era un movimiento proletario políticamente muy motivado y combativo, pero heterogéneo y completamente encerrado en el terreno sindical. Al ser una agrupación laxa de pequeñas uniones profesionales sindicales, le era obviamente imposible desempeñar el papel de una organización política de la clase obrera. Para satisfacer su "ímpetu hacia la política", debería haberse acercado con mayor fuerza al ala izquierda revolucionaria del SPD.
Además, la historia de los "Localistas" y de la FVDG pone de manifiesto que es inútil buscar "la hora exacta" del nacimiento del sindicalismo-revolucionario alemán. Éste fue más bien el resultado de un proceso de varios años, durante el cual fue emergiendo una minoría proletaria en el seno de la socialdemocracia y de los sindicatos socialdemócratas.
El reto de la huelga de masas, directamente planteado al sindicalismo-revolucionario, iba a convertirse en otro jalón de su desarrollo en Alemania. El próximo artículo abordará los debates en torno a la huelga de masas y la historia de la FVDG, desde la ruptura definitiva con el SPD en 1908, hasta el estallido de la Primera Guerra mundial.
Mario
(27 de octubre de 2008)
[1]) El Volkstaat era el órgano del Partido obrero socialdemócrata de Alemania, de la tendencia llamada "de Eisenach", bajo la dirección de Wilhelm Liebknecht y de August Bebel.
[2]) Carta de Engels a A. Bebel, 18/28 mazo 1875, en Marx, Engels, Crítica de los Programas de Gotha y Erfurt.
[3]) Ver nuestro folleto los Sindicatos contra la clase obrera.
[4]) Carlos Marx, 1866, Resolución del Primer congreso de la AIT, "Instrucción sobre diversos problemas a los delegados del Consejo central provisional".
[5]) Anton Pannekoek, el Sindicalismo alemán, 1913, traducción nuestra.
[6]) Fritz Kater, "Fünfundzwanzig Jahre Freie -Union arbeiter Deutsclands (Synkalisten)", Der Syndikalist n° 20, 1922 (traducción nuestra).
[7]) Rudolf Rocker, Aus den Memoiren eines deutschen Anarchisten, Ed. Suhrkamp, p. 288 (traducción nuestra).
[8]) Ver también: www.syndikalismusforschung.info/museum.htm [19].
[9]) La gran confederación central de los sindicatos se denominaba oficialmente "Sindicatos libres". La proximidad lingüística con el nombre de la "Unión libre" conduce frecuentemente a confusiones.
[10]) Citado por W. Kulemann, Die Berufvereine, tomo 2, Iéna, 1908, p. 46 (traducción nuestra).
[11]) Acta del FVDG, citada por D. H. Müller, Gewerkschaftliche Versammlungsdemokratie und Arbeiterdelegierte, 1985, p. 159 (traducción nuestra).
[12]) Rosa Luxemburg, Der Parteitag und des hamburger Gewerkschaftsstreit, Gesammelte Werke, tomo 1/2, p. 117 (traducción nuestra).
[13]) ídem, p. 116.
Enlaces
[1] https://www.lesechos.fr/info/inter/4850338-electrochoc.htm
[2] https://www.oecd.org/dataoecd/18/1/42443150.pdf
[3] https://es.internationalism.org/series/201
[4] https://contreinfo.info/prnart.php3?id_article=2612
[5] http://www.voxeu.org
[6] https://es.internationalism.org/tag/21/481/medioambiente
[7] https://es.internationalism.org/tag/21/482/marxismo-y-ciencia
[8] https://www.marxists.org/francais/liebknec/index.htm
[9] https://www.marxists.org/espanol/luxem/index.htm
[10] https://es.internationalism.org/tag/21/528/hace-90-anos-la-revolucion-en-alemania
[11] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1919-la-revolucion-alemana
[12] https://es.internationalism.org/tag/2/37/la-oleada-revolucionaria-de-1917-1923
[13] https://libcom.org/forums/thought/general-discussion-decadence-theory-17092007
[14] http://www.marxist.org
[15] https://www.marxists.org/francais/trotsky/oeuvres/1932/11/321125.htm
[16] https://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/44mp/]
[17] https://es.internationalism.org/tag/21/492/decadencia-del-capitalismo
[18] https://es.internationalism.org/tag/2/25/la-decadencia-del-capitalismo
[19] http://www.syndikalismusforschung.info/museum.htm
[20] https://es.internationalism.org/tag/geografia/alemania
[21] https://es.internationalism.org/tag/21/493/el-sindicalismo-revolucionario-en-alemania
[22] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/anarquismo-oficial
[23] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/sindicalismo-revolucionario
[24] https://es.internationalism.org/tag/2/30/la-cuestion-sindical